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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

Los cuervos nos demuestran lo inútil de poner papeleras en el campo

Tan inútil como poner puertas al campo es tratar de poner papeleras en el campo, la montaña o las playas. Nos parece lo más lógico, nos hemos acostumbrado a ellas. Pero supone un auténtico disparate, como nos demuestra una pareja de cuervos canarios que me encontré la semana pasada en una playa de La Oliva, en el norte de la isla de Fuerteventura.

En este vídeo que he subido a mi canal en YouTube los puedes ver en plena faena. Ellos se aprovechan de la mucha comida que tiramos inconscientemente a los contenedores, rechazando lo no comestible. Plásticos, papeles y latas acaban esturreados por la playa, un espacio natural protegido de gran valor ambiental y turístico. Y terminarán en el mar, contaminando nuestros maltrechos océanos.

La solución a este problema es fácil: acabemos con las papeleras. En Japón no existen y nadie las echa de menos.

Todos los desechos deberían volver siempre a nuestra casa y desde allí, convenientemente clasificados, acabar en los contenedores de reciclaje.

¿De quién es la culpa?

No. La culpa no la tienen los cuervos. Ellos tan solo son tremendamente inteligentes y saben aprovechar lo mucho que nosotros desechamos.

La culpa es nuestra, que parece que no nos pesa el bocadillo y la lata de cerveza llena, pero nos molestan mucho los envoltorios vacíos. Y o los tiramos a una papelera (sólo si está cerca) o los tiramos al suelo bajo la excusa de «como no hay papelera…»

Luego también nos quejamos de lo sucios que están los espacios naturales y las playas, de tanta basuraleza apestosa, de lo guarra que es «la gente», genérico despectivo que siempre nos excluye a nosotros.

Un problema de educación 

Hace años, lo contaba en un artículo en 20 Minutos, visité un parque natural en el sureste de Inglaterra. Después de varias horas de paseo llegué a un observatorio con mesas para hacer picnic. Saqué de la mochila mi bocadillo campero tamaño XL e instintivamente me puse a buscar una papelera. No había. En su lugar, un cartel justificaba la ausencia con grandes letras: «Aquí no queremos tu basura. Llévatela a casa».

Tiempo después visité la isla de Lobos, al norte de Fuerteventura. Es un volcán deshabitado en medio del Atlántico. Allí Matías hacía lo posible y lo imposible para recoger todos los desechos que los visitantes depositábamos en las decenas de papeleras instaladas a lo largo de los senderos, los echaba a un carrito tirado por un ruidoso quad, el único vehículo a motor del islote, y los amontonaba en el espigón a la espera de la llegada desde Corralejo de un barco convertido en improvisado basurero flotante.

En ese momento me acordé de la experiencia inglesa. ¿No habría sido más sencillo que los turistas se llevaran sus desperdicios a tierra firme, para allí depositar los papeles en el contenedor azul, los plásticos en el amarillo y los vidrios en el verde?

Matías se rió. Su experiencia como guarda de medioambiente no dejaba lugar a dudas. En España, si vas a tirar un papel y no hay una papelera cerca, el papel va al suelo.

Los cuervos y las gaviotas nos demuestran lo importante de esforzarnos y volver a casa con la basura para reciclarla. Porque como bien señalaba el sabio Baltasar Gracián, «errar es humano, pero más lo es culpar de ello a otros».

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