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El error de la automedicación contra la hepatitis C en Camboya

Por Theresa Chan, Médicos Sin Fronteras, desde Camboya

Desesperada por una cura, en Camboya la gente gasta cantidades que no pueden permitirse en tratamientos contra la hepatitis C que no son efectivos. Theresa Chan, de Médicos Sin Fronteras, cuenta las historias de automedicación que encuentra en la clínica de Phnom Penh cada día.

Trabajamos a toda máquina en la clínica de hepatitis C de Phnom Penh. Desde que llegué aquí hace dos meses, he visto a 350 pacientes en distintas fases del tratamiento. Gasté una caja de recargas de bolígrafos en una semana en Camboya, mientras que en Estados Unidos un boli me duraba dos o tres semanas.

Toueng Sreymon, técnico de Farmacia de MSF, distribuye medicamentos contra la hepatitis C en el hospital de MSF en Phnom Penh, Camboya. © Todd Brown

Dado que nos estamos preparando para inscribir a 1.000 personas en el programa de antivirales de acción directa (DAA, por sus siglas en inglés), el tipo de visita médica que más recibo son revisiones generales. En estas consultas, obtengo un rápido historial médico, prestando especial atención a cualquier tratamiento previo de hepatitis C. Es importante, porque la gente que ha sido tratada anteriormente con DAA pero no ha finalizado el tratamiento o que ha sufrido más de una vez la enfermedad pese a haber recibido los medicamentos, necesita una evaluación especial y es posible que requiera un tratamiento más largo o complejo.

Cuando pregunto a nuestros pacientes si han sido tratados contra la hepatitis C con anterioridad, suelo obtener varias respuestas. Gran parte de ellos no puede permitirse económicamente los DAA, así que la respuesta mayoritaria es no. A veces dicen que sí, y tengo que ponerme el sombrero de detective y preguntar el nombre del medicamento (normalmente no lo saben), cuántas veces al día lo tomaba y de cuántas pastillas diarias constaba el tratamiento. Pregunto todo esto porque los DAA suelen tomarse una o dos veces al día, así que si un paciente me dice que tomaba 13 pastillas tres veces al día, sabré que se trataba probablemente de suplementos vitamínicos.

Algunos pacientes me cuentan que tomaron suplementos vitamínicos porque les dijeron que frenarían el avance de la hepatitis C. Esto me molesta, porque no hay pruebas de que nada influya en el avance natural de la hepatitis C más allá de los factores individuales, que no están bien definidos, la presencia o ausencia de infección por hepatitis B o VIH y el consumo de alcohol o drogas. Me preocupa que los pacientes con hepatitis C sean fácilmente objetivos de marketing manipulador de vitaminas y otras intervenciones cuyo beneficio no está probado. No creo que las vitaminas sean malas, pero los pacientes me dicen que pagan entre 20 y 50 dólares mensuales, y eso es mucho dinero en este país: los trabajadores no capacitados, como costureros o empleados de la construcción, ganan solo 5 o 6 dólares diarios.

Furgoneta de complementos vitamínicos frente a la clínica de MSF en Phnom Penh, Camboya © Theresa Chan

La gente puede ser incitada a hacer gastos más caros que no ayudarán a que se recuperen de la hepatitis C. Un hombre gastó cientos de dólares durante tres meses en un tratamiento de DAA de sofosbuvir y ribavirin, dos medicinas que usamos en nuestros tratamientos, pero lo hacemos conjuntamente otros medicamentos como daclatasvir o ledipasvir. El principio general para tratar la hepatitis C es que se deben usar combinaciones de fármacos que funcionan a través de diferentes mecanismos. De otro modo, se corre el riesgo de generar resistencia y es posible que el tratamiento no sirva.

Eso mismo le ocurrió a este paciente: tomó estas medicinas durante tres meses, pero las compró por su cuenta y los consumió sin supervisión médica. No podía saber que la combinación de esos medicamentos nunca eliminaría la hepatitis C. Ahora se ha sumado a nuestro programa, varios cientos de dólares más pobre y aún con el virus detectable en su sistema circulatorio.

“Quería curarme”, me dijo cuando le pregunté por qué había elegido ese tratamiento.

No le culpo por querer curarse. Yo también quiero que se cure. Quiero que esos cientos de pacientes que atendemos a diario se curen. Lo que no quiero es que esas personas gasten el dinero que no tienen en tratamientos que no son efectivos. Por desgracia, es común oír historias como esta en nuestra clínica cuando la gente habla de épocas en las que MSF aún no había llegado a Phnom Penh.

Combatiendo la hepatitis en Camboya

Por Theresa Chan, Médicos Sin Fronteras, desde Camboya

¿Qué es la hepatitis C? ¿Cómo se contrae la enfermedad y qué implica tenerla? La médica Theresa Chan trabaja en la clínica de MSF enfocada en tratar la hepatitis C en la ciudad Phnom Penh, Camboya. En este texto explica qué es esta enfermedad a la que ella y su equipo se enfrentan diariamente

Muchos de nuestros pacientes con hepatitis C crónica han sabido que estaban infectados desde hace mucho tiempo, a veces durante décadas. Todos esos años han pensado que no tenían posibilidades de curarse y se han preguntado cuánto se acortaría su vida a causa de la enfermedad. Por eso me hace feliz trabajar en la clínica de MSF: damos muchas buenas noticias y esperanza a nuestros pacientes.

Una mujer sonríe cerca de dos mangos enormes en la clínica de MSF que trata la hepatitis C. Está comenzando su tratamiento con antivíricos de acción directa (DAA, por sus siglas en inglés). ¿Su donación a la clínica? Dos mangos de su jardín. © Theresa Chan

En Camboya, la hepatitis C provoca resignación en la mayoría de las personas que la contraen. Entre 300.000 y 750.000 de los 15 millones de habitantes que tiene el país se ven afectados por la enfermedad y los medicamentos no están subvencionados por el Estado, lo que en la práctica significa que solo aquellos que tienen poder adquisitivo tienen acceso a ellos. Y por lo general, son muy pocos los que pueden permitirse un “lujo” así.

Aunque muchas personas saben desde hace mucho tiempo que padecen la enfermedad, normalmente no saben mucho sobre la hepatitis C. Así que una parte importante de nuestro trabajo es explicarles qué es esta enfermedad cuando llegan a la consultas y les damos sus tratamientos.

Esto es lo que les digo:

‘Hepatitis’ significa ‘inflamación del hígado’. Muchas cosas pueden causar esta enfermedad, como el abuso en el consumo del alcohol y los efectos de ciertos medicamentos; pero a nivel mundial muchos casos severos de hepatitis son causados por infecciones. Las hepatitis del tipo A, B, C, D y E son causadas por infecciones virales. A pesar de esto, son ligeramente diferentes entre sí y por eso el tratamiento y la prevención son diferentes para cada tipo.

Sin embargo, MSF estima que la mayoría de los afectados por hepatitis C en Camboya se infectó durante el periodo de inestabilidad política del país (años 70-80 y 90 del siglo pasado), cuando el sistema sanitario del país colapsó. El de Camboya es un claro ejemplo de las consecuencias médicas a largo plazo que puede llegar a provocar la inseguridad sociopolítica.

La enfermedad se transmite por vía sanguínea. Por eso, quienes se exponen a un contacto sanguíneo por medio de prácticas sexuales peligrosas, procedimientos médicos poco seguros o incluso durante un parto, corren el riesgo de infectarse.

Un paciente sostiene su medicina en la clínica de Hepatitis C de MSF en el hospital de Preah Kossamak, en Phnom Penh, Cambodia. © Todd Brown

Cuando la gente contrae hepatitis C normalmente muestra pocos síntomas. Algunas personas pueden experimentar una enfermedad viral, pero es algo poco común. Aunque algunos podrán sobreponerse a la enfermedad sin el tratamiento, más de la mitad desarrollará una infección crónica. Es importante comprender esto, porque la hepatitis C causa un gran daño durante los años y décadas posteriores a la infección, y lo hace prácticamente de forma silenciosa.

La mayoría de las personas con hepatitis C son diagnosticadas durante el cribado, o porque han presentado en análisis de sangre rutinarios niveles anormales de enzimas en el hígado y no porque se hayan sentido enfermos.

La ‘fase silenciosa’ es la etapa crónica de la infección. Durante este tiempo, los pacientes se sienten bien a pesar de que la hepatitis crea una inflamación que provoca fibrosis o necrosis en el hígado. Algunas personas sólo desarrollan una fibrosis leve y no padecerán las complicaciones más severas de la hepatitis C, pero desafortunadamente, sí hay grupos de personas que desarrollan cirrosis y cáncer de hígado.

La cirrosis es una condición en la que el hígado deja de funcionar correctamente y el tejido del órgano cicatriza casi por completo. El hígado cirroso no puede realizar sus funciones normales y la sangre no puede circular fácilmente por las venas que atraviesan el órgano, esta es la etapa en la que comienzan los síntomas. Entre estos síntomas se incluyen la ascitis –una acumulación anormal de líquido en el abdomen– y la encefalopatía, provocada por una acumulación de toxinas metabólicas que normalmente son desechadas por el hígado.

Vemos a muchos pacientes con cirrosis en la clínica de MSF, y esperamos que el tratamiento que les proporcionamos detenga el progreso de sus síntomas y mejore su calidad de vida.

Desafortunadamente también vemos a muchos pacientes con cáncer de hígado, una enfermedad fuertemente relacionada con la hepatitis crónica, especialmente con los tipos B y C. Lamentablemente, los antivíricos de acción directa (DAA, por sus siglas en inglés) no ayudan a los pacientes con cáncer. La mayoría de las malas noticias que debemos comunicar en la clínica son para los pacientes con cáncer, que no tienen suficientes opciones de tratamiento en Camboya.

Ko, el niño limpiabotas

Por Gabriel Díaz, cooperante de Global Humanitaria

Ko, junto a su familia, a las afueras de Phnom Penh. (Juan Díaz/Global Humanitaria).

Ko, junto a su familia, a las afueras de Phnom Penh. (Juan Díaz/Global Humanitaria).

Ko es un niño de 13 años que vive en una villa a unos 35 kilómetros de Phnom Penh, desde que una constructora forzó a su familia a marcharse de la capital camboyana. Allí se instalaron en una casilla hecha de pedazos de madera y caña. El interior está vacío y oscuro; fuera de aquel delgado techo no hay árboles, no hay agua, no hay animales. Ésta fue la única salida que les ofrecieron. Sin trabajo los padres, a tan larga distancia del movimiento de la ciudad, la supervivencia de la familia depende de Ko.

El niño explica que gana unos rieles lustrando zapatos en Phnom Penh, y vendiendo las cerillas que encienden los inciensos de los devotos que llenan los templos budistas durante las fiestas religiosas. Es muy tímido, sus ojos son enormes y tiene el hablar suave y pausado. Cuenta que una parte del dinero que gana al día -con suerte, unos tres dólares- se lo gasta en transporte. Pero no hay alternativa. Desde su metro y algo de estatura es consciente de que si no viaja hasta la ciudad no hay ningún ingreso en la familia.

Las calles de Phnom Penh están llenas de niños trabajadores como Ko, que juegan y van a la escuela cuando encuentran tiempo, y se ocupan de su propia supervivencia. El parque de diversiones New Garden, comenta el niño, es un buen sitio para sacarse unos rieles lustrando zapatos o vendiendo mangos. Allí acuden a diario cientos de camboyanos y extranjeros para pasear y pasar el rato.

Algún día hasta New Garden llegó el australiano Damien Walker, profesor de inglés de 27 años, y convenció a Ko para que lo acompañase a su apartamento de la capital. Llevó a Ko y a cinco niños más, de los que abusó sexualmente en reiteradas ocasiones, como pudieron comprobarlo los investigadores de Protect, proyecto de Global Humanitaria. Tras la denuncia a la policía local y el juicio, Walker fue condenado a 10 años de prisión.

En repetidas ocasiones, los investigadores pudieron ver cómo desde la ventana del  apartamento de Walker destellaba el flash de la cámara con la que tomaba fotografías a los niños para archivarlas luego en su ordenador. Los niños marchaban con él y permanecían en la casa hasta la madrugada, porque el profesor tenía la precaución de despedirlos antes del amanecer, para evitar ser visto por los vecinos.

Luego de conocer la historia, con el fotógrafo Juan Díaz recorrimos varios kilómetros en una moto-taxi hasta la cárcel Prey Sor, la principal de la capital camboyana, para hablar con Walker. Ya sentado en la sala de visitas, veo que se acerca por la senda que zigzaguea el patio de la prisión. Es un tipo muy delgado, alto, con mirada y actitud desenvueltas. Enseguida queda claro que Walker es profesor de inglés. De sus labios secos salen palabras tremendamente firmes. Y mira fijamente a los ojos.

Nuestro breve diálogo en inglés fue seguido por un guardia penitenciario. Le pregunté cómo había ocurrido todo aquello; me relató la historia ya conocida y no dudó en decirme que era consciente de su trastorno, de los delitos cometidos y remarcó convencido que fuera de la cárcel volvería a sucederle lo mismo. Nunca antes el Proyecto Protect se había topado con un caso que involucrara a un pederasta tan joven.

“Sólo me arrepiento de no haber hablado con mi familia a tiempo, porque ahora estoy seguro de que me hubieran ayudado. No me atreví a hablarlo con nadie. De haberlo hecho me hubiera quedado al margen de la sociedad. Australia era la muerte para mí. Ahora creo en Dios y no quiero que me saquen de aquí”, aseguró.

Todas las personas que consultamos en Phnom Penh coincidieron en que los delitos sexuales cometidos por pederastas extranjeros en el país asiático son más visibles que hace algunos años. Las campañas de sensibilización han ido en aumento, así como el compromiso de determinadas cadenas hoteleras y servicios de transporte, piezas clave en la lucha contra estos abusos.

En el transcurso de diez años Protect ha investigado 472 casos de pederastia, ha asistido social y legalmente a más de 600 niños y niñas víctimas de abusos sexuales, entre ellos Ko. La colaboración con las autoridades locales ha dado como resultado la detención, juicio y condena de más de 180 agresores.

La voz escondida de Chanthy

Por Gabriel Díaz, cooperante de Global Humanitaria*

Juan Díaz (Global Humanitaria).

Juan Díaz (Global Humanitaria).

Con los labios apretados haciendo la mueca traviesa de quien esconde un secreto, Chanthy interrumpe la entrevista y desaparece, se marcha hacia su habitación. La música la había arrancado de pronto de su gran timidez, la misma que deja a un lado cuando improvisa pequeños números musicales ante sus compañeras del hogar de acogida en Phnom Penh, Camboya.

Poco tiempo después reaparece sonriendo y abrazando una almohada. Sonríe con la misma mueca traviesa. Ni los mosquitos, ni el bochorno ni el alboroto de esa tarde de sábado consiguen extraer a Chanthy de aquella emoción contenida. ¿Y entonces?, le pregunto.

Agacha la mirada y tras dar un giro a la almohada corre la cremallera que hay en uno de los extremos de la funda. De allí saca un montón de piezas de papel. Mete su mano y recoge, una y otra vez, unas cuantas cuartillas diminutas, llenas de palabras. ¿Qué es todo eso? Son canciones, explica, letras de canciones en jemer (khmer, lengua camboyana).

Chanthy cuenta que cuando llega la noche y se siente triste, echa mano a aquel montón de papelitos viejos y gastados y canta muy suave para que la tristeza se marche lejos. ¿Nos cantarías alguna de esas canciones? Entonces, concentrada, toma todo el aire que puede y con el ceño fruncido comienza a cantar con fuerza y desgarro.

Sus compañeras, que en ese momento riegan el huerto del hogar o se hamacan, se giran y sonríen al otro lado de la ventana. No es la primera vez que canta de esa forma. Desde que llegó a esta casa de acogida, poco a poco ha ido soltando los malos recuerdos: con 10 años, Chanthy fue sometida a los maltratos físicos infligidos por su padrastro; luego llegaron los abusos sexuales y violación, cometidos por un vecino de la casa familiar en la provincia camboyana de Kandal.

Varios años después de todo aquel infierno personal, las letras de sus canciones hablan de abandono, soledad y dolor, pero también de amor e ilusión.

El temor puede crecer en el niño víctima de abusos sexuales hasta extremos imprevisibles.
Nunca más vuelve a ser el mismo. La inseguridad y la falta de confianza se instalan en él y moldean una personalidad que a veces se torna agresiva, marcada por la ansiedad y el cansancio provocado por tantas noches de pesadillas y mal dormir.

Si este tormento no se ataja a tiempo, las víctimas pueden llegar a repetir las mismas agresiones sexuales con otros niños, matar sus días esnifando pegamento o desarrollar por otros canales comportamientos violentos.

Ra, el trabajador social de Protect* de Global Humanitaria, tiene a su cargo una de las tareas clave del proyecto: estar cerca de las víctimas, abrir junto a ellas espacios de confianza y tranquilidad. Escucharles.

Lo fundamental, explica Ra, es haberle dejado claro a Chanthy y a todas las víctimas que ellos no han cometido ninguna equivocación, que hay personas que los van a proteger, que ya no tienen nada que temer.

Desde 2003, el equipo de Protect Camboya ha investigado 472 casos de pederastia, ha asistido social y legalmente a más de 600 niños y niñas víctimas de abusos sexuales. La colaboración con las autoridades locales ha dado como resultado la detención, juicio y condena de más de 180 agresores.

*www.globalhumanitaria.org
*www.smscontralapederastia.org