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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Sharon y las guerras de los pobres

Cuatro años han pasado desde esta foto:

Desde los tiempos en que Sharon vivía con su padre y su madrastra en Kibera, el barrio de chabolas más grande del mundo.

Reparé en ella porque estaba constantemente enferma: no veía ni respiraba bien, tenía el cuerpo cubierto de sarpullidos, de pústulas, y había perdido parte de la capacidad de oír.

Su padre, desempleado, carecía de recursos para brindarle una vida mejor. Apenas podía conseguir alimentos nutritivos, y mucho menos aún medicinas.

Sharon, mermada en sus capacidades, no asistía a clases ni jugaba con otras niñas. Era, en este sentido, un reflejo de las durísimas condiciones de la vida en las casas de chapa y cartón, ausentes de agua corriente, de electricidad, de saneamientos, que flaquean desordenadamente las estrechas callejuelas cubiertas de basura que articulan Kibera.

Esta otra foto es de hace tres semanas:

Tras descubrir que la casa de Sharon había sido quemada durante la violencia post electoral que sacudió a Kenia, y que su padre había muerto, partimos con mi buen amigo, Patrick Kimawachi, en busca de Sharon.

Tomamos un avión desde Nairobi – era la primera vez que Patrick volaba – y luego viajamos durante varias horas en coche, hasta alcanzar una región de mayoría luhya próxima a la frontera con Uganda.

Su madrastra, que nos guiaba a través del teléfono móvil, nos había dicho que la salud de Sharon se encontraba peor que nunca.

El encuentro con Sharon

Cuando finalmente llegamos, la niña estaba acostada en una de las habitaciones de la casa de la que su padre, décadas atrás, había partido hacia Nairobi en busca de una oportunidad de progreso.

Aunque llevo años visitando Kibera, es la primera vez que me dirijo hacia uno de los lugares de los que parten originariamente sus habitantes. Un sitio tranquilo, de gente sonriente, amable, en que la naturaleza resulta exultante. Chozas, ganado, cultivos. ¿Por qué entonces tantos vecinos deciden ir a malvivir a los barrios de chabolas de Nairobi?

Las respuestas que recibo son unánimes: porque la tierra no alcanza para todos, porque no hay empleo, porque el gobierno no ofrece posibilidades de educación y asistencia sanitaria. Al admirar la belleza del sitio, comprendo que debe ser mucho más duro aún vivir en un lugar infecto como Kibera.

Sharon se despierta. Le hemos traído algunos regalos. Parece acordarse de nosotros, aunque no sé si es por mis habituales desembarcos en el barrio de chabolas o porque su madrastra le ha dicho que íbamos a venir.

Resulta evidente que Sharon no se encuentra bien. Patrick afirma que es muy probable que tenga sida, por los síntomas y porque su madre murió como consecuencia del HIV.

Se compromete ante la madrastra a llevarla a un hospital para que le realicen los exámenes y a hacer todo lo posible para que se recupere de una vez por todas y logre salir de esa vida sitiada por la miseria y la enfermedad.

Las guerras de los pobres

La madrastra de Sharon nos cuenta cómo fueron los enfrentamientos en Kibera. Cómo un grupo de hombres armados llegaron durante la noche y quemó la miserable casa que alquilaban.

Después de bañarse, de comer, y a medida que transcurre la tarde, Sharon parece encontrarse mejor de salud. Con esfuerzo, caminando lentamente, nos acompaña hasta la parcela de tierra, situada frente a la casa, en la que enterraron a su padre.

Hay un dicho en África, muy conocido, que afirma que cuando los elefantes se pelean, la que sufre es la hierba. En el caso de Kenia, como en todos los conflictos armados que he conocido en mi vida, la peor parte se la llevaron los más pobres.

Ellos salieron a matar y morir empujados por las miserias de los políticos que caldearon su descontento, su rabia, en pos de absurdas estrategias de poder.

Las sectas en Kenia: una amenaza para la paz

La existencia de grupos armados que se mueven en la penumbra del poder constituye una de las mayores amenazas para la paz en Kenia.

Aunque aún está por determinar judicialmente el grado de implicación que han tenido en la ola de violencia electoral que conmocionó al país tras las elecciones de diciembre de 2007, no son pocos los especialistas que sitúan a estas sociedades secretas y sectas detrás de algunas de las acciones más brutales.

Su génesis está relacionada con los rituales tradicionales de iniciación de los jóvenes de los distintos grupos tribales. Rituales que suelen incluir el uso de armas, aunque no de fuego.

También parecen tener su razón de ser en la ausencia de acción del Estado en barrios de chabolas y zonas marginales, donde se desempeñan como vigilantes brindando protección a los vecinos y cobrándoles impuestos, del mismo modo en que sucede, por ejemplo, en las favelas de Brasil, tanto por parte de los paramilitares como de los traficantes del Comando Vermelho o Tercero Comando.

Asimismo, se las vincula con la violencia que asola cíclicamente a zonas como Monte Elgon, donde los enfrentamientos se deben a la escasez de tierra.

Si bien la mayoría de ellas fueron prohibidas en 1992, no se descarta que puedan recibir apoyo político. Y existen crónicas periodísticas que denuncian la presencia de estos grupos en actos electorales.

Los mungiki

El nombre de esta secta kikuyu se escucha a todas horas en Kenia. “Los mungiki vinieron por la noche con machetes y nos echaron de nuestra casa”, me dice una familia a la que encuentro en la carretera que conduce a Kisumu, abarrotada en lo alto de un camión junto a sus pertenencias.

Creada en 1980, su nombre quiere decir “multitud”. Y, en teoría, esta organización secreta, cuasi religiosa, busca recuperar los valores africanos tradicionales, que vinculan a la lucha por la independencia otra organización mayoritariamente kikuyu: los mau mau. De ellos han heredado la costumbre de dejarse el cabello largo en lo que luego se dio a conocer por la música reggae como el estilo “rasta”.

Después de la violencia post electoral, aparecieron varias crónicas en los medios de comunicación de ataques de los mungiki, en las zonas de preeminencia kikuyu, a mujeres que llevaban minifaldas. No sólo pretenden que vuelvan a los vestidos tradicionales africanos, además abogan porque regrese la mutilación genital femenina, prohibida por ley en Kenia.

A lo largo del 2007, los mungiki protagonizaron una campaña de terror a través de la decapitación de sus adversarios, a la que el gobierno de Mwai Kibaki – que también pertenece a la etnia kikuyu – respondió con fiereza.

Organizaciones de Derechos Humanos, entre las que se encuentra Aministía Internacional, denuncian la desaparición y tortura de miles de supuestos componentes de esta secta, cuyas actividades fueron descritas exhaustivamente por periódicos como The New York Times.

Los talibán

Compuesto por miembros de la etnia luo, constituye el segundo grupo armado urbano más numeroso de Kenia. Actúa en los distritos marginales de Mathare, Huruma, Baba Dogo y Kariobangi.

Se supone que nació como una respuesta al poder de los mungiki. Si bien no cuenta con juramentos de fidelidad, ni parece tener una agenda cultural, su accionar se basa también en la extorsión de los conductores de matatu (minibuses), en este caso los que recorren Juja Road.

Los miembros de los talibán se reconocen y comunican a través de un código de señasque realizan con las manos. Como armas, emplean machetes y garrotes. Se estima que, tras las fallidas elecciones, quemaron al menos cien casas de kikuyus en Mathare.

El equivalente a los talibán, pero en el barrio de Kibera, son los conocidos como Bagdad Boys. También en este asentamiento marginal tiene una gran influencia la secta Kosovo, integrada además por miembros de la comunidad luhya.

La última gran organización urbana es la que recibe el nombre de Jeshi la Mzee aka Kamjesh, que se diferencia del resto por su composición multiétnica. Y que, al igual que las otras, se articula en base a la extorsión y la fuerza.

En 1992, el gobierno keniano prohibió a 18 grupos armados. No todos pueden ser considerados sectas en el sentido estricto de la palabra, ni actúan de la misma forma ni con el mismo espíritu. El resto, que describiré en la próxima entrada, se desempeña en las zonas rurales.

El poder de las sectas secretas en África

Aunque apenas encontró reflejo en los medios de comunicación internacionales, lo cierto es que, durante las semanas de violencia post electoral en Kenia, la gente de a pie no dejaba de hablar los mungiki, la secta o sociedad secreta perteneciente a la etnia kikuyu cuyo accionar ya describí exhaustivamente en este blog.

Se les atribuían los peores crímenes perpetrados por los kikuyus en respuesta a los asesinatos de los lúos y kalenjin después de que el candidato opositor Raila Odinga viera cómo Mwai Kibaki presionó a la comisión electoral para que maquillase los resultados de las votaciones. Entre otros, la muerte del diputado Mugabe Were. Aunque, principalmente, las matanzas en las ciudades de Nakuru y Naivasha.

Una y otra vez escuché decir que los mungiki se estaban entrenando en Uganda, y que volverían armados para iniciar una guerra civil. Escuché a niños, en campos de refugiados y barrios de chabolas, hablar con horror de esos hombres con cabello rasta como los Mau Mau, que decapitan a sus adversarios, que controlan buena parte de asentamientos marginales como Mathare y Kibera, que afirman luchar para que África vuelva a sus valores tradicionales. Entre otros, la mutilación genital de las mujeres, probíbida por ley en Kenia, y abandonada por los kikuyus por la influencia colonial.

Según un informe de la Oscar Foundation, publicado en 2007, este es el listado de sectas que existen en el territorio keniano y que fueron prohibidas por el Gobierno:

1. Mungiki

2. Taliban

3. Kamjesh

4. Chinkororo

5. Sungu Sungu

6. Jeshi la Embakasi

7. Tharaka Community

8. Amachuma

9. Saboat lands Defense Force (SLDF)

La presencia en África de estas sectas o sociedades secretas, no debe ser menospreciada. Y aporta otro plano de análisis a la ola de violencia que a partir del 27 de diciembre provocó más de mil muertos en Kenia.

En próximas entradas, además de narrar mi encuentro con los chinkororo, el grupo armado ligado a la tribu de los kisii, intentaré describir cómo funcionan algunas de estas organizaciones no sólo en Kenia, sino en el resto del continente, y qué desafíos implican para el futuro de esa África próspera y en paz que tanto deseamos.