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Notas desde el Congo (y V) Asante Sana

Por Ida Moberg, doctora de MSF en la República Democrática del Congo

La doctora Ida Moberg concluye su primera misión con Médicos Sin Fronteras (MSF). Desde Numbi, en las montañas de la provincia de Kivu sur, al este de la República Democrática del Congo (RDC), relata en un diario de campaña el trabajo en esta zona minera donde el acceso a la salud es todo un reto para las comunidades locales.

Mulume tiene dos años. Su respiración es rápida y superficial. Tiene episodios de fiebre alta desde la noche anterior y carece de fuerzas para comer ni beber. Esa misma mañana ha sufrido convulsiones que han preocupado a su madre. Fue ella misma quién lo trajo a un pequeño centro de salud en la provincia de Ziralo, en el este de la República Democrática del Congo. Una vez allí, Mulume, muy pálido, dió positivo en el test de malaria. Un análisis de sangre confirmó que sufría anemia a causa de esta enfermedad. La enfermera del centro de salud derivó a Mulume al nuevo hospital de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Kusisa.

Nuevo hospital de Kusisa

Hasta la puesta en funcionamiento del nuevo hospital de Kusisa, en la imagen, muchos pacientes tenían que caminar durante horas hasta Numbi para recibir atención médica.

Ahora Mulume está acostado en una cama en la sala de urgencias del hospital de Kusisa. Mis colegas y yo efectuamos nuevos análisis de sangre. Los resultados muestran que su hemograma es tan bajo que necesita una transfusión de sangre. En previsión de eso, comenzamos el tratamiento para la malaria con artesunato intravenoso.

Afortunadamente, encontramos un donante de sangre compatible con Mulume para que podamos comenzar una transfusión. En el pasado, los pacientes en la provincia de Ziralo tenían que recorrer un largo camino para llegar a un hospital. Ahora, gracias al recién inaugurado hospital de Kusisa, Mulume puede recibir tratamiento contra la malaria y transfusión de sangre en apenas unas horas.

Cuando al día siguiente realiza la ronda de consulta con mi colega congoleño, Mulume ya se encuentra mejor. Ha desayunado algo y ha recibido tres dosis de artesunato intravenoso. Además, su conteo sanguíneo ha aumentado tras la transfusión. Cambiamos la administración del tratamiento a pastillas que deberá tomar durante los próximos tres días.

En la cama junto a Mulume está el pequeño Bahati. Tiene 6 meses de edad, pero pesa solo 3,5 kg, lo que generalmente corresponde al peso de un recién nacido. Está tan delgado que se le marcan las costillas. Su madre ha caminado durante ocho horas para llegar al hospital de Kusisa. Apenas tiene leche materna para amantar a su bebé. Tras examinar, medir y pesar a Bahati concluimos que está sufriendo una desnutrición aguda grave del tipo marasmo. Además, presenta signos de neumonía por lo que comenzamos un tratamiento con penicilina intravenosa.

Después de una semana de tratamiento contra la neumonía y la desnutrición, Bahati ya tiene más energía. Ahora me mira con firmeza y responde con una sonrisa cuando le sonrío. Ha ganado unos cientos de gramos. Tras una semana y media en Kusisa, ha subido aún más de peso y podemos darle de alta. Facilitamos a la madre paquetes de alimentos preparados ricos en nutrientes suficientes para una semana cuando tendrán que volver para una visita de seguimiento. Estos preparados contienen leche en polvo enriquecida y manteca de cacahuete y aportan los nutrientes que necesita un niño desnutrido para compensar sus deficiencias y ganar peso. Bahati lo come con buen apetito.

En República Democrática del Congo, no dices adiós cuando te marchas. Antes, cuando Bahati y su madre van a abandonar el hospital, nos tomamos las manos y decimos «tutaonana», que significa «hasta que volvamos a encontrarnos» en swahili.

Mi misión en República Democrática del Congo ha terminado y es hora de regresar a casa, a Suecia. Tras 6 meses en Numbi toca decir: ¡»Asante Sana» (muchas gracias) y «Tutaonana» (¡hasta que nos volvamos a encontrar) en el Congo!

Malaria: una emergencia silenciosa e invisible

Por Sandra Smiley, responsable de Comunicación de MSF en República Democrática del Congo

Son algo más de las ocho de la tarde. Acabo de llegar, jadeando y resoplando, a la base de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Bikenge, provincia de Maniema. El equipo de promoción de la salud – Albert, Daniel y Gaston – está ya allí, esperándome. Van lo suficientemente vestidos, con sus camisas de cuello, como para verse con la reina de Inglaterra; pero hoy nuestra tarea es concientizar la comunidad respecto a la malaria. «Lo siento, llego tarde», les digo sin apenas aliento. «Tuve que responder una llamada de emergencia.»

A medida que recorremos la avenida principal de Bikenge, intercambiamos jambos (“hola” en swahili) con otros peatones. Los ciclistas pasan bamboleándose. No hay coches en estas carreteras: las que conducen a la ciudad son tan malas que sólo los todoterrenos 4×4 las pueden transitar. Como resultado de esto las mercancías se mueven, dentro, fuera y alrededor de Bikenge, casi exclusivamente en bicicletas o en la espalda de alguien.

A la sombra de un bananero nos reunimos una multitud. Los chicos comienzan sus explicaciones. Hablan de que es la malaria: una enfermedad parasitaria transmitida por un mosquito que puede provocar síntomas desagradables. Sin tratamiento se transforma en una patología grave que causa complicaciones, como la anemia. Una vez que la enfermedad llega a este punto puede ser letal.

Daniel explica cómo se manifiesta la malaria en un niño. © Sandra Smiley/MSF
Daniel explica cómo se manifiesta la malaria en un niño. © Sandra Smiley/MSF

Lo que cuenta sobre la enfermedad un superviviente me permite comprender que saben de qué estamos hablando. Conocen que deben usar mosquiteras para protegerse, también saben la manera de identificar la malaria y que deben visitar una clínica médica cuando sus hijos enferman.

Pero el problema es, dicen, que los precios que se cobran por la atención sanitaria son demasiado altos. La mayoría de los hospitales y clínicas de la República Democrática del Congo operan sobre una base de recuperación de costes, lo que significa que, aunque el propio servicio sea formalmente gratuito, el paciente tiene que pagar por todo lo demás: guantes, pruebas, medicamentos… Tratar a un niño de la malaria puede llegar a costar más de 50 dólares, una suma que muy pocos pueden permitirse. Y, para cuando la situación es tan desesperada como para pedir dinero a sus familiares, amigos y vecinos, a menudo ya es demasiado tarde.

La charla pasa a centrarse en los signos y los síntomas de la malaria: falta de apetito, dolor de cabeza, escalofríos y vómitos. Y como si fuera una señal un sonido fuerte y desagradable surge desde el interior de la multitud. Alguien está enfermo. Todas las cabezas se giran hacia la fuente de ese ruido: una niña en brazos de su abuela, escupiendo, con episodios de tos y arcadas.

Desde luego, no soy un profesional de la medicina; mi formación médica se limita apenas a un curso de primeros auxilios y a un par de temporadas de Anatomía de Grey. Sin embargo, sé cuándo un niño está enfermo cuando lo veo. Por eso, pongo la mano sobre la frente de la niña: está caliente al tacto.

«¿Sabéis dónde está el centro de salud de MSF?», pregunto. La abuela dice que sí.

«Vamos. Veamos a las enfermeras de la clínica», le digo. «No le costará nada. Y es mejor hacerlo que lamentarlo”.

Mwinyi, el supervisor de enfermería del ambulatorio termina su papeleo. En un día corriente, más de la mitad de los pacientes a quienes atenderá tiene la malaria. © Sandra Smiley/MSF
Mwinyi, el supervisor de enfermería del ambulatorio termina su papeleo. En un día corriente, más de la mitad de los pacientes a quienes atenderá tiene la malaria. © Sandra Smiley/MSF

Por la tarde, de vuelta a la base, escaneo el último informe de actividad del centro de salud de Bikenge apoyado por MSF. En medio de tablas y gráficos, es preciso destacar un dato en particular: la mitad de los pacientes ingresados en urgencias la semana pasada padecía malaria.

Me gusta pensar que, de donde procedo, si uno de cada dos pacientes que entra en una sala de urgencias sufre de la misma enfermedad, potencialmente mortal pero prevenible, habría una respuesta y una acción masivas e inmediatas. Se llevarían a cabo campañas de prevención a gran escala y la ciudadanía exigiría que se depuraran responsabilidades.

Pero aquí nada de esto sucederá. La población parece haber aceptado que sus hijos enfermen. ¿Y por qué no habrían de tener esa actitud? ¿Qué más pueden hacer? A pesar de la manifiesta necesidad, las mosquiteras no se distribuyen. Las aguas estancadas -auténticas piscinas de malaria- no son drenadas y los centros de salud hacen pagar a gente que no tiene dinero.

Una enfermera toma una muestra de sangre de un niño para realizar  un test rápido de malaria en el área de triaje del centro de salud de Bikenge. © Sandra Smiley/MSF
Una enfermera toma una muestra de sangre de un niño para realizar un test rápido de malaria en el área de triaje del centro de salud de Bikenge. © Sandra Smiley/MSF

La Malaria: prevención con escasos recursos

Andreína Figueroa, Plan Internacional.

Muchas personas siguen padeciendo e incluso muriendo como consecuencia de esta enfermedad, sobre todo en países africanos en condiciones de pobreza. Diagnósticos oportunos, tratamientos adecuados y el uso de mosquiteras tratados con insecticidas son las claves para evitarla

Madre colocando un mosquitero sobre su cama en Mali

Madre colocando un mosquitero sobre su cama en Mali

Saran conocía la Malaria, le habían hablado de ella, sin embargo no fue sino después de que su hija menor, Mamadi, fuera víctima de la enfermedad que tomó medidas de prevención. Desde aquella experiencia, no permite que ninguno de sus niños duerma sin mosquiteras sobre sus camas.

Fiebre y vómitos fueron los primeros síntomas que mostró Mamadi, de tan sólo 11 meses. Seis días más tarde empezaría a convulsionar y fue entonces cuando su madre decidió llevarla al Centro de Salud en Massakoundou, donde fue evaluada y referida a otro Centro de salud en Heremakono en el que recibió glucosa y quinina.   Saran  y su familia viven en Sinkambaya, una aldea localizada a 15 kilómetros del distrito urbano de Kissidougou.

Mamadi es solo un ejemplo de los millones de personas que han sido y están siendo víctimas de la Malaria en países africanos, siendo uno de los problemas de salud pública que más preocupan en la actualidad. De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, en su reporte sobre la Malaria en 2011, 19,6 millones de habitantes de Camerún están en riesgo de contraer dicha enfermedad y el 71% de ellos viven en zonas de alta trasmisión.  Es la principal causa de muerte de niños menores de cinco años y mujeres embarazadas. 

Es por ello que resulta imprescindible seguir promoviendo su prevención y asegurar que la población tenga cada día más acceso a tratamientos e intervenciones efectivas.

“Cuando vimos que estaba enferma le dimos pociones porque pensábamos que eran brujas que la habían atacado. Al pasar los días su condición empeoraba, incluso con los rezos (…) caminamos 5 kilómetros para llegar a Masskoundou, donde recibió cuidado médicos sin éxito. Decidimos entonces llevarla a la ciudad, a pasar de no tener dinero. Luego de que la evaluarán, le pedimos a los trabajadores que la trataran mientras sudábamos el dinero para pagar”, cuenta Gnama, tía de Mamadi.

Y es que  en comunidades africanas, son pocas las familias que cuentan con los recursos necesarios para prevenir esta enfermedad, que se ha convertido en la causa del 30% de la mortalidad de niños y niñas en países como Mali. Es importante entonces que la lucha contra la Malaria se realice a través de acciones constantes y sostenidas para de esta manera lograr que el número de personas afectadas siga disminuyendo.

En 2012, Plan Internacional llevó a cabo la distribución, junto a otras organizaciones locales, de 7,6 millones de mosquiteras a lo largo de Burkina Faso, lo que se traduce en una por cada dos personas. Fueron entregados por un grupo de trabajadores de salud de las comunidades que visitaron a las familias para enseñarles cómo se transmite la Malaria, cómo impregnar las redes de insecticidas y cómo atacar la enfermedad de manera  efectiva una vez que ha sido contraída.

Latifatou (10) con su abuela Zarata (aproximadamente 70) debajo de un mosquitero  en la región de  Sanmatenga en  Burkina, Faso el 25 de Febrero de 2014

Latifatou (10) con su abuela Zarata (aproximadamente 70) debajo de un mosquitero en la región de Sanmatenga en Burkina, Faso el 25 de Febrero de 2014

“Antes mujeres, niños y personas mayores se enfermaban de Malaria, especialmente durante la época de lluvia. Caíamos en cama con frecuencia por 10 días, pero gracias a los mosquiteros que nos han regalado, el número de enfermos por Malaria ha disminuido considerablemente”, dice Asseita Ouédraogo (51), habitante del pueblo de Boré, Comuna de Boussouma, Burkina Faso.

Desde el pueblo de Songodin, Arouna Ouédraogo (44) asegura que todos los años tenían muchos casos de Malaria, pero desde que recibieron los mosquiteros la situación ha mejorado notablemente.  “Los niños son quienes se enferman con más frecuencia en época de lluvia, porque los mosquitos les picaban. Teníamos que ir a la clínica a cada rato para recibir tratamiento”, reitera.

En 2012, Plan Internacional ofreció formación a 27.900 trabajadores y 3.800 profesionales de la salud en las comunidades en las que está presente y lleva a cabo programas de prevención, diagnosis y tratamiento de la Malaria en los países del Este de África. La clave está en que las personas que viven en zonas vulnerables a la Malaria, sean informados y educados sobre las consecuencias de la enfermad y cómo prevenirla y tengan un acceso temprano a los tratamientos.   

Mujeres embarazadas recibiendo mosquiteros en Mali

Mujeres embarazadas recibiendo mosquiteros en Mali

Caminante, no hay camino… en Kalonge

Por Jana Brandt, coordinadora de Médicos Sin Fronteras en Kalonge (República Democrática del Congo).

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Caminan, caminan y caminan. En Kalonge, aparte de algunos moto-taxis que no todos se pueden permitir, los medios de transporte no existen, ni siquiera los burros, las mulas o los caballos. Todo, realmente todo, desde muebles de madera hasta sacos de plátanos, se transporta a pie. La mayoría de las veces se lleva la carga sobre la cabeza. Y normalmente sobre la cabeza de la mujer.

La fuerza física de las mujeres congoleñas es impresionante. ¿Sacos de carbón de 30 o 40 kilos? Ningún problema, incluso estando embarazada. “Y aún así, andan más rápido que nosotras”, pienso avergonzada. Los habitantes de Kalonge caminan desde muy pequeños y la costumbre hace el hábito. Las niñas aprenden desde chiquititas a cargar agua en una botella pequeña o a transportar palitos de madera para hacer fuego en la casa.

Con los pies como únicos medios de transporte, la medición de las distancias en Kalonge es muy relativa. Cuando preguntas si fulano de tal vive lejos, la respuesta suele ser negativa: siempre dirán que vive “cerca”, aunque para nosotros sea lejos. Caminar durante una hora seguida hasta llegar a algún lugar es considerado “aquí al lado”. Caminar durante tres o cuatro horas para llegar a la oficina y entregar algún informe, o simplemente para saludarte, es absolutamente normal. “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”, decía Machado, y no puede haber mejor descripción para la vida diaria de Kalonge.

Caminar para llegar al colegio. Caminar para trabajar los campos. Caminar para buscar madera. Caminar para llegar al mercado, no sólo para comprar, sino sobre todo para vender. Caminar para traer agua. Y muy importante: caminar para llegar a un puesto de salud, arrastrando el peso de una enfermedad. Es esta la realidad de Kalonge. Las distancias medidas en kilómetros para llegar a un centro de salud no son muy grandes (oscilan entre los 25 y 30 kilómetros para los trayectos más largos), pero esta distancia se vuelve penosa para cualquier persona castigada por una enfermedad y físicamente debilitada.

Sólo si el estado de salud del paciente es demasiado grave, es la familia o la comunidad quien lleva al enfermo al hospital. Caminando, por supuesto. Con los seis coches de MSF no tenemos la capacidad de transportar a todos los enfermos de Kalonge desde los centros de salud hasta el hospital. Kalonge tiene una población de 142.779 habitantes y materialmente es imposible cubrir todos los requerimientos sanitarios y logísticos que allí se presentan. Sólo a veces, durante las visitas semanales a los centros, podemos llevar al hospital en nuestros coches a algunos enfermos graves o urgentes.

Una imagen que se me ha quedado grabada en la memoria es la del padre que cargó con su hija de 3 años a la espalda durante horas, hasta llegar, desesperado, a uno de nuestros centros de salud: la pequeña estaba a punto de morir por los efectos de una fuerte anemia causada por la malaria. Llevaba la preocupación y el cansancio escritos en la cara c???????????????????????????????uando abrazaba con desesperación a la niña –Emedo era su nombre-, mientras los enfermeros le inyectaban glucosa y artesunato (un antipalúdico) para devolverle la vida.

Una vez estabilizada en el centro de salud, la llevamos en uno de nuestros coches al hospital, donde el equipo médico se ocupó de ella. Unos días más tarde se la veía dando sus primeros paseos por el recinto del hospital, agarrada de la mano de su padre, que ahora ya lucía una gran sonrisa. Cuando nos descubrió, se nos acercó y dijo en un francés que le salió con dificultad: “¡Dios va os dar alguna cosa!” Yo no soy creyente, pero reconozco que me emocioné.

Por suerte, el caso de Emedo no es frecuente en Kalonge. Aquí estamos a 1.800 metros de altura, y por tanto la malaria no suele ser un problema mayor, al revés que en las zonas cálidas de Kivu Sur, donde las epidemias de paludismo causan cada año muchas víctimas mortales. En Kalonge son más frecuentes las enfermedades diarreicas y las infecciones respiratorias debido al clima frío y la abundante lluvia.

Pero el caso de Emedo también demuestra que caminar lo es todo en Kalonge. En Kalonge, caminar es vida. En todos los sentidos, día tras día.

 

 Puedes leer otros posts de Jana desde Kalonge aquí.

 

 

Lluvia, malaria y muchas preguntas

por Bruno da Silva Machado, administrador de terreno de MSF en Ndélé, República Centroafricana

Me desperté un poco antes de lo habitual; eran las 5 de la mañana y la lluvia caía sobre nuestro tejado de zinc. No era el único que se levantaba tan temprano: la mayoría de expatriados también se despiertan pronto. Ayer, todos trabajamos por lo menos 12 horas, y cuando el equipo médico regresó tras el toque de queda, lo hizo cabizbajo.

En República Centroafricana la lluvia significa poder tener agua. Normalmente el agua escasea en esta zona, así que naturalmente la lluvia es una bendición. Pero también significa charcos y aguas estancadas, perfectos campos de cultivo para los mosquitos. En otras palabras, la estación de lluvias tiene dos caras: trae agua y malaria a la vez. La tasa de mortalidad de la malaria ha aumentado drásticamente, especialmente entre los niños.

Mujeres con sus hijos ingresados en un hospital de MSF en RCA (© Corentin Fohlen).

Mujeres con sus hijos ingresados en un hospital de MSF en RCA (© Corentin Fohlen).

La noche anterior, tres niños habían muerto en el hospital. Llegaron tarde, en un estadio muy avanzado de la enfermedad. Y, tal como venía diciendo, la llegada del equipo médico remató aquel duro día. Juntos analizamos lo que podíamos cambiar y compartimos nuestras frustraciones sobre lo que no está a nuestro alcance: “Si hubiese más instalaciones médicas en la región, más cerca de las personas que las necesitan”… “Somos sólo 3 médicos aquí”… “Parece que hay un grupo armado en la carretera, la gente tiene miedo a desplazarse y cuando vienen es tarde, demasiado tarde”… Todos nos fuimos pronto a la cama.

La lluvia de la mañana amainó cuando salíamos a trabajar. La carretera que conduce hasta el hospital empezó entonces a despertar: los vendedores ambulantes montaron sus tenderetes, los niños salieron a jugar (la escuela pública lleva cerrada desde diciembre de 2012), la gente se puso a limpiar el barro de la noche anterior de las puertas de sus casas…

Era sábado. Los sábados por la mañana tenemos una reunión con todo el personal. Cerramos la semana compartiendo con los demás lo que hemos conseguido y lo que no. Digo ‘cerramos’ entre comillas, porque los días son, de hecho, todos iguales. El concepto de fin de semana cada vez me resulta menos claro. La gente enferma cada día, nace cada día, trabaja cada día…

En administración, el día de trabajo fluye como de costumbre: en una burbuja condensada de trabajo. Si intento describir cada tarea que he hecho hoy, parece como que he trabajado tres días seguidos. Sin embargo, la jornada pasa sin la sensación de que existan las horas. Los responsables de promoción de la salud están preparando una campaña para movilizar a las comunidades y encontrar donantes de sangre, una necesidad acuciante durante el pico de malaria (cuando ésta impacta de forma masiva).

También hemos estado muy ocupados preparándolo todo para recibir a más pacientes de lo normal: mosquiteras, camas, tiendas, más personal para atender a los enfermos, más gente para ocuparse de la higiene, comida para la cocina, más medicamentos. Sí, más medicamentos sin duda…

Pruebas rápidas de malaria durante una clínica móvil de MSF. El hombre de la imagen es diagnosticado y enviado a la farmacia del centro de salud (© MSF).

Pruebas rápidas de malaria durante una clínica móvil de MSF. El hombre de la imagen es diagnosticado y enviado a la farmacia del centro de salud (© MSF).

Todas las tareas se ven interrumpidas por cuestiones más apremiantes, muchas de las cuales están relacionadas con nuestro personal local. Las alegrías y las penas de las personas con las que trabajamos bastarían para llenar muchas páginas, pero supongo que lo mejor es no compartir sus historias particulares…

A la hora de la cena recibo la buena noticia de que dos mujeres han dado a luz esa tarde. A pesar de algunas complicaciones, el acceso al hospital les ha permitido dar a luz de forma segura a un niño y a una niña en perfecto estado de salud. La buena noticia cambia visiblemente el humor en la mesa.

Me pregunto cómo se llamarán. Me pregunto qué serán cuando crezcan. Me pregunto si sus hijos nacerán sus hijos en mejores condiciones. Me pregunto y vuelvo a preguntarme…

 

 

Memorias del RUSK. Parte IV: rechinar de dientes.

Por J. Mas Campos, coordinador de emergencias de MSF en Kivu Sur, República Democrática del Congo

Ya en febrero habíamos comenzado a seguir las evoluciones endémicas del cólera en el eje lacustre del Lago Tanganika. Durante un par de meses le pisamos los talones. La primera vez que asomó y mató se nos había escapado por los pelos. El cólera puede matarte en 24 horas si no lo tratas. Vital es desplegarse de forma inmediata.

Pero esta vez, en abril, por fin pillamos la epidemia en un brote que, sin preaviso, se llevó consigo a 4 personas lejos de los hospitales. Nos medimos contra él en Kamanyola, de media 25 pacientes internados (muy lejos de las cifras de Haití, esto es una cosa chica), y tras llegar el RUSK, afortunadamente, ni una muerte más siquiera en la comunidad reportada.

Cuando abril todavía se deshojaba en el calendario, un equipo reducido del RUSK llevamos a cabo una misión de evaluación rápida de un posible brote de meningitis, con posible confusión de malaria, en una zona remota de los Kivus, Lulingu, sometida a un “embargo” de facto por el gobierno provincial al ser cuna de los sediciosos y rebeldes Raïa Mutomboki, una región por otra parte carente de control estatal y comercialmente hundida.

Intervención de emergencia de MSF en Minova y Kalungu para atender a los desplazados por el conflicto (Kivu Sur, abril de 2012)  © Juan Carlos Tomasi.

Intervención de emergencia de MSF en Minova y Kalungu para atender a los desplazados por el conflicto (Kivu Sur, abril de 2012) © Juan Carlos Tomasi.

El acceso, complicado a causa de un entramado de rutas de barro inundadas, nos obliga a volar hasta allá en avioneta y luego desplazarnos en moto. En los poblados objetivo de nuestra evaluación, se percibe de antemano una extraña atmósfera malsana, como de malformación necrosada, una gravedad un tanto oscura. Nos entrevistamos con las gentes del lugar: cuentan que, desde hace dos meses, algo está matando a los niños, y no comprenden cuál puede ser la causa…

Nuestra misión dura dos días: en esos dos días nos cruzamos con 2 duelos y un cortejo funerario, mueren en el hospital 5 niños (10 en toda la semana, más los que no nos queremos imaginar lejos de las estructuras sanitarias), visitamos 4 camposantos y cementerios que refugian, cada uno, unas docenas de tumbas recientes: la tierra está fresca, removida, las ofrendas florales todavía desprenden fragancia o luchan contra su ineludible sino, descomponiéndose lentamente. El último de ellos, Tchonka, alberga en su seno más de 60 nichos, dos tercios de ellos anfitriones de cuerpos diminutos… vuelve esa sensación de malformación lóbrega, de estar ante algo más grande que uno mismo. De que las flores fúnebres guardan escondida en su belleza un escalofriante secreto: nada es inmarcesible.

Existen sospechas de que podría ser una peste de meningitis, o una plaga de malaria… otros dicen que es la “sorcellerie”, lo que llaman la brujería o hechicería, y los ancianos murmuran que muchas familias están abandonando la aldea con la esperanza de salvar a sus críos del diablo, de hurtárselos al infierno. El equipo médico examina pacientes, hace pruebas, investiga historias médicas y se sumerge en la epidemiología de los años precedentes.

Los niños siguen marchitándose, cayendo como hojas del otoño. La guadaña, en este caso, no es finalmente la meningitis, sino la dichosa malaria, complicada con anemia. Es ella quien está segando la vida de niños a puñados cada semana. La malaria sigue siendo, parece, la enfermedad más mortífera en el mundo año tras año. Nunca antes en todos estos meses de RUSK estuve tan convencido de la necesidad de intervenir a toda costa, a cualquier precio, como hasta ahora.

Los que me conocen saben que jamás utilizo la expresión «salvar vidas» cuando hablo de mi trabajo. Es demasiado grande para un tipo como yo. Sin embargo, en esta ocasión… en esta ocasión estoy convencido de que tenemos que ser nosotros quienes actuemos, de que no hay nadie más que nada pueda hacer para evitar la mortalidad, salvo MSF. Y nunca antes había detestado tanto el bloqueo institucional que estamos sufriendo: tengo verdaderas ganas de matar a alguien… Cada día que la burocracia administrativa o la política gubernamental nos retrasan, ésta no es una exageración ni licencia poética, otro niño se marchita, otra hoja barre el otoño. En cuanto la ‘intelligentsia’ ministerial comprenda el dramatismo de la situación y acepte que MSF les eche una mano, el RUSK nos desplegaremos de inmediato*. El RUSK, yo mismo, no hacemos política, a duras penas sabemos hablar: somos implementadores, trabajamos con las manos, un poco al estilo de los herreros y artesanos.

Intervención de emergencia de MSF en Minova y Kalungu para atender a los desplazados por el conflicto (Kivu Sur, abril de 2012) © Juan Carlos Tomasi.

Intervención de emergencia de MSF en Minova y Kalungu para atender a los desplazados por el conflicto (Kivu Sur, abril de 2012) © Juan Carlos Tomasi.

El RUSK ha sido una escuela, de vida, de profesión, y de muerte. Digamos que cuando llegué a su seno, en esto de las emergencias tocaba de oído. Ahora creo que, en ocasiones, mal que bien, puedo arrancarle alguna melodía a algún que otro instrumento de cuerda, percusión o viento.

Pero todo, claro, viene con pleito. Después de estos 10 meses, en los que el RUSK ha sido toda mi vida, no puedo sin embargo desadherirme de ese sentimiento de haber perdido algo en este tiempo, quizá memoria, pureza, idealismo, arraigo… creo que avillané un poco mi relación con este trabajo, convirtiéndome poco a poco en mercenario. Perdiendo u olvidando en el camino varias otras facetas del tipo que yo era. Quizá también haya envilecido en cierto grado la relación con una parte de mí mismo, secuestrándola, amordazándola… No sé.

El caso es que, por el momento, esa alienación, ese extrañamiento o deriva respecto de quién eras, de tus asideros, de los tuyos, merece la pena: es en las emergencias donde realmente este trabajo cobra su plena vocación y naturaleza. Perdonen la cursilería, pero, realmente, la determinación de un grupo de profesionales, con nuestra rabia, nuestras miserias y nuestro desencanto a cuestas, juramentados en la persecución un objetivo común frente a la crudeza del terreno, significa algo: puede marcar la maldita diferencia.

Cuando la gente me dice, de vuelta a casa, “es increíble lo que hacéis, cuánto mérito tenéis”, a veces respondo: no somos héroes, sólo tipos enfurecidos, sólo tipos cabreados. Recios, furiosos, nos aferramos con fiereza a la rebelión contra la docilidad, contra el determinismo, el cólera o la malaria: como escribió Claudio Rodríguez, “se puede estar en derrota, pero nunca en doma”. Así pues, contraemos músculos, rechinamos dientes, y, tensándonos como un arco, nos aprestamos para la embestida.

Hasta la próxima.

 

*El RUSK comenzó la intervención contra la malaria en la zona de Salud de Lulingu, territorio de Shabunda, el 2 de mayo.

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¡Qué rápido pasa el tiempo!

Por Esperanza Santos (enfermera de Médicos Sin Fronteras en Níger)

La cosa marcha. Como os contaba la semana pasada, estamos lanzando una estrategia de malaria para hacer frente al pico de la enfermedad en el que ya nos encontramos. Vamos a empezar bastante bien de tiempo. Hoy os quiero contar  un poco la estrategia, ya que vamos a trabajar en tres niveles.

Primero, por la periferia. En la zona sanitaria que vamos a cubrir (8 centros de salud) hay puestos de salud en 61 pueblos. Estos puestos tienen algo de medicación oral y un agente de salud con una mínima formación. Queremos formar a estos agentes de salud para que aprendan a hacer el test rápido de malaria y dar el tratamiento para los casos de malaria simple. También identificar los signos de malaria grave para darles los primeros auxilios y mandarlo al centro de salud.

Pero además, hemos identificado otros 14 pueblos que están lejos de cualquier puesto de salud o del centro de salud. En estos, estamos identificando alguna persona que sepa leer y escribir francés, para que sean los «agentes malaria» del pueblo y los alrededores.

Para supervisar el trabajo en estos 75 pueblos, hemos contratado a 7 enfermeros que se dedicarán a recorrerse cada semana los centros, formando, supervisando, distribuyendo test y medicamentos cuando falten.  La idea también es poder organizar con estos enfermeros mini campañas de vacunación de sarampión a todos los niños que les falte.

Y como os dije, hemos identificado en todos los pueblitos gente para que hagan sensibilización, el objetivo es que cuenten a la gente la prevención de la malaria, los signos de la enfermedad, y les insistan en que vayan al puesto de salud o a ver al «agente malaria».

Por otro lado, trabajamos en los centros de salud, que los llevan enfermeros, ellos pasan visita, prescriben medicamentos orales e inyectables. Vamos a reforzar la formación en el manejo de casos de malaria simple y grave. Vamos a distribuir tests y tratamientos también, porque no siempre tienen suficiente. Y vamos a tener un coche extra para que pueda traer los casos más graves al hospital.

Por último, concretamente en el hospital, aparte de contratar más personal para la sala de pediatría (el otro día os dije que había 260 niños ingresados y hoy ya tenemos 350) queremos reforzar la capacidad del laboratorio e intentar tener un mini banco de sangre, con un frigorífico en condiciones al menos. Una de las complicaciones de la malaria grave es la anemia hemolítica y los niños se quedan con 2-3 de Hb y hay que transfundirles. También estamos pensando en organizar una campaña de donación, en los pueblos más grandes, pero por supuesto que para eso tenemos que esperar a que termine el Ramadan, porque ahora  la gente no come ni bebe en todo el día, así que no les podemos pedir que donen sangre.  Además de a los niños, también vamos a distribuir para las mujeres embarazadas porque con la malaria grave hay mucho riesgo de aborto o parto prematuro (que en este contexto es casi lo mismo)

En el mismo recinto tenemos la casa y la oficina así que salimos poco, al hospital, a la farmacia-almacenes que están en otro sitio y poco más. No hay mucho que se pueda hacer en este pueblo. Bueno, miento, el domingo pasado por la tarde fuimos a una duna que hay a unos 10 minutos en coche y la verdad que el sitio era muy bonito, estuve un ratito tumbada en la arena y con los ojos cerradosy fue como si estuviera en la playita, ¡qué gusto!  ¡Qué evasión!

La verdad es que la semana pasada la pudimos definir como la de la productividad. Después de todo el trabajo,  pensando y preparando la estrategia  tocaba ya comenzar las formaciones y las distribuciones. Todo ha salido niquelado, la formación con los responsables de los centros de salud, 100% asistencia y buen rollo. De los 61 puestos de salud, ya hemos hecho formación al personal de 56 y les hemos distribuido los kits de test y medicamentos . Los 14 «agentes malaria» ya están también formados y con su mochila de material al hombro, la verdad es que no se le puede pedir más a la vida.

Bueno, en realidad, sí. Esperemos que ahora se demuestre lo aprendido en las formaciones y podamos tratar a muchos niños de malaria lo antes posible.

Ya vamos a empezar a movernos por todos lados, a seguir  formando, distribuyendo test, medicamentos y sensibilizando. Espero contaros en breve cómo van las cosas…

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Fotografía: Durante la estación de lluvias, el número de casos de malaria se dispara en Níger. La desnutrición y la malaria son enfermedades fatales para los niños más pequeños.  © Juan Carlos Tomasi

 

 

Ya está aquí la malaria

por Esperanza Santos (enfermera de Médicos Sin Fronteras en Níger)

Ya estoy en Madaoua, que es donde está el proyecto de desnutrición y donde vamos a hacer la estrategia de respuesta a la malaria tal y como os contaba la semana pasada. La malaria también está aquí ya… bueno, está aquí durante todo el año, pero desde los meses de julio y agosto, y hasta octubre-noviembre, es la ‘temporada alta’.

Madaoua en particular, y Níger en general, son uno de esos sitios del mundo donde uno corrobora todas las estadísticas que ha oído y leído sobre el hambre y la pobreza en el mundo. Cuando escuchas eso de que “cada minuto mueren 10 niños de hambre en el mundo”, o eso otro de que “cada minuto muere un niño de malaria en el mundo”, no te haces una idea de lo que significa. Hasta que llegas a un sitio como Madaoua y lo ves con tus propios ojos.

Si en un sitio tan pequeño como el distrito de Madaoua (400.000 habitantes, de los cuales unos 90.000 niños menores de 5 años) se pueden morir unos cuantos cada día, y sabemos que desgraciadamente existen en el mundo muchos sitios como Madaoua, salen las cuentas… Es bastante duro de asumir, pero sí, no son sólo estadísticas.

Al llegar a Madaoua, me he encontrado con que la gente que está trabajando en el proyecto de desnutrición está haciendo ya frente al comienzo de la época de los picos de desnutrición y malaria. Como he dicho antes, no es que el resto del año no haya ni desnutrición ni malaria, pero durante este periodo se multiplican los casos. Es la época del año donde las reservas de grano de las cosechas del año anterior se están agotando y las nuevas cosechas aún no se han recogido: a este periodo se le conoce como “hunger gap” y dura hasta octubre-noviembre.

El año pasado, 20.000 niños menores de 5 años fueron admitidos en el programa nutricional de MSF en Madaoua. Casi todos ellos siguieron el tratamiento a nivel ambulatorio: van cada semana al centro de salud donde se controla el peso-talla de los niños, se les pasa consulta y recogen el alimento terapéutico para toda la semana. Este es un alimento que viene ya preparado para su consumo, no necesita agua y contiene todos los nutrientes de origen animal y vegetal que un niño desnutrido necesita para recuperarse. Es muy sencillo de administrar y por eso las madres o cuidadores de los niños pueden hacerlo en casa.

Cuando los niños están muy malitos y no toleran el alimento o tienen alguna otra enfermedad asociada, se les lleva al hospital y se les hace un tratamiento intensivo, que suele durar unas 2 semanas, y luego a seguir en casa el tratamiento en ambulatorio. En el hospital, también nos hacemos cargo de la parte de pediatría, en la que ingresan los niños que están malitos, pero no están desnutridos. Siempre que hablo de niños, me refiero a menores de 5 años. Es lo que tiene África, que una vez pasada esa barrera de edad se te considera casi casi adulto: ya tienes que encargarte de los más pequeños, ir a por agua, ayudar en casa…

Así que en este momento del año, como os digo, empiezan a multiplicarse las admisiones. Además de las salas habituales para los desnutridos y la pediatría, ya hay montadas cuatro tiendas de campaña grandes, y ya está todo lleno. La semana pasada, entre pediatría y desnutridos, había un total de 270 niños admitidos. Y siguen viniendo.

El día que llegué, dimos un paseo por el hospital. Es verdad que ya había estado aquí, y ya sé lo que hay, pero aún así, es duro verlo. Pero unos días más tarde pude pasar más tiempo, y aquello me ayudó bastante. Creo que el primer día, al dar sólo una pasada rápida, sólo me quedé con la imagen de los niños que estaban malitos malitos, niños que traían las madres a la admisión en muy malas condiciones, niños que estaban tan graves que algunos murieron en aquel mismo momento.

Pero la segunda vez ya pude pasar visita y leerme las historias y comprobar que muchos de los que habían llegado muy muy enfermos el día anterior o dos días ya habían recibido las primeras dosis de tratamiento y estaban mucho mejor. También vi a los niños que ya habían pasado unos días en el hospital y a los que se les podía dar el alta. Creo que para poder estar aquí luchando cada día con la muerte de niños, con la impotencia que transmite el hambre y la injusticia, es necesario también ver cada día cómo el trabajo que estamos haciendo está salvando la vida de muchos de ellos.

Por eso es tan necesaria también la estrategia de malaria. Porque es necesario que el diagnóstico y el tratamiento lleguen lo más lejos posible, a cuantos más pueblos mejor, para que los niños tomen el tratamiento rápido y no se pongan malitos malitos…

De momento estamos buscando personal local, luego pasamos al momento de la formación y de preparación de todos los medicamentos y el material, y a ver si en pocos días ya podemos distribuir el tratamiento a todos los centros y pueblos elegidos -al final me han salido 70 para cubrir toda el área- y comenzar a movernos cual electrones para que todo el mundo tenga todo, sepa todo y no haya ningún problema.

También he estado visitando algunos centros de salud y a las autoridades locales de los pueblos y de las áreas de salud, explicando lo que vamos a hacer para que se empiece a difundir el mensaje por las comunidades. Asimismo, estamos identificando a gente de los distintos pueblos, les estamos formando en prevención, signos y síntomas de malaria, para que hagan sensibilización en sus comunidades sobre el uso de la mosquitera y la importancia de llevar al niño al centro de salud cuando tiene fiebre.

Tenemos que ser rápidos, que la malaria ya está aquí. De momento os dejo, espero seguir contándoos cómo van las cosas por aquí.

 

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Foto 1: Centro de Nutrición de MSF en el Hospital de Madaoua, en Níger, en julio de 2012. En este centro son ingresados los niños desnutridos que además sufren complicaciones por otra enfermedad (© Silvia Fernández/MSF).

 Foto 2: Jornada de sensibilización sobre la desnutrición y la malaria en una aldea cercana al pueblo de Madaoua, en Níger, en julio de 2012 (© Silvia Fernández/MSF).

¿No me preguntáis por el fútbol?

por Esperanza Santos (enfermera de Médicos Sin Fronteras en Níger)

 

 

Las cosas de palacio van despacio, así que llegué a Níger unos días más tarde de lo previsto: se retrasó el visado, se retrasó FedEx con mi pasaporte… pero el vuelo no se retrasó, así que llegué a la hora prevista a Niamey (4:45 a.m.), y a la casa del equipo de MSF a las 6:40.

Algo empanada por las horas de vuelo y por llevar más de 24 horas en pie, me dí cuenta de que todos hablaban francés como lengua materna, alguno hablaba inglés también y ninguno hablaba español. Ni siquiera hicieron ningún comentario sobre Casillas o Xavi (que es muy típico cuando dices que eres español); debe de ser envidia cochina.

Así que con la mitad de las neuronas que me quedaban en pie, pasé todo el día en la oficina, enterándome de los proyectos que hay en Níger, las reglas de seguridad, discutiendo cómo vamos a organizar la misión exploratoria de Mali y dividiendo tareas. Lo que me toca a mí: organizar la estrategia para prevenir y combatir la malaria en uno de los proyectos que tenemos en Níger, el de Madaoua, en el sur, donde ya estuve en el 2010. Bien.

La idea es descentralizar diagnóstico y tratamiento de la malaria todo lo que se pueda para hacerlo más accesible a la población. En la zona rural hay un grave problema de acceso al sistema sanitario: en ocasiones, el centro de salud más cercano está a más de 10 e incluso 20 kilómetros de distancia, así que una madre (probablemente embarazada) caminando con un niño enfermo de malaria a cuestas es incapaz de llegar al centro para conseguir el tratamiento.

Vamos a formar a la red de trabajadores comunitarios para que puedan realizar el test, dar tratamiento e identificar los casos graves que hay que referir. También queremos, ya que estamos, realizar el “despistaje” nutricional (la detección de casos), para referir a los niños desnutridos al programa de tratamiento y vacunar de sarampión a los que no lo estén.

Esa es la idea… os cuento más en breve.

 

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Foto: Mujeres separando el grano de mijo, en un aldea cercana al pueblo de Madaoua, en Níger, en julio de 2012 (© Silvia Fernández/MSF).

 

Día de la Malaria: Bahati, con la suerte de su lado

Por Chris Bird (Médicos Sin Fronteras, República Democrática del Congo)

Cuando se pone el sol y las crestas de las montañas de Mitumba adquieren una tonalidad azulada, puede verse una hilera de madres sentadas en un banco de madera delante del puesto de las enfermeras en la tienda de pediatría. Los niños postrados en su regazo acaban de ser admitidos. Están demasiado débiles para protestar siquiera contra las enfermeras que llevan linternas frontales para poder encontrar mejor la vena en la que colocarles el suero.

Estos niños tienen malaria severa, una mezcla de signos y síntomas, resultados de laboratorio (si es que los hay) e infección con un tipo de parásito de la malaria, el Plasmodium falciparum. Una vez que el parásito falciparum, como si de un taladro se tratase, ha entrado en el organismo a través de la probóscide de una hembra hambrienta de sangre del mosquito anofeles, se reproduce con gran rapidez y, como una microscópica bola de demolición, aplasta los glóbulos rojos, dejando a los niños sin aliento, con anemia severa, y se pega a los vasos sanguíneos del cerebro, causando ataques epilépticos, el coma y la muerte.

El tiempo lo es todo: retrasar el tratamiento multiplicará de forma descontrolada los parásitos, y el niño llegará a un punto de no retorno. Lejuif, la enfermera de guardia, y yo empezamos con el niño que parece más enfermo, un pequeño de 18 meses llamado Bahati. Sus pies están fríos, lo que indica que se encuentra en estado de shock. No responde cuando le frotamos enérgicamente el pecho, está en coma y respira agitadamente: padece un síndrome respiratorio agudo grave. Su hemoglobina, la medida de cuánto oxígeno pueden transportar sus glóbulos rojos, es muy baja. Necesita una transfusión de sangre inmediatamente.

Le trasladamos a toda prisa bajo las estrellas, desde la tienda al edificio de una planta en el que se encuentra la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). La unidad dispone de un concentrador de oxígeno, que utilizamos para ayudarle a respirar mientras le colocamos el suero, le damos medicamentos antipalúdicos y le preparamos para una transfusión.

Las familias tienen que donar sangre si un niño necesita una transfusión. La madre de Bahati ha venido andando desde la ciudad de Misisi, rica en yacimientos de oro, a 15 kilómetros de distancia, sin la compañía de su pareja. Como está embarazada, no puede donar sangre. Y en el congelador no hay sangre del grupo sanguíneo del pequeño.

Wilondja, enfermera también, regresa a la tienda de pediatría y persuade a otra de las madres para que done sangre. También empezamos a administrarle antibióticos pues no tenemos otra forma de descartar que padezca meningitis o alguna infección sanguínea, lo cual es posible porque Bahati ha sido sometido hace poco a una práctica tradicional consistente en extirpar la campanilla.

La voluntad política y los fondos para comprar mosquiteras, insecticida y medicamentos tanto para curar la enfermedad como para controlar su transmisión han salvado muchas vidas en el África subsahariana. Por ahora, no existe ninguna vacuna lo suficientemente prometedora en el horizonte.

La experiencia en este distrito de salud congoleño, Kimbi-Lulenge, parece confirmar el último Informe Mundial sobre Malaria de la Organización Mundial de la Salud (OMS), de 2011, que afirma que en República Democrática del Congo los casos van en aumento, desafiando la tendencia mundial, y contra todo pronóstico.

Médicos Sin Fronteras trató un 15% más de pacientes con malaria en Kivu Sur durante los primeros dos meses de 2012, en relación a 2011. Sin embargo el nuevo proyecto de Kimbi también se ajustaría a la evaluación de la OMS según la cual el hecho de que la atención médica llegue a una población remota (más remota incluso por culpa del conflicto) conlleva un mayor registro de casos.

En la más establecida intervención de MSF en la ciudad de Baraka, a orillas del lago Tanganyika, la proporción de menores de 5 años con malaria severa en enero y febrero de este año llegó al 9,3%. En Kimbi, al 25 por ciento. La diferencia se debe probablemente a un adecuado acceso a la atención médica, ya que gran parte de la población de los alrededores de Baraka tiene a su alcance centros de atención primaria de salud con stocks fiables de antipalúdicos.

Por el contrario, en Kimbi, una zona remota en la que comenzamos a trabajar el pasado octubre, MSF ha tenido que superar complejas dificultades de aprovisionamiento. Pero ya estamos apoyando centros de salud como el de Misisi, para que los niños como Bahati puedan conseguir tratamiento más cerca de sus casas antes de caer tan enfermos. También hemos empezado a utilizar el artesunato inyectable, un antipalúdico mejor que la vieja quinina; de hecho, Kimbi es uno de los primeros proyectos del África subsahariana en los que lo estamos usando.

Tras dos días de tormentoso tratamiento y un coma con ataques epilépticos periódicos, Bahati, que en suahili significa “suerte”, con la ayuda de su nombre y de la atención del personal de enfermería en la UCI provisional, ha conseguido reponerse. Pero miles de niños morirán este año de malaria en RDC, de una enfermedad que es prevenible y curable.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Foto 1: Una niña con malaria severa ingresada en el hospital de Mweso, en Kivu Norte. Junto a ella, su hermano pequeño, que no está enfermo. República Democrática del Congo, noviembre de 2011. (© Raghu Venugopal).

Foto 2: Los equipos de MSF se desplazan a las zonas más remotas de RDC para responder a brotes de malaria. República Democrática del Congo, marzo de 2012. (© Gijs Van Gassen).

Foto 3: El test de diagnóstico SD Bioline permite determinar con rapidez y de una forma sencilla si una persona tiene malaria. Con una sola gota de sangre, el test identifica una proteína específica asociada a la presencia del parásito falciparum. Los test con dos barras indican la presencia de la proteína, es decir que la persona padece malaria. Sobre los tests se registran los nombres de los pacientes y la hora en que se tomó la muestra. República Democrática del Congo, marzo de 2012 (© Gijs Van Gassen).