La crónica verde La crónica verde

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

Un libro que destila naturaleza, ruralidad y poesía a raudales ¿Te lo vas a perder?

Álamos metrónomos, una de las páginas de los cuadernos de campo de Raúl de Tapia.

Aseguraba en un bellísimo poema el canario Nicolás Estévanez que su patria no era el mundo ni Europa, sino «la dulce, fresca, inolvidable sombra» del almendro de su infancia, el humilde árbol del jardín bajo el que gustaba jugar en Tenerife cuando era niño. La patria del biólogo salmantino y divulgador de la naturaleza Raúl de Tapia (escúchale en El Bosque Habitado de Radio 3 y en Gente Viajera de Onda Cero) es todo un arboretum, un variado y delicado jardín botánico lleno de sombras acogedoras donde el cedro de la Plaza de las Cortes de Madrid, un fresno en el valle de Añisclo, también el del molino del señor Cristóbal, los olmos del jardín, la higuera de la muralla vieja, el peral del banco o el gran nogal que ve desde la ventana de su casa forman parte del entrañable paisaje emocional de este bardo de la vivacidad.

Raúl de Tapia, más conocido como Raúl Alcanduerca, firma un libro maravilloso que no dejo de recomendar a toda persona sensible. ‘Arboreto Sonoro‘ (Tundra Ediciones, 2023) ganó el premio Tundra de Literatura de Naturaleza 2022 y me ha ganado a mí. La obra, calificada por el jurado como «intimista y cercana» con una voz «propia profunda y característica», destila literatura, naturaleza, ruralidad, añoranzas y poesía por todos sus poros/páginas.

Raúl de Tapia, más conocido como Alcanduerca, emboscado entre el arte y la naturaleza.

Prologado por Rodrigo Cuevas

Además de su hermoso contenido, el continente, el diseño e ilustraciones del ‘Arboretum Sonoro‘, son una delicada obra de arte.

También resulta muy hermoso el prólogo que firma Rodrigo Cuevas, comprometido artista asturiano quien, confiesa al lector, se siente influido por la misma atmósfera de arte, sosiego y naturaleza que este libro destila por sus páginas. Lo explica con estas bellísimas palabras:

«Vivo rodeado de arboretums, de viesques, de bosques. Todos tienen algo en común: todos ellos suenan. El cuquiellu, el páxaru pimientu, la raitana, les abeyes… todos crean una huella sonora única de cada bosque. Pero más específica aún es cómo los hacemos sonar nosotros, cómo los fonamos. Los nombratos, la toponimia, describen los lugares en función de lo que representaron y aquello que representan para los que aún los pronunciamos».

Con tan hermosa presentación del prologuista te puedes imaginar la calidad de toda la publicación. Una ocasión perfecta para charlar con el autor, mi admirado Alcanduerca, y dejar que las respuestas vayan desgranando su delicado mundo de naturaleza poética.

Portada del libro «Arboreto sonoro», de Raúl de Tapia «Alcanduerca».

  • Dices en el libro que vivir junto a un madroño te da una medida singular del tiempo y el espacio. ¿Cómo de importantes son los árboles para las personas?

No conozco a nadie que quiera vivir en una calle sin árboles, en una ciudad o en un pueblo desarbolado. El madroño del ventanal de nuestra casa nos muestra los cambios estacionales, la fenología de los días y las semanas. En él vemos su capacidad para tener flor y fruto a la vez, convertido en un atractivo para decenas de especies. Desde los abejorros carpinteros que roban el néctar perforando sus corolas, a las numerosas aves que buscan insectos más menudos de los que alimentarse o aquellas que prefieren picotear sus frutos o simplemente aprovechar la sombra.  En una misma mañana se mueven por sus ramas herrerillos, carboneros, petirrojos, reyezuelos, mirlos, arrendajos, agateadores, trepadores, picapinos, pico menor, urracas… cada uno con sus hábitos y sus cantos. Se convierte así el árbol en un lugar de aprendizaje, con nuevos conocimientos en cada observación. A la calidad de vida que aportan sus cantos se une la actividad neuronal que implica cada nueva enseñanza y el demostrado beneficio psicológico de la visión del verde.

Este madroño nos reporta así mismo una sombra que reduce en 15ºC la temperatura de la casa en verano, aumenta y mucho la humedad del ambiente en el estío.  A ello habría que añadir que su copa funciona como una pantalla acústica que baja 20 decibelios el ruido exterior, y sirve de parapeto a los humos de los tubos de escape.

Cuando las personas ven un árbol tienen que entenderlo como microcentros de atención primaria, que nos previenen de varias enfermedades. Pero el común de la sociedad sólo repara en la estética, el ornato y esta visión los hace prescindibles o sustituibles, como una farola o un banco del parque.

La observación atenta de los árboles nos forma en la paciencia, en el detenimiento, capacita nuestros cinco sentidos. Este hecho es crucial en el momento tecnológico actual, cuando fundamentalmente se percibe la realidad a través de lo que vemos u oímos en las pantallas digitales. La sociedad pasa más tiempo contemplando dichas pantallas que los árboles y esta circunstancia es “antinatural”.

Dibujo de un nido de pájaro moscón, en el cuaderno de campo de Alcanduerca.

  • La señora Cenci, imagino que vecina tuya, miró hacia la sierra y te dijo: «Mira cómo gatea la niebla». Es todo un haiku popular. ¿Cómo de importante es la poesía para las personas?

La gente, en general, le tiene miedo o respeto a la poesía. Creen que no van a entender lo que leen y la poesía sobre todo hay que sentirla. Podemos compararlo con la contemplación de un paisaje de montaña. Puede que no entendamos de geomorfología ni de tectónica de placas, pero si tienes delante el valle de Añisclo o el circo de Gredos reconoces su belleza. No es necesario realizar una interpretación geológica para disfrutarlos. Luego está el gozo intelectual, que decía Jorge Wagensberg, una dimensión más que añadir a ese disfrute cuando le añades la ciencia o las artes a la experiencia, pero no es imprescindible para saborear un paisaje o un poema. Por añadir un símil más habitual, reconocemos un buen vino en el primer trago, aunque no tengamos ni idea sobre la variedad de las uvas que lo conforman o la añada a la que pertenece.

En los pueblos hay mucha poesía en sus gentes, porque hablan con un lenguaje pegado a la tierra, muy descriptivo. Hoy en día, su castellano es rico y diverso, como lo son sus paisajes, hecho que percibo menos en la ciudad. La señora Cenci, amiga del pueblo, con sus más de 80 años me cuenta cómo se recogían las lágrimas que sueltan la parras cuando las podaba para sanar los ojos. Lágrimas que sanan ojos ¿No es poético?

Si colocas a una persona frente a un robledal y le pides que describa en frases breves lo que está ocurriendo en ese momento, al leerlo, uno percibe que lo escrito es muy lírico. Tendrá más o menos estilo, pero es poético. Y a medida que redundas en el hábito de escribir y de leer, tu lenguaje será más extenso y tu mundo con él. «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo» decía el filósofo Ludwig Wittgenstein. Y no hay que tenerle miedo a ampliar esos límites, con ello nuestros días serán más gratos y nuestro mundo más extenso.

Cuaderno de campo del Herbario Sonoro de Raúl de Tapia para «El bosque habitado».

  • El escritor Javier Morales ha dicho de ti que gracias a tu doble vertiente de naturalista y poeta eres capaz de cultivar los bosques y las letras con igual pasión. ¿Sin pasión no hay ni arte ni ciencia?

¡Qué gran humano es Javier Morales! Te diría que sin pasión no hay vida, o es más aburrida. No entiendo el mundo sin pasión. Soy biólogo vocacional, apasionado de la flora, de la fauna y de todos los procesos vitales que provocan. El estudio de la vida, significado de la palabra biología, es la mayor aventura a la que enfrentarse y una manera de habitar el mundo. Cada día se descubren decenas de fenómenos apasionantes en la ciencia. Como la historia del tejo de Fortingall en Escocia, que, después de muchos siglos teniendo sólo flores masculinas, añadió hace unos años flores femeninas a sus ramas. Un cambio para adaptarse a las condiciones de su entorno y poder tener descendencia y sobrevivir. O el relato de los Kauris, árboles de Nueva Zelanda cuyas raíces presenta un ensamblaje hidráulico para transferir agua entre los ejemplares que integran su bosque y fortalecerlo. Estas realidades son emocionantes y vienen a dar respuesta, desde la ciencia, a los versos de Benedetti cuando escribía: Seguro que los diarios/ no lo preguntarán/ los árboles/ ¿serán acaso solidarios? Creo firmemente que la ciencia es poesía demostrada.

Y al igual que la ciencia es apasionada ¿Cómo no lo van a ser las artes? Un día, conversando con la poeta uruguaya Ida Vitale junto al río Tormes, le hice una pregunta en su relación con las plantas, por qué le gustaban tanto y me respondió: «Son tan tentadoras…» Llevo treinta años en el oficio de la botánica y aunque pasen otros treinta no sería capaz de dar una respuesta de tal profundidad. Tiempo después, en un recital le hice un regalo con estas palabras: «Ida, te traigo de presente un herbario, pero no lo he elaborado yo, lo ha hecho un ave». Al abrir la caja y ver su contenido respondió: «¡Pero si es un nido! Yo no sé leer un nido, tendré que aprender, hay tiempo». A sus 100 años sigue apasionada y con ganas de seguir aprendiendo.

Creo que ambos encuentros dan una respuesta a tu pregunta y por ello creamos desde la Fundación Tormes – EB el proyecto Arte Emboscado, una vía de trabajo para dar a conocer la naturaleza, la biodiversidad y sus necesidades a través de la escultura, la danza, la poesía, la literatura, la música o el muralismo. Gracias a todas estas disciplinas hacemos llegar a personas sensibles con las artes los mensajes y reflexiones ambientales que creemos necesarios, informaciones y emociones que han de interiorizar para después actuar en consecuencia.

Raúl de Tapia regalando un nido a la escritora uruguaya Ida Vitale.

  • Te imagino escribiendo este libro concentrado en esos «apuntes al natural» que conforman esta obra, un cuaderno de campo al más genuino estilo de Félix Rodríguez de la Fuente pero salpicado de poesía. ¿Se nos está olvidando escribir y dibujar sobre papel?

Sí y creo que es un problema. Se están publicando últimamente investigaciones que apuntan los beneficios de la escritura manual. Cuando escribimos a mano lo hacemos mejor, con más calidad, el texto está más pensado, más ordenado, más elaborado. Al menos esa es mi percepción, pero al consultar la bibliografía veo que está generalizada esta opinión. Los estudios nos cuentan que estimula la creatividad y facilita la concentración, mejora la capacidad para retener información a la vez que fortalece nuestra capacidad para resolver problemas.

Además, el ejercicio caligráfico es todo un “yoga minimalista”. Ver cómo el trazo surge de nuestra mano se convierte en un acto artístico. Yo destrocé mi letra cuando estudiaba la carrera. Al tener que escribir muy rápido para coger apuntes, tu caligrafía termina siendo una escombrera de vocales y consonantes maltratadas. Hace más de veinte años, un amigo botánico, Augusto Krause, que elabora unos excelentes pliegos de plantas herborizas con su destilada caligrafía, al ver la calidad decepcionante de mi letra me invitó/obligó a escribir a mano todos los días. La letra fue mejorando poco a poco hasta hoy, en que la escritura manual es para mí un placer y un sosiego. Se ha convertido en un acto íntimo excelente para mis neuronas.

Del mismo modo me ocurre con el dibujo. No creo que dibuje bien, pero disfruto haciéndolo. Pienso que la combinación del ejercicio caligráfico y las ilustraciones simples del natural dan como resultado un objeto estético que aprecio, ese cuaderno de campo o de viaje donde te ves reflejado. Recuerdo los primeros viajes a Doñana hace treinta años, cuando todo lo quería captar a través del objetivo de la cámara. Con el tiempo he sido consciente que aprendo más de la naturaleza cuando dibujo que fotografiando. Dibujar exige concentración, mucha atención al conjunto y al detalle. En los años que compartí amistad intensa con el maestro pintor Fernando Fueyo, nunca me enseñó a dar una pincelada, aunque me enseñó lo más importante, a contemplar con ojos de dibujante.

Es necesario dibujar todas las semanas como ejercicio mental. No hace falta que dibujemos bien, no es el resultado lo que tenemos que buscar, es el proceso. La cultura japonesa nos cuenta que una vez que hemos dibujado una planta, al verla de nuevo, repasamos mentalmente cada uno de los pasos y pinceladas para volver a reconocerla.

En este siglo XXI de inmediatez y celeridades se nos olvida que la cultura que nos hizo humanos, supuestamente pensantes, surge de la observación atenta, del cultivo de la tierra y del deseo de dejar su reflejo a través de los dibujos y las palabras.

Alcanduerca en pleno proceso creativo en el campo.

  • Eres un maestro de las miradas que convierte el detalle de lo natural en inmensidad contemplativa. ¿Se nos está olvidando mirar?

Indiscutiblemente sí, se nos está olvidando. Al menos a una gran parte de la población. Y de nuevo reitero que son las prisas y las pantallas sobre las que recae la responsabilidad. Gran parte de las personas con las que me relaciono reconocen la necesidad que tienen de parar, de llevar su ritmo de vida a otra velocidad. Pero no son capaces de hacerlo, el día a día les empuja, les atropella hasta que la salud les para (estrés, ansiedad, depresión…). Yo no me libro de las prisas, me incluyo en esta locura. Aun así, me he puesto obligaciones y límites diarios, entre ellos caminar una hora y media al día por la ribera del Tormes o tener encendido el móvil en un intervalo de tiempo limitado. He añadido últimamente 15 minutos de silencio absoluto. El silencio es “una especie en vías de extinción”. Todo ello juega en favor de mi salud y, por tanto, en favor de las personas con las que convivo y con las que trabajo.

La tecnología y la velocidad van de la mano. Los móviles, ordenadores, la inteligencia artificial nos permiten hacer más tareas en menos tiempo. Pero ello nos lleva a trabajar más, a rendir más que hace 10 años, sin estar asociada esa eficiencia con facilitarnos más tiempo para nosotros y los nuestros. Si hace una década hacíamos diez tareas en ocho horas hoy hacemos veinte. Estamos vendiendo nuestro tiempo a los “hombres grises” de Momo.

Con todo esto quiero transmitir que no tenemos tiempo para mirar detenidamente. Estamos perdiendo las aptitudes y las actitudes para ello, las destrezas para contemplar, que para mí es la observación atenta y reflexiva de lo que tenemos y nos ocurre alrededor. La mirada pausada nos permite, después, tener una visión más adecuada de lo que acontece, y nos facilita tomar decisiones más acertadas en lo personal y lo laboral.

Una metáfora visual de todo esto que comento se materializa, para mí, en los miradores al paisaje. Me explico. Se han creado miradores en lugares privilegiados, donde el paisaje presenta una visión extraordinariamente rica del territorio, es altamente bella por su potencia escénica o ambas variables a la vez. A estos rincones se acudía hace unos años con cierto esfuerzo, tenías que andar media hora o una hora y cuando llegabas invertías un buen rato en degustarlos, como decía Unamuno. Ahora se ha facilitado hasta el extremo el acceso, de forma que llegas al enclave en coche de manera inmediata y la mayor parte de las personas que están en el lugar lo ven a través de la pantalla del móvil. Tan sólo les dura en su memoria el tiempo de hacer un selfi y compartirlo. He visto “consumir paisajes”, que han tardado miles de años en crearse, en apenas unos segundos. Debemos revertir esta realidad. Permíteme la exageración, pero sería bueno retirarles a los visitantes el móvil en estos emplazamientos y darles un cuaderno de notas, una caja de pinturas, un sobre y un sello. Así compartirían con los suyos el paisaje que se han trabajado y en el que han invertido un tiempo para otros.

Nido en herbario, donde la ciencia se hace poesía demostrada.

  • Tu libro es un arboreto sonoro que suena. Y suena mucho. A pájaros, pero también a hojas, a agua, a las voces de los otros. ¿Nos estamos quedando sordos a los sonidos de la naturaleza?

Con el ruido que nos inunda tenemos unos privilegiados competidores, tanto en el medio urbano como en el rural.

El confinamiento fue un gran golpe con muchas realidades y una de ellas es el impacto acústico al que estamos sometidos. Recuerdo la primera mañana en la que ya no pudimos salir de casa como un silencio ensordecedor. Tan imperativo que pude percibir un sonido del que nunca fui testigo. Un cliqueo que oía desde la cama y que era incapaz de identificar. Salí a la ventana de mi ciudad con los prismáticos, a fin de localizar ese crujido extraño hasta que vi que procedía de un árbol, sin llegar a poner nombre a su autor. Entonces asomó la cabeza una paloma torcaz que resultó ser la autora, estaba rompiendo pequeñas ramas de una sófora para hacer el nido. Lo que yo escuchaba era el sonido de un nido al cuajarse, la hacerse…

En aquellos días del duro COVID hablé mucho por teléfono con Carlos de Hita. Me narraba lo que escuchaba y grababa en la Sierra de Guadarrama. Era la primera vez que no recogía en su grabadora el rumor constante de los aviones, la distorsión que aparecía siempre en los sonogramas. Y me confesó que, a pesar del tremendo desastre en el que vivíamos, era feliz (hasta cierto punto). Entonces estuvimos ante los paisajes sonoros que habían existido en nuestros pueblos, montes y ciudades hasta los años 20 del pasado siglo. Un paisaje sin motores.

Uno de aquellos días pude caminar por la Salamanca monumental mientras iba a la oficina. En la Plaza Mayor oí el retumbo de las palomas torcaces con un eco indescriptible. La percusión del aleteo devuelto por la piedra de Villamayor que compone la plaza. Fueron días muy trágicos, donde se producían estos instantes tan intensos que suponían una vía de escape.

Cuando mides el ruido en la ciudad ves que estamos sometidos a un nivel de decibelios tan insano como invisible. Sólo cuando te introduces en un jardín amplio el ruido baja a la mitad de su volumen (de 60 a 30 Db). Percibimos el sosiego por sustracción, es decir, cuando desaparece el ruido. Cuántas veces hemos escuchado a personas cercanas o a nosotros mismos decir cuando llegan a un bosque: ¡qué tranquilidad!  Notan esa tranquilidad por ausencia, por sustracción de toda molestia. El silencio es salud para el cerebro.

Hay que sacar tiempo cada día para los sonidos de la naturaleza, robárselo a las horas de televisión o de trasteo inútil con el móvil.

Por ello paseo por las riberas y los jardines todos los días. Por ese descanso al oído y a las neuronas que permite encontrarse con los reclamos de los verdecillos o con el trastear de los mirlos entre la hojarasca. Puede parecer un hecho excesivamente bucólico, pero repito, es SALUD con mayúsculas.

Raúl de Tapia es un apasionado admirador de los nidos de las pequeñas aves.

  • También hay muchos y agradables olores saliendo de estas páginas, a plantas medicinales, a rocío, a tierra. ¿Se nos ha olvidado olfatear el paisaje?

Creo que es el sentido más olvidado. Recordamos el treinta por ciento de todo lo que olemos, es la percepción con mayor recuerdo. Y no la practicamos o no tenemos la oportunidad de hacerlo. Los vehículos de las ciudades nos roban los sonidos de la ciudad y también los buenos olores.

No nos educan en el colegio para olfatear. Y este sentido ha sido crucial en la evolución de nuestra especie. Lo hemos utilizado durante más de 150 000 años para ayudar a identificar los frutos y plantas comestibles o para ser conscientes de que una carne o el agua estaban en mal estado.

En un documental francés, titulado “Aromas y sabores”, ponían a prueba a un grupo de escolares de 11 y 12 años para que identificaran una mermelada por el olor y el sabor. Dos tarros, recubiertos de papel negro para no ver su color, estaban rellenos con mermelada de fresa, una artesanal, hecha en casa con fresas naturales, y otra adquirida en las estanterías de un supermercado. Todos los escolares identificaron la mermelada del supermercado como mermelada de fresa, con la artesanal no lo tenían claro. El sabor está hermanado con el olfato y estamos siendo educados desde la industria en olores y sabores artificiales, que son un sucedáneo incompleto de la realidad.

Pero iré más allá. Nuestros paisajes y bosque tienen un olor propio del que la sociedad en general no es consciente. Pueden identificar el olor de una colonia o perfume, pero no diferenciar entre la identidad olfativa de una alameda y una fresneda o entre un robledal y un encinar.  Y estas esencias forman parte de nuestra memoria olfativa, de nuestra genética y las tenemos enclaustradas, olvidadas. Hasta que nos ponemos en contacto con ellas y vuelven a nosotros con el tiempo. Podemos recordar, por ejemplo, un paseo con nuestros padres al oler unos árboles frutales, o nos viene a la memoria unos instantes junto a un río de la juventud cuando nos exponemos al olor de las espadañas. Los olores pasan directamente desde la nariz al sistema límbico en el cerebro, donde se encuentran las emociones más primarias. Este proceso forma parte de nuestro “álbum de recuerdos”, de nuestra emotividad y es necesario que sigamos teniendo experiencias olfativas diversas para enriquecer nuestro cerebro y disfrutar con ello.

Raúl de Tapia en las montañas leonesas del Curueño.

  • Ya para terminar. Conservo como oro en paño el ejemplar de Alfanhuí que me regalaste hace años, con una pluma de cigüeña negra como delicado marcapáginas. ¿No es este libro de Sánchez Ferlosio la historia más mágicamente hermosa de la literatura española?

¡Qué razón tienes! Fuiste a la primera persona que regalé un ejemplar de este libro, de hecho, era el único ejemplar que tenía en aquel viaje. Y, cuando tiempo después, me contaste lo mucho que habíais disfrutado en casa con su lectura, decidí adquirir en los rastros ejemplares perdidos entre otros libros para tener un regalo para las personas sensibles.

Creo que es el más multisensorial de los libros que he leído y una gran terapia de creatividad. Lo releo cada dos o tres años y nutre encarecidamente mi inventiva. Uno no vuelve a ver de igual manera los gallos y los lagartos, los verdes y los cerezos después de haber leído Historias y andanzas de Alfanhui. Debemos a Rafael Sánchez Ferlosio un agradecimiento inmenso por esta obra inigualable. Este libro es sin duda la mejor síntesis de lo que hemos hablado en este rato y la recomendación más impetuosa que puedo hacer a quien nos lea, sin olvidar caminar por las riberas con el Arboreto sonoro.

Ficha técnica: Título: Arboreto sonoro. Anotaciones del natural. Autor: Raúl de Tapia (Alcanduerca). Prólogo: Rodrigo Cuevas y Guillermo Forcelledo. Editorial: Tundra Ediciones. ISBN: 9788419624000. Año de edición: 2022. Número de páginas: 144.

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