Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

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¡Me tienes contenta!

Ésta es la nota que le dejé ayer a mi hijo pequeño en el espejo del cuarto de baño. Supongo que no hace falta dar muchos más datos del desastre en el que se había convertido la casa ni llamar a los de CSI para saber quién fue el responsable de semejante desastre doméstico. Llegó la noche anterior procedente de casa de su padre y en sólo unas horas fue capaz de dejar aquello como si hubiese pasado por allí todo un ejército.

Cuando volví por la tarde la cosa había mejorado un poco, pero lo que para él es «una casa perfectamente ordenada» sigue siendo un pequeño caos. Y digo sigue porque me he negado a recoger una sola cosa de las que él deja fuera de su sitio. ¿Usa un peine y lo deja encima de la lavadora? Allí se queda. ¿Se prepara un vaso de leche y deja colacao y cereales esparcidos por la mesa? Allí se quedan también.

Esta mañana he estado a punto de limpiar los restos que dejó anoche para desayunar a gusto, pero he conseguido reprimir mis impulsos. Le he dado de plazo hasta esta misma tarde, cuando yo llegue a casa, para que la casa esté tal como estaba hace dos días. Ya os contaré.

¿Sólo lo cura el tiempo?

Estoy harta de discutir cuando llego a casa y me la encuentro hecha una leonera, harta de que se hagan un bocata y lo dejen todo perdido de migas, de que salgan de la ducha y hagan lo mismo con el agua… harta de insistir una y otra vez en las mismas cosas, esas que empecé a enseñarles cuando aún no sabían hablar y que ahora parecen no entender. Harta de que a veces se comporten como energúmenos y tenga que darles el alto como si fuera un guardia urbano… harta de examinar el váter antes de sentarme por si hay humedades indeseadas, de que pongan la música a mil decibelios, o más…

Harta de cocinar, comprar, tender, planchar o lo que se tercie para tres, mientras ellos siguen con su letanía de «eso no me toca, yo ya he hecho lo mío«.

Estoy harta, muy harta. ¿Esto tendrá arreglo? Si, ya sé que la adolescencia se cura con el tiempo, pero se me está haciendo eterno.

En respuesta a mis habituales quejas sobre el desorden, un amigo me ha enviado estos divertidos vídeos de Ikea. Mejor sonreir que perder los nervios.

Propósitos y normas

En este momento de buenos propósitos para todo el año me conformaría con que mis hijos cumplieran con esta lista de sencillas normas que tienen, desde hace tiempo, colgada en su cuarto:

_Debes llegar puntual a clase.

_Al salir de clase, a casa y llamada a mamá.

_Tienes que hacer la cama cada día, recoger tu ropa y no dejar nada tirado por el suelo.

_Tira de la cadena cada vez que uses el váter.

_Los albornoces y toallas húmedas NO se dejan encima de la cama sino en el cuarto de baño.

_TODO lo que se desordena se recoge (no sirve decir que el culpable ha sido tu hermano, él dice lo mismo).

_Las cosas fuera de sitio (desde un yogur a tus calzoncillos sucios) no van a volver solas, así que tendrás que acompañarlas tu.

_La vajilla sucia va al lavavajillas, la ropa sucia al cesto o directamente a la lavadora… en fin, esas cosas tan lógicas que pareceis haber olvidado.

_El ordenador se apaga a las diez. Y la tele a las doce.

Calcetines sucios y malos humos

“¿Ya me vas a echar la peta? ¿qué he hecho yo ahora?», «Anda, pasa de mi» son algunas de sus frases favoritas cuando están de mal humor.

¿Alguna vez lo tuvieron bueno? ah, sí, eso era cuando no levantaban más que un metro del suelo, ¿o estoy exagerando? Si fue ayer mismo cuando uno de ellos me esperó con la cena hecha –pasta con gambas, su especialidad– y el otro puso el lavavajillas un rato después.

Claro, con ese recibimiento quién se atreve a quejarse por ese caos de zapatillas tiradas, apuntes, camisetas, móviles y otros trastos -que siempre son del otro- repartidos por su habitación, el salón o el pasillo, o porque alguien haya olvidado tirar de la cadena y bajar la tapa del váter, o por ese reincidente calcetín sucio -siempre uno suelto- del que nadie sabe su procedencia y que asoma bajo el sofá o detrás de cualquier mueble.

_»Yo ya he recogido todo lo mío«, dice uno mientras se lleva dos o tres camisetas al cesto de la ropa sucia.

_»Estoy harto de que siempre me eches la bronca a mi por lo que hace él», responde el otro con un gesto de indignación.

Entre indignados y ofendidos acaban dejando la casa medianamente presentable, pero no sé cómo se las apañan para que, recojan lo que recojan, siempre termine asomando en el momento más inesperado un calcetín sucio por cualquier esquina.

Socorro, ¿dónde está la supernanny?