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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

¿Conoces el jardín (andaluz) más secreto de Madrid?

En estos tiempos de turismo global donde todo el mundo visita los mismos lugares para ver las mismas cosas hay todavía rincones secretos que se escapan a la masificación; espacios donde el tiempo se detiene y puedes sentirte un plácido viajero sin necesidad de salir de la ciudad.

Como disfrutar en el centro de Madrid de un jardín andaluz a medio camino entre los famosos de los Reales Alcázares de Sevilla y los archiconocidos del Generalife granadino. Si no has estado en este remanso de paz ya estás tardando. Se encuentra en la Casa Museo de Sorolla, abierto seis días a la semana y de entrada gratuita independiente, aunque ya que vas, por tan solo tres euros puedes disfrutar de las maravillas artísticas que esconden su interior.

A tan solo cinco minutos del paseo de la Castellana, en la calle General Martínez Campos, el Museo Sorolla ocupa la vivienda y taller del pintor Joaquín Sorolla y Bastida (Valencia, 1863 – Cercedilla, 1923), considerado una de las casas de artista más completas y mejor conservadas de Europa. Y su jardín, también diseñado por él en 1911, es un espectacular oasis en medio de la ruidosa ciudad.

A pesar de ser valenciano, el conocido como «pintor de la luz» admiraba Andalucía y su pasado musulmán, por lo que empujado por la fascinación historicista de esa época tratará de imitar en su casa los idílicos ambientes hispano árabes, algo que sin duda logró.

Así por ejemplo, la galería de entrada a la vivienda y que recibe al visitante recrea el jardín de la Troya de los Reales Alcázares de Sevilla, fuente andalusí de mármol incluida.

A la derecha se accede a una fuente y estanque enmarcado por surtidores, rodeado de un seto de boj, que automáticamente nos traslada a los jardines del Generalife, junto a la Alhambra de Granada. Al fondo, flanqueada por dos columnas rematadas por capiteles califales procedentes nada menos que de Medina Azahara, se alza la escultura de un togado procedente de la ciudad romana de Cástulo.

Un tercer espacio, junto a la rotonda del salón de la casa y cerca de la entrada a la tienda del museo, es la conocida como Fuente de las Confidencias, un lugar más sombrío pero igualmente bello. Al lado hay una agradable pérgola de influencia italiana donde Sorolla solía sentarse con su familia y hoy se sientan los turistas.

En esta casa y jardines vivió Sorolla los últimos diez años de su vida, alejado del bullicio de la calle. Un refugio apacible donde, igual hace un siglo que ahora, el visitante se relaja con el rumor de las fuentes, el murmullo de los árboles, el color y el olor de la vegetación, disfruta de los cantos de mirlos y carboneros garrapinos, e incluso puede espiar a los gorriones que se bañan alegres en el estanque.

Fuente de las Confidencias.

Árboles singulares

Otra de las agradables sorpresas de este sorprendente jardín es la existencia de viejos árboles y arbustos que fueron plantados por el propio Sorolla hace exactamente un siglo. Hay por ejemplo un bello Magnolio (Magnolia grandiflora) que por ser especie norteamericana imagino recuerda su intensa actividad artística en Estados Unidos. También hay un formidable Palmito elevado (Trachycarpus fortunei).

Me ha emocionado sentarme bajo nudosos arrayanes o mirtos (Myrtus communis) recogidos por el pintor en 1917 en la Alhambra de Granada y plantados personalmente por él en el jardín. Sus aromáticas hojas y ramas de embriagador aroma mediterráneo, sus delicadas florecillas blancas, te llevan directamente al poético Patio de los Arrayanes nazarí, pero también a la Antigua Grecia, donde se le tenía por símbolo clásico del amor y la belleza, y con cuyas ramas coronaban a sus campeones olímpicos. Como explica un bello poema árabe andalusí:

¿Acaso es el mirto otra cosa que aroma que se extingue arrojado al fuego?

Tampoco se olvidó el artista de plantar en este jardín otro de los grandes símbolos vegetales del mundo clásico, el Laurel (Laurus nobilis), con cuyas ramas en la antigua Grecia y Roma se tejía una corona como recompensa a poetas, deportistas y guerreros. De ahí viene precisamente lo de poeta laureado.

Otro árbol simbólico en tan romántico jardín es el Árbol del Amor (Cercis siliquastrum) que igualmente plantó aquí Joaquín Sorolla. Florece en marzo-abril, antes de que empiecen a salirle las hojas, tiñéndolo todo de un intenso color rosado con unas flores que, por cierto, están muy ricas comidas en ensalada. La especie es originaria del Oriente Medio y llegó a España de mano de los cruzados, por lo que también muchos lo conocen como Árbol de Judas, pues una leyenda supone que fue en uno de ellos donde se ahorcó el apóstol traidor. A mí sin embargo me gusta usar siempre su tercera denominación, Algarrobo loco, pues nada hay más loco que el amor.

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2 comentarios

  1. Dice ser velas masaje

    Me encantan este tipo de jardines tan privados, tienen un encanto muy especial, saludos por tan impresiónate articulo.

    10 septiembre 2017 | 12:23

  2. Dice ser Sol Moro

    Conozco el jardín, es una maravilla.
    Cuando voy a París visitó jardines y mercados, no monumentos masificados.

    10 septiembre 2017 | 21:55

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