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Ciencia semanal: CSI prehistórico, y el problema de la vivienda en Marte

Un repaso a las noticias científicas más destacadas de la semana.

Donde no hay huesos neandertales, también puede haber ADN

Arqueólogos y paleoantropólogos contaban tradicionalmente solo con huesos, objetos y otros restos de actividad para investigar la existencia de nuestros ancestros y parientes extintos. En este siglo se ha comenzado a sacar partido a estos vestigios mucho más allá de la simple observación, gracias a técnicas físicas y moleculares. El año pasado se logró leer parte del genoma de huesos de individuos que vivieron en la Sima de los Huesos de Atapuerca hace más de 400.000 años, algo que habría parecido imposible hace solo unos años.

Pero ya ni siquiera es imprescindible encontrar huesos para rastrear la huella genética de humanos que murieron hace miles de años. Esta semana, los genios del ADN antiguo del Instituto Max Planck alemán han aplicado una técnica desarrollada en los últimos años y que recupera material genético directamente de la roca del suelo. Es la primera vez que este método se emplea con éxito en el sedimento de cuevas antiguamente habitadas por humanos. Los investigadores, con participación española, han logrado rescatar ADN legible de neandertales y denisovanos (una probable especie emparentada con los neandertales, aún bastante desconocida) de hasta 130.000 años de antigüedad y de varias cuevas de Europa y Siberia; una de ellas, la asturiana de El Sidrón, uno de los yacimientos neandertales más importantes del mundo.

Cueva de El Sidrón. Imagen de Joan Costa / CSIC.

Cueva de El Sidrón. Imagen de Joan Costa / CSIC.

Más que aportar nuevos hallazgos, el hallazgo del estudio es el logro técnico, la posibilidad de confirmar qué especie humana habitaba un enclave incluso cuando no hay restos óseos. Pero los nuevos resultados sin duda llegarán, una vez que la técnica comience a extenderse. En el análisis de ADN antiguo se están superando hitos que antes parecían inalcanzables, y ya no es descabellado pensar que en unos años podamos llegar a conocer el perfil genético de especies tan alejadas en el pasado como los australopitecos, que se pueda rastrear genéticamente el origen y las migraciones de los distintos linajes humanos, y que se pueda zanjar definitivamente el debate sobre especies controvertidas como el Homo floresiensis, el hobbit de la isla de Flores.

Más detalles sobre el estudio aquí.

El Nuevo Mundo, un poco más viejo

Frente a lo que algunos parecen creer, hablar de América como el Nuevo Continente no es en absoluto un concepto eurocéntrico; aquella fue la última gran masa de tierra en ser ocupada por los humanos. Pero ¿cuándo? Aún no se ha dicho la última palabra. Hasta este mismo año se manejaban fechas posteriores a los 20.000 años atrás como el momento en que los Homo sapiens cruzaron un puente de tierra que entonces unía las actuales Siberia y Alaska, hoy separadas por el estrecho de Bering. Sin embargo, en enero esta primera excursión americana se atrasó hasta los 24.000 años.

Ahora, un estudio publicado esta semana en Nature pulveriza esta cronología, al demostrar que un yacimiento de California fechado en 130.000 años de antigüedad muestra claros signos de que hubo alguien allí procesando huesos de mastodonte con martillos y yunques de piedra. Hasta hace una semana, hablar de un enclave arqueológico americano de 130.000 años de edad era algo tan creíble como encontrar un iPad entre los restos del Titanic. Pero ya no. Y a medida que los nuevos hallazgos van empujando hacia atrás las fechas de la primera ocupación de América, quién sabe lo que podría llegar a encontrarse. ¿Homo erectus americanos?

Huesos de mastodonte del yacimiento de California. Imagen de San Diego Natural History Museum.

Huesos de mastodonte del yacimiento de California. Imagen de San Diego Natural History Museum.

Ladrillos para Marte

Ladrillo fabricado con suelo marciano simulado. Imagen de UC San Diego.

Ladrillo fabricado con suelo marciano simulado. Imagen de UC San Diego.

Uno de los mayores retos para una futura colonización de Marte es uno de los primeros requerimientos básicos del ser humano: un lugar donde vivir, especialmente allí donde no se puede vivir al aire libre y donde todo tiene que transportarse desde otro planeta. Hasta hoy se han manejado conceptos sencillos pero inspirados, como una burbuja hinchable rellena de hielo, y otros tremendamente complejos, como hábitats impresos en 3D empleando materiales locales, hornos nucleares o polímeros para dar consistencia al suelo marciano.

La solución planteada esta semana por un equipo de investigadores en la revista Scientific Reports parecería demasiado buena para ser cierta, pero lo es. Mientras trataban de encontrar la cantidad mínima de polímeros necesaria para construir ladrillos con el suelo marciano, decubrieron casualmente que esta cantidad mínima era… cero. Compactando el suelo en un soporte flexible y con una presión fácilmente asequible para una maquinaria normal, sin necesidad de hornear ni de agregar aditivos, se obtienen ladrillos con una resistencia superior a la del hormigón armado. Por el momento los científicos solo han producido ladrillos minúsculos, pero aseguran que el procedimiento podrá escalarse fácilmente. El problema de la vivienda en Marte parece solucionado.

Cassini inicia su Grand Finale

El próximo 15 de septiembre, una estrella fugaz brillará en el cielo de Saturno. Será la sonda Cassini de la NASA desintegrándose mientras se zambulle en la atmósfera del planeta gigante. Desde ahora hasta ese Grand Finale, como la NASA lo ha denominado, Cassini va a sumar nuevas y asombrosas imágenes a las que ha capturado durante sus 20 años de vida. Y no olvidemos también que su compañera Huygens, de la ESA, nos envió desde la luna Titán la postal de la tierra más lejana en la que jamás se ha posado un artefacto hecho en este planeta.

Esta semana los responsables de la misión recibieron las imágenes del último acercamiento de Cassini a Titán. El pasado miércoles la sonda ha comenzado la penúltima etapa de su Grand Finale, algo que ningún otro aparato había hecho antes: insertarse en el espacio que queda entre Saturno y sus anillos para describir 22 órbitas, durante las cuales va a fotografiar aquellos parajes de nubes con un detalle inédito hasta ahora.

Ciencia semanal: el hobbit de Flores salió de África, y el «cero» no es mejor que el azúcar

He aquí un repaso a algunas de las noticias científicas más sonadas de la semana, y que no he cubierto en artículos anteriores.

El viaje inesperado del hobbit de Flores

Desde su descubrimiento en 2003, los restos de un humano de un metro de estatura en la isla indonesia de Flores han mantenido a los paleoantropólogos enzarzados en un debate sin fin. Oficialmente los restos de Flores, de varios individuos distintos, pertenecen a una especie separada de la nuestra, Homo floresiensis; llamada informalmente el hobbit de Flores (al menos hasta que los herederos de Tolkien prohibieron a un científico que empleara este término en la promoción de una conferencia). Frente a esto, una corriente minoritaria ha sostenido que el hobbit era en realidad una población de Homo sapiens afectada por una enfermedad.

Reconstrucción del 'Homo floresiensis'. Imagen de Katrina Kenny, SA Museum.

Reconstrucción del ‘Homo floresiensis’. Imagen de Katrina Kenny, SA Museum.

En un principio, la datación de los restos sugería que los hobbits vivieron hasta hace unos 12.000 años, la época del Mesolítico, cuando el resto de los humanos aún vivíamos de la caza y la recolección, pero estábamos cerca de plantearnos que quizá domesticar animales y sembrar podía llegar a hacernos personas de provecho. Pero esta datación fue después corregida, y la era de los hobbits se retrasó hasta los 50.000 años atrás, el comienzo del Paleolítico Superior, cuando los neandertales aún andaban por aquí.

Una gran incógnita pendiente ha sido el origen de los hobbits. Dos teorías han tratado de explicarlo. La primera, que eran descendientes del Homo erectus, el primer humano que emigró desde África a Eurasia. Estos erectus asiáticos habrían colonizado la isla de Flores para después seguir una evolución separada por un proceso llamado enanismo insular. La segunda hipótesis, en cambio, sugiere que los hobbits descienden directamente de ancestros africanos pequeñitos, como los australopitecos, y que por tanto no son erectus modificados.

Un estudio publicado esta semana en la revista Journal of Human Evolution pretende zanjar por fin el debate. Un equipo de investigadores de la Universidad Nacional de Australia ha emprendido el mayor estudio estadístico comparativo hasta hoy de los fósiles del Homo floresiensis, llegando a la conclusión de que no pudo evolucionar a partir del Homo erectus, ya que es más primitivo que este. En su lugar, el hobbit parece compartir un ancestro común con el Homo habilis, una especie africana que vivió hace 1,75 millones de años, aunque el Hombre de Flores podría haber aparecido en un momento aún anterior.

Los científicos no pueden asegurar si aquel ancestro común abandonó África y después dio lugar al hobbit, o si este surgió directamente en el continente africano. Pero según el coautor del estudio Michael Lee, los resultados sí confirman la identidad y el origen de la especie: «podemos estar seguros en un 99% de que no está relacionado con el Homo erectus, y casi en un 100% de que no es un Homo sapiens malformado».

Un asteroide visible, pero lejano

La noche del miércoles al jueves pasó por nuestro cielo el asteroide 2014 JO25, más conocido por su tamaño como The Rock, en referencia al montañoso exluchador y actor Dwayne Johnson. Aunque su tamaño de unos 650 metros lo convierte en la mayor roca voladora en nuestro barrio desde el Toutatis en 2004, los titulares aludiendo a que «rozaría» la Tierra son una exageración alarmista; el asteroide pasó a 1,8 millones de kilómetros, casi cinco veces la distancia a la Luna. En una conversión grosera de escala, es como decir que una bomba roza nuestra casa cayendo a más de un kilómetro de distancia.

Esquema a escala del paso del asteroide 2014 JO25. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Esquema a escala del paso del asteroide 2014 JO25. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

La Tierra, entre los anillos de Saturno

Mientras se prepara para su última ronda de órbitas, enhebrándose entre Saturno y sus anillos antes de su zambullida final en septiembre, la sonda Cassini de la NASA nos ha enviado este retrato de su casa desde su lejano paradero. La Tierra aparece como una chispa luminosa entre los anillos de Saturno. Y ese puntito que se aprecia a su izquierda no es una mota de polvo en su pantalla; es la Luna.

Imagen tomada por la sonda 'Cassini' de la Tierra y la Luna entre los anillos de Saturno. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute.

Imagen tomada por la sonda ‘Cassini’ de la Tierra y la Luna entre los anillos de Saturno. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute.

Los endulzantes no son mejores que el azúcar

Los propios autores del estudio que vengo a contar reconocen con total honestidad que correlación no significa causalidad; y que multiplicar por tres un riesgo mínimo continúa siendo un riesgo mínimo. Cualquier lector de este blog sabrá que los estudios epidemiológicos basados en correlacionar estadísticamente factores de estilo de vida con manifestaciones clínicas siempre deben recibirse con enorme escepticismo e inmensa cautela.

Pero creo que merece la pena comentar brevemente el estudio por una razón: entre la población existe una evidente afición desmedida a los refrescos dulces. Y muchos de quienes antes al menos restringían su consumo para limitar la cantidad de azúcar en su dieta se lanzan ahora como posesos a consumir sin medida las versiones «cero», en la creencia de que estos son idénticos a los otros, pero «sin».

No es cierto, por mucho que la publicidad se esfuerce en hacer calar esta idea. Los refrescos «sin» no son realmente «sin», sino «sin, pero con». No llevan azúcar, pero sí endulzantes. Todo lo que sabe dulce lleva un endulzante, ya sea azúcar u otra sustancia. Y por cierto, tal vez a los fanáticos de eso que ahora se da en llamar «lo natural» les interese saber que el azúcar es natural; los endulzantes, no.

Como ya he contado aquí en varias ocasiones (y esta próxima semana tendremos nuevas noticias al respecto), el azúcar es el nuevo gran satán de la dieta, asumiendo la condena que antes recaía sobre el colesterol y las grasas saturadas, hoy absueltos de sus efectos nocivos por muchos expertos. El consejo básico que favorecen es que debe vigilarse todo el contenido dulce de la dieta; los productos que se publicitan como «sin azúcares añadidos» pueden ser menos nocivos por llevar menos cantidad de dulce, pero la intervención o no de la mano humana no es un factor de riesgo. Y que debe evitarse el error de consumir endulzantes de forma desmedida.

Que quede claro: no se han demostrado efectos perjudiciales inmediatos asociados al consumo de sacarina o aspartamo. Pero es probable que el creciente auge de los endulzantes induzca una mayor vigilancia sobre posibles consecuencias no tan claras ni inmediatas, si es que la tendencia general es a reemplazar el azúcar por estos productos sin que disminuya el consumo total de alimentos dulces.

Fruto de esta mayor vigilancia es un estudio epidemiológico publicado esta semana en la revista Stroke. La conclusión de los autores es que el consumo frecuente (uno al día o más) de refrescos con endulzantes artificiales, como los llamados «cero», se asocia a un riesgo triple de infarto cerebral y demencia/alzhéimer, algo que no se observa en el caso de las bebidas azucaradas.

Los propios autores son conscientes de las limitaciones de su estudio, y desde luego evitan caer en afirmaciones facilonas que harían buenos titulares; no, los refrescos «cero» no provocan alzhéimer. Pero el estudio es valioso para sugerir que quien prefiera evitar el azúcar por motivos de salud no debería engañarse con la creencia infundada de que los edulcorantes artificiales dejan barra libre. Lo resume el coautor del estudio Sudha Seshadri, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston (EEUU): «parece que no hay muchas ventajas en tomar bebidas azucaradas, pero sustituir el azúcar por edulcorantes artificiales tampoco parece ayudar».

Sin rastro de vida inteligente en más de 6.000 estrellas

Será curioso saber qué artículo despierta mayor interés, si el que publiqué ayer, sugiriendo que la búsqueda de signos de vida extraterrestre pronto podría dar frutos, o este de hoy. Las buenas noticias y las malas tienden a atraerse como los polos opuestos, en sentido puramente electromagnético (nunca he creído en esa aplicación metafórica a los seres humanos; o al menos en mi caso, no funciona así).

El sistema triple Alfa Centauri: A, B y Proxima (señalada en rojo). Imagen de Wikipedia.

El sistema triple Alfa Centauri: A, B y Proxima (señalada en rojo). Imagen de Wikipedia.

La mala noticia de hoy es que dos proyectos de búsqueda de señales de vida inteligente, uno en 5.600 estrellas y otro en 692, han concluido con las manos vacías. Nada por aquí, nada por allá. Y les aseguro que no me alegro de ello, pero es otro apoyo más a la hipótesis de que la vida no es un fenómeno común en el universo.

El primero de los proyectos es obra de dos investigadores de la Universidad de California en Berkeley. Nathaniel Tellis y Geoffrey Marcy han emprendido lo que se conoce como SETI óptico; es decir, búsqueda de inteligencia extraterrestre (cuyas iniciales en inglés forman el acrónimo SETI), pero no en forma de señales de radio, sino de pulsos de luz visible.

La idea inspiradora, puramente especulativa, es que una civilización lo suficientemente avanzada podría emplear el láser como un medio de comunicación a grandes distancias, y uno de estos pulsos que cayera en nuestra dirección podría detectarse como un chispazo de luz distinguible del brillo de la estrella.

Los dos investigadores han aplicado un algoritmo a un exhaustivo conjunto de datos recogidos por el telescopio Keck de Hawái entre 2004 y 2016, correspondientes a 5.600 estrellas de la Vía Láctea distribuidas por todo el cielo, en su mayoría hasta una distancia de unos 326 años luz, y de un amplio rango de edades, desde menos de 200 millones de años hasta casi 10.000 millones de años. Para cada estrella, han buscado posibles chispazos en casi todo el espectro de luz visible (todos los colores) y en un radio de hasta decenas de unidades astronómicas (una unidad astronómica, UA, es la distancia media de la Tierra al Sol).

Después de todo ello, esta es la conclusión de los investigadores en su estudio, que se publicará próximamente en la revista The Astronomical Journal: «No hemos encontrado emisiones láser procedentes de las regiones planetarias en torno a ninguna de las 5.600 estrellas». Según los datos actuales disponibles, Tellis y Marcy calculan que este conjunto de estrellas debería albergar unos 2.000 planetas templados de tamaño similar a la Tierra, así que los resultados no son nada alentadores.

El segundo proyecto es el Breakthrough Listen, una de las Iniciativas Breakthrough del programa SETI fundado en 2015 por el físico y magnate ruso Yuri Milner, y que cuenta con la participación del Centro SETI de la Universidad de California en Berkeley. Breakthrough ha celebrado esta semana en la Universidad de Stanford su segunda conferencia anual, donde se han discutido cuestiones como el potencial para la existencia de vida en algunos mundos recientemente descubiertos, por ejemplo Proxima b, el sistema TRAPPIST-1 o el recién llegado LHS 1140b, del que hablé ayer. También se debatió sobre el Breakthrough Starshot, el proyecto de Milner de enviar una flota de minúsculas sondas al sistema Alfa Centauri.

En la conferencia Breakthrough se han presentado las conclusiones del primer año de Listen. El director del SETI en Berkeley, Andrew Siemion, expuso los resultados de la escucha de posibles señales de radio de origen inteligente en 692 estrellas con el radiotelescopio de Green Bank, una instalación histórica para el SETI, ubicada en Virginia Occidental. De todas las señales captadas, los investigadores seleccionaron 11 como las más significativas. Pero el veredicto es claro, o más bien oscuro: «se considera improbable que alguna de estas señales tenga un origen artificial, pero la búsqueda continúa», han declarado los responsables del proyecto.

En resumen, seguimos en blanco, solos y sin compañía. Por supuesto, hay recurso al viejo aforismo: la ausencia de prueba no es prueba de ausencia. Como no podía ser de otra manera, Tellis reconoció a la revista The Atlantic que el hecho de no haber detectado comunicaciones láser no significa que esas 5.600 estrellas estén desprovistas de vida. «Cada una de esas estrellas podría tener un Nueva York, un París o un Londres, y no tendríamos ni idea», dijo. De hecho, nosotros no enviamos comunicaciones por láser al espacio; si alguien nos estudiara desde allí empleando la misma técnica, no encontraría ningún rastro de nuestra presencia.

Pero no olvidemos que el aforismo es de por sí discutible cuando sirve para encubrir una llamada a la ignorancia. Por poner un ejemplo tan ridículo como claro, es indefendible alegar que la ausencia de pruebas de que hay un dragón invisible en la habitación no prueba que el dragón invisible no esté presente, por mucho que uno desee creer en los dragones invisibles. La vida es muy común en el estanque de mi jardín. Si tomo una simple gota al azar, encuentro al primer vistazo esta diminuta maravilla:

Alga verde microscópica Scenedesmus. Imagen de J. Y., tomada acercando la cámara del móvil al ocular de un microscopio.

Alga verde microscópica Scenedesmus. Imagen de J. Y., tomada acercando la cámara del móvil al ocular de un microscopio.

Que, por cierto, es una alga verde Scenedesmus, una clorofícea colonial que suele formar grupos de cuatro u ocho células, llamados cenobios. Pero en el estanque del universo, ninguna gota de las muchas analizadas hasta ahora de una manera u otra ha revelado absolutamente nada. ¿Es la vida realmente tan común en el universo?

La vida extraterrestre, cada vez más cerca

Durante buena parte del siglo pasado cundía la sensación de que la confirmación de la vida extraterrestre era una fruta madura a punto de caer. Eran los años 60, 70 y 80, cuando el fenómeno ovni estaba en su apogeo y parecía que la prueba definitiva llegaría mañana o pasado. Pero después comenzaron a aparecer las cámaras digitales y los móviles con cámara (que, para los recién llegados, en realidad son anteriores a los smartphones).

Ilustración del exoplaneta LHS 1140b. Imagen de M. Weiss/CfA.

Ilustración del exoplaneta LHS 1140b. Imagen de M. Weiss/CfA.

Hoy hasta los maasáis de la sabana keniana llevan en el bolsillo una cámara de fotos de alta definición (no es broma); y en contra de lo que muchos habrían previsto, en lo referente a los ovnis seguimos estancados en la misma coyuntura de los tiempos en que una cámara era un bien escaso y rudimentario. Cada día se suben milles de millones de fotos y vídeos a internet, pero ninguno de los 7.500 millones de humanos dispersos por todos los rincones del planeta nos ha mostrado una entrevista con alienígenas recién bajados de un platillo volante, grabada en Full HD con un iPhone no-sé-cuántos-van-ya.

Ya expliqué aquí hace tiempo mis razones para no creer en los ovnis, mal que me pese; y en algún otro medio he contado cómo la ciencia ha ido desmontando uno por uno los presuntos casos de avistamientos más sonados de los últimos años. Pero si lo que piense alguien que tiende al escepticismo puede mover a otros a un escepticismo hacia el escepticismo, la cuestión es que, como conté en un reportaje hace ya ocho años, incluso algunos ufólogos hace tiempo que tiraron la toalla; claro está, aquellos que han sostenido frente al fenómeno ovni una actitud honesta y racional, no quienes tratan de seguir viviendo del cuento a toda costa.

Rescato algunos ejemplos de lo anterior que cité en aquel reportaje. Jenny Randles, ufóloga, escritora y antigua directora de investigación de la British UFO Research Association (BUFORA), reconocía: «ET no aterrizó y el mundo sigue su camino como siempre». Wendy Connors, ufóloga estadounidense, escribió un artículo sobre la «muerte de la ufología». El español Ricardo Campo, investigador crítico del fenómeno ovni, calificaba la ufología como «ciencia abortada», y me contaba a su vez que muchos ufólogos se habían rendido a la evidencia. El ufólogo Vicente-Juan Ballester Olmos también cerraba el ataúd de la ufología: «Lo que no ha ocurrido ya en estos 60 años no creo que vaya a ocurrir en lo sucesivo; el misterio de los ovnis ya está momificado y es labor para historiadores, antropólogos y sociólogos», decía.

Y a pesar de todo, en ciertos programas de televisión continúan desfilando personajes que no hacen sino confirmar aquella idea del genial Carl Sagan: «los casos fiables no son interesantes, y los casos interesantes no son fiables. Desafortunadamente, no hay casos que sean a la vez fiables e interesantes».

Todo lo cual no significa que la creencia en los ovnis haya desaparecido de la calle. De hecho, algún análisis reciente apunta que esta fe, ya que a tales alturas no cabe otra calificación, puede estar remontando desde sus mínimos históricos, tal vez debido a las corrientes culturales cíclicas, y tal vez enmarcada dentro de un fenómeno más general de auge de las pseudociencias y del movimiento anti-Ilustración, algo de lo que ya he hablado aquí.

Pero una cosa es el fenómeno ovni, y otra muy diferente la confirmación de vida extraterrestre. Y respecto a esto último, sí podría decirse, desde un enfoque científico, que la situación actual tiene un cierto sabor a años 60-70: como entonces, hoy se diría que la noticia de que nuestro planeta no es el único lugar habitado del universo parece a punto de caer, aunque los otros puedan ser simplemente organismos simples como hongos o bacterias.

Ya conté aquí hace unos días que por primera vez se ha logrado detectar una atmósfera en un planeta de tamaño y masa similares a la Tierra. En plenas vacaciones de Semana Santa, la revista Science nos sorprendía con un bombazo: Encélado, una luna de Saturno que se postula como uno de los candidatos del Sistema Solar para albergar vida, puede tener fuentes hidrotermales en el fondo de su océano subglacial. Recordemos que hoy muchos científicos se inclinan por la hipótesis de que fue precisamente en este tipo de fumarolas submarinas donde pudo nacer la vida en la Tierra.

Ahora, esta misma semana, la revista Nature publica el hallazgo de un nuevo exoplaneta que uno de sus descubridores, Jason Dittmann, del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian (CfA), califica como «el mejor objetivo para la búsqueda de vida más allá de la Tierra». LHS 1140b, que así se llama, es una superTierra de 6,6 veces la masa terrestre y 1,4 veces su diámetro, probablemente rocosa, situada en la zona templada de su estrella, una enana roja a 40 años luz de nosotros.

Ilustración del exoplaneta LHS 1140b. Imagen de ESO/spaceengine.org.

Ilustración del exoplaneta LHS 1140b. Imagen de ESO/spaceengine.org.

Las palabras de Dittmann no solo se justifican por las condiciones propicias del planeta, sino también por las condiciones propicias para estudiarlo: el nuevo planeta transita ante la cara de su estrella desde nuestro punto de vista, algo que no sucede en todos los casos, como por ejemplo en el muy prometedor Proxima b, descubierto el año pasado. Este paso de LHS 1140b delante de su estrella permitirá estudiar la luz que lo roza para determinar si tiene atmósfera, si su composición es apta para la vida, y si podría mostrar alguna firma biológica.

Por último, LHS 1140b cuenta con dos ventajas interesantes frente a otros exoplanetas recientemente descubiertos. A diferencia de la muy cacareada TRAPPIST-1, la estrella LHS 1140 parece tranquila, sin grandes fulguraciones achicharrantes. Y también a diferencia de TRAPPIST-1, la estrella del nuevo exoplaneta parece tener una edad suficiente (según los autores del estudio, por lo menos 5.000 millones de años) como para haber dado margen a un proceso de desarrollo de vida…

…si es que este proceso ha podido llegar a ocurrir alguna vez fuera de la Tierra. Algo de lo que personalmente también me declaro escéptico, por razones que ya he contado aquí y que se resumen en una: si en 4.540 millones de años de edad de la Tierra, y que sepamos, la vida solo ha surgido aquí una única vez, ¿qué parte de este argumento nos incita a dar por supuesto que la aparición de la vida sea un fenómeno frecuente? Pero de verdad, me encantaría tener que reconocer mi equivocación aquí mañana mismo…

Ciencia semanal: el primer Brexit ocurrió hace 160.000 años

Como vengo haciendo recientemente, aquí les dejo mi selección personal de lo más importante o interesante ocurrido en el mundo de la ciencia en los últimos siete días.

El Brexit original que nadie votó

A veces la ciencia también se suma con astucia a la ola de la actualidad, y parece demasiada coincidencia para ser casual que este estudio se haya publicado precisamente cuando Reino Unido acaba de poner en marcha su proceso de abandono de la Unión Europea. De hecho, la noticia se ha divulgado justamente así, como el Brexit original.

Lo que cuenta el estudio, publicado en la revista Nature Communications, es que hace 450.000 años Gran Bretaña era algo parecido a Dinamarca, unida al continente a través del actual estrecho de Dover por una muralla de roca de 100 metros de alto y 32 kilómetros de largo que encerraba un enorme lago helado, el actual Mar del Norte. Aquella pared rocosa estaba formada por el mismo material que hoy vemos en los acantilados blancos de Dover: creta, una roca de calcio de la que originalmente se obtenía la tiza.

Aquel paisaje espectacular, a juzgar por la ilustración, comenzó a cambiar hace 450.000 años, cuando el lago se desbordó formando siete cascadas que horadaron el suelo en su caída durante cientos de miles de años. En una segunda etapa, hace 160.000 años, la presa sufrió finalmente un desmoronamiento catastrófico a consecuencia del cual, como les gusta decir al otro lado, el continente se quedó aislado.

Recreación del aspecto del antiguo puente de tierra entre Gran Bretaña y Europa. Imagen de Imperial College London / Chase Stone.

Recreación del aspecto del antiguo puente de tierra entre Gran Bretaña y Europa. Imagen de Imperial College London / Chase Stone.

Comienza el retrato del agujero negro

Como ya anticipé aquí, esta semana ha comenzado el trabajo de la red global de radiotelescopios reunidos bajo el nombre de Event Horizon Telescope (EHT), y cuyo objetivo es fotografiar por primera vez en la historia un agujero negro con el suficiente detalle para distinguir su estructura. Esta red planetaria equivale a un solo telescopio del tamaño de la Tierra, lo que proporciona a los científicos una resolución equivalente a la necesaria para contar las costuras de una pelota de béisbol desde casi 13.000 kilómetros de distancia, según comentaron los investigadores esta semana. El objeto de la investigación es Sagitario A*, el presunto agujero negro supermasivo que ocupa el centro de nuestra galaxia.

Aún no hay previsiones sobre cuándo sabremos si el proyecto ha tenido éxito, ni en caso afirmativo, de cúando la imagen estará construida; pero los investigadores estiman que los resultados se harán esperar hasta 2018. Para dar una idea de lo que supone este empeño inédito en la historia de la ciencia basta apuntar una curiosidad: las observaciones de los diferentes radiotelescopios que forman el EHT van a generar un volumen tan inmenso de datos que llevaría demasiado tiempo transmitirlos electrónicamente a la sede principal del proyecto, el Observatorio Haystack del Instituto Tecnológico de Massachusetts. En su lugar, todos estos petabytes de datos llegarán a Haystack por una vía más rápida, el avión.

Amaina la tormenta en Júpiter

No andamos escasos de imágenes de Júpiter, pero el telescopio espacial Hubble ha aprovechado la oposición este mes de abril (la máxima cercanía a la Tierra) para enviarnos nuevos retratos de nuestro vecino más voluminoso. Y aunque el aspecto de Júpiter es de sobra conocido, las nuevas fotos del Hubble confirman algo que los científicos llevan años notando: la Gran Mancha Roja, esa inmensa tormenta de tamaño mayor que la Tierra y que lleva activa al menos más de 150 años, se está reduciendo. La diferencia es muy evidente en la comparación de estas dos vistas, la de la izquierda tomada por la sonda Pioneer 10 en 1973, frente a la nueva del Hubble. Por otra parte, a la derecha y un poco más abajo de la gran peca se va definiendo otra más pequeña que los científicos han bautizado como la Mancha Roja Junior.

Dos imágenes de Júpiter: izquierda, diciembre de 1973 (Pioneer 10); derecha, abril de 2017 (Hubble). Imágenes de NASA.

Dos imágenes de Júpiter: izquierda, diciembre de 1973 (Pioneer 10); derecha, abril de 2017 (Hubble). Imágenes de NASA.

Un paso más hacia la marginación de los gordos

Termino con una noticia preocupante. Recientemente han proliferado en los medios los casos de mujeres que dan un paso al frente para defender su guerra personal contra las tallas minúsculas y reivindicar su propia comodidad dentro de sus cuerpos, más amplios de lo que dictan los cánones de belleza aún vigentes. Prueba indirecta de que estas tomas de postura reciben el aplauso general (al que sumo el mío) es el hecho de que las campañas publicitarias de algunas marcas comerciales se han sumado a la defensa de las «mujeres normales». La publicidad siempre es oportunista; no crea la ola, sino que se sube a ella.

Por ello resulta aún más curioso que al mismo tiempo, y en sentido contrario, prosiga la campaña de marginación de los gordos. En el nuevo paso que traigo aquí, se trata de un estudio llevado a cabo por un hospital malagueño y financiado por una compañía de seguros. Las aseguradoras llevan años tratando de establecer discriminaciones entre sus clientes por factores relacionados con la obesidad, o tratando de justificar las discriminaciones que ya aplican hacia sus clientes por este motivo. No afirmo que sea el caso del nuevo estudio y la aseguradora que lo apoya; simplemente sitúo la información en el contexto de un debate actual.

Lo que cuenta el estudio es que los trabajadores obesos españoles son más propensos a acogerse a bajas laborales por enfermedades no relacionadas con el trabajo que sus compañeros delgados. La conclusión de los investigadores es «la necesidad de desarrollar intervenciones efectivas dirigidas a reducir el impacto negativo de la epidemia de obesidad entre la población trabajadora».

Quiero dejar clara mi postura al respecto. Con los datos disponibles hoy, y a pesar de los muchos matices que he comentado aquí en ocasiones anteriores, debemos continuar dando validez a la hipótesis de que la obesidad es un factor de riesgo en un amplio espectro de dolencias (aunque debe distinguirse, como bien hace el estudio, entre las personas obesas metabólicamente sanas o enfermas); esto no es un secreto para nadie. Y que, por tanto, las recomendaciones sobre estilos de vida destinados a reducir la prevalencia de esta condición son consejos útiles de salud pública.

En cambio, otra cosa muy diferente es llevar a cabo un estudio que revela un dato de por sí nada sorprendente, pero cuya puesta de manifiesto ofrece un motivo de estigmatización de las personas obesas en sus puestos de trabajo. Piensen ustedes en un ejemplo similar; hay muchos posibles. A mí se me ocurre este: es muy probable que las madres sin pareja con hijos pequeños falten más a sus puestos de trabajo que las madres con pareja o las mujeres sin hijos. No creo necesario explicar el porqué. Y sin embargo, a nadie en su sano juicio se le ocurriría mostrar en un estudio cuánto más se ausentan estas mujeres de su trabajo, o qué coste económico tiene su menor productividad.

E incluso en este caso, las madres eligen serlo; las personas obesas, no. Muchas de ellas desearían no estar gordas, y llevan a cuestas su obesidad con suficiente vergüenza, incomodidad y baja autoestima, como para además colocarles una etiqueta de malos trabajadores. El estudio no aporta ningún bien, salvo tal vez para la aseguradora que lo financia; no revela ningún nuevo dato científicamente relevante, ni porporciona ninguna conclusión valiosa de utilidad en salud pública. Simplemente, sienta en España un precedente peligroso en ese camino hacia la estigmatización de las personas obesas que algunos se están empeñando en recorrer.

Este planeta es lo más parecido a la Tierra que tenemos hoy

La búsqueda de exoplanetas es una fascinante materia de investigación, pero no nos engañemos: sin ánimo de barrer para casa, en último término lo que de verdad interesa a la mayor parte de aquellos a quienes nos interesa, más que si hay casas fuera de la nuestra, es si están habitadas por alguien (más que algo).

Y a este respecto, teniendo como objetivo acertar en un planeta con muy serias y plausibles posibilidades de vida inteligente, las flechas cada vez van acercándose más al blanco, pero todavía sin conseguir un tiro limpio en el centro. Hace algo más de un mes saltaba una noticia que todos los medios recogían con excesivo entusiasmo, gracias al astuto márketing de la NASA que, por otra parte, no era la responsable del descubrimiento. Los siete planetas de la estrella TRAPPIST-1, algunos de ellos templados y posiblemente habitables, se presentaban casi como una probable flecha en el blanco. Incluso Google publicó uno de sus doodles saludando a nuestros nuevos amigos en el espacio.

Doodle de Google sobre el sistema estelar TRAPPIST-1.

Doodle de Google sobre el sistema estelar TRAPPIST-1.

Pero de inmediato el Instituto SETI (uno de los centros que buscan señales tecnológicas de vida inteligente en el universo) se apresuró a aclarar que su observación de TRAPPIST-1 no había detectado ninguna señal. Yo expuse aquí mis razones por las que no creía que aquel sistema fuera el gran hallazgo que estábamos esperando. Y desde entonces, las expectativas sobre TRAPPIST-1 no han hecho más que desinflarse.

Un último estudio hasta hoy revela que la estrella no es tan tranquila como los descubridores del sistema creían inicialmente: a lo largo de 80 días de observación del telescopio espacial Kepler, se han registrado 42 grandes fulguraciones, resplandores que disparan una radiación intensa al espacio. Los investigadores dicen que las fulguraciones de aquella estrella son cientos o miles de veces más potentes que las de nuestro Sol. Y además nosotros estamos protegidos por la magnetosfera terrestre; la conclusión de los científicos es que los planetas de TRAPPIST-1, mucho más cercanos a su estrella que nosotros al Sol, necesitarían campos magnéticos entre cientos y miles de veces más potentes que el nuestro para que la vida pudiera sobrevivir en tales condiciones de bombardeo estelar.

Ilustración de GJ 1132b. Imagen de MPIA.

Ilustración de GJ 1132b. Imagen de MPIA.

Más interesante en cambio, aunque sin el bombo y platillo de la NASA, es un estudio publicado ahora por investigadores europeos que ha detectado por primera vez una atmósfera en un planeta similar a la Tierra. Esta es su ficha: Gliese 1132b, 39 años luz, 1,6 veces la masa de la Tierra, 1,4 veces su radio.

Ya se conocen atmósferas en otros planetas extrasolares. La primera de ellas se describió hace 15 años. Pero dado que el descubrimiento de exoplanetas ha ido refinándose desde los supergigantes gaseosos hasta localizar planetas cada vez más pequeños, también el estudio de atmósferas exoplanetarias puede ahora evaluar objetos más parecidos a la Tierra. Y hasta hoy, GJ 1132b debe ostentar el título del planeta más similar al nuestro, ya no solo por su masa y tamaño, sino por poseer una atmósfera. Una de las posibilidades manejadas por los autores del estudio es que se trate de un mundo acuático con una atmósfera de vapor caliente.

Pero aún no es la flecha en el blanco: la temperatura calculada para su superficie es de 370 grados centígrados. Y no; como ya he contado aquí innumerables veces, no confíen en aquello de «¿pero y si…?». Hay muchas razones biológicas para que a 370 ºC no pueda existir nada vivo.

Sin embargo, GJ 1132b es un paso importante en la dirección correcta. Con toda seguridad, pronto sabremos de un planeta terrestre templado con atmósfera. Pronto sabremos de un planeta terrestre templado con una atmósfera hospitalaria para la vida. Y pronto sabremos de un planeta terrestre templado con una atmósfera hospitalaria para la vida con una posible firma biológica en su composición atmosférica. La meta está cada vez más cerca. Y una vez que encontremos el candidato ideal, habrá muchos esfuerzos de científicos planetarios, astrobiólogos e investigadores SETI volcados en convertir ese futuro presunto planeta en nuestro nuevo lugar favorito del universo.

Arranca la caza del agujero negro

Uno de los momentos científicos estelares previstos para este 2017 está a punto de comenzar: en una semana desde hoy, el equipo de investigadores del Event Horizon Telescope tratará de fotografiar un agujero negro por primera vez en la historia.

En realidad, ya tenemos imágenes de agujeros negros. Si miramos hacia el centro de nuestra galaxia, allí está Sagitario A*, un agujero negro con unas cuatro millones de veces la masa del Sol, pero cuyo radio (6.700 millones de kilómetros) es solo algo menos de 10.000 veces el de nuestra estrella.

Imagen de rayos X de Sagitario A* tomada por el observatorio Chandra. Imagen de NASA.

Imagen de rayos X de Sagitario A* tomada por el observatorio Chandra. Imagen de NASA.

Es precisamente esta inmensa densidad la que confiere a los agujeros negros sus propiedades peculiares, pero en realidad estos objetos son simplemente estrellas (o lo que queda de ellas) con una masa tan monstruosa que atraen hacia sí todo lo que cae en sus cercanías, incluyendo la luz; en concreto, todo lo que se acerca más allá de una frontera llamada horizonte de sucesos. Pueden imaginar un imán; hay que acercarlo a una determinada distancia de otro para que notemos la atracción entre ambos. Aplicado a la gravitación de los agujeros negros, ese límite sería el horizonte de sucesos.

Pero no, no miren al cielo. Desde la Tierra no podemos ver Sagitario A* porque su brillo se pierde en la neblina cósmica de los brazos en espiral de la Vía Láctea; es lo que los astrónomos llaman extinción interestelar. O dicho de forma más simple, no resplandece lo suficiente como para que podamos observarlo desde aquí. Pero los científicos sí han logrado fotografiar su potente emisión de ondas de radio. La radio también es luz, aunque no visible para nuestros ojos; sí para los radiotelescopios. Fruto de estas observaciones son imágenes como la que inserto a la derecha, tomada por el telescopio espacial de rayos X Chandra de la NASA.

En realidad habría que aclarar, para los puristas, que el nombre de Sagitario A* no designa exactamente un agujero negro. Este nombre se aplica a un objeto en el centro de la galaxia que emite una potente señal de ondas de radio. La hipótesis generalmente aceptada es que este objeto esconde en su interior un agujero negro supermasivo que no tiene un nombre particular, sobre todo porque su existencia no está demostrada. Pero incluso los propios astrónomos se refieren a él con el nombre de Sagitario A*, o Sgr A*.

Queda claro así que imágenes como la de arriba muestran el agujero negro, pero no: una foto de un huevo es una foto de un huevo, pero en realidad muestra solo la cáscara del huevo. Lo que los astrónomos se disponen a hacer ahora es ofrecernos una imagen de la clara y la yema. En este caso la yema es negra y no puede verse, pero los científicos confían en fotografiar el horizonte de sucesos gracias al Event Horizon Telescope (EHT).

El EHT no es un telescopio tal como lo entendemos, sino una red formada por varios radiotelescopios dispersos por todo el mundo, entre ellos el plato de 30 metros situado en el pico Veleta de Sierra Nevada y perteneciente al Institut de Radioastronomie Millimétrique (IRAM), una colaboración franco-germano-española participada por el Instituto Geográfico Nacional.

En la práctica, esta combinación de telescopios equivale a uno solo del tamaño de la Tierra, lo que puede ofrecer la resolución suficiente para distinguir el horizonte de sucesos del agujero negro. O al menos eso es lo que esperan los responsables del experimento; según una comparación que suelen citar, la resolución del EHT al observar Sgr A* equivaldrá a poder distinguir una uva sobre la superficie de la Luna.

A partir del próximo 5 de abril y hasta el 14, el consorcio del EHT va a tratar de obtener esa imagen. Los investigadores confían en distinguir el disco de polvo y gas que orbita en torno al agujero negro, y cuya luz dispersada estará distorsionada por la enorme masa del objeto. La imagen esperada será más bien la de algo parecido a una media luna, en lugar de un disco.

Tres versiones de la imagen del agujero negro para la película 'Interstellar' según Kip Thorne y sus colaboradores. La inferior es la más realista; la superior es más simplificada y próxima a lo que se mostró en la pantalla. Imagen de James et al, Classical and Quantum Gravity.

Tres versiones de la imagen del agujero negro para la película ‘Interstellar’ según Kip Thorne y sus colaboradores. La inferior es la más realista; la superior es más simplificada y próxima a lo que se mostró en la pantalla. Imagen de James et al, Classical and Quantum Gravity.

Una representación relativamente realista del aspecto que tendría un agujero negro para un observador cercano aparecía en la película de 2014 Interstellar. El director Christopher Nolan y el equipo de efectos visuales contaron con la colaboración del físico teórico Kip Thorne. En un estudio posterior, Thorne y sus colaboradores explicaron cómo habían diseñado la imagen del agujero negro. Aunque Nolan decidió modificar más que ligeramente el gráfico diseñado por Thorne para darle un aspecto más llamativo de cara al espectador, los científicos consideran que el de Interstellar es el retrato más fiel de un agujero negro mostrado hasta ahora en el cine.

El experimento del EHT no solo podrá confirmarlo, sino que haría algo de mucho más peso: proporcionar la primera prueba palpable de la existencia de los agujeros negros y de su estructura, pronosticada durante décadas por la teoría. De lograrse, será sin duda, imprevistos mediante, la imagen científica de este 2017, y una foto para la historia del conocimiento del cosmos.

Ciencia semanal: grabe su esperma con el móvil

Por si les interesa lo ocurrido en el mundo de la ciencia durante esta semana, aquí les dejo cinco de las noticias más destacadas.

Un test de fertilidad para hombres a través del móvil

Se calcula que más de 45 millones de parejas en todo el mundo sufren de infertilidad, y que en un 40% de los casos el factor responsable es la mala calidad del semen. Investigadores de la Facultad de Medicina de Harvard, dirigidos por el innovador bioingeniero Hadi Shafiee, han diseñado un sistema casero, barato (el coste de los materiales es de 4,45 dólares) y fácil de usar para que los hombres puedan analizar su esperma sin tener que acudir a un centro especializado. Se trata de un dispositivo para la recogida de muestras que se introduce en una carcasa fijada al móvil. La cámara del smartphone se encarga de hacer el recuento de espermatozoides y el análisis de su motilidad. Los investigadores esperan presentar próximamente la solicitud de aprobación del dispositivo a las autoridades sanitarias de EEUU. Seguro que nunca habrían imaginado utilizar el móvil de esta manera.

Esquema del aparato. Imagen de Kanakasabapathy et al, Science Translational Medicine.

Esquema del aparato. Imagen de Kanakasabapathy et al, Science Translational Medicine.

Los espermatozoides tienen marcha atrás

Sin salir del tema, un nuevo estudio ha analizado el movimiento del fluido que crea a su alrededor un espermatozoide durante su trabajosa carrera hacia el óvulo, que en la inmensa mayoría de los casos termina en fracaso: como en Los inmortales, solo puede quedar uno. Los investigadores, de universidades británicas y japonesas, descubren que el pequeño nadador no se limita a avanzar, sino que se mueve a latigazos también hacia ambos lados y hacia atrás para reducir la fricción con el fluido y conquistar su objetivo.

Diagrama del flujo creado por el espermatozoide durante su movimiento. Imagen de Universidad de Kioto.

Diagrama del flujo creado por el espermatozoide durante su movimiento. Imagen de Universidad de Kioto.

Juno paga otra visita a Júpiter

Mañana lunes, la sonda Juno de la NASA sobrevolará Júpiter por quinta vez desde su llegada al gigante gaseoso en julio de 2016. Durante su vuelo a 4.400 kilómetros de la capa de nubes, los instrumentos de Juno recogerán datos para continuar avanzando en el conocimiento de la atmósfera, la magnetosfera y la estructura de Júpiter. Una de las grandes incógnitas sobre el mayor de los planetas del Sistema Solar es si posee un núcleo sólido en lo más recóndito de su densa masa gaseosa.

Un agujero negro supermasivo, expulsado del centro de su galaxia

Desde la primera detección de las ondas gravitacionales, realizada en septiembre de 2015 y divulgada hace poco más de un año, los científicos están comenzando a sacar partido a esa nueva era de la astronomía que se anunciaba con motivo de aquel hallazgo. Un cataclismo cósmico como el que entonces originó las ondas detectadas, la fusión de dos agujeros negros, parece ser la causa de un enorme empujón gravitacional que ha expulsado del centro de una galaxia a un agujero negro supermasivo, con una masa equivalente a mil millones de soles. La energía necesaria para empujar a este monstruo fuera de su ubicación ha sido equivalente a la explosión simultánea de 100 millones de supernovas. Los investigadores calculan que dentro de 20 millones de años el agujero negro escapará de su galaxia y comenzará a vagar por el universo. Pero tranquilos, está a 8.000 millones de años luz de nosotros.

Imagen de hubblesite.org.

Imagen de hubblesite.org.

El 66% de las mutaciones del cáncer son aleatorias

Un interesante estudio publicado esta semana responde a la dramática pregunta que se formulan muchos enfermos de cáncer: ¿por qué yo? Aunque la respuesta no suponga ningún consuelo, explica por qué la mayor parte de la información que se difunde a diario en medios de todo el mundo sobre lo que «da» cáncer o «no da» cáncer es, en el mejor de los casos, de una utilidad muy limitada, cuando no sencillamente ruido y escombro informativo. Utilizando un modelo matemático basado en amplios datos epidemiológicos, investigadores de la Universidad Johns Hopkins (EEUU) descubren que las dos terceras partes de las mutaciones genéticas que provocan los cánceres son aleatorias, simples erratas tipográficas que se introducen al azar en la secuencia de ADN durante el copiado. O dicho de otro modo, solo un tercio de los casos se deben a la herencia genética de nuestros padres (5%) o a factores ambientales como el tabaco o los contaminantes (29%). Pero estas cifras generales varían también según los tipos de cánceres: mientras que en los de pulmón el impacto de las mutaciones aleatorias se reduce al 35%, en los de páncreas sube al 77%, y al 95% en los de próstata, cerebro y huesos. Los autores no recomiendan en absoluto abandonar los hábitos saludables, pero advierten de que esto no debe llevar al error de creerse a salvo y disminuir la vigilancia.

No se han detectado señales de vida inteligente en TRAPPIST-1

No, no es que los resultados hayan llegado de ayer a hoy. Verán, les explico: la estrella TRAPPIST-1 no ha debutado en este nuevo estudio que ha resonado esta semana por todos los rincones del planeta. Los responsables del trabajo, de la Universidad de Lieja, ya publicaron en mayo de 2016 el hallazgo de tres planetas orbitando en torno a aquel astro, pero han sido observaciones posteriores más precisas las que han desdoblado el tercer planeta en tres y han descubierto dos más, elevando el total a siete, que es lo nuevo publicado ahora.

Ilustración del sistema TRAPPIST-1. Imagen de ESO/N. Bartmann/spaceengine.org.

Ilustración del sistema TRAPPIST-1. Imagen de ESO/N. Bartmann/spaceengine.org.

Pero tal vez conviene aclarar que los científicos no acaban de proponer por primera vez el potencial para la vida de las estrellas enanas. De hecho, también orbita en torno a una enana roja Proxima b, el exoplaneta más cercano conocido hasta ahora, que también es el exoplaneta habitable más cercano conocido hasta ahora, cuyo hallazgo es obra del catalán Guillem Anglada-Escudé (declarado por ello uno de los diez científicos estelares de 2016 por la revista Nature) y que sin embargo no recibió tanto bombo y platillo como TRAPPIST-1, a pesar de que su distancia a nosotros es casi diez veces menor. Pero claro, en aquel caso no participó la NASA con su poderosa maquinaria mediática.

Hay alguien que ya desde antes creía en las estrellas enanas frías como las candidatas más prometedoras para albergar vida: se trata de Seth Shostak, director del proyecto SETI (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre) del Instituto SETI en California. Los científicos SETI apuntan radiotelescopios a multitud de coordenadas precisas en el cielo para tratar de detectar alguna señal de radio que pueda revelar un origen inteligente. Y Shostak lleva tiempo enfrascado en un proyecto de escucha de 20.000 estrellas enanas.

Una de esas estrellas fue TRAPPIST-1, antes de los nuevos resultados del equipo belga. A efectos de SETI, no importa que la estrella tenga tres planetas o siete, o que ni siquiera se conozca si posee alguno; los científicos SETI se saltan este paso y directamente ponen el oído en busca de posibles señales de origen no natural.

Y las noticias no son buenas. En un artículo en la web del Instituto SETI, Shostak escribe: «El Instituto SETI utilizó el año pasado su Matriz de Telescopios Allen para observar los alrededores de TRAPPIST-1, escaneando a través de 10.000 millones de canales de radio en busca de señales. No se detectó ninguna transmisión, aunque preparamos nuevas observaciones».

Por supuesto, los resultados no excluyen por completo la existencia de vida allí, ni siquiera de vida inteligente. Aunque, como comenté ayer, y simplemente desde el punto de vista biológico, esto último es más bien improbable, algo que tal vez no se ha explicado lo suficiente. En un artículo publicado por la NASA como seguimiento de la noticia de los nuevos planetas, se daba por fin voz a una astrobióloga, Victoria Meadows, del Instituto de Astrobiología de la NASA. Meadows sopesaba las posibles condiciones de aptitud para la vida del sistema TRAPPIST-1, pero después de exponer los pros y contras, terminaba aclarando: «aquí estoy hablando solo de moho». En otras palabras: la astrobióloga no se planteaba ni como posibilidad remota la existencia de vida inteligente en aquella estrella.

Por el momento, solo nos queda seguir esperando. Pero al menos estaremos entretenidos: ya se han escrito dos relatos, un poema y un cómic sobre TRAPPIST-1.

Por qué es improbable que haya alienígenas en TRAPPIST-1

El hallazgo es histórico: un sistema de siete planetas templados, todos ellos de tamaño similar a la Tierra, al menos seis de ellos con suelo firme, al menos tres de ellos con la casi garantía de condiciones climáticas adecuadas para la existencia de agua líquida en toda su superficie. Ya conocíamos exoplanetas de talla terrestre, ya conocíamos exoplanetas rocosos y ya conocíamos exoplanetas templados. Pero encontrar todo ello junto multiplicado varias veces significa que el sistema de TRAPPIST-1 es, desde hoy, nuestro nuevo rincón favorito del universo. Y a solo 40 años luz, lo cual es una minucia en distancias cósmicas.

Ilustración de TRAPPIST-1 f. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Ilustración de TRAPPIST-1 f. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Pero vaya una advertencia: ¡por favor, no le atribuyan el descubrimiento a la NASA! Es cierto que la agencia estadounidense ha participado, pero es que actualmente participa de una manera u otra en la casi totalidad de los descubrimientos de exoplanetas, dado que la mayoría de ellos suelen contar con alguno de sus telescopios espaciales.

Al César lo que es del César: el sistema de la estrella TRAPPIST-1 es la criatura de un equipo de astrónomos belgas trabajando con un telescopio belga en suelo chileno, cuyo nombre (el mismo de la estrella) no es casual, como sabe todo el que haya probado la típica cerveza belga trapense (trappist). Por supuesto, ha sido el telescopio espacial de infrarrojos Spitzer de la NASA el que ha permitido desdoblar lo que antes se creía un solo planeta en tres, y descubrir otros dos nuevos. Pero un edificio de Norman Foster sigue siendo de Norman Foster pese a que sea otro quien lo construya.

Los medios ya han ofrecido esta tarde toda la información básica sobre el nuevo sistema solar de bolsillo, con sus siete planetas (como mínimo) apiñados en torno a su pequeña estrella. Yo mismo también lo he contado en otro medio. Pero hay un aspecto que quisiera comentar aquí, y es lo que en el fondo más importa a la mayoría de un descubrimiento como el del sistema TRAPPIST-1: la posibilidad de que haya vida allí. Y cuando la mayoría piensa en vida, piensa en alguien a quien podríamos llegar a saludar, de una manera u otra.

Ilustración del sistema TRAPPIST-1. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Ilustración del sistema TRAPPIST-1. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Por supuesto que desde el punto de vista de los astrofísicos y los científicos planetarios aún quedan muchas condiciones por definir antes de que puedan lanzar alguna apuesta sobre la habitabilidad real de aquel sistema. Los responsables del estudio, bajo la dirección del astrónomo de la Universidad de Lieja Michaël Gillon, dijeron ayer martes en una rueda de prensa telefónica organizada por la revista Nature que TRAPPIST-1 es una estrella muy tranquila, sin grandes erupciones solares que puedan arrasar sus planetas con grandes dosis de radiación y pelar sus atmósferas.

Aun así, los científicos estiman que probablemente los planetas de TRAPPIST-1 estén sometidos a una enorme radiación ultravioleta (UV), y este es un claro impedimento para la vida. La luz UV provoca daños celulares que resultan dañinos o letales para los organismos. Los terrícolas contamos con un aliado que nos protege, y que sin duda les sonará: la capa de ozono de la atmósfera.

Pero para protegerse de esta nociva irradiación, los seres vivos también pueden refugiarse a la sombra, ya sea bajo tierra o debajo del agua. Y hay otra interesante posibilidad analizada por Jack T. O’Malley-James y Lisa Kaltenegger, dos investigadores del Instituto Carl Sagan de la Universidad de Cornell (EEUU), en un estudio de próxima publicación, y que bien podría ser aplicable al sistema de TRAPPIST-1: la biofluorescencia.

La fluorescencia consiste en emitir luz después de absorberla, pero de modo que la luz emitida tiene menos energía que la recibida, y por tanto (según una propiedad básica de la luz) mayor longitud de onda. Es decir, que por ejemplo un cuerpo fluorescente recibe luz UV y la convierte en luz visible, anulando así su efecto dañino. La fluorescencia se ha propuesto como un mecanismo de defensa de algunos organismos contra la luz UV aquí mismo, en la Tierra; en concreto, en algunos corales.

Según O’Malley-James y Kaltenegger, y suponiendo que los seres vivos de un lugar como TRAPPIST-1 desarrollaran biofluorescencia como sistema de protección contra el UV, no solo podrían vivir bajo esas condiciones, sino que incluso nosotros podríamos detectar esa luz a distancia, por ejemplo durante fuertes fogonazos de UV por parte de la estrella. Así, la fluorescencia podría ser una biofirma temporal, distinguible de la emitida por los minerales, que podría revelarnos la existencia de vida en un sistema solar lejano.

Según ha informado hoy la Universidad de Cornell, Kaltenegger tiene ahora mismo en revisión otro estudio en el que discute concretamente la posibilidad de existencia de vida en las condiciones de irradiación UV de TRAPPIST-1. Lo esperaremos con impaciencia.

Ilustración del sistema TRAPPIST-1. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Ilustración del sistema TRAPPIST-1. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Pero incluso dando todo lo anterior por supuesto, desde el punto de vista biológico hay un enorme impedimento para que en TRAPPIST-1 pueda existir una civilización con la que pudiéramos intercambiar señales cada 40 años: la estrella es demasiado joven.

En la rueda de prensa, Gillon y sus colaboradores explicaron que TRAPPIST-1 tiene unos 500 millones de años. Al tratarse de una estrella de evolución lenta, seguirá ahí cuando nuestro planeta ya no sea ni un recuerdo: mientras que el Sol se encuentra más o menos a la mitad de su vida y pueden quedarle por delante unos 5.000 millones de años, en cambio TRAPPIST-1 vivirá un billón de años, dijeron los investigadores.

Mucho tiempo por delante. Pero muy poco por detrás. Si repasamos los 4.600 millones de años de historia de nuestro Sistema Solar, o lo que sabemos de esos 4.600 millones de años, encontramos que tuvieron que pasar más de 500 millones de años hasta la aparición de las primeras células simples. Y aunque la ventana del comienzo de la vida en la Tierra suele centrarse en torno a los 4.000 millones de años atrás por los indicios químicos hallados, las pruebas fósiles más antiguas no llegan más allá de los 3.700 millones de años.

Durante la mayor parte de la historia del planeta, la Tierra ha estado habitada solo por células individuales. Aunque tampoco sabemos con certeza cuándo aparecieron los primeros organismos multicelulares (las estimaciones pueden variar salvajemente entre los 800 y los 2.000 millones de años), sí sabemos que solo hace 570 millones de años comenzaron a aparecer formas de vida más complejas, como los artrópodos.

Los mamíferos solo llevamos aquí unos 200 millones de años. Y la única especie con capacidad para comunicarse con otras civilizaciones, nosotros, somos unos recién nacidos, con unos 200.000 años de vida. Somos un decimal en la historia de la vida terrestre; este planeta ha tardado casi 4.600 millones de años en alumbrar una especie que, si no fuéramos tan bestias, podría llamarse civilizada.

Pero TRAPPIST-1 no ha tenido tanto tiempo. Si hay algo allí, apenas serán células simples.

Es cierto, se puede objetar que estas cronologías probablemente vienen marcadas tanto por fenómenos geológicos como biológicos: la Tierra recién formada tuvo que enfriarse, sufrir el cataclismo lunar, recuperarse del cataclismo lunar… Pero por desgracia, de los biológicos en realidad sabemos poco. Como aún desconocemos el proceso de la abiogénesis (la transición de la no vida a la vida), sus pasos más limitantes y su probabilidad, o si pudo existir más de un origen de la biología terrestre (segundo génesis), no podemos valorar las posibilidades reales de que la vida pueda seguir otros caminos con cronologías muy diferentes.

Así que debemos atenernos al principio de mediocridad, y suponer que la de la Tierra sería una historia típica, con su evolución geológica y biológica gradual puntuada por grandes catástrofes esporádicas que provocan extinciones masivas. Y no tenemos razones para sospechar que en TRAPPIST-1 no se aplique el principio de mediocridad.

Por otra parte, está también la vieja objeción de suponer la vida tal como la conocemos, y de olvidar que la vida podría existir tal como no la conocemos y por tanto regirse por otros parámetros bien distintos, incluyendo su cronología evolutiva. Pero sin mencionar siquiera que otras bioquímicas alternativas propuestas a veces tienen más de fantasía que de posibilidad real (algo de lo que ya he hablado más extensamente aquí en alguna otra ocasión), hay que tener en cuenta que estamos valorando la habitabilidad del sistema TRAPPIST-1, o de otros exoplanetas en general, por la comparación de sus condiciones con las terrestres. Así que en realidad estamos pensando en la vida más o menos tal como la conocemos.

En otras palabras: nadie ha refutado formalmente la posibilidad de vida exótica extremadamente rara, como la que Robert L. Forward situaba sobre una estrella de neutrones en Huevo del Dragón, y que funcionaba un millón de veces más deprisa que la terrestre. Pero los planetas de TRAPPIST-1 no son estrellas de neutrones, sino planetas parecidos a la Tierra. Y en planetas parecidos a la Tierra la biología debería funcionar de forma parecida a la de la Tierra. Y según la biología de la Tierra, o mucho nos equivocamos, o me temo que imaginar una civilización inteligente en un planeta que aún es un bebé cósmico no es más que pura fantasía.