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Archivo de marzo, 2020

Nueve años de guerra en Siria: de la pérdida a los sueños sin fin, la historia de Nour

Por Lina Alqassab y Rasha Alsabbagh, UNICEF Siria

Mi mayor pérdida fue mi madre. Nos quería muchísimo”, cuenta Nour, de 16 años. Pero la muerte de su madre es solo una de las muchas pérdidas a las que se ha enfrentado ya, más que los años que tiene.

En 2011 la violencia obligó a Nour y su familia a huir de su hogar, en un barrio de Homs, Siria. Buscaron refugio en Ar-Raqqa, al noreste del país.

Nueve años de guerra en Siria: de la pérdida a los sueños sin fin, la historia de Nour

Nour frente a su casa en Homs (Siria), destrozada por la guerra. /©UNICEF/Syria/2020/ Abdulaziz-Aldroubi

“Nos apretujamos todos en un coche, apenas teníamos espacio para todos”, recuerda. La familia fue la penúltima que abandonó la zona.

“Estar fuera de casa, lejos de mis vecinos y mis amigos, no fue fácil. Me sentía aislada”.

Nada más llegar a Raqqa, los padres de Nour matricularon a sus hijas en la escuela. Estaban decididos a asegurarse de que sus niñas continuaban su educación, y querían devolver algo de normalidad a sus vidas. Pero la normalidad duró poco, y en 2013 la madre murió a causa de un cáncer.

Un año después, el padre de Nour tuvo que tomar una decisión muy dura. La envió de vuelta a Homs. Tuvo que mandarla de una ciudad asolada por la guerra a otra para que recibiera la atención médica que necesitaba. En Raqqa Nour, que sufría grandes dolores en su rodilla derecho, soportó la agonía de numerosas visitas médicas y la ausencia de un nivel adecuado de atención sanitaria.

En 2015, en ausencia de su madre, Nour fue a Homs con su tía para que la vieran más médicos. Allí sufrió otra pérdida. Le tuvieron que amputar la pierna derecha debido a complicaciones médicas. Nour se quedó con su tía para recuperarse.

Pasó los dos años siguientes lejos de su padre y hermanas. No iba a a escuela. Perdió años de aprendizaje a la vez que aprendía ella sola a gestionar la pérdida de su pierna.

“Tuve que acostumbrarme a caminar con muletas, y también a las miradas de la gente”, recuerda. “Pero la vida sigue. Nunca pondré límites a mis sueños”.

Gracias a esta actitud y a su determinación, pudo superar todas las dificultades. En 2017, aprovechando un respiro del a violencia, su padre y sus hermanas volvieron a asa. Con su apoyo, y gracias a un programa de UNICEF de aprendizaje intensivo, Nour volvió a la escuela. Ahora recupera los cursos perdidos mientras su padre trata de reconstruir su hogar.

“Soy muy optimista, sé que la educación puede ayudar a los niños a cumplir sus sueños”.

A Nour le gustaría continuar con su educación. Sueña con ser psicóloga para ayudar a su comunidad. También cree que el apoyo psicológico puede ayudar a aliviar el impacto que están teniendo sobre los niños los ya 9 años de un conflicto brutal.

364 días para seguir avanzando

Por Alfonso Hernández, portavoz de Campañas de Sonrisas de Bombay

«Yo solía ser muy tímida y callada, casi no hablaba con nadie. Pero ahora tengo confianza en mí misma y hablo con cualquiera. Nunca pensé que siendo ama de casa algún día llegaría a ser profesora, y que en mi barrio me reconocerían por la calle.

Quien dice estas palabras es Manda Baburao, una maestra india de 39 años que trabaja en un parvulario de Sonrisas de Bombay. Ella es una de las muchas mujeres para las cuales un trabajo es mucho más que una forma de ganarse la vida. Significa ser respetada y valorada por la sociedad. Lo contrario supondría estar silenciada, prácticamente no existir.

Manda siempre había querido dedicarse a la enseñanza y educar niños en un parvulario, pero para llegar hasta ahí tenía que superar una serie de obstáculos que los hombres no encuentran. Se topó con el primero nada más casarse. Su vida tenía a ser lo que se esperaba de ella: ser una buena esposa y madre, cuidar de la casa y servir a su marido. El segundo, la formación. Nadie le había preguntado si quería seguir estudiando, simplemente el futuro lo deciden otros. El tercero, su familia; la presión social para casarse… Y así sucesivamente.

En la sociedad india, como en otras muchas, los esquemas tradicionales están tambaleándose ante una ola imparable. Una ola que viene cargada de igualdad, de derechos y lo más importante: de una convicción radical de justicia. Por eso también es una ola silenciosa y pacífica. La victoria de esta lucha es precisamente su naturalidad. Es inevitable.

Cada vez más mujeres en la India están asumiendo y comprendiendo que son iguales y tienen los mismos derechos reales que los hombres. Asumen cada vez más protagonismo sobre sus vidas, con o sin permiso. Un signo de que algo está cambiando en la compleja sociedad india es, precisamente, que los hombres comienzan a apoyar o al menos no obstruyen a la mujer, de la misma manera que las familias son cada vez más comprensivas y tolerantes con la voluntad de sus hijas y lo que quieren hacer con sus vidas.

Al menos ha sido así para Manda y muchas de sus compañeras en otros parvularios. Ellas son la primera generación de mujeres que se han puesto a trabajar y no han pedido permiso a sus maridos. Pero esto sigue siendo poco frecuente en un país en el que solo el 41% de las mujeres admiten tener libertad de movimiento y poder ir libremente a cualquier parte; donde el 53% tiene acceso y maneja una cuenta bancaria personal o un escaso 46% tiene su propio teléfono móvil*.

Manda y sus compañeras han tenido que romper sus propios prejuicios, su inseguridad, atreverse a hacer algo que antes ninguna mujer en su familia había hecho. Y las fuerzas para dar ese paso provienen de una lucha compartida que se ha ido fraguando a lo largo de las generaciones. Insistiendo para ir a la escuela, negándose a aceptar un matrimonio concertado, no conformándose con un futuro ya marcado. Convenciendo a sus familias y maridos para seguir sus propios caminos. Escapando de la violencia, de una eventual red que acabara explotándolas con fines sexuales… En definitiva, recordando las injusticias que sufrieron sus madres, abuelas y bisabuelas y construyendo un camino con su legado.

Por eso es tan importante para Manda no su profesión, fuese maestra, cocinera o abogada. No el qué sino el cómo ha llegado hasta ahí y lo que simboliza. A partir de Manda ya nada será igual, porque sus hijas crecerán en otro sistema de valores, que las generaciones anteriores fueron tejiendo a base de muchas derrotas y algunas victorias.

El Día de la Mujer, en la India, se celebra la lucha silenciosa de millones de mujeres que han removido los cimientos sobre la igualdad de género en este país. Queda mucho por hacer aún, y para eso está el resto del año. Como dice Manda, «a las mujeres siempre nos dan órdenes, nos dicen que hay que hacer esto o lo otro. Yo pienso que las mujeres tenemos que ser respetadas siempre y que eso se tiene que celebrar todos los días. Celebrar el Día de la Mujer sólo durante un día no es suficiente«. En efecto, hay que luchar todo el año.

* (National Family Health Survey-4. Ministry of Health and Family Welfare. Gobierno de India).