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Archivo de la categoría ‘Sur de Sudán’

Sudán del Sur: el incierto futuro de los niños con desnutrición

Por Mercy Kolok, oficial de comunicación de UNICEF Sudán del Sur

Estaba sentada en una sala, ensimismada en sus pensamientos. Los dos niños que sostenía en el regazo lloraban llamando su atención, pero ella no les oía. Miraba al infinito, ajena a lo que ocurría a su alrededor. Ni siquiera la presencia del médico y las enfermeras que fueron a atender a sus gemelas la devolvieron a la realidad. Un amable golpecito en la espalda le hizo volver. Parecía aterrada, y casi tiró a las niñas. Estaba claro que Mary Kaku llevaba el peso del mundo sobre sus hombros.

Era la tercera vez que sus gemelas, Elizabeth Jungbo y Madelina Pedi, eran ingresadas con desnutrición severa. Con 16 meses, pesaban 6,2 y 4,5 kilos respectivamente, cuando el peso medio de un bebé de esa edad es de 10 kilos. Las niñas se agarraban al pecho de su madre tratando de succionar, pero claramente no había leche suficiente para saciar su hambre.

Sudán del Sur: el incierto futuro de los niños con desnutrición

Mary Kaku, con sus gemelas en el hospital infantil de Juba / ©UNICEF South Sudan/2018/Campeanu

“Vine a Juba hace más de un año para que dieran tratamiento a mi marido enfermo. Pero murió, y me dejó con los niños aquí”, cuenta Mary. “No puedo volver a mi aldea, donde están mis otros hijos, porque no me lo puedo permitir. Tengo una deuda por el entierro de mi marido. No me puedo ir sin pagarla”.

A pesar del reciente acuerdo de paz, la economía de Sudán del Sur sigue hecha añicos debido a años de conflicto. Incluso en la capital, Juba, muchas madres como Mary no pueden poner comida en la mesa de manera regular.
“A veces pasamos hambre incluso dos días, sobrevivimos a base de agua, y por eso siempre estamos enfermas”.

Mary no tiene trabajo. Pasa la mayor parte del día en la calle con sus hijas enfermas, a temperaturas superiores a los 35º, pidiendo ayuda a los transeúntes. Vive con las niñas en la calle, con otras familias que están igual que ellas.
En el hospital, diagnosticaron a las pequeñas con marasmo, una forma de desnutrición causada por la falta de nutrientes esenciales debido a una alimentación pobre o la falta de alimento.

“A menos que consiga algo de dinero pidiendo, no me puedo permitir comprar leche o comida a las niñas. También es difícil encontrar trabajo en Juba, porque no tengo dónde dejar a las niñas”, explica.

La situación de Mary es como la de muchas familias en Sudán del Sur. Con la crisis económica, la inflación y el precio de los alimentos, mucha gente no puede garantizar que vaya a comer ni siquiera una vez al día.

“Cuando llevo a las niñas al hospital, mejoran porque les dan leche y comida, pero yo no puedo proporcionársela”, continúa Mary. “No sé si sobrevivirán, pero espero que lo hagan, que crezcan y que tengan éxito en su vida”.

Una semana después, las gemelas de Mary mejoran ligeramente y reciben el alta. Pero solo otra semana después vuelven a ingresar, porque la situación de Madelina ha empeorado de nuevo. Mary pasa dos semanas en el hospital. Elizabeth recupera la salud por completo, pero su hermana sigue neceistando tratamiento. Cuando Madelina entró en el hospital no podía comer ni sentarse ella sola. Ahora ha recuperado algo de fuerza y puede sostenerse sin ayuda.

Estoy contenta porque mis hijas están mejor, pero me preocupa su supervivencia. Sé que solo es cuestión de tiempo volver al hospital. Como cualquier padre, mi sueño es ver a mis hijos crecer y tener éxito en su vida, pero no tengo ninguna garantía”, concluye Mary.

Acción Humanitaria para la Infancia

UNICEF ha presentado su Acción Humanitaria para la Infancia, un llamamiento humanitario para atender a 41 millones de niños de 59 países durante el año 2019. El llamamiento para Sudán del Sur es de 179 millones de dólares. La situación de inseguridad alimentaria mejoró un poco gracias a las cosechas de 2018, pero un 43% de la población sigue en una situación grave y más de 1 millón de niños de Sudán del Sur sufren desnutrición aguda, incluidos 250.000 que están en riesgo de muerte si no reciben ayuda.

Sudán del Sur: registrar un nacimiento es proporcionar una identidad

Por Simon Crittle, UNICEF en Sudán del Sur

Aloch Valentino, de solo un día de vida, succiona el pecho de su madre ajena al revuelo que hay a su alrededor.

Esta diminuta niña de Sudán del Sur está rodeada de médicos y funcionarios que apuntan su nombre y fecha de nacimiento en un gran libro manoseado. Con este registro se generará un documento que la niña mantendrá durante toda su vida: una partida de nacimiento.

Cuando en 2011 Sudán del Sur logró su independencia, no existía legislación para registrar los nacimientos o expedir partidas de nacimiento. Y con el país atrapado en una guerra civil desde 2013, la mayoría de nacimientos (más o menos el 65%) no se ha documentado.

Sudán del Sur: registrar un nacimiento es proporcionar una identidad

Aloch Valentino y su madre /©UNICEF/ Sudán del Sur / Simon Crittle

UNICEF lanzó un programa piloto para abordar esta laguna y ayudar al Ministerio de Sanidad a registrar los nacimientos. Desde que se puso en marcha, 100.000 recién nacidos han sido registrados en dos de los diez estados del país. Las madres que dan a luz en hospitales y clínicas rellenan un formulario y reciben un documento de notificación. Debido a que el 88% de los bebés nacen en casa, las matronas que asisten estos partos se han unido también a la iniciativa.

“Los padres pueden llevar ese documento a la oficina de inmigración para tramitar la nacionalidad, obtener pasaportes, matricular en la escuela, o incluso demostrar la propiedad de parcelas de terreno”, explica el funcionario de estadísticas del Ministerio de Sanidad, Albino Buli. Además, nos cuenta que el registro de nacimientos proporciona datos cruciales sobre el número de niños que nace, lo cual permite planificar cuándo y dónde establecer infraestructuras como escuelas, carreteras y hospitales.

Los niños menores de cinco años no solo reciben su documento de notificación, sino que también están incluidos en una base de datos. Los mayores de esta edad, que nunca fueron registrados, también reciben los nuevos documentos, tras haber sido identificados mediante listas en papel. UNICEF ha aportado ordenadores e impresoras al programa, así como artículos básicos de oficina como papel para imprimir las notificaciones y tinta para los sellos oficiales.

Antes de que Sudán del Sur se escindiera de su vecino del norte, Sudán, el entonces gobierno nacional, instalado en Jartum, registró algunos de los nacimientos del sur. Sin embargo, estos documentos ahora son inaccesibles para los sursudaneses, que no tienen los medios para viajar al norte y solicitarlos. Muchos ciudadanos que lo han intentado cuentan que fue muy difícil.

Si el parlamento aprueba las leyes federales para establecer un sistema formal de registro de nacimiento, los padres podrán cambiar los documentos de notificación por verdaderos certificados de nacimiento. Para entonces, el gobierno y UNICEEF creen que el actual programa piloto habrá establecido la mayoría de herramientas y procedimientos para registrar los nacimientos en los diez estados del país, tanto en ciudades como en pueblos remotos.

Richard Silas, oficial de protección de UNICEF, explica que si se aprueba el proyecto de ley los actuales documentos de notificación serán expedidos paro los trabajadores de salud. Estos se los entregarán a los padres, y con ellos podrán solicitar al gobierno un certificado de nacimiento.

La notificación demostrará que un niño nació en un lugar determinado en un día y hora concretos”, nos cuenta. “Luego los padres irán al lugar donde se expiden los certificados, y pasarán esa información al certificado”.

Fue más difícil emitir las notificaciones en las áreas remotas de Sudán del Sur, donde la mayoría de la gente no eran conscientes de la importancia de tener documentos identificativos. “Como parte del programa piloto”, concluye Silas, tenemos voluntarios comunitarios trabajando desde la base, concienciando sobre la importancia de registrar los nacimientos y yendo con un cuaderno para registrar a los niños”.

Hambruna en Sudán del Sur: Emmanuel quiere sobrevivir

Por Nicholas Ledner, UNICEF en Sudán del Sur

Eran más o menos las 10 de una mañana de julio cuando Helen empezó a ver y sentir las balas silbar sobre su cabeza. Acababa de tomarse un té y se disponía a tender la colada con la ropa de sus hijos. Inmediatamente corrió hacia su casa agarrando a los dos niños y huyó de su pueblo, cercano a Juba, con otros vecinos. El conflicto en Sudán del Sur había estallado y parecía que quienes estaban atrapados en medio no importaban nada.

Helen estuvo cuatro días caminando, con su hijo mayor a la espalda y el pequeño en sus brazos. No tenía dinero ni alternativa. Por fin llegó a Uganda, pero cuando estuvieron seguros en el campo de refugiados llegó una dificultad casi peor: no había comida. Cuando Helen y sus hijos llegaron a Uganda, los niños estaban sanos y fuertes. Pero la falta de comida en el campo empezó a debilitarlos, especialmente al pequeño, Emmanuel. Tenía tan solo unos meses, y cada vez parecía más frágil entre los brazos de su madre. Helen sabía que no podía permanecer allí, así que decidió emprender un peligroso viaje de vuelta a su pueblo. Enfrentarse a una posible muerte debido a la guerra era mejor que una muerte lenta por hambre.

Hambruna en Sudán del Sur: Emmanuel quiere sobrevivir

Helen sostiene a su hijo Emmanuel, que sufre desnutrición severa aguda / © UNICEF/UN053449/Gonzalez Farran

Cuando llegó a casa comprobó consternada que su pueblo estaba abandonado. Su marido no estaba allí. Cuando empezó el conflicto quedaron separados, porque él estaba trabajando en Juba. Ella intentó llamarle una y otra vez, pero el teléfono ya no funcionaba. Las cosas se ponían cada vez más difíciles: no tenía padres que pudieran ayudarla, y no quedaban huertos de los que pudiera coger algo para comer.

Sin alimentos, Emmanuel cada vez estaba peor. Una mañana de enero, Helen se lo encontró inconsciente en casa. Se había desmayado. Sabía que era el momento de hacer algo si quería que su hijo sobreviviera. Rogó y suplicó a cualquiera en el pueblo que pudiera ayudarla. Finalmente su hermano pudo darle el dinero suficiente para que ella y el niño fueran al centro de tratamiento contra la desnutrición en Juba.

Helen no paraba de rezar por la vida de Emmanuel. Le llamó así porque nació el día después de Navidad y esperaba que el nombre, que significa “Dios está con nosotros”, le traería suerte. Pero durante esos últimos meses Helen perdió la esperanza de que su hijo sobreviviera. Le recordó con diarrea, con síntomas de desnutrición severa aguda. Estaba desesperada. Ahora, en la clínica, estaba en buenas manos y podría recuperarse, aunque el camino no sería fácil.

El pequeño Emmanuel se agarraba al pecho de su madre. Afortunadamente en el centro había la suficiente leche y alimento terapéutico listo para consumir. Helen aprendió allí la importancia de tener buenos hábitos. Sobre todo, llevar a los niños al centro más cercano en cuanto se pusiera enfermo. El ánimo de las enfermeras le ayudaba a ser positiva.

Helen piensa en la guerra y reflexiona: “Si no hubiera guerra, mi familia estaría junta y tendríamos trabajo para comprar comida. Pero nada funciona y no hay oportunidades para mí”. Echa de menos la comodidad que su marido llevaba a la familia, por no mencionar el dinero. Por ahora no sabe qué futuro les espera. Helen y su familia siguen luchando por permanecer vivos.

Recientemente se ha declarado una hambruna en ciertas partes de Sudán del Sur. Cerca de un tercio de la población necesita ayuda humanitaria alimentaria urgentemente. Más de 1,1 millones de niños sufren desnutrición aguda. Solo en enero, UNICEF y sus aliados admitieron a 11.359 niños en tratamientos contra la desnutrición severa aguda.

En las zonas inseguras, a las que no llega la ayuda humanitaria, UNICEF, el Plan Mundial de Alimentos (PMA) y otros aliados, están trabajando para llegar a los niños desnutridos más vulnerables a través de un mecanismo de respuesta rápida. También trabajamos para restablecer servicios en zonas de relativa calma. Se prevé realizar más misiones en los próximos días y semanas.

El programa de nutrición de UNICEF tiene un déficit de financiación de 26 millones de dólares para poder seguir realizando actividades durante 2017.

Sudán del Sur: un futuro sin pistolas para los antiguos niños soldado

Por Mercy Kolok, UNICEF en Sudán del Sur

Se agarró a su AK-47 con la cabeza inclinada, tal vez esperando que sería la última vez que tendría que llevarla. Tom*, de 14 años, ha pasado la mayor parte de los últimos tres años en las filas de la Facción Cobra, uno de los muchos grupos armados de Sudán del Sur. Hoy, un día de finales de noviembre, él y otros 144 niños vuelven a la vida civil en una emotiva ceremonia celebrada en Pibor, al noreste del país.

Tom se unió a la Facción Cobra en diciembre de 2013, tras un ataque a su pueblo por parte, según él, de soldados del gobierno.

“Recuerdo cómo ocurrió todo ese día”, rememora. “Escuché disparos por todas partes, la gente chillaba y vi casas ardiendo. Cuando pensé que debíamos abandonar nuestra casa los soldados nos cogieron. Golpearon a mis hermanos mayores pidiéndoles pistolas. En ese momento los más pequeños, mis padres y yo corrimos hacia el bosque. Les vimos quemar la casa y llevarse a mis hermanos”.

Sudán del Sur: un futuro sin pistolas para los antiguos niños soldado

Tom escucha los discursos durante la ceremonia de liberación de 145 niños asociados a grupos armados/ © UNICEF/UN043975/Kolok

No era el primer ataque al pueblo de Tom. Su hermana fue asesinada en un asalto similar a principios de 2013.

“Estaba harto de ver cómo morían mujeres y niños inocentes. Me amargaba la muerte de mi hermana. Así que decidí que tenía que hacer algo. Quería venganza por todas esas muertes, sobre todo por la de mi hermana. Así que me uní a la Facción Cobra”, cuenta.

Tom hizo esto con la aprobación de sus padres. Durante cerca de un año fue cocinero, porteador y guardia, cuando no le necesitaban para combatir.

“Dejé la Facción Cobra en 2014, cuando el comandante me pidió que volviera a la escuela. Pero volví en 2016 cuando mi pueblo fue atacado de nuevo. Se trataba de elegir entre unirme otra vez a la facción o morir a manos del ejército, así que decidí volver con los Cobra”.

A diferencia de muchos niños asociados a grupos armados, a Tom no le reclutaron a la fuerza. Él vio en el grupo un refugio seguro; un lugar donde, pese a todos los riesgos mortales, tendría algo que comer. Hoy, sin embargo, se arrepiente.

Siento que he desperdiciado tres años de mi vida. Si hubiera ido a la escuela estaría a punto de graduarme”, lamenta.

Después de la ceremonia de liberación en la que Tom y otros niños dejaron sus armas y uniformes, les llevaron a un centro de atención dirigido por una organización aliada de UNICEF. Allí recibieron apoyo psicosocial y asesoramiento para ayudarles a reintegrarse en sus comunidades. Con el apoyo de UNICEF podrán matricularse en la escuela o en programas de medios de vida. En las comunidades donde son vulnerables a un nuevo reclutamiento es esencial tomar medidas de prevención como mejoras de los servicios sociales básicos (educación, agua y saneamiento, y programas para fortalecer a los adolescentes).

Dos días después de la liberación visité a Tom y a otros niños en el centro.

Estoy feliz de ser libre de nuevo”, me contó Tom con una sonrisa en la cara. Era la primera vez que le veía sonreír desde que le conocí.

Le pregunté si volvería a un grupo armado, y me respondió rápidamente. “¡Nunca! Nunca volveré a un grupo armado de nuevo. Si hay luchas otra vez en mi pueblo huiré y me esconderé con el resto en el bosque, donde hay calma. Iré a la escuela”.

Tom ha podido volver con su familia y es feliz de estar en casa. Espera poder volver a la escuela el año que viene.

No culpo a mis padres por animarme a unirme a la Facción Cobra. Lo hicieron porque no tenían dinero para mandarme a la escuela y probablemente no sabían que ir al colegio es más importante que formar parte de cualquier grupo armado. Estoy feliz de haber vuelto con ellos”, concluye.

Desde 2013 más de 17.000 niños han sido reclutados por fuerzas y grupos armados. Desde 2015 han sido liberados más de 1.900, pero todavía queda mucho por hacer para garantizar la liberación de todos los niños soldado y para prevenir más reclutamientos.

*Nombre ficticio

Guerra y lluvia: la doble problemática de la infancia desplazada en Sudán del Sur

Jonh Mayol, Coordinador de Plan Internacional en las comunidades de Bor
Betty Gorle, Coordinadora de Comunicación en Emergencias de Plan Internacional.

Miles de mujeres, niños y niñas desplazados en Sudán del Sur sobreviven a la intemperie y se refugian debajo de los árboles. La guerra les ha separado de sus hogares y no les deja regresar. El acceso al agua o los alimentos más básicos, es muy limitado.

El campo de refugiados de Mingkaman

El campo de refugiados de Mingkaman

El campo de refugiados de Mingkaman, situado en el estado de Lagos, acoge a un número muy elevado de personas, todos ellos son desplazados internos que -en su mayoría- llegaron desde la ciudad de Bor, situada en el estado de Jonglei. El conflicto ha provocado el desplazamiento de cerca de un millón de personas, de los cuales más de 390.000 son niños y niñas.

Debido a las necesidades extremas de la población desplazada, cualquier tipo de asistencia humanitaria es sólo una gota de agua en el océano y la situación está empeorando con la llegada de las lluvias. Las familias que viven en esta zona dependen íntegramente de la ayuda ofrecida por organizaciones como Plan Internacional, que trabaja para dar cobertura a las necesidades más básicas de la población desplazada.

La gente lo ha perdido todo durante el conflicto. Han sido testigos de sucesos horribles, que probablemente perdurarán en su mente de por vida. Muchos de ellos no quieren regresar a casa.

«Yo mismo fui víctima de la insurgencia que provocó la huida de miles de personas de Bor. Huí con mi familia hacia un lugar más seguro. Fuimos a un campamento de refugiados situado en Uganda. Hace unos días regresé. Descubrí que mi casa, los mercados y todo lo que había en la ciudad, estaba completamente destruido.»

Bor, era una ciudad con expectativas de prosperar, pero ahora está todo completamente destrozado. Es desolador y no hay nada que invite a regresar.

John Mayol con su familia.

John Mayol con su familia.

«Muchos, hemos utilizado nuestros últimos recursos para huir del conflicto armado. Algunas familias se han tenido que desplazar con el ganado a la región de Equatoria, otros se han ido hacia Awerial, en el estado de Lagos. Mi mujer y mis hijos están en un campamento de refugiados en la frontera con Uganda. Tenemos que ser fuertes porque hay que empezar desde cero.»

La temporada de lluvias suele empezar en abril y miles de personas desplazadas de Bor, podrían perder toda la cosecha. La anterior tampoco dio frutos, ya que muchos se vieron obligados a huir de la guerra dejándola atrás.

La necesidad de ayuda y asistencia humanitaria es cada vez mayor. Las lluvias ya han comenzado y al igual que está ocurriendo en los campos de desplazados de Tongping, Malakal o Bentiu, es previsible que cuando se intensifiquen en Mingkaman, se complique el acceso y la entrega de la ayuda a la población.

Por eso, en colaboración con el Programa Mundial de Alimentos, desde Plan Internacional estamos trabajando para garantizar la seguridad alimentaria de la población más vulnerable, organizando la distribución de alimentación suplementaria para mujeres embarazadas o en periodo de lactancia y para niños y niñas menores de cinco años que se encuentren en situación de malnutrición.

Un pequeño punto en el mapa

por Alejandro Arantegui (Sur de Sudán, Médicos Sin Fronteras)

La temporada de lluvias ha llegado con fuerza por estas tierras. Es una buena noticia para la población: cualquier trozo de tierra es fértil para enterrar algunas semillas y dejar que la naturaleza haga su trabajo. De eso depende el sustento de toda esta gente, y ha sido así durante cientos de años.

Me parece un paisaje muy hermoso. Durante todo este mes siempre que he ido con el equipo de la clínica móvil, he ido viendo cómo los cultivos nos van rodeando hasta estar prácticamente inmersos en el paisaje. Y luego, unas lonas de plástico, soportadas con estructuras de madera y bambú dentro de las comunidades en las que viven estos desplazados. Y un equipo de gente que por unas horas asiste a todas las personas que acuden a nuestra clínica móvil para ser tratados. Así me siento. Si nos hicieran una foto aérea, seríamos un pequeño puntito azul dentro de un cuadro de verdes y rojos. Me gusta pensar así, me gusta creer que son las pequeñas acciones las que cambian las cosas. Ya os digo, un puntito en el mapa, en este mapa inmenso y precioso que es África.

En parte, es nuestro objetivo. Intentar aliviar el día a día de personas concretas a las que por desgracia les ha tocado vivir esta situación. Cada día cargamos los coches con medicamentos, material de curas, alimentos terapéuticos preparados (los llamados RUTF, ya os dije que os hablaría de cómo tratamos la desnutrición) y tests rápidos para detectar la malaria, pero sobre todo cargamos nuestros coches con personas. Personas dispuestas cada día a ayudar a otras personas. Pablo ya os ha contado algunas historias de nuestros trabajadores nacionales, personas como Valerio y ‘Big John’, personas que han vivido en sus propias carnes las penurias a las que se enfrentan los refugiados y los desplazados internos en este país. Ellos están también en los coches.

Yo quiero hablaros de la parte que me toca y que, como os decía, es parte de nuestro objetivo en el proyecto: garantizar el acceso a una atención médica de calidad y gratuita a los refugiados y desplazados internos. Desafortunadamente, la época de lluvias es también época de malaria. Una losa más sobre estas maltrechas espaldas, que hace, si cabe, el día a día un poco más difícil.

Esta enfermedad se ceba sobre todo con los pequeños, como siempre, los más vulnerables. Una simple picadura del mosquito que transmite este parásito es suficiente para contagiarla. Una vez dentro del organismo, después de una semana aproximadamente, provoca fiebre, anemia severa, dificultades respiratorias, síntomas neurológicos, y en muchos casos la muerte.

No existe vacuna para esta enfermedad. Sin embargo, podemos hacer mucho y de hecho lo hacemos. Contamos con tests rápidos para el diagnóstico temprano, algo extremadamente importante, así como un tratamiento adecuado. Cada día chequeamos a todas las personas que vienen a nuestras clínicas móviles con sospechas de haber sido contagiadas y en la mayoría de los casos podemos diagnosticarles y tratarles a tiempo.

Es importante también para nosotros explicar a estas personas cómo detectar la enfermedad, cómo prevenirla y por qué es importante que vengan a nuestras unidades móviles…

Y la desnutrición…

De todas formas, no es sólo la malaria lo que nos preocupa en nuestra actividad diaria. Ya os conté algo de nuestras actividades en Ezo y el ‘screening’ nutricional. También en nuestras clínicas móviles llevamos a cabo esta tarea. Cada día se nos llenan de madres con sus niños a cuestas, y les hacemos el ya famoso MUAC, el brazalete que nos ayuda a medir el grado de desnutrición del niño. En esta zona sí que encontramos casos desnutrición moderada y severa. Se dan todas las condiciones para ello y la época de lluvias, con sus mosquitos Anopheles, no ayuda.

Aquí es dónde aparece el RUTF, o alimento terapéutico ‘listo para usar’, no sé si más famoso incluso que el MUAC para todos aquellos que seguís este blog. Es un preparado alimenticio, que contiene todos los nutrientes necesarios para garantizar el soporte alimenticio de estos pequeños: junto con un eficiente tratamiento médico, es muy efectivo en los niños que podemos tratar ambulatoriamente y que son la mayoría de los que encontramos en la clínica móvil.

También aquí nuestra labor se hace presente cada día. Me resulta muy gratificante ver el chorreo de personas que acuden a nuestros servicios. Poder hablar con ellos, escuchar sus historias, reírme con los niños. Me gusta comprobar que la población nos conoce, confía en nosotros y acude en busca de ayuda. Quizás seamos los únicos que pueden garantizar esta atención, efectiva y gratuita. Pensad que no existe un sistema sanitario gratuito en este país, por lo que, para personas que difícilmente pueden pagar su alimento diario, es imposible acceder al diagnóstico y tratamiento de estas enfermedades.

Como siempre, no podemos dejar de pensar que cada día vendrán nuevos casos y que probablemente nos enfrentaremos a situaciones aún más difíciles en lo que a mi me parece un extraño lugar, mezcla de belleza y violencia, de riqueza natural y enfermedades, de personas acostumbradas a desconfiar y de personas eternamente agradecidas…

Este es nuestro pequeño puntito en el mapa de Sur Sudán. Hay muchos otros a lo largo de todo este continente y del mundo. No dejéis de pensar que poco a poco, grano a grano podemos dar la vuelta a las cosas que no nos gustan. Así que desde aquí os damos las gracias a todos los que cada día compartís este pensamiento con nosotros… y creedme si os digo que es una satisfacción personal ser testigo de todo.

Desde Yambio, un fuerte abrazo,

Alejandro.

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Foto 1: Carretera en Yambio, Sur de Sudán (© Catee Lalonde).

Foto 2: Parachek, prueba de diagnóstico rápido de la malaria, que permite saber si una persona padece la enfermedad en unos minutos (© Bruno De Cock/MSF).

Foto 3: Pequeño paciente consumiendo RUTF, en un proyecto de MSF en Darfur, norte de Sudán. (© Julie Damond/MSF)

Luces y sombras en el Sur de Sudán (2)

por Pablo Waring (Sur de Sudán, Médicos Sin Fronteras)

Os contaba el pasado martes cómo habíamos organizado la distribución de ayuda a los desplazados internos de Nakiri.

En un momento dado, me paro a pensar en los cientos de personas congregadas a la puerta de la iglesia, niños que se asoman curiosos por las pequeñas ventanas de barro del edificio, ancianas sentadas en una esquina fumando y juzgando, un hombre con quemaduras severas de hace años y sin dedo anular, que te estrecha la mano y te regala una sonrisa en la que sólo veo dos dientes.

Y me paro a pensar en nuestros colegas sudaneses. Si no me equivoco, sólo 5 de los 58 empleados que trabajan hoy en nuestro proyecto, han podido quedarse en sus hogares durante la guerra. Es decir, que en un proyecto en el que nuestro primer objetivo es ofrecer ayuda humanitaria de emergencia a las víctimas de la violencia y a los desplazados, un 90% de nuestros trabajadores locales se han visto obligados a huir de sus casas en algún momento de sus vidas, para convertirse en refugiados en las vecinas República Democrática del Congo y República Centroafricana, o desplazados internos dentro del propio Sudán.

Contamos además con 21 refugiados congoleños, que están trabajando en las Unidades de Atención Primaria que MSF ha instalado en el campo de refugiados de Makpandu, a unos 40 kilómetros de Yambio, y en el de Napere, en Ezo, del que os hablé hace unas semanas. Ellos llegaron a Sudán huyendo también de una violencia que azota a toda la región.

A pesar de verlo, de haber estado allí, me sigue costando hacerme una idea clara de lo que supone vivir en un campo de refugiados, una vida precaria, de prestado, durante años y años.

Con todo eso en la cabeza, además de otro buen montón de trabajo urgente que hacer (esto es así), me tuve que dar un respiro. Decidí ir a tomarme un café con Valerio y ‘Big John’, nuestros vigilantes el turno de anoche. Me estuvieron contando sus experiencias, Valerio como refugiado en RCA, y ‘Big John’ en RDC.

Me contaron cómo tenían que luchar para sobrevivir en el campo, y cómo se las han tenido que arreglar para intentar dar una educación básica a sus hijos. Me contaron lo duro que es el camino al exilio, y me confirmaron que, por el camino, los jefes de las comunidades por las que pasaban les ofrecían techo, comida y agua, sólo por el hecho de ser de la misma etnia, la Azande en este caso, que se distribuye en esta zona sin entender de las fronteras que se trazaron desde los despachos de Europa.

Estuvimos hablando un buen rato sobre nuestros objetivos y nuestros límites, como ONG y como personas, y también de las esperanzas de una población que acaba de salir más o menos airosa de sus primeras elecciones en más de veinte años, y que avanza hacia un próximo referéndum en el Sur de Sudán que podría llevar a la independencia de esta región.

Me temo que el panorama político, a pesar de la euforia que ha seguido a las elecciones en Yambio, no es demasiado halagüeño para Valerio y sus compatriotas. Intereses económicos y políticos, abundantes recursos naturales que atraen a corporaciones extranjeras, tensiones étnicas y religiosas, asfixian aquí a la población civil y se nutren de sus esperanzas, como una planta trepadora abraza el tronco de un árbol y se sirve de él para medrar.

Espero que al final ese tronco sea más fuerte, que resista, porque se lo merece. Mientras siga asfixiado, mientras sufra la violencia, la marginalidad y el olvido, MSF seguirá aquí, haciendo lo que pueda para garantizar el acceso a una atención sanitaria gratuita y de calidad. Y eso, retomando lo que os decía el martes sobre las consecuencias, es luz. Sólo luz, sin sombras.

Un abrazo, ¡y hasta la próxima!

Pablo

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Foto:  Un grupo de refugiados congoleños recién llegado a uno de los campos del Sur de Sudán tras huir de un ataque de la guerrilla ugandesa Ejército de Liberación del Señor. © Brendan Bannon, 2009.

Luces y sombras en el Sur de Sudán (1)

por Pablo Waring (Sur de Sudán, Médicos Sin Fronteras)

El sábado aquel amaneció lluvioso. No obstante, me levanté contento. Teníamos una buena actividad programada, y Mat, nuestro logista, nos había pedido ayuda. El objetivo: distribuir cerca de 350 ‘non food items’ (ayuda no alimentaria, es decir cajas que incluyen kits de cocina, mosquiteras, mantas, platos, y otros enseres básicos, que en este caso nos habían sido donadas por UNICEF) a los desplazados internos del campo de Nakiri, a unos pocos kilómetros al sur de Yambio.

Es la primera vez que participo en una distribución de este tipo, y es toda una experiencia para alguien acostumbrado al trabajo de oficina: cargar y descargar cajas, organizar su distribución, acompañar a los conductores del camión por un camino embarrado y lleno de baches…

El lugar convenido para la distribución es una iglesia. No sé de qué credo, la verdad. Nos viene bien, porque por lo menos no nos mojaremos demasiado, y además ayuda a tener un acceso individual y controlado de todos aquellos que se han registrado debidamente y pueden acreditar su situación de desplazado interno.

Lamentablemente, no podremos entregar kit a quienes no lo hayan hecho, pero este mecanismo garantiza que la ayuda llega a los más vulnerables: los desplazados internos no disponen de redes familiares o comunitarias en las que apoyarse para sobrevivir.

Sudamos, nos ensuciamos, arrimamos el hombro todos los expatriados disponibles, y también muchos colegas sudaneses. Varios policías del SPLA (la ‘policía militar’ oficial en el Sur de Sudán) han aparecido para poner orden y garantizar nuestra seguridad. Les agradecemos el gesto… y les pedimos, amablemente, que se marchen. Confiamos en nuestra labor y en la aceptación de la población local para garantizar nuestra seguridad. No vamos armados ni llevamos escolta armada. Y funciona.

La experiencia ha sido memorable, aunque uno no puede evitar sentirse mal cuando tiene que negarle el kit a una persona que intenta pasarte un trozo de papel doblado para ver si cuela, o que simplemente, no ha podido registrarse. Sonrío, pero es triste.

De todos modos, me temo que veré alguno de esos kits a la venta en el mercado. Y es que a veces es preferible cambiar un kit de cocina por algo de comida. O quizás, simplemente, que el dinero es el dinero, aquí y en cualquier otra parte, y hace falta.

Luces y sombras, pros y contras. Actos y consecuencias. Algunas, quizás, criticables, pero la mayoría, seguro, con mucho sentido.

(Continuará el próximo jueves…)

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Fotos: Distribución de ayuda humanitaria en Pieri, Sur de Sudán, y cocina de la clínica de MSF (© Susan Sandars/MSF, 2008)

Niños de Ezo, niños de otro mundo

por Alejandro Arantegui (Sur de Sudán, Médicos Sin Fronteras)

Hoy quiero hablaros de una particular parte del mundo, una relativamente pequeña franja de tierra que literalmente une tres países aunque perfectamente podrían ser el mismo… no hay nada a primera vista que te haga pensar que estás pisando la frontera de Sudán, República Democrática del Congo y República Centroafricana.…pero ahí está. Se trata de Ezo. Y es aquí dónde llevamos a cabo uno de los proyectos de asistencia sanitaria en Sur Sudán en los que tengo la suerte de participar.

Hablar de Ezo es hablar de población desplazada, campos de refugiados, necesidades básicas no cubiertas, años de violencia, enfermedades endémicas y todos los factores comunes que os podáis imaginar en esta situación. Sin embargo sería injusto no hablar también de una tierra fértil, de un paisaje de una riqueza natural que impresiona mires donde mires, hablar de historia ancestral y de tradiciones, pero sobre todo de gente.

Podría escribir muchas páginas hablando de mis vivencias con la población y de todo lo que me enseñan a cada momento. Creo que nunca tendré tiempo suficiente para agradecer a estas personas las experiencias que estoy viviendo. Aunque parezca paradójico, ahora pienso que ellos hacen mucho más por mí de lo que yo hago por ellos. No obstante, puedo colaborar en un proyecto que realmente marca la diferencia en esta zona del mundo. Especialmente, y para entrar en materia, dando asistencia sanitaria gratuita en el campo de desplazados.

Tenemos una unidad de asistencia primaria en Napere, que es como se llama este campo. Pablo ya os ha comentado algo de esto, así que voy a centrarme en explicaros una de las actividades más interesantes que llevamos a cabo y que más impacto tienen en la población infantil, la más vulnerable a la que nos enfrentamos. Se trata del ‘screening’ nutricional, una evaluación del estado nutricional de una población.

No sé si habéis oído hablar alguna vez del MUAC; seguro que muchos de vosotros sí, pero para los no iniciados, el MUAC es un brazalete con franjas colores (del verde al rojo) que se coloca en el brazo para medir su perímetro, un sencillo pero efectivo sistema para valorar el estado nutricional de los niños en zonas de riesgo de desnutrición. En pocas palabras, valorar si reciben las calorías suficientes diariamente para mantener sus necesidades vitales cubiertas.

John y Arquetta, dos refugiados que colaboran con nosotros en Napere, son las personas que se encargan de ir de campo en campo, de tukul en tukul, avisando a las madres para que nos traigan a sus niños cada día para poder registrarlos y valorarlos.

Puede que estéis pensando en niños con caras tristes, con apenas fuerza para andar y rodeados de moscas. Sin embargo, debo deciros que no hay uno solo que no venga riendo a ponerse en fila, sorprendido por ver a una persona con la piel blanca que les habla con gestos y les pone un trozo de plástico alrededor del brazo.

Es un juego para ellos, podría decir que cualquier cosa es un juego para estos niños que viven ajenos a la situación en la que se encuentran y no ven más allá del día a día con sus semejantes y ocasionalmente estos nuevos invitados con piel blanca a los que miran con cara de sorpresa.

Afortunadamente, la mayoría de niños que hemos valorado en este campo están en la “zona verde”: esto significa que su estado nutricional no se encuentra en peligro. Estamos preparados también, por supuesto, para atender a aquellos que necesitan soporte nutricional, pero esa parte os la contaré otro día. Hoy me quedo con la satisfacción que es para nosotros ver este resultado y las sonrisas de estos pequeños corriendo hacia nosotros.

Sin embargo la experiencia nos hace ser moderadamente optimistas ya que, como os decía antes, la situación a la que se enfrentan estos niños cambia cada día. Hay demasiados factores que en un minuto pueden hacer que pasen al color naranja del MUAC, zona de desnutrición moderada, o incluso a la zona roja, desnutrición severa.

Existen aún tantas amenazas que hacen que la desnutrición sea una de las principales causas de mortalidad infantil en el llamado “tercer mundo”… Yo sinceramente no sabría deciros si el mundo en el que viven estos niños es el tercero; lo que sí tengo claro es que definitivamente es otro mundo. Otro mundo muy distinto al que estamos acostumbrados y con otros problemas no menos graves pero muy diferentes a los que se enfrentan nuestros niños, como son la obesidad infantil o la depresión.

Soy muy consciente que es fácil caer en la demagogia en estos casos, por eso quiero simplemente dejaros con la idea que me llevó a escribir estas palabras: existe otro mundo, existen niños que viven en ese mundo y creo que es obligación de todos intentar construir uno sólo para TODOS los niños. Seguro que nos lo agradecerán.

Desde Ezo,

Alejandro

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Foto 1: Los niños hacen cola para ser evaluados mediante el brazalete Muac, que puede verse en el brazo del pequeño atendido por personal de MSF. (© Alejandro Arantegui)

Foto 2: La cola se convierte en un entretenimiento más para los niños del campo de desplazados de Napere. En la foto, Alejandro Arantegui con uno de ellos. (© Alejandro Arantegui)

Foto 3: Niños de Ezo, niños de otro mundo (© Alejandro Arantegui)

Ezo: supervivencia sin fronteras

por Pablo Waring (Sur de Sudán, Médicos Sin Fronteras)

Susan, vamos a llamarla así, tiene 13 años. Hace un mes aproximadamente llegó a Yambio. Consiguió escapar, después de haber sido secuestrada por el LRA (el Ejército de Resistencia del Señor, la guerrilla de origen ugandés) y pasar cinco meses como “esposa” de uno de los combatientes veteranos. Nuestro equipo de salud mental empezó a tratarla.

Hace unos días, preparamos dos coches y nos lanzamos a la carretera. Destino: Ezo, una población situada justo donde se encuentran las fronteras de República Democrática del Congo, República Centroafricana y Sudán. Susan, es de allí, y hace unas semanas que regresó.

Nos cuentan, al llegar, que han capturado a un miembro del LRA en el mercado de Ezo. Al preguntar por los detalles, nos informan de que una chica lo reconoció. Era Susan. Y él, el combatiente al que había sido entregada como “esposa”. No puedo ni imaginarme cómo pudo sentirse ella en ese momento. Nuestro equipo de salud mental, afortunadamente, nos acompañó a Ezo y pudo continuar el tratamiento.

En esta parte del mundo, el concepto de frontera se difumina hasta el infinito. Sólo hay selva y más selva. Eso lo sabe, y bien, el LRA: ataca en grupos reducidos de entre tres y diez combatientes a la población civil que vive próxima a la frontera, y luego se refugia tras la frontera de algún país vecino. En general, su objetivo principal es la comida y los bienes que puedan robar, y, tristemente, también los niños y niñas, que secuestran cuando tienen la ocasión.

Se trata de una zona caliente, sometida a la violencia desde hace años, y de eso dan testimonio los numerosos campos de refugiados y de desplazados internos que hay en la zona, tanto en Ezo, como más al norte, hacia Tambura.

MSF dispone de una Unidad de Atención Primaria en el campo de Napere, a las afueras de Ezo, donde un equipo de siete personas hacen lo posible para facilitar una atención primaria de emergencia mínima y gratuita a la población. También apoyamos el Centro de Atención Primaria del Ministerio de Salud.

Al preguntar por las cifras, nadie sabe exactamente cuántas personas residen en el campo. Mboriundo, el jefe del Campo 3 (Napere está dividido en cinco campos distintos), nos informa de que es difícil saberlo, porque muchos de los refugiados que residían en su campo se han ido a otros, debido a que a principios de abril tuvo lugar un ataque del LRA allí mismo, y la gente tiene miedo de que vuelva a ocurrir. Pero son miles de personas.

Napere es un sinfín de chozas precarias, unos cuantos palos que sostienen un techo de paja. Sólo unos pocos han podido hacerse con un trozo de plástico para protegerse mejor de las constantes y potentes lluvias que caen por estas fechas en la selva ecuatorial. El acceso a agua potable es, paradójicamente, una difícil tarea. Las mujeres cargan constantemente con recipientes de agua desde el pozo hasta su choza.

La mayoría de los niños tienen problemas de higiene. Muchos tienen problemas de hongos y llevan la cabeza rapada a trozos. Los más pequeños no tienen ropa, y los mayores la tienen toda hecha trizas. Sin embargo, los niños cuyo estado nutricional nos ha dado tiempo a evaluar parece que están fuera de peligro. Alejandro, que sabe más que yo, ya os contará un poco más de esto el próximo lunes.

Yo, por mi parte, lo que sí puedo deciros, desde una perspectiva no sanitaria, es que en Napere he visto muchas necesidades, la mayoría muy básicas. También he visto agradecimiento. Nos dicen que aprecian el hecho de que, cuando hay ataques, MSF se queda. Y he visto alegría en niños que no tienen absolutamente nada, salvo unas ganas de vivir y una energía increíbles. Y se me ha contagiado.

He visto que las organizaciones humanitarias (aunque aquí no hay muchas) marcamos la diferencia entre la vida y la muerte de miles de personas. Desde aquel día soy más persona. Y todos los que hacen y hacéis esto posible, a través de vuestro apoyo, deberíais poder contagiaros un poquito de esto. Espero que estas líneas ayuden.

Un abrazo, ¡y hasta la próxima!

Desde Ezo,

Pablo

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Foto superior: Carretera en los alrededores de Yambio, base del proyecto de MSF (© Catee Lalonde)

Foto inferior: Pablo Waring rodeado de algunos de los pequeños cuyo estado nutricional fue evaluado en Ezo (© MSF)