Archivo de septiembre, 2019
Alfred López 13 de septiembre de 2019
Hoy en día llamamos menú a varias cosas, al tratarse de un término polisémico, y podemos encontrar que además de referirse a la lista de platos que constituyen una comida (menú del día) en un restaurante, también se usa para indicar las diferentes opciones que aparecen, por ejemplo, en la pantalla de un dispositivo electrónico.
Pero originalmente el vocablo únicamente hacía referencia en el aspecto gastronómico.
El término proviene del francés (escrito del mismo modo, pero sin acentuar) y que se ha universalizado (en cualquier idioma y parte del planeta se le llama de este modo). Los franceses lo adoptaron en el siglo XVIII de la locución en latín ‘minūtus’, la cual significaba ‘menudo’, ‘pequeño’ y hacía referencia a la pequeña lista en la que el camarero llevaba anotados los diferentes platos ya cocinados y que estaban listos para ser servidos en un bistró (locales de restauración donde se daba de beber y comer de manera rápida y económica).
Como nota curiosa cabe destacar que de la misma raíz etimológica proviene el término ‘minuta’ también utilizada, muy a menudo, para llamar de ese modo a la cuenta de un restaurante.
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Fuente de la imagen: total13 (Flickr)
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Alfred López 11 de septiembre de 2019
Muchas son las ocasiones en las que tras llover y despejarse el cielo de nubes se produce un fenómeno óptico, conocido como arcoíris, que nos muestra un arco (que en realidad es un círculo) en el que se puede distinguir diferentes colores.
Pero hay veces que sin haber llovido podemos observar en el horizonte una especie de arcoíris pero cuyos colores son muy tenues, casi blancos (la parte exterior tira hacia el rojizo y la interior es azulada).
Este fenómeno es conocido como ‘arcoíris de niebla’ (o ‘fogbow’ en inglés) y se produce por la humedad acumulada en el ambiente a causa de la niebla.
La falta de color es debido a que las gotas de agua que conforman ese arcoíris son pequeñísimas (menos de 0,05 milímetros) y solo reflejan la luz blanca.
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Fuente de la imagen: Wikimedia commons
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Alfred López 09 de septiembre de 2019
Décimo tercera entrega de la serie de post dedicados a traer a este blog un buen número (de docena en docena) de cosas que quizás no sabíais cómo se llamaban en realidad o que, posiblemente, conocías pero con otro nombre distinto.
Espero que la selección de palabras que he hecho en esta ocasión sea de vuestro agrado, al igual que ha ocurrido con las veces anteriores.
Orto: Posiblemente, si eres de procedencia sudamericana (más concretamente de Argentina) te haya venido a la mente la palabra ‘ano’; pero no, el ‘orto’ al que me refiero en esta entrada nada tiene que ver con la anatomía sino con la astronomía, ya que hace referencia a la salida o aparición del Sol u otro astro por el horizonte.
Hoploteca: Se refiere al museo donde se guarda o exhiben armas antiguas.
Búcaro: Es la jarra o vasija hecha de arcilla en la que antiguamente se servía o bebía el agua. Su etimología proviene precisamente de la arcilla rojiza utilizada para realizarlas.
Contrahuella: Es el plano vertical que vemos en cada uno de los peldaños de una escalera.
Trinquis: Forma coloquial de llamar al acto de dar un trago de vino o licor.
Confuerzo: Hace referencia a los banquetes fúnebres. Seguro que en más de una ocasión habéis visto en alguna película o serie (sobre todo estadounidense) que tras un entierro los dolientes se reúnen en una casa donde se sirve de comer y beber (e incluso cada asistente lleva alguna cosa). Esta costumbre ya era realizada en la antigüedad, tanto en las culturas egipcia, griega como romana e incluso podemos encontrar referencias a ello en la Península Ibérica en los siglos XVI y XVII.
Pluscafé: Es la copa de licor que suele tomarse en la sobremesa, tras el café.
Andel: Huella o surco que deja el paso de la rueda de un carro (u otro vehículo) por un terreno (campo).
Gavilancillo: Es la punta curvada o pico que tiene la hoja de la alcachofa
Mitón: Guante hecho de punto que deja los dedos al descubierto.
Dextrógiro: Que gira o da vueltas en el mismo sentido que las agujas del reloj.
Levógiro: Al revés que el término anterior. Que gira o da vueltas en el sentido contrario a las agujas del reloj.
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Alfred López 07 de septiembre de 2019
El pecho, ya sea de una mujer o un hombre, suele ser una de las zonas erógenas que más placer proporciona al ser acariciado (besado, lamido, pellizcado… a cada persona le gusta un estímulo u otro).
Cuando nos excitamos los pezones tienden a sobresalir y endurecerse y esto ocurre por la gran cantidad de terminaciones nerviosas que poseemos por toda aquella zona pero, sobre todo, porque se ocupan de esa erección involuntaria unas células nerviosas controladas desde el ‘sistema nervioso simpático’.
Esas hormonas son las encargadas de controlar la reacción de cada uno de nuestras funciones involuntariamente, de ahí que cuando sentimos frío se nos ponga el vello de punta o también se endurezcan los pezones, al igual que nos ocurre durante la excitación sexual.
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Alfred López 06 de septiembre de 2019
Conocemos como ‘latido’ a cada uno de los golpes producidos por el movimiento alternativo de dilatación y contracción del corazón contra la pared del pecho, o de las arterias contra los tejidos que las cubren (tal y como recogen los diccionarios).
Por otra parte, el ‘ladrido’ es el sonido que emite un perro (su voz), que puede ser de mayor o menos intensidad dependiendo de lo que el animal quiere expresar.
Los dos términos tienen cierta similitud en su forma de ser escritos, aunque a primera vista sus significados nada tienen que ver el uno con el otro (o eso es lo que creemos), debido a que curiosa y originalmente tienen la misma procedencia etimológica.
Y es que ‘latir’ proviene del latín ‘glattīre’ cuyo significado literal era ‘dar ladridos agudos’ y hacía referencia a los gruñidos que emitían los cachorros de perro y nada tenía que ver con el movimiento del órgano muscular que tenemos en el pecho.
Como los ladridos de los pequeños canes solían ser leves y temblorosos, con el tiempo quedó asociado el término al acto de temblar algo y de ahí pasó al movimiento que producía un órgano (en este caso el corazón) que recordaba a un temblor.
Por tanto, etimológicamente hablando, un latido de nuestro corazón no deja de ser un ladrido leve y tembloroso de un cachorro de perro.
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Alfred López 04 de septiembre de 2019
Recibo un correo email de Aurora Muñoz en la que me comenta que viendo una serie de televisión le llamó la atención que uno de los protagonistas, de origen mexicano, utilizara el término ‘gachupines’ para referirse despectivamente a los españoles, y me pregunta sobre el origen del vocablo y motivo por el que se utiliza.
Hoy en día podemos encontrar que son muchos los mexicanos que se refieren a algún español como ‘gachupín’, pero en la mayoría de ocasiones ya no se hace con un tono despectivo, sino como un mote que ha quedado en el lenguaje coloquial para hacer referencia a cualquier persona nacida en España.
Pero no era así hasta finales del siglo XIX (e incluso durante las dos primeras décadas del XX) en el que llamar gachupín a un español denotaba cierta animadversión y resentimiento hacia los oriundos de España que se habían establecido en México.
Según consta, las primeras referencias escritas sobre este término datan del siglo XVI, en plena época de la expansión colonialista del Imperio español en el Nuevo Mundo y parece ser que surgió entre los autóctonos y los criollos (descendientes de españoles que habían nacido en el continente americano) quienes empezaron a usarlo para referirse despectivamente y cierto rencor a los conquistadores y colonos de origen español que hasta allí llegaban.
En el siglo XIX volvió a usarse masivamente el término durante los años que duró la guerra por conseguir la independencia de México y dejar de pertenecer al virreinato español. Después de ahí, el vocablo permaneció en el lenguaje popular pero su uso por parte del pueblo mexicano ya no es totalmente despectivo como antiguamente (aunque sí continua habiendo quien lo utiliza con esa intención).
Donde se crean más discrepancias es sobre el origen etimológico del término ‘gachupín’ y, dependiendo de la fuente, los expertos están divididos en dos posibles orígenes.
Por una parte se explica que proviene del apellido ‘Cachopín’ el cual era originario de la región cántabra de Laredo y cuyos miembros de la familia, compuesta por nobles y militares, presumían orgullosos de su linaje y pura sangre española. Eran conocidos como los ‘Cachopines de Laredo’ y tal referencia aparece en numerosos escritos y libros del siglo XV en adelante (incluso se hace una mención a estos en el capítulo XIII de la primera parte de ‘El Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha’). Ya en tierra mexicana el apellido Cachopín parece ser que derivó en cachupín para finalmente quedar en gachupín.
Por otra parte hay quienes señalan que ‘gachupín’ proviene del náhuatl (idioma autóctono y original de México) del término ‘catzopini’ y cuya traducción literal vendría a ser ‘hombre con espuelas’ (en referencia a la pieza que llevaban en los talones los jinetes que fueron a conquistar México). Cabe destacar que está etimología tan solo está respaldada por una minoría de expertos en el tema (sobre todo por etimólogos de origen mexicano).
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Fuente de la imagen: publicdomainpictures
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Alfred López 02 de septiembre de 2019
Conocemos como ‘despotricar’ al acto de hablar mal de alguien y, sobre todo, criticándolo, llegando a utilizar algún insulto sin tener reparos ni consideración.
El origen etimológico del término lo encontramos en la unión del prefijo ‘des’ y ‘potro’ (la cría del caballo durante su infancia, aproximadamente hasta los cuatro años y medio de edad).
Ya en la antigüedad se tenía el convencimiento que un potrillo, hasta el momento de alcanzar la edad adulta y ser domado, se comportaba de un modo irracional y díscolo, pudiendo saltar sobre alguien de manera violenta, por el hecho de no estar todavía educado.
Cuando una persona se comportaba de un modo insensato, entrando fácilmente en la provocación y utilizando aspavientos y movimientos violentos a la hora de discutir o hablar mal de alguien, se decía que estaba comportándose como un potro, por lo que se utilizó la forma ‘despotrar’ (que acabaría en la forma ‘despotricar’) para indicar la mala conducta del mencionado individuo.
Esta etimología es muy parecida a la del término ‘insultar’ para referirse al agravio verbal que se realiza contra alguien y que os expliqué en otro post: https://blogs.20minutos.es/yaestaellistoquetodolosabe/de-donde-proviene-el-termino-insultar-para-referirse-al-agravio-verbal-que-se-realiza-contra-alguien/
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