Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

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Estudiar en voz alta, paseando y con música de fondo


_Es que a mí me gusta estudiar aquí.

_No digas tonterías, ¿cómo vas a estudiar en esa mesa tan pequeña y rodeado de trastos de cocina? Anda, vete a tu cuarto.

_Que sí, que yo me concentro. No te preocupes, mamá.

_Pues sí me preocupo. Además, no nos dejas hacer nada aquí a los demás. Es hora de preparar la cena.

Conversaciones como esta se repiten a menudo en mi casa. A mi hijos les ha dado por estudiar cada día en un sitio: en la mesa de la cocina, en la del salón o, incluso, en el cuarto de baño. Les da igual que esté la tele en marcha, que haya alguien cocinando o escuchando música. Aseguran que son capaces de concentrarse pase lo que pase a su alrededor.

Les he explicado mil veces que lo normal es sentarse siempre en la misma mesa, donde tienen a mano todo lo que necesitan, además de silencio y la tranquilidad de que nadie va a molestarles. Pero parece que así se aburren. No aguantan ni diez minutos en su mesa y salen buscando ruido y actividad para seguir estudiando.

Ya me había acostumbrado a escuchar a uno de ellos recitando sus temas en voz alta en cualquier lugar de la casa, pero lo último es hacerlo dando paseos, de un lado a otro del pasillo, del salón a la cocina y viceversa. Y cuando coinciden los dos y sus temazos favoritos de fondo la situación se convierte en un caos, dentro del cual aseguran poder concentrarse.

Lo más curioso de todo es que si les preguntas algo de lo que están estudiando se lo saben, y lo cierto es que cuando llegan los exámenes aprueban las asignaturas. Y, claro, así no hay quien rebata sus métodos de estudio.

Unos días sin hijos

Acabo de volver de un viaje con mis amigos. Primero pasé unos días libres con mis hijos pero éstas han sido mis verdaderas vacaciones, unos días para ocuparme sólo de mi misma, sin temazos ni discusiones adolescentes de por medio.

El mayor, que está estudiando como un loco para recuperar lo que no aprobó durante el curso, se quedó con su padre. El pequeño pasó esos días con mi hermana, que ha superado el trago con buen humor.

Les he echado de menos, no voy a decir que no, pero ha sido una gozada disfrutar de tiempo libre sin estar continuamente pendiente de ellos, de que salgan de la cama antes de la hora de comer, que pasen por la ducha a diario o vuelvan a casa a la hora fijada. Y creo que me hacía mucha falta.

La primera sorpresa de la vuelta llegó con su intención de ir a buscarme al aeropuerto -no tenían fiebre, debió ser la psicosis tras el accidente de Barajas-. La emoción del reencuentro, los besos y abrazos y el consabido ¿qué me has traído? dieron paso a un transitorio periodo de calma: el mayor volvió a sus libros y el pequeño al ordenador para chatear con los amigos.

Parecía reinar la paz pero no habían pasado ni diez minutos cuando el pequeño me enseñó un vídeo de YouTube con «el mejor temazo de la historia». A todo volumen, como a él le gusta. Su hermano no estuvo de acuerdo con la elección y entonces comenzó una verdadera batalla por coger el teclado antes que el otro para poner un temazo tras otro. Una verdadera tortura. Hogar, dulce hogar.

PD: El cuadro de arriba es Hotel Room, de Edward Hopper.