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Mil hilos tejiendo esperanzas

Por Selva Nancy Rojas, Ayuda en Acción Paraguay

La idea de asociarse e iniciar una empresa de producción textil movilizó durante mucho tiempo a las familias de Rincón, una comunidad rural ubicada en el municipio de San Roque, departamento de Paraguarí, Paraguay. Los miembros de la organización ´´Ñemityrá´´ (en guaraní ¨para la siembra¨), luego de mucho andar y con perseverancia lograron finalmente habilitar una hilandería enfocada a la producción de tejido artesanal.

Si bien toda la vida han subsistido de la producción agrícola, el suelo cada vez más empobrecido sumado a la alta competencia en los mercados, rápidamente fue sumergiendo a las familias de Rincón en una situación de extrema necesidad. Esta difícil realidad los hizo analizar rubros alternativos para la generación de ingresos.

La artesanía textil ya era conocida por muchos de ellos. La comunidad está ubicada a 10 kilómetros de Carapeguá, municipio bautizado como ´´capital del ´´poyví´´ (tejido con hilos de algodón y lana). La técnica para entretejer miles de hilos y convertirla en tejido se transmite de generación en generación.  Es así como muchas de estas personas han aprendido la técnica del ´´poyvi´´ observando trabajar a sus abuelas, sus madres e incluso a vecinos artesanos de la zona.

Con el apoyo de Ayuda en Acción, la comunidad ha podido construir el taller y equiparlo con telares e insumos para la producción. Herminio es uno de los 17 socios que trabajan actualmente en el taller. Tiene 3 hijos pequeños (11, 8 y 3 años) y junto a su esposa, dividen la jornada entre el cuidado de los cultivos de la finca, la producción textil y las tareas domésticas. Destacando la minuciosidad de su trabajo, muestra de qué manera enhebra cada uno de los 1.200 hilos que luego se irán entrecruzando para formar una manta o cobertor.

En dos temporadas de trabajo, los socios de esta hilandería han conseguido comercializar 300 mantas y 500 trapos de piso. Todos en el mercado local. Si bien han logrado incrementar sus ingresos, el rubro sigue siendo ´´alternativo´´ en términos de renta familiar. Lamentan la desigual competencia de precios frente a productos importados (especialmente de Asia) o los producidos por empresas maquiladoras de China asentadas en el territorio paraguayo: ´´En las grandes tiendas venden frazadas de industria china a 35.000 guaraníes (5,6 ), con ese precio no podríamos cubrir siquiera el 70% de nuestro costo´´, reflexiona Herminio.

La preocupación de todas estas familias es la población joven y la escasa oportunidad de empleo que tienen en la zona. Francisco y Miguel son hermanos, tienen 15 y 16 años. Cursaron hasta el 6º grado de primaria y no pudieron proseguir la escuela ya que para ello deben trasladarse a otro municipio. Actualmente trabajan en la producción de mantas. Estos jóvenes, además de manejar los telares, se encargan de dar color a los tejidos en el proceso de tintura.

La hilandería es una constatación de que se pueden generar oportunidades de trabajo para las familias: ´´Hubo gente de entre nosotros que se movió y buscó esta oportunidad. Claro que tenemos tropiezos! No podemos decir que ya estamos bien, pero hay esperanza y lo cierto es que ahí vamos´´, concluye Herminio.

Sin duda alguna, uno de los objetivos prioritarios para este grupo de productores textiles es hallar una estrategia de producción que permita disminuir costos y competir en el mercado. De igual manera, los socios pretenden mejorar la presentación de los productos, asignándoles una marca que refleje la experiencia comunitaria y la dedicación puesta en cada prenda.

Enhebrando determinación, solidaridad y perseverancia, se van tejiendo oportunidades de vida en cada vuelta del telar. El color de la experiencia es fácil de elegir: no podría ser otro que el de la esperanza. Lo difícil será crear una marca que refleje este contenido, seguro estamos que no podría ser completamente reflejado ni por el mejor creativo.

Dos continentes, una misma historia

 Selva Nancy Rojas, Ayuda en Acción – Paraguay

 Con la colaboración de ACOM-Acción Comunitaria

En el Sur, muchos hombres y mujeres hacen cola en las embajadas para conseguir un sueño. En los últimos años, para los sudamericanos, España ha sido cuna de esas esperanzas, un mismo idioma y el anhelo de acceder a mejores condiciones de vida.

La migración atraviesa la realidad social, política, económica y cultural del mundo. Migrar es relevante no sólo para quien emprende la aventura hacia otras tierras, sino también para las familias que quedan en el terruño, aguardando las remesas por un lado, y por otro, intentando explicar a los niños, porqué razón papá o mamá han ido a trabajar tan lejos de casa.

Alex Milciades vive con su abuela en la comunidad rural de Fortuna Guasu (“Gran Fortuna”), tiene 11 años y hace 3 que no ve a su madre Ana más que en fotos y en la cámara web, herramienta a la que se conecta en el centro urbano de Pedro Juan Caballero. Alex tiene una hermanita de 8 años, ella sólo tenía 5 años cuando quedó al cuidado de una tía.

Alex y sus compañeros/as de colegio en la Comunidad de Fortuna Guasu Foto: Osvaldo Méndez

Alex y sus compañeros/as de colegio en la Comunidad de Fortuna Guasu Foto: Osvaldo Méndez

Con la pena aún reflejada en el rostro, el niño cuenta que al principio le resultó muy difícil distanciarse de su madre, pero que de a poco comprendió que ella lo hacía para que él y su familia estuviesen mejor. Orgulloso y con un brillo especial en los ojos cuenta que entrena en una escuela de fútbol y que se prepara para ser todo un crack.

Como Ayuda en Acción, hemos llegado a la comunidad de Alex hace poco más de año y medio. Nos llamó la atención la cantidad de jóvenes y la escasa perspectiva laboral que tienen, quedándose en sus fincas, o saliendo de ellas hacia centros urbanos. Con esa misma gente (150 familias) y gracias a la co-financiación de la Agencia Andaluza de Cooperación Internacional, hemos puesto en marcha un proyecto productivo, que permita a las familias acceder a tecnología para la mayor producción agrícola y a las mujeres y jóvenes una formación para el trabajo.

La abuela de Alex nos ha facilitado el contacto con Ana. Ella vive en Madrid y trabaja como empleada doméstica a tiempo completo. Es madre soltera y en Paraguay ha intentado en vano sostener a una familia con los 280 mil Guaraníes que ganaba al mes (unos 44 €); esto la hizo tomar la decisión más difícil: alejarse de sus hijos, de su familia, de su comunidad y emprender el largo viaje hacia un lugar que apenas conocía en mapas y en donde debería reunir valentía para enfrentar el control de migraciones y luego la búsqueda de empleo en un país completamente ajeno.

Aún hoy, sigue estando en situación ilegal, nos comenta que sale a la calle con el temor que la policía la detenga pero con la convicción que está forjando un mejor futuro para sus hijos.

Al despedirse, Ana hace notar un hecho importante: “Ayuda en Acción está trabajando en mi comunidad? mirá vós! qué coincidencia, yo colaboro todos los meses con esta ONG”.

 
 
 
 
 

Hombres y mujeres de la Comunidad Fortuna Guasu trabajan una huerta hortícola con sistema de riego, uno de los primeros logros del proyecto. Foto: Osvaldo Méndez

Hombres y mujeres de la Comunidad Fortuna Guasu trabajan una huerta hortícola con sistema de riego, uno de los primeros logros del proyecto. Foto: Osvaldo Méndez

Una no buscada pero bella coincidencia, como esperamos sea el día en que nos toque escribir sobre el reencuentro de estos hijos con su madre. Quizás pasen varios años más. Quizás Ana encuentre a su hijo convertido en un jovencito, con la formación y capacidad para decidir plenamente qué camino seguir en la vida. Por ahora, Ana y Alex seguirán conectados desde dos continentes, escribiendo una misma historia.

WAKA WAKA, PASIÓN PARAGUAYA

Selva Nancy Rojas, Ayuda en Acción Paraguay

Con la colaboración especial de: Osvaldo Méndez (AD Pedro Juan)

Camino al norte del país me detengo a observar de qué manera el mundial de fútbol ha alterado las tonalidades del paisaje. Las casas, las escuelas, los puestos de salud, cada rinconcito tiene algún detalle con los colores de la bandera nacional. Los escolares caminan de regreso de la escuela, casi todos están vestidos con sus remeras albirrojas; les pregunto quién ganará el partido de mañana y me responden con mucha seguridad: “la albirró!” (“albirroja”, cariñosamente acotada).

Al día siguiente, las actividades empiezan muy temprano, la ansiedad de ver el partido de la selección se apodera de todos. En la escuela de Piky, una pequeña comunidad rural del Distrito de Pedro Juan Caballero, los niños vienen cargados con un entusiasmo inusual, como si se tratase de un verdadero día de fiesta patria. El profesor Juan Guillermo es el director de este centro educativo, lleva casi 30 años en la docencia, de los cuales 27 han transcurrido en esta pequeña escuela: “a fines de los años´70, ser hombre y maestro no era muy usual en el ámbito rural, en realidad, era motivo de burla ya que se trataba de una profesión para ´mujeres´. Pero a mí siempre me gustó trabajar con los niños; luego de casi 30 años, estoy orgulloso de mis alumnos y de haber ayudado a construir esta escuela”, nos cuenta mientras conecta el televisor.

Ésta fue una de las primeras comunidades en la que Ayuda en Acción ha cooperado en Paraguay. Al principio, la mayor problemática era la falta de agua, incluso en la escuela, donde los niños asistían cargados con sus botellas para soportar las calurosas jornadas de estudio. Conjuntamente con la organización de padres y madres, el profesor Juan Guillermo ha gestionado no sólo el abastecimiento de agua para la escuela, sino también la construcción de una sala de clases, servicios sanitarios y la refacción completa del puesto de salud local.

El escenario está montado, el pequeño televisor traído de la casa del profesor fue conectado a un proyector y la imagen se ve reflejada sobre una sábana blanca, que a estas alturas no tiene nada que envidiar al mejor cine del mundo. Juega la selección nacional. Difícilmente exista otro momento en que se sienta tan conscientemente correr a la patria entre las venas. La “albirró”, la “albirró”, es todo lo que se puede escuchar en las voces de quienes, bajo estos árboles alientan a su selección.

Los niños y las niñas, con las caritas pintadas y banderas de papel en las manos, van observando las jugadas y cada llegada al arco es acompañada con un fuerte “Jaha! Jaha!” (en guaraní: “vamos! vamos!). Sin embargo, el gol no llega. El partido se extiende otros 30 minutos y el desenlace se hace aún más dramático. El profesor Juan Guillermo -tenso como todos los espectadores- se agarra la cabeza y dice que en momentos difíciles es cuando realmente se hace notar la “garra guaraní” (frase utilizada como sinónimo de fortaleza).

Al todo o nada, llega la definición por penales y por fin se pueden gritar cada uno de los 5 goles paraguayos. Sonrisas, aplausos, banderas agitadas al aire, la selección ha avanzado una etapa más. ¿Saldremos por primera vez campeones del mundo?, pregunta el profesor Juan Guillermo a los más de 70 niños reunidos bajo los árboles, “puede que sí”, dice Cristian, uno de sus alumnos. “Soñemos que sí, estamos cerca”, dice contento el profesor.

Existe una sola copa para el que triunfe en este campeonato, la desbordante emoción seguro invade a varias naciones como a Paraguay, pero si hablamos con y de pasión, viendo estos rostros cargados de esperanza y el fervor nacional hacia la selección de fútbol, sin duda alguna, ya llegamos primero.

 

Cuando la primavera decide florecer

Selva Nancy Rojas, Ayuda en Acción Paraguay

Natalia acelera sus pasos, pide a su niña de 3 años que haga lo mismo, faltan sólo unos metros para llegar a la escuela donde la aguardan sus otros 5 hijos. Tiene 28 años y es madre de 6 niños, orgullosa -aunque con un dejo de pesar en los ojos- me cuenta que es madre soltera, trabaja limpiando casas y de esa manera sustenta a sus hijos.

Mientras dialogo con Natalia, observo un entretenido partido de fútbol disputado por los niños en la cancha de tierra roja. El sonido de esta algarabía (que me recuerda el ímpetu de cualquier  final de campeonato profesional) se funde con la imagen de varias mujeres llegando en caravana para participar de una reunión en la escuela.

Fútbol en la escuela de Villa Primavera. Foto: Nancy Rojas, AeA Paraguay

¿Quién no soñó alguna vez vivir una eterna primavera? Quizás esta fue la esperanza que motivó a las habitantes de Villa Primavera a adoptar este nombre para la comunidad. Este barrio se encuentra en las afueras de la ciudad de San Ignacio Misiones, en Paraguay. En el 2.006, el gobierno paraguayo construyó 50 pequeñas viviendas y destinó las mismas a familias solventadas por mujeres solas.

Está a punto de iniciar la reunión. Las madres ya están ubicadas en la sala de clases, que es el lugar donde se reúnen periódicamente para organizar las gestiones de la Comisión Vecinal. Nimia es la mayor de todas, tiene 46 años y 9 hijos, es presidente de la comisión de Villa Primavera. Comenta que al principio –cuando se instalaban en la comunidad- el lugar parecía un desierto, y ellas, habitantes de un lugar inexplorado: “las madres estábamos felices, lo que más queríamos era conseguir un techo para nuestros hijos, pero pasaba el tiempo y no contábamos con los servicios básicos: teníamos que llevar a los niños hasta la escuela de San Ignacio, eran 7 kilómetros de camino todos los días; tampoco teníamos agua, a veces, incluso  faltaba para beber”.

La realidad para estas mujeres seguía siendo muy difícil de superar, pero algo había cambiado en sus vidas: ya no estaban solas. Cada vez que pasaba el transporte de bomberos, que les proveía algunos litros de agua para la semana, se juntaban a conversar compartiendo las dificultades que tenían cada una de ellas. Luego de un año viviendo en la comunidad, notaron que varios niños habían abandonado la escuela y decidieron que esta situación no podía continuar. Fue por esta razón que marcharon hasta la Gobernación de Misiones, donde acamparon y no abandonaron el lugar hasta conseguir la asignación de maestros para la comunidad.

 Graciela tiene 33 años y 5 hijos, trabaja vendiendo chipá en las calles de San Ignacio (panecillos de harina de mandioca o maíz; típicos de la gastronomía paraguaya), fue una de las mujeres que impulsó esta movilización: “les dijimos a las autoridades que únicamente queríamos maestros, que luego nosotras veríamos la manera de construir nuestra escuela… y fue así como ocurrió, durante más de un año, las clases se daban en nuestras casas, las tizas y pizarras decoraban nuestras cocinas y el recreo se disfrutaba en nuestros patios”.

Con esta decisión y trabajo comunitario, en los últimos años, fueron levantando entre todas una verdadera comunidad. Ayuda en Acción las apoyó construyendo aulas, servicios sanitarios en las escuelas, instalando un sistema de agua potable y acompañándolas en la gestión de las organizaciones comunitarias, tanto de la comisión vecinal como de la asociación escolar. En la actualidad, estas madres analizan la posibilidad de aliarse a fin de emprender microempresas que les permita mejorar sus niveles de ingresos económicos.

Capacitación en preparación de alimentos. Foto: Nancy Rojas, AeA Paraguay

Una hora después de iniciar la reunión ya lo tienen decidido, y la presidente concluye: “bueno chicas, entonces queda decidido, vamos a capacitarnos para que dentro de poco tiempo sea posible formar nuestras empresas, teniendo más ingresos podremos darle una mejor vida a nuestros hijos”.

Natalia está contenta, me comenta que con la ayuda de una vecina está aprendiendo a hacer collares y otros productos artesanales. En voz alta llama a sus niños, es hora de ir a casa y preparar el almuerzo: “Pedro, ya vamos a casa!… tiene 10 años y solo quiere jugar a la pelota”, sonríe al despedirse. Mientras acaricio la cabecita de Pedro, le pregunto si quiere ser jugador de fútbol cuando sea grande: “aún no sé… quizás sea médico”, dice, mientras camina junto a su madre y hermanos.

Mujeres y niños de Villa Primavera. Foto: Nancy Rojas, AeA Paraguay