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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Arte, naturaleza y buena onda en Santo Domingo de Silos

Te gusta viajar, pero muchas veces no le sacas a esta experiencia todo su partido. Algunos se conforman con visitar un lugar, ver todo lo que nos dicen las guías que es necesario ver, hacerse unos cuantos selfis para las redes, buscar un lugar donde comer (esto al final es lo que más tiempo nos lleva) y volverse a casa con la falsa sensación de que «ya lo has visto todo». Otros somos menos turistas y más viajeros. Nos gusta disfrutar de los viajes con los cinco sentidos. No buscamos tan solo lugares. Buscamos paisajes. Y los catamos intensamente, con los cinco sentidos.

Aprovechando mi participación en el programa de Radio Nacional de España «No es un día cualquiera«, dirigido en su edición del verano por el periodista Carlos Santos, he intentado condensar en una sección viajera lo mucho que un lugar nos puede decir y evocar. Una vez emitida, le voy ha dar formato de blog, para que así muchos viajeros puedan aprovecharse de esta información.

Nuestra primera cata de paisaje nos lleva hoy a Santo Domingo de Silos, en Burgos. Que no es tan solo un famoso monasterio benedictino. Es naturaleza, historia, arte y muy buenos alimentos.  Lee el resto de la entrada »

Talan el roble del poeta Gerardo Diego

Es lo que tienen los símbolos vivos. Que al final se mueren. Y hasta su desaparición no echamos de menos su ausencia. Como el extraordinario roble que acompañaba desde hace décadas a la escultura del poeta Gerardo Diego en su Santander natal.

Instalada en el paseo de la Avenida de la Reina Victoria, mirando a la bella bahía, un grandioso roble vecino era tenido por los santanderinos como el fiel amigo y compañero de la metálica esfinge. Pero el viejo árbol no estaba en el mejor sitio. Confinado en un reducido parterre de césped, bordillos, zanjas y embaldosados habían cercenado muchas de sus raíces principales. El estrés urbano de obras municipales fue superior al interés municipal por conservarlo cuando ya era demasiado tarde, cuando con un sistema radicular colapsado las termitas y los hongos empezaron a devorar su madera muerta.

Como recogió fielmente El Diario Montañés, la pasada semana los trabajadores del servicio de parques y jardines procedieron a talarlo ante el riesgo de peligrosas caídas de ramas. En su lugar, otro joven roble sustituye ahora al anciano cuyos restos, me temo, serán ya triste serrín.

¿No se podía haber conservado su esqueleto momificado, al menos parcialmente, a modo de escultura vegetal? Así se ha hecho en otros sitios y el resultado es bellísimo.

Seguramente ni se les ocurrió tal posibilidad a los responsables municipales. El muerto al hoyo y el vivo al bollo. Una pena, pues además de su simbolismo, habríamos conservado un estupendo material de educación ambiental, la vida y muerte de un anciano ser que en sí mismo fue ecosistema de biodiversidad y lírica.

Es ley de vida, lo sé. Pero también lo es cuidar de estos seres tan valiosos. Y no se hace. Demasiadas obras, demasiadas agresiones a lo largo de los años pasan factura a nuestros árboles urbanos más queridos. Unos seres tan fabulosos que tardan tanto tiempo en morir como tiempo invirtieron en crecer. Pero que al final mueren para desolación de poetas, incluso los de frío bronce.

Si te gusta el mundo de los árboles singulares y su simbolismo, puedes ayudar a conservarlos pidiéndole a tu alcalde que proteja los más importantes del municipio. Únete a la campaña S.O.S. Árboles Singulares de la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente. Actúa y salva un árbol en menos de cuatro minutos.

Más información sobre el roble de Gerardo Diego y su triste final en el artículo escrito por Álvaro Machín en El Diario Montañés.

Fotografía: El Diario Montañés.

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El ciprés de Silos está sano y seguirá creciendo

El ciprés del claustro románico de Santo Domingo de Silos, uno de los árboles más famosos del mundo, está sano y lozano.

Lo ha certificado su médico personal, el ingeniero agrónomo Juan Tuset, del Departamento de Protección Vegetal del Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias (IVIA).

Fue a él a quien acudieron los monjes benedictinos en 1990, cuando una extraña enfermedad hizo saltar todas las alarmas. Se temía por su vida, pero nadie acertaba a descubrir la razón de aquel preocupante mal.

Tuset dio con el diagnóstico preciso. El árbol de los poetas se moría no por viejo, no por un virus, no por una plaga. El árbol de los poetas se moría por exceso de cuidados.

En concreto, por exceso de riego. Se había plantado césped a su alrededor, y el agua de la zona, altamente caliza, estaba provocando un altísima acumulación de carbonato cálcico en sus raíces. Al disminuir la llegada del oxígeno, literalmente el agua lo estaba asfixiando. Debilitado, también empezaba a sufrir la acción de los hongos en sus ramas.

Retirado el césped y reducido el aporte hídrico a tan sólo dos riegos anuales pero abundantes, en verano y en otoño –de los que se encarga el padre Dionisio Rubio–, el árbol volvió a reverdecer.

Debido a la instalación en febrero pasado de un gran andamio alrededor del ciprés con la intención de limpiarlo y sanearlo, el abad volvió a llamar al ingeniero agrónomo valenciano para que le hiciera un chequeo general. Y los resultados son esperanzadores.

Como explican los propios monjes en el último número de su boletín Glosas Silenses,

«el ciprés goza de muy buena salud y está todavía en periodo de crecimiento, de suerte que aún podría alcanzar unos siete metros más de altura».

En la actualidad mide 28 metros, así que podrá llegar con facilidad a los 35 metros, todo un récord en su especie.

Aunque tampoco es muy viejo. Fue plantado por los monjes restauradores franceses del cenobio en 1882, cuando ajardinaron el claustro, así que tiene ahora unos 125 años.

Como ya he explicado en alguno de mis libros sobre árboles singulares, inicialmente se plantaron cuatro ejemplares, uno en cada esquina, pero tan sólo ha sobrevivido uno de ellos, el situado en la zona con más luz.

¿Y porqué es tan famoso este árbol?

Muchos ya lo sabéis. Principalmente, por el bellísimo soneto dedicado por el poeta Gerardo Diego al “enhiesto surtidor de sombra y sueño”, aunque también le cantaron Unamuno, Machado y Alberti.

Ayer volví a Silos y una vez más acudí a saludar a este querido amigo vegetal. Hoy ya nadie puede imaginarse el claustro románico del viejo cenobio benedictino, cuna del castellano, sin su silueta espiritual y poética.

Se lo enseñé a mis hijos como quien les presenta a un viejo amigo, pues me conoce desde que era niño como ellos.

Confío en que dentro de mucho tiempo, cuando yo ya sólo sea un recuerdo, siga siendo tan buen amigo suyo como lo ha sido mío.