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Día Mundial contra la Trata: el trabajo para lograr que los niños víctimas de trata recuperen sus vidas

Por Sarah Ferguson, UNICEF Estados Unidos

Ocurre en todo el mundo. Atraídos por la perspectiva de un trabajo estable que les ayudaría a alimentar a sus empobrecidas familias, los niños cruzan fronteras solos, y así se convierten en presa fácil para traficantes y secuestradores.

“Pensaba que si iba a Arabia Saudí podría ayudar a mi madre y a mis tres hermanos”, cuenta Berhan, de 17 años, que dejó su casa de Tigray (región del norte de Etiopía). Su plan era atravesar Yibuti y Yemen hacia Arabia Saudí, donde, según se rumoreaba, había muchos trabajos.

Pero Berhan fue secuestrado y hecho prisionero por los traficantes en Yemen. “Cuando nos capturaron éramos 115 en una habitación pequeña”, recuerda. “Nos daban dos rebanadas de pan al día y un poco de agua”.

Día Mundial contra la Trata: el trabajo para lograr que los niños víctimas de trata recuperen sus vidas

Berhan Berhe, de 17 años, es un migrante vulnerable. Su sueño era ayudar a su madre y hermanas, pero fue víctima de trata. Ahora ha logrado volver a su pais, Etiopía, donde espera encontrar un futuro mejor. / © UNICEF/UNI320535/Tesfaye

Cinco meses después, cuando les quedó claro que nadie podría pagar su rescate, los traficantes le liberaron. Finalmente llegó a Arabia Saudí, donde las autoridades le tuvieron un mes detenido, para finalmente deportarle a Etiopía. Durante una cuarentena obligatoria de 14 días en la Universidad de Adís Abeba, Berhan y otros menores no acompañados retornados conocieron a varios trabajadores sociales. Estos los registraron y evaluaron, y luego se aseguraron de que los niños recibían los servicios que necesitaban.

“Sienta bien ayudar a los demás, especialmente sin son niños”, dice Tiresew Getachew, trabajadora social en Adís Abeba. “Pero no somos muchos, y es un trabajo lleno de obstáculos. Yo no pregunto directamente qué les ocurrió. Me tomo mi tempo para ganarme su confianza y que puedan hablarme con libertad”.

El aumento del número de retornados en los últimos meses ha puesto al límite el sistema sanitario y otros servicios locales. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y UNICEF están dando apoyo al gobierno para garantizar que los jóvenes retornados acceden a los servicios que necesitan, así como la reunificación con sus familias y la reintegración en sus comunidades. Las dos agencias también les proporcionan jabón y otros artículos de higiene, de ocio, tiendas de campaña, ropa de cama y otros suministros no alimentarios esenciales.

“Cuando llegan tratamos de ponerles en habitaciones privadas y ver si tienen fiebre o síntomas del coronavirus”, explica el doctor Minhayel Tave. “Si los tienen, les trasladamos a una zona de aislamiento. Además de la COVID-19, buscamos otras enfermedades infecciosas a las que pueden haber estado expuestos durante su cautiverio”.

Berhan estaba en tercer grado cuando su padre murió. Dejó la escuela e hizo todo lo que pudo para cuidar a su madre y sus hermanas, pero las oportunidades de trabajo eran limitadas. Confió en un intermediario que le prometió que le sacaría del país y le llevaría a Arabia Saudí. Ahora se siente aliviado por estar de vuelta en Etiopía, y está deseando ver a su madre y sus hermanas de nuevo. “He visto los peligros y no quiero volver”, cuenta. “Pero espero encontrar trabajo ahora que he vuelto a casa, y ser capaz de ayudara a mi familia”.

UNICEF trabaja con sus aliados para proteger a los niños vulnerables frente a la explotación en todo el mundo.

Yemen: el coronavirus empeora una situación desesperada

Equipo de UNICEF Yemen

La llegada de la COVID-19 a Yemen está deteriorando una situación que ya era desesperada para millones de niños y familias. La falta de agua y saneamiento adecuados está facilitando la propagación del virus. Tratar a las personas enfermas es muy difícil porque el sistema sanitario está al borde del colapso debido a cinco años de conflicto. El informe de UNICEF Yemen, cinco años después: niños, conflicto y COVID-19 alerta de que, si la comunidad internacional no responde, muchos niños morirán. Estas son algunas de sus historias.

No hay lugar seguro para los niños

Ryan, de 3 años, perdió su brazo el año pasado cuando la violencia se intensificó en Aden. Visita regularmente el centro protésico en el Hospital de Aden para ir a fisioterapia e ir haciendo pruebas para una nueva prótesis. Su madre Amina, y su padre, Abu Ali Sahleh, cuentan su historia:

“En agosto había enfrentamientos”, cuenta Abu. “Un día hubo bombardeos y una bomba cayó en nuestra casa”.

Rayan, de tres años, perdió su brazo en un bombardeo. / © UNICEF/UNI338366/Alzekri

Un proyectil cortó su brazo”, recuerda Amina. “Él estaba en la cocina cogiendo un vaso de agua”.

“Le sacamos rápidamente de casa, y la casa sufrió un nuevo ataque”, añade Abu.

Sus padres explican que Rayan tiene dolores cada día. Además, tiene infecciones crónicas en el pecho por los cascotes de su casa. Le mantienen en casa para protegerle, porque la situación en Aden es cada vez más caótica. Su estado de salud es más precario ahora que la COVID-19 está en la ciudad. Sus padres dicen que lo único que el niño quiere es la paz.

Cuando la pobreza no te da otra opción

Amina* fue obligada a casarse cuando era niña. Ahora está divorciada.

Cuando tenía 11 años la obligaron a dejar la escuela. Vivía con su familia en un asentamiento en los suburbios de Aden, tras verse desplazados debido a la inseguridad. Su padre, que trabaja como conductor para mantener a una familia de ocho miembros, la casó con 16 años con un hombre mayor de 30. A cambio recibió una pequeña cantidad de dinero.

“Un hombre llegó, le pidió permiso a mi padre para casarse conmigo y él dijo que sí enseguida”, dice Amina. “No tuve otra opción, porque mi padre marca las reglas en casa. Me arrojaron a una vida de la que no sabía nada”.

Amina fue obligada a casarse. Hoy está divorciada. /© UNICEF/UNI337490/

Su madre recuerda la reacción de Amina. “Sufría problemas psicológicos, se aisló de todos y no salió de la cama en tres meses. Siento un gran remordimiento por el dolor que le causamos”.

Después de sufrir una violencia terrible a manos de su marido, Amina volvió a casa y su familia finalmente negoció el divorcio. El balón de oxígeno llegó cuando contactó con una asistente social que le dio apoyo psicológico. Al final se unió a un programa de UNICEF donde recibió formación y apoyo para iniciar un pequeño negocio de costura. Ahora gana un sueldo, puede ayudar a su familia y ha decido que no se volverá a casar. Además, es una activista contra el matrimonio infantil en su comunidad.

El coronavirus acecha a los más vulnerables

Saliha Aish tiene 11 años. Huyó con su familia a Saná cuando su casa fue destruida hace cinco años. Desde entonces su familia, que lo perdió todo, se ha refugiado en un viejo asentamiento en las afueras de Saná. Su casa es un edificio en ruinas. No protege frente al frío, el calor o la lluvia. Está oscuro y mal ventilado. No tienen acceso a agua.

Ahora han acogido a su tío y su familia, que huyeron de los combates hace un mes. Su tío y su primo tienen asma, por lo que están en un riesgo mayor si contraen el coronavirus.

La familia de Saliha es solo una de las miles de familias “muhamasheen” o “marginadas”, el grupo más vulnerable de Yemen. Mientras el conflicto continúa y no pueden volver a casa, luchan cada día por sobrevivir. Tienen miedo por todo lo que están oyendo de la COVID-19, pero no pueden cumplir las medidas de aislamiento, distancia social e higiene de manos.

Saliha Aish, de 11 años, limpiando en la puerta de su casa. /© UNICEF/UNI338484

“Oigo hablar de la pandemia y de que hay muchos casos”, dice Ali, el padre. “Pienso miles de veces cómo proteger a mi familia, pero tengo que salir fuera para conseguir alimentos. Si me quedara en casa, moriríamos de hambre”.
Ali sale todos los días para buscar botellas de plástico, que vende por un precio ínfimo.

“Antes de la guerra, no esperábamos acabar así. Tenemos la esperanza de recuperar nuestras casas cuando la situación mejore”, añade.

Si los programas de agua y saneamiento de UNICEF no reciben fondos, se podría cortar el suministro para millones de niños como Saliha. Algo catastrófico en plena pandemia.

Una infancia robada

Tras dejar la escuela cuando tenía 11 años, Ali* pasó varios años cogiendo pequeños trabajillos en granjas cercanas a su pueblo. Un día conoció a un hombre de otro pueblo, que le habló de la línea de combate. Le dijo cómo apuntarse, y Ali se unió a una formación con otros chicos.

“Tengo siete hermanos y hermanas”, cuenta. “Soy el quinto chico. Ninguno de mis hermanos o hermanas ha ido a la escuela. Ir a combatir era la única manera de ganar algo. En el campo mis hermanos trabajan en granjas o en la construcción. Hacemos cualquier trabajillo para sacar algo de dinero. Vivimos juntos en una casa pequeña. Vi que mi familia es muy pobre y vive en condiciones terribles. Quise ganar algo de dinero”.

Pasó seis meses en primera línea y luego otros dos en prisión, hasta que acabó en un centro de tránsito.

Ali, en el centro de tránsito donde se encuentra ahora. /© UNICEF/UNI338456/Alzekri

“La gente –que me contó lo de la primera línea- era de otros pueblos”, recuerda. “Me dijeron que mi misión sería fácil, que sería en la línea de fondo y que ganaría dinero. No me dijeron cuánto ganaría, pero sí que compartirían el dinero que lograran conmigo. Cuando dejé a mi familia lloraron, pero me dejaron ir”.

Mientras les entrenan como soldados, a los niños se les advierte a menudo de que si son capturados por el bando contrario serán torturados. Cuando Ali fue capturado tenía miedo de qué le ocurriría. Finalmente acabó en prisión con otros niños.

“Tenía miedo”, dice. “La prisión no era agradable, pero no nos torturaron. Estuvo seis meses. Estaba solo. No quería hablar con nadie. Pero tenía esperanza. Me dijeron que estaría un año o dos, y que luego saldría”. Como parte de los trabajos para acabar con el reclutamiento de niños, Ali fue liberado y llevado a un centro apoyado por UNICEF. Está recibiendo atención psicológica y apoyo educativo con otros niños.

“Cuando salí, no esperaba venir a un lugar tan bonito”, reflexiona. “Ahora puedo hablar con mi familia y me preguntan cuándo volveré a casa. En Yemen es muy difícil. Otros países tienen sus planes, pero los niños aquí soportan el peso. Soy joven y no entiendo qué está pasando, pero cuando veo los combates mi corazón sangra. Dejamos nuestras armas y ahora empuñamos lápices. Y esto continuará”.

“Quiero irme, quiero ir a casa y quiero estudiar. Volveré a la escuela, aunque está a tres horas a pie. Desde que salgo de casa hasta que llego a la escuela no me cruzo con nadie. Nos pegan si llegamos tarde. Los profesores no reciben su salario. Si conociera a alguien que se estuviera pensando ir a combatir, le diría que no. Si no me escuchara, le dejaría caer y volver, y entonces me diría: ‘ojalá te hubiera escuchado’”.

*Nombres cambiados para proteger su identidad.

Día del Niño Africano: África es fuerte

James Elder, jefe de comunicación de UNICEF para África Oriental y Meridional

De acuerdo, ¿quién sigue confuso respecto a la COVID-19?

Después de meses de una cobertura 24 horas al día / 7 días a la semana, parece que sigue sin haber acuerdo en muchos detalles fundamentales: los pros y contras de las medidas de confinamiento. ¿Cuándo es seguro volver a la escuela? ¿Y al trabajo? ¿Cuándo es seguro abrazar a alguien?

Día del Niño Africano: África es fuerte

En Ruanda Igihozo Kevin, de 11 años, estudia en casa debido a la crisis del coronavirus. /© UNICEF/UNI319836/Kanobana

Pero algo sabemos seguro: a pesar del continuo aumento de casos, África lo está haciendo bien en la batalla contra la COVID-19. Esta crisis ha sacado de nuevo la cara más innovadora del continente. Ha recordado al mundo que quienes primero responden son en realidad la gente del día a día.

Y, francamente, es hora de que lo reconozcamos.

Después de una investigación considerable, he constatado lo bien que lo están haciendo algunas partes de África Oriental y Meridional, zona en la que trabajo. Desde los trabajadores de primera línea hasta los emprendedores, pasando por las intervenciones de los gobiernos.

Para echar una mirada inspiradora y darse un placer visual con este continente, no hay que ir más allá del vídeo que unos realizadores han hecho desde el epicentro de esta pandemia, Convicts NYC. Recientemente se hicieron famosos por su película NY Tough, una emotiva cinta basada en los resúmenes diarios del gobernador de NY sobre la gestión de la crisis de la COVID-19. El video logró 2 millones de visualizaciones y fue compartido por Ellen DeGeneres, Diddy, Hillary Clinton o Katie Couric.

Ahora, en el Día del Niño Africano, Convicts ha llevado la atención a África con la producción de Africa strong (“África fuerte”). “Quiero mostrar una historia que es verdad en mi hogar, mi continente”, explica el ganador de la copa mundial de rugby, Tendai Mtawarira, que narra el vídeo. “Todos sentimos el dolor, pero también vemos la humildad y los héroes. Y lo vemos todos los días. Africa Strong es el testimonio de esas personas. De quienes están en primera línea de la pandemia y todo el caos que trae. Y quiero que esta cinta vea la luz el día que más importa”.

Ese día es, por supuesto, el Día del Niño Africano. Cada año desde 1991, esta fecha se conmemora en memoria de los jóvenes activistas que fueron asesinados durante el levantamiento de Soweto en Sudáfrica. Recuerda el sacrificio de los jóvenes estudiantes negros, que tomaron las calles protestando contra un Sistema educativo injusto y demandando que se les enseñara en una lengua que comprendieran. En este día, Africa Strong quiere alabar su valentía y reflejar los obstáculos a los que los jóvenes se siguen enfrentando hoy.

Y, todavía, hay muchos. Los impactos directos y secundarios del virus amenazan con revertir los logros para los niños más pobres del continente. La pandemia –y la respuesta a esta- ha puesto sobre las familias dos tipos de presión distintos: el miedo sanitario y una inseguridad financiera sin precedentes. La pérdida de empleos y la reducción de los salarios están afectando a nivel global, pero para quienes están más cerca de la base de la pirámide económica, las familias con muy pocos o ningún ahorro, así como escasas reservas alimentarias, el impacto es inmediato y se une a los niños fuera de la escuela, los problemas de salud mental, la violencia y el abuso sexual.

Nos han dicho que estos problemas pueden empeorar. “Y, aun así, la gente resiste”, dice Mtawarira, que nació en Zimbabwe. “La gente permanece los unos al lado de los otros. Se animan unos a otros. Y abunda el ingenio”.

Tiene razón. Y, si no, miren estos datos de África Oriental y Meridional:

  • Sudáfrica envió 30.000 trabajadores de la salud comunitarios para examinar al 15% de su población en menos de un mes.
  • Mozambique lanzó una línea gratuita de información sobre el coronavirus para que la gente pudiera conectar con los médicos y, así, reducir el número de personas que iba a los centros de salud.
  • Etiopía –con más de 100 millones de habitantes- completó un estudio puerta a puerta en la capital en solo tres semanas.

En lo que se refiere a innovación:

  • En Ruanda, los emprendedores tienen acceso a becas, mentorías y servicios legales. El país tiene también cinco robots anti epidemia que se utilizarán para los controles de temperatura.
  • Las universidades de Zimbabwe y Kenia están produciendo mascarillas, geles y equipos de protección para los ciudadanos.

En educación, UNICEF se ha aliado con una compañía de telefonía para garantizar el acceso gratuito a las plataformas educativas en varios países. Más allá de lo digital, organizaciones como UNICEF están ayudando a millones de niños a seguir aprendiendo a través de radio, SMS y materiales impresos.

Finalmente, en lo que se refiere a combatir la pobreza, Kenia, Namibia, Sudáfrica y Madagascar han mostrado un gran liderazgo en llevar dinero a quinees más lo necesitan.

No podemos negar que vienen tiempos duros. Ya lo están siendo. Y vendrán momentos peores. Pero el mundo no debería olvidar lo que, pese a las dificultades, muchas personas han hecho hasta ahora. ¡África es fuerte!

Semana Mundial de la Vacunación: un día en la vida de un vacunador en Malí

Por Fatou Diagne, UNICEF Malí

Adama Traoré vive en Sadiola, un pueblo de la región de Kayes, en el oeste de Malí. Lleva más de diez años trabajando como vacunador en el centro de salud comunitario.

“Cuando era joven tenía unos vecinos que eran pobres. Un día uno de los hijos enfermó de repente. Le salieron manchas rojas en el cuerpo y tenía mucha fiebre. Tenía sarampión, pero los padres no tenían dinero para llevarle al hospital ni para comprar medicamentos. Después de una semana de sufrimiento, otro vecino decidió llevarle al hospital. Tuvo suerte y se recuperó por complete, pero su hermano mayor, al que le había ocurrido lo mismo dos años antes, no tuvo tanta suerte y murió. Por eso decidí hacerme vacunador”.

Quería mejorar la salud de los niños de su comunidad: “Estamos en una zona de minas de oro, y muchas familias trabajan y viven aquí, con sus hijos completamente aislados y privados de cualquier tipo de atención”.

Adama vacunando a un niño en las minas de oro. Llega hasta allí en un peligroso viaje en moto. /©UNICEF/UN0293785/Keïta

Hoy acompañamos a Adama en su visita a los niños de las minas de oro de Massakama.

A las 7:30 de la mañana Adama deja su casa rumbo a la primera parada: el centro de salud comunitario de Sadiola. Una vez allí coge su moto y continúa hasta el centro de salud de Kobokotossou, donde recoge las vacunas. Es el centro más cercano a su destino final, Massakama. Gracias al apoyo de Canadá, UNICEF ha podido equipar este centro con un frigorífico solar para mantener las vacunas a una temperatura constante.

Hasta ahora Adama ha recorrido 60 kilómetros, pero tiene otros 50 por delante. En su moto lleva con total cuidado la caja de vacunas, el registro de vacunación y una caja de guantes. “Antes de salir me aseguro de que todo va bien sujeto y compruebo por última vez si llevo todas las vacunas básicas que pueda necesitar, porque cada vacuna puede salvar una vida infantil: tos ferina, tuberculosis, tétanos, polio, sarampión y difteria, hepatitis, diarrea, neumonía, fiebre amarilla y meningitis.

Son las 8:30 de la mañana y, bajo un sol abrasador, el termómetro se acerca a los 40 grados. Adama empieza su carrera contrarreloj para llegar a las minas de oro, vacunar al máximo número de niños posible y volver a casa antes de que anochezca. La carretera por la que debe viajar es complicada, está aislada y carece de infraestructuras. Es un viaje peligroso.

Después de conducir durante dos horas, finalmente llega a Massakama. Está agotado, pero decidido.

Las minas de oro de Massakama están cerca de la frontera con Senegal. Más de 2.000 personas, incluidas familias con niños, viven aquí. No hay escuela ni centros de salud. Sin ninguna otra opción, muchos de los niños trabajan, privados de sus derechos a protección, educación, supervivencia y desarrollo.

Mariam*, de 14 años, lleva trabajando cinco años en las minas de oro. Nunca ha ido al colegio. “Quiero irme de aquí, estoy cansada. Sueño con ir a la escuela como mis amigos”.

En cuanto Adama llega con su moto, madres y niños se acercan corriendo a él.

“Empecé a trabajar y nunca pude llevar a mi hijo a vacunar”, cuenta la madre de un bebé de 6 meses. “He oído que ha habido casos de sarampión entre adolescentes en Senegal. Si no vacuno a mi hijo podría coger la enfermedad y morir”.

Por cada niño vacunado, Adama apunta información en su registro. Una vez que se queda sin vacunas, toma nota de los niños que necesitarán dosis en su próxima visita.

A las 2 de la tarde dice a los padres que volverá la siguiente semana. Coloca todo de nuevo en la moto para volver a Sadiola antes de que oscurezca.

Adama hace un trabajo increíble”, cuenta el jefe de la villa de Massakama. “Aquí, los padres pasan sus días buscando oro y terminan muy tarde. Sin este sistema de vacunación móvil, la mayoría de ellos no podrían vacunar a sus hijos”.

UNICEF y aliados como Gavi están apoyando al Ministerio de Sanidad para llevar vacunas directamente a los niños más aislados y vulnerables. En la región de Kayes, solo el 41% de los niños recibe todas las vacunas que necesita para mantenerse sanos”.

*Nombre y edad cambiados

Nueve años de guerra en Siria: de la pérdida a los sueños sin fin, la historia de Nour

Por Lina Alqassab y Rasha Alsabbagh, UNICEF Siria

Mi mayor pérdida fue mi madre. Nos quería muchísimo”, cuenta Nour, de 16 años. Pero la muerte de su madre es solo una de las muchas pérdidas a las que se ha enfrentado ya, más que los años que tiene.

En 2011 la violencia obligó a Nour y su familia a huir de su hogar, en un barrio de Homs, Siria. Buscaron refugio en Ar-Raqqa, al noreste del país.

Nueve años de guerra en Siria: de la pérdida a los sueños sin fin, la historia de Nour

Nour frente a su casa en Homs (Siria), destrozada por la guerra. /©UNICEF/Syria/2020/ Abdulaziz-Aldroubi

“Nos apretujamos todos en un coche, apenas teníamos espacio para todos”, recuerda. La familia fue la penúltima que abandonó la zona.

“Estar fuera de casa, lejos de mis vecinos y mis amigos, no fue fácil. Me sentía aislada”.

Nada más llegar a Raqqa, los padres de Nour matricularon a sus hijas en la escuela. Estaban decididos a asegurarse de que sus niñas continuaban su educación, y querían devolver algo de normalidad a sus vidas. Pero la normalidad duró poco, y en 2013 la madre murió a causa de un cáncer.

Un año después, el padre de Nour tuvo que tomar una decisión muy dura. La envió de vuelta a Homs. Tuvo que mandarla de una ciudad asolada por la guerra a otra para que recibiera la atención médica que necesitaba. En Raqqa Nour, que sufría grandes dolores en su rodilla derecho, soportó la agonía de numerosas visitas médicas y la ausencia de un nivel adecuado de atención sanitaria.

En 2015, en ausencia de su madre, Nour fue a Homs con su tía para que la vieran más médicos. Allí sufrió otra pérdida. Le tuvieron que amputar la pierna derecha debido a complicaciones médicas. Nour se quedó con su tía para recuperarse.

Pasó los dos años siguientes lejos de su padre y hermanas. No iba a a escuela. Perdió años de aprendizaje a la vez que aprendía ella sola a gestionar la pérdida de su pierna.

“Tuve que acostumbrarme a caminar con muletas, y también a las miradas de la gente”, recuerda. “Pero la vida sigue. Nunca pondré límites a mis sueños”.

Gracias a esta actitud y a su determinación, pudo superar todas las dificultades. En 2017, aprovechando un respiro del a violencia, su padre y sus hermanas volvieron a asa. Con su apoyo, y gracias a un programa de UNICEF de aprendizaje intensivo, Nour volvió a la escuela. Ahora recupera los cursos perdidos mientras su padre trata de reconstruir su hogar.

“Soy muy optimista, sé que la educación puede ayudar a los niños a cumplir sus sueños”.

A Nour le gustaría continuar con su educación. Sueña con ser psicóloga para ayudar a su comunidad. También cree que el apoyo psicológico puede ayudar a aliviar el impacto que están teniendo sobre los niños los ya 9 años de un conflicto brutal.

Día Mundial de la Educación: ¿cómo lograr que cada niño aprenda?

Por Robert Jenkins, jefe de educación de la División de Programas de UNICEF, y Mohamed Malick Fall, director regional de UNICEF para África oriental y meridional

En la región de Tigray, en Etiopía, una profesora de educación infantil llena su aula, en una zona rural, de alegres materiales, y enseña a sus alumnos de manera creativa. Les da el mejor comienzo en la vida para aprender.

“Todavía recuerdo los pájaros de papel que nos hacía para enseñarnos los números”, rememora Milkawit Getnet, que ahora tiene 12 años. “Me siguen encantando las matemáticas, de mayor quiero ser profesor de mates”.

La historia de Milkawit es solo un ejemplo de cómo millones de niños se benefician de la educación infantil, cuyos aprendizajes llevan consigo durante el resto de su escolarización. Es también un recordatorio de los 175 millones de niños que se están perdiendo esta oportunidad fundamental, y que sufren profundas desigualdades desde el principio.

Día Mundial de la Educación: ¿cómo lograr que cada niño aprenda?

La profesora de educación infantil Tsadkan Demissie, en su aula en Tigray, región de Etiopía. /© UNICEF/Ethiopia/2019/MulugetAyene

El corazón de la estrategia de educación de UNICEF para 2019-2030 tiene un claro y ambicioso objetivo: Cada niño aprende. Lograrlo, y cumplir el Objetivo de Desarrollo Sostenible 4, es todo un reto. Con las tendencias actuales, 1.400 millones de niños en edad escolar vivirán en países de ingresos medios y bajos en 2030. De ellos, 420 millones no aprenderán las nociones más básicas durante su infancia, y 825 millones no adquirirán los conocimientos básicos del nivel de secundaria.

Los niños más desfavorecidos son los que más necesitan oportunidades de aprendizaje temprano. Y, sin embargo, son los que menos acceso tienen a ellas. En los países de ingresos bajos, solo 1 de cada 5 niños pequeños está matriculado en educación infantil. En África, donde 1 de cada 3 niños está matriculado en este tramo de educación, los más pobres tienen siete veces menos posibilidades de acudir a la escuela infantil que los más ricos.

Los presupuestos educativos para la educación infantil temprana son insuficientes, y el acceso a escuelas infantiles de calidad es inadecuado. En África oriental y meridional, tan solo el 1,8 por ciento de los presupuestos educativos se destina a este tramo de educación, cuando la recomendación global de referencia de UNICEF es el 10%.

¿Cómo acelerar el progreso?

UNICEF ha comprometido el 10% de sus recursos para educación a la educación infantil temprana, y quiere acelerar sus esfuerzos para proporcionar oportunidades de educación temprana a millones de niños, mediante estas acciones:

  • Apoyar a los ministerios de Educación para priorizar e invertir en, al menos, un año de educación infantil.
  • Sensibilizar para que al menos el 10% de los recursos educativos se destinen a educación infantil temprana, tanto en los presupuestos nacionales como en la ayuda de donantes y aliados.
  • Apoyar a los gobiernos en el desarrollo de sistemas de educación preescolar fuertes, y construir la capacidad para implementar la educación infantil temprana a escala, incluyendo estándares de calidad, currículos según edad, formación de maestros y compromiso de las familias para demandar educación de calidad.
  • Incorporar la educación infantil temprana en todos los presupuestos y planes de respuesta de emergencias y aumentar la innovación, de manera que se garantice el acceso de los niños más vulnerables a educación preescolar.
  • Impulsar que todos los aliados, incluidos los del sector privado, los no lucrativos y las organizaciones religiosas, contribuyan a aumentar el acceso a educación preescolar de calidad.

Los avances en África oriental y meridional

En esta región, UNICEF está dando un apoyo integral a los países para integrar la educación infantil temprana en sus planes educativos; también les anima a evaluar la capacidad de sus sistemas para poder proporcionar una educación preescolar de calidad, y ha destinado recursos adicionales para educación infantil temprana. Los indicios de nuevos avances son numerosos.

Las comunidades y organizaciones religiosas se están organizando para demandar y proporcionar mejores servicios educativos preescolares en Comoros, Ruanda y Uganda. El Ministerio de Educación de Sudán del Sur se ha comprometido a aumentar el presupuesto para este tramo educativo del 10al 15%, y ya hay planes para aumentar la financiación –tanto pública como de donantes- de la educación infantil temprana en Botsuana, Lesoto, Malawi y Mozambique.

Los países no solo están aumentando sus inversiones, sino que también están aumentando la eficiencia y eficacia de todo su sistema educativo. El objetivo es acelerar el desarrollo de habilidades y una educación de calidad para niños y niñas, especialmente para los marginados o los que viven en situación de emergencia, desde sus primeros años hasta la adolescencia.

Para lograrlo, debemos hacer todo lo que podamos para garantizar que cada niño acuda a una escuela infantil de calidad, darles la mejor oportunidad de tener éxito en la vida y construir cimientos sólidos para las generaciones futuras. UNICEF perseguirá esta visión con cada céntimo de sus recursos, con compromiso y con toda la dedicación profesional.

De Benín a Canadá: la increíble historia de Nicolas y Denis

Por Denis Hargrave, productor de documentales

Un niño en Benín. Un encuentro casual en Canadá. Una historia que ha tardado 45 años en contarse.

Después de toda una vida haciendo documentales por todo el mundo, a menudo me he preguntado qué ocurría con las personas que aparecían en ellos después de conocerles y capturar sus historias.

Esta historia comienza hace 45 años.

Yo era un joven productor de la Corporación Canadiense de Radiodifusión (CBC), y esperaba que mi siguiente encargo me llevara a un lugar de difícil acceso.

En 1968 me enviaron a Dahomey (ahora Benín), en África Occidental, para grabar un documental para la CBC y UNICEF. Era parte de una serie llamada “Niños del mundo”. Viajé a diez países para realizar la serie entera, pero es el capítulo de Benín el que se me quedó grabado.

El rodaje era en Ganvie, un pueblo de 22.000 habitantes situado encima de un gran lago. Nuestra misión era contar la historia de un niño que hubiera recibido la ayuda de UNICEF.

Y así conocí a Nicolas.

De Benín a Canadá: la increíble historia de Nicolas y Denis

Nicolas, en primera fila, con 10 años, en la escuela de UNICEF en Ganvie / ©UNICEF/UNI160603/Hargrave

Donde todo empieza: una escuela de UNICEF

Estaba en una pequeña aula de UNICEF. Era la única escuela de Ganvie. Nicolas Mignanwande era un chico de 11 años, brillante pero tímido. Él sería el protagonista de mi documental. Había algo en él. Desprendía tranquilidad y confianza.

Pero en Ganvie, sobrevivir era una batalla.

Cada día, Nicolas recorría largos trayectos en canoa hasta el único grifo de agua para garantizar que su familia tenía agua potable. Pescaba, como el resto de niños. Nicolas sabía que se esperaba de él que cuando creciera fuera un pescador, como el resto de hombres de su aldea.

Me gustaría pensar que fue durante esos largos trayectos cuando empezó a pensar que él podría ser algo más.

Estuve diez días con Nicolas y su familia, recogiendo la vida en Ganvie y la única esperanza que tenía aquel niño: la escuela de UNICEF.

Y, así, llegó el día de mi partida.

Un giro de los acontecimientos inesperado

Durante 45 años, me he preguntado a menudo qué habría sido de Nicolas.

En todo este tiempo he hecho muchos más documentales y he tenido dos hijos. Pero de vez en cuando seguía pensando en Nicolas. Hasta el año pasado.

Conocí a una mujer llamada Celine Ahodekon en una ciudad cercana a la mía. Y aquí es donde esta historia da un giro inesperado.

Celine llevaba una cesta de tela, parecida a las que recordaba haber visto en Benín. No pude evitar acércame a ella y empezamos a hablar de cómo era la vida allí hoy en día. Le conté sobre mi documental, y le hablé de Nicolas. Para mi sorpresa, descubrí que Celine era de una aldea a solo unas horas de Ganvie. Ella se quedó intrigada y prometió averiguar algo sobre él.

La mujer contactó con su sobrino en Benín, y él activó a sus contactos en su comunidad. Increíblemente, al cabo de unas semanas había localizado a Nicolas. Y, más increíble aún, este vivía a solo cinco kilómetros del sobrino de Celine.

Nunca habría imaginado saber qué había pasado con Nicolas, pero ahí estaba. 45 años después.

Sabía que tenía que volver a Benín. Sabía que necesitaba ver a Nicolas. No podía pasar el resto de mi vida preguntándome qué habría sido de él.

Y lo que supe de él fue mejor de lo que nunca podría haber imaginado.

De Benín a Canadá: la increíble historia de Nicolas y Denis

Nicolas y Denis, tras su reencuentro 45 años después  / ©UNICEF/UNI160598/Hessou

Nicolas estudió y trabajó duro. Pasó de esa sencilla clase de UNICEF a tener su propia aula. Se convirtió en profesor. Pero eso no era todo. Llegó a ser el Director de Educación de Ganvie.

Multiplicando las semillas de la educación

Ahora Nicolas está jubilado. Pero no ha he dado de trabajar, de manera incansable, para cambiar las cosas en su comunidad. Está muy ocupado dando a las niñas de Ganvie la oportunidad de aprender y ser algo más. Está construyendo una escuela para niñas que contribuya a empoderar a las futuras líderes femeninas de Ganvie.

Hoy, en países de todo el mundo, millones de niños como Nicolas están alcanzando todo su potencial gracias al apoyo de UNICEF y sus donantes. No podemos conocer el final de la historia de cada uno de estos niños. Pero hay muchas más historias como la de Nicolas que merecen ser contadas.

Chad: si eres una niña y quieres ir a la escuela, te enfrentas a más prejuicios y dificultades

Por Yera Kim, especialista de Educación de UNICEF Chad en Yamena

Si hubieras nacido en Chad rural, tus posibilidades de recibir una educación, no digamos ya una educación buena, serían más bien escasas. Más de la mitad de los niños de entre 5 y 18 años están fuera de la escuela en Chad. Si fueras una niña, tendrías más opciones de no ir a la escuela o de abandonarla, de casarte antes de tu 18 cumpleaños, como 7 de cada 10 niñas en Chad, y de cumplir responsabilidades como esposa y madre desde muy joven.

Los datos del Ministerio de Educación muestran que la tasa de escolarización tanto de niños como de niñas, que ya es baja en educación primaria, desciende aún más durante la transición a la escuela secundaria. Sin embargo, la brecha aumenta significativamente entre niños y niñas. Este acceso desigual a la educación se refleja en la tasa de analfabetismo de mujeres y hombres (86% y 69%, respectivamente), así como en la falta crónica de profesoras en el sistema educativo.

En Hadjer Lamis, cerca de Yamena, la capital de Chad, es muy significativa la baja tasa de escolarización y la alta desigualdad de género en la educación. Solo el 9% de los niños y niñas acuden al primer ciclo de educación secundaria, una proporción bastante más baja que el 29% nacional. Y de ese 9%, solo 3 de cada 10 son niñas. Además, de los 263 profesores de secundaria de la provincia, tan solo 3 son mujeres.

Más allá de la pobreza que limita el acceso a la educación secundaria tanto de niños como de niñas, estas afrontan más dificultades debido a a factores como el matrimonio temprano, los roles de género rígidos y los prejuicios.

Chad: si eres una niña y quieres ir a la escuela, te enfrentas a más prejuicios y dificultades

Amouna, de 16 años, asegura que los niños también deben implicarse en la promoción de la educación de las niñas. /© UNICEF/Chad/2019/Kim

El Ministerio de Educación y UNICEF esperan ayudar a las niñas a acceder y progresar en la educación secundaria mediante, entre otras cosas, facilitar el acceso a servicios sanitaros y mejorar las condiciones sanitarias en y alrededor de las escuelas. Para ello se han puesto en marcha actividades para abordar los retos que afrontan estas chicas adolescentes. Y he tenido la oportunidad de reunirme con estudiantes y profesores en Massaguet, un pequeño pueblo de Hadjer Lamis, y conocer qué creen sobre las barreras para la educación de las niñas en sus comunidades.

Amouna, una estudiante de 16 años, dice que hay muchos prejuicios en torno a la educación de las niñas. “Algunos padres creen que la educación es un desperdicio de los ya limitados recursos una vez que las niñas se casan. Al contrario que un niño con educación, las niñas con educación no lograrían ser alguien importante”. Además, para algunos padres la escuela solo crea problemas, al poner a niños y niñas en la misma clase. “Tienen miedo de que las niñas flirteen con los niños”.

Según Amouna, los niños también tienen prejuicios, y por eso los esfuerzos para promover la educación de las niñas también deberían incluirles a ellos.

“Cuando algunos niños de la ciudad ven a las niñas yendo al cole, dicen cosas como ‘¿para qué sirve educar a las niñas?’ o ‘¿vais a la escuela para poder salir con niños?’. Molesta mucho y también desanima”.

Y, sin embargo, merece la pena. “Aunque tengo que hacer muchas tareas domésticas después de la escuela, tengo suerte: mis padres apoyan mi escolarización. También tengo una tía que es funcionaria. Ella es mi modelo y mi inspiración. Pero muchas niñas no tienen ese apoyo familiar ni un modelo educativo”, asegura Amouna.

Los estudiantes a los que conocí en otra escuela en Massaguet me hablaron del conflicto entre los valores tradicionales y la educación moderna. “Para algunos padres, las escuelas modernas son una institución que representa los valores de Occidente. Al contrario de lo que ocurre con los niños, se cree que las niñas familiarizadas con los valores de Occidente causan trastornos y problemas en sus comunidades. Así que muchos padres prefieren enviar a sus niñas a escuelas tradicionales coránicas, suponiendo que quieran que reciban una educación”, explica Mohamed, de 21 años, alumno de secundaria.

Chad: si eres una niña y quieres ir a la escuela, te enfrentas a más prejuicios y dificultades

Katouma, de 19 años, ha logrado seguir yendo a la escuela incluso después de casarse./ © UNICEF/Chad/2019/Kim

Sin duda, queda mucho por hacer para promover la igualdad de oportunidades entre niños y niñas. A pesar de los desafíos, sin embargo, también vi señales positivas y alentadoras en algunas de las aulas que visité en Massaguet. Por ejemplo, cuando conocí a Kaltouma, una niña de 19 años que sigue yendo a la escuela incluso después de casarse, con la esperanza de convertirse en trabajadora sanitaria.

“Solo romperemos las barreras de los prejuicios si las comunidades son completamente conscientes del potencial de niñas con educación. Toda mi familia, incluido mi marido, apoya mi educación porque son conscientes de los beneficios económicos y sanitarios que puede tener para mi familia y, a largo plazo, para mi comunidad”, concluye con esperanza.

Semana Mundial de la Vacunación: cuando vivir en una mina te deja sin vacunas

Por Fatou Diagne, oficial de comunicación en UNICEF Malí

Ramata no sabe cuántos años tiene. Pero sabe que lleva tres años trabajando en la mina de oro de Massakama, en el oeste de Malí. Con su bebé de 11 meses, Hachime, enrollado con un pañuelo a su espalda, Ramata pasa sus días en el barro, buscando oro bajo un sol abrasador.

Conocida como “la mujer joyera”, Ramata vive con su marido Mamadou y sus cinco hijos en el asentamiento de la mina en la que trabaja.

“Cada día llego aquí a las 6 de la mañana, tras dar el desayuno a mis hijos. No van a la escuela, todos ellos vienen conmigo. Los mayores cuidan de los pequeños mientras yo examino el barro del río buscando piezas de oro”. Tampoco reciben las vacunas que necesitan.

Semana Mundial de la Vacunación: cuando vivir en una mina te deja sin atención sanitaria

Mientras Ramata busca pepitas de oro, su bebé Hachime está con ella / © UNICEF/UN0293791/Keïta

Ramata y su familia están entre las miles de personas que viven y trabajan en esta mina cada día. “Mi marido no trabajaba, por lo que nos costaba dar de comer a nuestros hijos. Así que decidimos buscar oro, como mucha otra gente de nuestra aldea. Nos dijeron que esta mina es de las mejores, que hay más posibilidades de encontrar oro. Así que nos vinimos sin dudar”.

Pero vivir en una mina puede tener consecuencias en los niños. Cuando las familias se mudan a los asentamientos de las minas, a menudo los niños abandonan la escuela y quedan privados de servicios básicos de atención sanitaria y protección.

“La falta de medios y la pobreza llevan a estas familias a abandonar sus aldeas”, nos cuenta el doctor Konate, oficial de vacunación de UNICEF. “Pero cuando llegan a las minas se convierten en más vulnerables todavía, sin servicios básicos –como atención sanitaria- a su disposición”.

Semana Mundial de la Vacunación: las vacunas salvan vidas

En esta parte de Malí, donde la economía local está dominada por las minas de oro, las tasas de niños sin vacunar son de las más altas de todo el país. Solo el 41% de los niños reciben todas las vacunas que necesitan para permanecer sanos.

El bebé de Ramata, Hachime, es uno de los muchos de la región que necesitan atención sanitaria.

“Además de no estar vacunado, Hachime sufre un evidente retraso en su crecimiento: su cerebro y su cuerpo no se están desarrollando por completo”, dice el doctor Konate. “Hoy le hemos dado la vacuna de la polio. En unos días enviaremos a trabadores sanitarios comunitarios para que examinen los próximos pasos, como por ejemplo administrarle rápidamente todas las dosis de vacunas que necesita”.

Ramata está contenta por haber podido vacunar a Hachime. Siente aprensión desde que se produjeron varios casos de sarampión en su comunidad. “Una vez vi al hijo de una amiga sufrir las consecuencias del sarampión. La madre casi pierde al niño”, recuerda. “Estoy muy contenta de que los vacunadores vengan a buscarnos a la mina para vacuna a nuestros hijos. Esto era impensable hace solo 10 años. Somos muy afortunados”.

Semana Mundial de la Vacunación: cuando vivir en una mina te deja sin atención sanitaria

Adama Traore, miembro del equipo móvil de vacunación, vacuna a Hachime, de 11 meses, con la primera dosis de la vacuna contra la polio. / © UNICEF/UN0293791/Keïta

El sol se está poniendo y Ramata se prepara para volver a casa con sus hijos. El día ha ido regular: ha encontrado dos pepitas de oro. Sin embargo, tiene una razón para sonreír: “Hoy encontré poco oro. Pero el mayor tesoro ha sido poder vacunar a mi hijo”.

Visitas al asentamiento como la del doctor Konate forman parte de la amplia estrategia de UNICEF y sus aliados para enviar equipos móviles de vacunadores a los niños más vulnerables y de zonas más remotas. UNICEF da apoyo con equipamiento y con los conocimientos que necesitan para proporcionar servicios vitales a las familias de comunidades aisladas.

UNICEF trabaja estrechamente con el Ministerio de Sanidad, GAVI y la OMS para proporcionar vacunas contra la polio, el sarampión y el tétanos para los niños y mujeres de Malí. En 2018, pudieron vacunar a más de 700.000 niños del país contra el sarampión.

El poder del deporte para cambiar el mundo

Por Rocío Vicente, técnico de programas de UNICEF Comité Español

Hay emociones que perduran para siempre y recuerdos que no se olvidan. Esa final, el empuje de las compañeras, los últimos largos.  Cómo olvidar todos esos momentos en los que un balón, una camiseta o un equipo nos ha dado tanto.

Mirando atrás, son muchas las alegrías unidas al deporte y, también, las grandes lecciones. Pocas derrotas nos han enseñado tanto, y pocas veces la perseverancia ha derribado tantas barreras. El deporte nos ha mostrado que es posible unir por encima del odio y las diferencias. Y que, en momentos de desesperanza, como alguien dijo una vez, tiene el poder de cambiar el mundo.

Por eso el deporte, entendido como educación física pero también como un juego en su faceta más libre y espontánea, es fundamental para la vida de los niños. Para UNICEF el deporte es una herramienta clave, porque actúa para lograr otros objetivos y, por eso, es parte esencial de todo lo que hacemos para mejorar la vida de los niños en cualquier parte del mundo. Nos ayuda, por ejemplo, a que los adolescentes de las favelas, en las grandes urbes de Brasil se interesen más por la educación, haciendo su currículo escolar más atractivo. En Sudáfrica o China formamos a profesores de educación física para mejorar sus habilidades pedagógicas y que sepan cómo proteger a sus alumnos. Pero, sin duda, uno de sus aspectos más valiosos es cómo el deporte ayuda a los niños que han vivido situaciones traumáticas a canalizar su dolor y cicatrizar heridas.

El poder del deporte para cambiar el mundo

Un grupo de niños sirios juega al fútbol en el campo de refugiados de Zaatari, Jordania / © UNICEF/UN033508/Al Khatib

Cerca de la frontera con Siria, en el campo de refugiados de Zaatari, sencillas instalaciones para aprender y jugar en torno a un balón o una comba consiguen sacar una pequeña sonrisa a los niños sirios que, por fin, han dejado atrás una cruenta guerra.

Jamás olvidaré las palabras de Ranya, quien con tan solo 7 años me contaba que su mayor ilusión, desde su llegada, había sido volver a jugar con su amiga y verla por fin en clase.

El deporte es tan fundamental que afecta al desarrollo físico, mental y social de los niños, y es uno de sus derechos. Y esto significa poner todos los medios posibles, la inversión y un marco legislativo acorde para que sea una realidad. Es decir, que nuestras ciudades o escuelas cuenten con los recursos y espacios apropiados para que los niños puedan practicar deporte sin importar el barrio en el que vivan o la economía de sus familias. Y, sin duda, todos y todas tienen que poder jugar, correr o nadar, dejando atrás estereotipos o roles ya demasiado caducos.  Sin embargo, hoy en día perduran obstáculos que impiden que muchos niños se diviertan con el deporte. En nuestras sociedades más próximas, cada vez más encerradas, sedentarias y pendientes de la comercialización, hemos cedido tiempos y abandonado espacios. En otros países, el abismo de la desigualdad o la violencia hace que ejercer este derecho sea impensable.

El poder del deporte para cambiar el mundo

Niños jugando en el patio de su escuela en Ndjamena, capital de Chad/ © UNICEF/UN0294720/ Frank Dejongh

En España, junto con el Consejo Superior de Deportes, tenemos el compromiso de trabajar para lograr que cuando los niños practiquen deporte estén seguros y protegidos, ya que así “El abuso sexual infantil queda fuera de juego”. Y nuestro centro de investigaciones en Florencia, Innocenti, junto con la Fundación del Fútbol Club Barcelona ha publicado un informe en el que, por primera vez, se analiza la importancia de este derecho para el bienestar y desarrollo de todos los niños.

Porque, desde UNICEF, queremos que el deporte y el juego lleguen a todos los niños y cada uno de los niños; porque en él tiene que caber nuestra diversidad, valores y culturas; porque todos los niños, allá donde se encuentren, tienen que poder disfrutar, jugar y volver a reír, porque la infancia es nuestra primera memoria y nuestros recuerdos, parte de esa felicidad que nunca se olvida.

El 6 de abril es el Día Internacional del Deporte para el Desarrollo y la Paz