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Nunca pensé que en Afganistán donde todos piensan que solo hay guerra pudiera encontrar tanta paz

Elia E. Martínez Mercado, ginecóloga del proyecto de maternidad de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Khost, Afganistán.

Elia E. Martínez, ginecóloga de MSF en Khost, sostiene a un recién nacido en la maternidad

Elia E. Martínez, ginecóloga de MSF en Khost, sostiene a un recién nacido en la maternidad

Hoy ha sido mi último día de guardia. Tres meses aquí y no lo creo, ha sido una experiencia única. Cuando llegué, el hospital era diferente y no es que en este tiempo haya cambiado, es solo que ahora lo siento parte de mí, le tomé cariño, igual que a la gente que trabaja en él.

A las señoras de limpieza que me saludan cada día con una sonrisa cuando llego al hospital, que me toman la mano, me abrazan y hacen que al entrar al hospital empiece el día con una sonrisa. A las comadronas que visten sus uniformes azules y sus velos. Algunas usan un piercing en la nariz. Aunque cubren su cabello dejan ver sus aretes y van siempre gritando de un lugar a otro, amables y alegres.

También me he encariñado con las pacientes y sus familiares. Ahora ya no me resulta tan extraño encontrar a las abuelas y suegras sentadas en el piso de la entrada de la sala de partos con los recién nacidos entre las piernas, envolviéndolos con mantas y amarrándolos con un lazo de colores que mágicamente hace que dejen de llorar. Es todo tan diferente a México, donde las madres no quieren ni que les de el aire a sus hijos.

Las pacientes con sus vestidos y velos. Casi todas con dibujos de jena en las manos y las plantas de los pies. Alguien me dijo que era una tradición para estar preparadas para la muerte pues nunca se sabe lo que puede pasar. Otros dicen que es solo por estética. Las pacientes casi nunca sonríen. Están serias, ocultan su dolor, algunas solo gritan cuando dan a luz, y otras permanecen calladas junto a sus acompañantes, generalmente las madres de sus esposos.

Cuándo paso consulta y las reviso me gusta darles la mano, acariciarles la cara y, aunque no hablamos el mismo idioma, creo que nos comunicamos. Me sonríen y tratan de decirme cosas que casi nunca entiendo, solo puedo saber lo que dicen cuando alguna traductora o colega afgana hace de intérprete.

Muchas veces dicen que rezarán por mí, que soy buena doctora. En ese momento siento que todo vale la pena. Cuando estamos en la sala de parto me gusta tomarlas de la mano y acompañarlas mientras superviso el trabajo de las doctoras o comadronas. Cuando termina y tienen a su bebé, me abrazan, me acarician la cara y sonríen. Nunca pensé que en este país, donde todo el mundo piensa que solo hay guerra, podría encontrar tanta paz y satisfacción.

Al principio, las doctoras me trataban con cierta distancia. Ahora creo que confían en mí, siento que somos un equipo. Me preguntan cosas y discutimos sobre los casos y tratamientos. Creo que también he podido transmitir parte de mi experiencia sobre cómo tratar a las pacientes. No se trata solo del manejo clínico, sino también de reconfortarlas, de hacerlas sentir bien y en confianza; de acompañarlas en un proceso tan importante como el nacimiento de un hijo o una hija.

Tengo ganas de regresar, de volver a Afganistán y a Khost, un proyecto que ocupará un lugar importante en mi memoria porque esta ha sido mi primera misión con MSF y aquí  empecé a cumplir mis sueños. Espero que sea la primera de muchas más salidas a terreno. Me encanta mi trabajo, lo disfruto y me llena de satisfacción ahora más que nunca, porque siento que estoy aportando un granito de arena a este mundo que parece ir de cabeza.

 

No hay edad para ir al colegio

En Chad, el campo de refugiados de Daresalam hospeda a más de 5.000 refugiados provenientes de Nigeria y Níger. Todos han huido de las atrocidades y violencia que asolan sus países. El colegio del campo es el único sitio donde Yande Tchari, de 17 años y en primer curso, se siente segura. “Sólo en clase consigo quitarme las preocupaciones de la cabeza. El colegio me da la oportunidad de aprender cosas nuevas todos los días”, dice.

UNICEF Chad/2016/Bahaji . Yande y Alhadj juntas en el colegio.

UNICEF Chad/2016/Bahaji . Yande y Alhadj juntas en el colegio.

Yande llevaba a su bebé en brazos. Su bufanda blanca con cuadros morados cubría totalmente su cabeza, pero deja ver una cara muy bella marcada por las dificultades de su vida. Sentada en el suelo frente a su amiga Yekaka Mahamadu y su bebé Mariam, las dos compañeras de clase y madres parecían mucho mayores que las demás.

Durante el recreo, me acerqué a las jóvenes madres para conocerlas. Yande vivía en Lelewa, una isla del Lago Chad en territorio de Níger. En su pueblo consideraban que, al tener 15 años, ya estaba preparada para casarse. “Una noche vinieron mis padres a decirme que me iban a dar en matrimonio a un pescador llamado Kando. Nunca le había visto o conocido, pero por respeto a mis padres no dije nada”. Le pregunté si fue feliz el día de su boda y me contestó inmediatamente, “Mis padres estaban contentos, era lo importante”.

Yande se quedó embarazada después de la boda y su bebé Alhadj nació unos meses después. “Justo después de nacer, Kando fue detenido y asesinado por Boko Haram por negarse a dejar sus pertenencias, su bote, algo de dinero y todo por lo que había trabajado. Ahora mi hijo nunca conocerá a su padre” me contó con amargura.

“Unos pocos días después, unos soldados nos ordenaron dejar el pueblo porque Boko Haram llegaba para matarnos. Acababa de perder a mi marido y tenía a mi bebé en mis brazos. Éramos muchos. Los niños lloraban, algunas de las madres también. Afortunadamente algunos soldados nos vieron y nos llevaron hasta el campo de refugiados de Daresalam”.

En el campo Yande se reunió con Yekaka, su amiga de la infancia del pueblo. “Mi marido también fue asesinado por Boko Haram. Nuestro sufrimiento nos ha unido y ahora nos ayudamos la una a la otra”.

La curiosidad llevó a Yande a entrar en el colegio por primera vez. “Teniendo a mi bebé dudé si ir o no al colegio, pero el director me dijo que podría acudir con él a clase. La primera frase que aprendí en francés fue Comment tu t’appelles?” (¿Cómo te llamas?)”, cuenta contenta Yande.

El recreo terminó y los niños volvieron agitados a clase. Los profesores enfrentan muchos desafíos en estas condiciones: las clases están masificadas, faltan materiales educativos, y para la mayoría de estos niños, es la primera vez que tienen la oportunidad de ir a la escuela.

Después de clase, me encontré de nuevo con Yande y le pregunté sobre sus motivaciones para ir al colegio. “Creo que este colegio puede ayudar a las mujeres a ser autosuficientes. Si no hubiéramos ido al colegio, no estarías aquí haciéndonos preguntas ¿no? Si hubiera tenido la oportunidad de haber ido al colegio, no me habría casado tan joven. Habría ayudado a mi familia y mi madre habría estado orgullosa de mí. Hoy en día el colegio es lo que me ayuda a olvidar mis preocupaciones”.

Mientras tomaba mis notas, Yande cogió un pedazo de papel y un bolígrafo y escribió su nombre y apellido, y ayudó a Yekaka a hacer lo mismo. “Creo que el francés es un idioma muy bonito. Puedes aprender mucho divirtiéndote. Mi hijo Alhadj crecerá para ser un gran escritor. Le voy a enseñar a leer y escribir insh’Allah (si dios quiere)”.

Pude hablar mucho y de muchas cosas con las dos jóvenes: matrimonio, colegio y sus planes de futuro. Al terminar Yande me dijo “Algunas personas se ríen de mi cuando les digo que quiero seguir yendo al colegio, pero en mi opinión, no hay edad para ir al colegio; lo que importa es la voluntad”.

Día de la Juventud: Los jóvenes dan voz a ‘los niños del milenio’

* Por Sullay Kalokoh, miembro del Comité de Asesores Juveniles de Sierra Leona y productor de ‘Los Niños del Milenio

Sullay Kalokoh, con 22 años y de Sierra Leona, se ha convertido en productor de cine tras ayudar a Plan Internacional en el rodaje del proyecto ‘Los Niños del Milenio’. Gracias a la grabación de las entrevistas y la búsqueda de historias, Sullay se ha convertido en un experto en producción cinematográfica. Ahora quiere utilizar sus nuevos conocimientos para dar voz a las mujeres y mostrar las adversidades a las que se enfrentan en todo el mundo.

Plan Internacional

La participación es clave para que los jóvenes, incluyendo mujeres y niñas, puedan tener éxito. En la actualidad la población de Sierra Leona sigue sin aceptar el potencial de las niñas. Cuando Plan Internacional propuso a nuestro Comité de Asesores Juveniles (CAJ) colaborar en el proyecto ‘Los niños del milenio’, no nos lo pensamos dos veces.

La segunda película, dividida en dos capítulos, se centraba en impulsar el potencial de las niñas, un tema muy importante para nosotros.

Diez de los miembros del CAJ participamos en el proyecto. Nuestro trabajo consistía en buscar historias de niños y jóvenes de su barrio. Teníamos que encontrar a una adolescente de 15 años y a un adulto con autoridad en su comunidad y entrevistarlos. Además, debíamos seleccionar a diferentes estudiantes, de entre 7 y 14 años, que quisieran abrir las puertas de sus hogares y mostrar cómo viven.

Nuestra búsqueda comenzó preguntando a nuestros amigos si conocían a chicas o mujeres que tuvieran una historia que contar. Gracias a este proyecto muchas adolescentes tuvieron la oportunidad de contar su historia y de promover la solidaridad, la unidad y el desarrollo de su comunidad. Las participantes mostraron la importancia de la determinación, la valentía y la perseverancia y cómo, mediante la superación de las dificultades sociales, es posible tener oportunidades y ayudar a otros a hacer lo mismo.

Una vez elegidas las historias, entrevistamos a los protagonistas y nos aseguramos que compartieran con nosotros sus experiencias reales, así como mensajes que pudieran motivar a otros jóvenes. La variedad de las entrevistas realizadas, de opiniones y recomendaciones nos ha permitido abordar el tema desde una perspectiva realista.

Quedé impresionado con las vivencias personales que motivaron a nuestras protagonistas a rebelarse y, sobre todo, admiro su valentía para enfrentarlas. Una de las historias más impactantes fue la de Fatim. Cuando era adolescente se quedó embarazada y fue obligada a dejar el colegio. Tras dar a luz, Fatim decidió volver a estudiar, consideraba que la educación era la clave para el éxito. “Aunque tengo muchas dificultades, como cuidar de mi bebé, me sigue gustando ir al colegio”, afirma Fatim y añade: “Creo que en el futuro ayudaré a mi país y a mi gente”.

Gracias a este proyecto, he aprendido a utilizar una cámara de vídeo, ya que teníamos que grabar las entrevistas, así como la vida diaria de los protagonistas. Gracias a este trabajo, ahora me considero un auténtico cámara de cine. Ha sido una experiencia extraordinaria.

Escuchar los relatos de los protagonistas fue muy duro pero me hizo darme cuenta de que quiero aportar mi granito de arena para que las niñas y mujeres tengan las oportunidades que se merecen. Además, me gustaría que los varones, tanto niños como adultos, se involucraran en este reto.

Me gustaría trabajar con las comunidades y los gobiernos locales para que las niñas y las mujeres sean visibilizadas como agentes sociales de cambio. Confío que con la ayuda y el apoyo necesario puedan superar las dificultades que enfrentan.

Madre primeriza en Afganistán. El reto de dar a luz en Afganistán. Parte 2

Segunda entrega de «El reto de dar a luz en Afganistán«.

Elodie Barniet, enfermera pediátrica de MSF.

MSF ha puesto en marcha una maternidad en el hospital de Dasht-e-Barchi, uno de los barrios más pobres de Kabul, la capital de Afganistán, donde la mayoría de las familias no pueden permitirse pagar por una atención sanitaria privada.

Farzana está sentada en su cama. Parece agotada y ajena a todo lo que le rodea. Tiene un pendiente en forma de corazón en la nariz, la piel suave, y es, con mucha diferencia, la mujer más joven de toda la sala.

Al igual que la mayoría de los afganos, no sabe su edad “18, o tal vez 19”, se aventura a decir cuando le pregunto.

Mientras mira moverse a la pequeña niña a la que acaba de dar a luz, Farzana sigue ensimismada. Es como si aún no se hubiera hecho a la idea de lo que acaba de ocurrir.

El parto fue largo, como suele ocurrir en los primeros embarazos. El cuello de su útero se rompió y tuvieron que ponerle puntos, sin embargo ya le han dicho que no será necesario realizarle una cirugía. Cuando le pregunto cómo se encuentra, Farzana me describe el parto como un momento doloroso, difícil, y en el que reconoce que tuvo “miedo”. Me dice que no piensa que estuviera preparada para algo así y reconoce que el miedo a lo desconocido llegó a atenazarla. El dolor que sentía le provocaba bastante ansiedad, confirma la matrona de MSF.
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Una unidad “canguro” para las madres de Kabul. El reto de dar a luz en Afganistán. Parte 1

Elodie Barniet, enfermera pediátrica de MSF.

De octubre de 2014 a enero de 2015, la enfermera pediátrica Elodie Barnet, colaboró en la apertura de la maternidad de MSF en hospital de Dasht-e-Barchi, uno de los barrios más pobres de Kabul, la capital de Afganistán, donde la mayoría de las familias no pueden permitirse pagar por una atención sanitaria privada.

La maternidad incluye una unidad de cuidados intensivos neonatales (UCIN) y una sala de cuidados a través del método “canguro” en donde se hacen cargo de las posibles complicaciones que puedan surgir.

Maternidad de MSF en Kabul. Fotografía de Mathilde Vu/MSF
Maternidad de MSF en Kabul. Fotografía de Mathilde Vu/MSF

En Dasht-e-Barchi, el cielo suele estar despejado en invierno. Aunque hace frío, hay mucha luz y a lo lejos se pueden ver montañas cubiertas de nieve. Por la mañana se puede oír la llamada del muecín entre el ruido de los coches y las motos. Es entonces cuando la ciudad se despierta, muy poquito a poco y mientras el sol se levanta, impregnada de los aromas de las especias y del olor a carne a la parrilla que llegan hasta el hospital desde el mercado vecino.

Estuve allí durante casi 4 meses y una de mis principales misiones fue la de iniciar y formar a un equipo sanitario sobre el “método canguro”, que consiste en colocar a los bebés prematuros en contacto piel con piel con sus madres para promover los vínculos afectivos, la lactancia materna y reducir la estancia hospitalaria. Es una técnica de tratamiento sencilla: el contacto directo permite a los niños mantenerse calientes y ganar poco a poco el peso necesario para llegar a ser capaces de mamar por sí solos.

La unidad de cuidados intensivos neonatales (UCIN) que hemos montado ofrece atención gratuita para los bebés que nacen con bajo peso, para los recién nacidos prematuros, para los bebés con infecciones respiratorias o fiebre, para los que tienen retrasos en su crecimiento y para aquellos que no logran tomar leche materna. Y se quedan allí hasta que adquieren el peso suficiente para ser dados de alta.

Debido a la falta de instalaciones y a una costumbre cultural que está fuertemente arraigada, más de la mitad de las mujeres afganas dan a luz en casa. Por ese motivo, este tipo de atención médica para los recién nacidos es muy necesaria, especialmente ante posibles complicaciones.  Además, recibir asistencia sanitaria durante un parto puede llegar a costarle a la familia entre 800 y 1.000 afganis (entre 10 y 20 euros), y aunque puede parecer que no es mucho, aquí muchas personas viven con el equivalente a un euro al día, así que para ellos sí que es una cifra elevada.

Más de 30 partos diarios

Los últimos días de enero, tuvimos un promedio de 30 partos al día, para un total de 739 alumbramientos a lo largo del mes, aunque, cuando empezamos a dar asistencia, habíamos previsto que “sólo” tendríamos unos 600.  Afortunadamente, el porcentaje de complicaciones es, como máximo, del 30%. Una vez que han dado a luz, es muy difícil conseguir que las madres permanezcan en el centro más de unas pocas horas. Suelen irse rápidamente a sus casas para seguir cuidando de sus familias.

Instalaciones en la maternidad de MSF en Kabul. Fotografía de Mathilde Vu/MSF
Instalaciones en la maternidad de MSF en Kabul. Fotografía de Mathilde Vu/MSF

Las mujeres suelen acudir acompañadas por su madre o su suegra, así como por su esposo u otro hombre de la familia. Si hay alguna complicación, necesitamos el consentimiento de un hombre para realizar una cesárea. Esto ocurre por ejemplo cuando hay un prolapso del cordón umbilical; es decir, cuando el cordón sale antes que el bebé.

Cuando eso sucede, la cabeza puede llegar a comprimir el cordón, cortando el suministro de sangre y por lo tanto de oxígeno para el bebé. Y esa es una situación que requeriría claramente una cesárea de urgencia.

Una de las emergencias obstétricas que tratamos durante aquellos meses fue el caso de Janbakht*, una mujer afgana de 28 años que había estado tratando de tener un hijo durante los últimos diez años. Había tenido varios abortos involuntarios o había alumbrado siempre a un feto muerto.  Su cuello uterino ya estaba completamente dilatado cuando llegó, pero una vez más el bebé no respiraba al nacer. Le reanimamos usando la técnica de RCP (respiración cardio-pulmonar) y, tras diez minutos que se hicieron eternos, el bebé por fin comenzó a respirar. Lo trasladamos a la UCIN, donde le mantuvimos el oxígeno. Debido a esos primeros problemas respiratorios, el recién nacido no podía tomar pecho, así que durante varios días le alimentamos con la leche de su madre por sonda nasogástrica. A pesar de que estaba mejorando, no conseguíamos que se despertarse…  

Finalmente, casi una semana después, de repente lloró y abrió los ojos. Fue un momento de intensa alegría para su madre. Al poco, pudimos empezar a darle leche con una cuchara. Tardó dos semanas en poder tomar el pecho por su cuenta, y aún necesitaba oxígeno. Al final, y tras veinte días, pudo respirar por su cuenta. Su madre, feliz y orgullosa, pudo llevárselo a casa.

Las madres permanecen en el centro durante muy pocas horas

Nuestras matronas se quedan con las madres durante el parto, hablando con ellas y animándolas hasta que dan a luz. En algunos casos, estar con ellas, puede ser muy importante.

Una noche, Azra* llegó sola al centro de maternidad de MSF. No sabía dónde estaba su marido. Estaba agotada y nerviosa, porque había tenido que dejar su hija de dos años en casa sola. Su cuello uterino estaba completamente dilatado, así que la pasamos a quirófano de inmediato para que pudiera dar a luz.

El bebé pesó más de 4 kilos, y al nacer, descubrimos que tenía riesgo de sufrir una hipoglucemia. Esto ocurre a menudo cuando la madre es diabética. Los recién nacidos producen una gran cantidad de insulina para regular su nivel de glucosa, por ese motivo hay que alimentarles rápidamente a través de una dieta variada y rica para que puedan seguir produciendo insulina y tener el mismo nivel de consumo de glucosa.

Desde el mismo momento en el que su madre pudo amamantarle, empezamos a darle también agua azucarada. Quisimos mantener en observación tanto a la madre como al niño durante al menos 24 horas, pero la madre nos dijo que tenía que marcharse de vuelta a su casa para cuidar de su hija mayor. Así que le dimos una comida caliente y un par de cositas para el bebé. Dos horas más tarde, la vimos marcharse y ya nunca regresó.

Nuestra maternidad tiene cuarenta y dos camas, de las cuales diez están en la UCIN y cinco en la unidad “canguro”.

Elodie Barniet, enfermera pediátrica de MSF en la maternidad de Kabul. Fotografía de Mathilde Vu/MSF
Elodie Barniet, enfermera pediátrica de MSF en la maternidad de Kabul. Fotografía de Mathilde Vu/MSF

El equipo consta de treinta matronas, ocho ginecólogos, nueve enfermeras quirúrgicas, cuatro ayudantes de anestesista, doce enfermeras neonatales que facilitan cuidados intensivos, y tres pediatras. Además hay aproximadamente otras sesenta personas trabajando en el centro: trabajadores de esterilización, personal de mantenimiento, traductores, encargados de los ingresos, de la información y de la administración de personal.

En total, cerca de 170 empleados afganos y una decena de trabajadores internacionales están dedicados a este proyecto.

Enfermera desde 2008, Elodie Barniet se especializó en el cuidado infantil en 2010, y trabajó durante tres años y medio en los servicios de urgencias pediátricas en París. Hizo su primera misión de seis meses con MSF en 2013, en Chad, en un programa de tratamiento de malaria para niños menores de cinco años.

Su segunda misión con MSF fue en la República Centroafricana, trabajando en el tratamiento de niños con desnutrición. Desde hace unas semanas está de nuevo en terreno en Agok, Sudán del Sur.

 

* Los nombres de las madres han sido cambiados para proteger su anonimato.

En Afganistán, además de en la maternidad en Khost, en el este de Afganistán, MSF también trabaja en el hospital Ahmed Shah Baba, situado en el este de Kabul y en el hospital Boost de Lashkar Gah, en la provincia de Helmand. Por último, la organización gestiona un hospital de traumatología en Kunduz, donde ofrece tratamiento quirúrgico.

En todos estos lugares, MSF dispensa atención médica básica gratuita. Nuestras actividades en Afganistán se basan únicamente en la financiación privada; no se acepta ninguna ayuda gubernamental.

Pakistán: seis meses en una unidad de neonatos

Por Yasmine Ley, doctora de Médicos Sin Fronteras (MSF), en Peshawar, en el norte de Pakistán. Yasmine ha encabezado durante 6 meses la unidad de neonatología del hospital de obstetricia y ginecología de MSF en el norte del país.

La hija de Irfan nació a las 29 semanas de embarazo y sólo pesó 990 gramos. Permaneció durante dos meses en el hospital de MSF en Peshawar, hasta que alcanzó los 1.6 kilos y antes de poder regresar a casa con su madre.
La hija de Irfan nació a las 29 semanas de embarazo y sólo pesó 990 gramos. Permaneció durante dos meses en el hospital de MSF en Peshawar, hasta que alcanzó los 1.6 kilos y antes de poder regresar a casa con su madre.

Irfan, su padre, no había susurrado el nombre de Alá cuando la pequeña nació*. No lo hizo hasta el vigésimo quinto día, cuando estábamos absolutamente seguros de que iba a vivir y no iba a tener secuelas. Fue un momento inolvidable para todos.

Cuando la madre llegó al hospital estaba en su vigésima novena semana de embarazo.

Al nacer, el bebé ni siquiera llegaba a pesar un kilo. Era el bebé prematuro más pequeño que había visto nunca.

De forma inmediata, el equipo médico organizó y puso en marcha la mejor asistencia posible para la pequeña. Le practicamos una transfusión de sangre y la mantuvimos caliente. Afortunadamente, respondió bien. Quería vivir; pero aún no estaba fuera de peligro.

Dos semanas después comenzó a sufrir apnea. Así, me pasé toda una tarde junto a su cama, despertándola cada vez que dejaba de respirar. Fue un momento muy difícil para su familia y para todos nosotros.

La madre, que tenía otros hijos esperándola en casa, permaneció al lado de su bebé en la unidad de maternidad durante semanas. Hasta que llegó el día. Un soleado y frío día de noviembre, Irfan pudo al fin llevar a su esposa y a su hija de vuelta a casa. La niña había ganado algo de peso y había alcanzado los 1,6 kilos. Y fue entonces cuando su padre le susurró en el oído el nombre de Alá y le dio un nombre.
Miles de bebés prematuros

En Pakistán cada año nacen miles de bebés prematuros, muchos mueren por falta de una atención adecuada y de servicios médicos disponibles. En las regiones más remotas, en ocasiones las madres se ven obligadas a caminar durante horas para llegar a un centro de salud. En invierno, el frío y la nieve empeoran las cosas.

La tasa de mortalidad materno infantil en Pakistán es de alrededor de 276 por cada 100.000 nacimientos frente al 4,7 en España. Según Unicef, casi uno de cada diez niños muere antes de su quinto cumpleaños. La mayoría de los fallecimientos están causados por diarrea, neumonía o enfermedades para la que existe vacuna.

Las complicaciones graves también surgen después de que se administre oxitocina a la madre, una hormona que se utiliza para estimular las contracciones del útero y para acelerar el parto; la oxitocina puede mezclarse con diazepam, un ansiolítico utilizado para relajar a las mujeres mientras dan a luz.

El problema es que esta mezcla paraliza, literalmente, la respiración de los recién nacidos. Así, tras el parto, acabamos ingresando a aquellos niños que después de nacer han padecido problemas respiratorios durante varias horas. Debido a la falta de oxígeno pueden sufrir secuelas irreversibles y muchos no sobreviven.

Hospital de ginecología y obstetricia de MSF en Peshawar
Hospital de ginecología y obstetricia de MSF en Peshawar

Pakistán, ha sido mi primera misión con MSF. Como personal médico, estamos allí para facilitar atención, salvar vidas, no para perderlas. Esto ha sido lo más difícil de sobrellevar.

Afortunadamente, tenemos un equipo fantástico: cuatro médicos, ocho enfermeras y ocho matronas trabajan sin descanso para proporcionar a los pacientes el mejor cuidado.

Nuestras prioridades son poner bajo observación durante las 24 horas siguientes al nacimiento tanto a las madres como a los recién nacidos en situación de riesgo, y garantizar su cuidado, limpieza e higiene. Así, hemos conseguido salvar muchas vidas.

La innovación también es importante. En este sentido, MSF ha autorizado a que, en ocasiones, los padres puedan visitar el hospital donde está ingresada su mujer embarazada. El resultado ha sido que se ha reducido el número de mujeres que abandonan el hospital en contra del consejo médico.
Nacimientos múltiples

Aquí no se trata solo de que las mujeres tengan muchos hijos, algunas hasta siete u ocho, sino que, además de los problemas que supone un nacimiento prematuro, a menudo se dan también partos múltiples. Así, en un mes asistimos a tres nacimientos de trillizos. Todos fueron partos naturales.

Por desgracia, en uno de los casos no pudimos salvar a los bebés. La madre estaba embarazada de unas 30 semanas cuando dio a luz; cuando nacieron los bebés aún eran muy pequeños y no tenían los pulmones correctamente formados.

A causa de los escasos historiales médicos y al pobre seguimiento que se realiza durante el embarazo, los equipos médicos no siempre saben la edad exacta de las madres o de los recién nacidos. Esto es más habitual en el caso de las personas que viven en las zonas tribales del país. Muchos pacientes llegan referidos desde el hospital de MSF en Hangu, situado a dos o tres horas de distancia por carretera, ya que allí carecen de unidad de cuidados neonatales.

Si bien existen numerosas maternidades privadas en el distrito de Peshawar, las unidades de obstetricia especializadas son de muy difícil acceso para las mujeres más vulnerables (refugiadas, desplazadas y mujeres sin recursos) o para aquellas que proceden de las Áreas Tribales bajo la Administración Federal (FATA). Además, tienen un coste prohibitivo para las familias o son de mala calidad.

Un día, una mujer dio a luz a gemelos, un niño y una niña. Cada uno de ellos apenas pesaba un kilo. El marido, se trataba de su quinta esposa, sólo había tenido hijas. Fue maravilloso ver cómo, cada vez que venía al hospital, sostenía con ternura a su hija en un brazo y a su hijo en el otro. Se sentaba allí, junto a su esposa, simplemente feliz de ser padre. Fue una imagen muy bonita.

* La costumbre es que el padre o un miembro respetado de la comunidad local susurre el adhan en el oído derecho del bebé.

Hospital de ginecología y obstetricia de MSF en Peshawar
Hospital de ginecología y obstetricia de MSF en Peshawar

 

 

Kahuzi, el monte que todo lo ve

Por Ana de la Osada, enfermera y coordinadora médica de MSF en Kalonge, RDC.

Kalonge. Al fondo, el monte Kahuzi. Foto: Ana de la Osada
Kalonge. Al fondo, el monte Kahuzi. Foto: Ana de la Osada

El monte Kahuzi, un antiguo volcán ya extinguido, es el pico más alto del Parque de Kahuzi-Biega. Desde Kalonge siempre es fácil encontrarlo. Kahuzi conoce todo lo que pasa en este pequeño pueblo de Kivu Sur, en la República Democrática de Congo. Y no es de extrañar, porque desde su cumbre a 3.308 metros seguro que tiene una buena perspectiva. Se podría decir que Kahuzi es “el monte que todo lo ve”.

Kalonge. Foto: Ana de la Osada
Kalonge. Foto: Ana de la Osada

Kahuzi también sabe del ritmo que la vida tiene por aquí. La luz, la lluvia, el sol… todo influye en las actividades de la gente, sobre todo si tenemos en cuenta que aquí, en un mismo día, podemos llegar a tener todas las estaciones del año. Digamos que Kalonge es “térmicamente inestable”, que aquí las apariencias engañan. Conseguir hacer un buen pronóstico del tiempo en este pequeño lugar es todo un desafío, incluso para los meteorólogos más atrevidos.

Sin embargo, eso forma parte de su encanto. Trabajar aquí, como MSF lleva haciendo desde 2008, es en parte un privilegio. Las colinas verdes que nos rodean dibujan un paisaje digno de ver, y el contraste con el marrón de los caminos hace que a veces no sepas hacia donde prefieres mirar. El monte Kahuzi lo sabe y por eso mismo contribuye también con su fuerte presencia a la belleza de este lugar: el sol desperezándose detrás de él, las nubes que muchas veces compiten entre ellas para rodear su cumbre, los cielos rosados del atardecer que hacen que la luz ambiente cambie a un color más grisáceo, los relámpagos que asoman tras las nubes amenazando tormenta…

Kahuzi vigila la base de MSF día y noche. Conoce nuestros movimientos entre la casa y la oficina, entre la oficina y el hospital y nuestras salidas a los pueblos remotos de la periferia.Está al corriente de que dentro de unos meses MSF terminará su trabajo aquí, entre colinas, caminos y gentes amables deseosas de saludarnos. Sabe que nos instalamos aquí de manera temporal, para dar apoyo a una población maltratada por los desplazamientos, ligados siempre a esos episodios de violencia que en este país son tan frecuentes. Sin embargo, ahora la situación es distinta, más calmada y con más recursos a nivel sanitario, lo cual nos ha obligado a replantearnos si nuestra presencia en este lugar sigue siendo indispensable.

Puesto de salud apoyado por MSF en la periferia de Kalonge. Foto: Fernando Calero/MSF
Puesto de salud apoyado por MSF en la periferia de Kalonge. Foto: Fernando Calero/MSF

Llegar a este punto no ha sido fácil y por supuesto hay días o momentos en que te preguntas si realmente deberíamos irnos o si por el contrario sería mejor quedarse, porque al estar inmerso en esta pequeña realidad las cosas se ven desde otra perspectiva. Aquí la objetividad se difumina ligeramente, porque muchas veces no es fácil que la parte racional se anteponga a la emocional, y en el pequeño día a día de Kalonge siempre se viven muchas emociones, buenas o malas, pero emociones al fin y al cabo.

No es fácil decir adiós, al menos nunca lo ha sido para mí. Despedirse de un proyecto, de un lugar en el que llevamos ya seis años, de toda esta gente a la que hemos dado tanto apoyo… pero, ¿quién dijo que este trabajo fuera fácil?

Nuestro objetivo en este tiempo ha sido facilitar a la población un acceso gratuito a la salud y para ello nos hemos sumergido en las actividades del Hospital de Kalonge y de ocho Centros de Salud, distribuidos en diferentes pueblos, en los que se da una atención primaria.

Mi posición como coordinadora del equipo médico del proyecto me ha dado la oportunidad de tener una visión global de las dificultades que hay a nivel de salud, pero también de todo lo que hemos logrado en este tiempo con nuestro trabajo. Lo que más destacaría es sin duda el apoyo que damos a las mujeres, las grandes luchadoras de una sociedad en las que la discriminación y la desigualdad de género están al orden del día.

La maternidad de nuestro hospital es el servicio con mayor actividad durante todo el año. El número de partos no depende de la estación en la que nos encontremos, y al contrario que otras enfermedades como la malaria o las infecciones respiratorias, ni la lluvia ni la estación seca dan tregua a nuestras mamás. Para que os hagáis una idea de lo frenético del ritmo, en Kalonge tenemos una media de 9 partos al día… lo cual supone que cada año unas 3300 mujeres dan a luz aquí.

El primer bebé nacido en la nueva maternidad. Foto: Ana de la Osada
El primer bebé nacido en la nueva maternidad. Foto: Ana de la Osada

Hace poco hemos terminado, gracias al apoyo y trabajo de nuestro equipo logístico, un nuevo edificio para la maternidad y la neonatología. Ahora hay más espacio las mamás y los bebés, más luz para levantar el ánimo en las situaciones difíciles, mayor capacidad para atender más pacientes. El día en el que “nos mudamos” al nuevo edificio fue emocionante: durante unas semanas tuvimos que trasladar la maternidad a una gran tienda de campaña, con las dificultades e incomodidades que eso conlleva para todo el personal médico y sobre todo para las mujeres que venían a parir al hospital. Sin embargo, los esfuerzos valieron la pena. Durante la mañana en la que estuvimos trasladando todo el material al nuevo edificio, una mujer se puso de parto, así que ese mismo día pudimos inaugurar el paritorio. Para mí fue una satisfacción pensar en la suerte que tuvo esa mamá al poder dar la bienvenida a su bebé en esa estructura nueva y confortable que habíamos construido. Fue nuestro primer bebé de la nueva maternidad y todos los que estábamos allí presentes. ¡Os podéís imaginar la enorme sonrisa que teníamos en la cara!

Las circunstancias y los contextos cambian, y nosotros estamos obligados a plantearnos a estar presentes allí donde más se necesite, donde vayamos a tener más impacto. Ojalá pudiéramos llegar a todo, pero no es así, y eso nos obliga a priorizar.

Mientras tanto, hasta la despedida, seguimos teniendo un gran trabajo por hacer: luchar contra reloj por dejar las cosas bien terminadas y dar el apoyo necesario para que tras nuestra salida las cosas puedan seguir rodando, que al fin y al cabo eso es lo más importante.

Recién nacido en la maternidad de Kalonge. Foto: Fernando Calero/MSF
Recién nacido en la maternidad de Kalonge. Foto: Fernando Calero/MSF

Nos vamos despidiendo paulatinamente y de manera programada. Cuidar la percepción que la población tiene de nuestra salida es ahora una de nuestras prioridades, porque pese a que dentro de poco ya no estaremos en Kalonge, MSF continúa trabajando en este inmenso país, lleno de necesidades que cambian día a día. El seguir siendo aceptados es parte fundamental para que podamos trabajar de la mejor manera posible.

Nosotros nos iremos, pero quiero pensar que un gran poso del trabajo que MSF ha hecho aquí también quedará: mujeres embarazadas que han podido parir en una estructura de salud en lugar de en una casa, niños a los que hemos curado de esa enfermedad tan terrible y a la vez tan fácil de tratar (cuando se tienen los medios) que es la desnutrición, personas desplazadas a las que les hemos facilitado el acceso a la salud…

Pese al paso del tiempo, el monte Kahuzi seguirá dominando el paisaje, vigilando todo lo que pasa por Kalonge. Y si en algún momento se da cuenta de que MSF tiene que volver, así nos lo hará saber.

La remota Bibwe

 Por Angeline Wee (médico de MSF en Kitchanga, República Democrática del Congo)

Una de las áreas en las que trabajamos cuando estamos en la montaña congoleña es una aldea llamada Bibwe. Es remota. Apenas hay vehículos que lleguen hasta allí y hay una densa vegetación a ambos lados de la carretera. Somos la única ONG que trabaja en la zona. Otra organización no gubernamental ha rehabilitado la carretera justo hasta Bibwe. Es fascinante ver donde termina la carretera y comienza el bosque.

Durante el último año, nuestro equipo había estado haciendo semanalmente clínicas móviles en Bibwe. En marzo, después de intensos trabajos de reparación y construcción, finalmente se estableció un centro de salud permanente que ofrecía un paquete básico de atención primaria de salud, atendida por enfermeras del Ministerio de Salud.

Poco después, comenzaron los enfrentamientos entre los diferentes grupos armados. Cientos de familias abandonaron Bibwe para  ir a aldeas más seguras y el pueblo fue saqueado. Nuestro personal también se vio obligado a evacuar por seguridad. El centro de salud fue saqueado dos veces… medicamentos y muebles robados… el sistema de agua y saneamiento destrozado… Los asaltantes rompieron el hormigón que cubre los depósitos de desechos pensando había dinero escondido, destrozaron el depósito de agua con machetes, rompieron las letrinas, robaron los techados de plástico…

Al final pudimos volver a Bibwe en mayo. Fue un comienzo muy lento ya que nuestros viajes se vieron interrumpidos a menudo por razones de seguridad y el centro de salud sólo podía funcionar como un puesto con los servicios más básicos. Fue una época frustrante para todos.

La asistencia en los partos es una parte integral del proyecto.  Sin embargo, no fuimos capaces de proporcionar este servicio durante varias semanas, ya que no contábamos con materiales adecuados. Se les pidió a las mujeres que fueran a parir a Mpati, donde hay un centro de salud al que también apoyamos. Pero para llegar hay a Mpati desde Bibwe, hay que caminar más de 2 horas. Esto y la inseguridad hizo que las mujeres prefirieran dar a luz en su casa.

Pasear por Bibwe era muy triste. Lo que antes era un pueblo animado había quedado reducido a una colección de casas quemadas. Un día, charlé con algunas mujeres que volvían de sus campos de cultivo. Se dirigían a Mpati. Les pregunté si el viaje era seguro. Se encogieron de hombros, sonriendo. «Depende de la suerte que tengamos. A veces nadie nos detiene. A veces nos detienen hombres armados y nos pueden robar todo o nos dejan algo. No son violentos siempre y cuando hagamos lo que ellos digan. Ya nos han robado todo el maíz, pero al menos nos quedan otros cultivos «.

Algunas semanas después, por fin conseguimos recuperar los tanques de agua, muebles y otros materiales. Hemos empezado a nuestros servicios de maternidad y volvemos a ser un centro de salud.

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Fotografía: Mujeres a la espera de ser atendidas en Kivu Norte, República Democrática del Congo (© Peter Casaer).

 

MSQ: Médicos Sin Quirófano

Por Rocío Raya (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras)

Inauguramos en este blog una serie de posts sobre República Democrática del Congo, y me han encargado el primer capítulo, que escribo a mi vuelta de este país en el que acabo de pasar seis meses, trabajando como enfermera en el proyecto de MSF en Kalonge.

Tengo los recuerdos muy frescos aún. Recuerdo por ejemplo la mañana en que me senté en la arena para decir adiós a la inmensidad del lago Tanganika. Y también la sala de espera del aeropuerto de Bujumbura, en Burundi, viendo pasar las horas y deseando que llegara el momento de estar en casa… tras un periplo por los cinco aeropuertos de rigor. Es precisamente en este aeropuerto donde escribí algunas de las cosas que quería compartir con vosotros.

Un día cualquiera, más o menos un mes antes de irme, volvíamos de la periferia después de hacer la supervisión de uno de los centros de salud. Con nosotros traíamos a una mamá que estaba a punto de dar a luz, y como el parto se presentaba complicado y no queríamos arriesgarnos a que pasara nada, valoramos la situación y decidimos trasladarla al hospital. El que acabara dando a luz dentro del coche (que es un todoterreno en el que llevamos una maleta para las urgencias y que nada tiene que ver con una ambulancia) me pareció algo así como emocionante, un poco arriesgado, y finalmente emotivo.

Pero lo que nos pasó apenas unos días después, eso sí que fue algo digno de contar, al menos a mí me lo parece: todavía no tengo la experiencia que tienen algunos de mis compañeros de MSF, gente que está acostumbrada a practicar cirugía de guerra, o a hacer toda clase de intervenciones quirúrgicas en lugares recónditos donde los medios escasean.

Como cada día, llegamos al centro de salud temprano por la mañana para comenzar nuestras actividades diarias. Esta vez, Hervé, que es el médico del equipo, nos acompañaba para trabajar en varios aspectos que servirían para mejorar la maternidad. Recuerdo que en aquel momento pensé que no estaba nada mal tener un médico a tu lado de vez en cuando… ¡sobre todo porque, en una zona que cuenta con más de 100.000 habitantes, sólo hay tres médicos….y los tres están en el hospital!

Nada más llegar, nos pidieron que pasáramos a ver a una mamá que acababa de llegar a la maternidad. Como es habitual, en los centros de salud siempre hay algún caso un poco complicado que tenemos que referir al hospital, pero Hervé nos dijo que aquella mujer estaba a punto de parir, así que había que atenderla en ese mismo momento.

Como muchas mujeres africanas, la mamá tenía muchos antecedentes en su contra por haber sufrido demasiados embarazos, demasiadas cesáreas y demasiados abortos, y no podría soportar un traslado al hospital porque su útero, cicatrizado y cansado después de siete embarazos, tenía muchas posibilidades de romperse… lo que conllevaría la muerte inmediata del niño y por supuesto de ella.

Así que como se suele decir allá en mi casa, nos liamos la manta a la cabeza y empezamos a montar un quirófano improvisado para realizar una cesárea de urgencia, en una habitación con una camilla de partos, una estantería, y una pequeña ventana que dejaba pasar, la verdad, muy poca luz.

Reunimos material del centro, le añadimos el que llevábamos en nuestra maleta de urgencias, y en cinco minutos estábamos listos. Hervé de cirujano, Christophe de enfermero instrumentista, y yo con la anestesia. La otra enfermera, Colette, circulando para arriba y para abajo, y la matrona esperando su bebé, que como era de prever necesitó ser reanimado después de sacarle tan bruscamente de su bañerita caliente…

Hubo un momento de tensión, por la condiciones en las que nos encontrábamos y por la gravedad de la situación, pero cuando el pequeño comenzó a llorar, todos respiramos. Y cuando poco después la mamá empezó a despertarse y, aunque dolorida, a buscar a su bebé sin comprender muy bien de qué manera había llegado a sus brazos, todos sonreímos.

Al cabo de unas horas nos fuimos hacia el hospital. La mamá y el bebé recibieron todos los antibióticos del mundo y todos los cuidados necesarios para evitar una infección… ¡y se recuperaron sin problemas!

Como es tradición después de estos casos, se nos concedió el honor de ponerle el nombre oficial al bebé (el nombre tradicional se lo pondrían sus padres). Dado que el bebé que nació en el coche se llamó Sheria, como el conductor, pensamos que el bebé de la cesárea de urgencia debería llamarse Hervé, como el médico sin quirófano que le había salvado la vida. Sin embargo, al final lo pensamos de nuevo entre todos y decidimos llamarle Bahati, que en swahili quiere decir “suerte”. No es el primer niño nacido en uno de nuestros proyectos que se llama así…

Ahora que lo veo todo en la distancia, creo no hay nombre mejor en el mundo para este niño. No estoy ni contenta ni triste por haber vuelto, tampoco indiferente, pero sí estoy completamente convencida de que después de haber pasado seis meses en Congo, y de haber comenzado a balancearme entre las dificultades y las maravillas de este país, algún día regresaré. Hay demasiadas necesidades a la vuelta de la esquina como para darles la espalda, como para olvidar, como para hacerlas invisibles… y también hay demasiadas cosas bellas como para no echarlas de menos.

Termino este post, pero mi compañera Stella Evangelidou, técnico de salud mental, va a tomar el relevo en unos días para seguir contándoos de Kalonge y de los muchos desafíos a que nos enfrentamos en la República Democrática del Congo.

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Foto 1: Centro de salud en la periferia (Kalonge, RDCongo).

Foto 2: El atasco de los todoterrenos de MSF en las embarradas carreteras de Kalonge es habitual.

Foto 3: Madre y su bebé, centro de salud de MSF en Kalonge.

Todas: © Rocío Raya.

Son las 6:30

Por Patricia Lledó (Liberia, Médicos Sin Fronteras) 

Son las 6:30 AM. Suena mi despertador… me levanto y me pongo la preceptiva camiseta de MSF de la que estoy tan orgullosa, mis pantalones de quirófano y mis amados zuecos. ¡Vaya, ha sido una buena noche! Sólo me llamaron a medianoche para hacer un legrado de una pobre adolescente que se desangraba por intentar quitarse de encima su embarazo en casa. Pero todo se resolvió con muchas bolsas de sangre, y para la una y media estaba durmiendo a gustito en casa.

Salgo del cuarto y me dirijo a la cocina de nuestra casita, donde Luigi, el anestesista italiano que nos han enviado por un mes,  ya está preparando el café. Mmmm, qué rico huele… Mmmm… “Ring, ring”… Ya suena de nuevo mi teléfono… Paciente convulsionando en la maternidad, no saben si respira, pero su pequeño corazón aún late buscando una oportunidad. El sueño del cafecito se esfuma y me monto a toda prisa en la ambulancia.

Ponemos la sirena y con un sonido infernal volamos a 80 por hora (quién iba a decir que justo ahora empiezo a ser una cagueta por ir a estas velocidades en una carretera llena de baches…). Hoy, un nuevo récord: hemos llegado al hospital en ocho minutos a costa de haberme dejado la coronaria hace un kilómetro más o menos. Cesárea urgente, madre y niño vivos aunque, como se dice aquí, “trying”: vamos, que habrá que ver…

Ya son las 7.40 y me voy volando a la reunión de la mañana en la que los Physician Assistant (una figura a medio camino entre el enfermero y el médico que África se inventó para suplir la falta de médicos) hacen el cambio de turno. Desde hace cuatro semanas, nos peleamos con una epidemia de sarampión que se ha llevado por delante a unos cuantos niños. Hemos tenido que montar tiendas de aislamiento de emergencia en el descampado de enfrente del hospital: empezamos por una y ahora son tres. Aquí nadie vacuna y la realidad es que cada día las tiendas de campaña están más llenas, y la morgue más llena de pequeños bultos envueltos en telas coloridas.

En ginecología, durante la noche, partos mil y alguna malaria, pero en la urgencia acaba de entrar una paciente pendiente de ingresar a la que quieren que veamos inmediatamente. Alice, la otra ginecóloga, y Sebas, el pediatra, me han traído un sándwich para desayunar y mi cepillo de dientes (que saben que soy muy maniática con estas cosas y la verdad es que no sé qué haría sin ellos…).

Alice se queda poniendo orden en la maternidad y yo me voy a la urgencia. Diana, de 17 años, se ha tomado lo que aquí llaman un “bazoca africano”, una mezcla de hierbas locales que, según acierto a entender, contiene ruda (una planta) y algún derivado ergotamínico, y que se ingieren o se ponen dentro de la vagina para abortar.

La niña no está consciente y boquea mientras intenta luchar contra el síndrome tóxico que le han provocado las hierbas del infierno. Está taquicárdica, y un minuto más tarde se nos para. La reanimamos una vez, y responde, lucha de nuevo y esta vez la desesperación que la empujó a tomar este mejunje gana, y se vuelve a parar. No la sacamos adelante ni con toda la adrenalina y atropina del mundo.

Le quito la vía que le hemos intentado poner, le cierro los ojos y me giro para hablar con la familia, que ya sabe lo que les tengo que decir. No derraman lágrimas pero, cuando me dirijo a la planta de ginecología, oigo los gritos desde la calle. Aquí la muerte es frecuente y se expresa con gritos de desesperación y no con lágrimas.

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Foto: Intervención quirúrgica en el Hospital Benson de MSF en Monrovia (Liberia). © Juan Carlos Tomasi.