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¿Explicáis a vuestros hijos de dónde procede lo que comen?

Os recomiendo ver el vídeo que he dejado arriba antes de seguir leyendo. Se llama «El niño que no come animales» y no tiene desperdicio en muchos sentidos. Me encantan los razonamientos de los niños, su descubrimiento del mundo y su toma de decisiones cuando son tan pequeños.

El vídeo además me ha recordado una anécdota que vivimos con Julia y que os conté aquí hace cosa de un mes en la entrada «Papá, que no son peces, que son pescados». Os dejo parte:

El otro día íbamos con Julia encaramada en un carrito por un supermercado, al pasar junto a la zona del pescado y no recuerdo a cuento de qué, a mi santo se le ocurrió decir “debe estar por allí, pasados los peces”.

“¡Qué no son peces papá, que son pescados!”, saltó Julia riendo.

“Mi amor, los pescados son peces. Son peces a los que pescaron para que la gente se los pueda comer, por eso cuando están muertos en las tiendas pasan a llamarlos pescados”.

Podía ver perfectamente cómo su cerebro de cuatro años procesaba el descubrimiento según recibía la explicación.

“¿Son peces que estaban en el mar? Yo no quiero comer peces“.

Y no, no quiere. Salvo el salmón ahumado, que le encanta y no tengo claro que lo relacione ni con pez ni con pescado. Pocos días después, hablando con ella, pude comprobar que le pasaba algo similar con el pollito. No identificaba que el pollito que se come fuera el pollito que hace pío, pío. También se lo expliqué, aunque no tengo claro que esta vez lo procesara igual de bien. O que le interesara procesarlo, porque se lo sigue comiendo divinamente.

Me parece importantísimo no engañarles, que sepan lo que comen, que no crean que las lonchas de pavo crecen como las patatas o que el jamón ibérico se fabrica como las camisetas. Deben saber, adaptado a su edad, lo que son los distintos alimentos que ingerimos. Ayuda a que los valoren más, les ayuda a comprender el mundo en el que viven. Yo crecí en contacto con la Asturias ganadera de mi padre y mis abuelos y, desde muy niña, veía salir las patatas de la tierra, crecer las manzanas en los árboles y criar a mi alrededor animales que acababan luego en el puchero, con algunos jugaba mientras eran crías. Los niños de ciudad, supermercado y nevera abastecida tienen más complicado vivir ese proceso natural, lo que no quita que no se les pueda explicar.

Aquel post derivó en un debate sobre le vegetarianismo en los niños. En realidad yo quería centrarme más en lo que exponía en el fragmento que hoy os he traído: en la conveniencia de enseñar a nuestros hijos la procedencia de los alimentos, que no les engañemos para asegurarnos que coman. En general esa postura que tengo viene de que no me gusta mentir a mis hijos en ningún aspecto, ni respecto a la comida ni a ningún otro.

¿Vosotros explicáis a vuestros hijos de dónde procede lo que comen?

«Papá que no son peces, son pescados»

8913El otro día íbamos con Julia encaramada en un carrito por un supermercado, al pasar junto  a la zona del pescado y no recuerdo a cuento de qué, a mi santo se le ocurrió decir «debe estar por allí, pasados los peces».

«¡Qué no son peces papá, que son pescados!», saltó Julia riendo.

«Mi amor, los pescados son peces. Son peces a los que pescaron para que la gente se los pueda comer, por eso cuando están muertos en las tiendas pasan a llamarlos pescados».

Podía ver perfectamente cómo su cerebro de cuatro años procesaba el descubrimiento según recibía la explicación.

«¿Son peces que estaban en el mar? Yo no quiero comer peces«.

Y no, no quiere. Salvo el salmón ahumado, que le encanta y no tengo claro que lo relacione ni con pez ni con pescado. Pocos días después, hablando con ella, pude comprobar que le pasaba algo similar con el pollito. No identificaba que el pollito que se come fuera el pollito que hace pío, pío. También se lo expliqué, aunque no tengo claro que esta vez lo procesara igual de bien. O que le interesara procesarlo, porque se lo sigue comiendo divinamente.

Me parece importantísimo no engañarles, que sepan lo que comen, que no crean que las lonchas de pavo crecen como las patatas o que el jamón ibérico se fabrica como las camisetas. Deben saber, adaptado a su edad, lo que son los distintos alimentos que ingerimos. Ayuda a que los valoren más, les ayuda a comprender el mundo en el que viven. Yo crecí en contacto con la Asturias ganadera de mi padre y mis abuelos y, desde muy niña, veía salir las patatas de la tierra, crecer las manzanas en los árboles y criar a mi alrededor animales que acababan luego en el puchero, con algunos jugaba mientras eran crías. Los niños de ciudad, supermercado y nevera abastecida tienen más complicado vivir ese proceso natural, lo que no quita que no se les pueda explicar.

Pero hay un factor extra: yo soy vegetariana. No estricta, eso sí. No como nada de carne, pero puntualmente sí como algo de pescado y marisco. Mis explicaciones a los niños por tanto, si hay testigos cerca que sepan de mi condición, son escrutadas especialmente pese a que no es preciso, por si estoy intentando «convertirles a mi secta».

No voy a desanimar a mis hijos de comer carne, no voy a empujarles a ello con explicaciones del tipo «estáis comiendo cadáveres«, tampoco voy a decirles «qué va a ser el filete un trozo de vaca bebé, tú calla y come para hacerte grande». Ambas cosas las he oído y no van conmigo.  Yo voy a seguir cocinando y ofreciéndoles carne, explicándoles con naturalidad cuando sea procedente de dónde viene, igual que les explico cómo se producen los huevos, de dónde salen los albaricoques o las judías verdes.

Lo de ser vegetarianos o no es una decisión que ya tomarán ellos si quieren cuando sean mayores, aunque antes o después llegará la pregunta de «¿mamá, por qué tú nunca comes carne?». E intentaré contestar con coherencia, igual que respondo ya a muchos adultos que me lo plantean. Es mi decisión personal, no me importa explicarme, tampoco quiero convencer a nadie.

 

 

La marquesa de la babilla

gtres_a00529812_019Imaginaos una oficina, todos trabajando en sus cosas. De repente, desde el despacho de una de las jefas que está hablando por teléfono comienzan a oirse los siguientes gritos: «¡Le he dicho que a los niños no se les dan los filetes de babilla! ¡Los niños no saben apreciar los filetes de babilla! ¡Qué no vuelva a suceder, los filetes de babilla son para los señores!».

Lo peor sí, ya lo sé. Lo peor por el modo en el que se dirigía a su empleada del hogar. Lo peor también por esa manera de hablar de sus hijos. En justa venganza cósmica, le acompañará toda la vida el mote de «la marquesa de la babilla» por haber dado ese espectáculo.

En otra ocasión pude ver como en una casa se compraban bombones y tabletas de chocolate de cinco estrellas que no se les daban a los niños aunque lo quisieran probar. Para ellos había huevos Kinder, Lacasitos o tabletas de chocolate convencionales.

En su caso lo explicaban con buen tono y de manera comprensible, pero con el mismo argumento de fondo que «la marquesa»: los niños no apreciarían la diferencia, sería tirar el dinero, ellos se quedaban tan contentos con sus chocolates, no tenían necesidad de devorar los Lady Godiva.

Nosotros en casa no nos reservamos alimentos de primera calidad y dejamos para Julia y Jaime otros de inferior categoría. En absoluto. Si a veces no comemos lo mismo es básicamente porque a ellos no les gusta o no les apetece. Pero pueden probarlo todo y pueden comer de todo. Si hay rape para nosotros, a ellos no les damos panga.

Es más, cuando comemos lo mismo solemos reservarles los trozos más limpios, más bonitos, con menos espinas. Hoy mismo he estado seleccionando para comerme yo las fresas más machacaditas y feuchas para dejarle a Julia las que podrían haber salido en el anuncio de un súpermercado. Algo que hacemos muchísimos adultos en casas en las que hay niños.

Pero tampoco pretendo estar en posesión de la verdad absoluta. Hay quien me dice que sí, que hay alimentos de calidad que no tienen sentido dárselos a los niños.

¿Vosotros qué hacéis?

La anécdota que os cuento viene tras leer el post de mi compañero bloguero Juan Revenga en su blog sobre nutrición ¿Cuándo seas padre comerás huevos? Hoy ya no (creo) .

Os dejo un fragmento y su pregunta:

Esta expresión, “cuando seas padre comerás huevos” deriva tal y como explica a la perfección mi vecino Alfred López en su blog “ya está el listo que todo lo sabe” de otras épocas en las que no había ni mucho menos la disponibilidad alimentaria con la que ahora contamos. Afortunadamente, los tiempos han cambiado y ya no hace falta reservar unos recursos alimenticios escasos para mantener mejor nutrido al “cabeza de familia” con el fin de que este pueda asegurar el jornal.

Hoy en realidad lo que quiero es haceros partícipes de una duda, que no es otra que el saber quién en vuestras respectivas casas se lleva “la mejor tajada” de un plato o alimento, quién también se come el último trozo, porción o ración de un alimento concreto. Lo digo porque el otro día mientras comíamos surgió este tema de conversación entre mi mujer y yo.

En principio hay dos posibles escenarios. Por un lado, el de a quién se le sirve en el plato el mejor trozo, el más jugoso, el más “limpio”, en definitiva el más apetecible y; por el otro, quién se come el último trozo de algo que a todos o a varios les apetece.

En nuestro caso, en nuestra casa, en ambas circunstancias son las niñas las que tienen prioridad.

El desayuno de los campeones

«Pues resulta que las tostadas que haces con el pan de ayer están muy ricas mamá. Sé que he comido dos tan grandes como las tuyas. Pero me entraría otra… Y mola esto de desayunar el fin de semana todos juntos en la mesa de la cocina».

(No hablo, ni falta que me hace a veces)

BDxwYWxCYAAkZkb.jpg_largeNo sé vosotros, pero a mí me han repetido mil veces la importancia de un desayuno saludable, aquello de que es la comida más importante del día y que nuestros hijos deben desayunar bien. Lo leemos en los medios de comunicación, se lo oímos al pediatra, nos lo mandan del colegio en forma de circulares…

Que sí, que sí, que tienen razón. Yo siempre he sido de las de desayunar tranquila y sentada, leyendo un poquito, por mucho que hubiera que madrugar. Pero no desayunaba bien. La base de mi desayuno hasta hace pocos años, que primero acompañaba con leche o cacao y luego con café, era una torre de galletas. Normales primero e integrales y con fibra en mi etapa adulta. Es decir, una torre de azúcar.

Ahora me gusta desayunar avena o esos cereales poco apetecibles que parecen pienso según mis santo, acompañados a veces por fruta. No es que sea un desayuno como para dar ejemplo, pero he mejorado.

Los fines de semana es  muy diferente. Es frecuente que preparemos tostadas con con aceite y sal, con tomate o con margarina de aceite de oliva y mermelada de arándanos (la responsable de ese rostro sangriento que véis) si nos ha sobrado pan, como hoy, que es sin duda la manera preferida por Jaime para arrancar el día. También suelo preparar con mi pequeña cocinera Julia tortitas, que a Jaime no le gustan (de momento, estoy convencida de que acabará comiéndolas) pero que a su hermana le chiflan. En esas tortitas es frecuente que en la masa ponga manzana o, sobre todo, esos plátanos que se han puesto demasiado maduros.

Entre semana es otro cantar. A Jaime le despertamos cuando aún no son ni las siete de la mañana. Es muy dormilón y pese a haberse acostado pronto hay que vestirle y bajarle al coche medio dormido. Lo de que desayune en casa en condiciones es imposible. Tenemos localizadas unas galletas que le gustan y que toma en el trayecto al colegio y luego allí ya desayuna. Julia varía mucho. Es muy frutera y suele tomar alguna pieza de fruta, mandarina en este tiempo normalmente, también le gusta mucho el queso y suele pedir una tostadita con una loncha de queso o queso untado. Y le gustan las galletas y unos cereales de estrellitas con leche que son puro azúcar, pero también los toma a veces. No me parece plan prohibir los cereales de estrellita en casa, prefiero no darle demasiada importancia y confiar en que los pruebe y, pasado el entusiasmo inicial, pase a otras cosas.

Pero hay mañanas que cuesta un triunfo que desayune antes de ir al cole. Seguro que muchos de vosotros os habéis encontrado muchas mañanas con que vuestros hijos no están por la labor de llenar el estómago. ¿Qué hacer? Pues poco, la verdad. Ya sabéis que me niego a insistir en que mis hijos coman cuando no quieren, a Julia la intento explicar la importancia de un buen desayuno y convencerla. Pero si no hay manera, no hay manera. Esos días luego sale a las 12:30 devorando. Bueno, la verdad es que casi todos los días sale a esa hora con un hambre de lobo.

No quiero entrar en guerras con la comida y menos desde la hora del desayuno. Igual que os contaba antes que yo soy de desayunar siempre y tranquila, mi santo no desayuna jamás. Es incapaz de meter nada en el estómago recién levantado. Él desayuna varias horas después de salir de la cama, ya en el trabajo. No todos somos iguales. Mi suegra cuenta lo mucho que tenía que insistir con él y con su hermano para que fueran al colegio habiendo desayunado algo.

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Me he alargado más de lo que pretendía. Lo que quería era que me contárais lo que desayunan vuestros pequeños campeones, si lo hacen con gusto o si hay que insistirles, y también que nos diérais sugerencias de lo que consideráis desayunos atractivos y saludables para los peques.

Yo ya os adelanto que los cereales industriales no son buena idea. Como explica mi amigo Darío en su blog Transfomer: ‘No a los cereales de desayuno’. Os dejo un pequeño fragmento y aprovecho para recomendaros su blog:

Los cereales de desayuno son uno de los peores desayunos posibles. Olvídate de ellos y verás cómo se reduce tu barriga.

Cada vez que veo un anuncio de cereales de desayuno pierdo los estribos y empiezo a soltar un discurso sobre su lista de ingredientes, actitud que un día afectará seriamente a mi relación de pareja. Los cereales deben de ser el peor desayuno del mundo para tu salud después del tocino con aguardiente. Y lo peor es que la gente se lo da a sus hijos pensando que es sano.

¿Sano? Aquí tienes los ingredientes de los Smacks de Kellogs: Trigo, azúcar, jarabe de glucosa, miel, carbonato cálcico, aceite vegetal… Piensa que los ingredientes van por orden, así que quitando el trigo, los principales son azúcares. Lo puedes comprobar cuando ves la composición por 100 gramos:

* Proteínas: 6 g
* Hidratos de cargono: 84 g
o de los cuales azúcares: 43 g
o almidón: 41g
* Grasas: 1,5 g

Casi la mitad de lo que viene en la caja es azúcar. Solo en un tazón hay 13 gramos de azúcar, unos dos sobres. Ya sabes lo que hace el azúcar con tu sangre y tus michelines. Provoca un pico de la hormona insulina, que se ocupa de que toda esa glucosa se convierta en grasa en tu cintura o tu trasero. Al cabo de una hora, la glucosa ha bajado de golpe y estás mareado, de mal humor y hambriento, listo para comer cualquier golosina que encuentres. Al cabo de unos años, obesidad y diabetes.

Os dejo también un vídeo que me ha gustado de la nutricionista Lucía Bultó que me ha gustado con unos pocos consejos muy básicos, muy de sentido común.

Y aprovecharé para pedir consejo y recomendación a mi compañero nutricionista Juan Revenga, a ver si recoge el guante…

Una de esas pequeñas victorias (y procurad no triturar demasiado la fruta)

Hoy Jaime se ha comido dos plátanos como si fueran la mejor chuche del mundo. Puede parecer una tontería, algo baladí. Probablemente lo sea, pero para nosotros ha sido increíble.

Es frecuente que los niños con autismo tengan muchos problemas a la hora de alimentarse, que sean muy restrictivos con la comida, que no tomen sólidos.. Nosotros tenemos suerte, Jaime es muy buen comedor. Le gusta comer casi de todo y tiene una dieta muy variada. Pero la fruta siempre ha sido un problema: solo la tolera triturada. Hemos trabajado con él en casa, también sus terapeutas, pero en los últimos meses lo abandonamos. No se pueden manejar veinte frentes abiertos simultáneamente (otros objetivos concretos de autonomía o comunicación) y, sinceramente, había otras peleas que me parecían mejores.

Ha sido en los últimos tres meses en los que en su colegio nuevo nos contaban que comenzaba a comer plátano y naranja. Nosotros lo creíamos a medias, ayer lo vimos con nuestros propios ojos.

Parece mentira cómo cosas tan pequeñas pueden alegrarte de tal manera el día.

Lo que sí es cierto es que, aunque siempre ha sido muy buen comedor, nos costó superar los purés. Hasta los dos años no comenzó a mordisquear su primer cuscurro de pan. Un enganche muy frecuente en niños con autismo, como ya os he contado. Tal vez por la experiencia pasada con Julia procuré comenzar pronto a darle el alimento en trocitos y a no pasarle demasiado la comida. También tuvimos suerte; ella nunca quiso purés, jamás tomó papillas de cereales, siempre prefirió sus granos de arroz, sus macarrones en trocitos, su fruta cortada…

Si tuviera un tercer hijo, desde luego ni intentaría los purés y las papillas, le ofrecería lo que Julia tan adecuadamente quería de forma instintiva.

Y todo esto me recuerda que mi cuñada me contaba que en la reunión previa a comenzar el colegio de mi sobrina, insistían mucho en que los niños debían poder comer alimentos sin triturar, y que bastantes padres reconocían no haber superado aún con niños de dos/tres años la fase purés, en parte por el miedo reconocido al ahogamiento.

Yo con Jaime hubiera estado en ese grupo, pero Jaime tiene un trastorno en el desarrollo.

Firma por la identificacion en el etiquetado de los productos alimenticios

Me escribe una lectora con una petición:

Te quiero pedir un favor para Pablo, estamos pidiendo que el Ministerio de Sanidad obligue a que todas las empresas alimentarias identifiquen correctamente los ingredientes de los alimentos, ya que a día de hoy no se hace. Esto ayudará a las familias que tenemos alérgicos en casa sea más fácil identificar si pueden tomar o no ese alimento.

Como me imagino que sabrás Pablo es alérgico a la proteína de la leche y no puede tomar ningún tipo de derivado o compuesto lácteo y puedo asegurar que a veces hacer la compra para el es bastante complicado y lo que estamos pidiendo en esta alerta nos facilitaría bastante.

Es un tema del que estoy muy concienciada. Mi hijo tuvo una pequeña alergia al huevo que, por suerte, ya pasó. Mi sobrina es diabética y celiaca. Mi padre también es diabético.

Así que yo ya he firmado la petición de Actuable. Si queréis, podéis hacer lo mismo. Esto es lo que cuentan:

El etiquetado de los alimentos en España no es real. Esto no es un problema para la mayoría de la población, sin embargo, las personas que tienen alergias alimenticias necesitan saber con un 100% de seguridad qué contiene exactamente el alimento que van a consumir.

Muchas empresas se escudan en «PUEDE CONTENER TRAZAS DE…» para decir que la maquinaria no estaba limpia, o que ha podido haber contaminación con algún alérgeno en el proceso de fabricación , pero ésto no implica que el alimento contenga el alérgeno en cuestión, simplemente se lavan las manos ante posibles problemas.

Lo que pedimos es que no se permita dejar «abierta la posibilidad». O contiene alérgeno, o no lo contiene, no nos vale el puede… porque para un alérgico puede suponer un shock anafiláctico, incluso la muerte…

Asímismo, solicitamos que se especifique claramente qué tipo de aceites vegetales contiene un producto. Existen mucho tipos de aceite, soja, girasol, palma, oliva… y cada uno de ellos puede tener sus respectivas alergias, por tanto es necesario que el consumidos sepa el tipo de aceite que contiene el producto.

Por último, los alérgicos al látex necesitan saber si en el proceso de elaboración los trabajadores han usado guantes de látex o no, porque se contamina el producto, dando lugar a reacciones alérgicas a su conmidor.

El problema al que nos encontramos las personas alérgicas y sus familias, es la escasez de productos que aseguran en su etiquetado estar libres de alérgenos, y los elevados precios que las empresas le ponen a dichos productos. Los bebés alérgicos a la proteína de leche (caso de mis hijos) no pueden tomas ninguna marca de cereales que se vende en los supermercados, ha de ser de farmacia, con un coste de mas del doble.

En el caso del huevo, frutos secos, pescado, etc, ocurre lo mismo, pero esas personas tienen el mismo derecho a comer que cualquier otra, sin tener que gastar el doble.

Si el etiquetado en España estuviera controlado, seguramente muchos productos que hoy dicen en sus etiquetas «PUEDE CONTENER TRAZAS DE…», dirían que están exentos, lo que permitiría a las familias comprar en lugares comunes, y no en tiendas especializadas, mucho más caras.

Espero recibir una respuesta por su parte, y llegado el momento, poder mantener un encuentro con usted, para poder ahondar en el tema si así lo desea.

El plato cara

Que no permita a mis hijos pintar en las paredes no significa que no procure ayudarles a dar rienda suelta a su creatividad. El otro día en los comentarios se me sugería poner a su alcance pizarras y cuadernos. Os aseguro que tiene de ambos y en varias modalidades.

Pero hoy de lo que quiero hablaros, íntimamente ligado a potenciar su creatividad, es de uno de los mejores regalos de Reyes Magos de este año: el plato cara. Es la cosa más sencilla del mundo y resulta divertidísimo.

Es un plato con un rostro al que, con la comida que toque, se puede jugar a ponerle sombreros, cabello, barba, cejas, bigotes, pendientes… todo lo que se nos ocurra. Tenéis la imagen en el post, así que no es preciso explicar demasiado.

Sé que se dice que con la comida no se debe jugar, pero lo cierto es que es algo a todos los peques les encanta. Y con este plato es incluso recomendable.

Por cierto, no tengo ni idea de cuanto cuesta ni de dónde lo compraron.

«¡Yo te ayudo mamá!»

Tenemos desde no hace mucho una tradición los festivos que disfrutamos todos: el desayuno de tortitas.

Y no lo disfrutamos sólo por comer tortitas y además hacerlo juntos. Lo más divertido en este caso para Julia es ayudarnos en la cocina.

Nosotros cascamos los huevos, pero ella se encarga de echar la leche y de poner las cucharadas de harina que le indicamos. Escoge el cuchilo con el que extender la mermelada y se encarga de dejar la tortita bien cubierta y luego doblarla para poder comerla a modo de bocata.

Le encanta. Una cosa tan tonta. Y luego se come la tortita con mucho más entusiasmo. Cocinar, aunque sea mínimamente, les ayuda a valorar más los alimentos que tomamos.

Igual que le gusta ayudarnos a hacer las camas, a recoger, bajar al mercado a hacer la compra, regar las plantas o a limpiar.

«¡Yo te ayudo mamá, yo te ayudo!».

Siempre es la primera dispuesta.

Es cierto que con ella cerca «ayudando» se tarda mucho más y el resultado no siempre es óptimo. Pero no nos importa. Es preferible responder a su instinto de ayudarnos y hacer esa actividad juntos.

Jaime no tiene ese interés de ayudarnos, de participar en lo que hacemos. En nuestras tareas de adultos Y es por su autismo, que no por su sexo o por su personalidad. Pero intentamos que lo haga también.

De hecho desde aquí tomo nota de intentarlo aún más.

La fruta antes del plato principal

El otro día un especialista infantil que sabe muy bien lo que se trae entre manos le dijo a una madre reciente de una niña de poco más de un año que es preferible dar la fruta antes del plato principal.

Es importante asegurarse de que los niños toman fruta y esa costumbre que tenemos de dejarla para el postre hace que muchas veces les pille ya saciados y se vea como una obligación.

Decía que era mejor ofrecer al comienzo de la comida, cuando más hambre tienen, la ración correspondiente de naranja, fresas o manzana y luego ya sacar el plato de lentejas, arroz o macarrones.

Me consta que a muchos les sonará entre tontería y anatema, pero a mí me pareció de lo más razonable. De hecho mi santo que ya tiene poco de niño pequeño ha tomado nota, ya que es de los que nunca toma postre porque cuando acaba el plato principal apenas le cabe nada.

¿Qué os parece la sugerencia?

Aprender a cocinar y disfrutar con ello

Ayer sacastéis el tema en los comentarios (gracias Cris por mencionar las chuches caseras) y me quedé con la copla.

Cocinar con los niños, manteniendo unas mínimas normas de seguridad, me parece una idea fantástica. No sólo porque ayude a que valoren los alimentos. También es fuente de creatividad, pueden aprender un montón si les contamos de dónde proceden y cómo se elabora la comida y es un rato estupendo para pasar en compañía.

El secreto es plantearlo como algo divertidísimo y no como una obligación. Algo complicado de hacer si perciben que para nosotros cocinar es algo tedioso y obligado.

Con los más pequeños
se puede simplemente hacer que te ayuden a untar el paté en el bocata, a cortar el plátano en trozos con un cuchillo sin filo o a decorar unas galletas con yogur, mermelada o nocilla.

Y de ahí al infinito.

Como despedida, una receta de gominolas de andar por casa extraída de guíainfantil.com.

Ingredientes:
– 2 sobres de gelatina neutra
– 1 sobre de gelatina con sabor
– 2 veces la medida de la gelatina con sabor de agua (aproximadamente 2 tazas pequeñas)
– 3 veces la medida de la gelatina con sabor de azúcar (aprox. 3 tazas pequeñas de azúcar)
– Azúcar granulado para rebozar las gominolas

Preparación:
La primera parte os corresponde a vosotros ya que es necesario utilizar el fuego. Introducir todos los ingredientes en un cazo y calentar a fuego suave removiendo constantemente sin que llegue a hervir.

Mojar con agua fría un molde rectangular y verter la gelatina. También podéis utilizar moldes para cubitos de hielo con diferentes formas. Se aconseja los de plástico blando porque luego será más fácil desmoldarla.

Introducir en la nevera y dejar que se enfríe. Cuando veáis que ha cogido la consistencia adecuada, es el momento de sacarla. Aquí entran en acción los niños.

Y ahora llega la parte más divertida que es rebozarlas con azúcar. Otra cosa que gustará a los niños es cortar con diferentes formas la que vertimos en la plancha rectangular, con cortadores de galletas formas distintas.

Tras esto sólo queda disfrutar del premio. Y los papás no dejéis de probarlas. Veréis como ha sido una buena idea preparar estas gominolas caseras.