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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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La basura mata miles de albatros

Las imágenes que veis han sido hechas el mes pasado en el atolón de Midway, un par de pequeños islotes coralinos localizados en medio del Océano Pacífico, en mitad de la nada, a cinco mil kilómetros al oeste de San Francisco y a cuatro mil al este de Tokio. Alejado del mundo pero no tanto, pues está rodeado de basura. Y de cadáveres.

Ese atolón es el paraíso de los albatros de Laysan (Diomedea immutabilis), donde crían no menos de medio millón de parejas todos los años. Unos pájaros increíbles que, una vez nacen y aprenden a volar, pasan cinco años recorriendo los océanos sin volver a tocar tierra firme, que será de nuevo ese lejano rincón donde nacieron y al que sólo acuden para nidificar. Pero como ya os he contado en otra ocasión, el Pacífico está lleno de basura, una inmensa bolsa de tres toneladas de desechos plásticos que flota indolente en sus aguas.

Contra toda lógica, los pollos de albatros son equivocadamente alimentados por sus padres con plásticos de ese vertedero flotante, quienes confunden toda esta basura multicolor con restos de peces, hasta acabar matándolos involuntariamente. Esta dieta errónea provoca cada año la muerte de decenas de miles de polluelos de albatros sólo en Midway, tanto por hambre como por asfixia e incluso por efecto de la toxicidad de estos elementos y las sustancias químicas que los impregnan. Mecheros, botones, juguetes, cartuchos de impresora, cepillos,… Se calcula que un tercio de los pollos de la colonia muere al año por la ingestión de objetos o fragmentos de plástico.

Para documentar este fenómeno lo más fielmente posible, el fotógrafo Chris Jordan fotografió cientos de cadáveres el pasado mes de octubre según se los iba encontrando. Ni una sola de las piezas de plástico que aparecen en las fotos fueron trasladadas, manipuladas, arregladas o modificadas de alguna manera. No es un montaje. Las imágenes muestran el contenido real de los estómagos de las crías de albatros encontradas muertas en uno de los santuarios marinos más remotos del mundo.

Midway se hizo tristemente famosa por la terrible batalla naval acontecida en sus aguas en junio de 1942, la primera derrota del colosal ejército japonés en la Segunda Guerra Mundial. Entonces sus playas se llenaron de cadáveres. Hoy sus playas están llenas de basura. Y de cadáveres de albatros. ¡Qué triste legado!

Este otro vídeo que os dejo a continuación es todavía más impresionante. En él vemos un lugar paradisíaco, donde los albatros crían en los jardines de las casas sin inmutarse (de ahí su nombre científico, immutabilis), rodeado de basuras llegadas de Asia y América. Terrible. Toda esa basura es nuestra.

Imágenes extraídas de la película Message in the Waves.

Imagina un mar sin peces

Llega el verano y con él los días de playa, de pescadito frito en el chiringuito, quizá de exóticas comidas en un restaurante japonés donde degustar un delicioso sashimi. ¡Cuánta felicidad nos regala el mar! ¿Te imaginas un mundo sin peces? Imposible, siempre los habrá, responderás rápidamente, y tienes razón. En el futuro seguirán existiendo, pero muy probablemente ni en la cantidad ni en la variedad en que ahora los tenemos, pues estamos acabando con las grandes pesquerías mundiales, nos estamos cargando los océanos a una endiablada velocidad de crucero.

Un reciente documental británico, “The end of the line”, nos descubre esta nueva “verdad incómoda” medioambiental. Si el sector de la pesca no acomete una regulación mundial urgente, en el 2048 habrán desaparecido todos los peces de interés comercial. Un desastre que no sólo lo sentiremos con el empobrecimiento de nuestra cesta de la compra. Su extinción llevará el hambre a 1,2 millones de personas.

¿Estarán exagerando? En absoluto. Para hacerse una idea de las colosales proporciones de la actual industria pesquera, la película nos descubre estadísticas espeluznantes. Por ejemplo, que al año se lanzan a alta mar 1,4 millones de anzuelos, en kilométricas líneas de palangre que permitirían envolver la Tierra 550 veces. Por otro lado, las redes de arrastre literalmente aran anualmente la totalidad de los fondos marinos siete veces. Especies como el atún rojo del Mediterráneo podrían extinguirse en 2012 pues, más que sobreexplotadas, están siendo masacradas. Y con ellos decenas de miles de tortugas, tiburones, delfines, albatros o pardelas mueren accidentalmente, inútilmente.

Para impedirlo es necesario ser un consumidor concienciado, rechazar ese sushi asesino, evitar la compra de latas de conservas de empresas no respetuosas con el mar. Si no lo logramos, ese mundo sin peces será cada día más real.

Os incluyo dos interesantes vídeos sobre el tema.

El primero es el trailer del documental del que os hablo, estrenado en mayo pasado.

El otro forma parte de la campaña de Greenpeace para proteger a los atunes. Se titula Abre una lata de verdad.

Pagan 100 euros por comerse un pollo de pardela

Me avergüenzo de mis vecinos de Fuerteventura. De algunos pocos de ellos, los salvajes que están pagando hasta 100 euros a otros salvajes sin escrúpulos a cambio de tener el extraño privilegio de poder comerse un pollo de pardela en una noche de excesos gastronómicos. Dicen quienes la han probado que su carne sabe a pescado. Que o te encanta o te espanta.

Lo acaba de denunciar la Asociación de Amigos de la Pardela Cenicienta, cuyos responsables critican la impunidad de los furtivos ante la falta de vigilancia, este año acuciada por los efectos de la crisis, que ofrece a las personas con menos escrúpulos un recurso económico alternativo.

¿No sabes qué es una pardela? Pues nada menos que nuestro albatros español.

Las pardelas cenicientas de Canarias (Calonectris diomedea subespecie borealis) se alimentan ahora libremente en el litoral sahariano y en el sur de Marruecos, pero crían en pequeñas grietas de los acantilados canarios, donde les esperan sus siempre hambrientos pollos, uno por pareja, una bola de plumón blanco repleta de aceite de pescado.

Un aceite que tradicionalmente se recogía en las islas por sus supuestos poderes terapeúticos contra el reúma. La explicación dada por nuestros abuelos era tan simple como ingenua: si las pardelas viven en el agua y no tienen reúma, su aceite, visto como un condensado del animal, curará el reúma.

A partir del próximo mes, tras la independencia de las crías, las pardelas inician un impresionante periplo por el Atlántico que les lleva igual a Brasil que a las costas de Namibia o Sudáfrica. El mar es su reino.

Heraldos canarios de la primavera, llegan aquí en febrero y no se van hasta diciembre. Su canto nocturno, semejante al lloro de un niño, me produce siempre escalofríos, pero también una extraña sensación de libertad.

En todo el archipiélago crían 30.000 parejas, aunque su número está en retroceso por culpa de la imparable urbanización de la costa, la sobrepesca, los ataques de gatos y ratas a sus colonias, y también desgraciadamente por las matanzas de los furtivos.

Este montón informe de plumas son pollos de pardelas capturados ilegalmente en Fuerteventura. Lo hacen introduciendo largos ganchos en las colonias y enganchando a las pobres aves con ellos, e incluso metiendo hurones en los agujeros. ¡Vergonzoso!

Matamos 100.000 albatros al año

Dicen los viejos marineros que matar a un albatros trae mala suerte, pues son la reencarnación de las almas de otros marineros ahogados en alta mar, pero que verlos volar es siempre un signo de buen augurio.

Mejor dicho lo pensaban antes, porque ahora los matan a miles, más de 100.000 al año.

No con ballesta, ni con fusil, sino con criminales palangres; hasta 130 kilómetros de líneas de anzuelos en un solo barco, hasta mil millones de anzuelos cebados con pescado, donde además de atunes y peces espada caen víctimas inocentes de nuestra rapiña todo tipo de aves marinas.

Todos tenemos un animal fetiche, blanco de nuestra admiración. Para algunos son las águilas, para otros los lobos, pero para mí son los albatros. No lo supe hasta que no vi mi primero en una colonia de Albatros ondulado (Phoebastria irrorata) en las Islas Galápagos. Un gigantesco pájaro con casi tres metros y medio de envergadura alar y hasta 10 kilos de peso. Las aves voladoras más grandes del mundo, pero también las más delicadas. Cuando macho y hembra se encuentran, juntos bailan una danza primitiva donde sus gigantescas cabezas se mueven con la gracilidad de una bailarina. Es su saludo tras haber recorrido más de 1.000 kilómetros en busca de alimento para su pollo, un gigantesco bolón de blanco algodón rematado por un pico del tamaño de un zapato de jugador de la NBA.

Pero el momento más mágico fue verlos volar. Tras su baile de despedida, el adulto relevado en el nido inició una torpe marcha hacia los cercanos acantilados. Abrió las descomunales alas pero no voló. Comenzó a flotar ingrávido en el aire, a escasos centímetros del mar, sin esfuerzo alguno, formando un todo con las olas, tan onduladas como sus alas. Y lloré de emoción.

Animales tan longevos como el hombre, pueden llegar a vivir hasta 60 e incluso 90 años. Decididamente monógamos, mantienen una única pareja durante toda su vida, y sólo tienen un polluelo a la vez, que tardan más de medio año en sacar adelante. Su asombrosa capacidad de volar sobre las olas sin mover apenas las alas les permite recorrer distancias increíbles, hasta el punto de que algunos han sido registrados dando la vuelta al mundo en tan sólo 46 días, la mitad del tiempo empleado por el julioverniano Phileas Fog.

Pero para nuestra insaciable máquina mundial de consumo estos animales no son importantes. Los matamos a miles, y lo justificamos como accidentes inevitables. Son simples daños colaterales. De hecho, desenganchados del palangre, sus cadáveres son luego arrojados al mar sin contemplaciones ni miedo a las maldiciones marineras. La mala suerte es para las aves, siempre para ellas. Por eso todas las especies de albatros son de preocupación mundial, y el 86% de ellas (19 especies de las 22 conocidas) se encuentran en peligro de extinción.

Los albatros han sobrevivido en el duro ambiente marino durante los últimos 50 millones de años, más de 100 veces lo que lleva recorrido nuestra especie. Pero están tocando fondo. El próximo día en que tenga la suerte de ver otra vez a un albatros en el mar estoy seguro: volveré a llorar.

En Bird Life llevan años tratando de poner fin a esta injustificada matanza «accidental», pero lo tienen muy difícil.

Os incluyo a continuación un terrible vídeo donde se comprueba la impresionante belleza de estas aves y su ignominiosa muerte en los palangres. ¿Lograremos algún día acabar con este horror? Me temo que antes acabaremos con los albatros.


Salvados del volcán

En un mundo deshumanizado lleno de malas noticias también hay sitio para las buenas iniciativas. La última nos llega desde Japón. Allí hay una isla amenazada por los volcanes llamada Torishima, y en la zona de mayor peligro de erupciones subsiste la única colonia conocida del muy amenazado albatros colicorto (Phoebastria albatrus), apenas 80 parejas en el mundo. Tratando de evitar una extinción inminente, varias asociaciones conservacionistas japonesas y norteamericanas se han unido para emprender una arriesgada solución: crear una nueva colonia en otro lugar más seguro.

La nueva zona elegida es el islote Mukojima, perteneciente a las islas Bonin. Un territorio no volcánico situado a 350 kilómetros de distancia, gestionado por la metrópolis de Tokio, donde la especie crió hasta 1920.

¿Y cómo se hace para mover una colonia de sitio? Pues trasladando sus pollos a nuevos lugares, que para ellos serán el lugar de nacimiento y a donde se espera volverán a criar dentro de cinco años, una vez alcancen la madurez sexual. Es lo que se conoce por hatching, un engaño científicamente probado en numerosas especies de aves a partir de su fidelidad al lugar de sus primeros vuelos.

De esta manera, una decena de crías de estas formidables aves marinas han sido sacadas esta semana de sus nidos por expertos escaladores y transportadas en helicóptero a su nuevo hogar. Todavía les faltan tres meses de desarrollo para emanciparse, pero desgraciadamente sus padres no les podrán seguir alimentando en tan remoto sitio. En su lugar, un grupo de voluntarios harán de padres adoptivos, encargándose de la difícil tarea de darles de comer diariamente.

¿Tendrán éxito? Todos confiamos en ello, aunque como ha indicado Ben Sullivan, coordinador del programa mundial de aves marinas de BirdLife International, uno de los padrinos de la iniciativa, “aunque su número aumente, incluso una pequeña mortalidad debida al palangre podría obstaculizar su regreso”.

Tiene razón. Igual en el Pacífico que en el Mediterráneo los peligros para la vida natural son demasiados. Por nuestra culpa, auténticos volcanes de dos patas.