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La mala calidad del aire, la peste del siglo XXI

En la segunda mitad del siglo XIX todas las grandes ciudades decidieron encargar a ingenieros y urbanistas la modificación de la configuración urbana fundamentalmente con el objetivo de hacer frente a los acuciantes problemas de salubridad, los cuales eran el origen de las epidemias que mermaban la salud de sus habitantes, especialmente la peste.

De aquel esfuerzo y gracias a personas como Ildefonso Cerdá en Barcelona; a Arturo Soria con  su diseño de la ciudad lineal en Madrid, ambos apostando y pensando siempre en la mejora de la convivencia; o a Haussmann, con su apuesta por el espacio en la ciudad de París, nació una nueva concepción urbana a través de la puesta en marcha de propuestas de reconstrucción global de la ciudad que permitieron que ese diseño urbano, que hemos heredado, marcase el desarrollo de estas ciudades y las haya convertido en todo un referente a nivel urbanístico.

La batalla contra los problemas de insalubridad del siglo XIX se dio por ganada cuando fue erradicado el riesgo contra la salud de la ciudadanía de forma clara en buena parte gracias a esas medidas. Siglo y medio después de Ildefonso Cerdá nos volvemos a encontrar con una nueva situación de emergencia sanitaria, provocada, esta vez, por la mala calidad del aire que, poco a poco, va minando la salud de las personas y que hoy día es la causa del fallecimiento prematuro, según datos de la Agencia Europea de Medioambiente, de más de 38.000 personas al año en nuestro país.

España es un país eminentemente urbano, más del 80% de la población vivimos en ciudades de más de 10.000 habitantes, y la causa de la mala calidad el aire está directamente relacionada con el consumo de energías fósiles. Concretamente más del 99% de las emisiones de SO2 y NOx, más del 92% del CO2 y más del 85% de las partículas de menos de 2,5 micras, están motivadas por el consumo de energía fósil (en su mayor parte para el transporte), siendo causantes del 81% de las muertes prematuras.

En la actualidad, emprender cambios de reconstrucción como se hizo en el siglo XIX es impensable. A ningún regidor se le ocurriría presentar a sus vecinos una demolición masiva de las grandes avenidas que sirvieron para que la supremacía del vehículo se impusiera sobre el sufrido y relegado peatón, pero sí es posible hoy reducir los efectos de la contaminación para que la muerte silenciosa, causante de la mala calidad del aire, se mitigue.

La solución la conocemos todos desde hace tiempo y no es otra que recuperar la dimensión humana de la ciudad, empezando por reducir las necesidades de movilidad gracias a una mayor disponibilidad de servicios y la electrificación de todas las demandas de energía existentes; desde la electrificación del transporte público al fomento de la bomba de calor o, simplemente, asumiendo el compromiso sobre la erradicación del consumo de combustibles fósiles.

Ponerle trabas a la circulación de vehículos contaminantes es una de las soluciones que tenemos que asumir, pero desde una determinación clara y tajante. Las propuestas que Madrid ha llevado a cabo con su exiguo Madrid Central de 4,7 km2, sin apostar por la lógica natural de extenderlo a la M30 con 42 km2 o incluso la de Barcelona con su propuesta de 95 km2 de no circulación de los 50.000 vehículos más contaminantes salvo fines de semana, son a todas luces insuficientes, por lo que se da a entender que muchas veces se trata más de una medida de propaganda política que un empeño real y sustancial para combatir lo que podemos denominar como “la peste del siglo XXI”.

Ciudades como Vitoria-Gasteiz, que -con el apoyo de todas las fuerzas políticas- consiguió ser Capital Verde Europea en 2012 y en la que el 67% de los desplazamientos tiene lugar a pie y en bicicleta, tienen mucho que enseñar sobre cómo las decisiones deben ser llevadas a cabo con rigor, con continuidad y sin miedo a una contraria contestación popular, cuyo origen está en la falta de información y en la existencia de una voluntad de rédito político de la oposición, que parece que viviera en otra ciudad.

Hemos vivido una semana en la que, por fin, la juventud ha empezado a decir basta y a reclamar que la tan difundida transición ecológica justa debe entenderse, ante todo, desde una perspectiva intergeneracional, suponiendo no solo una mayor responsabilidad en el consumo de energía, sino el abandono de prácticas tan insostenibles como el diseño del transporte urbano.

No podemos considerar que la emergencia climática en la que vivimos -cuatro días antes de su disolución el Congreso de los Diputados instó al gobierno de la nación a que la declarase- se combata desde una transición tranquila. Si estamos en una emergencia las medidas deben ser claras y no esperar a la declaración de zonas catastróficas continuas por sus efectos, como es el caso del Levante español con el último episodio DANA.

La peste, esta vez silenciosa, nos está ahogando y solo nos queda desde esta tribuna exigir que se dejen de discusiones políticas y actúen alcanzando un pacto nacional para combatirla. Somos la última generación que puede combatir el cambio climático. No defraudemos más a nuestros hijos dejándoles una hipoteca que nunca podrán pagar.

Fernando Ferrando – Presidente de la Fundación Renovables

Reducir la contaminación de los barcos

Es tan escandaloso que parece mentira, pero es verdad: a día de hoy, a los barcos se les permite contaminar el aire 3.500 veces más que a los vehículos de transporte terrestre. En efecto, en la actualidad, el límite máximo de contenido de azufre en los combustibles para el transporte marítimo, establecido por la Organización Marítima Internacional (OMI), es de 35.000 ppm frente a los 10 ppm permitidos en la Unión Europea en los carburantes para el transporte por carretera. Cierto es también que la OMI impondrá, a partir del 1 de enero de 2020, un nuevo límite máximo de 5.000 ppm en el contenido de azufre para los combustibles de barcos, pero incluso así este tope seguirá siendo 500 veces superior que el permitido para el diésel en carretera (ver figura 1).

Comparativa de contenido de azufre en combustibles marinos versus combustibles terrestres, (fuente: The Danish Ecological Council).

En las Áreas de Control de Emisiones (ECA, en sus siglas en inglés), que se crean bajo la cobertura legal del Anexo VI del Convenio Marpol de la OMI a instancias de los países que lo soliciten, el 1 de enero de 2015 entró en vigor el requisito que limita a 1.000 ppm el contenido máximo de azufre de los combustibles marinos en las Áreas de Control de Emisiones para los óxidos de azufre (SECA). Sin embargo, los niveles de óxidos de nitrógeno se reducen muy poco en la regulación genérica de la OMI, de modo que solo hay una reducción apreciable dentro de las Áreas de Control de Emisiones para el nitrógeno (NECA).

Sin duda, la regulación ECA es una manera muy efectiva de reducir las emisiones contaminantes procedentes del sector marítimo y limitar sus negativos efectos a la salud pública y al medio ambiente. La demostración palpable más cercana está en el Norte de Europa donde, tras la creación de una ECA en el Mar Báltico, el Mar del Norte y el Canal de la Mancha (es SECA desde 2015 y desde 2021 será también NECA), la calidad del aire ha mejorado un 80% desde el año 2015 y los beneficios socioeconómicos asociados se valoran en muchos miles de millones de euros. Las ECA suponen un gran avance, pero aún así 1.000 ppm de azufre en el combustible de los barcos sigue siendo 100 veces más que el nivel permitido para el transporte por tierra.

Se pueden hacer más cosas. Y se deben hacer porque en virtud de diversos estudios, se estima que las emisiones de los barcos causan anualmente en la Unión Europea 50.000 muertes prematuras y 60.000 millones de euros en costes sanitarios. Ello es debido a que el combustible mayoritariamente utilizado para la navegación es el fuelóleo pesado, un producto derivado del petróleo que contiene altas cantidades de azufre, cenizas, metales pesados ​​y otros residuos tóxicos y es responsable de importantes emisiones de óxidos de nitrógeno (NOx), óxidos de azufre (SOx) y material particulado (PM), cuyos efectos negativos a la salud están ampliamente demostrados. Cuando las personas respiran este aire contaminado, su salud se resiente, lo cual se traduce en un aumento de las enfermedades (respiratorias, cardiovasculares, incluso cáncer), hospitalizaciones e incluso muertes prematuras, además de las consiguientes pérdidas en productividad.

La industria del transporte marítimo está significativamente por detrás de otros sectores en lo que respecta a sus esfuerzos para la reducción de la contaminación atmosférica que produce

En el caso concreto de Dinamarca, uno de los países que integran la ECA del Norte de Europa antes citada, se ha calculado que la sociedad se está ahorrando 18,5 millones de dólares en costes sanitarios por cada 3,8 millones de dólares invertidos en combustible para barcos con un contenido de 0,1% en azufre (en lugar de usar un combustible promedio de contenido de 2,7% en azufre). Es decir, una inversión con una tasa de retorno positiva del 387%. En el caso de los NOx la tasa de retorno resultante es del 1.333%. Estos datos hablan por sí solos.

Así pues, en comparación con las preocupantes y nada desdeñables emisiones que tienen su origen en tierra, las emisiones de los buques son mucho más elevadas, dado que al sector naviero no se le exige utilizar combustibles más limpios ni utilizar técnicas de tratamiento posterior de los gases de escape como obliga la normativa en tierra desde hace décadas en sectores como el del automóvil y otras industrias.

A nivel global, la estimación oficial más reciente de las emisiones de contaminantes atmosféricos generadas por el transporte marítimo internacional proceden del Tercer Estudio de Gases de Efecto Invernadero (GEI) de la OMI. Este estudio, publicado en 2014, proporcionó un análisis de las emisiones durante el período 2007-2012, así como las proyecciones hasta 2050. La OMI está trabajando en el Cuarto Estudio de GEI, el cual se prevé esté finalizado en otoño de 2020. Según el Tercer Estudio, el tráfico marítimo ocasionó en el periodo citado (que coincidió con la crisis económica), en promedio anual, el 13% de las emisiones globales de origen antropogénico de NOx, el 12% de las de SOx y el 3,1% de las de CO2. Con respecto a las previsiones a futuro, la OMI concluyó que, en diversos escenarios de tipo Business As Usual (BAU), las emisiones de CO2 del transporte marítimo aumentarán entre un 50% y un 250% desde 2012 hasta 2050, a pesar de las mejoras en eficiencia de la flota (esperadas con un valor de alrededor del 40% en promedio), debido al crecimiento esperado en la actividad del sector.

En virtud de esos escenarios, la OMI concluye que las emisiones de metano, un potente gas de efecto invernadero, aumentarán rápidamente en el futuro (aunque desde una base de partida baja) a medida que aumente la utilización de gas natural licuado (GNL) como combustible de los barcos. Lo que viene a indicar que la sustitución de los fuelóleos pesados por GNL no va a significar ninguna ventaja apreciable en cuanto a la lucha contra el cambio climático.

Asimismo,  las emisiones de NOx aumentarán a un ritmo menor que las emisiones de CO2 como resultado de los motores de Nivel II y Nivel III que se incorporarán en los próximos años a la flota mundial. Las emisiones de los SOx continúan disminuyendo hasta 2050, principalmente debido a los requisitos del Anexo VI de MARPOL sobre el contenido de azufre de los combustibles antes citado.

En resumen, por un lado, es un hecho incontestable que la industria del transporte marítimo está significativamente por detrás de otros sectores en lo que respecta a sus esfuerzos para la reducción de la contaminación atmosférica que produce.

En segundo lugar, se reconoce oficialmente que el gran incremento previsto del tráfico marítimo de mercancías y pasajeros de aquí al 2050 conllevará inevitablemente a un aumento de las emisiones contaminantes de este sector en nuestro entorno, salvo que se tomen una serie de medidas al respecto.

Afortunadamente hay ya suficientes soluciones tecnológicamente maduras que permitirían que los barcos navegasen sin contaminar, pero la experiencia nos demuestra que el sector naviero no parece estar dispuesto voluntariamente a hacer los cambios necesarios para reducir sus emisiones de GEI y otros contaminantes atmosféricos por lo que la única manera eficaz de que estas medidas se implementen realmente es a través de la aprobación y estricta aplicación de normas legales al respecto.

En un informe recientemente publicado por la organización Transport&Environment (T&E, organización cuya finalidad es lograr la sostenibilidad en el ámbito del transporte) sobre la contaminación atmosférica provocada por los cruceros turísticos en Europa en 2017 ((ver figuras 2 y 3), se llega a esa misma conclusión y se hacen una serie de recomendaciones regulatorias y técnicas para conseguirlo.

Niveles de intensidad de las emisiones de SOx producida por los cruceros en 2017 en la Unión Europea (fuente: T&E). Nótese la diferencia entre la Zona de Control de Emisiones para el azufre (SECA) establecida desde 2015 en el Canal de la Mancha, Mar del Norte y Mar Báltico con el resto de las zonas marinas de Europa.

 

Niveles de intensidad de las emisiones de NOx producida por los cruceros en 2017 en la Unión Europea (fuente: T&E). En 2021 entrará en funcionamiento la Zona de Control de Emisiones para el nitrógeno (NECA) en el Canal de la Mancha, Mar del Norte y Mar Báltico.

Para empezar, en dicho informe se recomienda ampliar las Áreas de Control de Emisiones que actualmente existen en el mar Báltico, mar del Norte y Canal de la Mancha al resto de mares europeos y reducir el límite de emisiones de las SECA europeas hasta situarlo en 10 ppm, cantidad equivalente a la del combustible empleado en el transporte por carretera.

Además, debería implantarse una normativa de cero emisiones en los muelles de toda Europa. Muy especialmente para los cruceros turísticos, ya que este tipo de embarcaciones suele navegar cerca de las costas y pasa gran cantidad de tiempo en los puertos de pasajeros de los principales destinos turísticos, por lo que afecta a la calidad del aire de forma desproporcionada, como demuestra claramente el referido informe de T&E.

A ese respecto, las navieras que fleten cruceros, puesto que representan el segmento de ocio del sector del transporte marítimo de cara al público, deberían considerarse empresas pioneras en las normativas concebidas para descarbonizar el sector. Por lo tanto, además de implantar una normativa de cero emisiones en los puertos, los cruceros son las primeras embarcaciones a las que se debe obligar a utilizar sistemas de propulsión de emisión cero en las aguas territoriales de la UE.

Para facilitar las emisiones cero en los muelles cabe destacar la posibilidad de que los barcos atracados se conecten a la red eléctrica para cargar los equipos que llevan a bordo (lo que se conoce en inglés por Shore-Side Electricity, SSE). Se trata de una tecnología ya consolidada y que ha demostrado que funciona pudiendo reducir enormemente la contaminación atmosférica que generan los buques atracados en los puertos. La Directiva europea relativa a la implantación de una infraestructura para los combustibles alternativos exige que los principales puertos del continente cuenten con tecnología SSE, aunque solo -y ahí está el problema- si ello resulta beneficioso en relación con su coste, por lo que su uso no está muy extendido ni entre los buques ni entre los puertos.

La generalización de esta tecnología se enfrenta a dos escollos principales. Por una parte, los propietarios de los buques no invierten en adaptarlos a la tecnología SSE porque hay pocos puntos de conexión disponibles en los puertos y los puertos, a su vez, no invierten en la instalación de conexiones SSE porque no las utilizan muchos barcos. Es la pescadilla que se muerde la cola.

Al mismo tiempo, la fiscalidad provoca una distorsión del mercado. La electricidad en tierra está sujeta a impuestos en el marco de la Directiva sobre la imposición de la energía (DIE) de 2003. Sin embargo, los combustibles fósiles para uso marítimo están exentos de impuestos. Esta desigualdad tan flagrante desincentiva a los dueños de las embarcaciones a la hora de recurrir a la SSE en los puertos en los que está disponible. La situación desincentiva también a aquellos puertos interesados en instalar puntos de SSE.

El gran incremento previsto del tráfico marítimo de mercancías y pasajeros de aquí al 2050 conllevará inevitablemente a un aumento de las emisiones contaminantes de este sector en nuestro entorno, salvo que se tomen una serie de medidas al respecto

Si queremos que todos jueguen con las mismas reglas, la UE debería eximir de impuestos la electricidad de la tecnología SSE durante un periodo transitorio y/o gravar los combustibles fósiles de uso marítimo con un tipo equivalente.

La UE debería imponer una normativa de cero emisiones en los muelles de los puertos europeos, exigiendo a los barcos el uso de la SSE o el recurso a medidas alternativas para lograr un resultado equivalente. Esto ayudaría a los puertos que han invertido en SSE a no tener activos sin uso.

Finalmente, puesto que las emisiones de NOX  tanto de los barcos que ya circulan como de los nuevos es un asunto enormemente preocupante y dado que las próximas NECA en el Mar Báltico, el Mar del Norte y el Canal de la Mancha solo cubrirán las emisiones de los buques que se construyan a partir de 2021, existe una necesidad de reducir las emisiones de NOX que generan los actuales barcos en la totalidad de las aguas europeas. Por ello, la UE debe tomar medidas específicas en este asunto, entre ellas quizás un mecanismo económico similar al Fondo de NOX de Noruega. Los barcos podrían además utilizar sistemas de reducción catalítica selectiva (SCR, en sus siglas en inglés) o filtros de partículas para el diésel (DPF) para disminuir sus emisiones de NOX y PM.

Por Carlos Bravo – Consultor en Salvia EDM y socio protector de la Fundación Renovables

Por Isabell Büschel – Coordinadora para Transport&Environment en España

Por Faig Abbasov – Coordinador de políticas de transporte marítimo en Transport&Environment

Máximo entendimiento y ambición climática en el Día Mundial del Medio Ambiente

Corremos el serio riesgo de no cumplir con nuestros compromisos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, y con ello agravar aún más la crisis climática que ya está entre nosotros, de consecuencias devastadoras. Lo asegura un reciente informe de la Red Europea de Acción Climática y el think tank Sandbag, tras analizar los borradores de los planes energéticos que los distintos países de la Unión Europea han remitido a la Comisión Europea para su valoración. El análisis revela que solo 8 países, entre los que no se encuentra España, han fijado fechas para el fin de la generación de electricidad con la quema de carbón, el combustible que más CO2 expulsa al ser quemado. Con otras palabras, un buen número de países europeos todavía seguirá quemando carbón en 2030, lo cual va exactamente en la dirección contraria de elevar la ambición climática y cumplir con el Acuerdo de París sobre cambio climático.

De hecho, España es el país de la UE en el que más han crecido las emisiones desde 1990, un 17,9% concretamente, cuando en el conjunto de la UE se han reducido un 23,5%. La generación de electricidad con carbón explica parte de este crecimiento en las emisiones, pero también hay otros factores, como la generación de electricidad con gas, la fiebre constructiva de la anterior burbuja inmobiliaria, el incremento del transporte por carretera (y de las distancias recorridas) y las calderas que aún persisten en muchos hogares junto al pésimo aislamiento térmico de nuestras viviendas (más de 1,5 millones de hogares necesitan rehabilitación energética urgente en nuestro país).

A nivel global tenemos más datos que certifican que vamos en la dirección equivocada: según la Agencia Internacional de la Energía (AEI), la inversión en eficiencia energética y renovables se estancó en 2018; y, según datos del Fondo Monetario Internacional (FMI), los subsidios a los combustibles fósiles siguen creciendo actualmente. La situación actual es absolutamente inaceptable. Necesitamos cambiar de rumbo ya, sin más demora, para llegar a 2050 con una economía completamente descarbonizada.

Volviendo al carbón, España fía a las condiciones del mercado (menor precio de las fuentes renovables de energía frente a los precios, en alza, del CO2) la desaparición en 2030 de la generación de electricidad a través de la quema de carbón. Ello es arriesgado, más aún en los tiempos de emergencia climática en los que estamos: ¿qué pasa si futuros gobiernos con escasa o nula sensibilidad por el clima y nuestro futuro subvencionan y abaratan deliberadamente el precio del CO2 para proteger a la industria fósil? Podría suceder que siguiéramos quemando carbón en nuestro país más allá de 2030. Con el envío a la Comisión Europea del borrador de nuestro plan energético hemos perdido por tanto una fantástica oportunidad para poner fecha, políticamente, al fin del carbón y así no tener que confiar su fin a los vaivenes del mercado. La buena noticia es que aún estamos a tiempo de elevar la ambición y mejorar nuestro plan, pues la Comisión Europea tiene que hacernos llegar, a los Veintiocho, sus apreciaciones y comentarios al borrador enviado, los cuales debemos incorporar a la versión final antes de su aprobación y entrada en vigor.

Aprovechemos que aún estamos a tiempo de fijar metas más ambiciosas y abordemos el mayúsculo reto que tenemos por delante, diseñando la senda de descarbonización de nuestro país y transformando nuestro tejido socioproductivo con la incorporación de las energías limpias, la economía circular, la restauración ecológica, la innovación social, la economía de los cuidados, el ecofeminismo, etc. Ello es además fuente de oportunidades de empleo y cohesión social.

Nuestros jóvenes nos están reclamando desde hace meses, con toda la razón, una acción climática urgente y que no hipotequemos su futuro. Nos piden menos declaraciones políticas y mucha más acción, acompañada de objetivos ambiciosos y medidas contundentes. Dejemos pues nuestras diferencias a un lado y pongamos la vida y las personas en el centro. Ojalá estas líneas, en el Día Mundial del Medio Ambiente, muevan a la reflexión colectiva y faciliten el máximo entendimiento posible, pero sin rebajar la ambición y la altura de miras que necesitamos.

Luis Morales – Técnico de Proyectos de Fundación Renovables

Fridays for Future, cargados de razón

La juventud siempre mira para adelante y por eso siempre ha sido visionaria. Les preocupa su futuro y, sin embargo, no tienen acceso a las instituciones y en muchos casos ni siquiera la edad para votar. De ahí viene su fuerza, de su frustración de no poder actuar, cuando los jóvenes de ahora, nacidos en plena era digital, son las generaciones más informadas de la historia. Pero han encontrado los medios para hacer valer sus preocupaciones: las redes sociales para multiplicarse y contagiarse, y la huelga estudiantil, en este caso con el apellido de climática.

La rebeldía de Greta Thumberg, la niña sueca de 15 años que conocemos a raíz de su intervención a finales de enero en el Foro de Davos, ha alumbrado un movimiento global, organizado, histórico y esperanzador y le ha valido ser nominada al Nobel de la Paz, tal y como se ha conocido hoy mismo.  La iniciativa de Greta de no presentarse a clase los viernes para denunciar ante el Parlamento de Estocolmo que el mundo financiero, empresarial y político no está asumiendo la responsabilidad que le corresponde en la lucha contra el cambio climático ha sido secundada con el apoyo de muchos jóvenes a lo largo del planeta que se han movilizado para hacer lo propio en sus ciudades.

Hay especialmente una frase de Thumberg, que pronunció a finales de febrero ante el Consejo Económico y Social Europeo, que resume el espíritu de este movimiento: «Nos dicen que somos jóvenes, pero no hay tiempo para esperar a que crezcamos y nos hagamos cargo«. Tanta pasión nunca estuvo respaldada por tanta razón. De ahí que, desde todas las esferas de la política, de la empresa y de la sociedad civil, sean pocos los que no animen a los estudiantes a secundar la huelga que el movimiento -conocido como #FridaysforFuture, el hashtag que usan en Twitter- ha convocado para hoy.

El espíritu de este movimiento: «Nos dicen que somos jóvenes, pero no hay tiempo para esperar a que crezcamos y nos hagamos cargo«

Argumentos no les faltan. Esta misma semana hemos conocido en España el primero de tres informes sobre «Descarbonización en España», elaborado por el Observatorio de la Sostenibilidad, que afirma que la temperatura media de nuestro país ha subido 1,57 grados centígrados desde 1965. El gran acelerón ha sido entre 1988 y 2018 cuando aumentó 0,87 grados. Las previsiones que recoge el documento para el año 2050 apuntan a que podríamos alcanzar 2,61 grados centígrados de subida media de las temperaturas si no somos más ambiciosos tanto en la reducción de emisiones como en la aplicación de medidas de mitigación.

Fuente: Observatorio de la Energía

Todo ello, unido al cambio en los patrones de las lluvias hará que se resienta nuestra economía, y nuestra salud. La reducción de emisiones y partículas contaminantes -que conduce a un único camino que es el de la descarbonización en todos los sectores- no sólo encuentra justificación, por otra parte más que suficiente, en la lucha contra el cambio climático: nuestra salud, en sí misma, está en juego. Lo estamos viendo continuamente en los medios de comunicación.

«En el caso de España, la principal fuente de contaminación atmosférica se encuentra en la quema de combustibles fósiles por los sectores energético, del transporte y de la industria«, afirmaba la semana pasada el Instituto Internacional de Derecho y Medio Ambiente (IIDMA) con motivo de la presentación de su informe “Un oscuro panorama: las secuelas del carbón” que vincula las emisiones de las centrales térmicas de carbón con 1,529 muertes prematuras.

Esta misma semana el European Heart Journal ha publicado los resultados de un estudio realizado por investigadores del Instituto Max-Plank de Química y la Universidad Médica de Mainz que afirma que la tasa de mortalidad mundial debida a la contaminación del aire es de alrededor de 8,8 millones por año, cuando hasta ahora se asumía que ascendía a la mitad, 4,5 millones de personas al año.

La investigación afirma que la mala calidad del aire se encuentra entre los riesgos de salud más graves (hipertensión, diabetes, obesidad o tabaquismo). Especialmente asocia las partículas finas con un alto riesgo de mortalidad y advierte de que puede conducir a enfermedades respiratorias y cardiovasculares.

Greta suele aludir en sus intervenciones el «Informe Especial sobre un 1,5ºC de calentamiento global» que dio a conocer el  Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) el pasado mes de octubre, un documento tajante y taxativo: con los objetivos climáticos actuales a partir de 2030 ya será imposible lograr contener durante este siglo la subida de la temperatura media del planeta a 1.5°C respecto a los niveles preindustriales, como aconseja. Es decir, quedarían doce años. Parece que la urgencia es necesaria y no retórica fácil del discurso ecologista.   

Con los objetivos climáticos actuales a partir de 2030 ya será imposible lograr contener durante este siglo la subida de la temperatura media del planeta a 1.5°C respecto a los niveles preindustriales, según el IPCC

El informe destaca que si en vez de limitar el calentamiento global a 2ºC nos comprometemos a limitarlo a 1.5°C (el compromiso del Acuerdo de París es mantener el aumento por debajo de los 2˚C y proseguir con los esfuerzos para limitar el aumento a 1,5˚C) conseguiríamos: que para 2100 el aumento del nivel del mar global fuera 10 cm más bajo; que la probabilidad de ver el Océano Ártico libre de hielo marino en verano se diera una vez por siglo y no una vez por década, como poco, o que los arrecifes de coral disminuyesen en un 70-90 por ciento y no que desaparezcan prácticamente todos (> 99 por ciento).

Además, como recuerda Greenpeace en su documento «El momento de la verdad. Las principales conclusiones del informe especial del IPCC sobre 1,5°C de calentamiento«, si aspiramos a un escenario de 1,5°C en lugar de a uno con un incremento de la temperatura media del planeta de 2ºC conseguiríamos:

-Salvar a 420 millones de personas de la exposición a olas de calor extremas frecuentes

-Reducir en un 50% el porcentaje de población mundial expuesta a un aumento de escasez de agua por el clima

-Evitar exponer a 10 millones de personas a riesgos relacionados con la subida del nivel del mar

-Disminuir en un 50% el número de especies de plantas y vertebrados proyectadas a perder más de la mitad de su diversidad.

También lograríamos reducir cuatro veces el número de personas expuestas a riesgos climáticos multisectoriales y vulnerables a la pobreza. Los jóvenes lo saben. Y nosotros. Y cómo combatirlo también. Ahí lo dejo.

Elena Alonso Asensio – Responsable de Comunicación de Fundación Renovables

¿De verdad es el gas la «alternativa eco»?

Miriam Zaitegui. Área de política y acción climática de ECODES

 

La contaminación en las ciudades y los problemas de salud que acarrea, así como el ya más que evidente cambio climático han acelerado procesos políticos para dar el adiós definitivo al petróleo y apostar por la descarbonización del transporte. Sin embargo, en este proceso de descarbonización llama la atención la apuesta por el mal llamado gas natural como combustible alternativo al petróleo, y decimos «mal llamado» porque el gas natural es en realidad un gas fósil, por lo tanto finito, y con grave impacto en el calentamiento global.

Es sorprendente que en un contexto donde 195 países han ratificado el Acuerdo de París y en el que el gobierno español se enorgullece de estar elaborando una Ley de cambio climático y transición energética se acepte y fomente el gas como combustible alternativo.

En 2016 y siguiendo con la Directiva 2014/94/UE para el “Desarrollo del Mercado de los Combustibles Alternativos y su Infraestructuras” España adoptó un marco de acción nacional con el objetivo de “minimizar la dependencia del petróleo en el sector del transporte y mitigar su impacto medioambiental”. En este marco el gas natural es concebido como una de las alternativas “eco” y es incentivado a través de medidas fiscales, etiquetado eco, etc. Este espejismo de sostenibilidad ha llegado hasta el punto de que SEAT nos ofrece un coche que utiliza dos gases fósiles, -gas natural y gasolina-, como la alternativa “más eco, más económica y más ecológica” e incluso afirma que cuanto más conduzcas, más ahorras. Quizá esta publicidad engañosa sea uno de los motivos que explique el aumento de matriculaciones de vehículos a gas de hasta un 112% en un año.

SEAT nos ofrece un coche que utiliza dos gases fósiles, -gas natural y gasolina-, como la alternativa “más eco, más económica y más ecológica” e incluso afirma que cuanto más conduzcas, más ahorras

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¿Quién es el responsable de la contaminación?

José Luis García – Área de energía y cambio climático de Greenpeace


quien es el responsable de la contaminación en las ciudades

El problema de la contaminación en las ciudades se está convirtiendo en una crisis de saludpública. Las emanaciones tóxicas producidas al quemar combustibles fósiles se concentran allí donde hay más personas, porque es allí también donde hay más coches.

Excepción hecha de las grandes áreas industriales, donde las centrales térmicas de carbón y otras grandes instalaciones son las que más determinan la mala calidad del aire, en la mayoría de las urbes de nuestro territorio es la masiva concentración de tubos de escape de los coches la que convierte el aire en irrespirable.

Que los mayores niveles de contaminación se den en Madrid y Barcelona se debe simplemente a que es allí donde más coches circulan, pero el modelo es el mismo en todo el territorio: la gran dependencia del coche para la movilidad y la casi total dependencia del petróleo para mover los vehículos.

Las consecuencias son dramáticas. Solo el dióxido de nitrógeno (NO2) se lleva la vida de 75000 personas en Europa cada año, además de provocar el aumento de crisis asmáticas y enfermedades cardiovasculares. Ese gas no está ahí en esas concentraciones por causas naturales, proviene de los tubos de escape de los vehículos y sobre todo de los diésel.

La crisis es de tal magnitud que el comisario europeo de medio ambiente ha “llamado a filas” a los ministros de medio ambiente de los países donde la contaminación es mayor, entre ellos a la ministra española Isabel García Tejerina. ¿Y qué ha hecho la ministra? Pues pasar de acudir a la cita y delegar en su secretaria de Estado, en un gesto que muestra lo poco que le importa la contaminación. Y eso que el comisario quería dar una última oportunidad a los gobiernos para que tomen medidas de urgencia antes de aplicarles sanciones por incumplir las normas europeas. El plazo se les ha terminado.

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Carta del Ministro de Energía a SSMM los Reyes Magos de Oriente

Por Juan Castro – Gil – Abogado y secretario de ANPIER

Queridos Reyes Magos:

Álvaro Nadal, Ministro de Energía

Soy Álvaro, el Ministro de Energía de España, ese país tan bonito al que venís al final de vuestra ruta por Europa. Lo primero que me gustaría deciros es que en casa siempre hemos sido fieles seguidores de vuestro trabajo. Realmente, sois una referencia de hondo calado para nosotros. Por ello, hacemos todo lo posible por agradaros con nuestras actuaciones.

Por ejemplo, poco a poco, estamos consiguiendo que nuestro pequeño país se desertifique de forma inexorable y así se parezca un poco más a esos lejanos arenales donde vosotros vivís; mantenemos una relación muy estrecha con vuestros vecinos, los jeques y emires que manejan la venta del gas y del petróleo que queman en sus casas y vehículos. Las familias que gobernamos, y hacemos todo lo posible para que esas relaciones se mantengan duraderas en el tiempo; con el único objetivo de agradaros, nos quedamos con todo el carbón que lleváis y que desprecian casi todos los niños del mundo en sus cartas; nos mantenemos firmes en nuestro deseo de que los precios de la energía sean lo más altos posibles, provocando señaladas cotas de pobreza energética, haciendo que vuestra aparición en la noche de cada 5 de enero en los hogares españoles, se parezca lo máximo posible a aquella de hace 2018 años; y nos negamos categóricamente a seguir el camino de la defensa medioambiental de los países del norte de Europa, pues son los mismos que acogen en su territorio a ese tal Santa Claus, burdo suplantador de vuestro trabajo.

Como podéis ver, trabajamos duro a lo largo del año para que nada cambie. Y no creáis que nos lo ponen fácil. Muchos son los que en nuestra tierra creen que eso del cambio climático es un problema que terminará con la especie humana. ¡Insensatos! Cualquier persona bien informada sabe que lo que cambiará el devenir de los tiempos y de la humanidad es que en un pequeño barrio de Madrid, en la cabalgata de Reyes, se vistan a aquellos que reparten caramelos a los niños en vuestro nombre, con ropajes claramente indignos de vuestra majestuosidad. Eso sí que es realmente grave y haremos todo lo posible por impedirlo, sin perder el tiempo en cuestiones de baja enjundia como que suba un poco la temperatura.

En cualquier caso y por no extenderme más, espero que entendáis lo difícil de nuestra labor. De hecho, en el terminado 2017, no hemos podido batir el récord de año con más emisiones de CO2 a la atmósfera por producir energía y nos hemos quedado en el 2º lugar del ranking (aunque no os olvidéis que el 1º puesto del 2015 también fue gracias a nosotros). Espero que esta pequeña falta no sea impedimento para que esta noche nos tengáis en vuestra mente y nos dejéis todo el lignito posible, pues contamina mucho más que la antracita, y a nosotros nos gusta hacer las cosas bien.

Siempre vuestro, Álvaro.

Liberémonos de los combustibles fósiles

Por José Luis García – Área de Energía y Cambio Climático de Greenpeace

central de carbón

Este mes de marzo, un movimiento de personas de todos los rincones del planeta se pone en pie para hacer frente al cambio climático: un movimiento que exige liberar al planeta de la tiranía de los combustibles fósiles.

Cada vez más personas, comunidades, países, sufren las consecuencias del cambio climático, y no están dispuestas a permanecer impasibles hasta que esos impactos hagan su tierra inhabitable. Con el lema común de “Break Free”, una ola mundial de personas se levanta contra las energías sucias que causan el cambio climático. Unimos fuerzas para proteger a las comunidades vulnerables de los sucesos meteorológicos extremos y de las corporaciones del petróleo, carbón o gas que envenenan nuestro aire, ocupan nuestra tierra y secuestran a nuestros gobiernos. Es un movimiento ciudadano pacífico, unido y decidido a acabar con la era de la energía sucia y a empujar una transición justa a un futuro más limpio y sostenible.

La realidad del cambio climático exige una reacción inmediata y ambiciosa: para evitar sus peores consecuencias, no hay que permitir que el calentamiento global supere 1,5ºC, tal como ha quedado recogido en el Acuerdo de París. Es el gran reto de nuestro siglo. Puede parecer algo de un futuro lejano, pero un niño o niña que nace hoy, aún estará en la escuela en 2030, y puede seguir viviendo en el año 2100. Las decisiones que tomemos hoy determinarán si estas personas y sus hijos e hijas heredarán un planeta habitable.

Los datos científicos indican que más del 80% de las reservas conocidas de carbón, la mitad de las de gas y un tercio de las de petróleo deben dejarse bajo tierra para evitar un calentamiento de 2ºC. Para no superar 1,5ºC, no puede abrirse ni una nueva mina de carbón, ni pozo de petróleo ni de gas. Las centrales térmicas tienen que tener fecha de caducidad, empezando por las de carbón, que en nuestro país deberían estar cerradas todas en 2025.

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El cambio climático y los médicos

Por Juan Castro – Gil – Abogado y Secretario de Anpier

contaminación atmosférica

Ciclista con mascarilla circulando por las calles de Madrid (Emilio Naranjo /EFE)

Hace tan solo unas semanas, acudí como invitado a un estupendo y numerosísimo congreso médico organizado en Sevilla. Mi labor entre tanto doctor, se circunscribía a hablar sobre los efectos no convencionales del cambio climático y la importancia de la actuación ciudadana contra este.

La primera sorpresa con la que me encontré, fue el escaso interés que muestran los médicos  en el área de trabajo de los compañeros que estudian las enfermedades medioambientales. Por ello, empecé mi charla advirtiendo, sin temor a equivocarme, que de las cinco ponencias que se estaban desarrollando al mismo tiempo, el problema del que se iba a hablar en aquella sala, era el único que afectaría a todas las personas que se encontraban en las otras salas, en todo el hotel, en toda la ciudad, en todo el país y en todo el planeta.

Y efectivamente, al margen de las cuatro o cinco “aventuras” que les conté, entre aquellas cuatro paredes, personas que dedican su vida a analizar las enfermedades que sufrimos, nos explicaron cómo la contaminación atmosférica no solo está aumentando el número de alérgicos, sino que está matando a los españoles de cáncer y de otras enfermedades respiratorias, nos contaron que perjudica gravemente a los enfermos de Parkinson y otras enfermedades degenerativas,  que está provocando centenares de partos prematuros con lo que eso puede suponer en las vidas de esas personas, que miles de personas (sí miles), están falleciendo en España por las situaciones extremas de calor y frío que provoca el cambio climático, que las enfermedades infecciosas proliferan por el aumento de la temperatura… y un sinfín de cosas más que mi mente de picapleitos casi no podía (o no estaba dispuesto) a entender.

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Transición energética: en juego nuestra salud y la del planeta

Por Begoña María Tomé – Gil – Responsable de Cambio Climático en ISTAS

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El cambio climático es un problema presente, y muestra de ello es que en el año 2015 se batieron varios récords históricos de concentración de dióxido de carbono en la atmósfera (400 ppm), de aumento de temperatura mundial de más de un grado por encima de los niveles preindustriales, de reducción drástica del hielo del Ártico (un 40% menor que en los 80) y de aumento del nivel del mar. Las zonas afectadas por sequía ya representan un 30% de la superficie del planeta, con un 14% en sequía grave o extrema, así que hemos comprometido la capacidad natural del planeta de fijar CO2 de las regiones tropicales, de nuestros bosques y océanos, que absorben alrededor de la mitad de lo que emitimos. La tendencia continúa en 2016. Nos dirigimos a un territorio desconocido.

El cambio climático nos enferma, nos mata. El cambio climático influye negativamente en los factores sociales y ambientales que determinan la salud, como el aire limpio, el agua potable, los alimentos suficientes y la vivienda segura. La Organización Mundial de la Salud estima que el calentamiento global causará más de 250.000 muertes al año entre 2030-2050 (95.000 muertes por desnutrición infantil). Entre los impactos en la salud más importantes se encuentran  aquellos por efecto de la subida de las temperaturas y las olas de calor, por los eventos meteorológicos extremos, por su incidencia en el incremento de ciertos contaminantes atmosféricos, por la proliferación de alergias y por el aumento de las enfermedades transmitidas por vectores infecciosos, por alimentos o por el agua.

El cambio climático afecta a la productividad laboral y a las condiciones de trabajo, poniendo en riesgo especial la salud de quienes desarrollan su actividad en el exterior.

Las estimaciones disponibles sobre las consecuencias económicas de la reducción de la productividad del trabajo debido al cambio climático, proyectan una pérdida de 2 billones de dólares por año para 2030 y una pérdida del 23% del PIB mundial en 2100.

En los entornos rurales, las ocupaciones de agricultura, gestión forestal, ganadería, o pesca se ven muy afectadas por el cambio climático debido al aumento de la frecuencia de las olas de calor, las sequías y plagas, así como el uso creciente de plaguicidas, fertilizantes y otros químicos. Por otro lado, se pueden ver más expuestos a infecciones transmitidas por vectores como mosquitos o garrapatas.

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