En uno de sus últimos posts Amalia Arce, madre reciente y pediatra, habla de esa enfermedad (mental) tan frecuente entre padres recientes: la fiebrofobia.
He de reconocer que sí, que un poco la padezco.
Cuando mis hijos tienen fiebre no me lo pienso dos veces antes de tirar de un antipirético. En cuanto rondan los 38, aunque les vea felices y contentos, voy al botiquín. Normalmente les cae paracetamol y normalmente es por vía rectal. A veces ibuprofeno en jarabe mezclado con el yogur. Pero cada vez cazan mejor su sabor y se niegan a tomarlo.
Lo que no he hecho nunca es lo de alternar antipiréticos. Los padres que conozco lo hacen con paracetamol e ibuprofeno. Tampoco me obsesiono si algo de fiebre queda coleando tras haberles dado el medicamento.
Pero sí, he de confesar que le declaro la guerra a la fiebre en cuanto da la cara en alguno de mis hijos.
Es difícil verles malitos o saber que la fiebre campa por sus cuerpecillos aunque no se les vea padecer demasiado y no intentar solucionarlo.
Cuando les ha pegado fuerte he abusado del uso del termómetro. O del beso en la frente. Un termómetro natural de lo más fiable.
Y ahora un fragmento del post de Amalia:
La fiebre da miedo a los padres, y lamentablemente también a algunos pediatras. Existe la fiebrefobia. Y existen muchos mitos alrededor de ella sobretodo en relación con la posibilidad de ciertas secuelas neurológicas. La fiebre no es mala -y perdonar la expresión-, más bien es un sistema de defensa extraordinario contra los gérmenes. Si ha existido toda la vida, incluso antes de existir medicamentos para combatirla quizá será por algo.
Y la fiebre no dejar de ser un síntoma. Lo interesante es saber la causa de la misma, aunque sea un diagnóstico tan poco contudente o poco concreto como decir que es un cuadro viral.
Bajar la temperatura se convierte en una obsesión para muchos padres y pediatras. Y hay muchos niños que a pesar de estar con temperaturas altas están como si nada, haciendo vida más o menos normal. En otros casos no ocurre así y el aumento de la temperatura se relaciona con un empeoramiento del estado general y una hipoactividad marcada. Quizá como referencia para tratar la fiebre, más que un nivel de temperatura en concreto, hay que fijarse en cómo está el niño y tratarle en función de ese dato.Cuando mis hijas han tenido fiebre, les pongo el termómetro de vez en cuando cuando pienso que tienen fiebre, pero nunca de la manera obsesiva que utilizan algunas personas. En algunas visitas, hay familias que aportan un verdadero diario con las temperaturas horarias. Y generalmente no es necesaria una monitorización tan estricta.
Sobre la alternancia de antitérmicos se han escrito ríos de tinta. Os he de confesar que va también un poco a modas. A temporadas se impone la combinación de fármacos para la fiebre, mientras que en otras temporadas se leen diferentes artículos que recomiendan el tratamiento con un solo fármaco. Quizá el administrar un solo fármaco evita las equivocaciones con las dosis y también el acúmulo de efectos secundarios de uno y otro fármaco.Como siempre ya sabéis que abogo por el sentido común: si con un fármaco es suficiente, ¿para qué utilizar dos? Y si el niño está con buen estado general y poco afectado por la fiebre ¿para qué intentar tratarle la fiebre a toda costa? Porque tengo comprobado que la fiebre, a veces, va por libre y baja cuando le da la gana, a pesar de obcecarnos en la administración de antitérmicos. Así que la consigna sería empezar con un fármaco y combinar si con el intervalo necesario entre dosis y dosis no llegamos y el niño se encuentra mal por la fiebre. Y no llevarse las manos a la cabeza por no conseguir la apirexia durante unas horas salvo que otros síntomas nos resulten inquietantes.
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En la foto un pijama llamado Babyglow que cambia de color si el niño tiene fiebre.