Recuerdo aquel viernes 14 de marzo de 1980 como un día lluvioso y gris en Burgos. Al llegar a casa me sobrecogieron los lloros desconsolados de mi hermano. Félix Rodríguez de la Fuente había fallecido en un desgraciado accidente de aviación en Alaska. Como tantos otros niños, en ese momento me sentí terriblemente huérfano. Perdía su voz. La voz. Aquella que durante años había logrado hipnotizarme frente al televisor, algo que en mi hiperactividad congénita nadie había conseguido antes. Esa voz que me convocaba al rimo primitivo de los timbales de Antón García Abril, que me llevaba de su mano fuerte y cálida a un mundo tan desconocido como apasionante: la naturaleza.
Se apagó la voz, pero su legado sigue vivo en el corazón de tantos cientos de miles de niños y niñas a los que ese gran chamán de la palabra logró hechizar como por arte de magia.
Cuatro décadas después, su hija Odile Rodríguez de la Fuente, que estudió biología y cine en ese no buscado proceso de seguir la huella del padre arrebatado por el cruel destino cuando tan solo tenía siete años, acaba de publicar un maravilloso libro: Félix, un hombre en la tierra
Ella lo define como la «biblia de las reflexiones» del gran naturalista burgalés, guía, estímulo e inspiración para todos los que le admiramos. Y es que Odile, lo explica en el prólogo, no quiso escribir una biografía más. También rechazó recopilar recuerdos y anécdotas familiares.
Formidable mujer, enormemente inteligente, entusiasta y al mismo tiempo muy empática, prefirió aprovechar la ocasión para reunir en un volumen la filosofía vital y las reflexiones más profundas de su padre; el legado de esa voz que fascinó a todo un país, que le descubrió al lobo y al oso, pero también al lirón careto, al azor (el pirata de la espesura) y, cómo no, a Gaspar, el buitre sabio que con cierta torpeza rompía huevos de avestruz a pedradas.
Félix el ecologista
Pero Félix fue mucho más que un divulgador. Como recuerda WWF España, heredera de esa ADENA que fundó en 1968 y de la que fue su primer vicepresidente, logró que la Ley de Caza de 1970 introdujese por primera vez el concepto de “especie protegida” y declaró una guerra sin cuartel al uso oficial y masivo de terribles venenos como la estricnina. También consiguió el desmantelamiento de las Juntas de Extinción de Alimañas y Protección de la Caza, que acababan por orden gubernamental cada año con miles de águilas, buitres, nutrias, linces y lobos.
Félix se enfrentó en plena dictadura a los proyectos estatales que estaban desecando las principales zonas húmedas del país para dedicarlas a la agricultura y sustituían enormes extensiones de bosques autóctonos por pinos y eucaliptos. En pleno desarrollismo, evitó la destrucción de espacios naturales tan icónicos y ricos como Daimiel, Doñana, Monfragüe o el archipiélago de Cabrera, además de apoyar las protestas que luchaban por salvar la Albufera de Valencia y la laguna de Gallocanta.
Félix Rodríguez de la Fuente fue además un conservacionista adelantado a su tiempo que alertó con décadas de antelación de la deshumanización de las ciudades, la contaminación atmosférica, el impacto de los plásticos en la naturaleza, la destrucción de los ecosistemas, la sobreexplotación de los recursos naturales, la extinción de los grandes vertebrados o la pérdida masiva de biodiversidad que hoy estamos sufriendo.
Félix, un hombre en la tierra se organiza en diez capítulos divididos por áreas temáticas que introduce Odile Rodríguez de la Fuente. Recoge numerosos textos publicados por Félix Rodríguez de la Fuente, así como valiosas transcripciones de sus principales intervenciones radiofónicas y televisivas. Está bellamente ilustrado por Chista Soriano, además de incluir muchas imágenes de esos fabulosos cuadernos de campo que, en mi caso, me llevaron al estudio y la divulgación de la ciencia.
Es leerlo ahora y sentir su voz única, eterna, esa que no nos abandonará ya nunca a quienes lo admiramos. E incluso a quienes no lo conocieron, como reconoce en el prólogo mi querida María Sánchez. Ella lo sigue recordando en la voz de sus padres hablando de lo que significaron para ellos sus programas en televisión, pero también cuando escucha a hombres y mujeres trabajando por nuestros medios rurales y su conservación, o cuando camina por esos espacios naturales que Félix tanto protegió y defendió.
«Y allí sigue«, asegura María, «vivo en una manada de lobos que corre por un bosque, en el vuelo de un halcón, en los que defienden la naturaleza y no callan ante la emergencia climática».
Hermano lobo
De los muchos relatos emocionantes de este libro, me quedo con éste que dedica al lobo. Al primer lobo con el que Félix Rodríguez de la Fuente se encontró, cara a cara, cuando apenas tenía 12 años, y en lugar de escopeta iba armado con sus primeros prismáticos. Cuando lo vio, lo espantó y salvó la vida, para indignación de la cuadrilla de cazadores. Así era Félix.
Aquella faz no podía ser mala. La nobleza, la serenidad y la gallardía emanaban de la manera más conquistadora del rostro del perseguido carnicero. Aquella tarde fría del mes de diciembre decidí que todo cuanto me habían contado del lobo era falso. Este no podía ser un traidor, no podía ser cruel por puro capricho. Si mataba, sería porque necesitaba carne para sobrevivir. Y, al fin y al cabo, el hombre no tenía derecho a erigirse en dueño supremo de la carne, de la vida y de la muerte.
—
Si te ha gustado esta entrada quizá te interesen estas otras:
- Hoy habría cumplido 90 años Félix Rodríguez de la Fuente 14 marzo 2018
- ¿Escribías de niño cartas a Félix Rodríguez de la Fuente? 16 marzo 2015
- Félix Rodríguez de la Fuente tenía razón 14 enero 2014
- #Felix32. Define a Félix Rodríguez de la Fuente en una palabra 14 marzo 2012
- Fallece la “mano derecha” de Félix Rodríguez de la Fuente 03 abril 2008
- Odile Rodríguez de la Fuente, gran avanzadora ambiental 07 marzo 2014
Hermoso fragmento.
La nobleza, la serenidad y la gallardía emanaban de la manera más conquistadora del rostro del perseguido carnicero. Aquella tarde fría del mes de diciembre decidí que todo cuanto me habían contado del lobo era falso. Este no podía ser un traidor, no podía ser cruel por puro capricho. Si mataba, sería porque necesitaba carne para sobrevivir. Y, al fin y al cabo, el hombre no tenía derecho a erigirse en dueño supremo de la carne, de la vida y de la muerte.
19 marzo 2020 | 18:33