Archivo de noviembre, 2022

COP27: el halloween del cambio climático

La Conferencia de las Partes de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP27) celebrada en Egipto pareció la prolongación de los disfraces de “Halloween” que ha finalizado en un trabajado triunfo de la industria de los combustibles fósiles y el freno a la lucha contra el cambio climático. A partir de ahora nada es lo que parece en el debate sobre el clima porque la OPEP ha tomado las riendas de las cumbres. La próxima será en Emiratos Árabes.

Sin compromisos de reducción de emisiones ni exigencias para que los gobiernos sean más rigurosos en sus contribuciones nacionales y sin acuerdos de adaptación y mitigación, la creación de un fondo de “pérdidas y daños”, dirigido a los países más vulnerables (Plan de implementación de Sharm el-Sheij), es un éxito efímero y podría ser un fracaso mayor que el del fondo de adaptación de 100.000 millones de dólares aprobado para estos mismos países en 2009. El enfrentamiento por los detalles se ha dejado para la COP28, siguiendo la costumbre de dejar para mañana lo que era para hoy.

COP 27, desafíos y retos pendientes en la cumbre del clima

Los dilemas climáticos entre la velocidad del cambio climático y el insuficiente crecimiento de las renovables, el lento ritmo de descarbonización y el crecimiento de las inversiones en combustibles fósiles, la incoherencia entre los objetivos de emisiones y renovables de las contribuciones y de los planes energéticos nacionales, la dependencia del gas y el petróleo y la transición energética, son conflictos que no han tenido respuesta y ante los que no han valido para nada las advertencias de la ONU sobre la velocidad catastrófica del cambio climático y las mentiras de gobiernos y empresas, ni la afirmación de la AIE de que la crisis energética y climática no se resolverá con más inversiones en combustibles fósiles sino triplicando la inversión en renovables.

Después de la COP27 el mundo está más lejos de cumplir el objetivo de reducción del 40% de emisiones en 2030 del Acuerdo de París de 2015. La guerra del gas iniciada por Rusia con la invasión de Ucrania ha dado prioridad a los combustibles fósiles en el sistema energético mundial y el ritmo de descarbonización y de reducción de emisiones va tan retrasado que será difícil que se recupere el esfuerzo necesario para evitar que el aumento de la temperatura del planeta supere los 1,5ºC.

Después de la COP27 el mundo está más lejos de cumplir el objetivo de reducción del 40% de emisiones en 2030 del Acuerdo de París de 2015.

La Unión Europea, a pesar de sus esfuerzos para que se hubieran aprobado compromisos más ambiciosos, ha recibido una respuesta acorde con su ambigüedad. No se puede anunciar un aumento del objetivo de reducción de emisiones del 55% al 57% y a la vez apoyar el carbón durante tres años e impulsar la inversión gasista cuando la AIE ha manifestado en su WEO 2022 que no se puede seguir considerando al gas como energía de transición. Si en la COP26 de Glasgow ya anunció la taxonomía que ha convertido el gas y la nuclear en energías verdes, en la CO27 Europa ha perdido la credibilidad en el liderazgo climático.

Entre el optimismo del acuerdo sobre “pérdidas y daños”, cuya concreción se ha diferido a 2023, y la decepción por el freno a los compromisos del Acuerdo de París, la COP27 de Egipto ha supuesto un retroceso en la lucha contra el cambio climático. El éxito de petroleras y gasistas es el del nuevo negacionismo climático que defiende retardar el calendario de la transición energética. En España se ha definido como “resetear la transición energética” por el jefe de la oposición Alberto Núñez Feijóo, siguiendo las críticas de los máximos dirigentes de la petrolera REPSOL a la transición energética por sus negativas consecuencias.

De nada han servido los estudios de científicos y organismos internacionales para alertar de que el mundo se aproxima al punto de inflexión climática. La conclusión más dramática es que la lucha contra el cambio climático tiene vuelta atrás y en Egipto ha comenzado a visibilizarse en cuanto la industria fósil ha comprobado cómo el crecimiento de las emisiones de CO2 se desacelera por el mayor uso de las energías limpias.

Europa debe aprender de este hecho y modificar la gobernanza de energía y clima para dar alternativas a los dilemas a los que la COP27 no ha dado respuesta. Y la única respuesta es eliminar el uso y la dependencia del carbón, el gas y el petróleo.

Javier García Breva – Presidente del Consejo Asesor de la Fundación Renovables

De abonados y propósitos

La idea de poner al ciudadano en el centro de la transición energética, desde su lanzamiento en el invierno del 2018, en el paquete “Energía limpia para todos los Europeos” de la Comisión Europea, ha supuesto un paso enorme para el consumidor eléctrico. Aun así, todavía la realidad está muy lejos de implementar esta idea en todas sus vertientes y, de manera generalizada, el ciudadano sigue recibiendo trato de consumidor y, lamentablemente, a menudo de abonado. Mientras tanto, están finalizando las negociaciones políticas de la COP 27, de momento sin los avances que necesitamos.

¿Win win?                                                                   

Os lo explico con un par de ejemplos para ilustrar la situación y para que veáis de qué estamos hablando. Seguidamente argumentaré porque no corresponde esta situación con los objetivos del vigente marco legal europeo, el famoso paquete de invierno, para terminar de demostrar que hacerlo bien no sólo es perfectamente viable económicamente, sino un win win para todos. Veréis que realmente es un sinsentido no erradicar esta fijación cultural del abonado en la transición energética.

Compensación simplificada

En el autoconsumo con compensación simplificada el ciudadano en España, en la práctica, sólo puede hacer de autoconsumidor, y no de prosumidor. ¿Cuál es la diferencia? El prosumidor tendría una vertiente de productor, más allá de su propio consumo. Podría vender sus excedentes. Para que pueda hacerlo con la normativa vigente en España tiene que nombrar un representante de mercado y participar de la misma manera que si fuera una central eléctrica. Esto no es lo que entiendo yo por empoderar al ciudadano, es simplemente permitirle convertirse en productor profesional.

Power for the ciudadano

Empoderarlo sería permitirle hacer sin perder su esencia de consumidor, dejarle compensar de manera simplificada con su comercializadora, recibiendo incluso una remuneración en metálico si fuera capaz de consumir menos de lo que generara. Con ello romperíamos la barrera mágica del flujo unidireccional de los beneficios en la transición energética.

Los winners son…

¿A que es muy raro pasar de un modelo de abonado que paga la factura entera a otro en el que un ciudadano puede obtener un rendimiento dinerario de su esfuerzo en mitigar la crisis climática en su calidad de consumidor? Puede que desde la percepción de los demás sujetos del sistema fuera poca cosa lo que pueda obtener el ciudadano como rendimiento, pero aun así la arquitectura de nuestro sistema eléctrico no debería evitarlo estructuralmente. Podría, por lo menos, facilitar la posibilidad de hacerlo y ya decidirá el ciudadano si le conviene una compensación simplificada que le permitiría tener algún mes una factura negativa, es decir, a cobrar, y mantener con su comercializadora un micro PPA de energía renovable.

Comunidades de Energías Renovables

En autoconsumo compartido funcionaría igual de bien, aunque aquí debería permitirse primero el coeficiente dinámico de reparto, porque sin ello no sólo le prohibimos ganar algo, sino obligamos a perder dinero al querido abonado. Una vez solventado, miramos que pasa si los ciudadanos quieren emanciparse más y constituir juntos un nuevo sujeto del sistema eléctrico: la Comunidad de Energías Renovables (CER). De entrada se solucionarían los problemas con la compensación simplificada y el reparto dinámico, porque según la definición de la CER podrían libremente compartir su energía entre. La CER, además, estaría habilitada para vender excedentes y pasar los beneficios económicos a sus miembros, como dice literalmente en su artículo 6, apartado 1, letra j, la Ley del Sector Eléctrico (LSE).

Sin ánimo de lucro

Pasa algo curioso: por mucho que la LSE diga que la finalidad primordial de la CER puede ser proporcionar beneficios económicos a sus socios o miembros en vez de obtener ganancias financieras, hay quien opina que esto significa que deberían ser organizaciones sin ánimo de lucro. Vamos, me suena a tratar al ciudadano como abonado. A nadie en la transición energética se le prescribe un orden en sus ingresos, ¿pero a las CER sí? Imaginémonos que las CER vayan a tener ganancias financieras, ¿será un despropósito? ¿Los ciudadanos no pueden obtener ganancias financieras con una CER?

Aun así, sin la finalidad primordialmente de ganancia financiera, con el objetivo de proporcionar beneficios económicos, queda claro que no existe ninguna obligación de no tener ánimo de lucro. Puede que los ciudadanos que constituyan una CER decidan que no lo quieren, pero no son necesarias las interpretaciones restrictivas para insistir en el mantra de que el ciudadano no puede llevarse nada de la transición energética.

Con ánimo de lucro

Entre los más de 1.900 socios de REScoop, la Federación Europea de cooperativas, que cuenta con más de 1.250.000 ciudadanos activos, sólo alrededor de un 3% son cooperativas sin ánimo de lucro. Las demás son con ánimo de lucro y me parece fenomenal. Está muy bien compartir las cosas, sobre todo los beneficios y ganancias financieras, pero no tenemos que olvidar que todo suma y los excedentes de energía renovable que se vende también será beneficiosos para sus compradores: win/win de nuevo.

Contestación social

Las CER pueden ser una buena respuesta a la contestación social, sobre todo una vez que tenemos claro que son perfectamente capaces de repartir beneficios económicos. El incentivo financiero es un gran vector de cambio y puede influir mucho en la perspectiva de los ciudadanos reacios a la transición energética por el impacto en su entorno directo. Un verdadero empoderamiento de los ciudadanos fuera de las CER, a través, por ejemplo de los que hacen autoconsumo, compartido o no, pero por su cuenta, con mayores posibilidades de monetizar su energía, en mi opinión también podría mitigar mucho la contestación social.

Todos necesitamos propósitos

Mitigar la crisis climática requiere un esfuerzo mucho más allá de lo que puede conseguirse con autoconsumo, con o sin CER, no tengo ninguna duda sobre ello. Necesitamos hacer un esfuerzo muy intenso para crear toda la capacidad de generación que podamos, ahora más que nunca. La próxima década será decisiva. En este contexto veo un lugar estrella para la empresa con propósito que, en el fondo, no es tan diferente de la CER. Según Rebecca Henderson, una de las 24 profesoras universitarias en Harvard, docente en el Harvard Business School MBA program, en su libro Reinventando el Capitalismo en un mundo en conflicto, las empresas con propósito están en auge. Estas empresas no tienen como propósito primordial obtener ganancias financieras, sino pasar beneficios medioambientales, sociales, económicos, etcétera a sus stakeholders. ¿Dónde hemos oído esto antes?

En su libro Henderson analiza empresas con propósito como Unilever o Wallmart, muy conocidas fuera de Estados Unidos, pero también estudia una multitud de ejemplos más, habla de su cambio arquitectural, de su licencia para operar y de sus beneficios.

Estas empresas también son consumidoras de electricidad, diría que como todas, y también es cierto que en el sector eléctrico español podemos encontrar muchas empresas con propósito, por no decir que son la mayoría.

Licencia para operar

No se trata de otro trámite administrativo, sino del visto bueno que necesitan las empresas de sus stakeholders y que viene a ser la otra cara de la moneda de la contestación social. Los stakeholders son tanto los ciudadanos y los consumidores, como las administraciones y la sociedad civil local. Esta licencia se obtiene mediante un propósito creíble por genuinidad y, por supuesto, sobre todo por llevarlo a la práctica. Podemos discernir aquellas empresas con propósito sobre el papel de las que lo reflejan en su actuación diaria.

Somos lo que hacemos

Es un lema de Aristóteles, que en nuestra firma hemos tomado prestado desde hace años para mentalizarnos del valor de nuestro propósito en nuestra praxis diaria. Una versión actualizada con humor inglés sería: “the proof of the cake is in eating it”, seguido por “you can’t have the cake and eat it”. Viene a significar en este contexto: la prueba de tener un propósito es consumarlo y no puedes tener un propósito y comértelo con patatas cuando te sea más conveniente.

Tope de gas

He vivido ejemplos de ello desde muy de cerca los últimos meses, con el tope al gas, un esquema de Ayuda de Estado a los participantes del mercado de producción, introducido por el Real Decreto – Ley 10/2022, y aprobado para España por la Comisión Europea en su expediente SA.102454 (2022/N). Este esquema obliga a estos participantes a financiarlo y a pasar su coste parcialmente a los consumidores (PVPC).

No obstante, el esquema deja a las comercializadoras la opción de pasar el coste, del precio más bajo obtenido por ellos, a los consumidores no PVPC, según las condiciones contractuales que tengan firmadas. Aquí está la prueba de comerse el pastel o no. Tenéis que imaginaros dos empresas con propósito y una de ellas trata a la otra como abonado, porque obviamente no todos estos contratos lo dejan tan claro. Puede que sea útil la reflexión de que los contratos siempre reflejan las voluntades de las partes y es curioso suponer que un consumidor, a la firma de un contrato de esta magnitud considera razonable aceptar un concepto indefinido, futurible y regulatoriamente opcional para él.

Más propósito y más beneficio

Hay casos concretos en los que el consumidor además ya ha hecho por su cuenta una cobertura, firmando un PPA financiero, y, por lo tanto, tampoco se beneficia del precio más bajo resultante del OMIE. Insistir en pasarle de todas formas estos costes, igualaría a tratar al consumidor como abonado y es más bien un despropósito. A esto me refiero con lo del pastel, no vale comérselo a la primera oportunidad, cuando no corresponde.

En la conclusión de Henderson, las empresas de sus ejemplos han reestructurado la arquitectura de sus negocios, han asumido costes muy importantes, contraintuitivos, hasta poder ser considerados irracionales sin ver el contexto completo, pero acabando con unas relaciones mucho más resilientes con prácticamente todos sus stakeholders y, consiguiendo unos beneficios más elevados también para sus accionistas.

Obliquity

El silver lining de estos beneficios es su visibilidad y viabilidad a largo plazo. Esto justamente es lo que según el título en inglés del libro de Henderson necesitamos “in a world on fire”. Tener un propósito no es un trade-off a beneficios, sino lo contrario, la mejor manera de obtener beneficios es perseguirlos de manera indirecta. John Kay, visiting professor en la London School of Economics lo llama “Obliquity”.

 

Estoy convencido de que todos los ejemplos que he repasado pueden enfocarse de una manera coherente con los intereses de todos los participantes en el sistema eléctrico, dentro del marco regulatorio europeo vigente, empujando de manera espectacular la transición energética, reforzando a la sociedad civil y el valor empresarial mano en mano y, a largo plazo generando beneficios para todos, primordialmente mitigando la crisis climática.

Por Piet Holtrop – Abogado y Amigo de la Fundación Renovables

El derecho a compartir excedentes de autoconsumo

Hace cinco años, cuando se hablaba de autoconsumo, se hablaba del (nefasto) impuesto al sol. Por suerte, el debate actual en torno al autoconsumo gira sobre la distancia del autoconsumo colectivo de proximidad y se debate sobre si la distancia adecuada es 1, 2 o 5 km (mucho mejor 5 que 1, por cierto). No estamos tan mal. No obstante, hay un elemento adicional que considero clave para el desarrollo del autoconsumo y sobre el que me gustaría poner hoy el foco: el derecho a compartir excedentes.

Antes de nada, hay que recordar la importancia de desarrollar masivamente el autoconsumo colectivo por los numerosos impactos positivos que tiene. Para empezar, el autoconsumo colectivo entra de lleno en el debate campo-ciudad, siendo la herramienta básica para llenar de paneles solares los tejados de las ciudades, de forma que la contribución urbana a la generación renovable sea lo más alta posible. El autoconsumo colectivo permite dimensionar las instalaciones de forma que ocupen todo el tejado posible, ya que lo que no autoconsuma el prosumidor se podrá asignar a consumidores próximos. Por el contrario, sin autoconsumo colectivo, los tejados quedarán a medias, limitados por el consumo del prosumidor. Cuanto más utilicemos los tejados, menos metros cuadrados de terreno necesitaremos emplear para generar energía solar y desplazar al gas ruso. Además, la propiedad de la generación eléctrica se repartirá entre más participantes y, además, con la ventaja de que las instalaciones de autoconsumo generan más empleo por potencia instalada que las plantas sobre terreno. Ojo, con eso no quiero decir que no haya que hacer plantas sobre terreno, sino que, en el reparto entre terreno y tejado, cuanto más tejado, mejor. Pero, para la transición energética necesitamos todo tipo de plantas y cuanto antes, mejor.

El autoconsumo colectivo también juega un rol clave en el debate sobre la redistribución. Gracias a compartir autoconsumo, la energía solar podrá llegar más allá de las viviendas unifamiliares, beneficiando también a personas que vivan en bloques de viviendas.

Sin duda que la ampliación de la distancia debe realizarse para poder compartir más. Mínimo, mínimo, igual que nuestros vecinos. Es necesaria, pero seguramente no suficiente. No sólo hay que compartir con más gente, sino que también es preciso compartir de una manera más sencilla, ágil y generalizable. En otras palabras, hay que aclarar de una vez por todas la forma de repartir la energía en autoconsumos colectivos.

La situación ahora es dramática para el autoconsumo colectivo. Si bien el Real Decreto 244/2019 habilita la posibilidad de compartir, en la práctica, la mayoría de las distribuidoras ponen todas las trabas imaginables y retrasan, en el mejor de los casos, e impiden compartir, en el peor y más frecuente. Es preciso pulir algunos detalles, pues si hay certeza normativa, habrá menos espacio para el abuso.

Uno de esos detalles es la figura del gestor de autoconsumo, una entidad que pueda, en nombre del consumidor, realizar el alta o la baja del autoconsumo colectivo, así como modificar los coeficientes de reparto. Otro es el reparto dinámico del autoconsumo colectivo, de forma que se pueda maximizar la asignación de energía a los consumidores. Además, esta última se trata de una medida que ya la CNMC le ha pedido, por ahora sin éxito, al Gobierno. También hay que modificar la normativa fiscal para permitir que los ingresos derivados del autoconsumo no tributen como actividad económica recurrente a efectos de IVA, sino que se pague IRPF (seguramente supondría una mayor contribución, pero mucho menos papeleo).

Pero, además, es preciso ampliar el concepto del autoconsumo colectivo, de forma que se pueda escoger entre compartir un porcentaje de la energía producida o compartir solo los excedentes. Parece banal, pero no lo es. Actualmente el modelo de autoconsumo colectivo contempla que cada participante tenga un porcentaje sobre la energía producida, independientemente de si se trata del dueño del tejado o de un consumidor próximo. Este modelo funciona para comunidades energéticas en las que los consumidores coinvierten, pero no tiene demasiado sentido para un prosumidor que quiera compartir la energía sobrante con un vecino. Acudiendo al símil de los tomates: si yo tengo un huerto, no quiero venderle a mi vecino un 25% de la cosecha, sino un 25% de los tomates que yo no consuma. Si tengo mala cosecha y solo hay tomates para mi propio consumo, no quiero estar obligado a entregarle el 25%. Por el contrario, si me sobran, porque produzco más o porque consumo menos, estaré encantado de darle una cantidad mayor. SI tengo que dar un porcentaje fijo del total al vecino, seguramente optaré por la solución de vender los tomates sobrantes (si los hubiera) en el mercado.

Por tanto, debería modificarse la normativa para regular la posibilidad de compartir los excedentes energéticos con consumidores próximos, de forma que se incentive esta práctica. Si bien un autoconsumidor puede vender a mercado solamente los excedentes, poder vender esos mismos excedentes a consumidores próximos, facilitaría esta posibilidad enormemente y aumentaría el número de instalaciones colectivas, que actualmente no llega ni al 1%. Además, este modelo se podría realizar con la configuración actual del contador, sin necesidad de añadir nuevos dispositivos (y nuevos costes).

En definitiva, si bien celebro enormemente el nuevo rumbo de la política energética, superando el periodo del impuesto al sol y favoreciendo el autoconsumo colectivo, es preciso ahora concretar la regulación para facilitar el reparto de la energía entre clientes próximos en la práctica. Y para ello, es preciso consagrar el derecho a compartir excedentes.

Por Daniel Pérez – Patrono de la Fundación Renovables