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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

El día en que canté silencio y sonó música

El coro del IES Puerto del Rosario interpretando a John Cage.

Formo parte de un coro escolar, el del instituto de mis hijos en Fuerteventura. En él doy rienda suelta a mi fascinación por la música. Gracias al extraordinario trabajo de su director y alma mater de la formación, José Manuel Recio, cada ensayo es una impagable clase magistral de historia de la música, lenguaje musical, interpretación y especialmente amistad intergeneracional, pues allí nos juntamos desde barbudos padres de familia, estresados profesores y profesoras, amigos visitantes, hasta adolescentes y antiguos alumnos; todos unidos por amor al arte, nunca mejor dicho.

Cantamos piezas de todas las épocas y todos los idiomas, castellano antiguo, maorí, inglés, francés, hasta finlandés. Pero ninguna como la que hemos interpretado recientemente en el Centro de Arte Canario Casa Mané.

Arropados por la creatividad insular del último siglo, interpretamos allí una famosa y sorprendente composición: 4′33″, escrita en tres movimientos en 1952 por el compositor estadounidense John Cage.

Gracias a ella, cantantes y público descubrimos dos cosas muy importantes:

  1. El silencio no existe.
  2. Estamos rodeados de música.

La sorprendente partitura de John Cage.

Te lo explico como me lo ha explicado el maestro Recio, ya verás qué interesante. Empezando por el principio, los orígenes.

En 1917 Marcel Duchamp exhibe en París su Fuente, un urinario de porcelana que inaugura el arte conceptual. Es un movimiento artístico que considera más importante la idea de la obra que el objeto creado en sí mismo. Llevado a la música, importa más lo que ha querido hacer el compositor que lo que finalmente ha hecho.

Llegamos así al músico John Cage. Influido por las ideas budistas, promovía con su trabajo la importancia de saber aceptar lo inevitable, pero muy especialmente de facilitar al espectador algún instante de iluminación donde lo imprevisto o absurdo cobrara pleno sentido vital. Unía a ello su interés por el azar y la nada, que ponía en vanguardista enfrentamiento a la académica creación canónica. Tan rupturista que el compositor sea incapaz de poder influir en su propia obra.

Ruidos vitales

4′33″, nace de una experiencia ciertamente curiosa. La visita que unos meses antes había hecho Cage al interior de una cámara anecoica en la Universidad de Harvard.

Al entrar en esa habitación férreamente insonorizada se quedó estupefacto. En lugar del esperado silencio absoluto escuchó claramente dos sonidos, uno agudo y otro grave.

¿De dónde salían esos ruidos? Salían de él mismo. Eran los producidos por su sistema nervioso y el de la circulación de su sangre.

Ningún silencio existe que no esté cargado de sonido”, escribió Cage tras tan brutal experiencia.

Cuatro minutos y medio de silencio sonoro

Así fue compuesta 4′33″, cuatro minutos y 33 segundos donde todos los músicos siguen escrupulosamente una partitura en la que tan solo aparece una única palabra, «Tacet», silencio.

Para mayor recochineo vanguardista, está dividida en tres movimientos.

Pero no hay silencio. Como explicó Cage después de su estreno,

«los que pensaron que era silencio [estaban equivocados] porque no sabían cómo escuchar, estaba lleno de sonidos accidentales«.

Imagina el ensayo

Estamos en un albergue rural en Lajares (La Oliva), en medio de un desolado campo de viejas lavas volcánicas, concentrados dos días intensos para preparar el concierto. Una veintena de los integrantes del coro son inquietos adolescentes de entre 14 y 17 años. Nuestro director nos pide ponernos de pie, en formación coral, abrir pomposamente la carpeta, mirarle con atención y estar impasibles, sin mover un pelo, durante casi cinco eternos minutos de concentración donde no hacemos nada.

El primer intento se saldó en fracaso. No, no desafinó nadie. Pero pronto algunos empezaron a morderse la lengua ante tan absurda situación y al final varios estallaron en una risa incontenible. Incluso una de las chicas salió con urgencia de la sala entre estentóreas carcajadas. No iba a ser una pieza fácil.

Finalmente logramos interpretar la obra tal y como la ideó John Cage hace 66 años. Y efectivamente, no hubo silencio. En la sala de ensayos pude escuchar roce de ropas, un par de crujidos óseos y la respiración nerviosa de mi compañero, ruidos que se unieron a los bellos del campo circundante y que entraban por la puerta entreabierta como los silbidos del viento, el canto sincopado de los gorriones morunos, el pipí constante de dos bisbitas camineros, el alegremente alocado de una terrera marismeña e incluso, muy lejos, casi inaudible, el de una ganga ortega en vuelo. Fue callarnos y empezar a cantar la naturaleza.

El día del concierto la pieza resultó completamente diferente

Según mi personal experiencia auditiva, al murmullo constante de un frigorífico cercano y el algo menos audible y más inconstante de un motor hidrante se unieron las músicas de toses varias, alguna que otra carraspea, el ruido de un móvil al caerse al suelo, respiraciones, crujidos y roces varios, pero también el canto de los gorriones que se colaba por la ventana junto al reclamo machacón de dos machos de tórtola turca e incluso el más festivo de una tórtola rosigris.

La cara de incredulidad de mi amigo Pepe, asombrado asistente entre el público, puso sin duda la nota de color a la performance que, en contra de los que muchos podrían pensar, terminó con una cerrada ovación del respetable y no con los abucheos con que fue recibida el día de su estreno en 1952.

¿Música accidental o tomadura de pelo?

Que cada cual lo decida. Yo solo puedo decir que silencio, lo que es silencio, no hubo. Y que no existe nada más bello que disfrutar de los sonidos de la naturaleza en su anárquica pureza.

La belleza de dejar a la vida actuar por sí sola. Aunque solo sea durante cuatro minutos y treinta y tres segundos.

Selfi gozoso con José Manuel Recio, director del coro IES Puerto del Rosario (mi coro), de quien tanto estoy aprendiendo historia de la música, lenguaje musical, interpretación y amistad. ¡Regalazo vital!

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