Incendio en Gran Canaria: la terrible evidencia de una emergencia climática

Ya no son avisos. Empezamos a sufrir evidencias irrefutables. Los científicos tenían razón. Los científicos tienen razón. Hemos pasado de temer el cambio climático a comenzar a sufrir con toda su virulencia el aumento de la temperatura global del planeta. Y lo peor todavía no ha llegado. Esto solo es el principio. Lo peor está por llegar si no tratamos de ponerlo remedio también a escala global.

Un grado y medio más parecía tontería, pero las consecuencias se han podido comprobar con la inusitada fuerza destructora del incendio forestal que este mes de agosto ha asolado a la isla de Gran Canaria.

Un bosque que conozco bien, que quiero bien, y que me tiene con el corazón en un puño porque sé lo mucho que estamos perdiendo con esas llamas injustas.

Despliegue sin precedentes

Nunca antes se había movilizado en Europa un dispositivo de extinción más numeroso, técnico, preparado, sofisticado, valeroso y eficiente.

Un millar de especialistas arriesgando sus vidas en desigual lucha contra las llamas. 21 aeronaves librando dura batalla contra el fuego desde el aire. Drones, comunicaciones vía satélite, sofisticadas máquinas. Una desigual lucha donde la naturaleza nos pone en nuestro sitio, nos hace bajar del pedestal.

Las consecuencias de este incendio son desoladoras. Más de 10.000 hectáreas de valiosísimos bosques endémicos canarios arrasados en unos pocos días, más de 10.000 personas evacuadas, vida salvaje única reducida a cenizas.

¿Cómo se habrá visto afectada la población de pinzón azul de Gran Canaria? Quedan menos de 300 ejemplares en el mundo, algunos ocupando esos pinares que han visto reducidos a cenizas.

¿Qué se puede hacer para recuperar lo perdido?

No se trata de plantar más pinos y cruzar los dedos para que el fuego no vuelva. El manejo del pinar en Gran Canaria es ya ejemplar. Incluso cuenta con la certificación FSC, el único bosque canario con tal aval de buenas prácticas.

El pino canario es de los pocos que tiene la capacidad natural de rebrotar una vez ha sufrido un incendio. No podemos permitir que los árboles no nos dejen ver el bosque, complejo y diverso, con plantas herbáceas y sotobosque que, estos sí, no rebrotan tras el fuego.

Habrá que desarrollar acciones urgentes para evitar que la erosión provocada por las próximas luvias no se lleve esos delgados suelos fértiles, ahora desprotegidos.

También será necesario limpiar y restaurar muchos bebederos y nacientes naturales donde la fauna, especialmente las aves, sacian su sed; fuentes de agua que ahora mismo están cubiertas por una espesa capa de cenizas.

Pero va a ser necesario invertir muchos esfuerzos en educar a una población local que hace ya muchas décadas ha perdido su vínculo con el mundo rural, que ve el bosque más como un paisaje hermoso que como una fuente de recursos.

Una población que, involuntariamente, se convierte en el vector imprudente de este tipo de incendios. Gentes que en días de mucho viento, poca humedad y altas temperaturas se ponen a quemar rastrojos y basuras, o agarran una radial y de las chispas de sus chapuzas junto al monte nacen estos terribles fuegos que nadie quiere.

Paralelamente, el monte debe de volver a ser fuente de riqueza y no tan solo de selfies. Debemos apostar por el sector primario, por el producto local, por el manejo agroganadero de los bosques y sus pastizales, de su madera, resina y pinocha. Porque solo con valor económico directo y gente viviendo de ellos, los pinares estarán bien conservados; serán más resilientes ante el cambio climático y el fuego.

También habrá que luchar de forma mucho más decidida contra la emergencia climática que se nos viene encima. Porque las altas temperaturas después de largos periodos de sequía van a ir a más. Y o nos ponemos las pilas y pasamos del derroche al consumo responsable, o esto se nos va de las manos.

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