Además de sus muchos y ya prácticamente irremediables males por culpa de la sobreexplotación del acuífero y pérdida de hábitats, Doñana sufre la llamada «muerte silenciosa». Millones de perdigones esparcidos por sus dunas y marismas, cuyo plomo envenena lentamente a su fauna.
Según un estudio realizado en el año 2000, se calculan que solo en la duna más grande del parque nacional hay más de 30 millones de tan venenosos proyectiles. Al ingerirlos accidentalmente, miles de ánsares enferman e incluso mueren por su culpa. Son los terribles efectos del plumbismo.