Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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La censura silencia una de las mejores emisoras de África: Radio Okapi

Radio Okapi está íntimamente ligada a este blog y a mi experiencia en la República Democrática del Congo.

Patrulla de tropas paquistaníes de la ONU en Kivu Sur, RDC. Foto: HERNÁN ZIN

En junio de 2008, cuando desembarqué por primera vez en la ciudad de Bukavu, fue de los profesionales de esta radio – situada en el interior de la base de la misión de Naciones Unidas, en aquel momento llamada MONUC – que recibí los primeros conejos e indicaciones sobre cómo moverme y buscar historias en aquella zona del país.

Una zona nada sencilla para trabajar, tanto por la presencia de numerosos grupos armados como por la reticencia del Gobierno de dejar a los periodistas realizar su labor. De hecho, dos años más tarde, en la enésima visita a la ciudad, terminaría detenido por la policía secreta. Pero esa es otra historia.

Hoy la historia es la de un joven periodista de Radio Okapi, Didace Namujimbo, que me ayudó aquel día en que aparecí en el cuartel de la ONU bastante desorientado, con más preguntas que respuestas, y con la ambición de empezar a rodar un documental sobre la violación como arma de guerra.

Didace, que era un hombre sumamente amable, humilde, contenido en las formas, y generoso en la información que brindaba, llevaba la voz cantante en la emisora. Quien no conociera la historia de la radio o el potente contenido de su programación, nunca hubiese pensado que aquel hombre se estaba jugando la vida. Literalmente, pues un año antes, otro integrante de Radio Okapi, Serge Maheshe, había sido asesinado.

A los dos meses de mi partida de Bukavu, como conté entonces en estas páginas, varios pistoleros esperaron al alba a Didace en la puerta de la radio y lo asesinaron. Didace, que hablaba alto y claro en los micrófonos de Radio Okapi, tanto fuera de violaciones, como de expolio mineral o de corrupción, se había ganado enemigos desde los militares del FARDC hasta los rebeldes hutus del FDRL, tutsis del CNDP y mai mai.

¿Voz a los rebeldes?

En un país caótico, disfuncional y paupérrimo hasta el paroxismo como la República Democrática del Congo, Radio Okapi es una de las pocas cosas que funciona con eficiencia y profesionalidad (junto al tráfico de minerales, que debe ser de los más eficientes del planeta).

Se trata de la radio en francés más escuchada del África subsahariana, que cuenta con el respaldo de la misión de Naciones Unidas para el Congo, ahora llamada MONUSCO, y que es financiada por la fundación suiza Hirondelle.

O mejor dicho, se trataba, pues tras el alzamiento rebelde del M23, cuyos hombres tomaron durante diez días el control de la ciudad de Goma, el gobierno de Kinshasa ha decidido poner fin a las emisiones de Radio Okapi.

Las razones que ha dado, ante las quejas del Enviado Especial de Naciones Unidas, es que durante los días de toma de la urbe que yace a los pies del volcán Virunga la emisora dio voz a los «terroristas». Algo que sus locutores niegan. Ellos sostienen que solo se dedicaron a orientar a la población civil ante la incertidumbre de una nueva invasión militar (en 2008, Laurent Nkunda llegó hasta las puertas de la Goma con los soldados del CNDP, provocando el éxodo de 300 mil refugiados. Años antes, durante la Segunda Guerra del Congo, la milicia tutsi RCD causó estragos en la urbe).

Con unas riquezas en el subsuelo valoradas en 28 billones de euros, el 30% de las reservas mundiales de diamantes y el 70% de las de coltán, la RDC no debería estar en el último puesto de los 187 países analizados en el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas.

Quizás sea hora, además de sancionar con dureza a Ruanda por su constante expolio y desestabilización de la RDC, de sentarse a reflexionar seriamente sobre si tiene sentido un Estado tan vasto e ingobernable.

Y si no sería conveniente dividirlo para que pueda ser mejor gestionado en lugar de seguir respetando las fronteras trazadas por la Conferencia de Berlín en 1884, que crearon el Estado Libre del Congo para usufructo personal de Leopoldo II.

Pregunta que se hacía Peter Pham hace dos días en el NYT y que quizás deberíamos empezar a formularnos seriamente a la luz de la terrible situación que ancianos, hombres, mujeres y niños, llevan padeciendo en las provincias orientales del país desde 1994. Cinco millones de muertos, el 80% de las violaciones del planeta, hambre y miseria sobre una tierra extraordinariamente rica.

Miedo a un atentado talibán en Kabul

La comunidad extranjera en Kabul no habla de otra cosa: la posibilidad de un inminente atentado de los talibán como represalia a los ataques de la OTAN en Kandahar. Habla, especula y actúa en consecuencia.

Los integrantes de una importante cadena internacional de televisión han abandonado el hotel Serena, considerado hasta hoy el más seguro de la ciudad, pues los informes de inteligencia lo han situado como objetivo de los integristas. Con gran sorpresa los he visto entrar esta mañana al alojamiento en el que llevo dos días hospedado.

Su llegada ha coincidido con la de un diplomático europeo que se ha bajado de su todoterreno rodeado de hombres armados. Chalecos antibalas, walkie talkies, gafas oscuras. Y la habitual tensión que acompaña a cada uno de los representantes extranjeros en sus desplazamientos por la ciudad, ya se trate de miembros de la ONU, de la OTAN o de la UE.

La eurocopa

Entre los supuestos objetivos también está el restaurante Le Atmosphere, al que tienen prohibido ir los empleados de Naciones Unidas. Ayer, mientras decenas de extranjeros veían en una pantalla gigante el partido entre Portugal y Alemania de la Eurocopa, también se hablaba una y otra vez de lo mismo. Se decía que Le Atmosphere, con su piscina y su menú internacional, está en la lista de los talibán porque sirve alcohol.

En la entrada, el miedo resultaba evidente. Todoterrenos blindados, gigantescos guardias de seguridad estadounidenses con fusiles en las manos. Después, dos grandes portones de acero. Control exhaustivo con detector de metales. Y una contraseña, que los empleados del restaurante se gritan antes de dejarte entrar. Contraseña que, según me comentan, cambia cada noche.

Hoy me llama a primera hora una colega española: “Están buscando un Toyota Corolla cargado de explosivos, ten cuidado si ves alguno”. Después, converso con en la recepción con un periodista de la RAI que está filmando un documental en el que compara Kosovo con Afganistán: “Aquí ya no se puede trabajar. Hace tres años podías salir a la calle sin problemas, ahora no vas a ver a un solo extranjero caminado por ahí”.

¿Quién ha dicho miedo?

Salgo del hotel, me espera Almral, el joven maestro de escuela que a partir de hoy me hará de conductor y traductor en Kabul. Tiene un viejo Toyota Corolla. Los asientos cubiertos de alfombra. Un oso de peluche en la luneta trasera coronado por un gorro de papá Noel.

“¿Has escuchado lo de la amenaza de bomba? ¿Qué dice la gente?”, le pregunto apenas me siento en un trozo de alfombra pletórico de polvo y calor. “¿Qué coche bomba?” , me responde sorprendido al tiempo en que arranca y pone música en la radio.

No sé si debe a que los afganos, tras tres décadas de guerra, tienen un temple fuera de lo común, o a que aquí la comunidad extranjera malvive en un constante estado de paranoia, pero lo cierto es que ha sido un viernes vacacional, distendido, en las calles de Kabul.