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Leona, Sonrisas de Bombay y Arquitectura sin Fronteras.

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¿Refugiados, migrantes o personas?

Unni Krishnan, Director de Respuesta ante Desastres de Plan International

“We know where we´re going… We know where we´re from”, cantaba Bob Marley en un contexto y una era diferentes.

Este año 2015  miles de personas, muchas de ellas niños y niñas, han huido de sus hogares en un éxodo global. Son personas que saben de dónde son, algunas sabían su destino, pero no todas lo han logrado. Más de 3.580 personas han muerto o desaparecido en el mar Mediterráneo, y cientos de refugiados siguen atrapados entre los estrictos controles fronterizos.

Siria es el escenario de un conflicto cuya violencia y sufrimiento ha afectado y afecta a 13.5 millones de personas, de las cuales la mitad son niños y niñas. El mundo está siendo testigo del mayor desplazamiento de personas desde la Segunda Guerra Mundial.

Plan International trabaja para proteger a los niños y niñas refugiados sirios. Copyright Plan International

Bombardeos, balas y barcos

Selam es una niña de 10 años procedente de Damasco. Los continuos bombardeos llevaron a su familia a tomar la decisión de huir. Desde Turquía, cogieron una embarcación hacia las costas griegas pero tras dos horas de navegación el barco se hundió. Los guardacostas griegos les rescataron y les llevaron a la isla de Lesbos desde donde fueron traslados a la península en ferry. “Las bombas eran peores que el barco hundiéndose”, afirmaba Selam.

Su historia es solo un ejemplo del sufrimiento generalizado de todos los niños y niñas que han tenido que abandonar sus hogares, su cultura y su infancia . ¿Por qué la humanidad sigue sin abordar la crisis de los refugiados y migrantes? Las discusiones en torno a este tema se centran en la definición que se da a las personas que llegan a Europa, bien como refugiadas -persona obligada a dejar su país para escapar de la guerra, la persecución y la violación de los derechos humanos-, o bien como migrantes -persona que llega a otro país en busca de un trabajo y unas condiciones de vida mejores-.

¿Realmente importa esta diferenciación? Los términos deshumanizan a los miles de niños y niñas, así como a familias cuya crisis humanitaria ha llegado a nuestro continente. La guerra y la violencia han puesto fin a la vida de muchos niños y niñas que no podrán volver al colegio a corto plazo o que no volverán a ver a sus amigos o familiares.

Copyright Plan International

Necesitamos más

Entre 2014 y 2015, unas 900.000 personas han llegado a Europa cruzando océanos en peligrosas embarcaciones, atravesando campos desiertos y haciendo largas colas en los controles fronterizos. El 51% de las personas que han sobrevivido a la travesía provienen de Siria. El éxodo de nuestro tiempo se guía por la esperanza, el instinto de supervivencia y, normalmente, un teléfono móvil.

Esta situación  internacional precisa comprensión, respeto y el cumplimiento de las leyes internacionales que protegen los derechos de refugiados, migrantes y, en definitiva, de todas las personas. La Carta Humanitaria recuerda al mundo que los derechos, la ayuda, la dignidad y el respeto hacia las personas son inseparables. Las Leyes Humanitarias Internacionales dictan la protección de todos los civiles, especialmente de las mujeres y los niños y niñas.

Sin embargo, las dificultades legales y la semántica no deberían entorpecer las acciones políticas. La asistencia humanitaria y la protección son derechos que todo el mundo debería respetar. Según Antonio Guterres, Alto Comisario para los Refugiados de la ONU, “nos encontramos ante una batalla de valores: la compasión contra el miedo”.

La riqueza de la humanidad se centra en la compasión y la preocupación por otros seres humanos por lo que deberían priorizarse los valores que sirvieron para crear las reglas y leyes.

Avanzando

La coordinación, coherencia y humanidad para responder a la crisis de los refugiados ha fallado. La falta de acciones por parte de los gobiernos quedará en la memoria colectiva, pero también lo harán las respuestas que todavía se pueden tomar.

Las políticas del miedo tienen que dejar paso a la esperanza fundada en la educación sobre cómo recibir a los refugiados. La organización en defensa de los derechos de la infancia, Plan International, presta ayuda a los refugiados en Alemania y Egipto y tiene previsto desarrollar proyectos a largo plazo ya que esta crisis no va a desaparecer.

Plan International España trabaja desde 2013 en Egipto para ayudar a los niños y niñas sirios refugiados, así como a sus familias, en las provincias del Gran Cairo, Alejandría y Damieta. Según Concha López, directora de Plan International España, es necesario proteger y garantizar los derechos de todos los sirios, pero en particular de las niñas, que son las más vulnerables a sufrir violaciones de sus derechos como la falta de acceso a la educación, el maltrato y el matrimonio infantil.

Plan International trabaja en Egipto para proteger los derechos de los niños niñas refugiados sirios. Copyright Plan International v2

La ONU espera que las cifras de refugiados se mantengan en 2016 ya que “las causas que obligan a las personas a huir van a seguir existiendo”.

El mundo tiene que responder a esta crisis centrándose en la seguridad y protección de los más pequeños, ya que muchos de ellos viajan solos. Además, hay que saber responder a los traumas psicológicos que los bombardeos, la violencia y el miedo vivido en los botes han causado en los niños y niñas.

El año nuevo es una fecha en la que predomina el deseo de construir un mundo mejor. Hay muchas historias de individuos y personas que han mostrado compasión y han ayudado a los refugiados y migrantes que han llegado a Europa, un continente con una larga historia de  acogida de refugiados.

Ningún niño o niña nace con el título de refugiado o migrante. Ningún niño es ilegal. Los menores tienen el derecho de ser cuidados y protegidos. Los gobiernos tienen que centrarse en el cuidado de los que más lo necesitan y dejar a un lado las políticas y los problemas burocráticos. La policía fronteriza necesita mostrar humanidad ya que, después de todo, no somos definidos por cómo describimos a los otros, sino por cómo elegimos responderles.

 

Malaria: una emergencia silenciosa e invisible

Por Sandra Smiley, responsable de Comunicación de MSF en República Democrática del Congo

Son algo más de las ocho de la tarde. Acabo de llegar, jadeando y resoplando, a la base de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Bikenge, provincia de Maniema. El equipo de promoción de la salud – Albert, Daniel y Gaston – está ya allí, esperándome. Van lo suficientemente vestidos, con sus camisas de cuello, como para verse con la reina de Inglaterra; pero hoy nuestra tarea es concientizar la comunidad respecto a la malaria. «Lo siento, llego tarde», les digo sin apenas aliento. «Tuve que responder una llamada de emergencia.»

A medida que recorremos la avenida principal de Bikenge, intercambiamos jambos (“hola” en swahili) con otros peatones. Los ciclistas pasan bamboleándose. No hay coches en estas carreteras: las que conducen a la ciudad son tan malas que sólo los todoterrenos 4×4 las pueden transitar. Como resultado de esto las mercancías se mueven, dentro, fuera y alrededor de Bikenge, casi exclusivamente en bicicletas o en la espalda de alguien.

A la sombra de un bananero nos reunimos una multitud. Los chicos comienzan sus explicaciones. Hablan de que es la malaria: una enfermedad parasitaria transmitida por un mosquito que puede provocar síntomas desagradables. Sin tratamiento se transforma en una patología grave que causa complicaciones, como la anemia. Una vez que la enfermedad llega a este punto puede ser letal.

Daniel explica cómo se manifiesta la malaria en un niño. © Sandra Smiley/MSF
Daniel explica cómo se manifiesta la malaria en un niño. © Sandra Smiley/MSF

Lo que cuenta sobre la enfermedad un superviviente me permite comprender que saben de qué estamos hablando. Conocen que deben usar mosquiteras para protegerse, también saben la manera de identificar la malaria y que deben visitar una clínica médica cuando sus hijos enferman.

Pero el problema es, dicen, que los precios que se cobran por la atención sanitaria son demasiado altos. La mayoría de los hospitales y clínicas de la República Democrática del Congo operan sobre una base de recuperación de costes, lo que significa que, aunque el propio servicio sea formalmente gratuito, el paciente tiene que pagar por todo lo demás: guantes, pruebas, medicamentos… Tratar a un niño de la malaria puede llegar a costar más de 50 dólares, una suma que muy pocos pueden permitirse. Y, para cuando la situación es tan desesperada como para pedir dinero a sus familiares, amigos y vecinos, a menudo ya es demasiado tarde.

La charla pasa a centrarse en los signos y los síntomas de la malaria: falta de apetito, dolor de cabeza, escalofríos y vómitos. Y como si fuera una señal un sonido fuerte y desagradable surge desde el interior de la multitud. Alguien está enfermo. Todas las cabezas se giran hacia la fuente de ese ruido: una niña en brazos de su abuela, escupiendo, con episodios de tos y arcadas.

Desde luego, no soy un profesional de la medicina; mi formación médica se limita apenas a un curso de primeros auxilios y a un par de temporadas de Anatomía de Grey. Sin embargo, sé cuándo un niño está enfermo cuando lo veo. Por eso, pongo la mano sobre la frente de la niña: está caliente al tacto.

«¿Sabéis dónde está el centro de salud de MSF?», pregunto. La abuela dice que sí.

«Vamos. Veamos a las enfermeras de la clínica», le digo. «No le costará nada. Y es mejor hacerlo que lamentarlo”.

Mwinyi, el supervisor de enfermería del ambulatorio termina su papeleo. En un día corriente, más de la mitad de los pacientes a quienes atenderá tiene la malaria. © Sandra Smiley/MSF
Mwinyi, el supervisor de enfermería del ambulatorio termina su papeleo. En un día corriente, más de la mitad de los pacientes a quienes atenderá tiene la malaria. © Sandra Smiley/MSF

Por la tarde, de vuelta a la base, escaneo el último informe de actividad del centro de salud de Bikenge apoyado por MSF. En medio de tablas y gráficos, es preciso destacar un dato en particular: la mitad de los pacientes ingresados en urgencias la semana pasada padecía malaria.

Me gusta pensar que, de donde procedo, si uno de cada dos pacientes que entra en una sala de urgencias sufre de la misma enfermedad, potencialmente mortal pero prevenible, habría una respuesta y una acción masivas e inmediatas. Se llevarían a cabo campañas de prevención a gran escala y la ciudadanía exigiría que se depuraran responsabilidades.

Pero aquí nada de esto sucederá. La población parece haber aceptado que sus hijos enfermen. ¿Y por qué no habrían de tener esa actitud? ¿Qué más pueden hacer? A pesar de la manifiesta necesidad, las mosquiteras no se distribuyen. Las aguas estancadas -auténticas piscinas de malaria- no son drenadas y los centros de salud hacen pagar a gente que no tiene dinero.

Una enfermera toma una muestra de sangre de un niño para realizar  un test rápido de malaria en el área de triaje del centro de salud de Bikenge. © Sandra Smiley/MSF
Una enfermera toma una muestra de sangre de un niño para realizar un test rápido de malaria en el área de triaje del centro de salud de Bikenge. © Sandra Smiley/MSF

Un mes después del terremoto de Nepal: la esperanza que traen las nuevas vidas

Por Matt Crook, comunicación de Plan Internacional

Maya Danukhe dio a luz por cesárea el 1 de mayo

Maya Danukhe dio a luz por cesárea el 1 de mayo en el hospital de Gaurishankar de Dolakha

 

Hoy hemos atendido tres partos, y ayer cuatro”, comenta el doctor Binod Dangal. A pesar de sus 29 años, Dangal dirige el Hospital General Gaurishankar en Dolakha, un distrito rural y montañoso a cinco horas de Kathmandu, la capital de Nepal.

Junto a otros tres médicos, personal sanitario y un grupo de monjas, el doctor Dangal ha estado trabajando a contrarreloj todo el mes, desde que el pasado 25 de abril un terremoto de 7,8 grados sacudió el país y la tierra volvió a temblar de nuevo el pasado 12 de mayo. “Este es el único hospital donde se puede operar en una distancia de 4 o 5 distritos. Trabajamos todos los días”, añade.

Dangal y su equipo de jóvenes médicos trabajan bajo gran presión. Esto ha hecho posible que muchos partos se desarrollen sin incidentes. “La gente confía en nosotros. Por eso vienen hasta aquí”. Por ello, numerosas mujeres embarazadas recorren kilómetros de distancia para dar a luz en este hospital.

Desde las montañas

Nindiki Sherpa, de 35 años, caminó sola durante dos días para poder dar a luz en el hospital. “Después del terremoto, todas las carreteras quedaron destrozadas”, explica Nindiki, con su hija recién nacida a su lado.

El hijo recién nacido de Nimdiki Sherpa, que caminó dos días hasta el hospital

El hijo recién nacido de Nimdiki Sherpa, que caminó dos días hasta el hospital

Bagwati Khadka, de 21 años, dio a luz a su primer bebé por cesárea el pasado 3 de mayo. Su historia tiene mucho de increíble.Estuve caminando durante 4 horas, alrededor de 5 o 10 kilómetros, cuenta. “Después de que nuestra casa fuera destruida por el terremoto, nos refugiamos en un cobertizo junto a ovejas, vacas, búfalos, gallinas y otras 21 personas. Cuando me desperté de la cesárea me asusté al ver las grietas de las paredes”. Esas grietas son solo uno de los muchos desperfectos causados por el terremoto y con los que el doctor Dangal y su equipo tienen que enfrentarse.

Desafíos diarios

Tras el terremoto, el hospital quedó inhabilitado y los pacientes eran tratados en las calles. Tan pronto como el hospital reabrió, una marea de pacientes empezó a presentarse con todo tipo de problemas. “Cuando abrimos atendimos primero a pacientes con traumatismos graves”, explica el doctor Solab Chitrakar, de 26 años. “Tras ellos vinieron heridas infectadas y diferentes dolencias. No estábamos preparados para todo eso. Ahora la mayoría de pacientes vienen con diarreas y deshidratación”.

Con 50-60 pacientes diarios, los médicos y monjas no dan abasto. El hospital y sus instalaciones son reliquias de la historia de la medicina y las réplicas del terremoto empeoran aún más la situación. “La sala de rayos X es tan vieja que nos preocupan los efectos de la radiación. Los pacientes tienen que cubrirse con una tabla de madera y una chaqueta”, añade el doctor Chitrakar.

Nimdiki Sherpa con su hijo recién nacido

Nimdiki Sherpa con su hijo recién nacido

La máquina de rayos X tiene 25 años y está totalmente oxidada, mientras que la sala de operaciones parece no haber sido limpiada en años. “Hay continuos cortes de electricidad. Si la luz se va mientras estamos operando, tenemos que usar el generador que a veces también se apaga,” cuenta Chitrakar. “Tenemos dos ambulancias que no funcionan desde hace unos dos años. Los vecinos han robado algunas de sus piezas para construirse refugios”.

Ante todo este caos, las pacientes embarazadas se convierten en las más vulnerables. Y es que la comida es insuficiente y los riesgos de contraer infecciones, altos. Ni si quiera cuentan con mantas suficientes para los recién nacidos.

Maya Dhanuke, de 20 años, dio a luz por cesárea. Estaba muy contenta porque su hijo estaba sano. Sin embargo, su estancia en el hospital fue de todo menos confortable. “Estoy feliz porque he podido recibir cuidados médicos durante mi parto, pero la cama era muy incómoda y mi habitación estaba llena de grietas”, comentó.

 

Y ahora, ¿qué?

Todos los pacientes, las embarazadas, los que sufren deshidratación o la mujer mayor con líquidos en los pulmones, se preguntan: ¿dónde iremos ahora?

Más del 80% de los edificios de Dolakha han sido destruidos o dañados. Unas 28 instalaciones médicas fueron totalmente destruidas por el terremoto y 18 quedaron afectadas, por lo que los servicios en estas comunidades han quedado muy limitados. La demanda de tiendas de campaña se ha disparado, creando centros sanitarios improvisados.

Bagwati Khadka, de 21 años, madre primeriza después del terremoto

Bagwati Khadka, de 21 años, madre primeriza después del terremoto

Indu Sharma, experta en nutrición y salud de Plan Internacional en Nepal, ha afirmado que lo vital en estos momentos es ayudar a mujeres embarazadas en periodo de lactancia y a niños menores de cinco años. “El estrés provocado por un terremoto aumenta inimaginablemente en caso de embarazo. Mujeres embarazadas y recién nacidos necesitan atención urgente para asegurar que los partos son seguros y que madre e hijo/a evolucionan favorablemente”.

Plan Internacional ha abierto una oficina temporal en Dolakha para cubrir las necesidades de niños, niñas y familias.

Desde el 25 de abril, hemos repartido 26.151 kits de refugio temporal, 11.834 paquetes de comida y 4.700 kits de agua potable y continuamos con las labores de reparto de ayuda de emergencia entre las familias y los niños y niñas más vulnerables.

Mientras el polvo se asienta y los nepalíes comienzan a recuperarse, hay esperanza para esas nuevas vidas y su futuro. “Espero que mi bebé crezca sano y tenga una buena educación. Solo quiero que vaya al colegio,” dice Maya.

Para que niños como el de Maya, el de Bagwati o Nimdiki tengan derecho a la educación, Plan Internacional ha puesto en marcha seis «Espacios Amigos de la Infancia», donde los niños pueden aprender, jugar y divertirse, y prevé desarrollar hasta 100 en todo el país, que tendrán cabida para que más de 20.000 niños y niñas puedan olvidar por un momento que la tierra tembló tan fuerte que les cambió la vida.

Infografía Nepal un mes después Plan Internacional

Infografía Nepal un mes después Plan Internacional

Clínicas móviles en helicópteros para zonas remotas de Nepal

Por Emma Pedley, enfermera de Médicos Sin Fronteras en Nepal

Equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) visitan una aldea en el distrito de Gorkha. © Brian Sokol/Panos

Equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) visitan una aldea en el distrito de Gorkha. © Brian Sokol/Panos

El tiempo disponible para escribir durante los últimos días ha sido escaso. Los expatriados que formamos el equipo de enfermería hemos estado rotando durante estas jornadas en las salidas en helicóptero, que nos permiten realizar misiones exploratorias a zonas que aún no han sido exploradas tras el terremoto, e interviniendo en clínicas móviles en áreas remotas.

Los días que pasamos fuera, en los pueblos de montaña, han sido, por un lado muy estimulantes (no en vano era la primera que subía a un helicóptero) pero, al mismo tiempo, han supuesto una experiencia muy triste y aleccionadora. Muchos pueblos de la zona noreste de Katmandú han colapsado completamente, las casas de piedra y los refugios para animales están destruidos, las tiendas en las que se almacenaban la comida y las cosechas de esta gente están enterradas bajo los escombros.

A pesar de las dificultades a las que se enfrentan, en cada pueblo en el que hemos aterrizado nos ha recibido con abrumadora amabilidad y generosidad, sonriendo y dándonos la bienvenida, “Namasté”, ofreciéndonos sus escasas reservas, durante el tiempo que permanecemos allí con nuestras clínicas. En algunas aldeas al norte, cerca de la frontera tibetana y donde las tradiciones budistas son mayoritarias, nos regalan pañuelos de seda blancos tejidos con mantras, llamados Khata, como señal de respeto y bendición.

Angelo, integrante de uno de los equipos móviles de MSF, saluda y recibe una bufanda denominada “khada” empleada para la oración por parte del líder de la aldea como agradecimiento por la distribución de materiales para reconstruir tejados en el distrito de Gorkha. © Brian Sokol/Panos

Angelo, integrante de uno de los equipos móviles de MSF, saluda y recibe una bufanda denominada “khada” empleada para la oración por parte del líder de la aldea como agradecimiento por la distribución de materiales para reconstruir tejados en el distrito de Gorkha. © Brian Sokol/Panos

 Durante las últimas semanas he estado en unas 25 aldeas donde he escuchado algunas historias que no me puedo quitar de la cabeza: Un muchacho delgado, de unos 18 años, nos contó cómo, durante tres horas y a través de caminos destrozados y laderas cubiertas por deslaves, había llevado a una mujer gravemente herida desde su aldea hasta llegar a una carretera accesible para poder llevarla a un hospital

Un niño pequeño que me contó, en un sencillo inglés, con los ojos muy abiertos y mientras movía sus brazos cómo había visto las casas y los árboles balancearse “de un lado a otro” durante el terremoto. Me explicó que su casa se había derrumbado y que ahora dormía con otras 20 personas en un pequeño refugio de lona.

Una tímida enfermera de ojos brillantes cuyo puesto de salud había quedado aplastado por rocas y tierra que se habían tragado los medicamentos se mostró muy contenta cuando le dimos un kit completo de fármacos esenciales y apósitos.

Un anciano con el rostro surcado de arrugas se arrodilló y colocó sus manos nudosas y delgadas sobre el suelo gritando “Ram, Ram, Ram” (“Dios, Dios, Dios”) cuando se sintió una fuerte réplica. Y así se quedó, en esa posición, durante varios minutos. Estaba profundamente traumatizado por haber revivido el terremoto inicial.

El equipo de Anne, otra de las enfermeras, llegó a un pequeño pueblo cercenado a causa de tremendos deslizamientos de tierra. En la aldea pensaban que eran los únicos que han sufrido el terremoto y se pusieron a llorar horrorizados al conocer que muchas otras áreas estaban igualmente destruidas.

Es complicado gestionar una clínica móvil en un helicóptero. Hurgas entre las cajas de medicamentos, escuchas la traducción que realiza nuestro médico nepalí sobre las enfermedades y los síntomas de los pacientes, tratas controlar a la multitud… Se trata de un trabajo intenso.

Los vuelos entre las aldeas tampoco distraen de la realidad. A pesar de haber visitado Nepal dos veces antes de este seísmo, nunca había tenido el privilegio de verlo desde el aire hasta ahora. Es un país que, desde esta perspectiva, impresiona y deja sin respiración. La época del monzón se acerca y las nubes oscurecen los picos más altos. Algunos todavía se dejan ver y muestran sus cumbres blanquísimas apuntando al cielo.

En primer plano, justo debajo de nosotros, podemos ver terrazas esculpidas en las laderas, campos de arroz y maíz con sus paredes que siguen el contorno de las colinas fielmente, con más precisión que si una mano lo dibujara en un mapa. Allí donde el agua está más cerca, los campos muestran un verde aterciopelado y cuanto más ascendemos vemos cosechas que aún no han madurado. Desde el helicóptero los valles y laderas aparecen como un espacio muy delicado y frágil, especialmente donde han sido desgarrados por las cicatrices grises que han dejado los deslizamientos de tierra; cicatrices en más de un sentido.  

Además de materiales para reconstruir techos, los equipos de MSF también proporcionan mantas, utensilios de higiene y kits de cocina a través de helicópteros a las aldeas más remotas. © Brian Sokol / Panos

Además de materiales para reconstruir techos, los equipos de MSF también proporcionan mantas, utensilios de higiene y kits de cocina a través de helicópteros a las aldeas más remotas. © Brian Sokol / Panos

Los derrumbamientos han inutilizado los escasos caminos que unen estas aldeas tan remotas; los deslizamientos han destrozado campos de cultivo suponían los medios de vida y la seguridad de los habitantes de estas zonas. Hablamos de lugares donde la agricultura de subsistencia sigue siendo la norma y no una excepción.

Las dos prioridades más urgentes que tienen en mente las comunidades que hemos visitado son el refugio y el alimento, en ese orden. Está lloviendo y, a finales de mayo, las lluvias serán diarias y las condiciones climatológicas harán que volar de manera regular sea casi imposible. Nuestro objetivo es analizar las necesidades tantas comunidades como sea posible antes de que esto suceda.

Nuestro equipo de logística está trabaja sin descanso para poder seguir el ritmo de las exploraciones que hacemos los equipos médicos, con el fin de poder distribuir mantas, kits de refugio, kits de higiene y raciones de alimentos altamente calóricos antes de que llegue el cambio de estación. Mi único deseo es que podamos llegar a tiempo.  

Terremoto en Nepal – Asmita, 10 años: «El día en que todo mi mundo cambió»

* Por Asmita, 10 años, participante en un programa de Plan Internacional en Nepal. 

[Historia documentada y transcrita por Ananda Raj Katuwal, Coordinadora del Programa de medios de vida y microfinanzas de Plan Internacional en Nepal, que se encontraba en una visita en terreno en la región de Ratmate cuando ocurrió el terremoto.]

Asmita, con su abuela, en la tienda de campaña en la que viven tras el terremoto que derrumbó su casa.

Asmita, con su abuela, en la tienda de campaña en la que viven tras el terremoto que derrumbó su casa. Plan Internacional.

Estaba muy asustada, pensé que todo y todos los que estaban a mi alrededor iban a morir. El suelo se sacudía tan fuerte…había mucho ruido. No pude dormir en toda la noche”, dice Asmita, una niña de 10 años que participa en un programa de Plan Internacional en la región de Ratmate, en el centro de Nepal.

Cuando el terremoto sacudió Nepal el 25 de abril, la pequeña casa de la familia de Asmita se vino abajo inmediatamente, matando además a la cabra que poseían, que estaba dentro cuando la tierra tembló.
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¡Pide refuerzos! Crónica de una urgencia en Haití

Ahmed Fadel, coordinador del proyecto de Médicos Sin Fronteras (MSF) en el hospital de Chatuley, en Leogane, Haití.

 

Son más de las diez de la noche en el hospital Chatuley. Un niño de dos años está recibiendo oxígeno. Se encuentra en un coma profundo después de recibir un fuerte golpe en la cabeza. Está a punto de dejarnos. El pediatra y las dos enfermeras hacen todo lo que está en sus manos, pero saben que no saldrá adelante. Otra enfermera lo acaricia tiernamente y lo calma durante sus últimos momentos.

La jefa de enfermeras, con lágrimas en los ojos, lo abraza y se lo lleva a su madre, que también está recibiendo atención médica. Hicimos todo lo posible para salvarlo, pero finalmente se ha ido. No se oye nada. Debido al estado de shock en el que se encuentra, la enfermera se tiene que tomar un momento para explicarle lo que ha sucedido. Cuando finalmente la madre logra comprenderlo, comienza a llorar desconsoladamente.

Todo el personal del hospital guarda un respetuoso silencio mientras trata de arroparla y de acompañarla en ese duro momento. Sentimos como si el mundo hubiera dejado de girar y todo a nuestro alrededor se detiene, a excepción de las lágrimas que ruedan por nuestras mejillas.

A principios de ese día…

Es una hermosa y soleada mañana de martes en Léogâne. Por delante tengo un día completo y lleno de trabajo: largas reuniones con los equipos para debatir sobre nuestras metas y los objetivos alcanzados hasta el momento, la organización de tareas para el mes siguiente y las estrategias claves para el próximo año; un día rutinario.

Cuando acaba la jornada, cogemos un atajo en nuestro camino de regreso hacia la base. Pasamos junto a una familia que vive en un refugio improvisado y un hombre nos pide que paremos el coche. Doy por hecho que nos va a pedir ayuda médica, pero me siento aliviado porque justo en este momento me acompaña un médico (yo soy coordinador de proyecto y no tengo un perfil sanitario). Sin embargo, no es eso lo que quiere. Sólo pretende mostrarnos su gratitud por el trabajo que hacemos y ofrecernos unas frutas de regalo.

Regresamos a la base contentos por este pequeño pero conmovedor gesto y compartimos la fruta con el equipo. Parece que será una tarde agradable…

A las 7:45PM escucho unas sirenas a lo lejos. Antes de tener la oportunidad de preguntar qué es lo que está pasando, un guardia se apresura y nos informa de que nos han enviado un mensaje por radio desde el hospital: ha habido un accidente de tráfico y hay un número importante de heridos con lesiones leves.

El equipo del hospital debería ser capaz de manejar esta situación, así que no perdemos la calma. Pocos minutos después, a las 8:00PM, dos cirujanos, una enfermera y el anestesista entran en la sala de operaciones

A las 8:25M me informan de que el número de heridos podría ser mayor de lo que pensamos.

Llego al hospital a las 8:33PM. En las puertas de la sala de urgencias hay filas de camiones y ambulancias pertenecientes al servicio de salud del Gobierno y de la Cruz Roja de Haití. Todos ellos están llenos de heridos. Los camilleros se sienten abrumados. Más de 30 heridos acaban de llegar y hay más ambulancias en camino.

Urgencias. Hospital de Médicos Sin Fronteras en Leogane. Haití.

Urgencias. Hospital de Médicos Sin Fronteras en Leogane. Haití.

¡Pide refuerzos!

Rápidamente, me pongo a trabajar. Empiezo por ordenar los vehículos con el objetivo de hacer hueco para los demás y luego me hago cargo de la dirección de la sala de urgencias.

En todas partes hay personas con lesiones a la espera de ser atendidas. El cirujano me dice que necesitan más ayuda para recibir a los heridos, que van a llegar en cualquier momento. Cojo el móvil para marcar el número de la base y veo decenas de mensajes enviados por el equipo preguntando si nos pueden ayudar.

Les respondo a todos: «¡Emergencia” Muchos heridos graves. Apoyo necesario. Todas las manos son bienvenidas«. La respuesta: «Mensaje recibido, todo el equipo está en camino».

Vuelvo a la sala de urgencias y me encuentro con un compañero de otra organización que me comenta lo que ha sucedido. Dos grandes camiones han chocado. Iban llenos de pasajeros, hacinados unos encima de otros. Es posible que el número de heridos supere los 50.

El accidente ha ocurrido cerca de Gressier, en la carretera principal entre Puerto Príncipe y Léogâne. La circulación se ha cortado para permitir que todos los heridos sean evacuados y poder mover los camiones. Esto significa que Chatuley, nuestro hospital, es el único centro de salud accesible en estos momentos.

A las 8:38PM el camión de MSF llega con nuestros refuerzos: médicos, enfermeras, matronas y especialistas en logística. Todo el equipo está ahí. «¡Infórmanos sobre la situación y dinos lo que tenemos que hacer!».

Se lo resumo rápidamente: «Hay gente con todo tipo de lesiones. Unas 30 personas más están en camino. El médico de urgencias y los cirujanos serán vuestra principal referencia, seguid sus instrucciones. Los logistas venid conmigo».

Apenas he acabado de hablar cuando veo que llega más gente: nuestro personal de salud haitiano. Estaban descansando en sus casas, pero han lo dejado todo y han venido hasta aquí en cuanto han oído la noticia. Están esperando mis instrucciones y no he tenido ni siquiera que avisarles.

A partir de entonces comienza la actividad: sin estrés y sin pánico, pero sin descanso. Todo el mundo sabe cuál es su papel y su lugar. No hay gritos, ni prisas, sólo acción.

Tratamos de calmar a los heridos y a sus familiares, que tienen que esperar fuera y están muy preocupados. Pero me reconforta ver que la gente confía en nosotros.

 

Por un momento el mundo se para

A las 10:30PM una nueva oleada de heridos llega. Vamos tomando decisiones y trabajamos con determinación. Alrededor de las 11:00PM perdemos los casos más graves, un total de cuatro personas hasta ese momento. No podemos dejar que eso nos derrumbe, así que seguimos trabajando.

A las 11.15PM el niño de dos años muere mientras es acariciado por una enfermera. Silencio. Veo las lágrimas de la enfermera mientras se lo lleva a su madre para que ella lo pueda abrazar por última vez.

A las 11.30PM el médico de urgencias nos tranquiliza: «Los pacientes están estables y listos para ser transferidos a las salas de observación». Todo el mundo se pone de nuevo manos a la obra. No importa si uno es camillero, cirujano, médico o incluso un miembro del personal no médico: todos ayudamos a trasladar las camillas.

 

Sala de espera del centro quirúrgico de Médicos Sin Fronteras en Tabarre, al este de Puerto Príncipe. En este centro se proporciona asistencia en traumatología de emergencia, cirugía ortopédica y abdominal para las víctimas de atracos, violencia de género y se atiende a las personas heridas en accidentes de tráfico.

Sala de espera del centro quirúrgico de Médicos Sin Fronteras en Tabarre, al este de Puerto Príncipe. En este centro se proporciona asistencia en traumatología de emergencia, cirugía ortopédica y abdominal para las víctimas de atracos, violencia de género y se atiende a las personas heridas en accidentes de tráfico.

La recta final de un largo día

Son más de las 12 de la noche y ponemos todo en orden antes de regresar a la base. En el coche, todo el equipo va en silencio y apesadumbrado. Intercambiamos miradas. De repente, uno de los compañeros levanta la voz para tratar de levantarnos el ánimo: «¡Amigos! Había 43 heridos, la mitad de ellos graves y en riesgo de morir, y los hemos salvado a casi todos. Tenemos que estar contentos con el trabajo realizado». «¡Sí, es cierto, tenemos que quedarnos con eso!», responde otro.

Mañana será otro día complicado: vamos a tener que hacernos cargo del seguimiento de las personas heridas y de las transferencias a otros hospitales de MSF en Puerto Príncipe. También tendremos que pasar por el proceso de identificar a los fallecidos con el Juez de Paz y encargarnos de la recepción y del apoyo a sus familias. Todo esto sin que el hospital deje de funcionar.

Desde 2010, MSF dirige el hospital de Chatuley en Léogâne, a unos 30 km de la capital de Haití, Puerto Príncipe. El hospital ofrece atención médica gratuita las 24 horas al día.

Sudán del Sur: El día que nos fuimos de Bentiu

Por Jean- Pierre Amigo, coordinador de emergencia de Médicos Sin Fronteras

El hecho de que MSF se haya visto obligada a evacuar varios de sus hospitales en diversas ocasiones a lo largo de los últimos meses es solo un efecto más de la violencia que asuela Sudán del Sur desde el pasado diciembre. Jean- Pierre Amigo, coordinador de uno de los equipos de emergencia de Médicos Sin Fronteras (MSF), relata cómo vivió la forzada marcha del equipo que trabajaba en Bentiu, capital del estado de Unidad.

En Bentiu, un pequeño pueblecito en el estado de Unidad, la situación era muy tensa desde hacía semanas. En el recinto de Naciones Unidas se refugiaban unas 8.000 personas que habían huido de sus casas, presas del pánico y por miedo a ser atacadas.

El ambiente era tenso; ni tan siquiera los niños jugaban y eso siempre es una mala señal. Nadie sonreía y tal era la desconfianza entre la gente que en cuanto se les acercaba alguien dejaban de hablar. Los diferentes grupos étnicos no se mezclaban y sentían miedo los unos de los otros.

Pusimos en marcha una clínica dentro de la zona de protección de civiles que hay dentro del campamento de la ONU al tiempo que otro de nuestro equipos continuaba su trabajo habitual en el hospital estatal de Bentiu. Antes del conflicto, habíamos estado llevando a cabo un programa de VIH/sida y de tuberculosis en dicho centro, pero en cuanto se desató la crisis decidimos transferir parte del equipo sanitario al bloque quirúrgico, donde estuvieron ocupándose de los heridos durante varias semanas.

La Inseguridad en Sudán del Sur ha obligado a decenas de miles de personas a huir de sus hogares. MSF recorrió la carretera entre Bentiu y Leer para distribuir alimentos a entre 10.000-15.000 personas que huían de los combates.  © Jean-Pierre Amigo/MSF

La Inseguridad en Sudán del Sur ha obligado a decenas de miles de personas a huir de sus hogares. MSF recorrió la carretera entre Bentiu y Leer para distribuir alimentos a entre 10.000-15.000 personas que huían de los combates. © Jean-Pierre Amigo/MSF

El conflicto se había extendido por todas partes. Aunque los enfrentamientos se producían lo suficientemente lejos de nosotros como para que no oyéramos los disparos, cada día nos traían numerosos heridos de bala. Por aquellas fechas, la mayoría de los heridos que lograba llegar hasta el hospital eran personas que habían participado directamente en los combates. Por desgracia, en luchas como éstas, los civiles heridos raramente consiguen llegar a tiempo a las estructuras de salud.

Cuando escuchamos decir que las fuerzas de seguridad se estaban acercando a Bentiu, supimos que con toda probabilidad la ciudad se iba a convertir en un campo de batalla. Reinaba el pánico y la gente empezó a marcharse de la ciudad. Los enfrentamientos se producían cada vez más cerca y resultaba peligroso circular por las calles. El 8 de enero, tras muchas dudas y después de intentar aguantar hasta el último momento, decidimos evacuar.

Cuando sabes que ya no puedes hacer nada y que tienes que dejar a los pacientes y marcharte, comienzas a sentir una mezcla de vergüenza e impotencia. Es una situación muy difícil. Dejamos suministros suficientes como para que al menos pudiesen seguir sus tratamientos, aunque no pudiesen acceder a ningún servicio de salud (una especie de ‘kit de emergencia’ que contenía todo lo que pudieran necesitar). Dos días después de marcharnos, supimos que el hospital estaba totalmente vacío y que todos los pacientes habían tenido que huir.

Un médico de MSF atiende a una mujer en la clínica que Médicos Sin Fronteras en el campamento de desplazados instalado en la Misión de la ONU para Sudán del Sur (UNMISS) en Juba. © Phil Moore

Un médico de MSF atiende a una mujer en la clínica que Médicos Sin Fronteras en el campamento de desplazados instalado en la Misión de la ONU para Sudán del Sur (UNMISS) en Juba. © Phil Moore

Evacuamos en coche rumbo a Leer, otra ciudad que está 130 kilómetros al sur de Bentiu. Por el camino, vimos a mucha gente abandonando la ciudad. La mayoría iba en la misma dirección que  nosotros, aunque a pie muchos tardarían varios días en llegar. Hacía mucho calor, apenas si hay pueblos por el camino y las distancias son muy largas. No hay un solo árbol que te proporcione un poco de sombra y cobijo. Las personas tenían que dormir en el bosque o a los lados de la carretera, por supuesto al aire libre y sin refugio. No teníamos la menor duda de que un viaje tan agotador sería difícil o incluso imposible de soportar para muchos.

El día después, y durante cada jornada a lo largo de los siete días siguientes, regresamos a la carretera que une ambas localidades y distribuimos alimentos energéticos a las entre 10.000 y 15.000 personas con las que cruzábamos por el camino. Más tarde, en Leer, encontramos a gente que nos lo agradecía y nos decía que no hubieran podido llegar hasta aquí sin la comida que les dimos.

De regreso, subíamos a nuestros vehículos a aquellas personas que necesitaban atención médica, dando prioridad a los heridos de bala, a las mujeres en estado avanzado de gestación y a las personas con mordeduras de serpiente. También llevamos a personas discapacitadas por la polio, amputadas de conflictos anteriores, invidentes y a muchos otros más.

En Leer, nuestro departamento de consultas externas estaba saturado. Hay muy pocos centros de salud en Sudán del Sur que sigan siendo operativos, así que la presión se ha incrementado sobre los pocos que todavía funcionan.

Médicos Sin Fronteras trabaja en el país desde hace 25 años. En los últimos dos meses ha realizado más de cien mil consultas (40% a niños menores de 5 años) y tratado casi 1.400 personas con heridas de guerra

Médicos Sin Fronteras trabaja en el país desde hace 25 años. En los últimos dos meses ha realizado más de cien mil consultas (40% a niños menores de 5 años) y tratado casi 1.400 personas con heridas de guerra

Es importante que MSF pueda seguir trabajando en Sudán del Sur. Somos una de las pocas organizaciones que consiguen llegar a lugares de difícil acceso, donde las personas carecen de asistencia. Eso es algo que hemos logrado gracias a nuestra independencia, a nuestra neutralidad y al hecho de que llevamos mucho tiempo trabajando en esta zona (en algunos lugares más de veinte años). La gente nos conoce y confía en nosotros. Y, lamentablemente, en muchos casos dependen de nuestra ayuda para poder seguir vivos.

Ahora, debido al saqueo y destrucción sistemáticos que ha sufrido las ciudades, tiendas y mercados, y con la época de escasez que viene asociada a la estación de lluvias, nos necesitan más que nunca.

Un equipo de MSF ha regresado hace escasos días a Bentiu para reanudar sus programas médicos. Hoy, más necesarios que nunca. Debido al deterioro de la situación de seguridad en el estado de Unidad, el equipo local de MSF en Leer se vio obligado a huir al bosque el pasado 30 de enero con varias docenas de pacientes gravemente enfermos. El hospital de MSF en Leer, el único hospital que todavía funcionaba en el estado de Unity, ahora está vacío sin personal y sin pacientes. MSF espera poder regresar a Leer tan pronto como lo permita la situación de seguridad.

Filipinas. Otro día muy largo…

Por Caroline Van Nespen, Unidad de Emergencias de Médicos Sin Fronteras en Guiuan

Viernes, 15 de noviembre: me acabo de unir al equipo de MSF en Guiuan (una ciudad del tamaño de Segovia que está situada en la costa sureste de Samar), el primer lugar en tierra firme por el que pasó el tifón. Aquí no queda nada en pie… y sin embargo, resulta muy fácil imaginarse lo bonito que debía de ser este lugar hasta hace muy pocos días. Presenciar un grado de devastación tan enorme como el que estoy viendo ahora mismo le deja a una en estado de shock. Me cuesta reaccionar, pero afortunadamente mis compañeros Alexis y Angelo se han acercado hasta el aeropuerto de Tarmac para recibirme y transmitirme un poquito de calor humano.

No venimos sólo a recogerte, – me dice Angelo con una sonrisa-. Lo que nos interesa de verdad son esos kits de supervivencia que traes contigo en el helicóptero”. “Estábamos esperándoos con impaciencia. A ti y a los kits, añade Alexis. ¿Que qué tienen esos kits para que los esperaran con tanta necesidad? Pues tiendas de campaña, colchonetas de gomaespuma, agua potable, bolsitas con alimentos deshidratados, cacerolas… cosas completamente básicas para una situación de emergencia como esta.

Cada minuto cuenta, así que en apenas unos pocos tenemos todo cargado y apenas una hora después ya estoy metida en una reunión con el resto del equipo.

Por un lado están Johan, que es cirujano, y Lisa, que es enfermera. Ambos son suecos. Luego está Daisy, que también es enfermera y que además es filipina. Y por último, los ya mencionados Alexis y Ángelo, dos especialistas en logística provenientes de Bélgica e Italia.

Alexis y Angelo están estos días enfrascados en la tarea de poner en marcha un hospital que pueda reemplazar temporalmente el que fue destruido por Haiyan. Es una carrera contrarreloj porque aquí le gente necesita de todo y apenas tiene nada: agua potable, electricidad, teléfono… todo ha desaparecido.

 

El coordinador de MSF en Guiuan,  Jean Pletinckx, examina desde el techo el estado de los terrenos anexos al hospital semidestruido por el tifón (© Peter Hove Olesen/Politiken)

El coordinador de MSF en Guiuan, Jean Pletinckx, examina desde el techo el estado de los terrenos anexos al hospital semidestruido por el tifón (© Peter Hove Olesen/Politiken)

 

Mientras esperamos a que este hospital esté por fin construido y funcionando, los sanitarios trabajan en un centro de salud que está prácticamente en ruinas. El tejado ha sido literalmente arrancado por el tifón, pero milagrosamente el edificio está aún en pie. Johan y Lisa trabajan sin apenas descanso vacunando a los pacientes y limpiando y cosiendo centenares de heridas abiertas, la mayoría de ellas infectadas. Otras muchas personas llegan con cortes y laceraciones de diversa gravedad. Mis dos compañeros, junto a los muchos voluntarios filipinos que han venido para ayudar a los suyos, tratan de atenderles a todos.

6 de la tarde. Cae la noche.

Aquí la frase “negro como la boca del lobo” tiene un significado absolutamente real. No hay electricidad y la ciudad se sume en una oscuridad total. Tenemos una reunión para poner en común lo que hemos hecho durante el día y hacer nuevos planes para mañana. Después nos iremos a la cama. Dormiremos todos arrebujados en el suelo de una pequeña casa que a duras penas hemos logrado ordenar. Una lona de plástico verde sobre nuestras cabezas nos sirve de techo. De momento es nuestro dormitorio, pero pronto lo transformaremos en la farmacia del hospital de MSF.

 

El equipo de MSF se reúne al caer en la noche, en Guiuan ((© Peter Hove Olesen/Politiken)

El equipo de MSF se reúne al caer en la noche, en Guiuan ((© Peter Hove Olesen/Politiken)

 

3 de la madrugada.

El aguacero bestial que comienza a golpear de repente nuestro improvisado techo me despierta de manera abrupta. Miro a ambos lados y compruebo que soy la única que no duerme… mis compañeros descansan como unos benditos. Después de atender 600 consultas en un día, una detrás de otra, y de todos los desafíos logísticos a los que se han tenido que enfrentar (y los que sin duda vendrán), puedo comprender que estén exhaustos.

En apenas unas horas llegarán 3 aviones de carga al aeropuerto de Guiuan y tendremos que apañárnoslas como podamos para traer hasta nuestra base todo el material que transportan. ¡Os adelanto que ese material pesará unas cuantas toneladas, así que no será fácil! Cuesta imaginarse que mañana a estas horas tendremos montado un hospital en toda regla con un quirófano completamente equipado, pero ahora lo que tengo que hacer es tratar de dormir, que nos queda por delante otro día largo y tengo que tener la mente completamente despejada.

(Sigue leyendo en este blog los testimonios del personal de MSF en Filipinas)

Crónica de una tragedia en La Paz

Por Roxana Pintado, Ayuda en Acción Bolivia

El sábado 26 en la noche comenzó a caerse la ciudad. La gente se había puesto alerta cuando, en la mañana, encontraron los primeros síntomas: grietas en las calles y las paredes; crujidos de la madera de los pisos  y los marcos de las puertas; algún que otro vidrio de ventana roto sin aparente causa. Cuando los técnicos de la Alcaldía acudieron al llamado se dieron cuenta de que algo estaba pasando en el terreno de uno de los barrios de la ladera este de la ciudad de La Paz. A las 8 de la noche comenzó la catástrofe.

Chalina. Foto: La Razón

Inició con la caída de una casa y de las casas vecinas y así, una a una se fueron cayendo todas las de la primera línea; 100 en total. Luego le siguieron las calles y avenidas asfaltadas, los postes de energía eléctrica y las tuberías de agua potable y alcantarillado. La gente se lamentaba y echaba la culpa a los vecinos irresponsables que construyeron sus viviendas sin aprobación de los planos y abriendo pozos sépticos en un terreno con antecedentes de inestabilidad; se lamentaban de que la Alcaldía, en muchos años, no hubiera hecho los trabajos de canalización de aguas que debía hacer;  de que no hubieran previsto que tanta lluvia haría daño a los cimientos de sus casas. Luego se supo que esos barrios estaban construidos sobre una falla geológica inactiva desde 1930 y que se activó repentinamente.

De a poco y durante 4 días las casas se iban cayendo como si la montaña se las fuera tragando, sepultando debajo de los escombros y el lodo tres barrios enteros y la vida y los sueños de más de 5 mil personas. Mientras, la confusión se apoderaba de todos, incluyendo a los medios de comunicación que daban cifras distintas de damnificados y viviendas perdidas. De un lado de la montaña se seguían desprendiendo pedazos, y a 100 metros de allí se iba evacuando a la gente, que se empeñaba, en medio de la desesperación, en salvar algunas de sus pertenencias. Y mientras, toda la ciudad se volcaba a ayudar, a socorrer a las familias, a apoyar en su traslado a los refugios, en organizar comedores y cocinas para dar alimento en esa primera noche.

 

Cuando se detuvo el deslizamiento de tierras, ya se habían instalado 15 refugios, eran casi 7 mil las personas que habían tenido que abandonar sus casas y 400 las familias que tuvieron que refugiarse en los campamentos, pues el resto se trasladó donde algún familiar. En las calles de la ciudad se veían camiones llevando enseres y muebles a todos lados; una amiga vio pasar frente a su casa un desfile de familias, acarreando algunas pertenencias y buscando un sitio donde hubiera un campamento instalado o un terreno baldío donde asentarse temporalmente.

Y mientras yo escribía esta crónica los números –y la vida de la gente- fueron cambiando radicalmente. Es que eso tiene una emergencia: ante las tareas de prestar socorro a los afectados, movilizar gente y recursos y coordinar con las entidades de atención; escribir en el blog quedó en un segundo plano. A día de hoy, son casi 1000 las familias en los 24 campamentos, 140 hectáreas de terreno se desplomaron, las necesidades se triplican y se ha confirmado la noticia inicial  de que no ha perdido ni una sola vida humana.

 Equipo de atencion de emergencias La Paz. Foto: Katherine Argote/AeA

El viernes pasado Ayuda en Acción concretó la entrega de materiales de higienes, pañales para bebés, alimentos e insumos necesarios para atender a 200 familias damnificadas. Los alimentos alcanzarán para cubrir sus raciones por 15 días; los insumos de higiene y aseo les alcanzarán para sus necesidades de un mes y  los más de 7 mil pañales entregados serán suficientes para que al menos 60 bebés tengan cubierta esa necesidad por 15 días.  Los útiles de cocina garantizarán condiciones de alimentación dignas en medio de tanta catástrofe. Mantener la dignidad a esas personas y garantizar sus derechos elementales fue la premisa con la que dimos la primera respuesta a la emergencia y con la que lo seguiremos haciendo. Sólo cuando se come la comida en una bolsa de plástico y sin una cuchara, se dimensiona adecuadamente  la importancia de un plato, un vaso y un cubierto.

 Atencion de emergencias en La Paz. Foto: Katherine Argote/AeA

Ahora surgen otras necesidades inmediatas. Hacen falta medicamentos para atender los males que el frío, la humedad y las condiciones precarias están generando en la población. Los baños han resultado insuficientes y se requiere la instalación inmediata de mayor cantidad de los mismos. El Alcalde de la ciudad nos ha dicho que los insumos de higienes que distribuimos tienen una altísima importancia y que hacen falta muchos más para el resto de las familias. Sin condiciones para lavar y secar la poca ropa que consiguieron salvar, se necesita ropa interior y calcetines para todos. Los niños afectados han dejado de asistir a clases, pero se espera que, desde la próxima semana, retornen a otros colegios; eso demanda útiles escolares y libros que perdieron en el deslave. Durante estos días siguientes, en coordinación con el Centro Operativo de Emergencia Municipal,  Ayuda en Acción hará entrega de una segunda dotación de insumos para las familias, sobre todo de material de aseo e higiene, que ha sido la demanda directa que nos ha hecho el municipio.

 Entrega de material por parte de Ayuda en Acción. Foto: Katherine Argote/AeA

Luego viene la segunda fase, cuando se concrete un plan de viviendas que permita a todas esas familias tener un hogar como el que tenían antes; plan en el que el gobierno nacional, el departamental y el municipio tienen el papel protagónico y la obligación de coordinar acciones para la inversión adecuada de los escasos recursos con los que se contará. La cooperación  internacional también apoyará ese esfuerzo. Y otra vez habrá que dedicarse a la mejor de las tareas humanas: construir sueños; esta vez sobre terrenos firmes.

 Equipo coordinando la ayuda. Foto: Katherine Argote/AeA