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Leona, Sonrisas de Bombay y Arquitectura sin Fronteras.

Archivo de abril, 2020

Semana Mundial de la Vacunación: un día en la vida de un vacunador en Malí

Por Fatou Diagne, UNICEF Malí

Adama Traoré vive en Sadiola, un pueblo de la región de Kayes, en el oeste de Malí. Lleva más de diez años trabajando como vacunador en el centro de salud comunitario.

“Cuando era joven tenía unos vecinos que eran pobres. Un día uno de los hijos enfermó de repente. Le salieron manchas rojas en el cuerpo y tenía mucha fiebre. Tenía sarampión, pero los padres no tenían dinero para llevarle al hospital ni para comprar medicamentos. Después de una semana de sufrimiento, otro vecino decidió llevarle al hospital. Tuvo suerte y se recuperó por complete, pero su hermano mayor, al que le había ocurrido lo mismo dos años antes, no tuvo tanta suerte y murió. Por eso decidí hacerme vacunador”.

Quería mejorar la salud de los niños de su comunidad: “Estamos en una zona de minas de oro, y muchas familias trabajan y viven aquí, con sus hijos completamente aislados y privados de cualquier tipo de atención”.

Adama vacunando a un niño en las minas de oro. Llega hasta allí en un peligroso viaje en moto. /©UNICEF/UN0293785/Keïta

Hoy acompañamos a Adama en su visita a los niños de las minas de oro de Massakama.

A las 7:30 de la mañana Adama deja su casa rumbo a la primera parada: el centro de salud comunitario de Sadiola. Una vez allí coge su moto y continúa hasta el centro de salud de Kobokotossou, donde recoge las vacunas. Es el centro más cercano a su destino final, Massakama. Gracias al apoyo de Canadá, UNICEF ha podido equipar este centro con un frigorífico solar para mantener las vacunas a una temperatura constante.

Hasta ahora Adama ha recorrido 60 kilómetros, pero tiene otros 50 por delante. En su moto lleva con total cuidado la caja de vacunas, el registro de vacunación y una caja de guantes. “Antes de salir me aseguro de que todo va bien sujeto y compruebo por última vez si llevo todas las vacunas básicas que pueda necesitar, porque cada vacuna puede salvar una vida infantil: tos ferina, tuberculosis, tétanos, polio, sarampión y difteria, hepatitis, diarrea, neumonía, fiebre amarilla y meningitis.

Son las 8:30 de la mañana y, bajo un sol abrasador, el termómetro se acerca a los 40 grados. Adama empieza su carrera contrarreloj para llegar a las minas de oro, vacunar al máximo número de niños posible y volver a casa antes de que anochezca. La carretera por la que debe viajar es complicada, está aislada y carece de infraestructuras. Es un viaje peligroso.

Después de conducir durante dos horas, finalmente llega a Massakama. Está agotado, pero decidido.

Las minas de oro de Massakama están cerca de la frontera con Senegal. Más de 2.000 personas, incluidas familias con niños, viven aquí. No hay escuela ni centros de salud. Sin ninguna otra opción, muchos de los niños trabajan, privados de sus derechos a protección, educación, supervivencia y desarrollo.

Mariam*, de 14 años, lleva trabajando cinco años en las minas de oro. Nunca ha ido al colegio. “Quiero irme de aquí, estoy cansada. Sueño con ir a la escuela como mis amigos”.

En cuanto Adama llega con su moto, madres y niños se acercan corriendo a él.

“Empecé a trabajar y nunca pude llevar a mi hijo a vacunar”, cuenta la madre de un bebé de 6 meses. “He oído que ha habido casos de sarampión entre adolescentes en Senegal. Si no vacuno a mi hijo podría coger la enfermedad y morir”.

Por cada niño vacunado, Adama apunta información en su registro. Una vez que se queda sin vacunas, toma nota de los niños que necesitarán dosis en su próxima visita.

A las 2 de la tarde dice a los padres que volverá la siguiente semana. Coloca todo de nuevo en la moto para volver a Sadiola antes de que oscurezca.

Adama hace un trabajo increíble”, cuenta el jefe de la villa de Massakama. “Aquí, los padres pasan sus días buscando oro y terminan muy tarde. Sin este sistema de vacunación móvil, la mayoría de ellos no podrían vacunar a sus hijos”.

UNICEF y aliados como Gavi están apoyando al Ministerio de Sanidad para llevar vacunas directamente a los niños más aislados y vulnerables. En la región de Kayes, solo el 41% de los niños recibe todas las vacunas que necesita para mantenerse sanos”.

*Nombre y edad cambiados

El confinamiento de los más vulnerables

Por Alfonso Hernández, portavoz de campañas de Sonrisas de Bombay


Una crisis de salud pública como el coronavirus pone a prueba las estructuras de cualquier estado. Pero en aquellos donde este equilibrio es más precario o se encuentra en permanente tensión, este tipo de situaciones supone un factor de desestabilización impredecible. Es el caso de la India, el segundo país más poblado del mundo con 1.300 millones de habitantes, en el que el 20% de la población vive con menos de 1,9 dólares al día. Esto es, 260 millones de personas.

La India ha aplicado medidas radicales para evitar la propagación del virus en un país que cuenta con una de las densidades de población más altas del mundo, especialmente en las grandes ciudades. Por el momento, el confinamiento general de la población está surtiendo efecto, con poco más de 5.100 casos confirmados y 150 fallecidos, según el Ministerio de Salud (cifras del miércoles 8 de abril). Pero estas necesarias medidas de prevención también suponen confinar a millones de habitantes de los slums, las barriadas que habitualmente viven en condiciones insalubres, en sus precarias viviendas luz ni agua potable.

Sin ir más lejos, días antes a la orden de confinamiento, los equipos de Sonrisas de Bombay visitaron distintos slums para informar a la población sobre cómo prevenir el contagio. Allí, muchas personas no tenían conocimiento de la pandemia ni de sus síntomas ni de cómo prevenirlos. Y otras no se habían tomado muy en serio las noticias o habían asumido ideas erróneas, como que es una enfermedad que sólo afecta a los ricos, a las personas blancas o de origen chino; que debido al calor el virus no es efectivo en buena parte de la India, o que beber alcohol ayuda a prevenir la enfermedad.

Los despidos y la falta de trabajo ya han comenzado a afectar a muchas familias, así como la escasez de alimentos y bienes básicos. Entre la población crece la preocupación por el difícil acceso a los sistemas de salud, una cuestión que ya era objeto de nuestros proyectos y que en esta situación se agudiza.

Si miramos más de cerca a la población vulnerable que más puede sufrir los efectos de esta pandemia nos encontramos con dos grupos de especial riesgo. ¿Qué sucede, por ejemplo, con las miles de mujeres que son víctimas de la trata en la India? Sin posibilidad de obtener ingresos sufriendo la explotación, confinadas en burdeles junto a los proxenetas de las redes ilegales que las retienen; sin poder retornar a sus lugares de origen en caso de que estuviesen en procesos de repatriación; sometidas doblemente a la violencia física de la explotación y a la imposibilidad de salir al exterior… Las víctimas de la trata son uno de los grupos de riesgo, pero no olvidemos el enorme índice de violencia machista que existe en India, donde 1 de cada 4 hombres admiten cometer violencia sexual hacia sus parejas mujeres. El confinamiento de las familias puede suponer una situación de extraordinaria angustia para millones de mujeres en este país.

Estamos hablando de confinamiento en una casa, un hogar o un lugar donde refugiarse y encontrar cobijo. Pero ¿qué sucede cuando ni siquiera existe un hogar donde confinarse? Aproximadamente 40.000 niños y niñas y sus familias viven en la calle, sólo en Bombay, solos o con sus familias. El próximo domingo es el Día internacional de los niños en la calle, y este año especialmente no podemos olvidarnos de la situación que sufren miles de niños en todo el mundo durante esta pandemia.

Desde Sonrisas de Bombay seguimos comprometidos con los más vulnerables en la ciudad donde trabajamos. Hemos reforzado el seguimiento a las familias de nuestros beneficiarios y beneficiarias. Y hemos puesto en marcha un paquete de medidas tanto para prevenir el posible aumento en la propagación del virus entre los sectores con mayor riesgo como para atender las necesidades básicas de estos grupos vulnerables. Pero hay muchos más a los que no podemos llegar.

Sólo las medidas extraordinarias que se tomen dentro y fuera de países como la India pueden evitar que una situación como la que ha provocado el coronavirus se convierta en una crisis aún mayor entre las personas que están más expuestas a perderlo todo y a sufrir doblemente esta pandemia.

Cuarentena: cuando la casa no significa protección

Por Viviana Santiago, Gerente de género e influencia de Plan International Brasil

Una joven de 17 años en su casa de la provincia rural de Maranhão

 

Ya todo el mundo lo sabe: convivimos con la pandemia del COVID-19 y sus impactos. El coronavirus representa un desafío a la salud pública, para las autoridades y toda la población. En los últimos días, hemos visto que en muchos países ya se han decretado medidas oficiales que limitan la circulación de la gente para intentar prevenir la propagación del virus. Empleados y empleadas trabajando desde la casa; restaurantes, bares, cines, teatros y tiendas cerradas; niñas, niños y adolescentes en casa debido al cierre y paralización de escuelas y actividades recreativas en organizaciones, asociaciones y espacios comunes. Quédate en casa. Esa es la recomendación.

El hogar es el lugar en el que todos y todas debemos estar para atravesar esta situación de forma segura. Estar en casa significa, por encima de todo, la certeza de tener tranquilidad en un espacio de cuidado y aprecio. Significa no desplazarse y no interactuar con personas fuera del círculo familiar. Debería significar protección. Y podría significarlo si la casa no fuera también, para muchas niños, niños y adolescentes, un espacio de violencia.

Mantener a niñas, niños y adolescentes en casa es una medida que conlleva el riesgo de aumentar tensiones intrafamiliares y una sobrecarga de trabajo doméstico para las mujeres adultas y las niñas. Las niñas –que suelen ser consideradas adultas en miniatura- experimentan desde muy pequeñas los impactos de lo que es percibido como natural en la vida de las mujeres. En los hogares marcados por violencia intrafamiliar, que suele afectar más a las mujeres y niñas, este período de confinamiento en casa eleva las condiciones de tensión que pueden llevar a la ruptura de una ya de por sí débil dinámica familiar y traer serios riesgos de violencia. Hay inumerables casos en los que niñas, niños y adolescentes han podido salir de situaciones de violencia en casa porque esa violencia ha sido detectada a través de interacciones con la escuela, a través de consultas básicas en unidades de salud, visitas médicas, proyectos y actividades socio- educativas realizadas por organizaciones de la sociedad civil. Muchas veces, los adultos notan los signos de violencia. Otras veces, son las niñas, niños y adolescentes quienes, al sentirse en espacios y relaciones seguras fuera de casa, indican que sufren episodios violentos en su familia.

En Brasil, cada hora, cuatro niñas menores de 13 años sufren violencia sexual, según estadísticas del Foro de Seguridad Pública de Brasil. Las niñas menores de 13 años representan más de la mitad (54%) de las víctimas de las 66.000 violaciones registradas en el país en 2019. Se estima que hay alrededor de 500.000 casos de violencia sexual al año y que sólo el 10% es reportado. De acuerdo a estudios, la mayor parte de las víctimas son violadas por personas que conocen y la violencia ocurre dentro de sus casas, en sus familias.  Es por ello que es necesario tener en cuenta que las medidas de protección del coronavirus que aislan a niñas, niños y adolescentes también conllevan repercusiones significativas que no deben ser ignoradas y necesitan ser abordadas lo antes posible.

La cuarenta mantiene a niñas y niños lejos de los espacios extra familiares y de las relaciones que son esenciales para reconocer y prevenir círculos continuos de violencia en la casa. Se trata de enfatizar que las medidas relacionadas con la pandemia no deberían ser tomadas sin tener en cuenta un contexto analítico profundo que garantice la protección de niñas, niños y adolescentes. Que el Estado garantice sus derechos para vivir libres de violencia y que garanticemos nuestro rol estipulado en el Artículo 229 de la Constitución Federal de Brasil: “Es nuestro deber el asegurar el derecho a vivir, a tener salud (…) a cada niña, niño, adolescente, con absoluta prioridad,  y ponerlos a resguardo de todas las formas de descuido, discriminación, explotación, violencia, crueldad y opresión”.