A eso de las cuatro de la mañana, al ver que el vuelo a Kabul no aparecía en las pantallas del aeropuerto de Dubai, comencé a inquietarme. “Ya sabía que esto de Pamir Airways no podía salir bien”, me repetía mientras avanzaban con el carro atiborrado de maletas.
Fue una mujer, en el mostrador de información, la que me dio la clave tras mirar detenidamente el pasaje. “Tienes que tomar un taxi e ir a la terminal número dos”, me explicó.
Cómo era de esperar, la otra terminal del aeropuerto de Dubai no tiene ni lujosas tiendas ni hoteles internacionales ni jóvenes ataviados con camisetas en las que se lee un cordial May I help you?
Se trata de un edificio plano, austero, desabrido, en el que llama la atención el listado de destinos que ofrece a esas horas de la madrugada. Unos destinos que parecen ser una suerte de repaso de los conflictos de nuestro tiempo.
Los primeros dos vuelos partían hacia Bagdad. El siguiente a Mogadiscio. El tercero a Peshawar. Luego venían los que llevaban a Kabul. Y la lista volvía a comenzar, inquietante, como una ruleta rusa: Peshawar, Kabul, Bagdad…
¡Pamir existe!
Pamir Airways existe. Difícil saber durante cuánto tiempo más, pero al menos hoy, esta aerolínea de un sólo avión y origen desconocido, es una realidad. El cartel colgado sobre los mostradores de facturación así lo indicaba.
Y el panorama humano que confluía frente al mostrador de facturación parecía hablar a las claras de la realidad de Afganistán. Por una parte, hombres barbudos, superados de paquetes, que se empujaban, impacientes, ataviados con sus salwares grises y tocados con turbantes o con los típicos sombreros afganos de Ahmad Shah Masud que parecen chapatis.
Del otro lado, los occidentales, casi todos cortados por un mismo patrón: gafas de sol, botas, brazos tatuados, mochilas. Mercenarios, soldados privados, militares retirados. La mano de obra que llega desde todo el mundo para nutrir el fabuloso negocio de la seguridad.
Mientras aguardo converso con un hombre de panza pronunciada que sostiene un pasaporte sudafricano. “¿Primera vez en Afganistán?”, le pregunto. “Primera vez, vengo a pilotar helicópteros para una empresa”, me responde antes de colocar la mochila en la báscula.
En el siguiente mostrador escucho que la mujer encargada de recibir el equipaje le espeta sorprendida a un afgano que tiene el salwar sucio y raído: “Este pasaje es para el día 20, no para el 18 ¡Y usted tiene el pasaporte caducado!”.
El avión
El único avión que constituye la flota de Pamir Airways aún presenta el legado de sus anteriores dueños. Los carteles que pueblan la cabina se solapan en chino, inglés, ruso y portugués.
Un avión descascarado, con los asientos sucios y la alfombra cubierta de machas negras, cuya tripulación parece superar en número al pasaje. Media docena de azafatas de aspecto caucásico y al menos cuatro pilotos, también de ojos celestes y cabello rubio.
A uno de ellos, el más joven, lo había visto minutos antes a pie de pista, dando patadas a los neumáticos para comprobar si estaban en buen estado.
Dos horas y veinte minutos
Me despierta la voz del piloto que anuncia que estamos ya en espacio aéreo afgano. Observo las cumbres del Hindu Kush, que todavía presentan algunos delgados rastros de nieve.
Cuando estamos por aterrizar, el hombre que se encuentra junto a la ventanilla, y que se sentó en el asiento que me tocada a mí, habla por el móvil. Algo que a nadie parece importarle.
No puedo evitar cierta emoción cuando el avión toca finalmente el suelo en Kabul. En la pista, guardias de seguridad privada y soldados extranjeros fuertemente armados. Apenas bajamos por la escalerilla un F16 pasa por encima de nuestras cabezas.
Calor y polvo
La terminal es un caos. Los afganos, que en esto parecen indios o paquistaníes, tienen serios problemas para mantenerse en la cola. Se impacientan, se empujan. Renuncio a la pugna humana, que se vuelve salvaje en el área dónde se recogen las maletas, y salgo a fumar a la pista. Rodeado de montañas, Kabul se despliega calurosa, polvorienta.
Repaso las noticias en el ejemplar del Gulf Today que me he traido desde Dubai. En portada, el líder de Hamás en el exilio, Jaled Meshal, que se ha reunido con Bin Zayed Al Nahyan.
Este último, al que el periódico dedica medio párrafo de adulación en presentar como «alteza, presidente, emir y califa de Abu Dhabi», le ha dicho al representante político de la organización integrista que «los palestinos deben permanecer unidos» si quieren conseguir su propio Estado.
Segunda noticia destacada en portada: Afganistán. Tras asaltar una prisión y liberar a más de mil reclusos, los talibán han comenzado una vasta ofensiva en el sur del país. Se han hecho fuertes en el distrito de Arghandab y avanzan hacia Kandahar, su antiguo bastión.
Converso con un hombre corpulento que también ha salido a fumar. Es húngaro. Antes trabajaba para la OTAN, pero ahora se ha retirado. Viene de vez en cuando a dar cursos de informática a los soldados. “No hace falta que te vayas para el sur, en Bagram la cosa está complicada”, me explica refiriéndose a la base situada a 40 minutos de Kabul.
El tráfico en Kabul se muestra lento, caótico. En las intersecciones, rodeados de bloques de cemento, hombres armados observan dentro de los coches. En las aceras, junto a destartalados puestos de venta de comida, se suceden las mujeres, cubiertas de pies a cabeza con sus burkas azules…