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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Antibióticos hasta en la miel

Un equipo de químicos de la Universidad de Almería ha desarrollado un método que permite detectar la presencia simultánea de 17 antibióticos en la miel en menos de 10 minutos. Lo han usado y ¿qué han encontrado? Antibióticos en nuestras mieles, tanto en las originarias de otros países como en las españolas, a pesar de estar terminantemente prohibida su presencia en toda Europa.

Analizaron 16 muestras de miel, 11 tomadas en supermercados y 5 recogidas a diferentes apicultores particulares de Granada y Almería. En tres de ellas quedaban restos de los antibióticos utilizados como drogas veterinarias para tratar las enfermedades de las abejas. Dos eran marcas comerciales, pero la tercera pertenecía a un apicultor andaluz. Su producto supuestamente natural y ecológico tenía trazas de sarafloxacina, tilosina, sulfadimidina y sulfacloropiridazina.

Los propios investigadores insisten en señalar en que las bajas concentraciones de antibióticos detectadas “no suponen un riesgo directo para el consumidor”, pero advierten de que el uso excesivo o indebido de estos productos veterinarios podría afectar a la seguridad alimentaria. Y a nuestra salud, añado yo. Porque el exceso de antibióticos en todo lo que comemos, carnes, pescados y ahora incluso en las mieles, puede acabar convirtiéndose en una auténtica amenaza sanitaria fantasma.

Su exceso no mata, es verdad, pero los efectos inmunodepresores de estas sustancias, que permiten la adquisición y proliferación de patógenos, con cepas a las que cada vez hacemos más resistentes, nos puede hacer más indefensos ante enfermedades como salmonellas o tuberculosis. También más proclives a sufrir alergias, una enfermedad en preocupante aumento y que ya afecta a un tercio de la población europea.

No es para alarmarse, es cierto. Tan sólo es un aviso. Yo seguiré consumiendo diariamente este sanísimo regalo de las abejas y sus compañeras las flores. Pero les reconozco mi preocupación. Con tanta química y tanta industrialización han conseguido hasta amargarme la miel.

La gripe porcina nació en una granja de cerdos

La gripe porcina es la venganza de los cerdos contra la industria cárnica que los tortura. Da miedo sólo pensarlo, pero todo apunta hacia ello. Una terrible y orwelliana ‘Rebelión en la granja‘.

La extraña mutación genética fue casi con toda seguridad concebida entre excrementos de una gorrinera industrial. Para ser más exactos, todo parece situar el epicentro de la enfermedad en las grandes explotaciones porcinas de una empresa filial de la poderosa Smithfield en el estado de Veracruz.

Algo que hace unos días ya había insinuado el periodista norteamericano David Kirby en un amplio reportaje publicado en el diario digital The Huffington Post. En su opinión, a la que se han unido rápidamente numerosas asociaciones de protección de los animales como AnimaNaturalis, la pandemia se habría originado en alguna de las cientos de gigantescas granjas porcinas de capital norteamericano que abastecen de carne barata a la gran urbe de México D.F.

El problema no sería la carne, cuya salubridad está garantizada, sino los trabajadores que por miles están en contacto permanente con los cerdos, vivos o muertos, y que sin duda han sido las primeras víctimas del virus, transmitido luego a sus familias y al resto de la población.

Asegura el periodista:

Durante años, importantes científicos de todo el mundo han mostrado su preocupación respecto a que la cría a gran escala en estas grandes fábricas podrían convertirse en caldo de cultivo para la aparición de nuevos agentes patógenos que pueden infectar a los humanos con mayor facilidad y, a continuación, extenderse rápidamente en la población general, amenazando con transformarse en una pandemia mundial.

Sería por lo tanto esta epidemia el trágico punto culminante de las consecuencias negativas para la salud y el medio ambiente que supone la cría industrial de animales a gran escala. Ayer las vacas locas o los pollos locos, y hoy la gripe porcina.

Las incógnitas son demasiadas. Un virus extraño, único, surgido de la combinación de virus de aves, cerdos y seres humanos, a partir de cepas originarias de tres continentes diferentes, y que una vez entre nosotros se contagia con inusitada facilidad no entre niños y ancianos, la población supuestamente de riesgo, sino entre las personas más jóvenes, los más fuertes.

Sigo confiando en la salubridad de la carne de cerdo que llega a nuestras carnicerías. Eso por descontado. Pero frente a los sistemas tradicionales de cría, me aterroriza el método de producción a gran escala que hemos generalizado, en el que estos pobres bichos se crían, y el peligro real para la salud de tales prácticas.

Hacinados, petados de antibióticos, sin ver la luz del sol, tratados como productos industriales, la cría masiva de animales está permitiendo dar de comer a millones de personas en el mundo, es cierto, pero ¿sabemos a qué precio?

¿Es peligroso el WiFi para la salud?

Cerca de 11 millones de españoles accedemos a Internet por medio de la tecnología sin cables Wi-Fi (Wireless Fidelity). Más de 200 municipios, algunos capitales de provincia, son íntegramente wireless. En el parque, en la Universidad, en la cafetería, somos miles los que abrimos el ordenata y nos ponemos a navegar plácidamente. Dentro de unos pocos años, Internet será sin cables. Fantástico, me digo. Trabajador a distancia como soy, podré hacerlo on line desde cualquier rincón del mundo. Aunque tengo una duda creciente: ¿Es peligroso el WiFi?

Quizá sí, pues funciona por radio y emplea el rango de frecuencia semejante al de los teléfonos móviles. Aparentemente no, pues su frecuencia es de baja intensidad. Pero la realidad es que no tenemos ni idea.

Mucho peor, el peligro del Wi-Fi para la salud es un tema tabú en nuestra sociedad. Y eso sí me preocupa.

Tras concluir una investigación sobre los teléfonos móviles, el presidente de la Agencia de Protección Sanitaria de Gran Bretaña, William Stewart, ha sido tajante:

No se conoce lo suficiente sobre los posibles efectos en la salud de la tecnología WiFi.

¿Somos unos alarmistas? Ayer mismo, un importante grupo de científicos convocados por el Senado español aseguraba que la tecnología sin hilos podría convertirse en «un problema de salud pública de primer orden«, pues los campos electromagnéticos que producen podrían ser causantes «de un grave problema de salud pública». Sí ya sé lo que me vais a decir, podría, en condicional.

En realidad, sobre este asunto la comunidad científica está muy dividida. Por ejemplo, la Agencia de Protección Sanitaria Británica (HPA) asegura que hablar 20 minutos por el móvil suponen la misma radiación que si estuviésemos un año entero conectados a Internet en un hot spot (puntos públicos de acceso WiFi). Y en ninguno de los dos casos está completamente demostrado que, a largo plazo, estas radiaciones perjudiquen a la salud. Según tuexperto.com, citando un informe de la Universidad Estatal de Washington, la mitad de los miles de estudios publicados al respecto concluyen que el WiFi es perjudicial, y la otra mitad no. Empate técnico.

Sin embargo, una investigación del programa de la BBC «Panorama» encontró que los niveles de radiación en un salón de clases de una escuela en Inglaterra eran tres veces más altos que los niveles de radiación emitidos por una torre de telefonía celular. Precisamente en un lugar, un colegio, donde la opinión general es que deben reducirse este tipo de radiaciones electromagnéticas para evitar problemas de salud a los niños.

Los expertos consultados por los periodistas quitaron hierro al asunto, afirmando que esos niveles detectados están por debajo de los límites permitidos. Pero lo cierto es que el WiFi está ahora presente en todos los centros educativos y hospitales, algo que no pasa con las antenas de móviles.

En Gran Bretaña muchos padres están exigiendo la retirada de las redes Wi-Fi de los colegios. En Canadá el rector de la Universidad de Lakehead, en Ontario, ha decidido retirarlas garantizando al mismo tiempo el acceso a la Red mediante fibra óptica.

Lo cierto es que esta «niebla electrónica» provocada por las redes inalámbricas podría tener efectos dañinos para la salud a largo plazo y, lejos de investigarlo, las seguimos extendiendo por todas partes. Hasta que no sepamos más, el Principio de Precaución nos recomienda que tengamos cuidado.

Más vale ser precavidos.

Con este asunto no hay que alarmarse, pero tampoco parece lógico vivir completamente despreocupados.

¿Podemos hacer algo? Aquí os dejo algunos consejos:

Tenerlo lejos. Aprovecha la tecnología sin hilos, pon el router alejado de tu lugar habitual de trabajo o emplea alargadores USB.

Cuida tus partes. Si usas un portátil, utilízalo sobre una mesa y no colocándotelo entre las piernas. Por si acaso.

Cuida a tus niños. No lo tengas en las habitaciones de los peques; son nuestros seres más queridos y delicados, pues su sistema inmunológico está aún sin formar.

Desconecta. Trata también de reducir el uso del WiFi en casa, no es difícil. Aprende a conectarlo y desconectarlo, utilízalo sólo cuando lo necesites. Apagarlo por la noche, mientras dormimos, nos quitará el mayor número de radiaciones. Supone además una reducción en el consumo eléctrico y, para los adictos a las descargas de Internet, un pequeño respiro (ésta es sin duda la parte que menos me gusta de la medida) a la Sociedad General de Autores y Editores.

Alimentos ecológicos: mejores y más sanos

No es por fardar (bueno, sí lo es), pero acabo de comerme una ensalada de tomates, pepinos y pimientos biológicos sensacionales producidos en la mejor denominación de origen posible. En mi huerta. Me dirán que es imposible, teniendo en cuenta lo intempestivo del calendario y las heladas otoñales de estos días, pero les recuerdo que vivo en Canarias, y a cambio de perderme el otoño disfruto de una primavera eterna.

A pesar de mi aislamiento, también aquí tenemos una incipiente agricultura biológica, la mayoría promovida por vecinos alemanes. Nada que ver con esos hipermercados orgánicos deliciosamente gigantes de Nueva York. Pero llegaremos a ellos pues, por suerte para todos, el mercado de los alimentos ecológicos aumenta en Europa entre un 20 por ciento y un 40 por ciento al año, consecuencia de nuestra mayor preocupación por lo que comemos y nuestra creciente sensibilización medioambiental.

A pesar de ello, todavía hay algunos que niegan el mayor sabor y más beneficios para la salud de este tipo de alimentos obtenidos sin pesticidas ni abonos químicos. Lo ven como una moda de nuevos ricos.

Pues están equivocados.

Los primeros resultados del proyecto Quality Low Input Food (QLIF) han demostrado que las frutas y las verduras orgánicas contienen hasta un 40 por ciento más de antioxidantes que otros cultivos no orgánicos. Y aún mayor son los contrastes hallados con respecto a la leche, con variedades orgánicas que contienen hasta un 60% más de antioxidantes y ácidos grasos beneficiosos para la salud, pues ayudan a reducir el riesgo de sufrir enfermedades cardíacas e incluso cáncer.

El coordinador del proyecto, el profesor Carlo Leifert de la Universidad de Newcastle (Reino Unido), ha anunciado a la prensa los hallazgos del proyecto de investigación más grande llevado a cabo jamás sobre los beneficios de los cultivos y los alimentos orgánicos. En opinión de Leifert, los resultados sugieren que comer alimentos ecológicos equivale a comer una porción extra de frutas y verduras al día.

Son más sabrosos, más sanos, más respetuosos con la naturaleza y además más beneficiosos para las economías locales. El sistema de producción orgánico genera más empleo, pues requiere de mucha mano de obra, y se basa en pequeñas explotaciones locales, la mayoría familiares, ayudando a sustentar economías rurales en lugares privilegiados donde es difícil vivir de la agricultura y la ganadería industrial. Lo más parecido al Comercio Justo.

España es el segundo país de Europa con mayor número de hectáreas dedicadas a la agricultura ecológica, más de 800.000, que crecen a un ritmo del 10 por ciento anual. A pesar de ello, sólo el 9 por ciento de los españoles compramos habitualmente este tipo de productos. Muchos porque son más caros, pero muchos más por no ser tan plásticamente atrayentes.

Qué quieren que les diga. Más caro es un televisor de plasma y se venden miles todos los días. Y en mi modesta opinión, el placer de saborear un buen tomate ecológico con una pizca de sal marina y un chorrito de aceite de oliva virgen supera con creces a la sensación de ver el Aquí hay tomate en 60 pulgadas.