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Archivo de la categoría ‘Irak’

Niños en emergencias: la importancia de la ayuda humanitaria

Belén Ruiz-Ocaña, UNICEF Comité Español

Chubat, 12 años, Sudán del Sur. Su escuela fue quemada en un combate.

Fati*, 15 años, Nigeria. Pasó cuatro meses secuestrada por Boko Haram.

Abdulghani, 9 años, y Hassan, 6, Siria. Permanecen en Alepo, donde beben agua contaminada cuando hay cortes en el suministro.

Mohanned, 5 años, Yemen. Sufre desnutrición aguda grave.

Son cuatro nombres, cuatro historias, cuatro vidas marcadas por un conflicto o una crisis. Son solo cuatro de los 535 millones de niños que viven en países afectados por situaciones de emergencia.

 

Niños en emergencias: la importancia de la ayuda humanitaria

Chubat y una amiga en las ruinas de lo que era su escuela en Sudán del Sur /© UNICEF/UN018992/George

Cuando sucede un conflicto o un desastre natural los niños son los más vulnerables. La inseguridad alimentaria les pone en riesgo de sufrir desnutrición. La falta de agua y saneamiento facilita la aparición de enfermedades transmitidas a través del agua. El cierre de escuelas causa que muchos niños estén meses, o incluso años, sin ir a clase. Las experiencias que viven les dejan traumatizados.

Por eso es fundamental llegar a estos niños con tratamientos contra la desnutrición, con agua potable, con material escolar y educación, con apoyo psicológico. La ayuda humanitaria es básica tanto para afrontar los primeros momentos tras una emergencia, como la recuperación a largo plazo de las personas afectadas.

Umara, 7 meses, Nigeria. Pasó de 4,2 kg a 5,1 kg de peso durante los 20 días de tratamiento contra la desnutrición.

Rafi, 3 años, Irak. Ha podido afrontar las bajas temperaturas invernales con la ropa de abrigo que recibió de UNICEF.

Nyaruot, 14 años, Nyachan, 11, y Nyaliep, 3, Sudán del Sur. Pudieron reunirse con sus padres después de dos años separadas de ellos.

Maxim, 8 años, Ucrania. Recibe apoyo psicológico para superar los traumas causados por la violencia en su país, como la muerte de su padre.

Niños en emergencias: la importancia de la ayuda humanitaria

Rafi sujeta sonriente la caja con ropa de invierno que le ha dado UNICEF/ © UNICEF/UN042749/Khuzaie

Son cuatro nombres, cuatro historias, cuatro vidas que ya han dado un paso en el camino hacia un futuro mejor.

Sus logros demuestran que los niños en situaciones de emergencia nos necesitan. Por eso UNICEF ha lanzado Acción Humanitaria para la Infancia 2017, el mayor llamamiento de fondos de toda su historia. El objetivo es ambicioso: llegar a 48 millones de niños en 48 países.

Chubat, Fati*, Abdulghani, Hassan, Mohanned, Umara, Rafi, Nyaruot, Nyachan, Nyaliep y Maxim demuestran que el esfuerzo vale la pena.

*Nombre ficticio.

“Cuando volví a casa en Iraq me pareció el paraíso”

Chris Niles, consultor de comunicación en UNICEF Iraq

“Cuando volví a mi casa pensé que parecía el paraíso”, dice Tariq radiante de alegría al recordarlo. “Estaba muy feliz por volver”.

Este padre de diez hijos está en el patio delantero de su casa. La vivienda es espaciosa y está rodeada por un huerto. Lo normal sería que estuviera lleno de verduras, pero hoy las ovejas pastan en una hierba corta y escasa, y los pollos picotean un suelo desnudo.

La bomba de agua permanece inactiva. No hay electricidad o combustible para encenderla.

Tariq y su familia están entre los 1,3 millones de personas que desde 2014 se han visto desplazadas por la violencia en Iraq, y que han logrado volver a casa. Más de 3 millones permanecen desplazadas en todo el país.

Los niños echan carreras por el patio. Juegan, ríen y saltan en la rayuela que han pintado en el duro suelo. La mujer de Tariq y sus hijas hacen pan. Con actitud experta cogen discos de pasta, los amasan y los lanzan al aire hasta que son tan finos que casi son transparentes.

A pocos metros de la casa, bajando un camino sin asfaltar, hay un campo para desplazados. El sobrino de Tariq está ayudando allí a construir una escuela apoyada por UNICEF. Desde el tejado de la vivienda se ve el campo, así como los pozos de petróleo que el llamado Estado Islámico (ISIL, por sus siglas en inglés) quemó antes de retirarse en agosto. Llevan meses ardiendo y cubriendo todo de una capa negra, incluso las ovejas de Tariq.

“Cuando volví a casa en Iraq me pareció el paraíso”

Después de dos años, los hijos de Tariq pueden por fin volver a la escuela / © UNICEF Iraq/2016/Mackenzie

UNICEF proporciona agua potable para el campo, y ha enviado suministros para potabilizar el agua en la ciudad de Qayyarah durante tres meses. Además está preparando una inversión a largo plazo en las instalaciones de tratamiento del agua.

La familia de Tariq está agradecida por su relativa buena suerte, y hacen todo lo que pueden por los amigos que han tenido que huir del conflicto y no pueden volver a casa. “Dejamos a las familias del campo hacer pan en nuestro horno”, dice. “Queremos ayudar de la manera que podamos. Sabemos lo que significa estar desplazado. Hemos sentido lo mismo que ellos”.

Hace unos tres meses los combates obligaron a esta gran familia de 150 miembros a huir de sus casas. Buscaron la seguridad de un pueblo al otro lado del río Tigris. “Fue difícil”, recuerda Tariq. “Una vez estuvimos ocho días sin comida”.

Cuando pudieron volver les habían robado todo. “Teníamos 51 pavos”, cuenta. “Solo quedaban dos. Se llevaron nuestros muebles, nuestros coches, todo. El único coche que no se llevaron fue quemado y utilizado como plataforma para los francotiradores”.

Hoy los niños llevan uniforme y libros, y están nerviosos de poder volver a la escuela local tras dos años fuera de ella. “No les mandábamos cuando estaba el ISIL”, explica. “No nos gustaba el programa”.

La escuela es otro signo de que la vida de esta familia está volviendo a la normalidad, aunque como granjero, Tariq sabe que el camino a la prosperidad será muy largo.

Una nueva ciudad en el desierto

A las afueras de un pueblo polvoriento de Iraq, está floreciendo una nueva ciudad. Cada día, cientos de personas llegan al campamento de desplazados de Debaga.

“400 de los que estamos aquí nos fuimos juntos”, cuenta Ali*, que al igual que otros muchos residentes del campamento es de Haji Ali, al sur de Mosul, en la provincia de Ninewa. Huyeron durante la escalada del conflicto en su pueblo, cuando el grupo armado de la oposición, que llevaba dos años en el poder, comenzó a perder terreno. “Nos escapamos y nos fuimos hacia el río Tigris”, dice.

En el camino que lleva a la entrada del campamento, los vehículos reducen la marcha hasta avanzar al paso de las personas. Las familias llegan como pueden: a pie, apiñados en coches destartalados o en la parte trasera de camionetas. En el arcén hay una fila de casetas y refugios. En uno de ellos, un hombre corta con una sierra un bloque grande de hielo. En otro, tres niños se esconden del calor abrasador bajo una lona azul.

© UNICEF/UN025325/Mackenzie Ali*, de 75 años, llegó al campamento después de caminar durante dos días para escapar del conflicto de su pueblo. Anduvo junto a otros cientos de habitantes de su pueblo. Su grupo se vio atrapado en el conflicto y dos personas resultaron heridas de bala. Los militantes abdujeron a su hijo después de tomar el control del pueblo hace dos años. “No sabemos qué fue de él”, dice. “No hemos vuelto a saber nada”.

© UNICEF/UN025325/Mackenzie
Ali*, de 75 años, llegó al campamento después de caminar durante dos días para escapar del conflicto de su pueblo. Anduvo junto a otros cientos de habitantes de su pueblo. Su grupo se vio atrapado en el conflicto y dos personas resultaron heridas de bala. Los militantes abdujeron a su hijo después de tomar el control del pueblo hace dos años. “No sabemos qué fue de él”, dice. “No hemos vuelto a saber nada”.

Hace un calor sofocante. Las calles están llenas de camiones que transportan agua y ayuda humanitaria de emergencia. Muchos de los niños que hay van descalzos. La mayoría de las personas salieron de sus casas tan deprisa que la única ropa que tienen es la que llevaban puesta cuando escaparon.

“Unos hombres armados entraron en nuestra casa y comenzaron a disparar. Querían obligarnos a ir a otro lugar para utilizarnos como escudos humanos”, cuenta Fatima*, familiar de Ali.

Debaga se construyó para albergar únicamente a las familias desplazadas que vivían en emplazamientos informales de la zona. En noviembre de 2015 –aproximadamente, un mes después de su apertura– el campamento de Debaga ya acogía a 3.300 personas. Desde entonces, el número ha crecido diez veces más.

Rápidamente, el campamento se amplió a un estadio de deportes cercano, y cerca de allí se está construyendo otro asentamiento. En la actualidad, hay más de 30.000 personas repartidas entre los tres asentamientos, y se estima que en los próximos meses llegarán 15.000 más.

El segundo asentamiento, llamado simplemente El Estadio, es un campo de fútbol de césped seco flanqueado por dos grandes gradas. En tiempos mejores fue un terreno de juego en el campo donde los niños solían pasarse la pelota de aquí para allá. Ahora, alberga filas de tiendas rodeadas por una alambrada.

© UNICEF/UN027628 Una familia que dejó hace poco su pueblo y llegó al campamento de Debaga se reúne en su tienda. Después de huir de su hogar la casa quedó destruida, pero Abu Omar, el padre, aseguró: “Mi familia es lo más importante. Estamos a salvo. Eso es lo que importa”.

© UNICEF/UN027628
Una familia que dejó hace poco su pueblo y llegó al campamento de Debaga se reúne en su tienda. Después de huir de su hogar la casa quedó destruida, pero Abu Omar, el padre, aseguró: “Mi familia es lo más importante. Estamos a salvo. Eso es lo que importa”.

“Escapamos por la noche”, cuenta Nektal. “En total, éramos unos 200 habitantes del pueblo. Caminamos hasta Makhmour y allí nos ayudaron a llegar hasta aquí”.

Mientras cruzaban una tierra de nadie entre grupos armados, el hermano pequeño de Nektal pisó una mina terrestre. “No pudimos llevarlo con nosotros, tuvimos que dejarlo ahí”, explica Nektal.

A la entrada del Estadio hay dos tiendas grandes llenas de mujeres y niños esperando para ser alojados en una tienda individual. Sanar está cuidando de Salafia, una niña alegre con la cara regordeta y una cicatriz en el antebrazo izquierdo.

“Una bomba rompió una ventana de nuestra casa”, explica Sanar. “Los cristales rotos le cayeron en el brazo. Ella estaba dormida cuando sucedió; de hecho, siguió durmiendo”.

© UNICEF/UN027632/Mackenzie Unos niños juegan en un balancín improvisado en una de las nuevas extensiones del campamento para desplazados de Debaga, conocido como Debaga Dos.

© UNICEF/UN027632/Mackenzie
Unos niños juegan en un balancín improvisado en una de las nuevas extensiones del campamento para desplazados de Debaga, conocido como Debaga Dos.

Sanar huyó con 12 miembros de su familia y juntos realizaron a pie el trayecto de seis horas. Cuando llegó al campamento de Debaga, recibió un kit de emergencia distribuido como parte del Mecanismo de Respuesta Rápida liderado por UNICEF. Los alimentos, el agua y los suministros de higiene incluidos en el kit están ayudando a su familia a salir adelante durante los primeros días en el campamento.

En el exterior de la tienda hay decenas de personas en fila que llevan cubos y esperan para recibir agua. Contar con agua limpia y adecuada es uno de los asuntos más urgentes en el campamento. Cada día, UNICEF transporta en camiones 945.000 litros de agua potable, lo que corresponde a 35 litros por persona. UNICEF, además, está proporcionando duchas y letrinas y evaluando constantemente la calidad del agua para garantizar que siga siendo segura.

El plan a largo plazo consiste en perforar hasta seis pozos. Pronto se comenzará a trabajar en un canal de agua que distribuirá el agua por el campamento y, al mismo tiempo, acabará con la necesidad de enviar 60 camiones distribuidores cada día.

En el principal centro de tránsito del campamento, dos nuevos contenedores prefabricados se están instalando junto a la clínica del campamento. Los equipos de salud y nutrición de UNICEF utilizarán los contenedores como unidades permanentes de supervisión de inmunización y crecimiento. En todo el campamento, los trabajadores de la salud, vestidos con batas blancas, garantizan que los niños estén al día con las vacunas esenciales contra la poliomielitis, el sarampión y otras enfermedades prevenibles.

A la vuelta de la esquina, los niños juegan en un espacio adaptado para ellos establecido con la ayuda de UNICEF. Estos lugares brindan a los niños la oportunidad de hacer deporte, aprender música, crear arte, pasar tiempo con los amigos y, en definitiva, volver a ser niños.

Mientras el conflicto de Iraq sigue ocasionando nuevas oleadas de desplazamientos, escenas como las de Debaga se harán cada vez más frecuentes.

Foto 4 © UNICEF/UN025353/Mackenzie Unos niños corren hacia una tormenta de arena pasajera en un terreno que se está preparando para ser otra extensión del campamento para desplazados de Debaga, conocido como Debaga Dos.

Foto 4
© UNICEF/UN025353/Mackenzie
Unos niños corren hacia una tormenta de arena pasajera en un terreno que se está preparando para ser otra extensión del campamento para desplazados de Debaga, conocido como Debaga Dos.

“Las dificultades logísticas son enormes”, asegura el Jefe de la Oficina de Erbil, Maulid Warfa. “La situación es muy fluida y cambia constantemente. Estamos proporcionando suministros de emergencia, así como agua y saneamiento. Hemos abierto dos espacios adaptados para la infancia y estamos vacunando a los niños; pero esto es solo el principio. Tenemos mucho trabajo por delante. Quedan miles de personas por llegar”.

*Los nombres se han cambiado

 

 

 

 

Chris Niles

Consultora de comunicación en emergencias de UNICEF Iraq

“Mi historia podría ser el guión de una película”

Suar huyó del servicio militar en Siria y tomó la arriesgada ruta hacia el Kurdistán iraquí a manos de una red de traficantes de personas. Cruzó campos minados y durante el trayecto perdió sus posesiones más preciadas. Después se instaló en el campamento de Domeez, donde actualmente trabaja para Médicos Sin Fronteras (MSF) como enfermero.

Suar absconded from military service in Syria and made a run for Iraqi Kurdistan, a journey that involved people smugglers, minefields and the loss of his most precious possessions.

La situación en Daraa se estaba poniendo difícil y no me gustaba el cariz que estaban tomando las cosas. A medida que los grupos rebeldes comenzaron a multiplicarse, cada vez se iban desplegando más soldados en los puestos de control y otros efectivos militares eran enviados a las casas de quienes ellos consideraban sospechosos, rompiendo las puertas en mitad de la noche, sin importar si había o no mujeres y niños en el interior. Aquellos soldados cometían actos vergonzosos, tales como robos y saqueos, y acosaban a todo el mundo. Yo no quería formar parte de aquello. Agarré mi documento de identificación militar y, a pesar de que no tenía documentos de identidad civil, me puse de camino a Damasco.

Sentía pavor a ser detenido por un grupo rebelde en uno de los muchos puestos de control que había a lo largo del camino y de ser reconocido como un soldado. Mi única esperanza era que no me pidieran en ningún momento mis documentos. Así que tomé un autobús que estaba repleto de pasajeros y recé porque me dieran un asiento al lado del conductor. Mi deseo se hizo realidad. Los oficiales de seguridad que comprueban los documentos asumieron que yo era el ayudante del conductor y pasaron de largo.

En Damasco encontré una compañía de autobuses que se encargaba de organizar trayectos al Kurdistán sirio. Les expliqué mi situación y el gerente lo arregló todo para que viajara con otros kurdos en un autobús que iba por caminos secundarios. Estuvimos 24 horas en la carretera. Los conductores del autobús usaban teléfonos móviles para mantenerse informados entre sí acerca de los peligros que se encontraban a lo largo del camino y para sugerirse rutas alternativas. Había una especie de compartimento secreto en la cual me podría haber escondido en caso de emergencia, pero tuvimos suerte y llegamos sin incidentes.

Pocos días después de llegar al kurdistán sirio, recibí una llamada de la base militar en la que me decían que el depósito había sido forzado, las armas robadas y que algunos soldados se habían unido a los rebeldes. Esa fue la gota que colmó el vaso. No tenía interés alguno de enfrentarme a la inevitable investigación, así que decidí tomar el riesgo y escapar de nuevo.

Un tipo que conocí me puso en contacto con unos traficantes de personas. El día en que iba a salir, hubo un incidente y de repente se incrementaron los controles de seguridad en ambos lados de la frontera. Me escondí junto a otras seis personas en una casa durante días, esperando que la situación se calmara. En lo que concierne a todas las partes enfrentadas, nosotros éramos combatientes en edad de servicio evadiendo nuestro deber. Desertores.

De repente un día, nos dijeron que nos íbamos. Primero fuimos a un pueblo y luego a otro. Pagamos el equivalente a 500 dólares y fuimos escoltados a través de tres puestos de control. Luego nos pidieron que caminásemos el último kilómetro y medio solos en la oscuridad. Comenzamos a andar y al poco tiempo fuimos descubiertos por tres hombres armados que iban en moto. Nos dijeron que nos detuviéramos y luego comenzaron a disparar. Me tiré al suelo, como me habían enseñado en el ejército, y esperé. Mis amigos siguieron corriendo y casi los mataron. Cuando los disparos terminaron, me puse de pie y eché a correr, pero olvidé recoger el bolso en donde tenía todas mis posesiones más valiosas: mis títulos de estudiante, una muda de ropa y un teléfono móvil.

Llegamos a un puesto de control iraquí. Los funcionarios nos interrogaron, tomaron nuestros datos y nos pidieron que esperásemos mientras comprobaban la información en su sede de Bagdad. Un amable oficial se acercó y nos advirtió de que corríamos el riesgo de ser deportados a Siria. Nos aconsejó que corriéramos hacia el puesto que se encontraba más adelante. Fue entonces cuando recordé mi bolso. Mi futuro dependía de los documentos que tenía en él y no podía irme sin ellos. Mi amigo se ofreció a ir a buscar el bolso y se puso en marcha hacia el lugar que habíamos dejado atrás. De repente, alguien nos alertó de que tuviéramos cuidado, que aquel campo por el que habíamos pasado poco antes era un campo minado. Ahí fue cuando me di cuenta de lo cerca que habíamos estado de la muerte. Tuvimos que llamar al amable oficial nuevamente, que aparentemente sabía dónde estaban las minas, para que nos dijera cómo podíamos recuperar mis pertenencias. Nos pidió que de momento fuéramos al registro y nos dijo que ellos ya lo arreglarían.

Comenzamos el proceso de registro y por fin alguien contactó con otra persona para que fuera a rescatar el bolso; estaba claro que el precio a pagar sería alto. Tuve que negociar duro, pero al final obtuve de vuelta mis valiosas y escasas pertenencias.

Poco más tarde, estaba por fin en el Kurdistán iraquí. Mi ropa estaba hecha harapos y los cortes y las heridas que había sufrido tardaron dos meses en sanar, pero estaba a salvo y vivo.

Cuando llegué por primera vez al campamento de Domeez, había menos de 100 tiendas de campaña. Para entonces mi familia también se había reunido conmigo y Domeez era el lugar lógico para solicitar la condición de refugiado. Empecé a preguntar por trabajo y, por casualidad, tres semanas más tarde, me encontré con un miembro del equipo internacional de MSF que hablaba árabe. Llevé mis documentos a la entrevista y me contrató en el acto gracias a mi formación médica.

Aún así, mis padres no estaban contentos conmigo. Continuaron molestándome para que me casara. En el pasado, siempre me había negado a hacerlo a causa de mis estudios. Y en aquel momento, estaba ocupado con el trabajo y en comenzar una nueva vida. No quería pensar en tener una esposa. Sin embargo, mis padres fueron implacables. Poco después de recibir mi última negativa, mi padre me anunció que me habían comprometido oficialmente con la hija de nuestros vecinos. Increíblemente, por raro que parezca, ahora puedo decir que aquello fue lo mejor que me ha pasado en la vida.

Suar absconded from military service in Syria and made a run for Iraqi Kurdistan, a journey that involved people smugglers, minefields and the loss of his most precious possessions.

Tenemos una niña y nos hemos mudado a nuestra propia tienda. La vida en el campo no siempre es fácil; hay cortes de energía seis horas al día y una gran cantidad de polvo. De todas maneras, estoy feliz porque tenemos trabajo dentro y fuera del campamento; tenemos dignidad.

Estoy agradecido por todo lo que me ha pasado, pero sobre todo, estoy agradecido porque me casé con una mujer buena y porque tengo un gran trabajo con el que ayudo a la gente.

Sin embargo, no todo iba a ser felicidad en esta historia; la vida del refugiado no siempre es fácil.

Mi hija Helma, que ahora tiene ocho meses, tiene problemas de salud. Soy enfermero especialista en reanimación, así que sé bien cuando las cosas van mal. La niña lleva varias semanas con convulsiones, pero no está claro por qué y ninguno de los tratamientos que le hemos dado ha funcionado. Como padre y enfermero que soy, siento que tengo que darle la mejor atención médica que haya. Esté donde esté.

Si tuviera pasaporte, saldría inmediatamente y la llevaría al mejor hospital de Alemania, donde sé que mi hija recibiría el tratamiento adecuado. Pero soy un refugiado, sin pasaporte. Estoy atrapado y no puedo ir a ninguna parte. Mi esposa tampoco tiene pasaporte -de hecho, al igual que muchos sirios kurdos, no tiene ni siquiera un documento de identificación sirio.

No quiero viajar ilegalmente con mi hija; sería demasiado peligroso para una niña que está tan enferma. Yo mismo lo he hecho y sé lo peligroso que puede ser cruzar las fronteras de forma ilegal. La única forma posible de salir de aquí es hacer una petición formal a través de la ONU para que mi hija reciba un tratamiento médico en el extranjero, pero se necesita tiempo y hay muchos otros refugiados en la misma situación que nosotros. Y lo cierto es que no sé si mi hija dispone de ese tiempo. La vida del refugiado no es ni mucho menos sencilla.

Los nombres han sido modificados.

Hakim y el frío de los niños de Siria

Por Michael Sheen, UNICEF.

Hakim, de 3 años, en la tienda de campaña donde vive desde hace 2 años.

Hakim, de 3 años, en la tienda de campaña donde vive desde hace 2 años.

Hakim sólo tiene tres años, pero ha presenciado cosas que aterrarían a la mayoría de los adultos. Se acurruca en el regazo de su madre mientras charlamos en una de las tiendas improvisadas del asentamiento que visitamos.

Hakim se acurruca con su madre y su hermana menor en su tienda de campaña en el campamento de Domiz, en Irak.

Hakim se acurruca con su madre y su hermana menor en su tienda de campaña en el campamento de Domiz, en Irak.

Su familia huyó de su hogar en Siria a causa de los combates. Su madre Fatema nos explica que podían escuchar las explosiones a cada rato y que vio multitud de asesinatos en plena calle mientras huían. No querían abandonar su casa, pero igual que muchas otras familias, se vieron obligados a hacerlo para salvar sus vidas.

Tuvieron que caminar durante horas a través de la frontera hasta que llegaron al campamento de refugiados de Domiz en Irak, donde una tienda de campaña se convirtió en su nuevo hogar. La tienda ha sido lo único que ha visto Hakim en los últimos dos años.

Hakim con su familia y vecinos.

Hakim con su familia y vecinos.

Ahora, a medida que el invierno se recrudece, a él y a su familia les toca afrontar una nueva amenaza, una de la que no pueden volver a escapar: el frío. Fatema nos cuenta que apenas tiene suficientes prendas de abrigo para proteger a Hakim y a su hermana Amira del intenso frío.

Desde UNICEF hemos podido proporcionar ropa de abrigo a la familia para tratar de que Hakim y Amira afronten el invierno de la forma más segura y cálida posible. Pero las temperaturas siguen bajando cada día y miles de familias como las de Hakim se enfrentan cada noche a la amenaza de unas horas gélidas en tiendas de campaña frágiles e improvisadas.

Los niños no deben ser nunca las víctimas de la guerra, sin embargo, más de 7 millones de niños en Siria y la región están en peligro a causa del conflicto en su país.

Las bajas temperaturas que castigan Oriente Medio están multiplicando su sufrimiento.

  • Créditos de las imágenes: © UNICEF/UKLA2014-04871/Schermbrucker

Peregrinos en tiempos de guerra

Crónica de Omar Ahmed, coordinador de Médicos Sin Fronteras en Najaf, Irak.

Son las seis de la mañana, y a pesar de que en Najaf se superan los cincuenta grados en los meses de calor, en esta época del año las temperaturas son bastante frías. Ayer por la tarde recibimos una llamada de Khalid, un hombre desplazado por la guerra y originario del distrito de Telafar – norte de Iraq -, que trabaja de manera esporádica para nosotros desde la ciudad de Ein el Tamer. Situada en la frontera entre las regiones de Kerbala y Anbar, Ein el Tamer es uno de los puntos de recepción de los cientos de miles de desplazados que han huido de las zonas de combate durante los últimos meses. Lugar idílico lleno de palmeras, frente a un oasis de película, esta pequeña ciudad ha pasado de recibir un turismo local voluntario y con ganas de descansar, a uno forzado y con intenciones de sobrevivir.

Pero volvamos a Khalid. En aquella llamada de ayer, nuestro compañero nos informaba de que durante la última semana estaban llegando cientos de familias de la región de Anbar, concretamente desde las ciudades de Ramadi y Hit, donde actualmente se libran feroces enfrentamientos entre el ejército iraquí y las milicias del denominado Estado Islámico.

Desde hace casi dos meses, en el marco de nuestra intervención de emergencia para asistir a los desplazados de la actual guerra que se vive en Irak, estamos haciendo distribuciones de kits de higiene y de ropa de abrigo que les ayude a afrontar el invierno con mayores garantías. Tras efectuar los estrictos y habituales chequeos de seguridad, dado que no sólo nos dirigimos a una ciudad situada a apenas decenas de kilómetros del frente, sino que tenemos que atravesar un camino en que somos conscientes de que hay un riesgo considerable de sufrir atentados, salimos rumbo al norte con los camiones cargados hasta arriba.

MSF presta asistencia a las familias de desplazados internos en Diwaniya, Kerbala y Babil, en el sur de Irak, con la distribución de KIT sanitarios, atención a través de  clínicas móviles y promoción de la salud. Fotografía: MSF

MSF presta asistencia a las familias de desplazados internos en Diwaniya, Kerbala y Babil, en el sur de Irak, con la distribución de KIT sanitarios, atención a través de clínicas móviles y promoción de la salud. Fotografía: MSF

Para los lectores curiosos: los kits de higiene contienen toda una serie de productos básicos para la higiene diaria y están pensados para que duren alrededor de cuatro semanas (jabón, toallas, compresas, maquinillas de afeitar, champú, cortaúñas, detergente en polvo, y cremas varias). Los kits con ropa de abrigo contienen mantas para cada miembro de la familia, y gorros y calcetines para los niños menores de cinco años.

El camino no es largo, y la peculiar decoración de las casas situadas a ambos lados de la carretera en unas fechas tan señaladas para el Islam Chiíta, lo hace más bien ameno. Nos encontramos en medio del primer mes del calendario islámico – Muharram – en el que curiosamente está prohibido luchar. Y a lo largo de los caminos que llevan a las ciudades santas de Najaf y Kerbala, se preparan las posadas de acogida para los peregrinos – aunque ahora mismo, a quien acogen es los desplazados – y las llenan de banderas negras y verdes, así como de posters y telas con varias representaciones de Hussein, hijo de Ali – sobrino y yerno del profeta Muhammad -, y por tanto personaje venerado por los Chiítas.

Al llegar a Ein el Tamer, gracias a la colaboración del consejo local, equivalente al ayuntamiento de la ciudad, podemos organizar la distribución a cientos de familias. Para poder saber quiénes no han recibido aún estos kits, existe un registro que nos indica la fecha en la que llegaron, pero aún así, las quejas son de tipo y llegan de todos lados. En general, lo que nos dicen es que si bien estos productos les ayudarán a mantener un mínimo de higiene y a protegerse de las bajas temperaturas nocturnas del desierto, están muy lejos de garantizar el bienestar básico y digno que necesita todo ser humano. Y tienen toda la razón: las necesidades son mayores a nuestra capacidad de atenderles. Nos hemos cerciorado de que el hospital de la ciudad ofrecerá atención médica gratuita a estas familias desplazadas, pero probablemente haya que hacer nuevas distribuciones para quienes vayan llegando en las próximas semanas. Además, tenemos que seguir presionando para para que otras organizaciones se hagan cargo de otras áreas de trabajo y así podamos dar una asistencia más completa a todas estas personas.

Durante las siguientes semanas, las regiones de Najaf y Kerbala se llenarán de millones de peregrinos. Y con suerte, inmiscuidos en uno de los mayores espectáculos de solidaridad del mundo actual, los desplazados se beneficiarán de todos los servicios gratuitos que las autoridades religiosas disponen, especialmente durante las dos últimas semanas del Muharram. Lógicamente, lo que más nos preocupa es qué pasará a mediados de diciembre, cuando todo ese despliegue se despida hasta un nuevo año. El reto reside en garantizar la continuidad del acceso a los servicios básicos para los desplazados, en especial, al menos por nuestra parte, a los servicios sanitarios. Estos existen, pero hay varias barreras culturales que propician que no siempre sean accesibles para todo el mundo. Así que, más allá de las distribuciones puntuales de urgencia, esperamos contribuir a la construcción de ese puente necesario para cubrir la brecha entre servicios y necesidades.

Con esa intención, desde el proyecto de Médicos Sin Fronteras situado en Najaf, tras cuatro años de colaboración con el Hospital de maternidad de referencia en la región y habiendo contribuido considerablemente a la reducción de la mortalidad neonatal de los casi tres mil partos mensuales, hemos empezado recientemente una intervención de asistencia a los desplazados del conflicto, llegados del norte del país. Tanto en las regiones santas de Najaf y de Kerbala, como en las de Babil, Diwaniya y Wassit, comenzamos a efectuar clínicas móviles y vamos a ofrecer servicios de salud mental. Esperemos poder contar dentro de unos meses que estamos consiguiendo la necesaria integración de estas familias – en términos de acceso al sistema de salud -, para las cuales la vuelta a casa es incierta. No se sabe cuándo podrán volver, pero en cualquier caso no será muy pronto.

Irak: «En el campo de Domeez, nuestros propios compañeros también son refugiados»

Sólo unas semanas después de abrir sus puertas por primera vez, el 4 de agosto, la unidad de maternidad en el campo de refugiados Domeez, en el norte del Kurdistán iraquí, ya está llena de mujeres sirias, muchas de ellas a punto de dar a luz. Todas quieren aprovechar la amplia gama de servicios de maternidad – desde controles prenatales a vacunas postnatales – proporcionados por el personal de Médicos Sin Fronteras. La particularidad de  estos trabajadores es que también ellos son refugiados.

Por Talia Bouchareb, periodista de MSF en Domeez.

Ayla Hamdo, nacido el 4 de agosto, fue el primer bebé de la nueva maternidad. Su peso al nacer fue de 3,2 kg y su estatura de 52 cm. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
Ayla Hamdo, nacido el 4 de agosto, fue el primer bebé de la nueva maternidad. Su peso al nacer fue de 3,2 kg y su estatura de 52 cm. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

 

El Campo de Domeez, que se encuentra a unos 10 km al sur de la ciudad de Dohuk, fue planeado inicialmente para una población de 30.000 personas. Tres años después, alberga el doble de esta cifra, por lo que es ya el mayor campo de refugiados en el Kurdistán iraquí. A medida que los meses van pasando, y con pocas esperanzas de que sus residentes puedan regresar a sus hogares, el campo se parece cada vez más a un animado pueblo sirio, con tuktuks (bici-taxis) llevando personas de un lado a otro y tiendas en las que venden desde shawarma, hasta ordenadores. También hay locales donde se hacen cortes de pelo o se venden vestidos de novia.

Como los matrimonios y los nacimientos se han multiplicado, y la población del campamento ha crecido, también lo ha hecho la necesidad de una unidad médica dedicada a la maternidad. Los estudios que manejamos nos desvelan que uno de cada cinco habitantes del campamento es una mujer en edad reproductiva, y que 2,100 bebés nacen en el campo cada año.

Como resultado de esta situación, hemos decidido ampliar los servicios de salud en el campamento. Llevan ya funcionando dos años, pero hemos creído conveniente dar un paso más en cuanto a la cantidad y a la calidad de los mismos.

Hasta hace poco, nuestra clínica había estado proporcionando servicios básicos de salud reproductiva, pero las mujeres tenían que hacer el largo camino hasta la ciudad para dar a luz en un hospital que está muy saturado. Sin embargo, con la nueva unidad de maternidad en marcha y funcionando, ahora sólo tenemos que referir los partos de alto riesgo a Dohuk, lo que libera mucha de la presión sobre el hospital.

El equipo de MSF felicita a la madre de Ayla. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
El equipo de MSF felicita a la madre de Ayla. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

Hoy he visitado a Golestan, una orgullosa madre de tres hijos, que está descansando en la cama. Su hijo recién nacido, bien envuelto, duerme junto a ella. «Yo di a luz en el hospital de Dohuk el año pasado, porque mi parto tenía complicaciones que no podían ser atendidas aquí», me dice. «Sin embargo, esta vez me han animado a permanecer en cama durante unas horas, las enfermeras revisan mi estado a cada rato… es como estar de vuelta en la Siria de hace unos años, sólo que aquí es gratis”, me explica emocionada.

«Ayudar a las mujeres durante el parto es sólo un aspecto de la atención que ofrecemos aquí, pero además de ayudar a las mujeres a dar a luz de forma segura, también nos aseguramos de darles un seguimiento adecuado – desde el comienzo del embarazo hasta el final del proceso, a través de consultas postnatales. Con este enfoque integral también podemos proporcionarles vacunas, ayudar con la lactancia materna y ofrecer consejos de planificación familiar, todos los cuales tienen un gran impacto en el bienestar de las madres y los niños», me explica Adrián Guadarrama, responsable médico de MSF en Domeez.

Antes de que la unidad de maternidad abriera, muchas mujeres sirias en Domeez optaban por dar a luz en sus tiendas de campaña en el campamento, en lugar de viajar al hospital de Dohuk. Zozan, otra mujer que ya hace siete meses que dio a luz y que hoy ha venido en busca de vacunas para su niño, es uno de los muchos ejemplos que nos hemos encontrado: «Llamé a una partera siria para que me ayudara a dar a luz en casa, y todo fue bien, pero hubiera sido mejor estar cerca de los médicos: en una tienda de campaña siempre hay un riesgo«. Como medida para evitar que las mujeres sigan dando a luz en sus casas, las autoridades locales han dejado de emitir certificados de nacimiento a los bebés que no nacen en los centros asistidos por personal sanitario.

Parteras rellenando el partograma para hacer el seguimiento del primer parto que tuvo lugar en la nueva maternidad de MSF en Domeez. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
Parteras rellenando el partograma para hacer el seguimiento del primer parto que tuvo lugar en la nueva maternidad de MSF en Domeez. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

«Nuestra unidad de maternidad se creó en un tiempo récord, con la ayuda de las autoridades locales de salud. Todo sucedió muy rápido. Presentamos nuestra propuesta, las autoridades la aprobaron de inmediato y luego proporcionaron los materiales de construcción y todo el equipo médico. Ahora la unidad es gestionada por parteras, y muchos de los nuevos empleados han tenido que adaptarse a una manera diferente de trabajar», me dice Adrián. «El principal reto ha sido encontrar y capacitar a las parteras porque muchas están acostumbradas a trabajar a la sombra de los médicos. Cuando les dijimos que llegaría un día en el que ellas estarían gestionando el lugar, casi no se lo podían creer, pero ahora aquellas promesas se han convertido en una realidad».

Margueritte, una de estas parteras, me dice que «el primer paso es siempre darse el tiempo para examinar a las pacientes y escucharlas. Hemos estado enseñando a todas las nuevas parteras un enfoque más completo de cómo atender los partos».

Lo bueno y novedoso al mismo tiempo es que aquí nuestro personal tiene una estrecha relación con los pacientes, ya que la mayoría de ellos también son refugiados de Siria. Actualmente contamos con un ginecólogo, nueve parteras y cuatro enfermeras, que son las que proporcionan la atención continua.

Un familiar se ocupa de Ayla mientras su madre recibe los cuidados post-parto. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
Un familiar se ocupa de Ayla mientras su madre recibe los cuidados post-parto. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

Nuestros promotores de salud han recorrido durante estas semanas el campamento para informar a las mujeres acerca de los nuevos servicios que se ofrecen, mientras que el boca a boca también ha sido fundamental para atraer a las mujeres a la nueva unidad. Su apertura también apareció en la primera página del periódico local del campamento (sí, sí, aquí ya han creado hasta un periódico local), así que ahora tenemos a mujeres que ni siquiera estaban en el campo y que vienen desde una cierta distancia para poder dar a luz aquí.

Ahlam, que se prepara para salir de la unidad con su bebé recién nacido, se ha registrado en el campo de refugiados Gowergosk, a unas dos horas en coche de Dohuk. «He oído por mi cuñada que había parteras sirias y una maternidad nueva», me dice, «así que me mudé aquí hace unas semanas, sólo para poder dar a luz. Una vez me que me sienta más fuerte voy a volver a Gowergosk «.

Y la verdad es que es un placer poder observar lo fácil que resulta el poder devolver un poquito de esperanza a toda esta gente que lo está pasando tan mal y que no saben si algún día podrán vovler a sus casas. Al menos, aquí han construido algo que cada vez se va pareciendo más a un hogar.

Todo un reto en Najaf

Por Shinjiro Murata (Médicos Sin Fronteras, Irak)*

Llegué a Najaf, en Irak, hace más de un año, en octubre de 2010, para empezar el proyecto de MSF en el hospital de distrito de Al Zahara. Najaf está situada a 160 kilómetros de Bagdad y es una de las ciudades santas de los chiíes. No ha sido tarea fácil, aunque la experiencia de trabajar en un país tan distinto ha sido todo un reto.

Mi experiencia anterior con MSF fue en África y, cuando empecé a trabajar en Najaf, me di cuenta de que tendría que acostumbrarme a ver las cosas desde una perspectiva diferente, y adaptarme a la realidad de un país que en su día gozó de un sistema de salud muy organizado, pero que, debido a décadas de conflicto y de sanciones internacionales, ha sufrido un deterioro galopante de la provisión de atención sanitaria.

Tras la invasión de Irak encabezada por Estados Unidos en 2003, cerraron la mayoría de los centros de formación de Enfermería, tanto las escuelas como las facultades universitarias. Esto provocó un enorme vacío, que se tradujo en escasez de personal especializado y en carencias formativas: la mayor parte del personal de enfermería y médico de las estructuras de salud iraquíes carecen de la formación adecuada, y por supuesto tampoco están al tanto de los últimos avances técnicos y materiales.

Según el Ministerio de Salud iraquí, desde febrero de 2006, debido a la escalada de la violencia sectaria, más de un 70% del personal médico ha abandonado el país, y cientos de profesionales han perdido la vida. La insuficiente capacidad del sistema de salud para responder a las necesidades médicas de la población ha contribuido a un aumento sin precedentes de las tasas de mortalidad materna e infantil.

En 2007, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estimó que el ratio de mortalidad materna era de 300 por cada 100.000 nacidos vivos. Según el ultimo informe del Estado Mundial de la Infancia de UNICEF, Irak presenta un tasa de mortalidad neonatal del 64% mientras que sus países vecinos, Siria y Jordania, registran tasas del 7 y el 16%, respectivamente.

Como os decía, MSF ha establecido un programa médico para apoyar al principal hospital de referencia del Ministerio de Salud en Najaf, el hospital de distrito de Al Zahara, de obstetricia, ginecología y pediatría. Este hospital es uno de los más grandes de la región: tiene una capacidad de 340 camas, y atiende unos 1.950 partos al mes. Esto representa un 50% de los partos practicados en toda la gobernación de Najaf, que cuenta con una población total de 1,2 millones de habitantes. La mayor parte del tiempo está abarrotado de pacientes y la calidad de los servicios médicos a veces no es adecuada.

Según los datos médicos recogidos por nuestros equipos en el hospital durante 2010, aunque las tasas de mortalidad materna e infantil sean bajas, las tasas de mortalidad neonatal son notablemente altas. Casi el 70% de los recién nacidos ingresados en la unidad de cuidados intensivos fallecían, así como el 26% de los ingresados en la unidad esterilizada.

Lo que también resulta preocupante era que hasta un 37% de los partos se realizaban por cesárea, casi un 60% de los niños. Y casi la mitad de los bebés que habían fallecido en la unidad esterilizada eran prematuros. En nuestro afán por mejorar esta situación para los recién nacidos en el hospital, hemos organizado reuniones frecuentes con la dirección del hospital para trabajar todos juntos y cambiar esta situación. ¡Un gran reto!

Hemos trabajado mucho durante este año pasado para mejorar la calidad de los servicios médicos tanto en los departamentos de neonatología como de obstetricia de este enorme hospital. Los pediatras de MSF han impartido formaciones prácticas sobre la recepción del bebé, o su reanimación en la unidad pediátrica de cuidados intensivos. Los tocólogos y ginecólogos han implementado procedimientos operacionales estándar para la atención prenatal, partos, preparación y programación de cesáreas y anestesia. Y  enfermeros y logistas han abordado algunas cuestiones transversales importantes, como reforzar las medidas de control de infecciones, cubrir los vacíos en materia de suministros de material esencial y renovable, y mejorar el mantenimiento del hospital.

Para mí, trabajar para MSF en el hospital del distrito de Al Zahara ha sido una interesante experiencia. El trabajo de MSF aquí, principalmente dirigido a capacitar, formar y preparar al personal, no es la labor típica en nuestros proyectos. Aunque ha constituido todo un reto, pienso que el esfuerzo ha valido la pena.

Tras más de un año en Najaf, he visto que las necesidades médicas en el país siguen siendo importantes. Hasta que se restaure la paz en Irak, MSF tiene que seguir apoyando a estas mujeres embarazadas y a los niños recién nacidos, ya que, gracias a su naturaleza neutral, imparcial e independiente, es una de las pocas organizaciones médico-humanitarias internacionales que trabajan dentro del país.

 (*Desde octubre de 2010, Shinjiro Murata trabaja con MSF en la ciudad de Najaf, como coordinador de terreno. Su principal responsabilidad ha sido abrir este nuevo proyecto, cuyo objetivo es mejorar la atención obstétrica y perinatal en unos de los mayores hospitales de referencia en la región.)

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Fotos: Hospital de distrito de Al Zahara en Najaf (© MSF)