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Cuervos e intimidades

Por Jana Brandt, coordinadora de Médicos Sin Fronteras en Kalonge, República Democrática del Congo (RDC)

Base de MSF en Kalonge, RDC (© Fernando Calero).

Hospital de referencia de Kalonge, RDC (© Fernando Calero).

 

¡Trasss!

Un extraño ruido me despierta en mi primera mañana en Kalonge. Suena como si algo muy pesado se hubiera caído sobre el tejado de aluminio de la casa. Otra vez: “¡trasss!”, seguido por unos golpecitos rápidos. Son las seis de la mañana. ¿Qué diablos es esto?

Me levanto para averiguarlo y descubro una bandada de cuervos de color blanco y negro que caminan alegremente sobre el tejado, saludando los primeros rayos de sol con sus gañidos. Los golpes que me despertaron son producidos al aterrizar en el tejado. «¿Tan poco pájaro y tanto ruido?», me pregunto sorprendida. Aún no sé que ellos me acompañarán todas las mañanas en Kalonge. Mañanas muy mañanas, porque los días empiezan temprano aquí. Normalmente, a las seis de la mañana ya estoy en pie.

El día anterior había llegado a Kalonge, situado a unos 60 kilómetros de Bukavu. El viaje hasta aquí fue exuberante. Para llegar, cruzamos el Parque Nacional Kahuzi-Biega, ascendiendo más de 2.000 metros hasta llegar a la base de Médicos Sin Fronteras que se encuentra en el borde del parque, a unos 1.800 metros sobre el nivel del mar.

El parque fue inscrito en la lista  de Patrimonio de la Humanidad en 1980 no sólo por su variada flora (en especial los bosques de bambú), sino también para proteger a una población de gorilas de montaña que en aquel entonces todavía contaba con algunos miles de ejemplares. Fue aquí donde la famosa Dian Fossey comenzó a estudiarlos antes de marcharse a Ruanda.

Sin embargo, a partir del estallido de la guerra en los noventa en esta zona del Congo, la población de simios fue disminuyendo y hoy día solo se cuenta con un centenar de esta especie. En 1997 el parque fue declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad en peligro. Desde la base de MSF, divisamos –si hace buen tiempo– el monte Kahuzi (3.308m), uno de los dos volcanes extintos que dan el nombre al parque nacional. El otro es el monte Biéga (2.790m).

Éric, conductor de MSF y 'traductor' ocasional (© Jana Brandt).

Éric, conductor de MSF y ‘traductor’ ocasional (© Jana Brandt).

El viaje me permitió tener una primera impresión del terreno.  Con los coches pasamos por lugares imposibles. Sin embargo, mi primer reto no es el viaje, sino la comunicación por radio. La red de telefonía es inexistente en esta parte del país, por lo cual la radio se convierte en nuestro principal medio de comunicación. Y hay que comunicar en francés. Exclusivamente. A causa de las continuas interferencias en la transmisión, sólo logro entender la mitad de los mensajes, más aún porque desconozco el protocolo interno de comunicación. Si no hubiera sido por Éric, el conductor, quien me ayuda y me ‘traduce’, hubiera sido imposible entenderlo todo.

Salir de Bukavu y llegar a Kalonge es como cruzar dos universos. Aquí nos encontramos en un mundo totalmente rural donde la electricidad, el agua corriente y las calles asfaltadas no existen. El ritmo de vida es otro. Más pausado, más lento. Trabajar para MSF siempre significa trabajar mucho, los días laborales suelen ser muy largos, pero trabajar para MSF no es siempre sinónimo de urgencia. El proyecto de Kalonge lleva ya 4 años y medio y como el contexto es cada vez más estable, las actividades de MSF están ya muy consolidadas.

En sus orígenes, el proyecto fue establecido para atender las necesidades médico-humanitarias de un gran número de desplazados a causa del conflicto armado que azotaba la región. Con los años, el número de nuevos desplazados ha ido bajando y hoy se trata sobre todo de seguir garantizando la atención sanitaria gratuita y de calidad para la población de la zona, mediante el apoyo a un hospital y a ocho centros de salud en la periferia.

Durante mi presentación oficial como nueva coordinadora de terreno me llevé otra sorpresa, cuando alguien del equipo local me lanzó, con una gran sonrisa: “et toi? Tu est disponible?”*  ¿Qué? Con interrogantes en la cara, miro a la coordinadora que remplazo. “Sí”, sonríe, “aquí esta pregunta es normal.”  Con la disponibilidad se refieren a la disponibilidad para una relación, si uno tiene pareja o no. O si uno tiene pareja, pero sin embargo está disponible (entonces lo llaman “disponibilidad geográfica”).

Una pregunta por lo menos curiosa, una pregunta para la cual no estoy del todo preparada… Así empezó mi nueva vida en Kalonge, perdida en el monte congolés. Con cuervos e intimidades. ¡Quién se lo hubiera imaginado!

(Continuará)

* ¿Y tú? ¿Estás disponible?

 

Puedes leer los posts anteriores de Jana aquí.

República Centroafricana es un país

por Bruno da Silva Machado, administrador de terreno de MSF en Ndélé, República Centroafricana

Cuando expliqué a mi familia y amigos que iba a salir al terreno con Médicos Sin Fronteras (MSF), muchos de ellos me preguntaron:

¿A dónde vas?
A la República Centroafricana, contestaba yo.
Sí, ¿pero a qué país?

Quizás muchos de vosotros ya lo sabéis pero, sólo para estar del todo seguro, me gustaría subrayar que la República Centroafricana es un país. Es un estado con una superficie de unos 620.000 kilómetros cuadrados (mayor que España) y tiene una población de 4,4 millones de habitantes (ligeramente inferior a la de Noruega). Tras una larga y confusa historia colonial, fue ‘reconocido’ como país en 1960. A pesar de su corta edad ya cuenta con una larga historia de gobernantes no elegidos democráticamente y golpes de estado.

El último de estos golpes fue a comienzos de este año.

Centro de salud incendiado y saqueado durante los disturbios que siguieron al cambio de gobierno (© MSF).

Centro de salud incendiado y saqueado durante los disturbios que siguieron al cambio de gobierno (© MSF).

El 10 de diciembre de 2012 estalló una rebelión en el norte. Tras muchos tira y afloja, las numerosas negociaciones frustradas y cambios de bando culminaron en una toma del poder el 23 de marzo por parte de la coalición Séléka. Esas semanas que siguieron fueron muy difíciles para todos. El país ha quedado desbaratado. La inestabilidad entre grupos rivales y muchas milicias extranjeras armadas han provocado situaciones realmente duras.

Naturalmente, las principales víctimas fueron las poblaciones atrapadas en medio del conflicto: un gran número de desplazados y refugiados, actos de violencia extrema, destrucción de cosechas, aldeas reducidas a cenizas, escuelas cerradas y los servicios que todavía se tenían en pie a punto de desplomarse.

El objetivo de este texto no es constituirse en un discurso geopolítico sobre el país: vamos a dejarlo en que hay muchos grupos de personas indeseables, tanto extranjeros como nacionales, que suelen ir armados.

Ndélé, cerca de la frontera con Chad y Sudán, donde yo trabajo, es una zona de las más remotas que uno pueda imaginar. Puedes sentir un creciente aislamiento con cada avión que coges para viajar hasta allí. Cuando tomé el vuelo Oslo-París-Bangui, los primeros signos ya se hacían evidentes. El avión iba prácticamente vacío. Al amanecer puede ver por la ventana kilómetros y kilómetros de bosques que parecían vírgenes. Sin casas, ni siquiera carreteras. Sólo un río largo y sinuoso hizo acto de presencia. Como una vena que bombeaba vida a esta inmensa tierra virgen.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos por la azafata. Advirtió a todo el mundo de que hacer fotos es ilegal. Cuando sales del aeropuerto, entiendes por qué no se permite hacer fotos… Pero en cuanto pasas los controles de carretera, ya se empiezan a ver algunos mercados y gente yendo de aquí para allá.

Clínica móvil de MSF a las afueras de Ndélé, en diciembre de 2012 (© Sylvain Groulx).

Clínica móvil de MSF a las afueras de Ndélé, en diciembre de 2012 (© Sylvain Groulx).

Para ir de Bangui a Ndélé, hay que coger otro avión. El estado de las carreteras es muy malo y se tarda varios días en llegar. El pequeño aeroplano permite apreciar una bonita vista del paisaje. Detrás dejamos la capital con sus muchas casas, grandes y pequeñas, rodeadas de árboles verdes y tierra rojiza. Regresamos al enorme manto verde, pero en alguna parte del camino el manto empieza a presentar agujeros. La diferencia se hizo obvia cuando estábamos a punto de aterrizar. La frondosa tierra virgen dejó paso a las copas de los árboles esparcidos por una tierra árida. Durante la estación seca incluso el acceso al agua constituye un problema.

Una vez aterrizas, el lugar parece incluso más olvidado. Aunque se trata de la capital de la provincia, carece de toda infraestructura. Es sorprendente analizar las diferencias. La mayoría de las organizaciones no gubernamentales evacuaron Ndélé durante los incidentes. Y casi ninguna de ellas ha reanudado todavía sus actividades.

Con un Gobierno que todavía tiene que hacerse con el control del territorio y la huida de las ONG, la población se ha quedado sola con sus muchas necesidades. Estas personas están ocultas a la mirada del mundo. La respuesta que suelo obtener de los transeúntes es “merci” (“gracias”). No sé si es que simplemente la gente es educada o si nos dan las gracias por no haberles olvidado.

Personalmente, no me resulta nada fácil escribir sobre Ndélé. Cuando intento describirlo, todo parece como una serie de acontecimientos sin orden ni concierto. Como si alguien hubiese sacado fotos desde el aire y al aterrizar intentase entender un orden al azar. Lo que es cierto un día puede no serlo al siguiente. Lo que es seguro un día puede no serlo mañana. En medio de toda esta inestabilidad, cada jornada parece la misma, pero cada día es diferente. Tal vez simplemente debería hablaros sobre un solo día. Esto es lo que haré en mi próximo post.

 

Memorias del RUSK. Parte IV: rechinar de dientes.

Por J. Mas Campos, coordinador de emergencias de MSF en Kivu Sur, República Democrática del Congo

Ya en febrero habíamos comenzado a seguir las evoluciones endémicas del cólera en el eje lacustre del Lago Tanganika. Durante un par de meses le pisamos los talones. La primera vez que asomó y mató se nos había escapado por los pelos. El cólera puede matarte en 24 horas si no lo tratas. Vital es desplegarse de forma inmediata.

Pero esta vez, en abril, por fin pillamos la epidemia en un brote que, sin preaviso, se llevó consigo a 4 personas lejos de los hospitales. Nos medimos contra él en Kamanyola, de media 25 pacientes internados (muy lejos de las cifras de Haití, esto es una cosa chica), y tras llegar el RUSK, afortunadamente, ni una muerte más siquiera en la comunidad reportada.

Cuando abril todavía se deshojaba en el calendario, un equipo reducido del RUSK llevamos a cabo una misión de evaluación rápida de un posible brote de meningitis, con posible confusión de malaria, en una zona remota de los Kivus, Lulingu, sometida a un “embargo” de facto por el gobierno provincial al ser cuna de los sediciosos y rebeldes Raïa Mutomboki, una región por otra parte carente de control estatal y comercialmente hundida.

Intervención de emergencia de MSF en Minova y Kalungu para atender a los desplazados por el conflicto (Kivu Sur, abril de 2012)  © Juan Carlos Tomasi.

Intervención de emergencia de MSF en Minova y Kalungu para atender a los desplazados por el conflicto (Kivu Sur, abril de 2012) © Juan Carlos Tomasi.

El acceso, complicado a causa de un entramado de rutas de barro inundadas, nos obliga a volar hasta allá en avioneta y luego desplazarnos en moto. En los poblados objetivo de nuestra evaluación, se percibe de antemano una extraña atmósfera malsana, como de malformación necrosada, una gravedad un tanto oscura. Nos entrevistamos con las gentes del lugar: cuentan que, desde hace dos meses, algo está matando a los niños, y no comprenden cuál puede ser la causa…

Nuestra misión dura dos días: en esos dos días nos cruzamos con 2 duelos y un cortejo funerario, mueren en el hospital 5 niños (10 en toda la semana, más los que no nos queremos imaginar lejos de las estructuras sanitarias), visitamos 4 camposantos y cementerios que refugian, cada uno, unas docenas de tumbas recientes: la tierra está fresca, removida, las ofrendas florales todavía desprenden fragancia o luchan contra su ineludible sino, descomponiéndose lentamente. El último de ellos, Tchonka, alberga en su seno más de 60 nichos, dos tercios de ellos anfitriones de cuerpos diminutos… vuelve esa sensación de malformación lóbrega, de estar ante algo más grande que uno mismo. De que las flores fúnebres guardan escondida en su belleza un escalofriante secreto: nada es inmarcesible.

Existen sospechas de que podría ser una peste de meningitis, o una plaga de malaria… otros dicen que es la “sorcellerie”, lo que llaman la brujería o hechicería, y los ancianos murmuran que muchas familias están abandonando la aldea con la esperanza de salvar a sus críos del diablo, de hurtárselos al infierno. El equipo médico examina pacientes, hace pruebas, investiga historias médicas y se sumerge en la epidemiología de los años precedentes.

Los niños siguen marchitándose, cayendo como hojas del otoño. La guadaña, en este caso, no es finalmente la meningitis, sino la dichosa malaria, complicada con anemia. Es ella quien está segando la vida de niños a puñados cada semana. La malaria sigue siendo, parece, la enfermedad más mortífera en el mundo año tras año. Nunca antes en todos estos meses de RUSK estuve tan convencido de la necesidad de intervenir a toda costa, a cualquier precio, como hasta ahora.

Los que me conocen saben que jamás utilizo la expresión «salvar vidas» cuando hablo de mi trabajo. Es demasiado grande para un tipo como yo. Sin embargo, en esta ocasión… en esta ocasión estoy convencido de que tenemos que ser nosotros quienes actuemos, de que no hay nadie más que nada pueda hacer para evitar la mortalidad, salvo MSF. Y nunca antes había detestado tanto el bloqueo institucional que estamos sufriendo: tengo verdaderas ganas de matar a alguien… Cada día que la burocracia administrativa o la política gubernamental nos retrasan, ésta no es una exageración ni licencia poética, otro niño se marchita, otra hoja barre el otoño. En cuanto la ‘intelligentsia’ ministerial comprenda el dramatismo de la situación y acepte que MSF les eche una mano, el RUSK nos desplegaremos de inmediato*. El RUSK, yo mismo, no hacemos política, a duras penas sabemos hablar: somos implementadores, trabajamos con las manos, un poco al estilo de los herreros y artesanos.

Intervención de emergencia de MSF en Minova y Kalungu para atender a los desplazados por el conflicto (Kivu Sur, abril de 2012) © Juan Carlos Tomasi.

Intervención de emergencia de MSF en Minova y Kalungu para atender a los desplazados por el conflicto (Kivu Sur, abril de 2012) © Juan Carlos Tomasi.

El RUSK ha sido una escuela, de vida, de profesión, y de muerte. Digamos que cuando llegué a su seno, en esto de las emergencias tocaba de oído. Ahora creo que, en ocasiones, mal que bien, puedo arrancarle alguna melodía a algún que otro instrumento de cuerda, percusión o viento.

Pero todo, claro, viene con pleito. Después de estos 10 meses, en los que el RUSK ha sido toda mi vida, no puedo sin embargo desadherirme de ese sentimiento de haber perdido algo en este tiempo, quizá memoria, pureza, idealismo, arraigo… creo que avillané un poco mi relación con este trabajo, convirtiéndome poco a poco en mercenario. Perdiendo u olvidando en el camino varias otras facetas del tipo que yo era. Quizá también haya envilecido en cierto grado la relación con una parte de mí mismo, secuestrándola, amordazándola… No sé.

El caso es que, por el momento, esa alienación, ese extrañamiento o deriva respecto de quién eras, de tus asideros, de los tuyos, merece la pena: es en las emergencias donde realmente este trabajo cobra su plena vocación y naturaleza. Perdonen la cursilería, pero, realmente, la determinación de un grupo de profesionales, con nuestra rabia, nuestras miserias y nuestro desencanto a cuestas, juramentados en la persecución un objetivo común frente a la crudeza del terreno, significa algo: puede marcar la maldita diferencia.

Cuando la gente me dice, de vuelta a casa, “es increíble lo que hacéis, cuánto mérito tenéis”, a veces respondo: no somos héroes, sólo tipos enfurecidos, sólo tipos cabreados. Recios, furiosos, nos aferramos con fiereza a la rebelión contra la docilidad, contra el determinismo, el cólera o la malaria: como escribió Claudio Rodríguez, “se puede estar en derrota, pero nunca en doma”. Así pues, contraemos músculos, rechinamos dientes, y, tensándonos como un arco, nos aprestamos para la embestida.

Hasta la próxima.

 

*El RUSK comenzó la intervención contra la malaria en la zona de Salud de Lulingu, territorio de Shabunda, el 2 de mayo.

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Memorias del RUSK. Parte III: la cresta de los desplazados.

Por J. Mas Campos, coordinador de emergencias de MSF en Kivu Sur, República Democrática del Congo

 

Equipos de MSF prestan asistencia a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

Equipos de MSF prestan asistencia a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

 

Tras acabar la vacunación, en una clínica móvil del proyecto regular de Kalonge, me voy a supervisar la reanudación de actividades de un centro de salud para desplazados. Todo se desarrolla sin sobresaltos, una delicia. Salvo el hecho de darme cuenta durante las largas marchas a través de las montañas que definitivamente el tabaco y la cerveza me han dejado el cuerpo magullado, inservible y con un gran lastre de equipaje superfluo: a este paso, en vez de descender las lomas hiriéndome los tobillos y las rodillas, las bajaré rodando.

Febrero: lo pasamos trabajando el músculo del cerebro, el poco que tengo: discutimos y estudiamos estrategia de emergencias con una experta de la casa. Un maldito placer trabajar a su lado, además de un verdadero honor. Jamás me impregné tanto de conocimiento útil de emergencias como en febrero. Una Mutzig a tu salud, jefa.

Entretanto la acción no se remansa: ese mismo mes de febrero comienza nuestra ronda de intervenciones «aero-transportadas», misiones de exploración e intervención inmediata, concebidas para durar pocos días y tener un gran impacto en la salud de la población a la que quieres asistir.

En este caso, la alerta es de desnutrición, y la población, unos 15.000 desplazados de una etnia perseguida sanguinariamente por otra (con causa, en los Kivus nadie es inocente).

Los desplazados (combatientes, civiles y familiares), se han refugiado en la cresta de una cordillera a la que sólo se puede acceder, de forma segura, por helicóptero.

Lanzamos dos misiones “heliportadas” del RUSK para evaluar la auténtica gravedad de la alerta, transportar un par de toneladas de alimento terapéutico para los niños desnutridos que podamos encontrar entre la lluvia y el frío, y hacer el seguimiento del impacto de nuestra acción.

Marzo: me llaman de otro de los proyectos regulares del Kivu Sur, Shabunda. En esta ocasión se trata de comandar la misión de re-evaluación de la seguridad en el eje sur tras las últimas deflagraciones del conflicto Raïa Mutomboki – FARDC (Fuerzas Armadas de RDC).

Debemos atravesar las incorpóreas líneas del frente y re-aprovisionar los centros de salud del citado eje sur, cerrado a causa del comercio de ráfagas y tiros, y del tragicómico extravío de una granada en algún charco del camino, durante la época de lluvias, culpa de algún soldado borracho. Jamás se la encontró, a la granada. Del soldado, primo de Gila, tampoco se volvió a saber, quizá lo suicidaron.

No obstante, esta vez, comparada con la aventurita de la evacuación de heridos en enero, la misión no fue sino un lindo paseo por el parque.

(Continuará)

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Memorias del RUSK. Parte II: truenos de pólvora y fuego.

Por J. Mas Campos, coordinador de emergencias de MSF en Kivu Sur, República Democrática del Congo

En esta misma cartografía de la violencia, Primero de Año entraría dentro de una antonomasia más truculenta: el contexto de Bunyakiri, convulso y enloquecido como un jabalí herido, jamás nos permitiría completar la vacunación sin mostrarnos, bufando, el hocico y sus colmillos.

El 31 de diciembre intercambiaron truenos de pólvora y fuego los Raïa Mutomboki (en swahili significa “la población en cólera[1]) contra las FARDC (Fuerzas Armadas de la RDC). El RUSK, inmersos en nuestra campaña, presenciamos cómo un joven llegaba al hospital ese mismo 31 de diciembre por la tarde, y descendía de la motocicleta que lo trasladaba, herido de plomo, exánime y sin esperanza. Tendido en el suelo, ya casi sin hálito, el chaval moría de bala poco a poco a la puerta del hospital, decantándosele la vida a chorros por el costado, mientras un coro de matriarcas dolientes le amortajaban con sus ropas ensangrentadas hasta cubrir su rostro exangüe.

Equipos de MSF prestan asistencia a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

Equipos de MSF prestan asistencia a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

Esa misma tarde, comenzaron a llegar noticias inquietantes de varios otros heridos. Se desconocía localización, gravedad y número. Tras entablar contactos de seguridad con los jefes consuetudinarios y comandantes de FARDC y Raïa, a través de los que acordamos con ambas partes los términos de respeto a la neutralidad del “convoy humanitario” y de evacuación de los más graves cualquiera que fuera su afiliación, uniforme o etnia, el RUSK nos preparamos a intervenir… por algo somos el equipo de emergencias.

El corredor humanitario se abrió el 2 de enero a las 7 de la mañana, único momento de serenidad y calma de todo el día… Al cabo de media hora y durante todo el resto de la jornada, la misión de evacuación de heridos transcurrió en unas circunstancias tan extremas de tensión entre las dos partes del conflicto, que si bien el corredor humanitario (las luces de intermitencia parpadeando constantemente durante nuestra singladura en cada flanco de los 4×4) y nuestra integridad fueron respetados (sin perjuicio de ser en ocasiones bienvenidos con algunas amenazas, gajes del oficio), la neutralidad del convoy no lo fue tanto. Por ninguna de las partes, soldados regulares y milicias anárquicas.

De haber recogido a determinados heridos (de uno y otro lado, todo dependía del protectorado o pedazo de tierra de nadie en la que nos halláramos), hubieran con toda certeza sido ejecutados en el camino, sin vacilar, a manos de la miríada de grupúsculos incontrolados, sea turbas violentas, sea soldados exaltados, que, armados con machetes, ametralladoras y fusiles de caza, nos detenían incesantemente en el curso de la ruta para inspeccionar la identidad de nuestros pacientes.

Logramos nuestro objetivo a pesar de sentirnos en ocasiones protagonistas de escenografías propias de sórdidas películas basadas en las macabras historias del África reciente, imágenes todas que torturan el imaginario colectivo. Afortunadamente, pudimos llegar al hospital con los heridos, y salir airosos para contarla.

(Continuará)

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[1] Un movimiento popular nacido para proteger a la comunidad autóctona congoleña contra las acciones y venganzas de los FDLR, los antiguos hutus de las milicias Interahamwe, en vista de que las Fuerzas Armadas Congolesas (FARDC) se veían incapaces de hacerlo por sí mismas. Los Raïa Mutomboki visten grisgris y talismanes, se dicen poseedores de una poción mágica que les confiere resistencia anti-balas, y desde hace unos meses han trocado los machetes y las lanzas por rifles de caza y metralletas automáticas. Son los jóvenes airados del Congo, que hartos de ser víctimas, tomaron la determinación de tomarse la justicia por su mano.

Memorias del RUSK. Parte I: golpes al hígado.

Por J. Mas Campos, coordinador de emergencias de MSF en Kivu Sur, República Democrática del Congo

Hace mucho tiempo que no daba señales de vida, desde el brote de ébola. Disculpen, fueron tiempos azorados, frenéticos, preñados de aprendizaje, rabia y coraje. O eso, o que el trabajo me volvió algo introvertido.

Tómense estos posts como repaso y despedida. He pasado los últimos 10 meses embarcándome en toda clase de emergencias en la República Democrática del Congo, más concretamente en la provincia de Kivu Sur. Las siglas del equipo son RUSK, Réponse d’Urgence Sud Kivu, una reducida unidad de respuesta rápida formada por expatriados y congoleños bien avenidos, que viaja ligera, trabaja rápido y se acompasa armoniosa como un acordeón (insha’allah) en los momentos de trabajo de mayor sobrecarga.

Estos 10 meses requieren, de la parte de un amnésico como yo, una cronología de efemérides que pretenda ser mi particular cuaderno de bitácora para no perder memoria de cuanto acaeció en este interregno. Intentémoslo, pero ya les aviso que será largo y vendrá por partes:

Septiembre de 2012. Hace calor y fumo demasiado. La encomienda de las emergencias debuta a lo grande con una de las más terribles fiebres que existen en el mundo, las hemorrágicas del Ébola en Isiro, Provincia Oriental de Congo. Si lo recuerdan, ya desacralicé su aura demoníaca en otra historia “novelada”.

Equipos de MSF durante una intervención de emergencia para atender a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

Equipos de MSF durante una intervención de emergencia para atender a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

Octubre, sudor y entrenamiento: aterrizo en el RUSK y comienzo un aprendizaje exhaustivo para prepararme como emergencista. Como peso pluma que soy en esto, encajo los primeros golpes en el hígado al enfrentar las turbulencias propias de cada comienzo: los puentes se quiebran a nuestro paso, las carreteras se hunden… qué diablos, nadie dijo que fuera a ser fácil. Pero apretamos los dientes y nos decimos, como en el poema de Kipling: músculos, ¡resistid!

En noviembre repican marciales las marchas bélicas en la lejanía: estamos al quite en todo el feo embrollo del grupo insurrecto M–23, cuando la ciudad de Goma cae ante sus legiones en poco más de tres días. Al sentarse los grandes generales a negociar, finalmente la guerra no llega a desatarse. El equipo médico del RUSK colabora en la “re-apertura” del proyecto de Minova tras su evacuación. Aliviados por la incruencia y la benignidad del desenlace (si bien, momentáneo), deponemos los escudos, pero proseguimos la guardia.

Diciembre y enero nos deparan la oportunidad de emprender una acción preventiva contra una epidemia de sarampión que ya había contagiado a más de 700 niños en una inestable y volátil zona del Kivu Sur, Bunyakiri. Luego de asegurarnos de que a los niños ya enfermos se les dispensa el tratamiento adecuado, durante 6 semanas recorremos largas distancias en coche, en motocicleta y a puro pie por parajes de selva, montañas y barro.

Tenemos la inmensa buenaventura de conocer paisajes de una exuberancia y belleza tales, que a veces me pregunto quién es el verdadero beneficiario de este trabajo: son increíbles los hallazgos que, sin buscarlos, puedes encontrarte… los hay que pagarían fortunas con tal de presenciar tales portentos.

Al cabo de las Navidades, y a pesar de las vacaciones y sus colegios cerrados, en contra de las grandes distancias que las madres y los niños deben recorrer para acceder a los sitios de vacunación de MSF, pese a la lluvia torrencial o al calor tempestuoso, y, sobre todo, a despecho de la violencia y las armas que dejan pendiendo de un hilo el devenir cotidiano de la existencia en este selvático rincón, exuberante de vegetación y ríos, azotado cíclicamente por violencias y masacres, hemos vacunado a más de 65.000 niños, acabando afortunadamente con la epidemia.

(Continuará)

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10.000 sirios a las puertas de Turquía

por Agus Morales y Anna Surinyach (Médicos Sin Fronteras, siguiendo la ruta del éxodo sirio)*

 

¿Vais a ir a Alepo? No vayáis a Alepo, es muy peligroso”.

La amonestación es de un hombre que sale de una mezquita en el norte sirio, cerca de la frontera con Turquía. Es el templo islámico de referencia para un campo de desplazados en el que hace unos meses tan solo había 4.000 personas, pero que ahora acoge a unas 10.000. La mayoría viven en tiendas de campaña, pero Husein Alwawi y su familia se alojan en la mezquita.

Vivíamos en un barrio de Alepo –relata Husein-. Un avión de combate atacó el vecindario. Muchas casas quedaron destrozadas, entre ellas la mía. Nosotros no estábamos pero dos familias fueron asesinadas. Nos quedamos en Alepo cinco días y vinimos aquí.”

Partido de fútbol en el campo de desplazados del norte de Siria (© Anna Surinyach)

Partido de fútbol en el campo de desplazados del norte de Siria (© Anna Surinyach)

La historia de Husein es similar a la de muchos de los habitantes del lugar, que buscan un lugar seguro para huir de los combates. En las antiguas aduanas se halla este terreno conocido como ‘campo de tránsito’, porque en principio muchas de las familias esperan para irse a Turquía; pero en realidad se trata de un campo de desplazados: muchos llevan meses viviendo aquí y la población sigue creciendo. MSF ha vacunado a más de 3.300 menores de 15 años y ha aplicado medidas de saneamiento del agua para ayudar a los desplazados.

En el campo hay peluquerías, escuelas y vendedores de comida. Niños y adultos organizan un partido de fútbol con una pelota de baloncesto. En plena agitación deportiva, una ambulancia pasa a toda velocidad por la carretera, probablemente transportando a un herido desde Siria a Turquía, pero los jugadores apenas prestan atención.

No muy lejos del improvisado campo de fútbol, unas mujeres denuncian las condiciones del campo. Las hileras de tiendas de campaña se repiten. Una señora kurda de 44 años, Saleha Mustafá, abre la cremallera de su tienda a los visitantes. Tiene una olla de sopa de lentejas que calienta con un hornillo.

Saleha Mustafá, calentando una sopa de lentejas dentro de su tienda en el campo de desplazados (© Anna Surinyach).

Saleha Mustafá, calentando una sopa de lentejas dentro de su tienda en el campo de desplazados (© Anna Surinyach).

Vinimos aquí por los bombardeos y los ataques con helicóptero. También porque soy viuda y no tengo nada. Me iré a Turquía si mis familiares quieren”, dice la viuda, que ahora depende de sus primos, instalados en tiendas vecinas.

También quiere refugiarse en el país vecino Mohamed, un sirio que prefiere que su auténtico nombre no sea revelado. “Quiero irme a Turquía con mi familia. Esto no es seguro, hay combates constantes”, explica mientras sorbe el café.

Mohamed vive desde hace tres meses en una tienda de campaña con su mujer y sus cinco hijos. Se fueron de Alepo porque los bombardeos y los ataques con misiles eran continuos y los niños tenían miedo. Tiene claro que el trauma que vive su país no es pasajero. “Lo que pasa ahora en Siria quedará grabado en la mente de los niños durante mucho tiempo”, vaticina.

 
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*Anna Surinyach (@surianna) y Agus Morales (@agusmoralespuga), periodistas de Médicos Sin Fronteras, han seguido una ruta desde Siria a Grecia para descubrir las historias de los refugiados sirios. Puedes ver su anterior post aquí: «Me siento mejor, pero no puedo caminar».

 

Guerra y “paz” en República Centroafricana

por Esperanza Santos (de la Unidad de Emergencias de Médicos Sin Fronteras, desde República Centroafricana)*

Os escribo cuando estoy a punto de terminar mi aventura centroafricana… Me vine aquí para evaluar las necesidades de la población y centros de salud en dos regiones sanitarias (Bambari y Bria) después de la toma de esa zona por los rebeldes. Cuando yo llegué era cuando se estaban acercando a la capital, Bangui, así que en vez de ir a visitar las dos regiones sanitarias, nos quedamos ahí. Dos motivos: para llegar a esas zonas había que pasar la línea divisoria entre las zonas controlados por el Gobierno y la coalición rebelde, y porque queríamos apoyar en Bangui en caso de posibles combates.

Así que nos pusimos de acuerdo con una clínica de Bangui, que llevaba sólo un mes abierta, que tenía bastante material y potencial, pero no estaba montada. Básicamente lo que hicimos fue limpiar y desinfectar el quirófano, poner en su sitio los aparatos que tenían, llevar medicamentos y material para curas al quirófano y montar una sala de emergencia y triage (circuito, material, medicamentos) por si venían bastantes heridos a la vez.

Como la cosa se calmó un poco y parecía que iban a negociar, decidimos preparar de nuevo la exploratoria a las dos regiones y dejar la clínica en manos de gente que estaban en Bangui. Nos pusimos en marcha y hemos visitado 17 centros (dos hospitales, si se les puede llamar así, tres centros de salud y 12 puestos de salud).La verdad es que la situación no es nada buena. El problema es que no era nada buena antes del conflicto y ahora además les falta personal porque algunos se han ido, y material y medicamentos porque no pueden comprarlos, no pueden desplazarse por la carretera y las farmacias están cerradas o vacías… El pillaje post-conflicto ha afectado a todos los niveles. Las carreteras están cortadas, los colegios cerrados, todas las oficinas del gobierno, las gasolineras y los bancos arrasados. Y gran parte de la población ha huido de los pueblos, y está viviendo en el campo.

Clínica móvil deMSF atendiendo a desplazados de Ndélé, RCA (© Sylvain Groulx).

Clínica móvil deMSF atendiendo a desplazados de Ndélé, RCA (© Sylvain Groulx).

Viviendo en una situación si cabe más precaria que antes, más expuestos a enfermedades y con miedo a moverse incluso hasta el puesto de salud más cercano por los continuos movimientos de grupos armados en los caminos. Y no es que los grupos armados estén siendo o hayan sido especialmente violentos contra la población civil, pero aún así puede dar miedo cruzártelos, porque muchos de ellos tienen necesidades básicas sin cubrir, y tienen armas.

Afortunadamente vinimos preparados con kits de material y medicamentos que hemos ido distribuyendo por todos los centros según sus necesidades: medicamentos básicos, principalmente para la malaria, para infecciones respiratorias, diarreas…, y material de curas y para atender partos. Se trata simplemente de un apoyo puntual: las necesidades encontradas son mucho mayores, pero tenemos que asumir también nuestras limitaciones. De poder hacerlo, sería pertinente trabajar en todos los puestos de salud y hospitales de República Centroafricana, pero no tenemos capacidad. Al menos este apoyo les puede ayudar hasta que consigan restablecer su sistema (que aunque sea precario, al menos es un sistema) y a nosotros para darnos cuenta de las necesidades sin cubrir que existen en las diferentes zonas y priorizar unas u otras cuando tengamos la capacidad.

De momento os dejo esta pequeña introducción. En los próximos posts os cuento más de República Centroafricana, espero haber despertado vuestra curiosidad…

(Continuará)

Esperanza Santos trabaja en terreno con MSF desde 2006. Es enfermera y actualmente es coordinadora en la Unidad de Emergencias. Si quieres leer otros posts de Esperanza en misiones anteriores con MSF, pincha aquí.

 

Una foto para Bembeleza

Por Agus Morales (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras)*

“Hombres armados llegaron a nuestra aldea para quemar casas y matarnos. Tuve que huir. Mis nueve hijos vivían conmigo pero ahora no sé dónde están, no sé si están vivos o no”.

Estamos en el poblado de Minova, en la ribera congolesa del lago Kivu. Ndalinyichi Muhima, una viuda de 54 años, se refugia en un edificio en construcción que acoge a decenas de personas que, como ella, han huido de la violencia. “Vine aquí sola”, cuenta Muhima, que perdió a su marido hace tres años.

Esta vivienda fue la señal de alarma para que Médicos Sin Fronteras lanzara una intervención de emergencia en Minova y en la localidad vecina de Kalungu. Nuestro equipo detectó que una avalancha de desplazados propiciada por dos conflictos diferentes estaba llegando del norte y el noroeste. A veces esto no es fácil de comprobar, porque los desplazados se integran en los núcleos de población o son acogidos por los autóctonos.

En esta zona del Congo oriental aún hay ecos del genocidio ruandés. Diferentes comunidades sufren ataques de grupos armados en las provincias de Kivu, fronterizas con Ruanda. Las fuerzas congolesas luchan también contra organizaciones armadas rebeldes. El puzzle es complejo y no solo responde a la violencia étnica sino al control por los recursos naturales y el dominio territorial.

Cosidos al exuberante paisaje de Kivu encontramos, como parches, antiguos campos de desplazados que se han convertido en asentamientos y otros nuevos que recuerdan la permanencia del conflicto. Son cicatrices que se reabren. Shamamba Katone, de 69 años, calcula que ha tenido que huir de los combates unas ocho veces a lo largo de su vida. “Vas y luego vuelves; vas y luego vuelves… Y cuando has vuelto te das cuenta de que tu casa ha sido quemada”, lamenta este congolés, a quien le cuesta recordar un periodo de paz en la región.

Pero la tragedia humana no solo responde al machete y el kaláshnikov: la falta de comida y atención médica y enfermedades como la malaria golpean a un pueblo ya maltratado por la violencia. En Kalungu, MSF intenta aliviar el sufrimiento de los desplazados. “Apoyamos un centro de atención primaria, que incluye servicios de maternidad y consultas prenatales. Referimos los casos de urgencia al hospital de Kalungu”, resume Carlos Francisco, coordinador de emergencias en esta zona.

En el hospital del pueblo, MSF paga las facturas de los pacientes: antes había ocho ingresados y ahora unos 40, lo cual revela que la gente no acude al hospital por falta de recursos. Nos guía en la visita el director del centro, Jean de la Croix; en seguida bromeamos porque se llama igual que el más conocido místico español, San Juan de la Cruz.

El doctor explica el caso de niños que han sufrido malaria o desnutrición y que gracias a la hospitalización han sobrevivido. Cuando caminamos por la maternidad, una madre que acaba de dar a luz pide una instantánea a nuestro fotógrafo, Juan Carlos Tomasi. Es una desplazada que huyó de los combates en Masisi (Kivu del Norte). “Mi hijo nació anoche, hace unas horas, y quiero una foto para enseñársela cuando sea grande”, pide Bembeleza Chiba.

El nacimiento coincide con el día del aniversario de la independencia del Congo (30 de junio). Prometemos enviar por correo electrónico la foto de este hijo de la medianoche que aún no tiene nombre. Decidimos que el intermediario será el director del hospital, porque esta es una bella misión que solo un poeta puede cumplir.

 

* Agus Morales es responsable de prensa en emergencias de MSF. En estos momentos se encuentra en República Democrática del Congo junto con el fotógrafo Juan Carlos Tomasi.

Foto: Bembeleza Chiba y su hijo, aún sin nombre, en el hospital de Kalungu (© Juan Carlos Tomasi).

“Se llevaron a mi única hija”

Testimonios de la violencia en Sudán del Sur (2ª parte): Testimonio de una paciente de 24 años que resultó herida de bala en una pierna y en la mejilla durante el ataque contra Lekwongole el 27 de diciembre de 2011.

Nuestra aldea fue una de las primeras en ser atacadas. Tres mujeres, incluida yo, escapamos corriendo con nuestro hijos: mi única hija, de 3 años, y dos de sus hijos, de 10 y 11 años. Sólo conseguimos llevarnos con nosotras agua para los niños, pero ni comida, ni ropa, nada.

Corrimos e intentamos escondernos entre la maleza cuando oímos que se acercaban. Pero escucharon a mi hija llorar y dieron con nosotras tres y los tres niños. Cogieron a mi hija y se la llevaron, y cortaron el cuello a los dos niños delante de nuestros propios ojos.

Nos dijeron a las tres que corriésemos, y a los 10 metros empezaron a dispararnos. Las otras dos mujeres resultaron muertas en el acto. Yo fui alcanzada por un disparo en la pierna y me caí. Vinieron hacia mí y me dispararon a bocajarro en la cabeza para asegurarse de que acababan conmigo y se marcharon dándome por muerta. Pero la bala me atravesó la mejilla y sobreviví.

Me arrastré hasta llegar al río para beber agua y permanecí allí sola durante siete días con mucho dolor. No sabía dónde estaba mi familia o qué había ocurrido con mi pequeña, mi única hija. Al octavo día, no podía seguir allí sola durante más tiempo así que, utilizando un palo, logré ponerme en pie y caminar durante dos horas hasta que tropecé con unos vecinos que me cuidaron durante siete días.

Me dijeron que mi madre había desaparecido. Luego me dejaron para ir a informar a mi familia sobre mi paradero. De nuevo me quedé sola durante dos días. Y de nuevo tuve que arrastrarme hasta el río para beber agua. Entonces el hermano de mi marido me encontró y me llevó a Lekwongole, donde llegamos al cabo de tres días. No podía andar, estaba muy cansada y sufría mucho dolor.

Cuando MSF a Lekwongole, se encargaron de llevarme en coche hasta Pibor. Al día siguiente supe que mi madre había muerto. Mi madre está muerta, sí. Si al menos si mi hija estuviese conmigo, me sentiría bien. Pero no estoy bien, ni siquiera sé qué ha sido de mi pequeña.

De mi familia, diez personas han muerto: cuatro mujeres y seis hombres. De la familia de mi marido, ocho más han sido asesinadas. También han raptado a uno de mis sobrinos, de 6 años de edad. Es muy doloroso porque toda mi familia ha sido asesinada. Se han llevado a mi única hija, me siento tan sola. Es tan doloroso.

Respecto al futuro, si consigo trabajo, trabajaré pero quién sabe. La gente suele quedarse atrapada aquí sin absolutamente nada.

* Testimonios recogidos por los equipos de Médicos Sin Fronteras entre los pacientes atendidos tras los ataques en Pibor y Lekwongole a finales de diciembre.

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Foto: Hospital de atención primaria de MSF en la región de Pibor (© Liang Zi)