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Archivo de la categoría ‘Uganda’

Donde los campos de refugiados se convierten en “ciudades”: los mayores huyen del Sudán del Sur a Uganda

Por Eddy Day-Clarke, Responsable de Desarrollo de Recursos de HelpAge International.

El polvo llega a todas partes. Incluso cuando tenemos las ventanas cerradas durante todo el viaje que dura diez horas, todos estamos cubiertos de un polvo fino, rojo al bajarnos del coche; en ese momento chocamos con el calor sofocante que hacía en el asentamiento de refugiados. Como nunca antes había ido a un campo de refugiados, estaba un poco insegura de lo que iba a encontrar, por tanto, con dificultad, traté de esconder la ansiedad que sentía en mi estómago. Me estaba imaginando las imágenes de las personas muertas y las situaciones de hambruna de los campos que había visto en la tele, pero la realidad de este campo no parece ser la misma.

En el campo de Numanzi nos reunimos con al menos 200 personas mayores, muchas acompañadas por los niños que cuidaban, que se encontraban debajo de un árbol inmenso en el centro del campo. Nos estaban esperando y, al ver que nos estábamos acercando, empezaron a cantar una canción tradicional y a bailar. Es hermoso y emocionante ver cómo todos están compartiendo esta música a pesar de las cosas horrorosas a las que seguramente habrán sido testigos esas mujeres y esos hombres mayores durante sus vidas, y las pocas experiencias de los jóvenes acompañantes.

Adjumani en Uganda hace frontera en el norte con Sudán del Sur y es el punto principal de entrada para los refugiados del Sudán del Sur; el número de los refugiados ha aumentado rápidamente debido a las nuevas amenazas de violencia y terror. Uganda es un país único en África gracias a sus leyes que favorecen a los refugiados, y gracias a esto más de 199.000 de personas han llegado a Adjumani desde que la situación doméstica y política ha empeorado en Sudán del Sur en 2013.

A los campos de refugiados se les llama aquí “ciudades” ya que en estas zonas las reglas que impiden la migración son más permisivas que en otras partes del mundo.

LA HISTORIA DE DAVID

Nuestro traductor profesional, que traduce dinka, luganda e inglés, nos facilita comunicarnos directamente con las personas. David tiene 70 años. Junto con su esposa cuidan de sus tres nietos. Su hija y su marido han sido matados violentamente en su pueblo antes que la familia huyera a Adjumani. Él nos cuenta con entusiasmo que lo más importante para él es ver que sus nietos pueden ir a la escuela y beneficiarse de una buena educación.

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Niños y niñas soldado: volver del último rincón de la tierra

Por Priyanka Pruthi para Unicef

Grace Akallo tenía sólo 15 años cuando fue capturada por el Ejército de la Resistencia del Señor de Joseph Kony (LRA por sus siglas en inglés) en Aboke, al norte de Uganda. Este grupo armado es conocido por agredir sexualmente, secuestrar y asesinar a miles de civiles. Grace recuerda cada minuto del día de su secuestro.

«Era el 9 de octubre 1996… nuestro Día de la Independencia. Habíamos oído rumores de que los rebeldes estaban llegando, había temores ya. Nos quedábamos sin clase y nos escondíamos en el monte cada vez que pensamos que venían», recuerda.

Y los rebeldes acabaron llegando a su pueblo. Atacaron su internado y secuestraron a 139 niñas. Poco después, 109 estudiantes fueron puestas en libertad tras las súplicas incansables de la directora, pero Grace no era una de ellas. Ella fue una de los 30 niñas que quedaron cautivas y fueron llevadas a Sudán del Sur, donde fueron torturadas, violadas y obligadas a matar.

«Al principio, me daba miedo incluso golpear a alguien, porque tenía miedo de lastimarlo», me explica Grace. Cuando me vi obligada a matar a otro ser humano… realmente me sobrecogió. Me afectó mucho psicológicamente. Ver a alguien sufrir porque acaba de ser mutilado es la peor cosa de que se puede ser testigo «.

Las niñas no fueron entrenadas como soldados, pero tuvieron que aprender por sí mismas a desmontar, limpiar y montar armas y las enviaron a luchar con el Ejército Popular de Liberación de Sudán. «Era la ley del más fuerte», explica Grace. «Tenía que disparar para conseguir comida, tenía que luchar en primera línea para sobrevivir. Ellos [LRA] nos dijeron que el hambre y la sed nos enseñarían todo «.

Grace sentada en un centro de tránsito para niños rescatados (© UNICEF/NYHQ2011-0466/Farrow)

Grace sentada en un centro de tránsito para niños rescatados (© UNICEF/NYHQ2011-0466/Farrow)

LA CULPA DE LA SUPERVIVENCIA

Después de siete meses de cautiverio y abuso, Grace logró escapar cuando el LRA fue atacado por los rebeldes de Sudán del Sur. La entregaron a los soldados ugandeses, y pudo volver a reunirse con su familia.

«Yo solía aislarme mucho… porque he sufrido demasiado, me golpearon, me asaltaron sexualmente, pero sobre todo porque había dejado a mis amigas atrás. Me sentía culpable de sobrevivir. Me sentía culpable de ser libre cuando mis amigas estaban todavía con los rebeldes», dice ella.

A pesar de las heridas abiertas de la guerra, Grace decidió volver a la escuela – la misma escuela en la que había sido secuestrado. Sus ojos aún se iluminan cuando describe cómo fue la vuelta a la escuela. «La escuela es la mejor cosa que me ha pasado. La educación me daba esperanza. Yo tenía esperanza en el futuro».

Fue la esperanza la que sanó a Grace. Le dio la fuerza para acabar la escuela secundaria y matricularse en educación superior en la Universidad Cristiana de Uganda. Dos años más tarde, pudo matricularse en el Gordon College de los Estados Unidos de América, y hoy tiene un Máster de la Universidad de Clark en Desarrollo Internacional y Cambio Social. Grace cree que la educación proporciona a los niños afectados por la guerra y el conflicto un escudo sólido para su pasado tortuoso.

«Incluso los niños que pasaron más de 10 años en cautiverio pueden mejorar con el apoyo adecuado, la educación, la formación, si son aceptados en la sociedad.»

ALGÚN DÍA LLORARÉ POR MÍ MISMA

Fundadora de la Unión Africana por los Derechos de las Mujeres y los Niños, una ONG dedicada a la protección de los derechos de las mujeres y los niños vulnerables, Grace Akallo es una firme defensora de la paz y una portavoz de los niños afectados por los conflictos armados.

«Tengo que usar la vida que me dieron con un propósito … para no llorar más por lo que me pasó», dice ella. «Me ayudaron, fui a la escuela, y tengo una familia que me apoya y me ama. Pero, ¿qué pasa con las chicas que siguen sufriendo? Ellas todavía son golpeadas, abusadas. Ellas todavía son rechazadas. Ellas siguen sin casa ni apoyo familiar ni acceso a los recursos o a la educación o la asistencia sanitaria. ¡No tienen nada! »

En un reciente informe al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el Secretario General dijo que el LRA sigue siendo uno de los actores más persistentes de graves violaciones contra los niños en la región – continúa proyectando su larga sombra en África Central. Durante el período del informe, de julio 2009 a febrero 2012, cerca de 600 niños fueron secuestrados y reclutados por el LRA, sobre todo en la República Democrática del Congo, pero también en la República Centroafricana y Sudán del Sur. Las niñas secuestrados por el LRA fueron secuestradas a la fuerza y obligadas a casarse con los combatientes, y las que escaparon con sus bebés fueron estigmatizadas por sus comunidades.

«Tal vez algún día, cuando haya paz, me siente y llore por mí misma», dice Grace. «Pero en este momento, creo que lo que está pasando tiene que frenarse. No hay tiempo para nada más.»

Grace en una charla en la sede de Unicef. (© UNICEF/NYHQ2013-0136/Markisz )

Grace en una charla en la sede de Unicef. (© UNICEF/NYHQ2013-0136/Markisz)

Uganda: el hambre tiene muchos efectos a corto y a largo plazo en los niños

Por Noel Marie Zagre, asesor regional de Nutrición de UNICEF para África Oriental y Meridional.

Eric Turyasingura persigue una pelota hecha con bolsas de plástico en la puerta de su casa en las montañas del sur de Uganda. Grita «¡El Arsenal tiene el balón! ¡El Arsenal tiene la pelota!» en su lengua materna, el nkore, y se abre paso entre sus hermanos menores con el balón a sus pies.

Sólo tiene cinco años, pero el cuerpo de Eric ya cuenta una historia de pobreza y de oportunidades perdidas. Es más de 15 centímetros más bajo de lo que debería ser para su edad. Sus brazos y piernas son muy delgados y la cabeza está desproporcionada en relación a su cuerpecito. Crece a ritmo lento pero su cuerpo se atrofia rápidamente. Los doctores que lo tratan explican que sus posibilidades de crecer sano, aprender y aprovechar su pleno potencial, y conseguir un trabajo – por no hablar de jugar al fútbol profesional – han disminuido en gran medida.

En 2013, un informe de la ONU denunció que, en todo el mundo, uno de cada cuatro niños menores de 5 años – sufrieron retraso en el crecimiento – un total de 165 millones. También el año pasado la revista The Lancet estimó que la desnutrición contribuyó al 45% de todas las muertes de menores de 5 años.

A menudo el retraso en el crecimiento comienza en el útero y afecta a toda la vida del niño. Los estudios demuestran que está vinculada a la mala cognición y al bajo desempeño educativo; a salarios más bajos en la edad adulta y a la pérdida de productividad. Un niño raquítico tiene casi cinco veces más probabilidades de morir de diarrea que un niño no atrofiado debido a los cambios fisiológicos que provoca el hambre.

Caminamos un poco por la aldea y conocemos a Gethlem Butatera, es padre de seis hijos. Los tres más pequeños, de cinco, cuatro y tres años sufren desnutrición y él tiene que ver cómo se pierden en cuerpos cada día más atrofiados.

Poco puede hacer Gethlem, más que llevarlos cada semana al centro de salud que la Alianza para la Seguridad en la Nutrición de África y UNICEF han abierto en el poblado. Cuando llegamos con él al centro vemos a un buen número de niños con desnutrición aguda, en riesgo de morir, acompañados de sus preocupadas familias. Los profesionales médicos dan herramientas a los padres y a las madres para tratar de mejorar la higiene y consejos para luchar contra el hambre y la enfermedad de manera más efectiva.

Una foto de Gethlem Butatera con sus hijos.  (UNICEF Uganda/2014/Simon Crittle)

Gethlem Butatera con tres de sus hijos. (UNICEF Uganda/2014/Simon Crittle)

En Uganda, el porcentaje de desnutrición es del 33% y la peor parte se la llevan, una vez más las mujeres. Conocemos en centro de salud a una adolescente embarazada. Su madre nos cuenta que los médicos les alentaron para que retrasaran el matrimonio y el embarazo hasta que tuviera al menos 18 años, pero no le hicieron caso. Ahora ven como el cuerpo de la niña, desnutrido, se curva y se atrofia con el peso del niño que carga. “Una mujer más mayor es capaz de llevar a un bebé y criar hijos con cuerpos y mentes fuertes, una niña no”, explican los médicos.

“Todo está conectado aunque no lo parezca”, nos explica uno de los doctores. “Un niño que se ha desarrollado sano y ha alcanzado una altura estándar es más probable que viva en un hogar en el que se laven las manos y tengan un inodoro; es más probable que coman frutas y verduras; es más probable que vaya a la escuela; tiene más probabilidades de conseguir un buen trabajo; y menos probabilidades de morir de una enfermedad relacionada con la desnutrición”, añade atando cabos.

Aunque todo parece bastante negativo, otra doctora nos comparte también un mensaje de esperanza. “Lograr un futuro mejor para un niño no es tan difícil como algunos podrían pensar. El simple hecho de reforzar la importancia de la lactancia materna exclusiva de los bebés durante los primeros seis meses de su vida, por ejemplo, aumenta las posibilidades de supervivencia de un bebé hasta seis veces”.

Recorremos el pueblo y vemos que algunas familias tienen pequeños huertos pero nos explican que no suelen alimentarse con las verduras que cultivan porque tratan siempre de venderlas en el mercado local. Unas de las trabajadoras sociales nos explica que para luchar contra la desnutrición infantil también tienen que luchar contra sensibilidades culturales como ésa. “Aquí, por ejemplo, dejamos en remojo los utensilios de cocina, casi nunca se secan adecuadamente y las verduras y los huevos no nos gustan”, cuenta. “Con programas de educación simple podemos lograr diferencias real y salvar innumerables vidas”, añade.

Antes de irnos, volvemos a escuchar los gritos de Eric. No ha soltado el balón ni un solo momento y sigue soñando con un día ser el máximo goleador del Arsenal.
Los niños necesitan que se les permita crecer y desarrollar su máximo potencial, que puedan cumplir sus sueños.

Una de las trabajadoras sociales en Uganda. (UNICEF Uganda/2014/Eva Gilliam)

Una de las trabajadoras sociales en Uganda. (UNICEF Uganda/2014/Eva Gilliam)

El agua es mucho más que respeto para la mujer en Burundi

Por Miguel Ángel Rodríguez, Cruz Roja Española. Burundi.

Mi madre trabajó duro para invertir en un tanque que recogía el agua de la lluvia. ¿Qué significaba eso? Que no tenía que ir al río a por ella y tenía más tiempo para hacer mis deberes.

Acquiline, miembro del Comité de Agua de Muyange. (MAR)

Acquiline, miembro del Comité de Agua de Muyange. (MAR)

Son palabras de Winnie Byanyima, una mujer ugandesa que, tras la lucha clandestina, el Parlamento de su país y las Naciones Unidas, dirige ahora Oxfam Internacional.

Disponer de agua potable… A lo mejor no alcanzamos a entender lo que ha supuesto para muchas mujeres y para su desarrollo el disponer de agua potable.

Puede que Acquiline no llegue a ser directora de ninguna institución humanitaria, ni mucho menos presidenta o primera ministra de su país, como Aminata Touré en Senegal, Ellen Johnson-Sirleaf en Liberia o Joice Mujuru en Zimbabue.

A lo mejor tampoco quiere.

Además de ocho hijos y marido, también tiene la responsabilidad del Comité de Agua de la comunidad de Muyange, que se encarga de la gestión y mantenimiento de las infraestructuras de agua.

Los hombres no colaboran porque, según apunta en kirundis, la lengua local, “están deprimidos, desesperanzados y resentidos” por los conflictos que han sacudido al pequeño país africano.

La guerra, las guerras, también les afectaron a ella, puedo que incluso más que a los hombres… pero han decidido tomar las riendas. Y los Comités de Agua son un pequeño paso.

“El Comité de Agua nos sirve también para expresar nuestras opiniones; y ahora se nos respeta más”, afirma orgullosa mientras sella las manos.

Está orgullosa de mantener a su familia, de poder pagar el hospital, un uniforme escolar para alguno de sus hijos… ¿Y quién no lo estaría?

Todas las integrantes del Comité de Agua de Muyange, comunidad de Nyanza-Lac

Todas las integrantes del Comité de Agua de Muyange, comunidad de Nyanza-Lac

Ébola: Supervivientes

Por Agus Morales (Médicos Sin Fronteras, desde Kagadi, epicentro del brote de Ébola en Uganda)*

Ni soy Jorge Javier Vázquez ni los protagonistas de mi historia son famosos. Estos supervivientes son invisibles porque mucha gente cree que no existen: la sola mención del Ébola despierta en el imaginario colectivo la idea de fatalidad. Sabemos que es un virus que no tiene tratamiento ni vacuna, pero contraer esta fiebre hemorrágica no es una condena a muerte. Hay luchadores que superan el Ébola, dejan atrás el estigma y regresan a la vida normal.

Ya ha pasado una semana desde que un equipo de emergencia de Médicos Sin Fronteras se desplegó en el oeste de Uganda para intentar contener la epidemia del Ébola declarada a finales de julio. En la localidad de Kagadi se halla el centro de tratamiento acondicionado a marchas forzadas durante estos días. Hasta ella han llegado profesionales de todo el mundo que conocen bien este virus. Ellos saben que el Ébola puede ser un peligro para la salud pública, pero también que la mortalidad depende de la cepa del virus y de la rapidez de la intervención sanitaria.

Mientras saco fotografías en una zona al aire libre cercana al pabellón en el que se hallan ingresados los pacientes, veo a un hombre sonriente que habla con enfermeros y personal sanitario. Me cuentan que es uno de los supervivientes de la epidemia de 2007 en el distrito vecino de Bundibugyo. Allí trabajaba como enfermero y trataba a pacientes sin la protección adecuada cuando aún se desconocía la enfermedad que afectaba a su distrito. “Tres de mis hijos y yo contrajimos el Ébola. Todos sobrevivimos”, explica sin rodeos Kiiza Isaac, de 42 años.

A esta nueva especie del Ébola se la llamó ÉbolaBundibugyo. Hay cuatro más. La cepa más virulenta es la del Ébola-Zaire, llamada así porque fue detectada por primera vez en humanos en la actual República Democrática del Congo (RDC) en 1976. Desde entonces, algo más de 1.500 personas han muerto a causa del virus.

La tasa de mortalidad varía: desde el 25% del ÉbolaBundibugyo (el que sufrió Kiiza) hasta el 80-90% del letal Ébola-Zaire. La cepa que estos días azota el distrito ugandés de Kibaale ya se conocía: se trata del Ébola-Sudán, que está causando una mortalidad del 30% pero que teóricamente puede causar una mortalidad de entre el 40 y 65%.

Estas son cifras abstractas que se refieren a historias humanas, algunas fabulosas. Todos en el equipo estamos pendientes estos días de un caso singular. Se trata de una mujer de 35 años que ha contraído el Ébola y está ingresada en el centro de tratamiento. Estaba embarazada pero la semana pasada perdió el bebé. Se le tuvo que extraer la placenta y perdió mucha sangre. Sorprendentemente, no falleció y sigue luchando por su vida. Se halla estable dentro de su gravedad. Esperemos que su caso forme parte de ese magnífico grupo de personas que sobreviven al Ébola.

 

(* Agus Morales es responsable de prensa en emergencias de MSF. En estos momentos acompaña al equipo de MSF que está respondiendo al brote de ébola en el distrito ugandés de Kibale).

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Foto 1: Kiiza Isaac, superviviente de la epidemia de ébola en 2007, fotografiado en el hospital de Kagadi, donde un equipo de emerencias de MSF responde al nuevo brote de la enfermedad (© Agus Morales).

Foto 2:  El coordinador logístico de MSF en Kagadi, Henry Gray, ayuda a la doctora Olimpia de la Rosa a vestirse con el traje de protección biológica indispensable para evitar el contagio del ébola al entrar en contacto con los pacientes ingresados en el hospital de Kagadi (© Agus Morales).