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Estalla un cohete ucraniano-americano con motores soviéticos reciclados

La exploración espacial hace mucho tiempo que dejó de ser una carrera entre superpotencias para convertirse en otras cosas, como un esfuerzo compartido y un negocio globalizado. En el año 2014 no tiene mucho sentido hablar de éxitos de unos o fracasos de otros, o de una ya inexistente confrontación entre modelos públicos y privados.

Integración del carguero espacial Cygnus Orb-3 en el cohete Antares. Imagen de NASA / Wallops Flight Facility / Patrick Black.

Integración del carguero espacial Cygnus Orb-3 en el cohete Antares. Imagen de NASA / Wallops Flight Facility / Patrick Black.

Para situar en su contexto de qué estoy hablando, explicaré que estos párrafos vienen motivados por la explosión de un cohete estadounidense cuando despegaba ayer de la base de Wallops, en Virginia. Se trataba de una lanzadera Antares no tripulada construida para la NASA por la compañía Orbital Sciences y que llevaba en sus tripas la nave Cygnus Orb-3, un carguero espacial con forma de barril de cerveza que debía transportar unos 2.200 kilos de materiales, suministros y experimentos a la Estación Espacial Internacional (ISS).

Después de un retraso de un día a causa de la intrusión de un barco en la zona de seguridad en torno a la plataforma de lanzamiento, la cuenta atrás llegó a cero a las 6 y 22 minutos de la tarde del 28 de octubre, hora local. Los motores entraron en ignición y el cohete comenzó a elevarse. Pero unos seis segundos más tarde se produjo una explosión, el aparato cayó a tierra y entonces, según describió un testigo, fue como si todo el cielo ardiera. Según informó Orbital Sciences, el mecanismo de autodestrucción fue activado y probablemente se accionó antes de que el cohete tocara el suelo, lo que pudo contener el alcance de la explosión.

Dado que, casi coincidiendo con esta misión, otra similar rusa conseguía cumplir su objetivo de arribar a la ISS sana y salva, algunas voces se han alzado comparando el desempeño de las agencias espaciales de ambos países y de los supuestos modelos público y privado en la exploración espacial. Desde que la NASA canceló su programa de transbordadores tripulados, ha firmado una serie de convenios con compañías del sector aeroespacial para cubrir las necesidades de transporte de sus misiones no tripuladas, mientras que de momento sus astronautas deberán pagar asiento en las Soyuz rusas.

Es evidente que los programas espaciales estadounidense y soviético fueron esencialmente diferentes en tiempos de la carrera espacial. Ambos confiaban la tarea a agencias públicas, NASA y Roscosmos respectivamente, pero el modelo norteamericano hacía un uso intensivo de contratistas externos, mientras que en la antigua URSS, obviamente, todo quedaba en manos de la economía estatal, aunque fuera bajo nombres diferentes.

Todo esto ha cambiado en las últimas décadas. En la potencia del este existe desde el fin de la Segunda Guerra Mundial una compañía que desde 1954 se dedica a la ciencia espacial y que hoy conocemos como RSC Energia. Esta enorme corporación, que emplea a casi 30.000 personas, lo ha sido todo en el programa espacial ruso; es la responsable de los satélites Sputnik, de las naves y cohetes Soyuz y Vostok, de las estaciones Salyut y Mir, de las misiones Luna y Mars, del sector ruso de la ISS… En resumen, de todo, o casi.

Por supuesto, en tiempos de la URSS RSC Energia era de titularidad estatal, pero en 1994 se llevó a cabo una privatización parcial que dejó solo el 38% del capital en manos del estado. Así que, en la práctica, la exploración espacial rusa es hoy un monopolio fáctico en manos privadas. Como es bien sabido que al poderoso estado ruso no le gusta perder el control, en 2013 el gobierno lanzó ORKK (en su versión inglesa URSC, United Rocket and Space Corporation), una corporación destinada a renacionalizar el sector. Controlada al 100% por el estado, ORKK no solo absorberá decenas de compañías proveedoras y contratistas, sino que además comprará un paquete importante de RSC Energia.

Curiosamente, y para quien sienta tentaciones de comparación, conviene destacar que la primera fase del cohete Antares que explotó ayer sobre la costa de Virginia es de diseño ucraniano, y sus motores son de origen soviético. Se trata de dos propulsores NK-33 pertenecientes al programa de la URSS N-1F, que fue cancelado a comienzos de la década de 1970 tras el fracaso de los cuatro vuelos de prueba. Los dos motores fueron reacondicionados por la empresa Aerojet Rocketdyne y rebautizados como AJ-26. Sin embargo no hay motivo para dudar de la fiabilidad de estos propulsores, ya que desde abril de 2013 otros similares han lanzado ya cuatro cohetes Antares de Orbital Sciences sin ningún problema, y los de la misión malograda habían pasado las pruebas de certificación.

Tampoco Orbital Sciences es una empresa advenediza surgida al olor del reparto de dinero en contratos de la NASA. La compañía existe desde 1982 y cuenta con un sólido historial de proyectos y éxitos, incluyendo la construcción de satélites para la española Hispasat. En el sector espacial hay lugar para todos, públicos y privados, y a ninguna compañía le interesa suicidarse fabricando componentes defectuosos o cohetes que estallan. Estos fracasos han ocurrido, ocurren y ocurrirán a lo largo de la historia de la exploración espacial; y en muchos casos, pasados y futuros, las pérdidas no serán solo económicas.

Por si alguien se ha perdido el momento del lanzamiento del Antares y la explosión, dejo aquí no uno, sino cuatro vídeos del desastre grabados desde diferentes emplazamientos, uno de ellos desde un avión en vuelo.

Pasen y vean: la naturaleza es cruel (para nosotros)

Cuando los leones matan a sus víctimas antes de comérselas, no lo hacen por compasión, sino probablemente porque esta estrategia les resulta más ventajosa a la hora de alimentarse. Y sin embargo, parece que esta técnica de caza les ha granjeado ante los humanos una aureola de cazadores nobles y piadosos en contraste con la de otros depredadores, como las hienas, capaces de ir comiéndose una presa por el camino incluso cuando la mitad de la víctima aún lucha inútilmente por escaparse. A quien prefiera quedarse con la imagen de El rey león, los leones son los buenos y las hienas los villanos, le recomiendo encarecidamente que no vea estos vídeos de leones devorando presas vivas.

Sin ánimo de recrearme en un gore excesivamente desagradable, sino para mostrar cómo la naturaleza sobrevive a base de comernos los unos a los otros, traigo hoy aquí este vídeo que, incluso tratándose de insectos, no aconsejo para aquellos demasiado sensibles. En él se puede observar cómo una mantis, uno de los depredadores más eficaces del planeta, atrapa a una mosca con sus patas delanteras cubiertas de espinas y comienza a comérsela viva, empezando por la cabeza: primero devora su aparato bucal, prosigue con el cerebro vaciando su cavidad cefálica, y termina con los ojos hasta que no queda nada. Y todo ello con ese inquietante sonido en directo que nos hace agradecer el hecho de que no existan mantis de nuestro tamaño.

En este otro vídeo, una enorme sanguijuela de Borneo no descrita hasta ahora, y que ha recibido el apelativo de gigante roja, devora vivo a un enorme gusano de unos 80 centímetros. Tratándose de sanguijuelas y gusanos la escena puede repugnar intrínsecamente a algunos, pero por ser criaturas que nos inspiran menos ternura que un elefante o una gacela, resulta más tolerable desde ese concepto tan antrópico según el cual toda criatura debería tener derecho a ser rematada antes de ser devorada.

La naturaleza puede resultarnos cruel, pero solo es naturaleza. Se trata de sobrevivir, de comer o ser comido, aunque estas imágenes siempre nos resultan perturbadoras. En Kenya, mi lugar en el mundo, he tenido ocasión de asistir a algunos de esos espectáculos crueles de la naturaleza. Un sapo se retorcía en silencio tratando de liberarse inútilmente de la masa de hormigas siafu que le cubría mientras cientos de potentes mandíbulas iban desgajando su carne a bocados minúsculos pero extremadamente dolorosos, a juzgar por la pugna desesperada del pobre animal. Me impresionó tanto aquella visión que traspasé el relato a mi última novela, Tulipanes de Marte.

En otra ocasión pude observar cómo un marabú devoraba vivo a un flamenco en las orillas del lago Nakuru. El marabú, animal feo donde los haya pero cuyas plumas solían emplearse como adornos de lujo en sombreros y boas, es generalmente un carroñero que aprovecha los restos de los banquetes de los depredadores. Pero también es la gran rata alada de muchas ciudades africanas, donde se congrega en los vertederos de basura para rapiñar los despojos comestibles que encuentra entre los detritus. Los marabús también pueden cazar presas de pequeño tamaño, pero no es habitual contemplar cómo se comen a un animal grande vivo. En el Nakuru, donde suelen concentrarse grandes bandadas de flamencos, muchos de estos animales mueren; de viejos, pero también en oleadas masivas debidas a envenenamiento de las aguas del lago, por los vertidos de la ciudad cercana o por el crecimiento de algas tóxicas.

El flamenco caminaba trabajosamente por la orilla del lago, doblando sus articulaciones hasta que se venció bajo su peso y cayó con el vientre sobre la arena mojada. Ni siquiera el cuello podía sostener su cabeza. Era evidente que le quedaban apenas unos minutos de agonía, pero entonces apareció el marabú, se plantó a su lado y comenzó a asaetearle con su pico afilado en el dorso, entre las alas. Mientras el marabú iba arrancando jirones de carne y vísceras bañados en sangre, al flamenco apenas le quedaba vigor para tratar de sacudir sus alas. El penoso espectáculo continuó hasta que el infortunado flamenco dejó de moverse y el marabú pudo concluir su almuerzo. No tengo un vídeo del momento, pero dejo aquí una foto.

Un marabú devora un flamenco enano aún agonizante en las orillas del lago Nakuru (Kenya). Imagen de Javier Yanes.

Un marabú devora un flamenco enano aún agonizante en las orillas del lago Nakuru (Kenya). Imagen de Javier Yanes.

Termina la semana Nobel, esos días tan entrañables…

¡Aaah, no hay nada como saborear las viejas tradiciones! Finaliza la semana de los premios Nobel con ese hogareño regusto al café molido en aquel viejo molinillo de la abuela: ningún español gana un Nobel de ciencia y todo el que es alguien ya conocía al galardonado en Literatura antes del premio (¡cómo no, Patrick, genial escritor!). El de Economía no se conocerá hasta el lunes, pero… ¡esperen, no me lo digan! A que va a ser un prestigiosísimo economista elogiado por todos los expertos, pero a quien nunca se le pedirá que explique cómo sus estudios han contribuido a mejorar el bienestar de la humanidad (algo que invariablemente parece suponerse a los ganadores de los premios científicos).

Para conmemorar el momento, nada mejor que celebrar la propia ciencia regresando a sus raíces, a lo que nos deja con la boca abierta, recordándonos lo que nos empuja a descubrir cómo funciona la asombrosa naturaleza que nos rodea. Hoy recojo aquí un puñado de vídeos que nos muestran algunos experimentos y descubrimientos que nunca ganarán un Nobel. Pero molan.

Comenzamos con un clásico que a muchos recordará a aquellos quimicefas de nuestra infancia. Al sumergir alambres de hierro en una solución de sulfato de cobre, los átomos del primero se disuelven cediendo sus electrones al cobre y uniéndose a los iones de sulfato, mientras que el cobre recoge los electrones del hierro, precipita y se vuelve sólido. Es una reacción de desplazamiento por oxidación y reacción, o redox, que finalmente produce cobre metálico y sulfato de hierro. El resultado es un bonito bosque de cristales que puede adoptar muchas variantes según la forma del material utilizado.

¿Quién no ha oído hablar de la reacción entre los caramelos Mentos y la Coca-Cola? Este experimento casero es ideal para entretener a los niños en un cumpleaños con algo de ciencia recreativa. Yo lo hice en una ocasión en una fiesta de mis hijos, y el resultado fascinó tanto a los peques que agradecí haber comprado reservas de sobra, porque el exigente público, completamente entregado, continuó pidiendo bises hasta que se me agotó el material. El vídeo que aparece aquí es el récord mundial, conseguido en Cincinnati, Ohio, en 2007, con la participación de medio millar de personas.

Señoras y señores, ante ustedes, la moneda que tirita de frío cuando se la clava en un bloque de hielo seco (también llamado nieve carbónica). En realidad no se trata de una tiritona del pobre John F. Kennedy, sino de un efecto provocado por una corriente de gas. El hielo seco está compuesto por dióxido de carbono (el que las plantas se comen de día y desprenden de noche) congelado a unos 80 grados bajo cero. Cuando el calor de la moneda se transfiere al hielo, este se sublima, se transforma directamente en CO2 gaseoso, y la corriente que crea produce el movimiento.

El efecto que sigue fue muy popular como juego pirotécnico hace décadas, hasta que su extrema toxicidad obligó a retirarlo del mercado. Se trata de la conocida como «serpiente del faraón». La descomposición del tiocianato de mercurio(II) por el calor produce un sólido serpenteante que crece y crece como si surgiera de la nada. El resultado es una especie de churro con aspecto de torrezno o de costilla asada, y fue precisamente su apariencia de algo comestible la que indujo a varios niños a comerlo, con trágicas consecuencias.

Terminamos con un espejismo marino que no es tal, sino un efecto óptico causado por un increíble animalillo llamado zafirina o zafiro de mar, perteneciente a un grupo de crustáceos llamados copépodos que a menudo parasitan a otras especies. El zafiro de mar despliega esos espectaculares destellos azules debido a que sus células poseen microscópicas láminas de cristal tan próximas entre sí como la longitud de onda de la luz azul. Es decir, no se trata de ningún pigmento; no es un color real, sino un efecto debido a las características ópticas de la estructura. A menudo sus tonos varían del azul al dorado, lo que ocurre solo en los machos. Las hembras viven parasitando a un tipo de medusa y no muestran estas brillantes tonalidades, pero en cambio tienen grandes ojazos sensibles al color, por lo que quizá utilizan este rasgo de los machos para encontrar pareja. Como el animal es muy pequeño para nuestra escala humana –solo unos milímetros– y por tanto difícil de distinguir, a menudo los buceadores creen estar alucinando cuando comienzan a ver chispazos de colores donde aparentemente no hay nada.

Pasen y vean a la increíble mosca hinchable, el pulpo andante y las hormigas forzudas

No por suerte ni por casualidad, sino por una lógica evolución –en este caso la del ser humano–, las fieras y otros animales están desapareciendo progresivamente de los circos. Hoy se ve difícil que un niño conlleve los sufrimientos circenses que narra el Dumbo de Disney (película estrenada en 1941 y adelantada a su tiempo) y pueda al tiempo disfrutar de las forzadas monerías de sus parangones en la vida real.

Este comentario sirve para introducir la idea de que la naturaleza es el verdadero circo donde los animales no dejan de sorprendernos con comportamientos inéditos e insólitos nacidos simplemente de su instinto y de la adaptación evolutiva. Incluso con el gran volumen de conocimiento que hemos acumulado a estas alturas de nuestro progreso científico, nuestros primos del reino animal continuamente dejan boquiabiertos a investigadores y observadores casuales. Y gracias a la facilidad con la que hoy se puede capturar un vídeo y difundirlo, también a nosotros. Para muestra, hoy reúno aquí tres enjoyados botones. Pasen y vean.

El primero de ellos muestra el desgarbado garbeo de un pulpo fuera del agua en la reserva marina Fitzgerald, en la costa de California (EE. UU.). Los visitantes tuvieron ocasión de grabar la grotesca caminata del animal, que depositó frente a ellos los restos de un cangrejo antes de deshacer el camino y regresar al elemento en el que no parece el alienígena de Men in Black disfrazado con el pellejo del tipo al que acaba de matar. Los pulpos son animales que nos resultan familiares (y sabrosos), pero que aún nos revelan secretos sorprendentes. Hace unos días, investigadores del Instituto de Investigaciones Marinas del CSIC divulgaban la grabación en vídeo del canibalismo en los pulpos, un comportamiento observado ahora por primera vez en la naturaleza.

El segundo vídeo nos muestra la cara más punk de la metamorfosis. A cualquiera que piense en esta palabra le vendrán a la mente, tal vez, un par de famosas obras literarias y ese proceso natural que extrae la etérea belleza de una mariposa a partir de la humilde vulgaridad de una oruga. Seguramente la transformación de una larva de mosca –una de las criaturas que colectiva y popularmente solemos conocer como gusanos de la carne– en un insecto romperá la magia de la oruga y la mariposa, pero es pasmoso observar cómo la mosca aprovecha que su cutícula exterior aún es maleable para inflarse a medida que escapa de la dura crisálida hasta alcanzar su tamaño adulto, hinchando la cabeza hasta casi expulsar los ojos como esos muñecos que se aprietan. Absténganse quienes sientan repugnancia por los bichos.

Contra el mal... ¡la Hormiga Atómica! Imagen de Hanna-Barbera / Wikipedia.

Contra el mal… ¡la Hormiga Atómica! Imagen de Hanna-Barbera / Wikipedia.

Por último, el más difícil todavía. Recientemente, el entomólogo y fotógrafo estadounidense Alex Wild publicó en su blog Myrmecos un vídeo que documenta cómo las hormigas del género Leptogenys forman largas filas, mandíbula con abdomen, para transportar una presa voluminosa, un milpiés. Wild rebuscó en la literatura científica sin encontrar ninguna referencia a este prodigioso comportamiento. La entrada en el blog de Wild recibió respuesta por parte del experto mirmecólogo Christian Peeters, quien había observado esta misma y rara conducta en Camboya cuatro años antes. Peeters dijo haber tratado de describir formalmente este esfuerzo colectivo de las hormigas en un artículo científico, pero no fue capaz de localizar más ejemplos, sin los cuales el fenómeno no puede pasar de ser carne de YouTube a convertirse en ciencia. «Parece ocurrir solo en ciertas épocas del año», escribía Peeters. Por su parte, Wild logró encontrar otro vídeo procedente de un apicultor camboyano.

Pasen y vean cómo se hace una cesárea a una tortuga

Toda opción evolutiva tiene sus ventajas, pero también sus problemas de intendencia. Cuando los animales pasamos de ser sacos con una abertura que servía para todo (lo que técnicamente se llama un caraculo) a ser tubos con entrada y salida, hubo a partir de entonces opiniones discrepantes. Algunos optamos por una solución más refinada y decidimos separar el baño de la sala de recreo, mientras que otros, como aves y reptiles, prefirieron un orificio único para gobernarlo todo. Como castigo a su desidia higiénica, los humanos, la sola especie que pone nombres a otras y a sus cosas (o al menos, que pone nombres y además edita la Wikipedia), decidimos denominar a su orificio «cloaca».

Dentro de aquellos discrepantes, las tortugas escogieron además otra opción aún más audaz. Del almacén de piezas de la naturaleza, eligieron una armadura que las protegiera de las dentelladas de sus enemigos. Sabia decisión, de no ser porque una estructura tan rígida acarrea otros efectos secundarios indeseables. El caparazón es una cárcel, pero como en todas las cárceles, acaba siendo más fácil entrar que salir. No recuerdo a quién oí decir aquello de que, para las mujeres, parir es como tratar de sacar un hipopótamo de un buzón de correos (no electrónico) por la ranura de las cartas. La comparación es más acertada en el caso de las tortugas. El cuerpo de las mujeres, al fin y al cabo, es elástico, y la única limitación es el tamaño del canal del parto, el hueco interior que dejan los huesos de la cadera. Pero una tortuga es realmente un buzón de correos.

Los animales ovíparos pueden padecer un síndrome llamado retención de huevo. En ocasiones, un huevo se queda atascado en la cloaca y no encuentra el camino para salir. Esto puede ocurrir por varias razones, incluso por un comportamiento voluntario si el animal no ha nidificado y no encuentra un entorno acogedor para echar su bebé al mundo. En todos los casos es un trance serio que puede provocar la muerte de la madre, sobre todo cuando otros huevos que vienen detrás tratan de enfilar la salida de los oviductos y se produce un embotellamiento de tráfico. Pero es que además, en las tortugas, la rigidez del caparazón agrava el problema porque el cuerpo no puede expandirse, lo que reduce el espacio vital interior del animal hasta que muere. Y es imposible sacar al hipopótamo por la ranura de las cartas. Hay que romper el buzón.

Eso es exactamente lo que muestra el vídeo que sigue. En el caso de la tortuga, la operación de cesárea no se practica con bisturí, sino con una sierra de las de abrir cráneos. La idea es tan simple como atracar un banco: abrir un butrón en la caja fuerte, sacar el botín y volver a cerrar sin que se note. La intervención se realizó en el Street Road Animal Hospital de Pensilvania (EE. UU.). Viendo las imágenes, hasta uno mismo respira mejor después de comprobar todo lo que le sacaron de dentro al pobre reptil.

Más viajes alucinantes: 300.000 habitantes moleculares en la conexión de una neurona

Si pudiéramos dividir un milímetro en mil partes iguales, en cada una de estas secciones cabría uno, o quizá varios empalmes entre neuronas. Sin embargo, al contrario que en los cables eléctricos, en las fibras nerviosas no existe contacto directo entre los dos extremos, sino que entre ellos queda un diminuto hueco, tan fino como dividir 50 veces esa milésima de milímetro. Pero aunque la brecha sea diminuta, para el impulso eléctrico es un abismo. En el extremo de la neurona, la electricidad se transforma en una señal química que se vierte a ese espacio minúsculo y lleva el mensaje hasta el otro extremo, donde vuelve a convertirse en potencial eléctrico que continúa su camino a lo largo de la siguiente fibra. Esto es una sinapsis. El lugar donde se produce se llama terminal o botón sináptico; y si lo aislamos del resto de la neurona, tenemos un sinaptosoma.

Recientemente comenté aquí dos vídeos (uno y dos) que recreaban el paisaje interior de la célula y que mostraban la inmensa y estupefaciente complejidad de esa microscópica maravilla repetida en nuestro organismo quizá unos 37 billones de veces. Uno de esos dos vídeos mostraba el funcionamiento de una sinapsis, pero no dejaba de recurrir a una cierta simplificación idealizada para hacer más manejable el resultado final. Ahora, un equipo de investigadores de la Universidad de Gotinga y el Instituto Max Planck, en Alemania, ha emprendido el trabajo exhaustivo de modelar en tres dimensiones un sinaptosoma de rata combinando múltiples técnicas de imagen y análisis molecular. El resultado es la recreación de un apabullante planeta celular en el que viven unas 300.000 proteínas, cada una con su localización y estructura reales, como en esas épicas batallas creadas por CGI (imágenes generadas por ordenador) con miles de personajes individuales que hemos podido contemplar en la saga de El señor de los anillos de Peter Jackson.

El estudiante de doctorado Benjamin Wilhelm y sus colaboradores, bajo la dirección del neurocientífico Silvio Rizzoli, se han centrado en el proceso de reciclaje de las vesículas de neurotransmisores. La transmisión de la señal química a través de la sinapsis se produce gracias al vertido al exterior de moléculas como el glutamato, la dopamina, la serotonina, la epinefrina o la histamina, todos ellos neurotransmisores. Dentro de la célula, esos componentes viajan envueltos en bolsitas que se fusionan con la membrana externa de la neurona para volcar su contenido al exterior. Después, en un ejemplo de buen aprovechamiento de los recursos celulares, las vesículas vuelven a crearse a partir de la membrana de la neurona, reciclando algunos de los neurotransmisores.

El trabajo de los investigadores, publicado ayer en la revista Science, incluye un vídeo que presenta el sinaptosoma con una resolución a nivel atómico nunca antes vista, y en el que algunos elementos se van añadiendo y ocultando para facilitar su comprensión. He aquí el resultado, y procuren no parpadear, porque se perderán algo:

Pasen y vean cómo un mamífero sale de un huevo

La vida urbana hace que, para la mayoría, ya sea insólito ver salir de un huevo algo que no sea… un huevo crudo. Pero si del huevo nace un mamífero, se trata de un espectáculo natural que difícilmente llegaremos a ver en vivo alguna vez. Por suerte, podemos recurrir al vídeo. Contemplen esta hermosa rareza:

Esta monada es un equidna. Después de unos 10 días de incubación, la criatura rompe la cáscara gracias a un diente similar al que tienen muchos otros animales ovíparos para abrirse paso fuera de su claustro. Cuando el huevo eclosiona, la cría aún está a medio hacer, como ocurre con los marsupiales. Pero al contrario que en estos y que en los mamíferos placentarios, como nosotros, la hembra carece de pezones, algo que encaja maravillosamente –evolución en acción– con el hecho de que el diente del lactante podría herir a la madre al mamar. Los equidnas son mamíferos en toda regla, pero no maman, sino que más bien sorben. Las glándulas mamarias de la madre se abren directamente a la piel en dos campos mamarios, de los cuales el pequeño chupa la leche como un diminuto aspirador vivo, llenando su estómago que se transparenta a través de la piel. Cuarenta días más tarde, nuestro campeón tendrá este aspecto:

Los equidnas, de los que hoy existen cuatro especies, comparten con los ornitorrincos un orden exclusivo: los monotremas, los únicos mamíferos que ponen huevos. La historia de este grupo se remonta a hace unos 220 millones de años, cuando abandonaron la rama de los mamíferos que daría lugar a los marsupiales y a los placentarios como nosotros. Actualmente los monotremas solo se encuentran en Australia y Nueva Guinea, donde se las han arreglado para sobrevivir hasta nuestros días conservando rasgos primitivos del ancestro común del que descienden mamíferos, reptiles y aves. Con estos dos últimos grupos no solo comparten la reproducción ovípara, sino también la cloaca, un único orificio corporal (de donde procede su nombre de monotremas) para todo aquello que nosotros tenemos repartido en dos (hombres) o tres (mujeres).

Pero las excentricidades de los monotremas no acaban ahí. Hasta donde se sabe, son los únicos mamíferos terrestres con receptores de electricidad en el hocico. Los machos poseen un sistema de veneno formado por espolones en las patas traseras conectados a glándulas de toxinas que se activan en la época de cría. En los equidnas este mecanismo se ha atrofiado, pero los ornitorrincos pueden picar y, según dicen, duele. ¿Y qué decir del pene de cuatro cabezas del equidna? Digno de verse.

Los monotremas son un tesoro evolutivo en el que los científicos descubren el rastro de la historia natural y averiguan qué adaptaciones han permitido a estos animales pervivir a lo largo de millones de años en un mundo dominado por mamíferos aparentemente mejor preparados, al menos cuando nacen. Tal vez parte de su éxito consista en que sus posibles competidores están igualados con ellos: el resto de mamíferos nativos de Australia son en su mayoría marsupiales, de aparición más tardía que los monotremas pero que, como estos, traen al mundo crías aún sin formar.

Pero además, los monotremas han inventado sus propias estrategias de supervivencia; por ejemplo, el hecho de carecer de pezones supone un inconveniente, ya que estos permiten dispensar la leche directamente desde el cuerpo materno hasta el tubo digestivo de las crías, evitando que los microbios del exterior puedan contaminar el alimento y el organismo del bebé, cuyo sistema inmunológico aún es demasiado tierno. Investigaciones recientes han demostrado que la leche de las madres equidnas contiene una proteína exclusiva llamada EchAMP que actúa como antibiótico natural. Y sorprendentemente, esta proteína es inofensiva para los microorganismos beneficiosos de la flora intestinal del equidna. Este mismo mes, un nuevo estudio publicado en la revista Glycobiology revela que además la leche es rica en unos azúcares que son resistentes a la degradación por las bacterias, evitando así que el alimento se estropee.

Los pájaros, esos genios desconocidos

«Nat escuchó el sonido desgarrador de la madera al astillarse y se preguntó cuántos millones de años de memoria estaban almacenados en aquellos pequeños cerebros, tras los picos punzantes y los ojos penetrantes, dándoles ahora este instinto de destruir a la humanidad con la diestra precisión de máquinas. ‘Fumaré ese último cigarrillo’, dijo a su mujer. ‘Estúpido de mí; es lo único que olvidé traer de la granja’. Lo agarró y encendió la radio silenciosa. Arrojó el paquete vacío al fuego y contempló cómo se consumía».

Así termina uno de los relatos más inquietantemente pavorosos de la literatura universal: Los pájaros, de Daphne du Maurier, en el que Hitchcock se inspiró para la igualmente soberbia película que respetó el concepto original de la autora inglesa: no hay explicación para el ataque. Simplemente ocurre, y ya está. Quizá la clave del terror que suscita ese incomprensible comportamiento agresivo de las aves reside precisamente en el desconocimiento de las criaturas con las que el ciudadano medio convive a diario sin prestarles la menor atención. Forman parte de nuestro paisaje doméstico, pero son fauna salvaje. Comen de nuestra mano, pero no los poseemos. Sabemos que están ahí, pero no los conocemos. «Viven a nuestro lado, pero solos», escribió el poeta victoriano Matthew Arnold. Y tal vez sea por su condición de únicos descendientes vivos de los dinosaurios, exhibiéndose elusivamente ante nosotros con la hechura de pequeños T-rex; o quizá porque envidiamos la insultante facilidad con que logran algo que para nosotros requiere el uso de prótesis tan aparatosas como un Boeing 747. No estoy seguro del porqué; pero a algunos las aves nos fascinan.

Salvo a quienes somos adictos a la naturaleza, mi sensación es que los pájaros no suelen interesar gran cosa en este país. Sirva como pequeño muestreo personal que, en los 14 años que llevo respondiendo consultas sobre safaris en Kenya a través de mi web Kenyalogy.com, son muy pocos quienes han mostrado algún interés por las aves cuando se disponen a viajar a una región del globo que es una meca de la ornitología. En Reino Unido, algunas agencias de viajes ofrecen exclusivamente safaris ornitológicos. Pero esto no resulta extraño en un país con mayor tradición naturalista que el nuestro, donde el 48% de los hogares proporciona alimento a los pájaros y cuyos jardines albergan 7,4 millones de comederos y 4,7 millones de cajas nido en un total de 12,6 millones de viviendas, según un estudio británico a escala nacional. Mientras, en España, parece que ni siquiera hay datos, según me cuentan mi compañero bloguero César-Javier Palacios, miembro veterano de la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife), y mi colega Pedro Cáceres, responsable de prensa de esta misma organización. Como simple ejemplo y hasta donde sé, las dos cajas-nido y el comedero de mi jardín son los únicos recursos para visitantes alados en la calle donde vivo, que linda con el campo.

El desinterés por los pájaros en este país se cobra su peaje en pérdida de nuestra biodiversidad. Una muestra: hace cinco años un estudio en la revista Current Biology descubrió que las poblaciones septentrionales de curruca capirotada (Sylvia atricapilla), que crían en Centroeuropa y emigran al sur para sus vacaciones invernales, están cambiando el sur de España por Reino Unido para la temporada de frío. La razón que aportaban los investigadores no puede ser más obvia: en el sur de Europa, estas aves malviven en invierno a base de los insectos y frutos que pueden recolectar, mientras que en las islas británicas encuentran toda una oferta de comederos privados digna de una versión aviaria de la guía Michelín. Probablemente incluso las abundantes currucas que viven todo el año en España huirían al norte espantadas si supieran que en este país las hemos conocido popularmente por otro nombre: pajaritos fritos (hoy prohibidos pero que, según ya comentó César-Javier, aún se sirven ilegalmente).

Pero además del misterio de su vuelo, los pájaros poseen también otra cualidad desconocida para muchos, que aumenta su atractivo y contradice una expresión anglosajona utilizada para calificar a alguien como estúpido: bird-brained, literalmente «cabeza de pájaro». En castellano tenemos un equivalente: cabeza de chorlito, que mi también compañero Alfred López ya comentó en su blog. La sorpresa es que estas expresiones no hacen ninguna justicia a la realidad: algunos pájaros se cuentan entre los seres más inteligentes que la ciencia ha podido estudiar. En concreto, las habilidades de los cuervos de las islas de Nueva Caledonia (Corvus moneduloides) para fabricar y emplear herramientas en la resolución de problemas complejos superan incluso a los chimpancés. Los cuervos utilizan palos y fabrican anzuelos, perfeccionando su técnica y transmitiendo las mejoras a otros miembros del grupo y a las nuevas generaciones. Emplean herramientas para obtener otras herramientas. Como en la fábula de Esopo El cuervo y la jarra, arrojan piedras dentro de un tubo con agua para que suba el nivel del líquido y así alcanzar la bebida con el pico, una capacidad de relacionar causa y efecto que iguala la de un niño de siete años. Y el más difícil todavía: un vídeo, antes en la web de la BBC y ahora no disponible, documentó cómo estos astutos pájaros situaban las nueces en la trayectoria de las ruedas de los coches para que las cascaran, y luego esperaban con los demás peatones a que el semáforo cambiara para recuperar su comida sin peligro de atropello.

Seguramente estos estudios no han hecho más que certificar habilidades ya conocidas desde antiguo, y que se añadieron al aspecto solemne y algo siniestro de los cuervos para convertirlos en guardianes de la Torre de Londres y en protagonistas de otras supersticiones, en mensajeros de lo sobrenatural y en imprescindibles del género gótico, como aquel pájaro que erizaba el vello de la nuca a los lectores de Poe cuando susurraba «nunca más…». Pero si la inteligencia de los cuervos es algo excepcional o por el contrario un caso común entre los parientes de su clase, es algo que la ciencia aún deberá verificar. Como prueba sugerente dejo aquí el vídeo que ha motivado este artículo y en el que una garcita verde (Butorides virescens), especie nativa de América, aprovecha el pan arrojado por los humanos como cebo para pescar. Temblad, terrícolas: en el mundo hay 9.993 especies de aves, muchas de ellas seriamente amenazadas de extinción, que suman entre 200.000 y 400.000 millones de pájaros. O sea, unos 50 por persona. Mejor que los tratemos bien.

Viaje alucinante a codazos: la célula está atestada y el roce hace el metabolismo

Hace una semana publiqué aquí un vídeo que nos sumergía en la intimidad de un leucocito, o célula blanca de la sangre, como si surcáramos sus tripas a bordo de un minisubmarino. En el comentario que escribí entonces dejé caer, sin más explicación, que la visión ofrecida en la película seguía teniendo un cierto componente de idealización fantástica. Hoy explicaré el porqué. En La vida interior de la célula, la gruta acuática encerrada dentro de la membrana celular aparecía despejada y diáfana, solo inteferida por las jarcias del citoesqueleto –el andamiaje celular– y por las especies moleculares que se mostraban, y que ejecutaban su papel ante nuestros ojos casi con elegantes pasos de danza.

Pero la realidad es mucho más cruda y embrollada. Para empezar, y aunque es difícil imaginar qué aspecto tendría el paisaje real del interior de la célula si nosotros mismos tuviéramos el tamaño de una molécula, lo cierto es que la concentración de proteínas se asemejaría más a una de las habituales manifestaciones en el centro de Madrid. Y no precisamente de las pacíficas: el metabolismo, término que popularmente se suele asociar a la alimentación pero que en realidad engloba todas las reacciones bioquímicas de las células, ya sea para engordar, pensar o reproducirnos, ocurre gracias a que unas proteínas se acoplan con otras. Pero las moléculas no tienen ojos, ni pueden citarse a tal hora en el oso y el madroño. Es decir, que para que se produzca una interacción metabólicamente productiva entre dos proteínas compatibles, es de suponer que antes se han sucedido innumerables colisiones casuales y estériles. Por no pensar en un símil sexual, podemos imaginarlo como una orgía de mamporros entre policías, manifestantes, dependientes de las tiendas, quiosqueros, turistas, camareros de los bares, agentes de movilidad y gente que pasaba por allí. Y a pesar de todo, ya se me ha deslizado la palabra «orgía».

Un panorama más aproximado a esta promiscuidad molecular se muestra en este otro vídeo más reciente (2013), titulado Empaquetamiento de proteínas. Como el anterior, es fruto de un trabajo conjunto de BioVisions, un proyecto multimedia de la Universidad de Harvard (EE. UU.), y el estudio de animación científica XVIVO. En esta ocasión la película muestra el funcionamiento de una célula del sistema nervioso, una neurona. El vídeo comienza con una panorámica del tejido nervioso, en el que vemos cómo las señales eléctricas se transmiten como chispazos azules a lo largo de las prolongaciones neuronales.

Algunos de estos cables son gruesos y están revestidos por una especie de vellosidades o tentáculos. Son las llamadas espinas dendríticas, estructuras que fueron observadas por primera vez en 1888 por el gran científico y humanista Ramón y Cajal en sus preparaciones microscópicas. Sus colegas de la época, alemanes en su mayoría, creyeron que se trataba simplemente de una licencia artística en los dibujos del aragonés. Él se limitaba a decir: «Puestos a tenacidad, a los aragoneses que nos echen alemanes». Estudios posteriores confirmaron la existencia de las espinas dendríticas, dando la razón a Cajal y el único Nobel hasta ahora (aunque por una teoría mucho más extensa) a un investigador forjado al cien por cien en un país que, en dramático contraste, es capaz de colocar dos equipos de fútbol en una final de la Champions.

Volviendo al vídeo, nuestro minisubmarino se cuela en el interior de una neurona por un poro de su membrana, y allí está la manifestación. Un denso hormigueo de proteínas se agita en movimientos erráticos y espasmódicos, casi como en una película de time-lapse de una aglomeración urbana, aunque aquí estamos en tiempo real. Entre la muchedumbre asoma de repente una vesícula azul cargada de neurotransmisores con destino al exterior para transmitir el impulso nervioso, y allí aparece otra vez esa locomotora intracelular, la kinesina; solo que en esta ocasión no parece un parsimonioso buey de carga, sino una vaca loca, lanzando nerviosamente sus patas al aire hasta que por casualidad aciertan a engancharse en su particular raíl, el microtúbulo del esqueleto celular.

Eso es la célula: incluso cuando nosotros descansamos tumbados al sol o a la bailona luz del plasma, nuestros rincones más minúsculos e inviolables son escenario de un frenesí a codazos donde siempre es hora punta.

Un viaje alucinante al interior de la célula

Los aficionados a la ciencia-ficción clásica recordarán una película de 1966 que en España se tituló Viaje alucinante, en la que un submarino y su tripulación eran miniaturizados e inyectados en el torrente sanguíneo de un científico para arreglarle un desaguisado cerebral. La trama de aventuras servía de pretexto para un espectacular despliegue de efectos especiales, que en la época eran de los de chapa y carpintería, y que consistían mayormente en un interiorismo con regusto de paisaje alienígena. Para la estética, la tecnología y el conocimiento actuales, la escenografía de la película puede resultar trasnochadamente sesentera, pero en mis recuerdos infantiles sus reposiciones en televisión se guardan en el mismo cajón que El planeta de los simios, con su Charlton Heston fumándose un puro en la nave espacial y aquel inolvidable «¡MANIÁTICOS…!», y que aquella versión española de Viaje al centro de la Tierra con una preciosa Ivonne Sentis y un gorila gigante de los de cremallera en la espalda.

Aquella película nos hacía imaginar nuestros recovecos corporales más íntimos como un mundo raro y fronterizo, un territorio de exploración y aventura en un registro más realista que aquellos divertidos dibujos animados de Érase una vez… el cuerpo humano. Con el correr de los años, la tecnología de animación y un conocimiento más veraz de cómo funciona lo infinitamente pequeño nos van acercando a otras visiones de lo que, salvo gracias a la magia del cine, nunca podremos contemplar en vivo y en directo con nuestros propios ojos. Y el resultado sigue siendo hipnotizante. El vídeo que inserto más abajo ya tiene algunos años (2006), pero representa una etapa posterior en el acercamiento a una representación más fiel del mundo celular que, sin embargo, sigue teniendo un cierto componente de idealización fantástica.

El vídeo es el resultado de una colaboración entre BioVisions, un proyecto multimedia de la Universidad de Harvard (EE. UU.), y el estudio de animación científica XVIVO. La película, titulada La vida interior de la célula, arranca con un plano de la corriente sanguínea fluyendo por un capilar. Un leucocito, las células blancas de la sangre encargadas de la respuesta inmunitaria, rueda por la pared del vaso enganchando las proteínas de su superficie a las del endotelio o tapiz vascular como en un diminuto velcro. El vídeo nos muestra cómo las proteínas de la membrana celular del leucocito navegan a bordo de sus balsas de lípidos, hasta que una señal de alarma en forma de signos de inflamación dispara en la célula un minúsculo zafarrancho de combate. Nos sumergimos entonces en el interior del leucocito y viajamos entre la red del citoesqueleto, contemplando cómo se crean y se destruyen los microfilamentos de actina y los microtúbulos de tubulina, los cables tensores que arman el andamiaje de la célula.

De repente, un extraño ser aparece ante nuestros ojos caminando sobre un microtúbulo mientras arrastra una especie de enorme globo. Es la kinesina, la proteína que actúa como bestia de carga celular, transportando vesículas repletas de moléculas que se verterán al exterior para ejecutar la ofensiva. Súbitamente, los poros del núcleo comienzan a disparar serpentinas de ARN mensajero, los emisarios de los genes activados por la respuesta inflamatoria. Las cadenas de ARN se unen a los ribosomas, las factorías encargadas de traducir el código genético para la elaboracion de unas proteínas señalizadoras denominadas quimioquinas. Estas se sintetizan en un complejo de bolsas llamado retículo endoplásmico y se almacenan en vesículas para que la kinesina las acaree hasta la superficie de la célula y las libere al exterior. Como consecuencia de la respuesta, se produce la extravasación: el leucocito se fija a la pared del vaso y comienza a aplanarse hasta que logra escurrirse entre las células del capilar para emigrar hacia el tejido donde se requieren sus servicios defensivos.