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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

Yo para ser feliz quiero ser foca en Islandia

Joven de foca común. Foto: Wikimedia Commons

Este verano me he enamorado de las focas. Y de Islandia. Todo al mismo tiempo. Imagina que vas como fui yo a ese país, un poco en plan turista despistado. Y que llegas a la playa de Ytri Tunga, en la península islandesa de Snæfellsnes, al oeste del país. Una de tantas, hermosa con sus arenas doradas en lugar de las habituales negras y rocas redondeadas, pero de aguas gélidas y mares peligrosos. Pasaría desapercibida de no ser porque se ha convertido en uno de los mejores lugares para el avistamiento de focas en Islandia.

En esta pequeña colonia, focas comunes y focas grises se han acostumbrado a los turistas. Ajenas a nuestra curiosidad, se solazan en las rocas. Las madres dan de mamar a sus crías. Algún macho broncas se pelea por colocarse en el mejor sitio donde descansar. Otras nadan plácidamente, asomando su cabeza por encima del agua.

Puedes pasarte horas mirándolas desde lejos. Haciendo fotos y grabando vídeos tan hermosos como éste que he subido a mi canal en YouTube ¿Ya te has suscrito para estar al día de las novedades?

Felices como focas

La especie que más se ve en Islandia es la foca común (Phoca vitulina), que llega a pesar hasta 130 kg y en libertad vive unos 30 años de media. En esta playa son felices. O al menos eso nos parece a quienes las contemplamos en esta colonia de Ytri Tunga con mucho respeto, sin acercarnos, gritar ni molestarlas.

Como ves en mi vídeo, hecho desde lejos con zoom, cuando están en tierra a las focas les encanta dormir, rascarse y hacer estiramientos. Pero sobre todo, perder el tiempo. Puro aburrimiento, o puro descanso, ellas sabrán.

Una selkie o mujer foca. Foto: Sirenas.fr

Una relación de amor y odio

Las focas y los islandeses han tenido una relación extraña durante el último milenio. Se cazaban, pues esta carne era fundamental para garantizar su supervivencia, además de ofrecerles grasa como aceite y pieles impermeables. Todavía hoy se las mata para reducir su impacto en la pesca. Y para aprovechar su piel, que un turista comprometido nunca debería comprar.

Pero al mismo tiempo sienten veneración por ellas, a quienes relacionaban con las misteriosas y hermosas selkies, mujeres foca. La mayoría de los demás países nórdicos consideran a las Selkies como malvadas, pero no Islandia. Son la versión ártica de las mediterráneas sirenas.

Existe una vieja fábula llamada “la piel de foca” que ha perdurado durante siglos en Islandia. Se dice que un pescador descubrió una cueva con lujosas pieles de foca en su entrada. Dentro se escuchaban bailes y cantos, por lo que robó en secreto una de las pieles y la guardó en un cofre en su casa. Otro día, al regresar a la cueva, descubrió a una hermosa mujer llorando. Él la vistió y la llevó a casa, y aunque siempre distante y silenciosa con los demás, ella se enamoró de él. Los dos se casaron y tuvieron siete hijos, pero el hombre nunca le contó el contenido de su cofre, guardando siempre la llave en el bolsillo del pantalón.

Sin embargo, una Navidad, su esposa estaba demasiado enferma para acompañarlo a una fiesta, y cuando éste se fue con sus mejores galas, dejó la llave. A su vuelta la mujer había desaparecido, el cofre estaba abierto y la piel de foca había desaparecido. Nunca volvió a verla, pero cada vez que iba a pescar al océano, encontraba una foca solitaria, cuyos ojos parecían estar llenos de lágrimas, pero que le ayudaba a que los peces fueran hacia su red.

Los hijos también perdieron a su madre ese día, pero cada vez que caminaban por la orilla veían a la misma foca triste nadando junto a ellos, regalándoles lindas conchas. Su último recuerdo de ella fueron las palabras que les susurró antes de desaparecer; “¿Adónde tengo que huir? Tengo siete hijos en la tierra y siete cachorros en el mar”.

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