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Semana Mundial de la Vacunación: un día en la vida de un vacunador en Malí

Por Fatou Diagne, UNICEF Malí

Adama Traoré vive en Sadiola, un pueblo de la región de Kayes, en el oeste de Malí. Lleva más de diez años trabajando como vacunador en el centro de salud comunitario.

“Cuando era joven tenía unos vecinos que eran pobres. Un día uno de los hijos enfermó de repente. Le salieron manchas rojas en el cuerpo y tenía mucha fiebre. Tenía sarampión, pero los padres no tenían dinero para llevarle al hospital ni para comprar medicamentos. Después de una semana de sufrimiento, otro vecino decidió llevarle al hospital. Tuvo suerte y se recuperó por complete, pero su hermano mayor, al que le había ocurrido lo mismo dos años antes, no tuvo tanta suerte y murió. Por eso decidí hacerme vacunador”.

Quería mejorar la salud de los niños de su comunidad: “Estamos en una zona de minas de oro, y muchas familias trabajan y viven aquí, con sus hijos completamente aislados y privados de cualquier tipo de atención”.

Adama vacunando a un niño en las minas de oro. Llega hasta allí en un peligroso viaje en moto. /©UNICEF/UN0293785/Keïta

Hoy acompañamos a Adama en su visita a los niños de las minas de oro de Massakama.

A las 7:30 de la mañana Adama deja su casa rumbo a la primera parada: el centro de salud comunitario de Sadiola. Una vez allí coge su moto y continúa hasta el centro de salud de Kobokotossou, donde recoge las vacunas. Es el centro más cercano a su destino final, Massakama. Gracias al apoyo de Canadá, UNICEF ha podido equipar este centro con un frigorífico solar para mantener las vacunas a una temperatura constante.

Hasta ahora Adama ha recorrido 60 kilómetros, pero tiene otros 50 por delante. En su moto lleva con total cuidado la caja de vacunas, el registro de vacunación y una caja de guantes. “Antes de salir me aseguro de que todo va bien sujeto y compruebo por última vez si llevo todas las vacunas básicas que pueda necesitar, porque cada vacuna puede salvar una vida infantil: tos ferina, tuberculosis, tétanos, polio, sarampión y difteria, hepatitis, diarrea, neumonía, fiebre amarilla y meningitis.

Son las 8:30 de la mañana y, bajo un sol abrasador, el termómetro se acerca a los 40 grados. Adama empieza su carrera contrarreloj para llegar a las minas de oro, vacunar al máximo número de niños posible y volver a casa antes de que anochezca. La carretera por la que debe viajar es complicada, está aislada y carece de infraestructuras. Es un viaje peligroso.

Después de conducir durante dos horas, finalmente llega a Massakama. Está agotado, pero decidido.

Las minas de oro de Massakama están cerca de la frontera con Senegal. Más de 2.000 personas, incluidas familias con niños, viven aquí. No hay escuela ni centros de salud. Sin ninguna otra opción, muchos de los niños trabajan, privados de sus derechos a protección, educación, supervivencia y desarrollo.

Mariam*, de 14 años, lleva trabajando cinco años en las minas de oro. Nunca ha ido al colegio. “Quiero irme de aquí, estoy cansada. Sueño con ir a la escuela como mis amigos”.

En cuanto Adama llega con su moto, madres y niños se acercan corriendo a él.

“Empecé a trabajar y nunca pude llevar a mi hijo a vacunar”, cuenta la madre de un bebé de 6 meses. “He oído que ha habido casos de sarampión entre adolescentes en Senegal. Si no vacuno a mi hijo podría coger la enfermedad y morir”.

Por cada niño vacunado, Adama apunta información en su registro. Una vez que se queda sin vacunas, toma nota de los niños que necesitarán dosis en su próxima visita.

A las 2 de la tarde dice a los padres que volverá la siguiente semana. Coloca todo de nuevo en la moto para volver a Sadiola antes de que oscurezca.

Adama hace un trabajo increíble”, cuenta el jefe de la villa de Massakama. “Aquí, los padres pasan sus días buscando oro y terminan muy tarde. Sin este sistema de vacunación móvil, la mayoría de ellos no podrían vacunar a sus hijos”.

UNICEF y aliados como Gavi están apoyando al Ministerio de Sanidad para llevar vacunas directamente a los niños más aislados y vulnerables. En la región de Kayes, solo el 41% de los niños recibe todas las vacunas que necesita para mantenerse sanos”.

*Nombre y edad cambiados

Siria, también en guerra contra las enfermedades crónicas

Por Vanessa Cramond, Médicos Sin Fronteras, desde Siria. 

La falta de acceso a tratamientos y material sanitario complica la vida de los enfermos crónicos en Siria

Estoy apoyada en el extremo de la cama de Aisha, una niña de ocho años. Padece talasemia beta mayor, el tipo de trastorno sanguíneo más grave y potencialmente mortal de la talasemia. Aisha está a medio camino de completar su primera unidad de sangre diaria. Su pequeño cuerpo es frágil, está amarillento a causa de la ictericia y presenta un abdomen grande, tirante e hinchado. Aisha está acurrucada en el colchón y tiene una hermosa sonrisa.

En el laboratorio de un hospital de MSF en Siria se pueden hacer diagnósticos básicos, así como las pruebas para que opere un pequeño banco de sangre. © Robin Meldrum/MSF

La familia de la pequeña tuvo que enfrentarse a muchos peligros para darle los cuidados que necesita. Pese a haber huido de la ciudad de Raqqa el mes pasado, han logrado encontrar la manera para que Aisha reciba regularmente transfusiones sanguíneas. Lo consiguen gracias a las donaciones de los miembros de la familia, que también se encargan de comprar y encontrar los suministros médicos y artículos de laboratorios necesarios, así como las clínicas donde poder llevar a cabo este proceso.

Cuando trabajaba en Siria, a finales de 2013, sabíamos que había muchos menores y jóvenes en el norte del país con talasemia que tenían dificultades para acceder a los servicios sanitarios para recibir sus transfusiones de sangre de forma regular. Médicos Sin Fronteras (MSF) tenía planes de intervenir ofreciendo un programa médico para que estos niños tuvieran la atención que necesitaban. Sin embargo, la creciente gravedad del conflicto  y la falta de seguridad relegaron al equipo de MSF en Siria a la periferia. Pacientes como Aisha, que vive con la enfermedad, esperan a que podamos volver a tener acceso a la población.

La talasemia es un conjunto de trastornos relacionados con la sangre que afectan al paciente de forma leve o grave. Los que se ven más perjudicados sufren malformaciones en sus glóbulos rojos, que los hacen menos eficaces para transportar el oxígeno por el cuerpo. Esta complicación provoca anemia de por vida. En Siria, se calcula que el 5% de la población tiene talasemia o padece algunos de sus síntomas.

Un enfermero comprueba el suero sanguíneo de un paciente en una clínica al este de Alepo. © KARAM ALMASRI

La pequeña Aisha es completamente dependiente de la generosidad de su familia en forma de hemoglobina, elemento rico en hierro. Precisamente es el exceso de hierro, o más bien la falta de control de sus niveles en sangre, lo que pone en peligro a la pequeña. Sin los pertinentes análisis regulares y la medicación regular, el hierro se acumula de forma preocupante, provocando un daño inmenso a sus órganos internos (corazón, riñones o hígado), viéndose amenazada su vida. Aisha necesita urgentemente tomar sus medicamentos (quelantes) para que la sangre que recibe no la cure y la mate al mismo tiempo. Hace tres años que no los toma. Sus padres me cuentan lo complicado y caro que está siendo conseguir y dar estas medicinas.

Su pequeño cuerpo, aún sin haberle hecho los análisis, me dice que Aisha tiene insuficiencia renal.

 

Enfermedades crónicas y olvidadas

Las enfermedades crónicas como la talasemia son prácticamente invisibles en la guerra. Envuelto en un caos que dura ya seis años, el sistema de salud se desmonora y es disfuncional e incapaz de cuidar a la gente como hacía antes del conflicto. Hemos visto cómo han reaparecido enfermedades poco comunes, como la poliomielitis, el sarampión, la tosferina y la hepatitis A. Las crecientes dificultades de acceso a la atención primaria, secundaria y especializada han tenido como resultado el aumento de las discapacidades, la morbilidad y la mortalidad. Además, muchos hospitales han sido abandonados y dañados por los combates y el personal médico hace tiempo que se ha ido. Las consecuencias indirectas de esta guerra sobre la salud de la población son incalculables y se dejarán sentir durante décadas.

MSF proporciona programas de vacunación para niños llegados de Raqqa y de ciudades de alrededor. © MSF

Menores como Aisha, que requieren una atención médica regular y especializada, han sido olvidados. Me desespera la situación de estos pequeños, porque su corta vida se ha visto más reducida aún por culpa de esta sangrienta guerra. Un conflicto que les ha privado de una vida llena de transfusiones de sangre y quelaciones, que les habría permitido ir a la escuela y tener energía y fuerza para jugar con sus amigos.

El panorama actual nos deja ante una situación desalentadora. Para reanudar la quelación para pacientes como Aisha, se requieren más recursos en laboratorios, además de medicamentos, suministros y personal médico capacitado. Nunca antes hemos tenido que poner en marcha este tipo de tratamiento, y mucho menos en el marco de un conflicto. La quelación puede implicar largas perfusiones diarias de medicamentos, que normalmente se hacen por las noches a cargo de enfermeros o familiares. Este mecanismo para alargar la vida de los pacientes debe llevarse a cabo a diario para que las familias puedan considerarlo un mecanismo fiable. Tenemos que conseguir un tratamiento de este tipo para Aisha y los cientos de niños que se encuentran en su misma situación.

Anoche escuché un avión de guerra. Me pregunto si podemos prometer a estas personas, que nos necesitan, que nos quedaremos a su lado. El sonido de los reactores se me antoja como un claro recordatorio de la incertidumbre de este conflicto y su capacidad para interferir en el derecho de recibir atención médica.

La familia de Aisha me cuenta qué ha sido de ellos desde que abandonaron Raqqa. Saben lo frágil que es la vida. Puse mi mano en el hombro de la madre de Aisha e intercambiamos una mirada. Sabe lo mal que está su hija y lo valioso que es cada día que pasa con ella.

Sé que es posible que no podamos prolongar más la vida de Aisha. Llegamos tarde, quizás demasiado. Pero intentaremos y trataremos de ayudar a tantos otros niños y niñas que se enfrentan a su misma situación.

Mientras tanto, la sonrisa de Aisha me llena la mirada cuando le hago cosquillas en el pie y jugamos a ser vampiros.

 

*Los nombres y los detalles de este artículo han sido cambiados.

La visita del ‘suluby’

Por Ana de la Osada. Minova (R.D. Congo)
Referente médico de la campaña de vacunación de Minova


A finales de septiembre el suluby llegó a Karango, un pueblo de la región de Minova encaramado en las montañas que rodean el lago Kivu, en el este de la República Democrática del Congo (RDC).

El suluby, más conocido para nosotros como sarampión, bajó a Karango, siguiendo la ruta que baja desde los llamados Hauts Plateaux, la zona más alta del lugar. Aprovechó la pobre cobertura de vacunación que caracteriza esta zona del país para instalarse cómodamente y atacar, cómo no, a los más vulnerables. A principios de octubre, el visitante se cobró en una semana la vida de cuatro niños del pueblo, todos ellos menores de 5 años.

Campaña de vacunación en Minova.República Democrática del Congo. Fotografía  de la Osada / MSF
Campaña de vacunación en Minova.República Democrática del Congo. Fotografía de Ana de la Osada / MSF

Miembros del equipo de urgencia de MSF España en la provincia de Kivu del Sur (RUSK) nos desplazamos al lugar para responder a la epidemia que empezaba a extenderse por el litoral de Minova. El suluby no se había conformado con Karango y ya había aparecido en otros pueblos cercanos, como Ruhunde y Nyamasasa.

Nuestro objetivo era claro: hacerle frente. Era necesaria una vacunación masiva, pero a la vez había que asegurarse de que la población afectada por la epidemia tuviera acceso gratuito a los centros de salud y el hospital para prevenir y frenar las complicaciones que puede provocar el virus del sarampión. Se hicieron donaciones de medicamentos, se apoyó a los equipos de los centros sanitarios se estableció un sistema para referir los casos graves al hospital.

La diferencia entre la vida o la muerte para un pequeño con sarampión puede ser tan sencilla como que su madre tenga o no dinero para pagar la consulta y el tratamiento médico. En la mayoría de los centros sanitarios de esta zona el acceso a la salud no es gratuito y desgraciadamente no está al alcance de todos.

El primer día que fuimos a Karango nos acercamos al centro de salud para hablar con el equipo. Era sábado, día de consulta prenatal, y aprovechamos para hablar con las mamás que esperaban turno. Cuando les explicamos que se iba a organizar una campaña de vacunación masiva y que el tratamiento sería gratuito empezaron a aplaudirnos. Una madre nos explicó que había perdido a dos de sus tres hijos, los más pequeños. La falta de medios económicos le impidió llevarlos al centro de salud y murieron en casa sin que ella pudiera hacer nada por impedirlo. El suluby no tiene piedad de los que tienen menos recursos.
A finales de octubre empezamos a recorrer todo el litoral del lago en la zona Minova para asegurar el tratamiento gratuito de casos y animar a la comunidad para que participara en la campaña de vacunación, dirigida a todos los niños entre 6 meses y 15 años. El primero de diciembre se dio el pistoletazo de salida: comenzó la campaña con el objetivo de inmunizar a unos 75.000 niños durante algo más de dos semanas. Una buena cobertura de vacunación es la mejor arma contra la expansión del sarampión. Eso es precisamente lo que tenemos que conseguir.

Durante la primera mañana, aun con el sol saliendo, pensaba mientras subíamos hacia Karango en todas esas madres con las que habíamos hablado y de todos los niños de ese pueblo que habían recibido la visita del suluby, con mejor o peor suerte. Durante los tres primeros días vacunamos todo el área de Karango: un total de 5.200 niños. No fue nada fácil mantener el orden en los puntos de vacunación, pero las mamás tenían muy claro su objetivo y aguantaron de pie varias horas, algunas desde las 6 de la mañana, ansiosas por ver como sus hijos recibían la protección.

 

Un niño es vacunado contra el sarampión en Karango, en la región de Minova. República Democrática del Congo. Fotografía Ana de la Osada / MSF
Un niño es vacunado contra el sarampión en Karango, en la región de Minova. República Democrática del Congo. Fotografía Ana de la Osada / MSF

 Mientras escribo esta historia hemos pasado el ecuador de la campaña. 66.250 niños han sido vacunados y aún nos quedan varios días de trabajo intenso. El cansancio se hace notar y cada madrugón pesa, pero ahí seguimos. Calculamos que al final de la campaña cubriremos con creces el objetivo, llegaremos a vacunar a unos 100.000 niños.

 El suluby ya empieza a sentirse incómodo en la zona del litoral de Minova.


En las dos primeras semanas de diciembre, un equipo de MSF realizó una campaña de vacunación contra el sarampión en el área de Minova (provincia de Kivu del Sur, en el este de la República Democrática del Congo) en la que fueron inmunizados 90.887 niños y jóvenes de entre 6 meses y 15 años, un 20 % más de los previstos inicialmente.

 El sarampión puede ser mortal en los niños si no se trata, pero es muy fácil de evitar mediante la vacunación. Desde hace décadas, el país ha sufrido epidemias de sarampión con un resurgimiento importante de la enfermedad desde el año 2010. Un estudio realizado por Epicentre, el centro de investigación epidemiológica de MSF, indica que entre 2010 y 2013 se registraron en el país casi 300.000 casos y que algo más de 5.000 pacientes (1,7% del total) fallecieron. Según el informe, el número de casos descendió más de un 20% tras las primeras campañas de vacunación.

 

 

 

 

Somalia: “Aquí los niños por un sarampión pueden morir, quedar sordos o ciegos”

Por Athanas Makundi desde Hudur, UNICEF Somalia.

Las vacunas evitan entre 2 y 3 millones de muertes de niños cada año por enfermedades como difteria, tétanos, tos ferina y sarampión. Somalia es un claro ejemplo de cómo una vacuna puede salvar o cambiar una vida.

Habiba Mohamed Ahmed ha caminado más de 7 kilómetros para llegar a la clínica de salud materno-infantil en Hudur, la capital de la región de Bakool, al suroeste de Somalia. Mientras caminaba trataba de proteger del calor abrasador a su bebé enfermo. Aun así, Suleeqa Mohamed, de 7 meses, llega deshidratada y muy débil al centro.

Hamza esperando ser vacunado.

Hamza esperando ser vacunado.

Está muy pálida, respira con mucha dificultad, y tiene una erupción irregular en la cara. «Mi niña está enferma. No sé qué le pasa», Habiba explica apenas sin voz tras el agotamiento de la caminata desde su pueblo. «Durante diez días, ha tenido fiebre muy alta, ha estada enferma con diarrea, luego le aparecieron manchas en la carita y se le extendieron por todas partes.»

Tras un rápido examen, el doctor de la clínica, Abdullahi Abdul, enseguida sospecha que Suleeqa tiene el sarampión, la misma enfermedad que ha afectado a unos 7.000 niños somalíes este año.

La ciudad de Hudur fue controlada por grupos armados durante un año, hasta el pasado mes de marzo, y la clínica se cerró. Muchas familias quedaron aisladas y sin ayuda. Con las carreteras para llegar a muchos pueblos aún bloqueadas, algunos aviones de agencias internacionales como UNICEF son los únicos que han podido entregar suministros esenciales a las áreas más necesitadas.

«Ahora que por fin tenemos las vacunas, vamos a empezar una campaña yendo puerta en puerta para que todas las familias sepan que deben llevar a sus hijos al centro de salud para ser vacunados», explica Abdul. «También vamos a pedir a las madres que lleven a los niños para poder detectar si sufren desnutrición, ya que afortunadamente también nos ha llegado la pasta de cacahuete».

Mientras descargamos los suministros de emergencia nos volvemos a encontrar con Habiba y su bebé.

Llega el avión con suministros al aeropuerto de Aden Adde en Mogadiscio, Somalia

Llega el avión con suministros al aeropuerto de Aden Adde en Mogadiscio, Somalia

«Por suerte, su sistema inmunológico ha estado luchando contra la infección», señala Abdul. «Es por eso que ha sobrevivido. De lo contrario, en los casos graves de sarampión, el niño puede morir o se pueden quedar sordos o ciegos«.

Es lo que le pasó a Aden Mohamed con su hijo mediano. Hoy ha traído a su bebé de 9 meses, Hamza Hussein, para que le vacunen contra el sarampión. Será el primero de la familia que reciba una vacuna.

«Teníamos miedo a salir de casa a causa de los combates armados. Sabía que mis hijos estaban enfermos pero estaba aterrorizada«, susurra Aden bajito mientras mira a su alrededor para ver si alguien nos está escuchando. «Cuatro de mis hijos contrajeron el sarampión porque no había servicios de salud cerca, por lo que no pudieron ser inmunizados.»

«El sarampión es una de las principales enfermedades mortales para los niños, especialmente aquellos que son menores de cinco años«, explica Abdinor Hussein, jefe de Salud de UNICEF en Somalia.

La situación de seguridad está mejorando, y esperamos que esto allanará el camino para poder hacer llegar más asistencia. Vemos progresos. Los niños están siendo tratados y las madres reciben atención, pero las necesidades aún son muchas.

Con medidas tan sencillas como una nutrición adecuada y vacunas podemos lograr que ningún niño muera por causas evitables

 

Centro de vacunación de Hudur.

Centro de vacunación de Hudur.

* FOTOS: UNICEF Somalia/2014/Makundi

Memorias del RUSK. Parte I: golpes al hígado.

Por J. Mas Campos, coordinador de emergencias de MSF en Kivu Sur, República Democrática del Congo

Hace mucho tiempo que no daba señales de vida, desde el brote de ébola. Disculpen, fueron tiempos azorados, frenéticos, preñados de aprendizaje, rabia y coraje. O eso, o que el trabajo me volvió algo introvertido.

Tómense estos posts como repaso y despedida. He pasado los últimos 10 meses embarcándome en toda clase de emergencias en la República Democrática del Congo, más concretamente en la provincia de Kivu Sur. Las siglas del equipo son RUSK, Réponse d’Urgence Sud Kivu, una reducida unidad de respuesta rápida formada por expatriados y congoleños bien avenidos, que viaja ligera, trabaja rápido y se acompasa armoniosa como un acordeón (insha’allah) en los momentos de trabajo de mayor sobrecarga.

Estos 10 meses requieren, de la parte de un amnésico como yo, una cronología de efemérides que pretenda ser mi particular cuaderno de bitácora para no perder memoria de cuanto acaeció en este interregno. Intentémoslo, pero ya les aviso que será largo y vendrá por partes:

Septiembre de 2012. Hace calor y fumo demasiado. La encomienda de las emergencias debuta a lo grande con una de las más terribles fiebres que existen en el mundo, las hemorrágicas del Ébola en Isiro, Provincia Oriental de Congo. Si lo recuerdan, ya desacralicé su aura demoníaca en otra historia “novelada”.

Equipos de MSF durante una intervención de emergencia para atender a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

Equipos de MSF durante una intervención de emergencia para atender a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

Octubre, sudor y entrenamiento: aterrizo en el RUSK y comienzo un aprendizaje exhaustivo para prepararme como emergencista. Como peso pluma que soy en esto, encajo los primeros golpes en el hígado al enfrentar las turbulencias propias de cada comienzo: los puentes se quiebran a nuestro paso, las carreteras se hunden… qué diablos, nadie dijo que fuera a ser fácil. Pero apretamos los dientes y nos decimos, como en el poema de Kipling: músculos, ¡resistid!

En noviembre repican marciales las marchas bélicas en la lejanía: estamos al quite en todo el feo embrollo del grupo insurrecto M–23, cuando la ciudad de Goma cae ante sus legiones en poco más de tres días. Al sentarse los grandes generales a negociar, finalmente la guerra no llega a desatarse. El equipo médico del RUSK colabora en la “re-apertura” del proyecto de Minova tras su evacuación. Aliviados por la incruencia y la benignidad del desenlace (si bien, momentáneo), deponemos los escudos, pero proseguimos la guardia.

Diciembre y enero nos deparan la oportunidad de emprender una acción preventiva contra una epidemia de sarampión que ya había contagiado a más de 700 niños en una inestable y volátil zona del Kivu Sur, Bunyakiri. Luego de asegurarnos de que a los niños ya enfermos se les dispensa el tratamiento adecuado, durante 6 semanas recorremos largas distancias en coche, en motocicleta y a puro pie por parajes de selva, montañas y barro.

Tenemos la inmensa buenaventura de conocer paisajes de una exuberancia y belleza tales, que a veces me pregunto quién es el verdadero beneficiario de este trabajo: son increíbles los hallazgos que, sin buscarlos, puedes encontrarte… los hay que pagarían fortunas con tal de presenciar tales portentos.

Al cabo de las Navidades, y a pesar de las vacaciones y sus colegios cerrados, en contra de las grandes distancias que las madres y los niños deben recorrer para acceder a los sitios de vacunación de MSF, pese a la lluvia torrencial o al calor tempestuoso, y, sobre todo, a despecho de la violencia y las armas que dejan pendiendo de un hilo el devenir cotidiano de la existencia en este selvático rincón, exuberante de vegetación y ríos, azotado cíclicamente por violencias y masacres, hemos vacunado a más de 65.000 niños, acabando afortunadamente con la epidemia.

(Continuará)

Si quieres leer otros posts de J. Mas Campos desde RDCongo, pincha aquí.

 

Médicos somalíes: Dr. Faiza Adam Abdirahman

por Faiza Adam Abdirahman (Somalia)

Soy el doctor Faiza Adam Abdirahman. Trabajo en la sección pediátrica del Hospital Istarlin, en el que Médicos Sin Fronteras trabaja en Guri El, en la región somalí de Galgadud. Trabajo en esta sección desde hace más de un año. Antes trabajaba en los servicios generales, pasando consulta a pacientes de todo tipo.

Las cosas están mucho más tranquilas que el año pasado. Las lluvias llegaron tarde, y cuando por fin ocurrió, agricultores y pastores volvieron a sus vidas normales. Pero las lluvias también trajeron brotes de sarampión y malaria. Los pasados diciembre y enero recibimos tantos pacientes que desbordaron nuestra capacidad en el hospital.

En el área pediátrica, tenemos 30 camas, y estábamos recibiendo a unos 160 enfermos de malaria a la semana, muchos de ellos en estado grave. La mayor parte de los pacientes eran niños de entre 1 y 5 años de edad, y ya estaban debilitados y desnutridos antes de enfermar de sarampión. Algunos también tenían neumonía.

Los pacientes suelen vivir lejos y tienen que recorrer largas distancias para llegar al hospital, y el mal estado en que están las carreteras no ayuda a que lleguen a tiempo. Les pusimos el tratamiento adecuado, y les dimos vitamina A e hicimos trasfusiones de sangre a quienes las necesitaban. Fue una situación de emergencia.

Ahora la situación ha mejorado, y estamos tratando a unos siete pacientes de sarampión a la semana. Esperamos poder llegar a cero muy pronto. Hemos estado organizando campañas de vacunación en el distrito de Guri El y en aldeas de los alrededores, a las que acudimos para vacunar a los niños. Hace ya algún tiempo que lo hacemos y esperamos ver los resultados en el futuro si se produce un nuevo brote epidémico.

Tenemos la esperanza de ir más lejos, de llegar a vacunar a todos los niños en Somalia. Sé que la situación de mi país no es la ideal, pero sería fantástico que pudiéramos vacunar antes de que se produzcan las epidemias. Podríamos salvar muchas más vidas.

Más testimonios de médicos somalíes en próximos posts.

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Foto 1: Madres con sus hijos esperando a consulta en el hospital de Guri El (© Peter Casaer, octubre de 2011).

Foto 2: Debido a la saturación del hospital de Guri El a finales de 2011, tuvieron que instalarse cinco tiendas en el exterior para ingresar a más pacientes: dos de ellas estaban destinadas a pacientes con diarrea y las otras tres a pacientes con sarampión (© Peter Casaer, octubre de 2011).

Para terminar, Senga y Espoir

Por Amos Hercz (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras)

Mi misión en Congo ha llegado a su fin, y escribo esta última entrega con el corazón en un puño. Un compañero y amigo, así como un conductor de MSF, resultaron heridos recientemente en un incidente violento. Hombres armados pararon el coche de la organización, cuando circulaba a plena luz del día por una carretera con bastante tráfico. Les dispararon. Ambos se recuperaron de sus heridas y están bien.

Nuestro proyecto acababa de terminar la vacunación contra el sarampión de la que os he estado informando en el blog, que llegó a más de 110.000 niños en los distritos sanitarios de Lemera y Ruzizi. Otras intervenciones de MSF siguen en marcha, pero, a la luz de los acontecimientos, el futuro es incierto.

Pero volviendo a la vacunación, ahora recuerdo algunos casos concretos. A veces recibíamos llamadas del personal de enfermería para avisarnos de la llegada al punto de vacunación de algún niño especialmente enfermo. Una de ellas, llamémosla Senga, era pequeña, estaba por debajo de su peso normal, y padecía la fiebre y la respiración acelerada típicas de la neumonía severa.

Para cuando llegué desde la base, había llegado otro pequeño en las mismas condiciones, y pronto nos llegó un tercero. En Congo, las madres me parecen mucho más tranquilas que las de mi país. La madre de Senga se afanaba en consolar a su pequeña y tenerla cerca, y a mí me sonreía con respeto, pero aparte de eso, apenas se hacía notar. La niña no opuso demasiada resistencia a mi examen médico, señal inequívoca de su gravedad.

Debido a su estado, nos llevamos en el todoterreno a Senga y otro de los niños, al que llamaremos Espoir, junto con sus madres, a un centro de salud más grande. El sonido de sus respiraciones aceleradas a mi espalda me mantuvo en tensión durante todo el trayecto: 90 minutos de baches en la carretera. Llegué a dudar de que la perfusión intravenosa con antibióticos que les habíamos puesto para el trayecto no se terminara antes de llegar.

Las dos madres se pasaron el trayecto hablando como si se conocieran de toda la vida. Después, me dijeron que esto es algo muy típico aquí. En Canadá esto no ocurre: los padres de un niño enfermo son más extrovertidos en su sufrimiento cuando el niño está vivo, y habitualmente aceptan su muerte con resignación, mientras que en Congo, son las vicisitudes de la enfermedad las que se llevan con calma, incluso con aceptación, mientras que es la muerte la que suscita la expresión pública del dolor.

Especulo con las razones de este comportamiento, y no consigo decidir si esto procede del fatalismo, de la ignorancia, del realismo, de la fe, o de alguna otra filosofía. Mis reflexiones no me llevan demasiado lejos…

Senga sobrevivió, Espoir murió. En el hospital de referencia, la madre de este último reconoció haber acudido primero a un curandero, que el día anterior les había dado ciertas medicinas. Todo indica que el niño aspiró también parte del preparado, y que eso le causó una inflamación de los pulmones de la que no llegó a recuperarse.

En Canadá, les habría puesto a ambos en ventilación mecánica, para ayudarles a respirar, pero en Congo no hay este tipo de aparatos. Dejé el hospital resignado, y no volví a ver a Espoir.

Senga luchó durante días. Me pasaba a verla con regularidad, y cuando ya fue evidente que saldría adelante, ese día su madre me dedicó una amplia sonrisa que, por encima de las diferencias culturales, entendí a la perfección.

Hasta la próxima,

Amos.

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Fotos: Vacunación contra el sarampión, campaña de MSF en Lemera y Ruzizi, República Democrática del Congo (© Amos Hercz)

Planificación vs. realidad: de censos y embarazos

Por Amos Hercz (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras

Sobre el papel, la campaña de vacunación contra el sarampión estaba planificada al detalle, pero en la República Democrática del Congo, la vida real siempre se interpone. Esta región es conocida por los grandes desplazamientos de población ocurridos en el pasado reciente. Las estadísticas demográficas son a menudo incorrectas.

En algunos de los emplazamientos de vacunación, la población real podía hasta duplicar a la oficialmente censada, mientras que en otros nos encontrábamos con la mitad de la población esperada. Así que tenemos que estar preparados para adaptarnos continuamente.

La contraindicación más importante de la vacuna contra el sarampión es el embarazo: es peligroso para el feto. Sólo vacunamos hasta la edad de 15 años, pero nos preocupaba encontrarnos con chicas de ese grupo de edad que estuvieran embarazadas. Así que tuvimos que estudiar la forma de advertir esta contraindicación en la campaña de información que siempre precede a una vacunación.

Estas comunidades no cuentan con radio o periódicos, así que una campaña de «publicidad», por lo general, consiste en un trabajador comunitario de salud con un megáfono en plena calle. Nuestro personal local estaba en contra de avisar de esta contraindicación, y de hecho tenían sus razones.

Nos llevó casi una hora definir el mensaje. Si decíamos abiertamente que las chicas embarazadas no debían acudir, cualquiera que se quedara en casa sería “sospechosa” de estar encinta. Y una chica que estuviera embarazada pero no lo hubiera contado, seguramente se vería obligada a acudir a la vacunación de todas formas, por miedo a ponerse en evidencia. Y luego estaba la posibilidad de que chicas que no quisieran, simplemente, sufrir el pinchazo que supone la vacuna, adujeran estar embarazadas para no venir.

Finalmente, decidimos que el personal de registro preguntaría con el mayor tacto posible a todas las chicas en edad fértil que llegaran si había alguna posibilidad de que estuvieran embarazadas. De esta forma, cualquier chica que lo estuviera, podría simplemente seguir el circuito y pasar discretamente de largo por delante del vacunador en su camino hacia la salida.

Durante la campaña de vacunación, también llevamos a cabo la detección de casos de desnutrición, y la distribución de suplementos de vitamina A: la deficiencia de esta vitamina es causa de una gran parte de la mortalidad por sarampión, y aportar suplementos puede reducirla en hasta un 50%. Esta región es verde y fértil, por todas partes hay tierras cultivables. No hay hambruna, así que es doloroso encontrar niños con desnutrición.

Durante la campaña, me desplacé a todos los centros de salud local para ver a los pacientes que ya pudieran haber contraído el sarampión. MSF distribuye kits médicos al personal sanitario local con el fin de que ellos mismos puedan responder a estos casos. Mi trabajo consiste en comprobar que hacen buen uso de estos suministros, y en respaldarles con formación en protocolos y prácticas de tratamiento cuando es necesario.

Los protocolos que utilizamos han sido desarrollados por nuestros especialistas médicos. Donde es apropiado, se basan en las guías y recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), e incorporan los conocimientos que emanan de la larga experiencia de MSF en terreno. Son tan actualizados y sencillos como sea posible.

Este tipo de documentos (y los hay de muchos tipos, para logística, para manejo de casos, para vacunación, etc.) son realmente valiosos. MSF consume importantes recursos para generarlos y estandarizar y mejorar el trabajo en terreno. A menudo se critica a las ONG por gastos de corte administrativo: parte del mismo sin duda se dedica a la elaboración de estas guías profesionales. Sentado aquí, en el terreno, valoro cada céntimo que se ha gastado en ellos.

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Foto superior: Trabajador comunitario de MSF informando de la campaña de vacunación contra el sarampión en Lubumbashi, RDC (© Gwenn Dubourthoumieu)

Foto inferior: Medición del perímetro mesobraquial de un niño durante la campaña de vacunación en Congo, mediante un «brazalete MUAC», para evaluar su estado de desnutrición (© Amos Hercz)

Una corta historia sobre violencia sexual y cosas que podrían estar cambiando

Por Amos Hercz (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras)

 

Luvungi es uno de los centros de salud a los que regreso a menudo para ver a pacientes con sarampión. Su personal está compuesto por enfermeros congoleños y unas pocas monjas italianas. Uno de los días hasta me ofrecieron un café “expresso”; estaba fresco, muy sabroso, sin una pizca de sabor amargo. No había tomado ni un solo café desde mi llegada desde Canadá. ¡Estos pequeños lujos pueden suponer un gran placer!

Pero volvamos Lemera, donde está nuestra base. Tuvimos que utilizar las cortinas que encontramos en la casa a modo de división para conseguir más espacios y separar los dedicados a trabajo y almacenaje de las “habitaciones” para vivir. En lo que había sido el salón colocamos siete grandes congeladores médicos; al menos uno de ellos se carga y descarga constantemente de vacunas durante las horas en que estamos en casa.

El tintineo de plástico congelado es omnipresente. Los congeladores se abren lo menos posible, para mantener la temperatura estable. Ni siquiera metemos ahí el agua para nuestro propio consumo, tema que me viene a la cabeza cada vez que pego un trago de agua caliente.

 Pocos días después de mi fantástico “expresso”, recibí una preocupante llamada desde Luvungi a las seis y media de la mañana. Estaba en pie desde las cinco, preparando otra jornada de vacunación. El supervisor en Luvungi me explicó frenéticamente que habían sido asaltados por la noche, que tres hombres habían escalado la el muro exterior del recinto con una escalera, mientras obligaban al guarda a guardar silencio a punta de pistola.

Una vez dentro, inmovilizaron también a los enfermeros que estaban de guardia y las monjas, les robaron, y les encerraron en una habitación. Luego se fueron a las salas de hospitalización, donde robaron también a los pacientes ingresados, e incluso violaron a una mujer.

Me desplacé a Luvungi esa misma mañana. Las hermanas aguantaban el tipo con fortaleza, aunque estaban muy afectadas. La mujer que había sido violada recibió atención médica inmediata, incluyendo la profilaxis post-exposición para evitar infecciones de transmisión sexual.

Nos imaginábamos que querría permanecer en el anonimato, pero de hecho decidió denunciarlo a la policía. Esto es muy inusual en Congo: podría ser la señal de que estamos acercándonos a un punto de inflexión en el historial de violencia sexual en este país.

Estando aquí, recibí una segunda señal, durante la fervorosa celebración del Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo. Hubo manifestaciones en las calles, y muchos discursos. Por la tarde, uno de nuestros compañeros congoleños nos invitó a algunos de nosotros a ver las festividades.

La celebración se había trasladado a una especie de club de reuniones, donde había mujeres de todas las edades, la mayoría agrupadas según los colores de sus vestidos. Todo el mundo estaba bailando. Yo me uní a la fiesta, en apoyo de aquellas muestras de solidaridad femenina que habíamos vivido durante todo el día. Me contaron que hace tres o cuatro años no había nada de esto.

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Fotos: Personal congoleño durante la campaña de vacunación contra el sarampión (© Amos Hercz)

Vacunando contra el sarampión en Congo

Por Amos Hercz (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras)

Hola de nuevo. Algunos quizás recordéis que ya estuve escribiendo en este blog desde Haití. Mi nombre es Amos Hercz, soy médico, canadiense, y ahora trabajo con MSF en la República Democrática del Congo.

Nunca antes había estado en África. Me sorprendió darme cuenta de que ya conocía a mucha gente en el equipo cuando llegué al proyecto: muchos habíamos coincidido precisamente en Haití durante la epidemia de cólera. Ahora estamos en Kivu Sur para tratar el sarampión.

En mi país nadie piensa mucho en el sarampión, es una fiebre infantil benigna. Y es rara. Gracias a la eficacia de los programas de vacunación, lo habitual en Norteamérica es registrar menos de 100 casos al año. En África, sin embargo, la desnutrición, la carencia de vitaminas y la falta de acceso a la atención médica han hecho que esta enfermedad sea, en niños, la causa número uno de muerte prevenible por vacunación.

El sarampión deja el sistema inmunitario temporalmente débil y vulnerable a infecciones secundarias. La Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que, incluso contando con el mejor de los cuidados, la tasa de mortalidad por sarampión en los países en desarrollo es de un 5%, es decir, 1 de cada 20 niños. Se suele decir que una de las pérdidas más catastróficas que alguien puede sufrir es la muerte de uno de sus hijos. En Congo, son pocas las familias que no han perdido al menos a uno.

 La logística de la vacunación es un quebradero de cabeza… para que funcione, la vacuna necesita mantenerse congelada o refrigerada desde el mismo momento en que es fabricada hasta que es inyectada. Asegurar la refrigeración durante el almacenamiento y transporte atravesando múltiples fronteras africanas es muy difícil.

A eso hay que añadir redes eléctricas que no funcionan, generadores que no pueden mantenerse activos continuamente; refrigeradores que no son fiables, temperaturas que aumentan durante el día, y un sol ecuatorial cerca del equinoccio. Todos estos retos están relacionados con lo que se llama “cadena de frío”: y si hay un solo fallo en la cadena, la vacuna no funcionará.

Establecemos nuestra base en Lemera, en Kivu Sur, para iniciar la vacunación. Las doce personas del equipo nos hacinamos en una casa de dos habitaciones y un baño. No hay muebles en la sala principal, por lo que la llenamos con refrigeradores médicos de la mejor calidad. Los cables, tan gruesos como mi dedo pulgar, serpentean a lo largo de la habitación hasta el panel eléctrico. Tuvimos que volver a cablear toda la casa para poder usar la corriente eléctrica.

 El día en que llegamos, organizarlo todo nos llevó casi hasta la medianoche. Todos los días, nos levantamos a las 5. Yo pensaba que, con tanta gente, habría mucho caos para usar el baño, por ejemplo, pero la verdad es que nos turnamos con una coordinación de lo más tranquila. En media hora, la mayoría estamos ya en el patio colindante donde están almacenados nuestros equipamientos y aparcados los vehículos.

Falta una hora para que amanezca y el aire es todavía fresco. Con el primer rayo de luz, después del frenesí de la organización, se cargan los todoterrenos y diez equipos de vacunación salen al camino.

Uno de nuestros enfermeros participó recientemente en una campaña de vacunación contra la gripe en Canadá. Me contaba que si su equipo de vacunadores podía cubrir una escuela con 180 niños en un día, lo consideraban un logro importante; en esta intervención, cada vacunador, usando jeringas preparadas con antelación por dos asistentes, puede vacunar entre 175 y 240 personas por hora, o entre 1.050 y 1.440 en una jornada diaria de seis horas.

Para romper el ciclo de una epidemia, necesitamos vacunar a más del 90% de la población propensa. En nuestra región, esta cifra asciende a 133.000 niños…

 (Continuará)

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Fotos: Campaña de vacunación de MSF en Kivur Sur, RDC. Marzo de 2011 (© Amos Hercz)