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Norovirus, no sólo en el agua de Andorra

Por resumir la historia que todo el mundo ya conoce, el origen de un brote de gastroenteritis en Cataluña que ha afectado a más de 4.000 personas en cientos de empresas se localizó en los water coolers, esos dispensadores de agua de garrafa tan típicos en las oficinas y, no lo nieguen, uno de los rincones preferidos de reunión y chismorreo en todo ecosistema laboral.

Garrafas de agua. Imagen de Wikipedia.

Garrafas de agua. Imagen de Wikipedia.

En este caso las aguas procedían del manantial andorrano de Arinsal, embotelladas por la empresa Aigües del Pirineu y distribuidas por la empresa Eden Springs. La Universidad de Barcelona confirmó, y la Agència de Salut Pública de Catalunya difundió, que el malvado responsable es el norovirus, detectado en el agua a títulos muy elevados en sus dos variantes, unas 5.000 copias por litro del genogrupo I y unas 10.000 del II (en fin, una barbaridad). Teniendo en cuenta que el norovirus es capaz de provocar síntomas con unas cuantas copias, a muchos les hubiera bastado un pequeño sorbito para enfermar.

Aunque la hipótesis más creíble era culpar a las garrafas reutilizables, las últimas noticias han localizado la contaminación en el propio manantial, lo cual resulta del todo raro, sobre todo teniendo en cuenta que en el agua no se ha detectado presencia bacteriana. Otro dato extraño es que la titulación del virus en el acuífero ha resultado enormemente inferior a la de los análisis en Cataluña. Esperemos que la investigación nos ofrezca más datos en los próximos días.

Lo primero que me ha sorprendido del caso, sin tratar de minimizar el suceso, es el bombo con el que muchos medios han tratado el origen del brote: «contaminación fecal humana». And the Oscar goes to… este titular de la Cadena SER: «Caca humana causó la intoxicación del agua Eden». Como lo leen. Pero vamos a ver: ¿de dónde pensaban que procede la contaminación de comidas o bebidas con microorganismos patógenos? ¿Acaso alguien piensa que las coliformes o las salmonelas surgen por generación espontánea, como los pulgones de Aristóteles de las gotas de rocío? En el caso del norovirus, se puede asegurar que el origen es humano. Pero ¿importa demasiado la especie de la que procedan las heces que han entrado en contacto con lo que nos llevamos a la boca?

Por situar las cosas en sus justos términos: es probable que, sin saberlo, alguna vez hayan padecido una infección por norovirus (los legisladores del mundo vírico recomiendan llamarlo por su nombre propio, virus de Norwalk, pero haremos la vista gorda). Muy oportunamente, justo ayer se ha publicado un estudio que cifra en 699 millones de personas los afectados por norovirus cada año; es decir, casi uno de cada diez habitantes del planeta cada año, con 219.000 muertes que, como siempre, tocan a los más débiles. Los norovirus son la principal causa de gastroenteritis vírica en el mundo, y en los países desarrollados probablemente la principal causa de gastroenteritis, punto.

Los norovirus son típicos de los lugares donde la gente se reúne. Junto con los rotavirus, forman el comando especial de virus de las guarderías, pero también son clásicos en caterings, campamentos, convenciones y, sobre todo y muy especialmente, cruceros. Si alguna vez han oído de un crucero suspendido por un brote de gastroenteritis, eso es, casi con total certeza, norovirus. Para que se hagan una idea de lo común que es el problema, el Centro para el Control de Enfermedades de EEUU (CDC) registra en 2015 12 brotes de gastroenteritis en otros tantos buques de crucero; 11 de ellos fueron norovirus. En lo que llevamos de 2016 ya llevamos ocho barcos afectados; en cinco de ellos se ha confirmado que la causa ha sido norovirus.

Impresión en 3D de la estructura de un virus de Norwalk (norovirus). Imagen de NIAID / Wikipedia.

Impresión en 3D de la estructura de un virus de Norwalk (norovirus). Imagen de NIAID / Wikipedia.

Y todo ello porque los norovirus son altamente contagiosos. En los cruceros suelen transmitirse por una simple cadena de contactos: boca-mano-pinzas_para_servirse_los_croissants_del_desayuno-mano-boca (la primera «boca» puede también sustituirse por su extremo contrario). Y por cierto, se ha demostrado que lavarse las manos con agua y jabón es más eficaz como método de prevención que frotarlas con productos basados en el alcohol, ya que el virus carece de la envoltura de lípidos sobre la que actúa el alcohol.

Son virus que aguantan bastante bien a la intemperie, y que además tienen la habilidad de transmitirse de persona a persona por minúsculas gotitas de agua en el aire (aerosol). Si la contaminación fecal les parecía asquerosa, a ver qué opinan de este otro caso: en 2000 se publicó un estudio que describía un brote de gastroenteritis en un restaurante donde una persona había vomitado en el suelo. Al estudiar el caso, los investigadores descubrieron que la ubicación de los afectados formaba un círculo alrededor de la mesa del enfermo, con más contagiados cuanto más cerca. La explicación: el norovirus se transmitió por diminutas gotitas de vómito que flotaron por el aire hasta las bocas de los demás comensales.

Muchos de los brotes de norovirus proceden de contaminación de alimentos, sobre todo vegetales, mejillones y ostras. En EEUU, entre 1973 y 2012 se registraron 260 brotes de gastroenteritis por norovirus causados por verduras. Otro estudio en Eslovenia publicado en 2015 descubrió que más de uno de cada diez mejillones recogidos en la costa del Adriático contenía norovirus. Otra fuente que se ha detectado con frecuencia en Europa es la fresa o frambuesa congelada, a menudo de origen chino. Y por si se lo están preguntando, sí, todos estos casos también se deben a contaminación fecal humana, que en algunos países se filtra a las redes de abastecimiento de agua. No solo en el tercer mundo: hace unos años se produjo un caso en una fábrica de Euskadi.

¿Y qué hay del agua embotellada? Las autoridades catalanas dijeron en rueda de prensa que es la primera vez en el mundo que se detecta contaminación por norovirus en agua mineral embotellada. La verdad es que no es del todo cierto: hay al menos otro caso anterior descrito en 2011 de un brote de norovirus por agua de manantial embotellada en China (y un segundo caso sospechoso no confirmado en el mismo país). Pero independientemente de esto, hay algo que estos responsables no contaron: no se han detectado anteriormente norovirus en el agua embotellada… porque no suelen buscarse. Las legislaciones habituales en los países, incluida España, obligan a un control microbiológico de las aguas embotelladas, pero sólo para la verificación de bacterias, no de virus.

El motivo de esto último es probablemente práctico. Mientras que controlar la presencia de bacterias es muy sencillo, ya que basta un simple cultivo, para detectar virus en el agua embotellada se requieren procedimientos más complicados, que incluyen una filtración/concentración y detección del ARN por técnicas moleculares. En los últimos años se han publicado diversas apuestas de protocolos de detección de virus en aguas embotelladas para consumo, pero aún no se ha adoptado un estándar. Y si bien es cierto que algunas bacterias, como las coliformes y los estreptococos fecales, pueden servir de indicadores de una contaminación que podría también acarrear norovirus, el problema es que estos son más persistentes: a las bacterias no se les da muy bien sobrevivir simplemente en agua; en cambio, los norovirus aguantan durante meses, quizá años.

Uno de los problemas para la detección de los norovirus en muestras de agua embotellada es que tienen además la molesta manía de pegarse al plástico; según un estudio, un 90% de la carga total de virus se queda adherido a las botellas de PET. Esto puede causar que la contaminación pase inadvertida o se subestime, lo que obliga primero a aplicar un procedimiento para despegar los posibles virus del envase.

Supongamos que una garrafa se rellena una y otra vez con agua contaminada que va añadiendo más copias del virus al plástico. Si en el laboratorio se aplicara un método de elución para recuperar este virus adherido, el resultado podría ser una carga viral mucho mayor que la presente originalmente en el agua. Es sólo una especulación, pero la investigación deberá aclarar la discrepancia entre las cifras de titulación del virus facilitadas por el gobierno andorrano y la Universidad de Barcelona.

La gripe española y El Ministerio del Tiempo

No soy muy de series. Parafraseando a Umbral, quien puestos a tragarse un argumento prefería la hora y media de una película antes que dedicar varios días a leer un libro, lo que a mí me sucede con las series es que a menudo me transmiten la impresión de estar alargando las tramas eterna e innecesariamente para continuar exprimiéndome como fuente de ingresos publicitarios. En este sentido, y aunque la tele pública de todos no atraviesa precisamente sus mejores momentos, me seduce la comodidad de ver algo en la pantalla sin inoportunos y cansinos cortes de publi.

Y entre tanta serie que explota caminos ya tan trillados como la comedia de trazo grueso, el choque de costumbrismos culturales o el thriller de asesinato que en inglés llaman Whodunit (¿Quién lo hizo?; lo malo es que en muchos casos la respuesta es: ¿Y a mí qué me importa?), la apuesta de El Ministerio del Tiempo es innovadora y, por tanto, arriesgada; algo que se agradece y que cada vez es más escaso, y más difícil encontrarlo fuera de las cadenas que no compiten en el mercado publicitario.

Ya elogié aquí en la pasada temporada el tratamiento original que hace la serie de TVE de un subgénero tan clásico como el de los viajes en el tiempo, pero al que sus creadores han sabido aplicar una fresca vuelta de tuerca, apuntando sin proponérselo a un modelo metafísico llamado Universo de Bloque Creciente. Aunque es evidente que el triunfo de la serie no se debe a que guste a los metafísicos: gusta a todos porque está bien diseñada, bien guionizada, bien realizada, bien interpretada, bien digitalizada y bien vestida. Pero además se agradece que una serie trasluzca inteligencia.

El doctor Vargas observa una muestra de sangre de un paciente. Imagen de TVE/Tamara Arranz.

El doctor Vargas observa una muestra de sangre de un paciente. Imagen de TVE/Tamara Arranz.

Esto sucede también con el último capítulo, el 13, titulado Un virus de otro tiempo. Si podemos enviar personas a través del tiempo, ¿por qué no un virus? Esta era la brillante premisa que ponía a los personajes de la serie en un complejo apuro cuando una de sus protas, Irene (Cayetana Guillén Cuervo), se trae a la actualidad la infame gripe española que mató a unos 50 millones de personas al final de la Primera Guerra Mundial.

No pretendo afear a los guionistas su trabajo de documentación, que es impecable en cuanto a la exhumación de los datos históricos en los que se basan las tramas de la serie. Que la documentación científica sea también irreprochable tal vez sea ya mucho pedir. Ni siquiera en Hollywood esto es lo más habitual; y eso que allí cuentan con algo llamado The Science & Entertainment Exchange, un programa de la Academia Nacional de Ciencias de EEUU que presta asesoría científica gratuita a los cineastas cuando lo necesitan, incluso escribiéndoles ecuaciones reales cuando una pizarra de universidad sale en el plano.

Pero no puedo evitar hacer un par de comentarios para aclarar algunas confusiones comunes sobre la gripe española; que, como bien explicaban después en el making of, no era española, aunque se llamó así porque las primeras noticias sobre la epidemia trascendieron desde España, que no había participado en la Primera Guerra Mundial y por tanto no estaba sometida a censura informativa.

La gripe española fue una calamidad global sin parangón en la historia conocida de la epidemiología, ni siquiera igualada por los desastres de la peste negra. Aún no se conoce con exactitud por qué aquella cepa fue tan letal. Se han aportado varias explicaciones, algunas relacionadas con el propio virus (como su facilidad de contagio inusual) y otras con circunstancias históricas y sociales de la época.

Pero aunque sería muy conveniente no tener que encontrarnos de nuevo con aquel virus, parece obvio que sus repercusiones hoy no serían tan serias como las que tuvo en su época, gracias al avance de los diagnósticos y tratamientos. En 2013, un estudio modelizó el efecto que tendría en la actualidad una pandemia de aquel mismo virus, y la conclusión era que las tasas de mortalidad serían un 70% inferores a lo que fueron entonces. «Una gripe española en tiempos actuales no representa el peor escenario en términos de riesgo pandémico», concluía el estudio.

De hecho, ya he contado aquí que son otras cepas de gripe las que hoy preocupan a los expertos; y que al contrario de lo que se afirmaba en el capítulo, la gripe de 2009 no provocó una reacción de alarma exagerada, sino el estado de alerta necesario ante una gripe que entonces era nueva y cuyos efectos eran incalculables. La Organización Mundial de la Salud, y cualquiera que estuviera en el pellejo de sus responsables, siempre preferirá haber reaccionado con contundencia ante una amenaza que luego no era para tanto, antes que tener que lamentar el haber respondido con pasividad e ineficacia ante una catástrofe sanitaria.

Una incorrección en el capítulo se ponía en boca del médico del Ministerio, quien afirmaba que Irene sobreviviría a la infección porque era fuerte y sus defensas responderían adecuadamente. Hubo algo muy peculiar con la gripe española que no se ha dado en otras epidemias de esta enfermedad, incluyendo las estacionales. Mientras que las gripes suelen ser más graves para los pacientes más débiles, como niños, ancianos o personas inmunocomprometidas, en cambio la epidemia de 1918 mataba a hombres y mujeres jóvenes y sanos.

Hay una explicación para esto que hoy se acepta de forma general: la gripe española mataba porque disparaba una tormenta de citoquinas, una reacción apabullante del sistema inmunitario que destroza el propio organismo. Y por tanto, cuanto más fuerte era el organismo del paciente, más fuerte era también la tormenta de citoquinas que la gripe le provocaba.

Ya conté aquí que este fenómeno parece ser también la causa de la letalidad del ébola. Y dado que la gripe española mataba por un mecanismo similar, una de las firmas de esta epidemia fue que sus afectados morían con síntomas más parecidos a una fiebre hemorrágica que a lo que normalmente entendemos por gripe. Aunque no hubiera quedado bonito en la pantalla, lo cierto es que las víctimas mortales de la gripe española terminaban bañadas en sangre, por dentro y por fuera.

Y por cierto, y tal como conté para el caso del ébola, en la gripe española también sucedía que las infecciones oportunistas aprovechaban la desestabilización del sistema inmunitario para causar infecciones secundarias graves. Hoy los especialistas piensan que muchos de los infectados morían en realidad de una neumonía bacteriana propiciada por la gripe, por lo que el tratamiento con antibióticos –al contrario de lo que se contaba en el capítulo– sí sería una manera adecuada de contener el empeoramiento general de los pacientes, al mantener a raya estas infecciones colaterales.

Amelia y Pacino, con las muestras del virus. Imagen de TVE/Tamara Arranz.

Amelia y Pacino, con las muestras del virus. Imagen de TVE/Tamara Arranz.

Por último, Amelia y Pacino pretendían inactivar el virus dejando el recipiente de las muestras abierto en un laboratorio con la calefacción alta. Pero por desgracia, esto no habría bastado: un estudio de 2014 determinó que el virus de 1918 solo se inactiva por completo después de 6 horas a 50 ºC. Por muy alta que fuera la temperatura del laboratorio, y dado que además Amelia y Pacino no se preocuparon de vaciar el nitrógeno líquido del contenedor, los empleados de la compañía farmacéutica podrían haber recuperado las muestras casi intactas a la mañana siguiente.

Todo lo cual, insisto, no enturbia la gran calidad de una serie que despunta entre la mediocridad general, y de la cual otras cadenas deberían tomar ejemplo. Aunque hacerlo tras la estela del triunfo ajeno siempre es lo más fácil.

El ébola no mata, solo deja que otros maten

Si han seguido los artículos anteriores publicados aquí sobre el ébola y su primo asturiano, el lloviu, recordarán que dejé colgada una pregunta: ¿cómo mata el ébola? Mientras las maquinarias de los centros públicos de investigación y las compañías biotecnológicas trabajan a pleno gas para preparar un repertorio de fármacos y vacunas con los que salir al paso de la próxima epidemia de ébola (que llegará, no lo duden), aún seguimos sin comprender lo fundamental: por qué el ébola es tan agresivo con el organismo humano mientras que una variante suya muy parecida, el reston, apenas nos causa molestias. Y sobre el lloviu, solo tenemos una gran X.

El virus del Ébola, en una imagen coloreada de microscopía electrónica. Imagen de NIAID / Wikipedia.

El virus del Ébola, en una imagen coloreada de microscopía electrónica. Imagen de NIAID / Wikipedia.

El Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) pronto reveló sus armas. Desde el principio se supo que era un virus linfotrópico, es decir, que infectaba a los linfocitos, y al neutralizar el sistema inmunitario específico permite que otros microorganismos patógenos se adueñen del organismo. En el sida no es el VIH el que mata; el virus se limita a desarbolar la inmunidad para que las infecciones oportunistas se encarguen de acabar el trabajo.

Por otra parte, sabemos que algunos de los síntomas asociados a infecciones virales no están provocadas por el patógeno, sino por nosotros mismos. La fiebre, por ejemplo, es una respuesta de nuestro propio organismo, que sirve para combatir el virus y al mismo tiempo nos alerta de que algo no va bien.

¿Qué hay del ébola? Parece bien establecido que el virus del ébola entra en las células a través de una cerradura en la superficie celular llamada NPC1, una proteína cuya función normal es participar en el tráfico interno del colesterol (aunque existe posiblemente una segunda vía de entrada, otra proteína llamada TIM-1 o HAVCR1). NPC1 existe en casi todos los tejidos humanos, lo que en principio convierte a la mayor parte de las células en posibles dianas del virus. Una vez que el ébola ha entrado, hace lo que todos los virus: hackea la maquinaria celular para reproducirse y fabricar nuevas copias de sí mismo, lo que resulta en la muerte de la célula.

¿Es esto suficiente para explicar los devastadores efectos del virus? Podría parecer que sí. Pero no olvidemos que, mientras ocurre todo esto, el organismo no asiste pasivo a su destrucción, sino que pone en marcha una potente respuesta inmunitaria. Sabemos que el ébola neutraliza algunos de estos procesos; ya he contado aquí que en los humanos derriba la primera línea de defensa, la respuesta innata, y además afecta gravemente a varios tipos de células de la respuesta específica, lo que deja al sistema inmune en cuadro. Pero sabemos que el VIH destruye el ejército inmunitario y, sin embargo, las infecciones asociadas al sida tardan varios años en provocar el colapso del organismo.

Paradójicamente, y a pesar de que el ébola se considera un virus inmunosupresor, al mismo tiempo es capaz de disparar una potente respuesta inmunitaria, que continúa activa incluso cuando el virus ya ha desaparecido en los pacientes que logran curarse. Cuando las células muertas descargan su contenido, y las células encargadas de regular la respuesta inmunitaria se ven incapaces de contenerla, ocurre algo llamado tormenta de citoquinas: se produce una sobreactivación del sistema inmune que comienza a desestabilizar todo el sistema. Uno de los síntomas de la tormenta de citoquinas es que los vasos sanguíneos se hacen más permeables, lo que provoca hemorragias internas y externas; la presión sanguínea se desploma, el oxígeno no llega a los tejidos y se produce un fallo multiorgánico que lleva a la muerte.

Este cuadro tiene un nombre: choque séptico.

Si el ébola mata por un choque séptico causado por la tormenta de citoquinas, la conclusión es que el paciente muere debido sobre todo a la propia agresión del organismo, más que a la destrucción causada por el propio virus. La relación entre ébola y sepsis parece ya bien establecida, y algunos expertos sugieren que el tratamiento intensivo del choque séptico podría ayudar a combatir el progreso de la enfermedad (como aquí, aquí, aquí o aquí).

Pero tal vez esto tampoco sea todo. Hay casos descritos en los que la enfermedad del ébola se ha complicado con una sepsis provocada por bacterias (como este). Las infecciones por bacterias y hongos son típicas causas de choque séptico. En los pacientes de ébola, la permeabilidad de los vasos sanguíneos inducida por la tormenta de citoquinas puede permitir el paso a la sangre de bacterias que normalmente se encuentran en nuestras superficies expuestas o en nuestro intestino, donde no causan daño; pero si colonizan el organismo, pueden matarnos.

En resumen: al menos en algunos casos, la infección por el ébola puede abrir la vía a otra infección secundaria por bacterias, y esta podría ser una causa adicional del desastre que lleva al paciente al fallo multiorgánico y a la muerte.

Este puede ser un factor clave en la enfermedad del ébola, más importante de lo que hasta ahora podía sospecharse. Así se deduce de un estudio elaborado por la compañía bioinformática española Era7, con sede en Granada. Los investigadores han analizado las secuencias genéticas publicadas a partir de 99 muestras de suero de pacientes afectados por ébola, y han encontrado firmas genéticas bacterianas absolutamente en todas ellas, las 99; todos los pacientes tenían su sangre invadida por bacterias.

Los perfiles genéticos bacterianos hallados por Era7 en las muestras de los pacientes incluyen tipos comunes en los humanos como estreptococos, estafilococos, seudomonas, clostridios, bacilos o proteobacterias. Y curiosamente, en muchos casos se trata de especies no cultivadas, motivo por el cual algunos tests de infección bacteriana en pacientes de ébola podrían no haber detectado nada.

El estudio incluye otros indicios muy interesantes; por ejemplo, en algunos casos parece que el progreso de la enfermedad se relaciona más con la gravedad de la invasión bacteriana que con la carga viral del propio ébola. Los autores sugieren que esta infección secundaria podría tener un peso insospechado hasta ahora en la enfermedad. Y de ser así, abriría una nueva vía para el tratamiento del ébola, ya que contra las bacterias sí disponemos de buenas armas: los antibióticos.

Los resultados de Era7 aún son preliminares, y deberían completarse con controles adecuados que excluyan la posibilidad de contaminación de las muestras. Por el momento, un primer borrador del estudio está disponible en la web de prepublicaciones bioRxiv. Si los resultados se confirman, podrían representar un avance significativo en el conocimiento de la enfermedad del ébola y una pista muy prometedora para diseñar nuevos protocolos de tratamiento.

Los murciélagos, superinmunes al ébola (¿y al lloviu?)

Esta semana escribía aquí sobre el lloviu, un primo cercano del ébola descubierto en cadáveres de murciélagos en una cueva asturiana. Contaba también la paradoja de cómo dos virus tan similares parecen afectar a especies distintas de manera muy diferente: el ébola nos mata pero es inocuo para los murciélagos, mientras que la hipótesis sobre el lloviu (todavía sin ninguna prueba) es que podría aniquilar a estos últimos.

El zorro volador negro, 'Pteropus alecto'. Imagen de Wikipedia.

El zorro volador negro, ‘Pteropus alecto’. Imagen de Wikipedia.

Sobre sus posibles efectos en humanos aún no se conoce absolutamente nada, salvo la ausencia de casos autóctonos de fiebre hemorrágica en España (sin que la ausencia de prueba sea prueba de ausencia). Es decir, que en España, Portugal y Francia, países donde se hallaron los miles de murciélagos muertos que motivaron el hallazgo del lloviu, no se sabe de nadie que haya enfermado gravemente después de visitar una cueva.

Muy oportunamente, esta misma semana la revista PNAS ha publicado un estudio que podría resolver esta paradoja y ayudarnos a comprender por qué los murciélagos son inmunes al ébola y a otro centenar de virus que transportan sin inmutarse, muchos de los cuales son letales para nosotros. Y de paso, este avance abre una nueva vía de estudio de los posibles efectos del lloviu.

Debo comenzar explicándoles qué es el interferón. Sin duda han oído hablar de que nuestro sistema inmunitario reacciona específicamente contra los patógenos que nos invaden, y guarda memoria de la identidad de estos atacantes. En esto se basa la eficacia de las vacunas: el organismo recuerda agresiones pasadas y mantiene un arsenal de reserva preparado y adaptado para responder de nuevo contra esos invasores si se les ocurre volver a aparecer.

Pero por delante de esta inmunidad específica, existe una primera línea de defensa llamada respuesta inmune innata. Esta es la fuerza de intervención rápida, la que se dispara de forma inmediata a una infección y que no es específica ni adaptada al patógeno concreto. Entre los mecanismos de este sistema innato se encuentra un grupo de moléculas llamadas interferones, cuya función es dar la señal de alarma y poner en marcha otra serie de respuestas, incluyendo las específicas.

Hay tres tipos de interferones, I, II y III, que a su vez tienen subtipos: los humanos tenemos cinco de tipo I, designados con las letras griegas alfa, beta, épsilon, kappa y omega. Y a su vez, tenemos hasta 12 o 13 interferones alfa; todo ello suma, que conozcamos hasta ahora, una veintena larga de interferones humanos.

Sin embargo, los murciélagos solo tienen tres interferones alfa, más o menos la cuarta parte que nosotros. De hecho, es el mamífero conocido hoy con menos variedad de interferones. Esto es lo primero que revela el nuevo estudio, en el que un grupo de investigadores de Australia y Singapur ha analizado el repertorio de interferones del zorro volador negro (Pteropus alecto), un murciélago frugívoro australiano.

Lo segundo que hemos sabido gracias al estudio es que estos tres interferones alfa de los murciélagos están activos siempre, haya o no infección, a diferencia de lo que ocurre en otras especies. Estos animales están en un continuo estado de guerra contra los virus. Y según los autores del estudio, esta superinmunidad podría ser la causa de que los murciélagos sean capaces de llevar dentro de sí virus peligrosos como el ébola sin sucumbir a ellos, manteniéndolos siempre a raya mediante comandos de interferón siempre desplegados sobre el terreno.

Hasta aquí, todo suena perfecto. Pero mi reacción al leer los resultados de este estudio fue de sorpresa, ya que precisamente el trabajo que comenté esta semana sobre el lloviu afirmaba que las proteínas de este virus y del ébola bloqueaban el interferón alfa en las células de murciélago. De hecho, sus autores escribían que «las proteínas VP35 del ébola y el marburgo inhiben la producción de interferón alfa/beta» y que «la VP35 del lloviu bloquea la producción de interferón alfa/beta».

¿Dos estudios contradictorios? La solución llegó al releerme más detenidamente el primer trabajo. Los investigadores del Hospital Monte Sinaí de Nueva York dieron por hecho que la vía del interferón alfa estaba bloqueada porque las proteínas de los virus inhibían ciertos procesos que controlan la producción de este mediador inmunitario y otros que a su vez están controlados por él. Además, confirmaron que la infección anulaba la fabricación de interferón beta. Pero en cambio, no analizaron directamente la producción de interferón alfa, y por este pequeño agujero en el diseño experimental se les ha colado un error de bulto que no invalida sus experimentos, pero sí una de las conclusiones que extraen de ellos.

La codirectora del nuevo estudio, Michelle Baker, del CSIRO (el CSIC australiano), me confirma que esta es la explicación de la aparente discrepancia: los investigadores del Monte Sinaí «no incluyen datos que muestren la expresión de interferón alfa», señala. Y en cuanto a los procesos controlados por este mediador, «solo atendieron a uno, y hay muchos otros que también podrían revelar pruebas de la actividad del interferón alfa».

Baker resume: «Nuestros datos indican que al menos uno de los interferones alfa de P. alecto puede estar regulado de forma diferente que en otras especies». Así, esta podría ser la causa de que los murciélagos sean resistentes al ébola y a otros muchos virus que transmiten. Pero ¿qué ocurre con el lloviu? El virus se halló en cadáveres de murciélagos sin signos de ninguna otra anomalía que justificara sus muertes. Pero lo cierto es que tampoco se ha demostrado una relación, y Baker se aferra a este hecho: «Dado que solo se obtuvieron secuencias virales, y no se ha aislado el virus de los murciélagos muertos en España, solo podemos especular que el virus fuera la causa».

El siguiente paso sería entonces estudiar cómo afectan las proteínas del lloviu a la producción de interferón alfa en células de murciélago. Si el virus fuera capaz de tumbar la defensa innata de estos animales, apoyaría la posibilidad de que el lloviu fuera la causa de las muertes masivas. Pero aunque es arriesgado especular, sería raro que un virus tan similar al ébola lograra algo que el propio ébola no consigue. Y si el efecto de ambos sobre el interferón alfa de los murciélagos fuera el mismo, seguiríamos a oscuras sobre la relación entre el lloviu y las muertes.

Pero ¿y si…? Suponiendo que así fuera, y que el lloviu lograra desarticular la primera línea de defensa de los murciélagos, y que esta fuera la causa de las muertes, entonces estaríamos ante un supervirus más potente que el ébola, el coronavirus MERS o el hendra. Y desde luego, de un virus que matase a los murciélagos (y del que se sabe que infecta células humanas) no sería lógico esperar nada bueno. ¿Algún voluntario para mirar qué le pasa al interferón de los murciélagos con las proteínas del lloviu?

El lloviu asturiano se parece cada vez más al ébola

En 2003 tres biólogos españoles publicaron un artículo dando cuenta del extraño hallazgo de miles de cadáveres de murciélagos en cuevas de España, Portugal y Francia. Esta repentina oleada de mortandad alertó a las autoridades españolas, que decidieron encargar una investigación dirigida por el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII), laboratorio de referencia en enfermedades animales transmisibles a los humanos, o zoonosis.

Un murciélago de cueva 'Miniopterus schreibersii', especie en la que se descubrió el virus de Lloviu. Imagen de Wikipedia.

Un murciélago de cueva ‘Miniopterus schreibersii’, especie en la que se descubrió el virus de Lloviu. Imagen de Wikipedia.

Las pruebas de rabia resultaron negativas. Pero cuando dos años más tarde se descubrió que los murciélagos actúan como reservorio del virus del Ébola (es decir, que sufren la infección sin verse afectados por ella, sirviendo como almacenes y distribuidores del virus), el entonces jefe del laboratorio competente del ISCIII, Antonio Tenorio, tuvo la luminosa inspiración de comparar el material genético extraído de los cadáveres de murciélagos de la cueva asturiana de Lloviu con las secuencias del virus. Y el resultado fue escalofriante: los murciélagos contenían algo que, en la parte analizada, era idéntico en un 75% al ébola. Según la clasificación actualizada en 2010 de la familia de los filovirus, un virus es ébola si se parece en más de un 50% a él.

Dado que España no cuenta con ninguna instalación de experimentación aprobada para manipular patógenos humanos que requieran un nivel de contención biológica 4, o NCB4 (perdónenme el circunloquio, pero es que es de risa que en los peores momentos de la crisis del ébola se liara en ciertos medios y blogs un tiquismiquismo terminológico sobre si tenemos NCB3+ que son casi-4 o que pueden funcionar como 4 según ciertos estándares pero no otros; aquí no hay laboratorios donde esté permitido trabajar con ébola, y punto), los científicos del ISCIII se aliaron con instituciones de EEUU para estudiar más a fondo lo que llevaban aquellos murciélagos.

El resultado, publicado en 2011, reveló que el virus era justo un pelo por encima del 50% diferente al ébola, más parecido a este que su primo más cercano conocido hasta entonces, el marburgo. Es decir, lo suficientemente distinto como para ponerle otro nombre, pero lo más parecido al ébola que se había descubierto jamás.

Así nació el virus de Lloviu, o LLOV. Actualmente la familia del ébola, los filovirus, se divide en tres géneros: Ebolavirus, con cinco especies (Zaire, Reston, Bundibugyo, Sudán y Taï Forest), Marburgvirus, con una especie y dos tipos (Marburg y Ravn), y Cuevavirus, con el asturiano como único representante.

A estas alturas, y para evitar que a ustedes se les erice el vello, debo aclarar que tanto la cueva de Lloviu como otras en las que se hallaron murciélagos muertos en España, Portugal y Francia están abiertas al público y son regularmente visitadas; y en ninguno de los tres países se conoce ningún caso de fiebre hemorrágica con posterioridad a la visita a uno de estos lugares. Aunque también conviene subrayar que tocar el cadáver de un murciélago (o para el caso, cualquier otro cadáver) nunca es una buena idea. Pero por responder a las preguntas que tal vez les estén surgiendo:

¿Causó el virus de Lloviu las muertes de los murciélagos? No se sabe.

¿Podría el lloviu causar alguna enfermedad en humanos? No se sabe.

¿Todos los parientes del ébola son igualmente fatales para los humanos? Esto sí se sabe, y la respuesta es que no.

Esto último es realmente peculiar, y da idea de lo mucho que se desconoce todavía sobre cómo el ébola y otros filovirus provocan una catástrofe en el organismo. De los cinco ebolavirus conocidos, cuatro de ellos causan fiebre hemorrágica en humanos. El quinto, el virus de Reston, parece ser completamente inofensivo para nosotros, mientras que es letal para los primates no humanos. Y sin embargo los dos marburgvirus conocidos, marburgo y ravn, más diferentes del ébola que el reston, son incluso más mortales para humanos y monos que el propio ébola. Y al menos varios de estos virus infectan a los murciélagos sin provocarles ningún síntoma aparente. ¿Por qué todo esto?

Hay una respuesta larga y otra corta. La corta: no se sabe.

Sobre cómo el ébola mata ya hablaré otro día; hay indicios interesantes, que sin embargo aún no acaban de explicar de forma clara y cristalina por qué este virus es capaz de descomponernos por dentro mientras que otros muy similares no llegan ni a despeinarnos (una pista: no es el virus). Pero de momento, lo único que los científicos pueden hacer para estudiar hasta qué punto el lloviu podría representar una amenaza para nosotros es investigarlo en el laboratorio.

El problema es que aún nadie ha logrado aislar el lloviu para infectar células en cultivo o animales de experimentación. De hecho, y a pesar de que la existencia del virus se conoce ya desde hace cinco años, aún apenas se ha publicado una docena de estudios. Por ello, lo único que ahora puede hacerse es fabricar partes sueltas del virus, a partir de su secuencia genética conocida, y analizar hasta qué punto lo que hacen estas partes sueltas en cultivos celulares se parece a lo que hace el ébola.

Y hasta ahora, esa similitud es total. Como ya conté aquí, parece que el lloviu es capaz de infectar células de humanos y monos por el mismo proceso que el ébola. Ahora el último estudio sobre el virus asturiano, publicado en la revista Virology por dos investigadores de la Facultad de Medicina del Hospital Monte Sinaí de Nueva York, revela un nuevo parecido entre ambos. Ya se sabía que tanto el ébola como su primo el marburgo cortan una serie de respuestas inmunitarias antivirales, lo que facilita su invasión del organismo. Sin embargo, estos dos patógenos humanos utilizan estrategias ligeramente diferentes para hacerlo.

Los científicos del Monte Sinaí han estudiado si el lloviu provoca este tipo de bloqueo inmunitario en células humanas y de murciélago en cultivo (dado que el lloviu aún no ha podido aislarse, lo han hecho empleando otro virus al que disfrazan con las proteínas del asturiano). Y el resultado es que sí, lo hace, y que lo hace como el ébola, no como el marburgo. Es decir, que una presunta infección por lloviu en un ser humano atacaría el sistema inmune del mismo modo que lo hace el ébola.

¿Es este un nuevo indicio de que el lloviu podría provocar en humanos una enfermedad similar a la del ébola? Pues lo cierto es que no, y estos últimos resultados no hacen sino enturbiar aún más nuestra comprensión de cómo actúa el ébola. La clave está en lo siguiente: los investigadores han descubierto que el bloqueo inmunitario provocado por el ébola en células humanas también ocurre del mismo modo en células de murciélago, algo que no se sabía hasta ahora. Sin embargo, se supone que estos mamíferos pasan la infección por el ébola sin síntomas graves. Y aunque aún se trata de una conjetura, se presume que el lloviu mata a los murciélagos. O sea, que dos virus capaces de actuar de manera idéntica en dos especies diferentes afectan a ambas de forma muy distinta. ¿Por qué? Ya lo han adivinado: no se sabe.

En resumen y como conclusión del estudio, hay algo que sí puede afirmarse: que la respuesta inmunitaria humana no sería un obstáculo para la infección por lloviu, como no lo es en el caso del ébola. Pero también que esta respuesta no es la responsable de que los murciélagos sean inmunes al ébola, ya que estos animales sufren el mismo bloqueo inmunitario que los humanos. Así que, como escriben los investigadores en su estudio, «aún no se puede determinar si el lloviu supondría una amenaza para los humanos».

«Las nuevas cepas de gripe podrían ser preocupantes»

Hoy se podrían recordar muchos pensamientos de Umberto Eco relacionados con la ciencia, pero yo tenía ya planeado seguir hablando hoy sobre la gripe. Así que rescato aquel comentario que escribió referente a los logros alcanzados por la especie humana (a pesar de su manifiesta idiotez):

En 1918, a la edad de 40 años, mi abuelo materno se vio afectado por una forma de gripe vírica, conocida comúnmente como gripe española, que diezmaba gran parte de Europa. Murió en una semana, a pesar de todos los esfuerzos de tres médicos. En 1972, a la edad de 40, me vi afectado por una grave enfermedad que parecía muy similar a la española. Gracias a la penicilina, tras una semana ya estaba en pie. Así que es fácil comprender por qué, dejando de lado la energía atómica, los viajes espaciales y el ordenador, sigo pensando que el invento más importante de nuestro siglo es la penicilina (y en general, todos los medicamentos que hacen posible que la gente alcance los 80 años, mientras que en el pasado podrían haber muerto a los 50 ó 60).

Por supuesto, doy por hecho que Eco no estaría sugiriendo que la gripe se cura con penicilina, sino que la suya fue una enfermedad «que parecía muy similar a la española», pero obviamente de origen bacteriano si fue el antibiótico lo que obró su curación. Pero dejando de lado este detalle, lo que quiero resaltar está perfectamente expresado en sus palabras: son los avances en nuestro estado de salud general, lo que incluye no solo la medicina sino otros factores de calidad de vida, los que hoy han convertido la gripe en una preocupación menor para la mayoría de la población de los países desarrollados, una molestia que generalmente supone pasar un par de días descansando en casa. Antes la palabra gripe inspiraba pánico, mientras que hoy nos aterra tanto como rompernos una uña.

Partículas del virus de la gripe A H1N1. Imagen de NIAID/Flickr.

Partículas del virus de la gripe A H1N1. Imagen de NIAID/Flickr.

Pero esto no necesariamente va a ser así siempre, ni lo es en todas partes. Un humano elegido hoy enteramente al azar de entre los más de 7.000 millones sería con toda probabilidad alguien que no tiene acceso a unas condiciones dignas de vida, ni a un nivel sanitario e higiénico básico. Y por otra parte, como ya he señalado aquí, ni siquiera los menos concernidos con la realidad social mayoritaria del planeta Tierra pueden seguir pensando que las enfermedades originadas en una remota selva de Guinea son un problema exclusivo de los habitantes de una remota selva de Guinea, como demuestra el último brote de ébola.

Sin necesidad de recurrir al caso de un virus tan letal como el ébola, la gripe continúa siendo una amenaza global. Aunque es sencillamente imposible saber a ciencia cierta cuántas personas mueren de gripe estacional en el mundo (los datos varían salvajemente según las fuentes, y la mayoría de los fallecimientos sintomáticamente sospechosos no son confirmados), ni siquiera es necesario asustar con el dato máximo manejado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) de medio millón al año; nos basta con saber que la gripe y sus complicaciones matan cada año a miles, y que se ceban especialmente en los perfiles de salud más débiles.

Es por esto que, como también he comentado ya aquí, culpar a la OMS de haber sobreactuado con aquel brote de gripe de 2009 es no solo ignorante, sino también insolidario. La OMS puede tener sus muchos defectos y errores, pero entre ellos no se cuenta el de reaccionar con la mayor resonancia pública posible contra una amenaza cuyo alcance futuro es imposible predecir; solo un ciudadano sano de un país rico, sin excesiva preocupación por quienes no sean ciudadanos sanos de países ricos, puede manifestar estas críticas.

El problema con la gripe de 2009 no es que fuera necesariamente más virulenta (y no lo es), sino sobre todo que entonces era nueva. Y toda gripe nueva dejará una estela de muertos entre quienes no son ciudadanos sanos de países ricos antes de dejar de ser nueva para convertirse en la gripe nuestra de cada año, como ha sucedido después con la de 2009.

Un pequeño resumen sobre las gripes: las hay de tres tipos, A, B y C. La mayoritaria en humanos es la A. Cuando nos referimos a la gripe A de 2009, lo de menos es la «A», ya que todas las gripes estacionales, anteriores y posteriores, suelen ser de este género. A efectos prácticos, quédense con la idea de que probablemente la mayoría de las gripes que han cogido y cogerán a lo largo de su vida son gripes A. Dentro de este género existen diversos subtipos según las variaciones de dos proteínas de su envoltura: hemaglutinina (H) y neuraminidasa (N). Se conocen 18 formas distintas de la primera, numeradas de H1 a H18, y 11 de la segunda, de N1 a N11. Así pues, existen muchas combinaciones posibles. Actualmente las más frecuentes en la gripe A estacional humana son H3N2 y H1N1.

Pero incluso dentro de un mismo subtipo, también hay variaciones. La (mal llamada) gripe española de 1918, la que mató al abuelo de Umberto Eco y a decenas de millones más, era H1N1. También era H1N1 la de 2009, pero era diferente a la española y a las gripes estacionales H1N1 que circulaban por entonces, por lo que para hacer referencia a una cepa específica hay que añadir más criterios, como H1N1/09, en referencia al año del brote; o más específicamente y dependiendo de dónde se aísle, por ejemplo A/Mexico/InDRE4487/2009(H1N1), en el caso de una muestra de la gripe A (H1N1) de la pandemia de 2009 recogida en México y perteneciente a la cepa InDRE4487.

El caso es que la gripe A H1N1/09, en su momento nueva, ha reemplazado después a la H1N1 que circulaba entonces, convirtiéndose en *la* gripe A H1N1 estacional que tenemos ahora. Y según los informes recientes, es también la mayoritaria en esta estación (por delante de la cepa actual de H3N2 y de la gripe B), por lo que si usted coge la gripe durante estas semanas lo más probable es que se trate de la H1N1 de la pandemia de 2009. La vacuna de este año protege contra esta cepa, así como una H3N2 y otra B.

El problema con las gripes es, según me cuentan Emanuele Montomoli y Claudia Trombetta, expertos en gripe de la Universidad de Siena (Italia), que «la naturaleza de los virus de la gripe los hace particularmente propensos a la variación genética, lo que resulta en diversas cepas nuevas contra las que los humanos tienen poca o ninguna inmunidad». Montomoli ha colaborado en los estudios epidemiológicos de la OMS y del Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades (ECDC).

Según los investigadores, «las nuevas cepas de gripe H9N2 y H10N8 podrían ser preocupantes por sus características». Montomoli y Trombetta sitúan el mayor riesgo en un criadero tradicional de la gripe A, China y el sureste de Asia, donde «es más común el contacto estrecho entre los humanos y las aves de granja»; pollos y gallinas son a menudo las fuentes de nuevas cepas de gripe, como sucedió con la muy peligrosa gripe aviar H5N1 que surgió en Asia en 2004 y que rebrota esporádicamente.

Sin embargo, los dos expertos aseguran que «es difícil predecir cuál será la próxima cepa pandémica», por lo que «es complicado producir una cantidad adecuada de dosis de vacuna para una campaña global en poco tiempo». Es decir, recalco, que ni siquiera los expertos mundiales en gripe pueden anticipar qué riesgos correremos a causa de estos virus en cualquier momento futuro. Por suerte, añaden, la autoridad de vigilancia global de la OMS mantiene un constante seguimiento de la evolución de las cepas para beneficio de todos. También de aquellos, columnistas y otros virus insidiosos, que solo se acuerdan de la existencia de la OMS para criticar a toro pasado su escasa capacidad sobrenatural de adivinar el porvenir.

Lo más viral en febrero: la gripe

Esto les resultará curioso, pero lo cierto es que aún no sabemos por qué cogemos la gripe en invierno. Sí, habrán escuchado por ahí esa explicación tradicional: en la estación fría, los humanos nos apiñamos en espacios cerrados, donde viciamos el aire con nuestros gérmenes que compartimos alegremente.

Ilustración del virus de la gripe A atacando una célula. Imagen de H. Kolds&ostroke;/Oxford.

Ilustración del virus de la gripe A atacando una célula. Imagen de H. Kolds&ostroke;/Oxford.

Pero está claro que, al menos desde el éxodo rural de la Revolución Industrial y de la invención de la calefacción, este argumento simplón podría ser una explicación, si es que lo es, pero claramente no es la explicación. De las 24 horas de un día medio, unas 16 las pasamos haciendo lo mismo en verano y en invierno: trabajando y durmiendo en los mismos espacios cerrados. Y desde la invención de la climatización, muchos prefieren también pasar la mayor parte de su veraniego tiempo libre al fresquito del aire enlatado.

En realidad lo más probable es que el fenómeno sea mucho más complejo y obedezca a un conjunto de factores relacionados con la fisiología humana y el fitness del virus en cada estación. El problema que se encuentran los investigadores a la hora de estudiar este virus y su enfermedad es que el ratón, el rey de los modelos animales de mamíferos en biología, es un desastre como simulador de gripe: solo ciertas cepas de ratones de laboratorio contraen solo ciertas cepas de gripe, y sus síntomas ni siquiera se parecen a los nuestros; no moquean, ni tosen, ni padecen fiebre. Las investigaciones sobre gripe tradicionalmente han empleado hurones, pero imaginen ustedes lo que supone mantener una colonia de hurones.

Hace unos años, los científicos redescubrieron que la cobaya o conejillo de indias es un modelo estupendo para estudiar la gripe. *Re*descubrieron, porque, a pesar de que el nombre de este animal se emplea popularmente para referirse a un sujeto de experimentación, lo cierto es que hoy en día no suelen emplearse cobayas en los laboratorios. Y sin embargo, han vuelto debido a lo valiosos que resultan para investigar la gripe.

Precisamente empleando cobayas, un estudio de 2007 descubrió que el frío y el ambiente seco favorecen la transmisión de la gripe. Lo cual apunta y dispara al mito de los espacios cerrados de aire calentito: la conclusión sería que precisamente tenemos más probabilidad de coger la infección afuera, en el frío.

Curiosamente, frío y sequedad operan mediante dos mecanismos distintos. Según revelaban los investigadores, las condiciones de humedad afectan al propio virus y a las gotitas de líquido que lo dispersan en el aire. Algún otro estudio posterior ha confirmado que las epidemias repuntan después de períodos de mayor sequedad en invierno. Sin embargo, el efecto de la temperatura se debe al hospedador, el animal: a más frío, se dificulta el aclaramiento del moco en las vías respiratorias, por lo que las cobayas continúan liberando virus durante más tiempo; concretamente, 40 horas más.

Esto ya tiene bastante más sentido biológico. Y a ello se añade otro estudio publicado al año siguiente, cuya conclusión fue que la envoltura externa del virus de la gripe es más estable a bajas temperaturas, y esto fomenta su capacidad infecciosa para pasar de una persona a otra. Lo cual, de nuevo, apoya la idea de que la verdad (sobre el contagio de la gripe) está ahí fuera, y no aquí dentro.

Y esto nos lleva a una consecuencia interesante. A veces un mito se intenta desbancar con un contramito que resulta ser aún más falso. A saber: la explicación de los espacios cerrados se oponía a la idea de que la gripe se coge a causa del frío. Pero de los estudios recientes se deriva que uno sí puede enfermar por exponerse al tiempo gélido; siempre, claro, que haya otro allí para pasarle el virus. Y por cierto, basta con la respiración para contagiarse: en el estudio de las cobayas no hubo ni una sola tos o estornudo –ni mucho menos apretones de manos–, sino solo aire en circulación desde unas jaulas a otras. El aire transporta el virus en pequeñas gotitas de agua, o aerosoles.

Por supuesto que con toda seguridad hay otros factores que aún escapan. Por ejemplo, todavía no se ha estudiado extensamente la influencia estacional en nuestra buena forma inmunitaria, aunque algún estudio apunta a una posible mayor debilidad del organismo frente al virus de la gripe durante el invierno.

Lo único seguro es que la gripe no falta a su cita anual. Estos días ya estamos leyendo en los medios que el virus está multiplicando su incidencia en febrero, el mes favorito de los brotes de cada año. Si diciembre trae la Navidad y enero los Reyes Magos, febrero nos trae la gripe.

El zika en tres ideas: hay riesgo, puede llegar y hay que actuar

La primera vez que vi la película Contagio, de Steven Soderbergh, lo hice con un díptero revoloteando por el reverso de mi pabellón auricular; con la mosca tras la oreja, más aún con la primera aparición del guaperas de Jude Law en el papel de bloguero conspiranoico. Law no se ha prodigado en papeles de villano; ¿caería Soderbergh en el facilón (y económicamente rentable en taquilla) argumento a lo Le Carré en El jardinero fiel, dar carnaza a las masas favoreciendo el punto de vista conspiranoico y dejando al personaje de Law como héroe triunfante? (No obstante aclaro, for the record, que la novela de Le Carré estaba basada en un caso real de experimentación clínica ilegal en África).

Así que, cuando la película terminó, casi me faltaron manos para apludir. Soderbergh no solo había reflejado con absoluta veracidad un hipotético caso fielmente realista de pandemia vírica, con epidemiólogos que parecían epidemiólogos y virólogos que parecían virólogos, sino que además había dejado a los conspiranoicos en el lugar que les corresponde, el de trileros de toda la demagogia que se sirve a diario como fast food en internet.

Imagen del virus del Zika al microscopio electrónico de transmisión (partículas oscuras), recientemente publicada por el CDD/ Cynthia Goldsmith.

Imagen del virus del Zika al microscopio electrónico de transmisión (partículas oscuras), recientemente publicada por el CDC/ Cynthia Goldsmith.

Viene esto a cuento del increíble cuento, valga la…, que se ha prodigado en la red a partir de la proclama de un descerebrado en la sección de conspiraciones de Reddit. El tipo en cuestión dijo que el origen de la epidemia de virus del Zika y de los casos de bebés con microcefalia en Brasil coincide geográficamente con el lugar donde hace cuatro años se soltó una población de mosquitos genéticamente modificados para producir descendencia no viable. Y a partir de ahí, la teoría más estúpida jamás lanzada en internet ha tenido que comentarse, para desmentirse, incluso en medios serios (como este).

El conspiranoico en cuestión ni siquiera mencionó, obviamente, que dichos mosquitos se liberaron también en otros lugares donde no ha surgido una epidemia de zika ni de microcefalia (como las islas Caimán o Florida), ni que anteriormente se han ligado casos de microcefalia a virus emparentados con el zika como el del Nilo Occidental, ni que el estudio retrospectivo del anterior brote de zika en la Polinesia ha sacado a la luz anomalías neurológicas que en su día no se relacionaron con una infección antes considerada benigna. Ni por supuesto, y esto es lo fundamental, que la afirmación es un completo disparate biológico sin pies ni cabeza; más allá de la (presunta) coincidencia geográfica, no hay ni siquiera un argumento coherente que rebatir.

Lo anterior no implica que en este preocupante episodio del zika no haya, como ha ocurrido en ocasiones anteriores, elementos perturbadores que obliguen a vigilar muy de cerca todo lo que autoridades y otros actores implicados están haciendo al respecto. En particular, resulta pasmoso que la Organización Mundial de la Salud (OMS) no haya emitido una recomendación de evitar los viajes a Brasil, al menos para las mujeres embarazadas. No hay que ser conspiranoico para sospechar que aquí ha mediado un probable trabajo de lobby por parte de algún organismo para no arruinar los Juegos Olímpicos de Río.

A estas alturas a Margaret Chan, directora general de la OMS, le quedan ya pocos argumentos para defender su gestión. Fue criticada por exceso de reacción con la pandemia de gripe A H1N1 en 2009 (un diagnóstico que no comparto: no olvidemos que la gripe pudo infectar a 200 millones de personas y dejó unos 19.000 muertos) y por defecto de reacción en la epidemia de ébola de 2014. Pero ya llevaba detrás un legado polémico por su actuación como directora de Salud de Hong Kong, cuando se le criticaron su «ayer cené pollo» a propósito de la gripe aviar H5N1 de 1997 y su pasividad en el brote de SARS de 2003. Chan está pisando un terreno pantanoso que puede acabar con su defenestración si no sale airosa de la emergencia del zika.

Pero aunque Chan se haya convertido en el blanco propicio de este tiro al pato, no olvidemos que uno de los factores destacados por los expertos a la hora de mitigar el impacto de una epidemia como el zika es la respuesta de los sistemas de salud de los países. Y como ya he señalado en ocasiones anteriores, en España tenemos ahora como ministro de Sanidad (en funciones) a un filólogo a quien el cargo le cayó como prebenda por los servicios prestados al partido; una situación que pasa inadvertida cuando se trata de ejercer como burócrata gestor de la maquinaria de salud pública, pero que se convierte en un peligro igualmente público cuando toca gestionar una crisis sanitaria. Los brasileños al menos tienen en ese cargo a un médico.

Es evidente que por debajo del burócrata hay una gruesa capa de expertos y técnicos de alto nivel. Pero en el mundo real difícilmente se admitiría poner al frente de lo que sea a alguien sin el conocimiento profesional necesario para saber de lo que habla, y que ha aprendido lo que debe decir al público cinco minutos antes de decirlo. O dicho de otro modo: el ciudadano que paga tiene derecho a que su ministro de Sanidad sea el ventrílocuo, y no el muñeco.

Pero ¿crisis sanitaria, aquí, en España? Lo cierto es que aún es tanto lo que se desconoce sobre el zika que nadie apuesta un céntimo sobre cómo puede evolucionar esto. Pero casi todos los virólogos y epidemiólogos con los que he hablado últimamente reconocen off the record que el riesgo aquí, sin ser comparable al de las latitudes cálidas, es mayor de lo que se está transmitiendo, ya que muy probablemente el mosquito tigre es o acabará siendo un vector competente para el zika. Ya se han dado recientemente brotes de transmisión autóctona de dengue en el sur de Europa, virus muy próximo al zika y que comparte los mismos vectores; con lo que hoy se conoce del zika, no hay (todavía) ninguna razón científica para sostener que el riesgo de transmisión autóctona estacional del virus en España es mínimo, como se está diciendo.

Aún nos quedan unos meses de reacción hasta que comience la eclosión masiva de mosquitos en nuestras latitudes. Y no podemos esperar a llevarnos las manos a la cabeza cuando nazca en España el primer bebé con microcefalia, una enfermedad horriblemente atroz que deja empequeñecido el antiguo fantasma de la polio. Aunque hayan oído que todavía no se ha confirmado científicamente el vínculo con el zika, no piensen por ello que se trata de un síntoma surgido de la nada y nunca antes visto: las complicaciones en el desarrollo neurológico, incluyendo la microcefalia, son frecuentes en los casos de transmisión infecciosa de la madre al feto. La microcefalia se ha descrito sobradamente para viejos conocidos como el citomegalovirus o el VIH, e incluso para virus emparentados con el zika como el del Nilo Occidental. A efectos de salud pública hay que dar este síntoma por descontado, y que la ciencia concluya lo que tenga que concluir, pero a su propio ritmo.

En resumen, es preciso exigir a las autoridades involucradas una toma de postura drástica encaminada hacia la contención del zika. Ninguna medida es excesiva, y el papel de la OMS no es servir de garante del comercio internacional o de la industria turística, sino de la salud de los ciudadanos de los países a los que representa; una caída de los ingresos por turismo puede embocar a algunos países hacia un difícil trance económico, pero una epidemia de microcefalia sería infinitamente peor, algo que quedaría marcado como la funesta huella de un trágico error. Y si el Comité Olímpico Internacional pierde su multimillonario negocio, que digan dónde hay que firmar.

El coronavirus MERS, un nuevo aviso que nos encuentra sin los deberes hechos

Cuando nos sentamos frente a la pantalla para presenciar el apocalipsis zombi, o la enésima invasión alienígena, podemos disfrutarlo sabiendo que nunca ocurrirá. Lo primero es imposible; lo segundo solo improbable, pero inmanejable por imprevisible. En cambio, cuando la amenaza toma la forma de la magnífica película de Steven Soderbergh Contagio, que anoche pude ver en La Sexta, los vellos del brazo se yerguen con buena causa: son muchos los epidemiólogos, virólogos y otros especialistas a los que durante años se les ha secado la boca a fuerza de repetir que en en este caso la pregunta no es si sucederá, sino cuándo.

Jude Law como el 'conspiranoico' conspirador en la película 'Contagio'. Imagen de Warner Bros.

Jude Law como el ‘conspiranoico’ conspirador en la película ‘Contagio’. Imagen de Warner Bros.

La película es admirable por el retrato realista que dibuja de una figurada pandemia letal, de sus respuestas, consecuencias y vicisitudes: el virus de la meningoencefalitis MEV-1 es enormemente plausible; los científicos hablan y actúan como científicos, con sus virtudes y debilidades; incluso los gráficos de los modelos estructurales de las proteínas del virus son realistas, algo que otros directores suelen sacrificar a cambio de absurdas imágenes que resulten más atractivas y comprensibles para el público.

Es especialmente loable que Soderbergh y el guionista, Scott Burns, no se hayan dejado seducir por el tópico facilón que habría vendido más entradas en taquilla: asignar los papeles de supervillanos a los políticos, ansiosos por conservar el sillón a costa de pisar las cabezas de sus representados, y a los directivos de las farmacéuticas, riendo en sus jacuzzis mientras hacen caja a costa del dolor ajeno. En su lugar, la película retrata muy acertadamente la realidad al mostrar que finalmente la única conspiración es la orquestada por el propio conspiranoico, el periodista interpretado por Jude Law, que se enriquece vendiendo su ética profesional a la gran industria homeopática. De todos los personajes principales, él es el único cuyas cuentas salen en rojo. Gracias, Steven y Scott.

El afán de la película por la crónica veraz queda remachado en la última secuencia, cuando una serie de planos breves explican el recorrido del virus desde su reservorio original, el murciélago. Un bulldozer de la compañía para la que trabaja el personaje de Gwyneth Paltrow derriba una palmera en la que anidan los murciélagos, que escapan del árbol. Uno de ellos arranca un trozo de una banana y lo deja caer sobre una granja de cerdos, donde un animal se lo come. El cerdo es después sacrificado y transportado al restaurante de un casino, cuyo cocinero se dispone a prepararlo cuando interrumpe su trabajo para saludar a Gwyneth Paltrow, que se convierte así en la paciente cero.

El recorrido infectivo del virus desde su reservorio animal a los humanos explica el hallazgo previo de los científicos de que el MEV-1 posee secuencias genéticas virales de murciélago y cerdo. Un caso parecido lo tenemos en el último virus que ha captado la atención de los medios, el MERS-CoV, coronavirus causante del Síndrome Respiratorio de Oriente Medio. Esta semana se ha informado de la muerte de un ciudadano alemán que había pasado sus vacaciones en los Emiratos Árabes. La primera víctima europea del virus ha intensificado la alarma ante esta nueva amenaza, identificada por primera vez en Arabia Saudí en 2012.

El coronavirus MERS en una imagen de microscopía electrónica. Imagen de NIAID.

El coronavirus MERS en una imagen de microscopía electrónica. Imagen de NIAID.

El MERS-CoV se conoce también como gripe del camello (o más propiamente, del dromedario), ya que estos animales son posiblemente la fuente original de su transmisión a los humanos. Un estudio publicado en 2013 en The Lancet Infectious Diseases descubrió que los 50 dromedarios analizados en Omán tenían anticuerpos contra el virus, también presentes en 15 de los 105 animales estudiados en las islas Canarias. Curiosamente, los dromedarios canarios poseían mayores concentraciones en sangre de anticuerpos neutralizantes. Posteriormente se han encontrado signos del virus en el suero y la leche de camellos en otros países de África y Oriente Medio, apoyando la hipótesis de que estos animales han actuado como vectores de contagio a los humanos.

Sin embargo, tanto el MERS-CoV como su primo, el SARS-CoV, causante del Síndrome Respiratorio Agudo Grave que motivó una alerta mundial en 2003, son probablemente originarios de los murciélagos. De hecho, el virus es parecido a otro que circula entre los murciélagos en algunos países europeos, entre ellos España. Un nuevo estudio, aún sin publicar, describe que el virus ha experimentado frecuentes recombinaciones, es decir, intercambio de material genético entre distintas variantes que coinfectan el mismo huésped. Los investigadores, de la Universidad de Edimburgo (Reino Unido) y los Institutos Nacionales de la Salud de EE. UU., sugieren que estas coinfecciones probablemente se han producido en animales, ya que este fenómeno requiere una infección asintomática o al menos leve, algo que sucede en los camellos pero no en los humanos. «Así, proponemos que el MERS-CoV sobre todo infecta a, y se recombina en, los camellos», concluyen.

En cuanto a su transmisión en humanos, apuntan: «Hasta la fecha es difícil esclarecer si las infecciones humanas con MERS-CoV son el resultado de una transmisión asintomática sustancial entre humanos, o si se deben a repetidas zoonosis [salto de animales a humanos] del virus desde los camellos a los humanos, o bien a una combinación de ellos». Los científicos creen poco probable que el MERS-CoV llegue a los niveles de transmisión de nuestros patógenos más comunes o incluso del SARS-CoV, pero subrayan que se trata de un virus muy dinámico, lo que no descarta una posible adaptación a los humanos. En resumen, y por el momento, podemos confiar en que el MERS-CoV es menos contagioso que el SARS-CoV; pero a cambio, es más letal, con un 38% de mortalidad frente a un 10%, según la Organización Mundial de la Salud.

De momento, el virus solo es un problema en Corea del Sur, donde el brote surgido en mayo ha infectado ya a más de 150 personas, con 19 muertes. Pero después de la crisis del ébola, el caso del MERS-CoV debería servir de nueva advertencia; contra esto sí se puede actuar de manera preventiva. Ya expliqué aquí que las nuevas vacunas y terapias en curso contra el ébola no son el resultado de la reacción al brote que aún persiste en África, sino que son el producto del esfuerzo continuado que algunos países –sobre todo Canadá– mantuvieron cuando este virus aún no era una preocupación en los países desarrollados.

En el caso del MERS-CoV, tenemos la suerte que su detección inicial en 2012 suscitó las primeras investigaciones de cara a la obtención de una posible vacuna, y que parte del trabajo ha podido basarse en lo ya avanzado antes con el SARS-CoV. Gracias a esto, actualmente hay ya varias posibles vacunas candidatas, desarrolladas por pequeñas compañías como Greffex , Inovio y Novavax. Y gracias a que el CSIC posee uno de los mejores grupos de investigación en coronavirus del mundo, tendremos una vacuna basada en virus atenuado creada en el laboratorio de Luis Enjuanes, del Centro Nacional de Biotecnología.

Pero incluso con toda esta anticipación, aún queda un largo camino por delante hasta que la inmunización contra el MERS-CoV llegue a los hospitales, y ya son muchos los expertos que advierten de que, en materia de nuevas enfermedades infecciosas, es prioritario que los esfuerzos, la financiación y los protocolos clínicos se adecúen en tiempo y forma a lo que aún no ha llegado, pero sin duda llegará.

La última de las voces advirtiendo sobre el hielo delgado que pisamos ha sido la de Bill Gates. En la cuarta cumbre anual sobre filantropía celebrada este mes por la revista Forbes, el cofundador de Microsoft participó en un coloquio sobre las lecciones aprendidas de la crisis del ébola. En opinión de Gates, la próxima epidemia de este virus no nos sorprenderá sin preparación, pero no podemos decir lo mismo de futuras pandemias causadas por otros patógenos de más fácil contagio. Y advertía: «Lo que con más probabilidad puede matar a diez millones de personas en los próximos 30 años es una epidemia». «La filantropía no es lo suficientemente grande para ocuparse de todo el problema. El gobierno debe asumir el papel dominante», demandaba Gates. Y lo cierto es que ya son demasiados avisos como para seguir ignorándolos.

El primo español del ébola puede infectar células humanas

Los virus no son exactamente seres vivos, ya que carecen de una estructura celular y de un metabolismo propio; son kits ordenados de piezas sueltas, entes biológicos incompletos incapaces de reproducirse por sí mismos sin la ayuda de maquinaria que necesitan incautar a la fuerza de los organismos a los que parasitan. Por este motivo se atienen a un sistema de clasificación propio, separado del de los organismos con todo el derecho a serlo, pero también se agrupan en categorías como órdenes, familias y géneros. Una de esas familias, la de los filovirus, incluye el que tal vez la mayoría de los encuestados citaría como primer virus en un UnDosTresRespondaOtraVez, y que ha inspirado uno de los disfraces más populares de Halloween en este 2014, al menos en EE. UU.: el ébola.

Los filovirus son una pequeña familia que hasta hace poco solo incluía dos géneros, Marburgvirus, con dos miembros (Marburg y Ravn) y Ebolavirus, con cinco representantes: Zaire (el protagonista de las noticias actuales), Bundibugyo, Taï Forest, Sudán y Reston. De los Ebolavirus, solo el último parece inofensivo para los humanos, siendo el Zaire el más mortal y también el más abundante, o al menos el responsable de la mayoría de los brotes conocidos hasta ahora.

Así era el pequeño clan de los Filoviridae cuando en 2006 un equipo de investigadores capitaneado por Antonio Tenorio, entonces jefe del Laboratorio de Arbovirus y Enfermedades Víricas Importadas del Centro Nacional de Microbiología del Instituto de Salud Carlos III, metió en un formulario de búsqueda de genes en internet la secuencia parcial de algo que los científicos habían detectado en cadáveres de murciélagos hallados en una cueva asturiana cuatro años antes. Y el resultado fue que aquello se parecía en un 75% al Zaire Ebolavirus.

Como conté recientemente en un reportaje publicado en otro medio, cinco años después los investigadores del Carlos III presentaban en la revista PLOS Pathogens al primo perdido de la familia filovirus, bautizado, como es costumbre en ambientes víricos, en honor al lugar donde fue encontrado: la cueva del Lloviu, cerca de Villaviciosa. El virus de Lloviu (LLOV), similar en más o menos la mitad de su secuencia genética al ébola y al marburg, ha inaugurado un nuevo género en los filovirus, los Cuevavirus.

Del virus de Lloviu aún se sabe muy poco. Parece lógico –aunque no ha sido directamente demostrado– que fuera el causante de la oleada de muertes de murciélagos que en 2002 no solo afectó a la cueva del Lloviu, sino a otros enclaves en España, Portugal y Francia, siendo probablemente este último país el origen de la epidemia. Se ha encontrado solo en murciélagos muertos de la especie Miniopterus schreibersi, el llamado murciélago de cueva, pero no en ejemplares vivos ni en cadáveres de otras especies. Es el primer filovirus que aparece en Europa sin haber sido importado previamente de África o Asia, al menos que se sepa. Se cree que no provoca fiebre hemorrágica en humanos, ya que, de ser así, se habría registrado algún caso entre los visitantes de la cueva del Lloviu o de otros lugares donde el virus puede haber estado presente. El lloviu aún no ha podido ser aislado en el laboratorio.

Y poco más se sabe de él. La carencia en España de laboratorios de contención biológica de nivel 4 (NCB4) impide progresar mucho más en el conocimiento de este virus, motivo por el cual los investigadores españoles han recurrido a la colaboración con instituciones de otros países, como la Universidad de Galveston en Texas. En enero de este año, un equipo de la Universidad japonesa de Hokkaido dirigido por Ayato Takada caracterizó la glicoproteína (GP) de la envoltura del lloviu, la llave que en el caso del ébola sirve al virus para acceder a las células humanas. Los japoneses llegaron a la conclusión de que aparentemente el mecanismo de acción era similar, y que por tanto no parecía existir inconveniente para que el lloviu invadiera células humanas del mismo modo que lo hace el ébola.

Una célula en cultivo produce partículas similares a filovirus con la proteína GP del virus de Lloviu en su superficie. Imagen de Ng et al., Virology.

Una célula en cultivo produce partículas similares a filovirus con la proteína GP del virus de Lloviu en su superficie. Imagen de Ng et al., Virology.

Ahora, un nuevo estudio viene a aportar más pistas sobre el nuevo filovirus. Un equipo de científicos de EE. UU. dirigido por Kartik Chandran, de la Facultad de Medicina Albert Einstein de Nueva York, con la participación de las investigadoras del Carlos III Eva Ramírez de Arellano y Ana Negredo, ha analizado en mayor detalle la capacidad de la GP del lloviu para servir como llave de entrada a las células. Para ello, y dado que el aislamiento de este virus en el laboratorio aún se resiste, han modificado genéticamente otro virus distinto, el de la estomatitis vesicular (VSV), para que en su envoltura externa despliegue la GP del lloviu. Esta estrategia de crear lo que se llama un virus recombinante es la misma que se está utilizando en Canadá para tratar de obtener una vacuna contra el ébola, con un VSV que exhibe la GP del virus africano en su superficie. Es una manera de engañar al sistema inmunitario para que reaccione contra el ébola, estimulándolo con otro virus más inofensivo –el VSV produce en humanos solo una especie de gripe– disfrazado de ébola.

En el caso del VSV-LLOV, este virus recombinante ha permitido estudiar el proceso de invasión celular del lloviu. Los investigadores han confirmado que la GP de este virus utiliza la misma cerradura para entrar en las células humanas que el ébola y el marburg, una proteína de la superficie celular llamada Niemann-Pick C1 (NPC1) cuya función normal es servir como transportador de colesterol. «La unión al receptor no impondría una barrera a la infección del LLOV en humanos y primates no humanos», escriben los científicos en su estudio, publicado en la revista Virology. Los resultados indican que la unión de la GP al NPC1 parece ser un mecanismo universal de infección para todos los filovirus.

Por supuesto, lo anterior no implica que el lloviu sea capaz de provocar una enfermedad en humanos; como ejemplo, el virus de Reston, muy cercano al ébola, produce fiebre hemorrágica en otros primates, pero en humanos solo causa una infección asintomática, lo que significa que el virus puede proliferar en nuestro organismo sin afectar a su funcionamiento. Esto es precisamente lo que sucede con el ébola en los murciélagos; se dice que estos animales actúan como reservorio del virus porque posibilitan que este se conserve en la naturaleza sin que la muerte de sus hospedadores acabe con el propio agente infeccioso, hasta que un desafortunado contacto de alguna persona con un murciélago propicia que el patógeno salte de especie y ocasione un brote como el que estamos viviendo ahora. En el caso del lloviu, la hipótesis de los investigadores del Carlos III es que el virus podría tener su reservorio en insectos y saltar ocasionalmente a los murciélagos, provocando en ellos una epidemia letal.

Claro que esto tampoco implica que el lloviu sea inofensivo para nosotros. Cualquier progreso adicional en el conocimiento del lloviu pasa por aislar el virus. Pero incluso en este caso, por motivos obvios, solo se podría comprobar el efecto de la infección sobre cultivos de células humanas. Saber cuáles serían los efectos reales del lloviu sobre la salud humana es difícil mientras no se detecte el virus en el organismo de una persona, lo que de momento sigue dejando al lloviu como un sospechoso vecino incómodo.