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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

Björk y Rosalía cantan juntas para denunciar la cría de salmones transgénicos

Björk y Rosalía en la imagen promocional de su canción Oral.

El salmón de piscifactoría se ha convertido en el ingrediente de moda de los platos más de moda como el poke, el sushi o el tartar. Pero hay dos cantantes famosas que rechazan su fama, Björk y Rosalía.

Las dos artistas internacionales acaban de unirse para protestar como mejor saben hacer, cantando, contra la cría artificial de este pescado nórdico. En concreto, contra una nueva granja que se pretende abrir en la localidad de Seyðisfjörður, al este de Islandia, en cuyo fiordo se quiere criar salmón transgénico proveniente de Noruega.

La cantante islandesa ha señalado en sus redes sociales que todos los beneficios económicos obtenidos con la canción “Oral”, cantada a dúo con la española, irán destinados a la organización AEGIS que ella misma ha creado junto a otros activistas locales en su lucha contra la salmonicultura en Islandia.

Buscando un aire dancehall, invitó a Rosalía. “Le dije: ¿cantarías en este track para mí? Es por el medioambiente. Y ella inmediatamente me dijo que sí, sin siquiera escucharlo”, ha contado a la revista Rolling Stone.

Björk ha recatado para la ocasión una vieja canción inédita suya, Oral, que tenía arrinconada como maqueta desde finales de los años 90. Es una canción de amor, sin relación con los salmones ni con el activismo o la protección de la naturaleza. Adaptada a los nuevos ritmos y al registro de Rosalía el resultado es impresionante.

Y mucho más el videoclip, magnífico trabajo de la realizadora barcelonesa Carlota Guerrero, en parte generado por Inteligencia Artificial.

¿Qué ventajas tienen estos salmones frente a los no transgénicos?

A diferencia de los que consumimos en Europa, estos salmones que se quieren criar en Islandia no son ni normales ni naturales: están modificados genéticamente para crecer a doble velocidad que los salvajes. Comiendo lo mismo, maduran en 18 meses en lugar de en los 30 meses habituales.

¿Qué modificación genética han sufrido?

Björk los llama salmones «Friquis Frankenstein» y no le falta razón. Estos bichos transgénicos que ya se crían en Noruega y ahora llegan a Islandia combinan el ADN de tres especies diferentes: salmón del Atlántico (Salmo salar), salmón chinook (Oncorhynchus tshawytscha) y un gen de la proteína anticongelante de la faneca americana (Zoarces americanus).

¿Quién gana con su venta?

Te lo puedes imaginar: la empresa que los ha patentado. Al ser un invento de laboratorio, este salmón transgénico no existe en la naturaleza. Pertenece en exclusiva a la empresa estadounidense AquaBounty. Fue creado en 1989, y desde entonces tratan de introducirlo en los mercados mundiales. En estos 30 años han ido logrando poco a poco el visto bueno de las agencias de seguridad alimentaria para ponerlo a la venta en el mayor número posible de países.

También ganan con su cría las piscifactorías que lo producen, pues los salmones transgénicos crecen el doble de rápido comiendo la mitad. Otra cosa es que ese ahorro se traslade luego al consumidor.

¿Es peligroso comerlos?

No lo es. Los expertos de las agencias de seguridad alimentaria de Estados Unidos y Canadá han realizado detallados estudios y concluyen que este salmón es alimentariamente tan seguro como el convencional. Y que tiene las mismas propiedades nutritivas. No se ha encontrado la más mínima evidencia científica de que su consumo sea dañino para la salud. Tampoco que cause nuevas alergias.

Sin embargo, otros expertos y activistas ambientales afirman que esa seguridad no es absoluta pues harían falta décadas de estudios en escenarios de consumo generalizado para llegar a conclusiones fiables. Ante la incertidumbre científica que genera el uso de transgénicos, se propone la aplicación del principio de precaución y no autorizar su producción industrial, evitando así decisiones irreparables.

¿Son peligrosos para el medio ambiente?

Aquí no hay dudas científicas. Lo son y mucho. El mayor peligro es que estos salmones modificados genéticamente se escapen de las jaulas y se crucen con las poblaciones de salmones salvajes. O les contagien enfermedades. Y esos escapes son bastante frecuentes.

A pesar de que este salmón ha sido esterilizado, siempre hay un margen de error que mantiene con capacidad reproductiva a algunos ejemplares. Por lo tanto, no es descabellado pensar que en algún momento el salmón modificado genéticamente escape y pueda cruzarse con los salvajes, liberando sus genes de la hormona del crecimiento a estas poblaciones «con resultados impredecibles”, advierten los expertos.

Para evitarlo, la empresa aconseja criar estos salmones transgénicos en piscinas ubicadas en tierra firme. Pero esta técnica es más cara y complicada, lo que hace poco interesante su implantación.

¿Es posible que comamos salmones transgénicos?

De momento es imposible en la Unión Europea, donde la legislación es mucho más restrictiva que en USA o Canadá y directamente se prohíbe su comercialización y consumo.

El proyecto piscícola contra el que protestan Björk y Rosalía se quiere instalar en Islandia, que al ser un país que no pertenece a la UE no está sujeto a su normativa legal. Lo mismo ocurre en Noruega, donde también se está desarrollando este cultivo de salmones transgénicos. En ambos casos, los salmones son para vender en América, nunca en Europa.

De momento, claro. A medida que los costes de producción de los salmones vayan subiendo y su consumo siga en alza, no es descartable que en un futuro próximo las autoridades europeas revisen su legislación y acaben autorizando la venta de estos salmones que los activistas tachan de «hijos del doctor Frankenstein».

 

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