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Notas desde el Congo (y V) Asante Sana

Por Ida Moberg, doctora de MSF en la República Democrática del Congo

La doctora Ida Moberg concluye su primera misión con Médicos Sin Fronteras (MSF). Desde Numbi, en las montañas de la provincia de Kivu sur, al este de la República Democrática del Congo (RDC), relata en un diario de campaña el trabajo en esta zona minera donde el acceso a la salud es todo un reto para las comunidades locales.

Mulume tiene dos años. Su respiración es rápida y superficial. Tiene episodios de fiebre alta desde la noche anterior y carece de fuerzas para comer ni beber. Esa misma mañana ha sufrido convulsiones que han preocupado a su madre. Fue ella misma quién lo trajo a un pequeño centro de salud en la provincia de Ziralo, en el este de la República Democrática del Congo. Una vez allí, Mulume, muy pálido, dió positivo en el test de malaria. Un análisis de sangre confirmó que sufría anemia a causa de esta enfermedad. La enfermera del centro de salud derivó a Mulume al nuevo hospital de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Kusisa.

Nuevo hospital de Kusisa

Hasta la puesta en funcionamiento del nuevo hospital de Kusisa, en la imagen, muchos pacientes tenían que caminar durante horas hasta Numbi para recibir atención médica.

Ahora Mulume está acostado en una cama en la sala de urgencias del hospital de Kusisa. Mis colegas y yo efectuamos nuevos análisis de sangre. Los resultados muestran que su hemograma es tan bajo que necesita una transfusión de sangre. En previsión de eso, comenzamos el tratamiento para la malaria con artesunato intravenoso.

Afortunadamente, encontramos un donante de sangre compatible con Mulume para que podamos comenzar una transfusión. En el pasado, los pacientes en la provincia de Ziralo tenían que recorrer un largo camino para llegar a un hospital. Ahora, gracias al recién inaugurado hospital de Kusisa, Mulume puede recibir tratamiento contra la malaria y transfusión de sangre en apenas unas horas.

Cuando al día siguiente realiza la ronda de consulta con mi colega congoleño, Mulume ya se encuentra mejor. Ha desayunado algo y ha recibido tres dosis de artesunato intravenoso. Además, su conteo sanguíneo ha aumentado tras la transfusión. Cambiamos la administración del tratamiento a pastillas que deberá tomar durante los próximos tres días.

En la cama junto a Mulume está el pequeño Bahati. Tiene 6 meses de edad, pero pesa solo 3,5 kg, lo que generalmente corresponde al peso de un recién nacido. Está tan delgado que se le marcan las costillas. Su madre ha caminado durante ocho horas para llegar al hospital de Kusisa. Apenas tiene leche materna para amantar a su bebé. Tras examinar, medir y pesar a Bahati concluimos que está sufriendo una desnutrición aguda grave del tipo marasmo. Además, presenta signos de neumonía por lo que comenzamos un tratamiento con penicilina intravenosa.

Después de una semana de tratamiento contra la neumonía y la desnutrición, Bahati ya tiene más energía. Ahora me mira con firmeza y responde con una sonrisa cuando le sonrío. Ha ganado unos cientos de gramos. Tras una semana y media en Kusisa, ha subido aún más de peso y podemos darle de alta. Facilitamos a la madre paquetes de alimentos preparados ricos en nutrientes suficientes para una semana cuando tendrán que volver para una visita de seguimiento. Estos preparados contienen leche en polvo enriquecida y manteca de cacahuete y aportan los nutrientes que necesita un niño desnutrido para compensar sus deficiencias y ganar peso. Bahati lo come con buen apetito.

En República Democrática del Congo, no dices adiós cuando te marchas. Antes, cuando Bahati y su madre van a abandonar el hospital, nos tomamos las manos y decimos «tutaonana», que significa «hasta que volvamos a encontrarnos» en swahili.

Mi misión en República Democrática del Congo ha terminado y es hora de regresar a casa, a Suecia. Tras 6 meses en Numbi toca decir: ¡»Asante Sana» (muchas gracias) y «Tutaonana» (¡hasta que nos volvamos a encontrar) en el Congo!

Devolviendo la infancia a niñas y niños con la creación de espacios seguros

Por Fabian Boeckler, Plan International, desde Lago Chad. 

Los espacios seguros para la infancia son lugares en los que las niñas, niños y adolescentes están seguros y protegidos mientras desarrollan actividades lúdicas y deportivas que les permiten generar resiliencia y superar el trauma.

La falta de acceso siempre ha sido el mayor obstáculo a la hora de proporcionar ayuda humanitaria en algunos de los distritos locales de las áreas más afectadas del noreste de Nigeria, impidiéndonos a los trabajadores humanitarios llegar a los niños y niñas vulnerables, así como las mujeres y sus comunidades. Sin embargo, la iniciativa de las unidades móviles nos ha permitido llegar a las poblaciones más inaccesibles para llevar una ayuda muy necesitada.

El equipo de unidades móviles está formado por cinco miembros que incluyen nutricionista, enfermero, trabajadora social, ingeniero y conductor. Una parte esencial de la iniciativa es el espacio móvil de protección a la infancia. Este concepto está ganando fuerza (no sólo en Nigeria sino como componente clave de nuestra respuesta por todo el Lago Chad y en otras zonas). Una vez entendido en la teoría, estoy muy ilusionado de verlo llevarse a la práctica.

Los niños y niñas, sus familias y sus comunidades reciben el apoyo de Plan International, que colabora con ellos creando espacios seguros para la infancia © Plan International

Mi llegada a Watu

Cuando llegué a Watu, mis compañeros y yo paramos en un lugar prácticamente rodeado de edificios que habían sido colegios, donde pude ver incluso señales conmovedoras del conflicto: uno de los colegios había sido destruido. Sin embargo, a pesar de los escombros y la destrucción, pude sentir una atmósfera de alegría.

Para ser sincero, necesité un tiempo para adquirir perspectiva de lo que estaba pasando a mi alrededor, porque no era exactamente lo que me esperaba. Aunque había visto muchos de nuestros espacios seguros para la infancia en todo el mundo, esperaba encontrar una de nuestras típicas casetas grandes y blancas con niños y niñas jugando en su interior. Lo que me impactó al principio fue el gran número de niños, niñas y adolescentes que participaban de forma activa (hay más de 400 personas que forman parte de al menos ocho actividades).

Las chicas jugaban al fútbol; un grupo de chicos estaba perdiendo una partida del juego de la soga contra sus contrincantes femeninas; niños y niñas competían en carreras de sacos. Otros niños jugaban a construir edificios con ladrillos, a modelar arcilla, a hacer ganchillo, a dibujar o hacer los deberes (con el apoyo de varios de los trece voluntarios comunitarios).

Cuando le pregunté a una de las adolescentes a quién le iba a regalar el trabajo de ganchillo que estaba haciendo, contestó: “Hay niños y niñas en la comunidad cuyos padres no tienen dinero para comprarles ropa. La ropa que tejemos es para ellos”.

Mary and Salima son respetadas en la comunidad. Las dos, enfermera y profesora retiradas, son las únicas mujeres miembro de su cerrada comunidad de líderes locales © Plan International

Haciendo que todos los miembros de la comunidad se involucren

Durante mi visita al espacio seguro conocí a Elizabeth, nuestra trabajadora social y miembro de la unidad móvil. Llevaba un niño dormido en los brazos y explicó: “Este niño atrajo mi atención durante las actividades porque se mantenía aislado y no quería participar. Hablé con los voluntarios y, una vez que identificamos a los padres del pequeño, les ofrecimos apoyo y logramos que se implicaran”.

De esta forma se identifican los casos potenciales de menores en riesgo durante las actividades realizadas en el espacio seguro para la infancia. Elizabeth hace hincapié en la importancia del apoyo psicosocial y en la asesoría, pero también se ofrecen muchos otros servicios a través de las unidades móviles. Por ejemplo, los nutricionistas organizan una prueba para detectar la desnutrición infantil (el MUAC, que consiste en la medida de la circunferencia del brazo del niño o niña) de modo que los menores puedan ser remitidos a tratamiento en caso de ser necesario.

No hay refugio para la infancia

La columna vertebral de nuestro proyecto de unidad móvil son los voluntarios comunitarios. Entre ellos está Idris, que dice: “Antes de iniciar las actividades del espacio seguro para la infancia, los niños y niñas tenían mucho miedo de las experiencias que habían vivido. Permanecían en casa y no tenían otro lugar a dónde ir. Ahora, míralos. Están recuperando su infancia”.

Cuando le pregunto por qué es voluntario, Idris contesta: “Somos voluntarios porque es una forma de ayudar a nuestros niños y niñas. Queremos verlos crecer para que puedan ser alguien el día de mañana”. Si nadie se preocupa por la infancia, se estará preparando terreno para un nuevo conflicto. Cuando me despido, Idris me hace una promesa: “Aunque te vayas, nosotros continuaremos”.

Fabian Boeckler, Coordinador del Programa del Lago Chad, ha recorrido el mundo y visitado los espacios seguros para la infancia, un elemento clave en los programas de protección infantil en emergencias de Plan International. Ahora nos cuenta su viaje a Watu, una comunidad del distrito local de Michika en el Estado de Adamawa, que le ha permitido ver el nuevo concepto que Plan International Nigeria está llevando a cabo como parte de la respuesta humanitaria en el noreste del país: espacios de protección de la infancia dentro de sus unidades móviles.

Chad: el miedo que trae la desnutrición

Por Laura Rubio, UNICEF Comité Español, desde Chad

(Las huellas de Boko Haram, segunda parte).

En la zona del lago Chad, 8 de cada 10 personas desplazadas viven en comunidades de acogida, no en campos para desplazados. Sufren los que tienen que huir, pero también los que reciben el flujo constante de personas que llegan sin nada, a las que acogen por principios.

Una de estas comunidades es Tagal, una aldea de pescadores a orillas del lago, que ha visto cómo su población se ha duplicado debido a la llegada continua de quienes huyende la violencia de Boko Haram. Tagal era ya una aldea pobre, sin infraestructuras ni acceso a servicios básicos, y con recursos mínimos para subsistir. Pero aunque hay buenas intenciones, no llega para todos. Los locales y los desplazados comparten lo poco que tienen, hasta lo más básico: el agua, los alimentos, las esterillas, los enseres de cocina viejos y desgastados… y también las enfermedades y un estado de desnutrición crónica difícil de revertir.

Es en esa aldea de personas generosas donde a primera hora de la mañana recibimos otro golpe de realidad, muy difícil de encajar.
Sobre una esterilla de palma en la entrada de su vivienda (una choza levantada en la arena con hojas y cañas secas) nos encontramos con Akbáh y su padre.

Chad: el miedo que trae la desnutrición

Los niños son los más afectados por la violencia de Boko Haram / UNICEF Chad/2017/Bahaji

Akbáh, de tres años – aunque no aparentaba más de dos – estaba tumbado de lado sobre la esterilla, quietecito y tranquilo, ataviado solo con el hilo marrón atado a la cintura característico de los niños de su etnia (Kanembu). Su padre, sentado a su lado, nos relataba su historia mientras le acariciaba la cabeza.

Hacía meses que Akbáh estaba enfermo. Lo habían llevado al médico en varias ocasiones, pero no habían conseguido que mejorase. Tras semanas enganchando fiebres, tos, y sin poder retener nada en el estómago, Akbáh parecía demasiado cansado para seguir. La malaria y la desnutrición no daban tregua, y su presa ya no podía más.

No lo decía claramente porque su niño estaba delante, pero su relato dejaba entrever que ni su mujer ni él albergaban ninguna esperanza de que pudiera sobrevivir. Ya habían perdido dos hijos antes y reconocían bien las señales.

Los ojos grandes y serenos de Akbáh contrastaban con la crueldad de su suerte. No emitía ni un quejido, ni un llanto, solo una tos flemosa y débil salía de sus labios de cuando en cuando, como no queriendo molestar. La madre nos miraba desde la distancia mientras seguía con sus quehaceres.

“Es mejor no encariñarse demasiado con los hijos porque se te pueden morir en cualquier momento”, decía otra madre.

Deseé con todas mis fuerzas ver a Akbáh levantarse y salir corriendo a jugar con los otros niños, a tirar de ese camión fabricado con una lata oxidada atada a una caja con tapones … Pero nada de eso ocurrió. La realidad es que nos despedimos de Akbáh, que seguía apurando cada respiración en silencio junto a su padre.

Nos costó, los pies no querían irse. Sentí en mi interior esa mezcla de tristeza y rabia por la injusticia y la impotencia de todo aquello.

Cada vida cuenta. Cuando ves que se consigue salvar las vidas de miles de niños te sientes infinitamente feliz, e infinitamente triste cuando eres testigo de que la valiosísima vida de un niño como Akbáh se escapa.

Desde Tagal seguimos hacia la isla de Bouguirmi, en la zona central del Lago.

Las islas en el norte están deshabitadas. Algunas, debido a ataques de Boko Haram, otras evacuadas por las fuerzas militares como medida de protección. En esos movimientos de personas muchos han perdido la vida, y los que se han librado tienen que sobrevivir en medio de condiciones extremadamente duras. Este también es el caso de la gente de Bouguirmi.

Habían vuelto a la isla hacía dos meses, después de más de dos años de abandono forzoso. Tras recibir el aviso de que el grupo terrorista iba a atacar su aldea, escaparon dejando todo atrás. Salieron con lo puesto, ayudándose unos a otros. Lo siguiente que vieron fue su aldea en llamas.

Ahora vuelven a empezar de cero. ¿Por qué volver?

Nos decían que puestos a vivir con todo tipo de carencias, prefieren hacerlo en la tierra que les vio nacer. Han reconstruido sus hogares, y hasta han habilitado un puesto de salud y una pequeña escuela apoyados por UNICEF. Su capacidad de sobreponerse a la adversidad es indudable, y están más unidos que nunca, pero el hambre aprieta. Sin recursos ni tiempo para cultivar la tierra antes de que empiece la temporada de lluvias, sin ganado, y sin comercio con Nigeria, su supervivencia depende completamente del apoyo del gobierno y la ayuda humanitaria.

Chad: el miedo que trae la desnutrición

Muchas madres dejan de producir leche. Casi todos los niños presentan síntomas de desnutrición / UNICEF Chad/2017/Bahaji

El día que visitamos Bouguirmi era jornada de vacunación y de control de talla y peso de los niños. No hacía falta ser médico para ver que la mayoría de los niños tenía algún síntoma de desnutrición: los bracitos y las piernas muy finos o con la piel pegada a los huesos, vientres hinchados, talla por debajo de lo normal… Todo esto, nos explicaba mi compañero especialista en Salud, los hace aún más frágiles, y cuando vienen otras enfermedades prevalentes, como la malaria, la fiebre amarilla, o enfermedades transmitidas por el agua, es muy difícil la recuperación. De ahí que la prevención sea tan importante.

Muchas madres dejan de producir leche debido a la violencia y el terror. Ves a madres con los niños colgados al pecho, pero ellas están ausentes, con la mirada muy lejos. El apoyo psicosocial es clave también para la nutrición. Así nos lo contaba una compañera psicóloga que trabaja con los desplazados y refugiados en la frontera norte con Nigeria. Nos explicó el vínculo entre el trauma y el hambre, y de lo duro que es también para los trabajadores humanitarios llegar a esas zonas de difícil acceso en ese contexto de violencia e inseguridad.

Escuchando y viendo todo eso es fácil comprender que Alimé, de 40 años, embarazada por novena vez, esté preocupada. Se siente muy mayor para volver a dar a luz y ha perdido tres hijos. El último era su única niña, de la que estaba embarazada cuando huyó de la aldea con su familia. No sabe si fue el miedo que se le quedó metido en el cuerpo la causa directa de un embarazo que se volvió muy complicado, probablemente. Recuerda que ese día, por suerte, estaba a orillas del río lavando sus enseres de cocina con sus hijos pequeños cerca de ella. Los mayores estaban pescando con su padre. Cuando escuchó el estruendo que avisaba del ataque inminente de Boko Haram cogió a uno de sus hijos en brazos, su marido cogió a otros dos y los mayores (entonces de 10 y 13 años) les siguieron corriendo. Tuvieron que correr mucho y permanecer escondidos entre los matorrales toda la noche, sin nada, hasta que se sintieron a salvo para salir y continuar la huida hasta una aldea ‘segura’. Alimé recuerda que estuvo sangrando varios días. Su niña nació con problemas de salud y murió a los 40 días. Cuando le pregunté qué deseaba para el futuro de su familia y sus hijos, me dijo: “alimentos, ropa… utensilios de cocina, porque hasta eso es prestado”. Nada más. Sus palabras reflejan bien que la supervivencia es el día a día.

No obstante, Alimé nos despidió esperanzada. Sus hijos pueden ir a la escuela, por primera vez está recibiendo cuidado prenatal e información sobre cómo preparar los alimentos para que sean más seguros y nutritivos y, también por primera vez, tiene pensado dar a luz en un centro sanitario. Razones muy buenas para mantener la esperanza.

Hambruna en Sudán del Sur: Emmanuel quiere sobrevivir

Por Nicholas Ledner, UNICEF en Sudán del Sur

Eran más o menos las 10 de una mañana de julio cuando Helen empezó a ver y sentir las balas silbar sobre su cabeza. Acababa de tomarse un té y se disponía a tender la colada con la ropa de sus hijos. Inmediatamente corrió hacia su casa agarrando a los dos niños y huyó de su pueblo, cercano a Juba, con otros vecinos. El conflicto en Sudán del Sur había estallado y parecía que quienes estaban atrapados en medio no importaban nada.

Helen estuvo cuatro días caminando, con su hijo mayor a la espalda y el pequeño en sus brazos. No tenía dinero ni alternativa. Por fin llegó a Uganda, pero cuando estuvieron seguros en el campo de refugiados llegó una dificultad casi peor: no había comida. Cuando Helen y sus hijos llegaron a Uganda, los niños estaban sanos y fuertes. Pero la falta de comida en el campo empezó a debilitarlos, especialmente al pequeño, Emmanuel. Tenía tan solo unos meses, y cada vez parecía más frágil entre los brazos de su madre. Helen sabía que no podía permanecer allí, así que decidió emprender un peligroso viaje de vuelta a su pueblo. Enfrentarse a una posible muerte debido a la guerra era mejor que una muerte lenta por hambre.

Hambruna en Sudán del Sur: Emmanuel quiere sobrevivir

Helen sostiene a su hijo Emmanuel, que sufre desnutrición severa aguda / © UNICEF/UN053449/Gonzalez Farran

Cuando llegó a casa comprobó consternada que su pueblo estaba abandonado. Su marido no estaba allí. Cuando empezó el conflicto quedaron separados, porque él estaba trabajando en Juba. Ella intentó llamarle una y otra vez, pero el teléfono ya no funcionaba. Las cosas se ponían cada vez más difíciles: no tenía padres que pudieran ayudarla, y no quedaban huertos de los que pudiera coger algo para comer.

Sin alimentos, Emmanuel cada vez estaba peor. Una mañana de enero, Helen se lo encontró inconsciente en casa. Se había desmayado. Sabía que era el momento de hacer algo si quería que su hijo sobreviviera. Rogó y suplicó a cualquiera en el pueblo que pudiera ayudarla. Finalmente su hermano pudo darle el dinero suficiente para que ella y el niño fueran al centro de tratamiento contra la desnutrición en Juba.

Helen no paraba de rezar por la vida de Emmanuel. Le llamó así porque nació el día después de Navidad y esperaba que el nombre, que significa “Dios está con nosotros”, le traería suerte. Pero durante esos últimos meses Helen perdió la esperanza de que su hijo sobreviviera. Le recordó con diarrea, con síntomas de desnutrición severa aguda. Estaba desesperada. Ahora, en la clínica, estaba en buenas manos y podría recuperarse, aunque el camino no sería fácil.

El pequeño Emmanuel se agarraba al pecho de su madre. Afortunadamente en el centro había la suficiente leche y alimento terapéutico listo para consumir. Helen aprendió allí la importancia de tener buenos hábitos. Sobre todo, llevar a los niños al centro más cercano en cuanto se pusiera enfermo. El ánimo de las enfermeras le ayudaba a ser positiva.

Helen piensa en la guerra y reflexiona: “Si no hubiera guerra, mi familia estaría junta y tendríamos trabajo para comprar comida. Pero nada funciona y no hay oportunidades para mí”. Echa de menos la comodidad que su marido llevaba a la familia, por no mencionar el dinero. Por ahora no sabe qué futuro les espera. Helen y su familia siguen luchando por permanecer vivos.

Recientemente se ha declarado una hambruna en ciertas partes de Sudán del Sur. Cerca de un tercio de la población necesita ayuda humanitaria alimentaria urgentemente. Más de 1,1 millones de niños sufren desnutrición aguda. Solo en enero, UNICEF y sus aliados admitieron a 11.359 niños en tratamientos contra la desnutrición severa aguda.

En las zonas inseguras, a las que no llega la ayuda humanitaria, UNICEF, el Plan Mundial de Alimentos (PMA) y otros aliados, están trabajando para llegar a los niños desnutridos más vulnerables a través de un mecanismo de respuesta rápida. También trabajamos para restablecer servicios en zonas de relativa calma. Se prevé realizar más misiones en los próximos días y semanas.

El programa de nutrición de UNICEF tiene un déficit de financiación de 26 millones de dólares para poder seguir realizando actividades durante 2017.

Ghana: 20 años mejorando la nutrición infantil

Por Lilian Selenj, especialista de nutrición en UNICEF Ghana

Cuando en 2011 vi por primera vez la notable reducción de las tasas de retraso en el crecimiento en Ghana, me llevé una agradable sorpresa. Había dudas de que se mantuviera, y se esperaba la Encuesta Nacional Demográfica y Sanitaria de 2014 para ver si se confirmaba la tendencia.

Y efectivamente Ghana ha reducido el retraso en el crecimiento incluso más, hasta el 19%, disminuyendo a la mitad la tasa de 2003 y superando los índices de muchos países del África Subsahariana.

Las mejoras se han producido en las áreas rurales y urbanas, y muestran una disminución de la desigualdad entre los más ricos y los más pobres. Ghana está en el buen camino, aunque todavía deben hacerse esfuerzos para abordar los nacimientos de bebés con bajo peso, la anemia y la obesidad en adultos.

Ghana: dos décadas mejorando la nutrición infantil

Elizabeth alimenta a sus mellizos, Jessie y Jessica, con alimento terapéutico en un centro de nutrición. /© UNICEF/GHAA2015-03220/Asselin

Pero ¿cómo ha mejorado Ghana? Los resultados reflejan el progreso en varios sectores que merece la pena destacar.
Ante todo, la ciencia nos dice que para que los niños se desarrollen bien deben ingerir cada día una variedad de alimentos frecuentemente, deben ser protegidos de enfermedades infecciosas y, si se ponen enfermos, deben tener acceso a atención sanitaria. Cuando el sistema sanitario promueve esto durante los 1.000 primeros días de vida, las posibilidades de reducir las tasas de retraso en el crecimiento son muy altas. Para el éxito en Ghana ha jugado un papel muy importante el incremento de los servicios de atención sanitaria, incluso en las áreas más inaccesibles.

Según la última encuesta nacional, el 87% de las mujeres embarazadas acudió al menos a cuatro controles prenatales. Las visitas regulares a instalaciones sanitarias garantizan que las madres tengan la información adecuada sobre salud y nutrición durante el embarazo, parto, y después de dar a luz.

En mis 23 años en UNICEF no he visto ningún otro país en África que haya invertido en la formación a profesionales de la nutrición del sistema de salud tanto como Ghana. Esto ayuda a planificar, gestionar y hacer seguimiento de planes nutricionales de calidad.

También he observado que, además del amplio alcance de los servicios de salud comunitarios, los programas de nutrición en Ghana se han beneficiado de la mejora de la economía y otros servicios básicos, que proporcionan un ambiente favorable. Ghana redujo la tasa de pobreza a la mitad entre 1991 y 2013 (Informe de los ODM, 2013), mejoró la seguridad alimentaria, el acceso a agua potable, la educación y el empleo.

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Sin embargo, todavía hay desigualdades. En las tres regiones de norte, que tienen contextos socieconómicos complicados y similares, las tasas de retraso del crecimiento son muy distintas: 32% en el norte, 15% en el noreste y 23% en el noroeste. Mientras que el noreste tiene las tasas de pobreza más altas, ha superado al norte y al sur. En mi opinión, las desigualdades en las tasas de retraso del crecimiento en el país reflejan, en gran medida, la gestión de los recursos disponibles. Si la nutrición recibe más atención a todos los niveles, se podrán eliminar las desigualdades.

Este sentimiento tuvo eco durante la reciente presentación de la Encuesta Demográfica y de Salud de Ghana 2014, en la voz de Esi Foriwa Amoaful, directora adjunta de nutrición en los Servicios de Salud del país: “Hemos progresado mucho, pero necesitamos hacer más. Podemos cambiar esto”.

Para cambiarlo y erradicar definitivamente la desnutrición infantil UNICEF lleva a cabo muchas acciones en todo el mundo. Tú también puedes unirte a la lucha contra la desnutrición infantil y contribuir a salvar más vidas. ¡Ahora no podemos parar! 

 

Día de la Juventud: Los jóvenes dan voz a ‘los niños del milenio’

* Por Sullay Kalokoh, miembro del Comité de Asesores Juveniles de Sierra Leona y productor de ‘Los Niños del Milenio

Sullay Kalokoh, con 22 años y de Sierra Leona, se ha convertido en productor de cine tras ayudar a Plan Internacional en el rodaje del proyecto ‘Los Niños del Milenio’. Gracias a la grabación de las entrevistas y la búsqueda de historias, Sullay se ha convertido en un experto en producción cinematográfica. Ahora quiere utilizar sus nuevos conocimientos para dar voz a las mujeres y mostrar las adversidades a las que se enfrentan en todo el mundo.

Plan Internacional

La participación es clave para que los jóvenes, incluyendo mujeres y niñas, puedan tener éxito. En la actualidad la población de Sierra Leona sigue sin aceptar el potencial de las niñas. Cuando Plan Internacional propuso a nuestro Comité de Asesores Juveniles (CAJ) colaborar en el proyecto ‘Los niños del milenio’, no nos lo pensamos dos veces.

La segunda película, dividida en dos capítulos, se centraba en impulsar el potencial de las niñas, un tema muy importante para nosotros.

Diez de los miembros del CAJ participamos en el proyecto. Nuestro trabajo consistía en buscar historias de niños y jóvenes de su barrio. Teníamos que encontrar a una adolescente de 15 años y a un adulto con autoridad en su comunidad y entrevistarlos. Además, debíamos seleccionar a diferentes estudiantes, de entre 7 y 14 años, que quisieran abrir las puertas de sus hogares y mostrar cómo viven.

Nuestra búsqueda comenzó preguntando a nuestros amigos si conocían a chicas o mujeres que tuvieran una historia que contar. Gracias a este proyecto muchas adolescentes tuvieron la oportunidad de contar su historia y de promover la solidaridad, la unidad y el desarrollo de su comunidad. Las participantes mostraron la importancia de la determinación, la valentía y la perseverancia y cómo, mediante la superación de las dificultades sociales, es posible tener oportunidades y ayudar a otros a hacer lo mismo.

Una vez elegidas las historias, entrevistamos a los protagonistas y nos aseguramos que compartieran con nosotros sus experiencias reales, así como mensajes que pudieran motivar a otros jóvenes. La variedad de las entrevistas realizadas, de opiniones y recomendaciones nos ha permitido abordar el tema desde una perspectiva realista.

Quedé impresionado con las vivencias personales que motivaron a nuestras protagonistas a rebelarse y, sobre todo, admiro su valentía para enfrentarlas. Una de las historias más impactantes fue la de Fatim. Cuando era adolescente se quedó embarazada y fue obligada a dejar el colegio. Tras dar a luz, Fatim decidió volver a estudiar, consideraba que la educación era la clave para el éxito. “Aunque tengo muchas dificultades, como cuidar de mi bebé, me sigue gustando ir al colegio”, afirma Fatim y añade: “Creo que en el futuro ayudaré a mi país y a mi gente”.

Gracias a este proyecto, he aprendido a utilizar una cámara de vídeo, ya que teníamos que grabar las entrevistas, así como la vida diaria de los protagonistas. Gracias a este trabajo, ahora me considero un auténtico cámara de cine. Ha sido una experiencia extraordinaria.

Escuchar los relatos de los protagonistas fue muy duro pero me hizo darme cuenta de que quiero aportar mi granito de arena para que las niñas y mujeres tengan las oportunidades que se merecen. Además, me gustaría que los varones, tanto niños como adultos, se involucraran en este reto.

Me gustaría trabajar con las comunidades y los gobiernos locales para que las niñas y las mujeres sean visibilizadas como agentes sociales de cambio. Confío que con la ayuda y el apoyo necesario puedan superar las dificultades que enfrentan.

Barro y burro en “Las Vegas”

Por Rocío Raya (enfermera de Médicos Sin Fronteras en Aroressa, Etiopía)

Mi misión en Etiopía ha llegado a su fin. Siento no haberos contado más, pero os prometí una historia de equinos y no me voy del blog sin contarla.

Aroressa es muchas cosas, entre ellas frío, barro y lluvias. En el momento culminante de la estación es imposible llevar un pantalón limpio, las botas de montaña parecen patines para hielo y cada día se vuelve más complicado llegar en coche a los puestos de salud…

Las carreteras tampoco es que sean para tirar cohetes. Es muy habitual eso de pasar por un camino con un derrumbe a un lado en el que vas viendo cómo las piedras se van cayendo a tu paso, y un precipicio al otro que no te da mucha opción de elegir con qué lado de los dos te quedarías.

Así que a veces tenemos que tirar de vehículos más tradicionales, y en todo caso más adaptados al terreno. En resumidas cuentas lo que viene siendo un caballo, vamos.

Esto del caballo me ha tocado hacerlo últimamente mínimo un día a la semana. Si me pongo a contaros la de veces que nos hemos quedado atascados con el 4×4 en el barro, carretera arriba, o carretera abajo, o carretera plana, no acabo nunca. Me acuerdo de dos veces en concreto, para que no digáis luego que exagero:

– el día que referimos a una paciente al hospital del distrito. Nos costó 4 horas llegar al hospital, y cuando llevábamos 2 y media de vuelta nos quedamos embarrados subiendo una montaña a lo que se añadió una tormenta de las que, como decía Asterix, “el cielo se nos cae sobre la cabeza”. Con lo que nos quedaban 2 opciones: o dormir en el coche o dar media vuelta. Nos dimos media vuelta, claro.

el día de mi cumpleaños, para celebrarlo supongo. Fuimos a la periferia en coche, día soleado (¡qué suerte!). Pasamos consulta a más de 50 niños, hay que referir a 7 graves al centro de salud, así que los mando con el todoterreno porque no cabemos todos en el coche y yo me espero a que vaya y vuelva. Pues cuando volvía a buscarnos, el coche primero se atascó en el barro, luego se desatascó y luego resbaló por una cuesta y acabó “frenando contra” la choza de los tres cerditos, la de paja, y da gracias que no la rompió. Nos tuvimos que volver en “moto-taxi”.

Total, volviendo a lo de los caballos, que el primer día que me tocó ir al centro de salud de la periferia en tan noble montura fue, cómo no, porque había llovido muchísimo la noche anterior. Resulta que íbamos a ir en coche pero el coche se puso a resbalar y tuvimos que cambiar de “vehículo”.

Así es que ahí estaba yo, en medio de un poblado, negociando el precio para encontrar caballos. Por el módico precio de 3 euros y medio por criatura conseguimos (no sin dificultades para encontrarlos) tres “purasangre”. Uno de ellos era pequeñito y blanco y se lo quedó el traductor, muy habituado a este transporte, ya que en esta región se usan mucho los caballos y las mulas para transporte de materiales y personas.

La mula (bajita pero robusta y normalmente con mal genio) fue para el enfermero, que nunca había montado a caballo en su vida y, al ser de la región somalí, era alto y flaco así que parecía que iba a tocar el suelo con los pies y quedaba bastante cómico… Para la “niña”, los caballeros le propusieron el mejor caballo, alto, negro y fuerte.

Yo con la falta de costumbre, ya que había montado a caballo dos veces en mi vida (y siempre de paseíto con guía), intenté mantener el tipo para que no se notara. Ante tanta expectación, una no puede permitirse el lujo de caerse de la montura…

Así que allá que nos fuimos los tres y a mi paso todas las madres del camino se partían de la risa porque en esta zona no es usual ver a una mujer montada a caballo. Pero al final lo conseguimos, llegamos montaña arriba solo en hora y media y cómo ya íbamos con retraso las mamás y los niños nos estaban esperando para la consulta y el control médico semanal.

Volvimos por el mismo camino, claro. A caballo, claro. Como quiera al día siguiente y por el resto de la semana me dolieron todos los huesos de “salva sea la parte”.

Y hasta aquí la historia que os debía. ¡Hasta la próxima misión!

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Foto 1: Barro. Aroressa, Etiopía  (© Rocío Raya).

Foto 2: Burro. Aroressa, Etiopía (© Rocío Raya).

Foto 3: Evaluación nutricional del estado de un niño mediante el brazalete MUAC (de medición del perímetro mesobraquial). Aroressa, Etiopía (© Rocío Raya).

Luke en Bihar: el valor de las cosas

Por Luke Chapman (médico de Médicos Sin Fronteras en India)*

Los contrastes son frecuentes en Biraul. Personas realmente pobres se sientan codo con codo con personas… ligeramente menos pobres. Niños nerviosos y flacos siguen a padres obesos. Los modernos SUV pelean por un espacio precioso en la carretera con los carros tirados por caballos y los rickshaws. A pocas puertas de la tienda de televisores de alta definición se venden patatas agusanadas. El mes pasado llegó la ‘Temporada de Festivales’, en la que algunos de estos contrastes se hacen incluso más evidentes si cabe.

El Durga Puja es uno de los mayores festivales y dura diez días, durante los cuales los caminos de barro bordeados de excrementos que rodean nuestra oficina se han convertido en caminos de barro bordeados de puestos, banderolas, tenderetes e incluso un par de tiovivos. Llamativos colores adornan obligatoriamente cualquier superficie habida y por haber, y esto incluye al confiado ganado.

Las tiendas que venden víveres, frutas y verduras se han visto complementadas por un gran número de puestos que venden bisutería barata, juguetes de plástico, incienso y mil y una cosas más generalmente consideradas no comestibles. En repetidas ocasiones puedo ver intercambios que hasta el día de hoy habían sido raros en Biraul (aunque imagino que el ambiente en esta época del año en la calle principal de cualquier ciudad de mi país, Reino Unido, es también, cuanto menos, desenfrenado).

Cliente: Buenos días, señor tendero. ¿Por causalidad no venderá usted cosas sin ningún valor práctico?

Tendero: ¡Naturalmente que sí, la especialidad de mi humilde tienda son las cosas sin valor práctico! ¿Cuánto está pensando gastar el señor?

Cliente: ¿Gastar? Vaya, supongo que también usted necesita cosas sin valor y no puedo matarle ni robarle, con toda esta gente mirando, así que tendré que darle algo de dinero. Quisiera esta cascada de agua de plástico y le daré una rupia por ella.

Empieza el regateo.

Tendero: Aunque no me satisface el trato que acabamos de hacer, puedo ver que hemos llegado a un punto muerto. Por tanto, me consideraré colmado de bendiciones si cerramos este intercambio, con la esperanza de que un día regresare a mi humilde comercio.

Cliente: Yo también me siento especialmente insatisfecho con esta transacción. Debido a mi cultura y a la sociedad de la que procedo, quería este motivo decorativo en forma de cascada de plástico (que ahora me doy cuenta que está muy mal trabajado y es un poco hortera), así que lo he comprado. De todas formas, no voy a dejar que ni el más mínimo remordimiento de comprador me estropeé el día, ya que todavía tengo que gastar en otras cosas prácticas, como comida, y además estamos en temporada de festivales. En cuanto a si volveré o no a su tienda, se lo prometo con una sonrisa, lo que lamentablemente para usted no tiene ningún valor.

Naturalmente, el valor no sólo reside en lo práctico. A través del milagro del comercio, todo Biraul se enriquece un poco, y con el dinero viene el desarrollo. Pero de camino al trabajo por la mañana, sabiendo que vas a ver a tantos niños desnutridos, sigue pareciéndome extraño atravesar tanto tenderete donde no se vende nada de comer. Quizá ese sea el motivo de los festivales: la esperanza que te permite lanzar la prudencia al aire y hacer algunas cosas en nombre de la diversión y no de su utilidad. No estoy de ninguna forma criticando, sería muy hipócrita por mi parte. En este mes de celebraciones, nuestro programa ha ayudado a las familias de 169 niños a curar su desnutrición aguda severa.

Pero no todo el mundo está para celebraciones. Uno de nuestros pacientes, una pequeña de siete meses a quien podemos llamar Sam, finalmente salió del Centro de Esterilización tras casi seis semanas hospitalizada. Sam había pasado por un calvario pero finalmente logramos curarle la septicemia y detener la diarrea. Mi último recuerdo de ella es el de su sonrisa mientras sostenía alegremente un sonajero.

Un día después, su madre se la llevó a casa en contra de lo que le aconsejaba el médico: antes de lo que nos hubiera gustado pero no obstante en buen estado. No tenía diarrea ni fiebre ni ninguna otra complicación. Le pedimos a la madre que por lo menos volviese a la consulta al cabo de tres días. Apareció al cabo de cinco, pero para entonces Sam había perdido 700 gramos, un cambio pequeño si eres lo bastante privilegiado y te sobran algunos kilos en la cintura, pero un golpe fatal si sólo pesas 3.600 gramos. Sam murió al día siguiente.

Su madre afirmó que durante esos cinco días le había dado a Sam comida y líquidos tal como habíamos estado haciendo nosotros cuando estaba ingresada en el Centro de Estabilización. Si es así, la suerte de Sam es totalmente desconcertante. ¿Puede que todos nuestros mensajes de educación para la salud no hubiesen servido de nada? ¿No le dimos suficientes herramientas a la madre para cuidar adecuadamente de Sam? O, pensando lo impensable, ¿podría ser que la familia de Sam no se hubiese ocupado demasiado del bienestar de la pequeña?

Aceptar esto sería, para mí por lo menos, equivalente a tirar la toalla y aceptar que estos pequeños seres humanos no tienen derecho a la vida. Médicos Sin Fronteras no contempla esto. Cuando no hay esperanza, la crea. A veces no es barato hacerlo, y ocasionalmente el principal resultado es la creación de esperanza en lugar de su satisfacción. Qué valor le das a la esperanza… bueno, supongo que es subjetivo. No sé lo que nuestro hipotético tendero cobraría por ella, incluso en época de festivales. Cuanto más lo pienso, más me convenzo de que no tiene precio.

 

* Luke Chapman es médico del proyecto de desnutrición infantil de MSF en Biraul, en el estado indio de Bihar. Puedes leer aquí todos sus posts desde Biraul.

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 Foto: Vaca adornada durante la temporada de festivales de Biraul (© Luke Chapman)

Luke en Bihar: “de pequeño, yo también estaba en los huesos”

Por Luke Chapman (médico de Médicos Sin Fronteras en India)*

Como os decía, no todo el mundo en India opina lo mismo sobre la desnutrición infantil, sobre si es una enfermedad o no. Aquí prevalece la idea de que los niños simplemente están delgados, tal y como ilustra la afirmación de cierto responsable oficial del país, una idea por otra parte omnipresente aquí: «de pequeño, yo mismo estaba en los huesos y eso nunca me perjudicó«.

Puedes entender el por qué del desinterés en ver la desnutrición como una enfermedad. Por una parte, un mayor interés conlleva que tengas que empezar a hacerte responsable de los ocho millones de niños que la padecen en este país, cosa que no es nada barata. Por otra parte, atrae una atención innecesaria sobre los porqués de que, en un país sin grandes crisis agudas y 8 teléfonos móviles por cada 10 personas, exista un problema de tal magnitud. Se trata de un tema políticamente sensible.

Médicos Sin Fronteras se percató del problema en Bihar en el transcurso de una intervención de emergencia durante las inundaciones de 2007. Algunas encuestas preliminares revelaron una prevalencia de desnutrición en niños menores de cinco años de aproximadamente un 5%, lo que en algunos contextos constituye una emergencia humanitaria y tratada como tal, por ejemplo en partes del África subsahariana.

Sin embargo, hay unas 300.000 personas en el distrito de Darbhanga (población 3,9 millones). Y hay 38 distritos en el estado de Bihar (población 104 millones). Y en todo el estado de Bihar, en todo el país incluso, sólo hay un programa nutricional como el de MSF. ¿Por qué entonces MSF está trabajando en Biraul y no en otras partes?

Las principales razones pueden resumirse en una mezcla de buena fortuna, capacidad de MSF para negociar el acceso y después generar resultados, y la voluntad política para abordar la cuestión por parte del gobierno del Estado de Bihar. Lo que intentamos hacer aquí, en esta India llamada a ser algún día una de las economías más potentes del mundo, es mostrar al gobierno que la desnutrición puede tratarse de forma rentable a gran escala. Dentro de esta contradicción, MSF anda sobre la cuerda floja, buscando el equilibrio entre unas operaciones que son vitales para la población y que deben estar orientadas a obtener resultados, y las negociaciones diplomáticas con el gobierno.

Así que aquí estoy, supervisando a los médicos nacionales que tratan a los niños desnutridos en el Centro de Estabilización,  entre ellos a un niño de 2 años, llamémosle George, que sufre desnutrición y que ha empezado a hincharse por exceso de líquidos, causa frecuente de esas barrigas hinchadas que recuerdo tan claramente haber visto en la tele cuando era niño.

Finalmente ya tengo clara la causa de la hinchazón y, contrariamente a lo que muchas fuentes querrían que creyésemos, no es ascitis, si no una combinación de un hígado hipertrofiado y un número excesivo de bacterias en el intestino, agravado por una musculatura abdominal débil.

En todo caso, a George le importa muy poco la patofisiología. Su piel está tan escamada que deja al descubierto un mosaico de llagas en su hinchado cuerpo; su boca, tan agrietada e infectada que a penas puede comer. Exuda sufrimiento. A pesar de todo, está respondiendo bien al tratamiento, y en un par de semanas ha mejorado mucho e incluso le he visto sonreír. Y acaban de darle el alta para su posterior seguimiento en el programa ambulatorio.

El propósito diario del proyecto es sanar a niños como George de la desnutrición aguda severa que padecen, para evitar retrasos en el crecimiento o, peor aún, la muerte, y no puede cuantificarse este beneficio más de lo que podría ponerse precio a una vida humana.

Pero MSF está aquí con una meta adicional incluso más ambiciosa: si podemos ayudar a niños como George con un modelo de atención nutricional comunitaria hecha a medida para el estado de Bihar, en un contexto como el de India, entonces podremos quizás convencer al gobierno de que adopte este modelo de atención, que lo amplíe y luego ayude a cada niño enfermo como George. Y eso sería todo un logro.

* Luke Chapman es médico del proyecto de desnutrición infantil de MSF en Biraul, en el estado indio de Bihar.

Luke en Bihar: la desnutrición y sus etiquetas

Por Luke Chapman (médico de Médicos Sin Fronteras en India)*

Todos hemos visto las fotos. Recuerdo como si fuera ayer a mi madre diciéndome, cuando me dejaba comida en el plato, aquello de “piensa en los niños etíopes que pasaban hambre”. Y yo pensaba en los niños etíopes que había visto en la televisión, sobre todo con pena pero también con cierta curiosidad por saber por qué tenían la barriga tan redonda y protuberante. Ya sea debido a guerras, hambrunas o catástrofes naturales, son estas crisis nutricionales agudas las que al final tienden a ser noticia en la tele. Buena audiencia supongo.

India no padece crisis “agudas”. Como mi jefe muy sagazmente observó la semana que llegué, esta es una nación capaz de viajar al espacio y de lanzar ataques nucleares. El ritmo al que está creciendo la economía india es motivo de envidia y temor a partes iguales en Occidente (aunque lo del temor lo admitamos con reserva). Naturalmente, podríais preguntaros por qué la desnutrición es un problema en un país como este. Una sencilla pregunta que, desgraciadamente, no tiene una respuesta sencilla.

Basta con decir que hay múltiples factores y variables geo-sociopolíticas que interactúan de una forma compleja para provocar dramáticas desigualdades en el reparto de la riqueza y en materia de seguridad alimentaria. Esto me ha venido a la cabeza de repente, así que lo cogería con pinzas. De hecho no creo ni que exista la palabra “geo-sociopolítica”…

Sean cuales sean las causas, en la práctica no hay una solución rápida para la desnutrición en India. Ni yo ni Médicos Sin Fronteras ni nadie puede chasquear los dedos y que de repente todo mejore. Soy optimista y pienso que es posible cambiar las cosas, y de hecho las cosas están cambiando, pero mientras tanto los niños siguen muriendo. Así que, si no puedes abordar la causa, lo único que puedes hacer es abordar la consecuencia, que, por decirlo de forma sencilla, es que los niños muy delgados pueden morir si no se les trata.

Pero ¿puede ’tratarse’ la desnutrición? No puede decirse realmente que se trate de una enfermedad como son la malaria o la esquistosomiasis ¿no? Y quizás es raro meter en un mismo saco enfermedades causadas directamente por parásitos muy concretos y una enfermedad cuyas causas son ‘geo-sociopolíticas’.

Sin embargo, los hechos hablan por sí solos: la desnutrición se asocia a una mortalidad y una morbilidad cada vez mayor. Tiene criterios diagnósticos. Y tiene tratamiento basado en evidencias. Así que tanto si eliges etiquetarla como una enfermedad o no (y MSF lo hace), puedes hacer algo, y eso es lo que realmente importa.

El problema es que, en India, no todo el mundo opina lo mismo.

 

(Continúa el próximo lunes)

* Luke Chapman es médico del proyecto de desnutrición infantil de MSF en Biraul, en el estado indio de Bihar.

Foto: Un trabajador de MSF evalúa el estado de un niño con desnutrición aguda mediante el brazalete MUAC. Biraul, India (© MSF).