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Estalla un cohete ucraniano-americano con motores soviéticos reciclados

La exploración espacial hace mucho tiempo que dejó de ser una carrera entre superpotencias para convertirse en otras cosas, como un esfuerzo compartido y un negocio globalizado. En el año 2014 no tiene mucho sentido hablar de éxitos de unos o fracasos de otros, o de una ya inexistente confrontación entre modelos públicos y privados.

Integración del carguero espacial Cygnus Orb-3 en el cohete Antares. Imagen de NASA / Wallops Flight Facility / Patrick Black.

Integración del carguero espacial Cygnus Orb-3 en el cohete Antares. Imagen de NASA / Wallops Flight Facility / Patrick Black.

Para situar en su contexto de qué estoy hablando, explicaré que estos párrafos vienen motivados por la explosión de un cohete estadounidense cuando despegaba ayer de la base de Wallops, en Virginia. Se trataba de una lanzadera Antares no tripulada construida para la NASA por la compañía Orbital Sciences y que llevaba en sus tripas la nave Cygnus Orb-3, un carguero espacial con forma de barril de cerveza que debía transportar unos 2.200 kilos de materiales, suministros y experimentos a la Estación Espacial Internacional (ISS).

Después de un retraso de un día a causa de la intrusión de un barco en la zona de seguridad en torno a la plataforma de lanzamiento, la cuenta atrás llegó a cero a las 6 y 22 minutos de la tarde del 28 de octubre, hora local. Los motores entraron en ignición y el cohete comenzó a elevarse. Pero unos seis segundos más tarde se produjo una explosión, el aparato cayó a tierra y entonces, según describió un testigo, fue como si todo el cielo ardiera. Según informó Orbital Sciences, el mecanismo de autodestrucción fue activado y probablemente se accionó antes de que el cohete tocara el suelo, lo que pudo contener el alcance de la explosión.

Dado que, casi coincidiendo con esta misión, otra similar rusa conseguía cumplir su objetivo de arribar a la ISS sana y salva, algunas voces se han alzado comparando el desempeño de las agencias espaciales de ambos países y de los supuestos modelos público y privado en la exploración espacial. Desde que la NASA canceló su programa de transbordadores tripulados, ha firmado una serie de convenios con compañías del sector aeroespacial para cubrir las necesidades de transporte de sus misiones no tripuladas, mientras que de momento sus astronautas deberán pagar asiento en las Soyuz rusas.

Es evidente que los programas espaciales estadounidense y soviético fueron esencialmente diferentes en tiempos de la carrera espacial. Ambos confiaban la tarea a agencias públicas, NASA y Roscosmos respectivamente, pero el modelo norteamericano hacía un uso intensivo de contratistas externos, mientras que en la antigua URSS, obviamente, todo quedaba en manos de la economía estatal, aunque fuera bajo nombres diferentes.

Todo esto ha cambiado en las últimas décadas. En la potencia del este existe desde el fin de la Segunda Guerra Mundial una compañía que desde 1954 se dedica a la ciencia espacial y que hoy conocemos como RSC Energia. Esta enorme corporación, que emplea a casi 30.000 personas, lo ha sido todo en el programa espacial ruso; es la responsable de los satélites Sputnik, de las naves y cohetes Soyuz y Vostok, de las estaciones Salyut y Mir, de las misiones Luna y Mars, del sector ruso de la ISS… En resumen, de todo, o casi.

Por supuesto, en tiempos de la URSS RSC Energia era de titularidad estatal, pero en 1994 se llevó a cabo una privatización parcial que dejó solo el 38% del capital en manos del estado. Así que, en la práctica, la exploración espacial rusa es hoy un monopolio fáctico en manos privadas. Como es bien sabido que al poderoso estado ruso no le gusta perder el control, en 2013 el gobierno lanzó ORKK (en su versión inglesa URSC, United Rocket and Space Corporation), una corporación destinada a renacionalizar el sector. Controlada al 100% por el estado, ORKK no solo absorberá decenas de compañías proveedoras y contratistas, sino que además comprará un paquete importante de RSC Energia.

Curiosamente, y para quien sienta tentaciones de comparación, conviene destacar que la primera fase del cohete Antares que explotó ayer sobre la costa de Virginia es de diseño ucraniano, y sus motores son de origen soviético. Se trata de dos propulsores NK-33 pertenecientes al programa de la URSS N-1F, que fue cancelado a comienzos de la década de 1970 tras el fracaso de los cuatro vuelos de prueba. Los dos motores fueron reacondicionados por la empresa Aerojet Rocketdyne y rebautizados como AJ-26. Sin embargo no hay motivo para dudar de la fiabilidad de estos propulsores, ya que desde abril de 2013 otros similares han lanzado ya cuatro cohetes Antares de Orbital Sciences sin ningún problema, y los de la misión malograda habían pasado las pruebas de certificación.

Tampoco Orbital Sciences es una empresa advenediza surgida al olor del reparto de dinero en contratos de la NASA. La compañía existe desde 1982 y cuenta con un sólido historial de proyectos y éxitos, incluyendo la construcción de satélites para la española Hispasat. En el sector espacial hay lugar para todos, públicos y privados, y a ninguna compañía le interesa suicidarse fabricando componentes defectuosos o cohetes que estallan. Estos fracasos han ocurrido, ocurren y ocurrirán a lo largo de la historia de la exploración espacial; y en muchos casos, pasados y futuros, las pérdidas no serán solo económicas.

Por si alguien se ha perdido el momento del lanzamiento del Antares y la explosión, dejo aquí no uno, sino cuatro vídeos del desastre grabados desde diferentes emplazamientos, uno de ellos desde un avión en vuelo.

Los neutrinos esquivan el telescopio europeo (y España esquiva el futuro gran telescopio europeo)

No ha habido suerte. ANTARES (acrónimo de Astronomy with a Neutrino Telescope and Abyss environmental Research project), el gran telescopio europeo de neutrinos, no ha podido emular al IceCube, la instalación antártica que el pasado año confirmó por primera vez la detección de este tipo de partículas procedentes del espacio lejano. El observatorio europeo, fruto de la colaboración de unos 150 científicos, ingenieros y técnicos de ocho países, acaba de dar a conocer los resultados de seis años de investigación en un estudio enviado a la web de prepublicaciones arXiv.org, como paso previo a su difusión en una revista científica.

Los neutrinos son partículas subatómicas sin carga y con una masa muy pequeña que apenas interaccionan con otros elementos, por lo que atraviesan el espacio e incluso la materia sin desviarse. Los físicos calculan que cada centímetro cuadrado de la Tierra sufre el bombardeo de unos 65.000 millones de neutrinos solares por segundo. Otras fuentes lejanas que disparan rayos cósmicos producen los llamados neutrinos astrofísicos o de alta energía, lo que convierte a estas partículas en testigos que pueden delatar el origen de esta misteriosa radiación. En palabras del viceportavoz de ANTARES, Juan José Hernández Rey, investigador del Instituto de Física Corpuscular (IFIC) del CSIC y la Universidad de Valencia, “el neutrino es la pistola humeante que te dice: sí, hay rayos cósmicos”.

 

Ilustración artística de ANTARES. J. A. Aguilar.

Ilustración artística de ANTARES. J. A. Aguilar.

Para evitar la interferencia de los rayos cósmicos y otras radiaciones de fondo en la detección de los neutrinos, estos telescopios suelen construirse bajo tierra, hielo o agua. El IceCube está compuesto por un kilómetro cúbico de sensores enterrados bajo el Polo Sur, mientras que ANTARES, con una disposición similar de módulos unidos por cables, está sumergido en el Mediterráneo, a 2,5 kilómetros de profundidad frente a la costa francesa de Tolón. Estos detectores pueden revelar el paso de los neutrinos gracias a la llamada radiación de Cherenkov, un chispazo de luz que se produce en raras ocasiones por la interacción de estas partículas con el hielo o el agua.

Desde el corazón de la galaxia

En noviembre de 2013, los investigadores del IceCube publicaron en la revista Science la detección de 28 neutrinos astrofísicos, más difíciles de atrapar que los solares. “Ahora dicen que ya han llegado a 35”, señala Hernández a Ciencias Mixtas. “El anuncio de IceCube nos entusiasmó, porque el fondo del mar dispersa menos luz que el hielo y por tanto tiene mayor resolución de detección”.

Los científicos de ANTARES han tratado de verificar siete eventos detectados por el IceCube que se concentraban en dirección al centro de la galaxia, “un lugar muy interesante por lo que ocurre allí, como la posible existencia de un agujero negro supermasivo”, apunta Hernández. Sin embargo, el telescopio ha logrado pescar neutrinos solares, pero no astrofísicos. “Vemos pequeñas fluctuaciones, pero no son significativas para decir que hemos visto algo. No tenemos una señal clara”, admite el investigador.

La decepción es solo relativa, ya que ANTARES, un enano en comparación con el IceCube, ha probado su valor. “Hemos demostrado la tecnología y la física, que hace una década estaban en discusión. En el fondo marino podemos ver neutrinos con la precisión adecuada y gracias a una estructura que era un reto técnico, ya que nunca se había construido algo así en el mar”, alega Hernández. Siendo así, ¿cuál será el siguiente paso? “Hacerlo más grande”, afirma. “Ya sospechábamos que necesitábamos algo mayor”.

Y ese “algo mayor” ya está en marcha. Será el KM3NeT, el Kilómetro Cúbico, aunque en realidad sus sensores llegarán a ocupar un volumen marino de cinco a seis kilómetros cúbicos una vez que su construcción se haya completado. El nuevo telescopio europeo de neutrinos será “50 veces mayor que ANTARES y casi diez veces más sensible que el IceCube en su configuración actual”, detalla Hernández. El KM3NeT repartirá sus sensores entre dos emplazamientos en las costas de Italia y Francia.

España no participa

¿Y España? “Hay fosas marinas adecuadas, en torno a los 2.500 metros, por ejemplo en la costa balear”, reseña Hernández. Pero la norma es sencilla: el que paga, manda. Y de la financiación aprobada de 30 millones para la Fase 1, que finalizará en 2016, España no aportará un solo euro, ni ha promovido la campaña de estudios y mediciones que se habría precisado para proponer una localización idónea en nuestra costa mediterránea. “En Francia e Italia incluso participan las regiones concernidas, pero aquí la administración no se ha comprometido. No hemos dado el paso adelante”, se lamenta Hernández. “Se ha producido un parón de muchas infraestructuras de ciencia debido a la crisis, incluso de aquellas que ya estaban aseguradas”.

Pese a todo, Hernández y el resto de sus colegas del IFIC y de las Universidades Politécnicas de Valencia y Cataluña continuarán participando a través de sus propios presupuestos de investigación. “Estamos en un impass a ver qué ocurre, pero no queremos descolgarnos”, relata el físico, seguro de que el KM3NeT logrará replicar la señal del IceCube y descerrajar los secretos que ocultan las fuentes de rayos cósmicos. “Es una nueva era para la astronomía”, concluye.