Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Miedo a un atentado talibán en Kabul

La comunidad extranjera en Kabul no habla de otra cosa: la posibilidad de un inminente atentado de los talibán como represalia a los ataques de la OTAN en Kandahar. Habla, especula y actúa en consecuencia.

Los integrantes de una importante cadena internacional de televisión han abandonado el hotel Serena, considerado hasta hoy el más seguro de la ciudad, pues los informes de inteligencia lo han situado como objetivo de los integristas. Con gran sorpresa los he visto entrar esta mañana al alojamiento en el que llevo dos días hospedado.

Su llegada ha coincidido con la de un diplomático europeo que se ha bajado de su todoterreno rodeado de hombres armados. Chalecos antibalas, walkie talkies, gafas oscuras. Y la habitual tensión que acompaña a cada uno de los representantes extranjeros en sus desplazamientos por la ciudad, ya se trate de miembros de la ONU, de la OTAN o de la UE.

La eurocopa

Entre los supuestos objetivos también está el restaurante Le Atmosphere, al que tienen prohibido ir los empleados de Naciones Unidas. Ayer, mientras decenas de extranjeros veían en una pantalla gigante el partido entre Portugal y Alemania de la Eurocopa, también se hablaba una y otra vez de lo mismo. Se decía que Le Atmosphere, con su piscina y su menú internacional, está en la lista de los talibán porque sirve alcohol.

En la entrada, el miedo resultaba evidente. Todoterrenos blindados, gigantescos guardias de seguridad estadounidenses con fusiles en las manos. Después, dos grandes portones de acero. Control exhaustivo con detector de metales. Y una contraseña, que los empleados del restaurante se gritan antes de dejarte entrar. Contraseña que, según me comentan, cambia cada noche.

Hoy me llama a primera hora una colega española: “Están buscando un Toyota Corolla cargado de explosivos, ten cuidado si ves alguno”. Después, converso con en la recepción con un periodista de la RAI que está filmando un documental en el que compara Kosovo con Afganistán: “Aquí ya no se puede trabajar. Hace tres años podías salir a la calle sin problemas, ahora no vas a ver a un solo extranjero caminado por ahí”.

¿Quién ha dicho miedo?

Salgo del hotel, me espera Almral, el joven maestro de escuela que a partir de hoy me hará de conductor y traductor en Kabul. Tiene un viejo Toyota Corolla. Los asientos cubiertos de alfombra. Un oso de peluche en la luneta trasera coronado por un gorro de papá Noel.

“¿Has escuchado lo de la amenaza de bomba? ¿Qué dice la gente?”, le pregunto apenas me siento en un trozo de alfombra pletórico de polvo y calor. “¿Qué coche bomba?” , me responde sorprendido al tiempo en que arranca y pone música en la radio.

No sé si debe a que los afganos, tras tres décadas de guerra, tienen un temple fuera de lo común, o a que aquí la comunidad extranjera malvive en un constante estado de paranoia, pero lo cierto es que ha sido un viernes vacacional, distendido, en las calles de Kabul.

Los talibán retomarán Kabul en tres años

Existe la teoría de que la historia se repite de forma circular. Personalmente, creo que vivimos anclados en el presente, de espaldas a las lecciones de tiempos pretéritos, ignorando el legado de nuestro pasado, y por eso repetimos los mismos errores una y otra vez.

La historia de Afganistán, que resistió durante siglos las invasiones extrajeras, podría ser un buen ejemplo. Durante los tiempos de El Gran Juego, en el que varias potencias coloniales se disputaron el control de Asia Central, los británicos fueron derrotados por los afganos. Todo comenzó cuando en 1838 se lanzaron a la guerra para imponer el régimen marioneta de Shuja Shah.

En 1842, los ataques contra las tropas del Reino Unido en las calles eran de tal magnitud que finalmente decidieron retirarse de Kabul. Más de 16 mil soldados murieron cuando huían hacia la India. En su libro Kim, Rudyard Kipling traza un retrato no demasiado fidedigno, pero literariamente apasionante, de este periodo de lucha por el frustrado domino colonial de la región.

En 1979, el Ejército soviético entró en el país de los señores de la guerra y el opio para apoyar, teóricamente, al gobierno marxista del Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA). Aunque lo cierto es que se trató de una ocupación militar en toda regla. Muyahidines de toda la zona, entrenados y financiados por la CIA a través de los servicios de inteligencia paquistaníes (ISI), lucharon contra los comunistas.

Tras nueve años de combates, las tropas de Moscú también se tuvieron que marchar. No lograron vencer a las fuerzas musulmanas, entre las que se contaba un joven Osama Bin Laden, llegado desde Arabia Saudí para liderar la yihad contra el imperio soviético y gracias al apoyo del amigo americano.

Un reciente informe del centro de estudios Senlis Council señala que los talibán ya dominan el 54% de Afganistán, y que en menos de tres años podría tomar la capital. Una vez más, las fuerzas extranjeras, en este caso llegadas en noviembre de 2001, se verían obligadas a tener que retirarse.

Converso por teléfono con un oficial de la ONU, experto en desactivar minas antipersona al que conocí en Líbano, y que lleva desde 2001 trabajando en Afganistán. Le pido consejo logístico sobre el viaje que pretendo realizar a la zona. “Por el día las tropas de la coalición dominan el país, por la noche los talibán mandan, se mueven por las carreteras sin que nadie se anime a detenerlos. Y la situación va de mal en peor. Cada día tenemos más atentados con coche bomba. Esto ya parece Irak”, me explica.

Un estudio de Oxfam afirma que los niveles de pobreza que sufre la población afgana son similares a los que predominan en el África subsahariana. La ayuda internacional, que nunca llegó a alcanzar las cuantías previstas antes de la invasión de 2001, está dando pocos resultados, en parte por la presión de los talibán, pero también por la corrupción, las escasez de fondos y la mala gestión.

El informe de Oxfam también señala que 1.200 civiles murieron en bombardeos de la OTAN en lo que va de año. Conjunción de errores que serviría para explicar el creciente apoyo de la población a los talibán que, sin el apoyo de la gente de a pie, no podría estar ganando la batalla contra las tropas de la coalición.

El régimen de estos supuestos musulmanes, fanáticos y delirantes, fue uno de los más nefastos y retrógrados de la humanidad. Evitar que vuelva al poder requiere articular una estrategia inteligente y eficiente. Dejar de centrar la atención en Irak y comenzar a hacer las cosas bien en Kabul. También por la seguridad de los soldados españoles destacados en la región.

En definitiva: aprender de una vez por todas de los errores del pasado.