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El lado oscuro de la comunicación no verbal

Comprender las emociones de los demás es fundamental para la vida social. Pero, ¿siempre es beneficioso?, ¿cuanta más habilidad tengamos será mejor para conectar con los demás?, ¿desarrollar en exceso esta destreza nos perjudicará de alguna manera?

El psicólogo Alan Crawley, experto en comunicación no verbal y autor del canal ‘Sin Verba’, da respuesta en exclusiva para este blog:

Si apelamos a un ejemplo, es bien sabido que el rostro es el canal principal de la expresión de los afectos, por lo que la capacidad de identificar las emociones ajenas a partir de los movimientos de la cara ha sido siempre una habilidad indispensable para nuestra especie.

A esta última se la conoce como la “habilidad de reconocer emociones” (HRE) y los expertos la han evaluado considerablemente. Dado que la HRE es una destreza, el sentido común nos dice que sería mejor tener más de ella, es decir, a mayor habilidad mejor se reconocerían las expresiones faciales de las emociones en los demás.

Concluyendo así que cuánto más se tiene, más redundaría en un beneficio para la persona. Tener más de una habilidad podría ser siempre positivo para un jugador de fútbol, un mago, un bailarín o un acróbata, sin embargo, algunos expertos en el tema señalan que existe un efecto adverso para la HRE.

Tener más no siempre es mejor. Recientemente, el Dr. Paul Ekman, máxima autoridad en Comunicación No Verbal, fue consultado sobre si alguna vez deseó no poder leer los sutiles mensajes emocionales que otras personas transmiten con su rostro y su respuesta fue: “Ciertamente hay veces que desearía no haberlo sabido”.

Los estudios insinúan que en general los seres humanos con alta HRE están vinculados con actitudes más prosociales, benevolentes y cooperativas. De igual forma, estas personas cuentan con más recursos para generar empatía, algo que les resulta más fácil y menos costoso porque están inclinados a observar los sentimientos de los demás.

A priori, parece mejor tener una alta HRE, pero según nos cuenta la experta Katja Schlegel en su más reciente publicación la HRE también se asocia con efectos contraproducentes.

Las investigaciones científicas actuales según Katja respaldan la afirmación de Paul Ekman. Lo que se ha encontrado puede ser realmente sorprendente y contraintuitivo. La HRE tiene un lado sombrío, que, así como la luna tiene una cara oscura que jamás es visible desde la tierra, la Comunicación No Verbal parece tener la propia

Los beneficios anteriormente nombrados podrían venir con efectos adversos en dos áreas: calidad de las relaciones y bienestar psicológico.

En primer lugar, al ser más hábil para reconocer las emociones en los demás puede que se esté recibiendo información que nuestros compañeros preferirían mantener oculta.

Los congéneres pueden sentirse incómodos y observados en nuestra presencia, por lo que se puede disminuir el rapport, perjudicar nuestra primera impresión e incluso deteriorar los vínculos. Sumado a esto, los individuos más competentes podrían percibir señales emocionales de sus amigos o familiares que preferirían desconocer.

En segundo lugar, a mayor HRE se está más consciente de las propias emociones, especialmente de las negativas, estando así más expuesto a los pensamientos dañinos. Es decir, pueden percibir en sí mismos con mejor claridad lo mal que se sienten, pensar en ello con frecuencia y esto sería peor si se exponen a situaciones estresantes.

Se deduce entonces que la HRE es una espada de doble filo: que a veces no saber mucho es mejor. Se considera que existe un nivel óptimo a nivel teórico que dice que llegado cierto nivel de pericia ya sería suficiente, y que superarlo sería poco funcional o incluso se transformaría en una desventaja.

Las consecuencias negativas por una alta HRE dependerían en gran medida de la personalidad y de la competencia para regular eficazmente las emociones de cada persona. Por tal motivo antes de entrenarse en esta habilidad se debería considerar si este conocimiento es conveniente, y también sus posibles consecuencias negativas.  

¿Alguna vez viste algún gesto o comportamiento no verbal que preferirías no haber identificado? ¿Qué opinas?

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*Referencia: Shclegel, K. (2020). Inter-and Intrapersonal Downsides of Accurately Perceiving Others’ Emotions. In: Stenberg, R. J. & Kostić, A., 1st ed. Switzerland: Palgrave Macmillan, pp. (359-395).

«Yo no juzgo a alguien por su aspecto.» Sí, sí lo haces

«Qué más me da la ropa que lleve o su peinado, yo no me fijo en eso»… Imposible.

Lo he escuchado muchas veces y lo he leído repetidamente en los comentarios de este blog en los últimos análisis de comunicación no verbal sobre Pablo Iglesias por ejemplo, o anteriormente en otras entradas de políticos o personas públicas.

Podemos querer no hacerlo, pero es un acto involuntario de nuestro cerebro, que nos ha sido bastante útil, por cierto, para evolucionar e incluso para sobrevivir. Nuestro cerebro necesita constantemente realizar inferencias y predicciones sobre los que nos rodea, para ello toma los pocos datos de los que dispone visualmente cuando por primera vez tenemos delante a un desconocido.

Su postura, caminar, sus gestos, su expresión emocional en el rostro, nos da información válida para saber si una persona se presenta ante nosotros en estado hostil, afiliativo, convincente, seguro, tímido, agresivo y un largo etcétera, pero también su ropa, estilo, complementos, colores o su corte de pelo.

El cerebro también toma esas referencias para complementar su ‘prejuicio’ rápido hacia alguien todavía anónimo. Además, esa primera impresión formada en pocos segundos es difícil de cambiar, se graba a fuego en nuestra mente.

Sin que nos demos cuenta, con las prendas que llevamos estamos dando muchas señales sobre lo que nos gusta, lo que valoramos y la personalidad que tenemos. Investigadores de la Universidad de Princeton, por ejemplo, descubrieron incluso que se esperaba que las personas que usaban ropa «más pija» ​​fueran más competentes que las que se muestran con otro atuendo más informal o deportivo.

El juicio rápido da un nivel completamente nuevo de la importancia sobre la formación de primeras impresiones, pero este resultado va más allá de simplemente hacernos conscientes de nuestro propio impacto en una reunión o evento importante: también indica un sesgo implícito en nuestras opiniones sobre los demás.

«Para superar un sesgo, uno no solo debe ser consciente de ello, sino tener el tiempo, los recursos de atención y la motivación para contrarrestar el sesgo», escribieron los investigadores. «Conocer un sesgo es a menudo un buen primer paso», dijo Shafir, coautor de los estudios.

«Reconocer nuestros prejuicios es una parte importante del crecimiento personal, y esta investigación y otros estudios al respecto brindan otra área importante de prejuicios sociales casi inevitables a tener en cuenta en nuestras rutinas diarias.»

Y ojo con los cambios, es la palabra clave. Un cambio de actitud, de estilo, de comunicación, de vestimenta, es la llave que abre un entendimiento más profundo de esa persona, de sus estados, fases, evolución, creencias, aprendizajes, etc.

 

 

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Nuestro cerebro juzga constantemente a los demás, no puede dejar de hacerlo, sobre todo con desconocidos.

Es un patrón evolutivo que conservamos de nuestros antepasados cavernícolas, ya que entonces, era cuestión de pura supervivencia, era crucial averiguar si tu prójimo se mostraba confiable o no, podía matarte, robarte o ayudarte, querer formar parte del grupo a través de la afiliación emocional y todo ello se tenía que percibir e interpretar a través de la comunicación no verbal.

En nuestros días ya existe un lenguaje desarrollado y complejo para dar y recibir información, pero nuestro cerebro sigue fiándose más de las sensaciones de los primeros minutos de exposición, ya que sabe que el mensaje verbal, nuestras palabras, no es íntegro; es controlable y manipulable a voluntad.

Todos realizamos valoraciones en cuestión de segundos, en política con mayor empeño si cabe para tratar de acertar en nuestra importante ‘apuesta’, pero ¿qué es lo que analizamos exactamente?

La profesora de Harvard, Amy Cuddy, ha realizado estudios longitudinales durante más de 15 años y los primeros resultados son claros, los dos rasgos que queremos ver en los demás, sobre todo si va a gobernar nuestro país, son la ‘calidez’ y la ‘competencia’. Nuestro cerebro trata de indagar continuamente si tiene estos dos rasgos a través de dos preguntas: ¿Puedo confiar en esta persona? y ¿puedo respetar a esta persona?

Podríamos pensar que la segunda dimensión, ser competente, podría ser la principal sobre todo en política o en un contexto laboral, al fin y al cabo queremos que sea lo suficientemente inteligente y capaz de manejar la presidencia. Pero lo cierto es que la calidez, o la confianza, es el factor más importante en la forma en que la gente evaluamos.

También es evolutivo, nuestros antepasados preferían confiar en alguien que no fuera a matarles que confiar en alguien que hiciera bien el fuego.

La competencia es importante y una cualidad muy valorada pero sólo se apreciará después de que ya se establezca la confianza, por tanto, que nuestros políticos se esfuercen en exceso en mostrar sus fortalezas, poderes y habilidades puede llegar a ser incluso contraproducendente, nos resultarán distantes e inaccesibles.

La psicóloga Amy Cuddy lo sintetiza así: «Si alguien a quien estás tratando de influenciar no confía en ti, no vas a llegar muy lejos; de hecho, es posible que hasta despiertes sospechas porque parezcas un manipulador. Una persona cálida y digna de confianza que también es fuerte suscita admiración, pero sólo después de haber establecido la confianza, su fuerza se convierte en un regalo y no en una amenaza«.

¿Lo lograrán?

La fórmula para ganarse la confianza de alguien rápidamente

Los psicólogos son los profesionales que más necesitan de estrategias y habilidades para ganarse la confianza de sus pacientes y poder trabajar de una forma eficaz desde el principio, pero conectar con alguien no solo es útil en este contexto, también en los negocios, en una entrevista, en cualquier situación donde tengamos que afianzar la seguridad de una relación en pocos minutos.

Existe un concepto erróneo sobre la confianza, y es que solo pueda construirse gradualmente, que la única persona a la que le revelarías información personal es un amigo o familiar cercano que hayas conocido desde hace años. Pero los psicólogos y psiquiatras afirman que existe una fórmula para ganarse la confianza de alguien más rápidamente: La clave está en alcanzar un equilibrio entre calidez y competencia, de manera que te veas creíble y a la vez humano.

Para ilustrar cómo funciona esta teoría en el mundo real, podemos tomar el ejemplo de los psiquiatras, cuyo trabajo es lograr que sus pacientes se abran y compartan sus ansiedades e inseguridades más profundas. Una historia así es reseñada en el libro “Amigo y enemigo” de Adam Galinsky y Maurice Schweitzer: un psiquiatra emplea una de estas tres tácticas cuando tiene un paciente nuevo: o bien deja caer un lápiz, cuenta un chiste malo o derrama su café.

Aparentemente, sus pacientes ya estaban impresionados por sus diplomas colgados en la pared, lo cual era una señal ya de su credibilidad.  Entonces llegaba el momento de demostrar un poco de vulnerabilidad y demostrar que en realidad era un ser humano como cualquier otro. Y esa combinación de competencia y calidez es la que, en suma, le hacían ser visto como más confiable.

Lo mejor de todo es que esta técnica también tiene su aplicación en los negocios. Los autores citan un ejemplo de un ingeniero americano que trabajaba en una compañía en Japón. El ingeniero estaba molesto porque continuamente era etiquetado como “visitante” en las minutas de las reuniones. Pero después de compartir una noche de karaoke con sus colegas japoneses comenzaron a listarlo como uno de ellos. 

Lo que debemos aprender de estos ejemplos es que las personas altamente competentes pueden demostrarse más accesibles y confiables simplemente mostrándose vulnerables, humanas e incluso torpes. Según los autores, lo importante es que demuestres tu credibilidad antes de demostrar vulnerabilidad; de otra manera la fórmula no funcionará. Y por supuesto, hay que utilizar el sentido común, no debes demostrar una aparente vulnerabilidad que interfiera con tu competencia. Por ejemplo, ¡un cirujano no debería simular que deja caer un bolígrafo para parecer torpe!

Como conclusión: Si quieres que las personas confíen en ti, primero impresiónalos con tu conocimiento y capacidad, pero ten en cuenta demostrarles que eres un ser humano exactamente igual que ellos.

 

 

*Referencia: Knesix Institute