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«Cuando empiece con los cereales dormirá mejor»

En el último post hablábamos de la incorporación de los sólidos en la dieta de los bebés. Y os contaba las cosas en las que coincidieron mis dos hijos cuando llegó ese momento.

Pues hay otra cosa que tienen en común y que olvidé mencionar: sus pautas de sueño no cambiaron. Buscaban el pecho (no llegaban a despertarse) varias veces durante la noche y lo siguieron haciendo durante varios meses más.

Nunca noté que tomar cereales por la noche, o empezar con las carnes y verduras, afectara de ninguna manera su forma de dormir.

Claro que evolucionaron hasta llegar a dormir del tirón (bueno, Julia pasa entre unas 10 u 11 horas durmiendo pero un par de veces aún busca el pecho sin llegar a despertarse del todo), pero fue más cuestión de tiempo y paciencia que de dietas milagrosas.

Pero es verdad que eran muchos los que me decían que cuando empezara con los cereales dormirían mejor.

Curiosamente nunca me lo dijeron la pediatra o la enfermera de pediatría, es una de esas sentencias que se oyen a pie de calle.

Es algo que creo que todas las madres hemos oído, da igual si hemos alimentado los primeros meses a nuestros hijos con el pecho o con el biberón: «Ya verás, ya verás, con los cereales se llenará más y dormirá mejor»

O en un tono más prudente: «a ver si ahora con los cerales hay suerte y te deja dormir más».

Es dudoso que los cereales llenen más que la leche. Y es dudoso también que tener el estómago a rebosar ayude a dormir mejor. A mí desde luego me lo dificulta.

Si mis hijos se han medio despertado a mamar un poco, más que por hambre, era por necesidad de contacto o para comprobar que estaban acompañados.

Pero tal vez en otros casos sea cierto. Esa sentencia tan extendida debe tener su origen en alguna parte. ¿Vuestros hijos comenzaron a dormir mejor con los cereales?

Comenzando con los sólidos

En pocos días una madre reciente y su bebé de seis meses a los que conozco bien abandonarán la lactancia materna en exclusiva. Comenzarán con los famosos cereales sin gluten, que igual son los polvos de farmacia como el arroz hervido de toda la vida. Toda una nueva etapa para ambos.

Recuerdo que cuando en esos momentos, sobre todo con mi primer hijo, me dió por pensar que hasta ese momento todo su ser procedía de mí. Durante las 38 semanas de embarazo fue mi sangre y los seis meses siguientes fue mi leche lo que le aportó todo el alimento. Sus huesecillos, su carne tierna y firme, todo en él venía de mí.

Comenzar con otros alimentos era también comenzar a despedirme de todo eso. Algo bueno, ilusionante, pero también un poco triste.

Con ambos pasamos directamente del pecho a la cuchara. Ni Jaime ni Julia han probado jamás un biberón ya que la leche la continuaron tomando de su envase original. Y la transición fue natural y sencilla.

Pero es lo único que tienen en común.

Jaime era un niño que comía cantidades industriales de cereales y papillas desde el primer momento. En torno al año bajó la cantidad de alimento durante unos meses, pero pronto volvió a recuperarse.

Eso sí, nunca mostró interés por ver o probar lo que había en nuestros platos. Tampoco por coger él la cuchara o la comida con los dedos. Ahora sé que eso era parte de su problemática.

Además, aunque al año ya devoraba aspitos, tardó mucho en comenzar a masticar como es debido. Todo tenía que estar trituradísimo. Eso, aunque puede que también, no tiene por qué deberse al autismo. Muchísimos niños de entre uno y dos años tienen el mismo problema.

De hecho recuerdo en un programa de televisión a una niña de unos cinco o seis años que, salvo las palomitas de maíz y alguna que otra chuche más, también quería todo triturado.

Julia en cambio durante los primeros tres meses (de los seis a los nueve) apenas comía otra cosa más que el pecho. Los cereales y purés, muy poquito. Afortunadamente lo tenía a su disposición.

Al contrario que su hermano, muy pronto comenzó a querer probar y masticar lo que teníamos en nuestros platos. Y a día de hoy, con casi catorce meses, come de todo con las manos y no toma nada triturado. No lo quiere. Desayuna pan con queso, o galletas y fruta. Pero en trocitos.

Y come bastante cantidad. La que ella quiere.

Hace ya mucho tiempo que aprendí que es una guerra absurda pretender que un niño coma más de lo que desea. Convertir las comidas en una guerra es un desgaste inútil para la madre y para el hijo.

Nunca he obligado a comer a mis niños. Creo que nadie mejor que ellos sabe lo que necesitan sus estomaguitos. Recuerdo perfectamente cómo me intentaban obligar a mí. El tiempo perdido ante un plato de lentejas frías. El uso de la comida como arma arrojadiza. Era una comedora horrible de niña y ahora como absolutamente de todo.

Nuestra experiencia de niños siempre marca nuestras reacciones como padres.

En cualquier caso, independientemente de los planes que los padres tengamos, nuestros hijos vendrán a romperlos marcando sus preferencias desde el principio. También con apenas seis meses y la introducción de nuevos alimentos.

Más vale estar abierto a lo que sea y ser fléxibles.

Creo que la madre reciente de la que os hablo lo tiene bastante claro.

Las cuatro manías de mi hija a la hora de comer

¿Recordáis que hace unas semanas os comentaba que Julia era mala comedora? No es cierto. Le encanta comer. Eso sí, con cuatro salvedades importantes:

La primera es que se niega a tomar purés y papillas. No quiere. Cierra la boca y no hay nada que hacer. Tan claro nos lo ha dejado desde que tiene diez meses que he desistido de hacérselos.

Quiere masticar. Quiere trocitos. Así que come pasta, arroz, queso blanco, pavofrío… come prácticamente lo mismo que nosotros pero en cachitos pequeños.

La segunda es precisamente que tiene que comer lo mismo que comemos nosotros. Puede estar disfrutando como una loca con sus minimacarrones, que si su hermano termina su plato y le ofrecemos el yogur, ella ya no quiere más pasta y también tenemos que ofrecerle un yogur.

«Culo veo, culo quiero» dice su padre.

La tercera es que está comisqueando todo el día, precisamente por que todo lo que ve lo quiere y por que ha aprendido a pedirnos galletas y aspitos.

«Eres una pica, pica» le digo yo.

La cuarta es que tiene que comer con sus manitas. Con la cuchara empieza a intentarlo, pero atina poco. En realidad casi todo lo come con las manos, practicando la pinza y pringándose de aceite o salsa de tomate hasta la cabeza.

«Eres una cochinota» le dice su abuela.

Aunque para ser justos con ella hay que decir que cada vez tira y mancha menos. La foto es de cuando aún no había depurado la técnica y la mitad del alimento se perdía por el camino para alegría de mi perra. Ya no pasa.

Tenemos algunos miembros de la familia poco conformes, sobre todo a las abuelas, que disfrutarían viéndola zamparse un tazón de cereales en el desayuno, un plato gigante de puré en la comida y otro de papilla de fruta con galletas en la merienda como hacía su hermano.

Ver engullir a un bebé causa una extraña satisfacción en los adultos.

Pero yo estoy de lo más contenta. Pensándolo bien, creo que sus cuatro manías son cuatro grandes virtudes.

Primero por que está masticando, que es lo que hay que hacer. Masticar pronto fuerte y bien ayuda además luego a hablar mejor.

Segundo por que se fija en lo que hacemos los demás, en lo que hay en nuestros platos y por que quiere probarlo. Eso es pura y sana curiosidad.

Tercero por que está comunicándose constántemente con nosotros para pedirnos comida o agua.

Y cuarto por que ella misma está trabajándose su autonomía. Quiere hacer las cosas solita aunque aún no haya cumplido el año. Y eso también es bueno.

Y como, aunque no sea una niña grande y hermosa que diría mi abuela, crece y engorda, podemos estar tranquilos.

Los malos comedores

Estábamos muy mal acostumbrados con el tema comidas. El peque fue siempre como un túnel de metro. Entraba casi de todo y en cantidades importantes. Es verdad que tardó mucho en masticar como es debido, pero ya está superado.

Pero su hermana no va por los mismos derroteros. Aún toma toda la teta que quiere, pero ya hace todas sus comidas: desayuno (cereales), comida (purés, arroz, macarrones en cachitos…), merienda (fruta espachurrada) y cena (cereales o purés).

Además lleva ya tiempo masticando estupendamente: aspitos, trocitos de galleta, pan, pasta, arroz….

¿Cuál es el problema? Pues por un lado las cantidades. Raro es que se tome la ración entera. A veces con tres cucharadas se da por satisfecha. Y es frecuente que no quiera más que probarlo. Por otra parte que no todo le gusta o le apetece en ese momento.

Además, lo suyo es comer con los ojos y con las manos.

Con los ojos por que quiere lo que hay en nuestros platos y no en el suyo. Y no siempre puede ser. Y con las manos por que cada vez más se niega a aceptar la cuchara. Pero tampoco quiere usarla ella. Quiere comer con sus manitas. Y no es que me importe en absoluto que se reboce (de hecho me divierte verla). Pero los purés y cereales son francamente difíciles de comer al estilo medieval..

Los casi cuatro kilos y el percentil elevadísimo que tenía al nacer se han quedado en nada. Ahora es un piojillo. Un comino que dice su padre. Pero su peso no me preocupa. Su enfermera de pediatría lo tiene controlado y es una niña sana y espabilada.

Lo que sí estoy descubriendo es esa inclinación oculta dentro de las madres de desear ver zampar a sus hijos como osos pardos.

Para atreverse con los alimentos sin pasar

Hace unos días la mamá reciente y pediatra Amalia Arce escribía en su blog sobre la ingesta de medio litro de leche al día que muchos colegas suyos recomiendan.

Pero lo que realmente me llamó la atención como para traer tu blog a colación hoy es su mención a la eliminación de biberones y chupetes a partir del año.

Y sobre todo, su empeño en que dejemos a nuestros hijos experimentar desde bien chiquitos con los alimentos sin pasar.

De la misma manera que entorno a los 12 meses habría que ir ofreciendo la leche y los líquidos en vasos, también habría que dejar que los niños fueran un poco más autónomos en cuanto a su capacidad de alimentarse por sí mismos (empiezan a hacer sus pinitos a los 9-10 meses, sí sí!!) y en lo referente a la consistencia de los alimentos. El miedo a que se atraganten y en parte también la comodidad para los progenitores, hacen que las comidas sean trituradas (sin dejar ni un solo grumo) hasta edades también muy avanzadas. Si nos fijamos en otras culturas, pasan de la leche materna a la comida de los adultos prácticamente sólo discretamente adaptadas a los pequeños paladares….

Así que ánimo padres recientes: con los trocitos, con dejar los bibes, y con sentarlos a la mesa con vosotros. Eso sí contad con un buen babero (o chubasquero mejor) y un producto de limpieza de primera categoría para después limpiar suelos y paredes….

No puedo estar más de acuerdo. Julia ya anda royendo cuscurros de pan, migas de galletas (las que no tienen huevo, de su hermano) y aspitos. Nunca le hemos dado los pures o la fruta muy pasada, siempre ha estado grumosilla. Y está a una semana de cumplir los ocho meses.

Con su hermano cometí el error que comenta Amalia. Sobre todo por miedo al atragantamiento. Y luego es cierto que nos costó que masticase.

Os dejo el vídeo que ella pone en su blog de un bebé inflándose a pasta. Me encanta.

¿Cómo fueron los incios en la masticación de vuestros hijos?

Las manías a determinados alimentos

Creo poder afirmar que todos los niños de la edad del mío (cumplió en agosto los tres años) tienen sus manías alimenticias. Algunas bastante peculiares. Conozco a un niño que discrimina algunos alimentos por el color.

Mi peque es un auténtico zampabollos. No sé dónde lo mete. Bueno sí que lo sé, crecer y correr quema muchas calorías.

Aunque tardó algo más de la cuenta en masticar como es debido, ahora come bastante bien. Le chiflan todo tipo de legumbres. Lentejas, carillas, cocido y garbanzos con bacalao deben ser sus platos preferidos. También come bien la menestra de verdura, las patatas guisadas con lo que sea, el arroz, la pasta… y por supuesto todo tipo de purés. También se come bien el pescado blanco a la plancha. No perdona la fruta al mediodía. Los postres lácteos le privan: natillas, yogures, arroz con leche… y el pan y las galletas son su perdición.

Ahora lo que no quiere: se niega a tomar salchichas o pizzas. Mira raro al chocolate, algún huevo kinder ha probado, pero no le entusiasma. Se niega en redondo a comer alimentos con la textura del pavofrío o el queso fresco. Tampoco le gusta el queso o los quesitos.

Los rebozados y las tortillas no los cata, pero por su alergia al huevo.

Realmente come mucho mejor de lo que comía yo a su edad. Aunque ahora como de todo, a partir del año mi madre cuenta que no había manera. Me sacabas de tres o cuatro platos y era la guerra. Y comía poco y lento. Rechazaba sobre todo los alimentos por su textura.

Aún me acuerdo de esos castigos sin ver el 1,2,3 por no acabar la cena.

Tal vez por mis recuerdos de la lucha infructuosa de mi madre conmigo no soy yo de forzar al peque.

Me niego a tener con él las luchas delante del plato que tuvimos nosotras.

Sí que intento que pruebe nuevas cosas, claro, pero si prueba y no quiere más. Pues no hay más.

También el gusto por los alimentos, como el gusto por la música, va evolucionando con la edad.

Además incluso de adultos seguimos teniendo nuestras manías. Y son respetadas. Mi madre no prueba la cebolla ni muerta. Yo me niego a comer pepino. Mi santo no puede con el cocido (él se lo pierde). E incluso tengo algún familiar que se niega a comer pato o conejo por que le recuerdan a los personajes de la Warner.

Pero a lo que íbamos. ¿Cuales son las manías alimenticias de vuestros hijos?

Los sensores maternos

Me ha llamado la atención que en los comentarios del último post , María arremete contra la antihigiénica práctica de muchas madres (y padres, abuelos y abuelas) recientes de probar la comida de nuestros peques de su misma cuchara.

Maria: Miedo me da eso que decís que probais la comida y qué mala o qué rica, seguro que rechupetais la cuchara y le dais al niño con la misma. He visto a casi todas las madres muy cochinotas y antihigiénicas cuando dan de comer a sus bebés, probando ellas todos y baboseándolo, retirándoles el sobrante de la boquita con el dedo y se lo chupan ellas, en fín, muy repulsivito, la verdad.

Pues María, es más que razonable lo que cuentas. Es cierto que no suena muy higiénico eso de dejarles nuestras babas en su cuchara, pero te confieso que yo lo hago. Soy una de esas madres cochinas.

A veces por comprobar la temperatura, otras veces por el sabor, pero no es raro que pruebe un poquito de su ración.

Claro que también le doy besos en la boca a mi santo. Y peor que eso…

Pero tu comentario me ha hecho pensar en los múltiples sensores que desarrollamos cuando tenemos un bebé en casa.

Además de la boca para la comida, está el sensor de la temperatura del baño: normalmente el codo o la muñeca. No sé vosotros, pero yo el termómetro de bañera sólo lo usé la primera semana y con mi primer hijo.

Están los sensores de fiebre. En mi caso la mano pero, sobre todo, un beso en la frente o las sienes. A besos suelo cazar la fiebre sin equivocarme.

Y los más escatológicos. Los sensores de pis y caca en el pañal. Casi siempre con el olfato basta. Creo que todos hemos hecho eso de elevar al bebé y ponernos su culete directamente contra la nariz.

Y a veces, cuando el olor no es determinante y la vista no alcanza a través de la ropa, toca lanzar un valiente dedo explorador en busca de pringue. Con una toallita o un grifo a mano claro.

Yo hago uso frecuente de todos ellos, sean más o menos higiénicos. Imagino que vosotros también. ¿Verdad?

Prefiere los potitos a nuestros purés

Hace dos días que Julia cumplió siete meses. Y ya sabéis que llevamos unas semanas introduciendo nuevos alimentos.

Su hermano siempre aceptó de buen grado todo, o casi todo, lo que le ofrecimos. Era un glotón y lo sigue siendo.

Pero con ella estamos teniendo problemas con las verduras.

La fruta le encanta, los cereales también. Pero con las verduras la cosa cambia.

Comenzamos con la calabaza que es dulce, y parecía funcionar, pero no. Ha decidido que pasa.

Y lo hace poniendo unas caras de asco divertidísimas y cerrando la boca como un resorte.

Hemos probado de todo: calabacín, judías verdes… nada.

La verdad es que todo el asunto no me preocupa nada. Sólo tiene siete meses.

Aún mi pecho es su fuente de alimento principal y ya llegará el momento en el que comerá.

Lo que me llama la atención es que hemos probado a darle potitos de inicio de farmacia y esos sí que le gustan.

Con lo aquerosos que están. ¿Los habéis olido? ¿Los habéis probado?

Me consta que es un misterio para muchos padres recientes que nuestros hijos sean capaces de comérselos encantados.

En la farmacia me han contado que es muy frecuente encontrar bebés así: que no arrancan con los purés caseros, que sólo aceptan los potitos.

Incomprensible.

No sé a vosotros, pero a mí tendrían que ponderme delante un billete bien gordo para terminarme uno.

Seis meses, empezamos con los purés

Ayer Julia cumplió seis meses. Medio año ya. En otro medio año que también se me pasará volando ya empezará a soltarse con sus primeros pasitos, sus primeras palabras… empezará a parecer más una niña que un bebé.

Es algo que todos hemos dicho y oído, pero no deja por ello de ser menos cierto: ¡qué rápido crecen los bebés! ¡qué pronto pasa esta etapa!

Como dictan las fechas hemos estado en el pediatra, que ha revisado su estado de salud y le han arreado dos nuevas vacunas que le dieron unas décimas de fiebre.

A partir de mañana se acabó el pecho en exclusiva, comenzaré a sacarme leche para dársela con cereales. Primero por la mañana y luego por la noche.

Y no puedo evitar pensar que hasta ahora toda ella procede de mí.

Tanto durante las 41 semanas de embarazo como a lo largo de estos seis meses, todo el alimento necesario para construir ese cuerpecito que late lleno de vida y promesas ha salido de mí.

Primero vendrán los cereales sin gluten, y mientras siga dándole pecho empezaremos a meter los cereales con gluten paulatinamente.

Primero medio cacito con gluten, luego uno entero, más tarde dos… así hasta que toda la papilla lo tenga.

A la semana empezaré a darle manzana mezclada también con leche. Pasados dos o tres días cambiaremos a pera y luego a plátano. Y si sigue asimilándolo todo bien, pues cambiaremos la leche por zumo de naranja. Sin prisa.

Con las verduras igual: primero patata y calabaza, a los dos o tres días patata y penca de acelga o calabacín… dejando las verduras de hoja verde, guisantes… para dentro de unos meses.

Cuando llegue el momento de la carne , tras llevar un par de semanas con las verduras,lo primero será el pollo y la ternera. Más tarde pavo, cordero y cerdo. Las vísceras más adelante aún.

Los purés siempre sin sal y con un chorrito de aceite de oliva en crudo antes de servírselos.

Como su hermano es alérgico al huevo retrasaremos su introducción hasta el año. Lo mismo con el pescado, que no probará hasta los diez meses, primero los blancos y luego los azules.

Los yogures llegarán a los diez meses y también por esas fechas comenzaremos a darle las cosas menos trituradas y a sentarla a la mesa con nosotros con dos cucharas (una para ella otra para nosotros).

Y a partir del año la leche entera de vaca, las legumbres, las frutas tropicales y las más alergénicas como fresas o melocotones.

Todo lo que os he contado son las indicaciones que me han dado, explicándome que son normas flexibles.

A ver qué tal acepta la cuchara. Con el peque fue genial. Me han aconsejado que haga como con su hermano (en la foto) y evite el uso de biberones si es posible.

Mi bebé se está haciendo mayor.

Actualizando: las primeras papillas con cuchara han ido un éxito. Os dejo la prueba gráfica.

¿Qué tendrá el pan?

¿Qué tendrá que el pan que a todos los niños les gusta? Vale, seguro que hay por ahí alguna excepción. Pero por regla general se pirran por un cuscurro recién comprado.

El otro día estaba en la cola del súper y antes de que pudiera darme cuenta el peque le estaba echando mano a la barra de pan del señor que venía detrás de mí.

El señor, muy amable, le cedió una buena parte del pico a ladronzuelo que tengo en casa.

Y pensando en el pan se me vino a la cabeza toda esa serie de alimentos masticables con los que los niños suelen iniciarse en los placeres de la mesa con más o menos miedos por parte de sus padres.

Incluso el más exquisito gourmet de la próxima generación, seguro que empezó salivando al ver pan, aspitos, gusanitos, galletas, yogures y helados.

Los primeros alimentos favoritos de los niños pequeños.

Luego cada uno tiene sus gustos particulares: que si el melón (ese era el caso de mi santo, mi suegra le recuerda en el parque enmelonado perdido), un buen trozo de jamón, las legumbres (para el mío no hay mayor manjar que unas lentejas o unas carillas), las croquetas, las patatas fritas…

Pero el pan, en trozos grandes o pequeños según la teoría de cada padre respecto al atragantamiento (no tengo ni idea de qué bando tiene más razón), debe ser el rey universal de los alimentos iniciáticos.