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Kahuzi, el monte que todo lo ve

Por Ana de la Osada, enfermera y coordinadora médica de MSF en Kalonge, RDC.

Kalonge. Al fondo, el monte Kahuzi. Foto: Ana de la Osada
Kalonge. Al fondo, el monte Kahuzi. Foto: Ana de la Osada

El monte Kahuzi, un antiguo volcán ya extinguido, es el pico más alto del Parque de Kahuzi-Biega. Desde Kalonge siempre es fácil encontrarlo. Kahuzi conoce todo lo que pasa en este pequeño pueblo de Kivu Sur, en la República Democrática de Congo. Y no es de extrañar, porque desde su cumbre a 3.308 metros seguro que tiene una buena perspectiva. Se podría decir que Kahuzi es “el monte que todo lo ve”.

Kalonge. Foto: Ana de la Osada
Kalonge. Foto: Ana de la Osada

Kahuzi también sabe del ritmo que la vida tiene por aquí. La luz, la lluvia, el sol… todo influye en las actividades de la gente, sobre todo si tenemos en cuenta que aquí, en un mismo día, podemos llegar a tener todas las estaciones del año. Digamos que Kalonge es “térmicamente inestable”, que aquí las apariencias engañan. Conseguir hacer un buen pronóstico del tiempo en este pequeño lugar es todo un desafío, incluso para los meteorólogos más atrevidos.

Sin embargo, eso forma parte de su encanto. Trabajar aquí, como MSF lleva haciendo desde 2008, es en parte un privilegio. Las colinas verdes que nos rodean dibujan un paisaje digno de ver, y el contraste con el marrón de los caminos hace que a veces no sepas hacia donde prefieres mirar. El monte Kahuzi lo sabe y por eso mismo contribuye también con su fuerte presencia a la belleza de este lugar: el sol desperezándose detrás de él, las nubes que muchas veces compiten entre ellas para rodear su cumbre, los cielos rosados del atardecer que hacen que la luz ambiente cambie a un color más grisáceo, los relámpagos que asoman tras las nubes amenazando tormenta…

Kahuzi vigila la base de MSF día y noche. Conoce nuestros movimientos entre la casa y la oficina, entre la oficina y el hospital y nuestras salidas a los pueblos remotos de la periferia.Está al corriente de que dentro de unos meses MSF terminará su trabajo aquí, entre colinas, caminos y gentes amables deseosas de saludarnos. Sabe que nos instalamos aquí de manera temporal, para dar apoyo a una población maltratada por los desplazamientos, ligados siempre a esos episodios de violencia que en este país son tan frecuentes. Sin embargo, ahora la situación es distinta, más calmada y con más recursos a nivel sanitario, lo cual nos ha obligado a replantearnos si nuestra presencia en este lugar sigue siendo indispensable.

Puesto de salud apoyado por MSF en la periferia de Kalonge. Foto: Fernando Calero/MSF
Puesto de salud apoyado por MSF en la periferia de Kalonge. Foto: Fernando Calero/MSF

Llegar a este punto no ha sido fácil y por supuesto hay días o momentos en que te preguntas si realmente deberíamos irnos o si por el contrario sería mejor quedarse, porque al estar inmerso en esta pequeña realidad las cosas se ven desde otra perspectiva. Aquí la objetividad se difumina ligeramente, porque muchas veces no es fácil que la parte racional se anteponga a la emocional, y en el pequeño día a día de Kalonge siempre se viven muchas emociones, buenas o malas, pero emociones al fin y al cabo.

No es fácil decir adiós, al menos nunca lo ha sido para mí. Despedirse de un proyecto, de un lugar en el que llevamos ya seis años, de toda esta gente a la que hemos dado tanto apoyo… pero, ¿quién dijo que este trabajo fuera fácil?

Nuestro objetivo en este tiempo ha sido facilitar a la población un acceso gratuito a la salud y para ello nos hemos sumergido en las actividades del Hospital de Kalonge y de ocho Centros de Salud, distribuidos en diferentes pueblos, en los que se da una atención primaria.

Mi posición como coordinadora del equipo médico del proyecto me ha dado la oportunidad de tener una visión global de las dificultades que hay a nivel de salud, pero también de todo lo que hemos logrado en este tiempo con nuestro trabajo. Lo que más destacaría es sin duda el apoyo que damos a las mujeres, las grandes luchadoras de una sociedad en las que la discriminación y la desigualdad de género están al orden del día.

La maternidad de nuestro hospital es el servicio con mayor actividad durante todo el año. El número de partos no depende de la estación en la que nos encontremos, y al contrario que otras enfermedades como la malaria o las infecciones respiratorias, ni la lluvia ni la estación seca dan tregua a nuestras mamás. Para que os hagáis una idea de lo frenético del ritmo, en Kalonge tenemos una media de 9 partos al día… lo cual supone que cada año unas 3300 mujeres dan a luz aquí.

El primer bebé nacido en la nueva maternidad. Foto: Ana de la Osada
El primer bebé nacido en la nueva maternidad. Foto: Ana de la Osada

Hace poco hemos terminado, gracias al apoyo y trabajo de nuestro equipo logístico, un nuevo edificio para la maternidad y la neonatología. Ahora hay más espacio las mamás y los bebés, más luz para levantar el ánimo en las situaciones difíciles, mayor capacidad para atender más pacientes. El día en el que “nos mudamos” al nuevo edificio fue emocionante: durante unas semanas tuvimos que trasladar la maternidad a una gran tienda de campaña, con las dificultades e incomodidades que eso conlleva para todo el personal médico y sobre todo para las mujeres que venían a parir al hospital. Sin embargo, los esfuerzos valieron la pena. Durante la mañana en la que estuvimos trasladando todo el material al nuevo edificio, una mujer se puso de parto, así que ese mismo día pudimos inaugurar el paritorio. Para mí fue una satisfacción pensar en la suerte que tuvo esa mamá al poder dar la bienvenida a su bebé en esa estructura nueva y confortable que habíamos construido. Fue nuestro primer bebé de la nueva maternidad y todos los que estábamos allí presentes. ¡Os podéís imaginar la enorme sonrisa que teníamos en la cara!

Las circunstancias y los contextos cambian, y nosotros estamos obligados a plantearnos a estar presentes allí donde más se necesite, donde vayamos a tener más impacto. Ojalá pudiéramos llegar a todo, pero no es así, y eso nos obliga a priorizar.

Mientras tanto, hasta la despedida, seguimos teniendo un gran trabajo por hacer: luchar contra reloj por dejar las cosas bien terminadas y dar el apoyo necesario para que tras nuestra salida las cosas puedan seguir rodando, que al fin y al cabo eso es lo más importante.

Recién nacido en la maternidad de Kalonge. Foto: Fernando Calero/MSF
Recién nacido en la maternidad de Kalonge. Foto: Fernando Calero/MSF

Nos vamos despidiendo paulatinamente y de manera programada. Cuidar la percepción que la población tiene de nuestra salida es ahora una de nuestras prioridades, porque pese a que dentro de poco ya no estaremos en Kalonge, MSF continúa trabajando en este inmenso país, lleno de necesidades que cambian día a día. El seguir siendo aceptados es parte fundamental para que podamos trabajar de la mejor manera posible.

Nosotros nos iremos, pero quiero pensar que un gran poso del trabajo que MSF ha hecho aquí también quedará: mujeres embarazadas que han podido parir en una estructura de salud en lugar de en una casa, niños a los que hemos curado de esa enfermedad tan terrible y a la vez tan fácil de tratar (cuando se tienen los medios) que es la desnutrición, personas desplazadas a las que les hemos facilitado el acceso a la salud…

Pese al paso del tiempo, el monte Kahuzi seguirá dominando el paisaje, vigilando todo lo que pasa por Kalonge. Y si en algún momento se da cuenta de que MSF tiene que volver, así nos lo hará saber.

Cuervos e intimidades

Por Jana Brandt, coordinadora de Médicos Sin Fronteras en Kalonge, República Democrática del Congo (RDC)

Base de MSF en Kalonge, RDC (© Fernando Calero).

Hospital de referencia de Kalonge, RDC (© Fernando Calero).

 

¡Trasss!

Un extraño ruido me despierta en mi primera mañana en Kalonge. Suena como si algo muy pesado se hubiera caído sobre el tejado de aluminio de la casa. Otra vez: “¡trasss!”, seguido por unos golpecitos rápidos. Son las seis de la mañana. ¿Qué diablos es esto?

Me levanto para averiguarlo y descubro una bandada de cuervos de color blanco y negro que caminan alegremente sobre el tejado, saludando los primeros rayos de sol con sus gañidos. Los golpes que me despertaron son producidos al aterrizar en el tejado. «¿Tan poco pájaro y tanto ruido?», me pregunto sorprendida. Aún no sé que ellos me acompañarán todas las mañanas en Kalonge. Mañanas muy mañanas, porque los días empiezan temprano aquí. Normalmente, a las seis de la mañana ya estoy en pie.

El día anterior había llegado a Kalonge, situado a unos 60 kilómetros de Bukavu. El viaje hasta aquí fue exuberante. Para llegar, cruzamos el Parque Nacional Kahuzi-Biega, ascendiendo más de 2.000 metros hasta llegar a la base de Médicos Sin Fronteras que se encuentra en el borde del parque, a unos 1.800 metros sobre el nivel del mar.

El parque fue inscrito en la lista  de Patrimonio de la Humanidad en 1980 no sólo por su variada flora (en especial los bosques de bambú), sino también para proteger a una población de gorilas de montaña que en aquel entonces todavía contaba con algunos miles de ejemplares. Fue aquí donde la famosa Dian Fossey comenzó a estudiarlos antes de marcharse a Ruanda.

Sin embargo, a partir del estallido de la guerra en los noventa en esta zona del Congo, la población de simios fue disminuyendo y hoy día solo se cuenta con un centenar de esta especie. En 1997 el parque fue declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad en peligro. Desde la base de MSF, divisamos –si hace buen tiempo– el monte Kahuzi (3.308m), uno de los dos volcanes extintos que dan el nombre al parque nacional. El otro es el monte Biéga (2.790m).

Éric, conductor de MSF y 'traductor' ocasional (© Jana Brandt).

Éric, conductor de MSF y ‘traductor’ ocasional (© Jana Brandt).

El viaje me permitió tener una primera impresión del terreno.  Con los coches pasamos por lugares imposibles. Sin embargo, mi primer reto no es el viaje, sino la comunicación por radio. La red de telefonía es inexistente en esta parte del país, por lo cual la radio se convierte en nuestro principal medio de comunicación. Y hay que comunicar en francés. Exclusivamente. A causa de las continuas interferencias en la transmisión, sólo logro entender la mitad de los mensajes, más aún porque desconozco el protocolo interno de comunicación. Si no hubiera sido por Éric, el conductor, quien me ayuda y me ‘traduce’, hubiera sido imposible entenderlo todo.

Salir de Bukavu y llegar a Kalonge es como cruzar dos universos. Aquí nos encontramos en un mundo totalmente rural donde la electricidad, el agua corriente y las calles asfaltadas no existen. El ritmo de vida es otro. Más pausado, más lento. Trabajar para MSF siempre significa trabajar mucho, los días laborales suelen ser muy largos, pero trabajar para MSF no es siempre sinónimo de urgencia. El proyecto de Kalonge lleva ya 4 años y medio y como el contexto es cada vez más estable, las actividades de MSF están ya muy consolidadas.

En sus orígenes, el proyecto fue establecido para atender las necesidades médico-humanitarias de un gran número de desplazados a causa del conflicto armado que azotaba la región. Con los años, el número de nuevos desplazados ha ido bajando y hoy se trata sobre todo de seguir garantizando la atención sanitaria gratuita y de calidad para la población de la zona, mediante el apoyo a un hospital y a ocho centros de salud en la periferia.

Durante mi presentación oficial como nueva coordinadora de terreno me llevé otra sorpresa, cuando alguien del equipo local me lanzó, con una gran sonrisa: “et toi? Tu est disponible?”*  ¿Qué? Con interrogantes en la cara, miro a la coordinadora que remplazo. “Sí”, sonríe, “aquí esta pregunta es normal.”  Con la disponibilidad se refieren a la disponibilidad para una relación, si uno tiene pareja o no. O si uno tiene pareja, pero sin embargo está disponible (entonces lo llaman “disponibilidad geográfica”).

Una pregunta por lo menos curiosa, una pregunta para la cual no estoy del todo preparada… Así empezó mi nueva vida en Kalonge, perdida en el monte congolés. Con cuervos e intimidades. ¡Quién se lo hubiera imaginado!

(Continuará)

* ¿Y tú? ¿Estás disponible?

 

Puedes leer los posts anteriores de Jana aquí.

¿Tenéis gorilas en Alemania?

Por Jana Brandt (coordinadora de Médicos Sin Fronteras en Kalonge, República Democrática del Congo)

“¿Tenéis gorilas en Alemania?”, me pregunta Joseph, el conductor que me lleva desde Kigali, capital ruandesa, hacia la frontera con la República Democrática del Congo (RDC). Es la primera vez que me dirige la palabra después de dos horas de viaje y después de vanos intentos de mi parte de establecer una conversación con él. Pero es la pregunta que finalmente rompe el hielo entre nosotros. Sonrío. Me encanta encontrarme con estas perspectivas culturales tan diferentes.

A mi respuesta negativa reacciona con sorpresa. “¿Y aguacates, árboles de aguacate, tenéis?” Otra vez negativa por mi parte. Cuando encima también niego la existencia de yuca, de caña de azúcar, de plantaciones de té y de café, me mira con sorpresa por el retrovisor para enseguida empezar a reírse a carcajadas.Entonces, si no tenéis nada de esto, ¿qué tenéis?

Le explico, y añado que en Alemania tenemos las cuatro estaciones y que en invierno hace mucho frío y que hay mucha nieve. Ruanda es el contrario: ¡es increíble lo verde que es este país! Durante las casi 6 horas que dura el viaje hacia Bukavu, capital provincial de Kivu Sur, situada en la otra orilla del lago Kivu (que separa RDC y Ruanda), los paisajes son bellísimos. Cuando le digo a Joseph cuánto me impresionan los paisajes que veo pasar por la ventana del coche, me responde “Oui, c’est tranquille le Rwanda!”*

¿Tranquilo? Es verdad. Todo parece seguir un ritmo muy pausado y resulta fácil describir el paisaje como idílico. Pero no puedo evitar que me vengan a la mente las imágenes de uno de los mayores genocidios de la historia humana. En 1994, aproximadamente 800.000 personas, sobre todo de etnia Tutsi (lo que equivale a un 11% del total de la población y un 80% de los tutsis que vivían en el país en aquel entonces), perdieron la vida a manos de milicias de Hutus en tan sólo 100 días, mientras la comunidad internacional miraba paralizada sin actuar y, peor, en ocasiones negaba lo que estaba sucediendo. A causa de un contraataque del Frente Patriótico Ruandés (FPR, tutsi), más de un millón de Hutus huyeron del país hacia la RDC, que por aquel entonces aún se llamaba Zaire.

El genocidio ruandés y sus consecuencias políticas han tenido y tienen un fuerte impacto en la política congoleña hasta el día de hoy, y son una de las causas principales de la violencia que sacude al Congo desde hace ya décadas (ya os contaré más de esto en otro momento). El campo de refugiados para congoleños por el que pasamos en coche, establecido el pasado enero tras la huida de miles de personas a Ruanda a causa de una nueva escalada del conflicto, es muestra de la relación entrelazada, pero infinitamente complicada, entre estos dos países vecinos.

Al final resulta que a Joseph le encanta hablar. Después del cuestionario sobre Alemania, empieza a darme un curso intensivo de suahili, lengua hablada entre otros en Ruanda y en Congo (es uno de los idiomas oficiales del país) y que suma nada menos que 45 millones de hablantes.

Primera lección: “¡hakuna matata! (“ningún problema”). Probablemente las palabras más conocidas de este idioma en occidente gracias al Rey León. ¡Ignorante de mí, que no tenía ni idea de que no era una invención de Disney, sino que realmente significa algo! En seguida: ¡hakuna matoto, hakuna matata!” (“sin hijos, sin problemas”). Muy útil saberlo. Siguen más palabras y a partir de allí, Joseph me pregunta cada 15 minutos a ver si me acuerdo de todo. Obviamente, no lo consigo. Empiezo a sentir el cansancio después de casi ya 24 horas de viaje (Barcelona-Doha-Etebbe-Kigali) y mi cabeza ya no da para más.

Vista del lago Kivu desde el lado congoleño (© Jana Brandt).

Vista del lago Kivu desde el lado congoleño (© Jana Brandt).

Cuando finalmente llegamos a la frontera con RDC, Joseph para el coche en la orilla del lago Kivu y me ordena bajar del vehículo y sacar una foto del puente que hace de frontera entre Ruanda y Congo. Sigo, cómo no, sus órdenes.

En la frontera me espera un coche de Médicos Sin Fronteras (MSF) para la última etapa del trayecto hacía Bukavu, que ya sólo dura media hora. Pero antes, sello de salida de Ruanda por parte de un oficial poco motivado y sello de entrada de su contraparte congoleña, no mucho más motivada.

Cuando el conductor de MSF me dice su nombre, Mohamed, me sorprendo de nuevo. ¿Mohamed? ¿Un nombre musulmán en un país con un total de 96% de cristianos? “Hay una pequeña comunidad musulmana en Bukavu”, me explica él. Una comunidad que forma parte del 1,2% de musulmanes en el país. Y efectivamente, nada más entrar Bukavu, pasamos por una mezquita.

Me doy cuenta de lo poco que sé del país que va a ser mi casa durante los próximos 9 meses y lo mucho que me queda por aprender. No es sólo mi primera vez en el Congo, sino también en África en general, así que la estancia aquí va a ser todo un reto para mí. Un reto al que me encanta enfrentarme, pero un reto que también me da mucho respeto. “Karibu a Bukavu”*, me dice Mohamed, mientras bajamos del coche delante de la oficina de MSF.

Ya verás”, me tranquiliza, “¡hakuna matata!

(Continuará)

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* “Sí, Ruanda es tranquilo”.
* “Bienvenida a Bukavu”.

Memorias del RUSK. Parte II: truenos de pólvora y fuego.

Por J. Mas Campos, coordinador de emergencias de MSF en Kivu Sur, República Democrática del Congo

En esta misma cartografía de la violencia, Primero de Año entraría dentro de una antonomasia más truculenta: el contexto de Bunyakiri, convulso y enloquecido como un jabalí herido, jamás nos permitiría completar la vacunación sin mostrarnos, bufando, el hocico y sus colmillos.

El 31 de diciembre intercambiaron truenos de pólvora y fuego los Raïa Mutomboki (en swahili significa “la población en cólera[1]) contra las FARDC (Fuerzas Armadas de la RDC). El RUSK, inmersos en nuestra campaña, presenciamos cómo un joven llegaba al hospital ese mismo 31 de diciembre por la tarde, y descendía de la motocicleta que lo trasladaba, herido de plomo, exánime y sin esperanza. Tendido en el suelo, ya casi sin hálito, el chaval moría de bala poco a poco a la puerta del hospital, decantándosele la vida a chorros por el costado, mientras un coro de matriarcas dolientes le amortajaban con sus ropas ensangrentadas hasta cubrir su rostro exangüe.

Equipos de MSF prestan asistencia a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

Equipos de MSF prestan asistencia a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

Esa misma tarde, comenzaron a llegar noticias inquietantes de varios otros heridos. Se desconocía localización, gravedad y número. Tras entablar contactos de seguridad con los jefes consuetudinarios y comandantes de FARDC y Raïa, a través de los que acordamos con ambas partes los términos de respeto a la neutralidad del “convoy humanitario” y de evacuación de los más graves cualquiera que fuera su afiliación, uniforme o etnia, el RUSK nos preparamos a intervenir… por algo somos el equipo de emergencias.

El corredor humanitario se abrió el 2 de enero a las 7 de la mañana, único momento de serenidad y calma de todo el día… Al cabo de media hora y durante todo el resto de la jornada, la misión de evacuación de heridos transcurrió en unas circunstancias tan extremas de tensión entre las dos partes del conflicto, que si bien el corredor humanitario (las luces de intermitencia parpadeando constantemente durante nuestra singladura en cada flanco de los 4×4) y nuestra integridad fueron respetados (sin perjuicio de ser en ocasiones bienvenidos con algunas amenazas, gajes del oficio), la neutralidad del convoy no lo fue tanto. Por ninguna de las partes, soldados regulares y milicias anárquicas.

De haber recogido a determinados heridos (de uno y otro lado, todo dependía del protectorado o pedazo de tierra de nadie en la que nos halláramos), hubieran con toda certeza sido ejecutados en el camino, sin vacilar, a manos de la miríada de grupúsculos incontrolados, sea turbas violentas, sea soldados exaltados, que, armados con machetes, ametralladoras y fusiles de caza, nos detenían incesantemente en el curso de la ruta para inspeccionar la identidad de nuestros pacientes.

Logramos nuestro objetivo a pesar de sentirnos en ocasiones protagonistas de escenografías propias de sórdidas películas basadas en las macabras historias del África reciente, imágenes todas que torturan el imaginario colectivo. Afortunadamente, pudimos llegar al hospital con los heridos, y salir airosos para contarla.

(Continuará)

Si quieres leer otros posts de J. Mas Campos desde RDCongo, pincha aquí.


[1] Un movimiento popular nacido para proteger a la comunidad autóctona congoleña contra las acciones y venganzas de los FDLR, los antiguos hutus de las milicias Interahamwe, en vista de que las Fuerzas Armadas Congolesas (FARDC) se veían incapaces de hacerlo por sí mismas. Los Raïa Mutomboki visten grisgris y talismanes, se dicen poseedores de una poción mágica que les confiere resistencia anti-balas, y desde hace unos meses han trocado los machetes y las lanzas por rifles de caza y metralletas automáticas. Son los jóvenes airados del Congo, que hartos de ser víctimas, tomaron la determinación de tomarse la justicia por su mano.

Heridas de guerra que no se curan con vendas

Por Stella Evangelidou (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras)

En la República Democrática del Congo, una catástrofe provoca la siguiente: las malas condiciones de salubridad llevan al cólera, las infraestructuras deficientes llevan a accidentes, y el conflicto lleva al desplazamiento de poblaciones civiles…

El país está en un constante estado de alerta, pero parece que la gente está acostumbrada a esta concatenación de desgracias…

Mi trabajo aquí consiste en establecer, junto con el personal congoleño, un sistema eficaz de atención en salud mental y psicosocial para aquellas personas que sobreviven a la violencia sexual. Esta es una guerra invisible… No hay tasas de mortalidad, sólo historias que reflejan el horror de un conflicto.

Las mujeres tienen el coraje de narrar las violaciones que han sufrido, vivencias que aturden cuando las escuchas…

N. fue raptada por militares. Tras dos meses de esclavitud sexual en su campamento, se quedó embarazada y, más tarde, consiguió escapar. Volvió a su casa embarazada de un bebé que no quería tener, pero el aborto es ilegal en este país.

C. fue violada cuando volvía del mercado. Cuando su marido se enteró, la echó de casa como si la culpa fuera suya.

 P. vio cómo los militares mataban a su marido a tiros. Después, irrumpieron en su casa y violaron delante de sus hijos.

Estas son heridas de guerra que no pueden curarse con vendas y medicinas.

La “epidemia de violaciones” en la RDC está considerada como la peor del mundo. Se describe habitualmente a la violencia sexual como un arma con la que se intimida a la población civil. Aquí en Kalonge hay dos escenarios principales para este drama: el primero, cuando las mujeres recogen leña o labran campos que están lejos de sus pueblos y cerca de los bosques donde los militares tienen sus campamentos, y el segundo, cuando se producen ataques armados durante la noche contra las aldeas.

Debido a la discriminación y el estigma en el seno de las familias y de las comunidades, las mujeres tienden a hablar de las violaciones demasiado tarde, cuando los síntomas mentales y físicos son graves.

Por eso, sensibilizar a las comunidades rurales sobre la violencia sexual es de gran importancia, y por esta razón hemos formado a personas de estas comunidades para que trabajen como promotores y educadores sanitarios.

A lo largo de todo el día sigo dando vueltas a las historias que estas mujeres me han contado. Ni siquiera consigo concentrarme en el libro que hace dos semanas no podía dejar de leer. Me acuesto cansada. ¿A cuántas mujeres violarán esta noche?

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Foto 1: La pequeña Pierrete fue violada por los hombres armados que la retuvieron durante dos meses. Este de RDC. (© Julie Rémy)

Foto 2: Mujeres en Kalonge, RDC. (© Stella Evangelidou).

Foto 3: Formación e atención psicosocial para el personal congoleño de MSF, en Kalonge, RDC (© Stella Evangelidou)

Un día cualquiera en Chifunzi

Por Stella Evangelidou (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras)

El trabajo comienza a las 7:30 con una reunión donde nos ponemos al día de las actividades del proyecto y de la situación general de la región. Al final de la reunión, nos montamos en el coche de MSF rumbo al hospital. Entre las 13:30 hasta las 14:30 volvemos a la base para comer. Después, o bien volvemos al hospital para continuar, o nos quedamos en la oficina de la base para completar informes y diseñar los planes de acción. Oficialmente, el trabajo se termina a las 17:30.

Un día típico de trabajo en una misión de MSF es, en general, “atípico”… Debido a las necesidades de los pacientes en el hospital, algunos días nos saltamos la hora de comer y trabajamos hasta pasadas las 17:30. Las necesidades de los pacientes siempre encabezan la lista diaria de prioridades.

Por razones de seguridad, tenemos que volver a la base antes de las 18:00, llevar puesta nuestra identificación de MSF y tener siempre las radios encendidas.

La base de MSF está situada al final de la aldea de Chifunzi, a un kilómetro del hospital central. Es una zona cercada con bambú donde se encuentran la casa MSF para los siete expatriados que estamos aquí, y la oficina. No hay ni agua corriente ni red eléctrica, pero gracias al equipo logístico contamos con un generador, un sistema de energía solar y letrinas. Y os diré que no hay nada más relajante al final del día que una ducha con un cubo de agua…

A menudo he ido a trabajar andando junto con mi colega Théophile, un psicólogo congoleño. Es un camino embarrado que lleva al hospital atravesando el centro del pueblo. Solemos llamar la atención de los vecinos. “Mzungu1, dame galletas”. Eran niños en edad escolar jugando con los ladrillos de barro con los que se está construyendo la nueva escuela.

Uno de esos días, nos detuvimos a comprar una botella pequeña de agua, que nos costó 800 francos congoleños, unos 70 céntimos de euro, casi más caro que en mi país, Grecia. Los soldados del gobierno andaban cerca de la aldea. Su presencia me recordó que estábamos en una zona donde la seguridad no puede darse por sentada.

Le pedí a Théophile que me comprara un paquete de cigarrillos por el camino. Si lo hiciera yo misma, no tardaría en haber habladurías en el pueblo. Es muy raro ver mujeres fumando en Congo, excepto las expatriadas que no pueden superar su adicción

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(1) Mzungu: «hombre blanco» 

Foto superior: Vista de Kalonge (© Stella Evangelidou)

Foto inferior: Mercado de Kalonge en un día de lluvia, visto desde el interior de un coche de MSF (© Stella Evangelidou)

Una psicóloga en el bosque congoleño

Por Stella Evangelidou (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras)

¿Quién dijo que los psicólogos sólo trabajan en clínicas psiquiátricas, hospitales, universidades o en sus despachos esperando a pacientes a los que cobrar bien caro…? MSF ha integrado el apoyo psicosocial y los cuidados de salud mental en su programa médico como componentes inseparables de una atención de calidad.

Me presento: soy psicóloga de apoyo técnico en Kivu Sur, en el este de la República Democrática del Congo (RDC). Empecé esta misión, inicialmente de tres meses, con la idea de reforzar la parte psicológica del programa de violencia sexual desarrollado en Kalonge. Sin embargo, este periodo de tiempo se amplió, ya que son muchas las necesidades en cuanto a salud mental de los pacientes de los proyectos médicos que MSF ha emprendido en toda la provincia. Por ejemplo, tuvimos que responder a las traumáticas consecuencias de un desgraciado accidente en Sange, del que os hablaré en próximos posts.

La psicología es una disciplina terapéutica preventiva y curativa, que siempre va “aderezada” con las creencias culturales. En el marco de la labor humanitaria, la psicología tiene un enfoque psicosocial. De esta manera, hablamos más de “seres sociales” y no tanto de “individuos”. El contexto social está fuertemente relacionado con el bienestar psicológico. La familia ampliada y la comunidad son factores sociales que dan forma a la configuración psicológica de una persona.

En RDC, la mayoría de los psicólogos asocian la disciplina de la psicología con las creencias religiosas y la ayuda socio-económica. Es un proceso más externo que interno: la ayuda se encuentra fuera de uno mismo: son el “Dios proveerá” y el “alguna organización humanitaria nos dará algo de comida para hoy”.

Como psicóloga expatriada que trabaja en Congo, el mayor desafío al que me he enfrentado ha sido el colaborar con los psicólogos congoleños, animarles a trabajar en la línea de inculcar la resiliencia en los pacientes. ¿Cuáles son los factores mentales, sociales, morales y espirituales que pueden ayudarles a hacer frente a una experiencia traumática? ¿Cómo podemos ayudar a los pacientes a ayudarse a sí mismos?

En definitiva, es el pasar a “Dios nos ayudará si personalmente nos esforzamos por superar las dificultades” o al “una organización humanitaria nos dará algo de comida para hoy, ¿pero qué pasará mañana?

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Foto superior: Las colinas de Kalonge, RDC (© Stella Evangelidou)

Foto inferior: Sesión de formación en salud mental del personal congoleño, en Haut-Plateaux (© Stella Evangelidou)

MSQ: Médicos Sin Quirófano

Por Rocío Raya (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras)

Inauguramos en este blog una serie de posts sobre República Democrática del Congo, y me han encargado el primer capítulo, que escribo a mi vuelta de este país en el que acabo de pasar seis meses, trabajando como enfermera en el proyecto de MSF en Kalonge.

Tengo los recuerdos muy frescos aún. Recuerdo por ejemplo la mañana en que me senté en la arena para decir adiós a la inmensidad del lago Tanganika. Y también la sala de espera del aeropuerto de Bujumbura, en Burundi, viendo pasar las horas y deseando que llegara el momento de estar en casa… tras un periplo por los cinco aeropuertos de rigor. Es precisamente en este aeropuerto donde escribí algunas de las cosas que quería compartir con vosotros.

Un día cualquiera, más o menos un mes antes de irme, volvíamos de la periferia después de hacer la supervisión de uno de los centros de salud. Con nosotros traíamos a una mamá que estaba a punto de dar a luz, y como el parto se presentaba complicado y no queríamos arriesgarnos a que pasara nada, valoramos la situación y decidimos trasladarla al hospital. El que acabara dando a luz dentro del coche (que es un todoterreno en el que llevamos una maleta para las urgencias y que nada tiene que ver con una ambulancia) me pareció algo así como emocionante, un poco arriesgado, y finalmente emotivo.

Pero lo que nos pasó apenas unos días después, eso sí que fue algo digno de contar, al menos a mí me lo parece: todavía no tengo la experiencia que tienen algunos de mis compañeros de MSF, gente que está acostumbrada a practicar cirugía de guerra, o a hacer toda clase de intervenciones quirúrgicas en lugares recónditos donde los medios escasean.

Como cada día, llegamos al centro de salud temprano por la mañana para comenzar nuestras actividades diarias. Esta vez, Hervé, que es el médico del equipo, nos acompañaba para trabajar en varios aspectos que servirían para mejorar la maternidad. Recuerdo que en aquel momento pensé que no estaba nada mal tener un médico a tu lado de vez en cuando… ¡sobre todo porque, en una zona que cuenta con más de 100.000 habitantes, sólo hay tres médicos….y los tres están en el hospital!

Nada más llegar, nos pidieron que pasáramos a ver a una mamá que acababa de llegar a la maternidad. Como es habitual, en los centros de salud siempre hay algún caso un poco complicado que tenemos que referir al hospital, pero Hervé nos dijo que aquella mujer estaba a punto de parir, así que había que atenderla en ese mismo momento.

Como muchas mujeres africanas, la mamá tenía muchos antecedentes en su contra por haber sufrido demasiados embarazos, demasiadas cesáreas y demasiados abortos, y no podría soportar un traslado al hospital porque su útero, cicatrizado y cansado después de siete embarazos, tenía muchas posibilidades de romperse… lo que conllevaría la muerte inmediata del niño y por supuesto de ella.

Así que como se suele decir allá en mi casa, nos liamos la manta a la cabeza y empezamos a montar un quirófano improvisado para realizar una cesárea de urgencia, en una habitación con una camilla de partos, una estantería, y una pequeña ventana que dejaba pasar, la verdad, muy poca luz.

Reunimos material del centro, le añadimos el que llevábamos en nuestra maleta de urgencias, y en cinco minutos estábamos listos. Hervé de cirujano, Christophe de enfermero instrumentista, y yo con la anestesia. La otra enfermera, Colette, circulando para arriba y para abajo, y la matrona esperando su bebé, que como era de prever necesitó ser reanimado después de sacarle tan bruscamente de su bañerita caliente…

Hubo un momento de tensión, por la condiciones en las que nos encontrábamos y por la gravedad de la situación, pero cuando el pequeño comenzó a llorar, todos respiramos. Y cuando poco después la mamá empezó a despertarse y, aunque dolorida, a buscar a su bebé sin comprender muy bien de qué manera había llegado a sus brazos, todos sonreímos.

Al cabo de unas horas nos fuimos hacia el hospital. La mamá y el bebé recibieron todos los antibióticos del mundo y todos los cuidados necesarios para evitar una infección… ¡y se recuperaron sin problemas!

Como es tradición después de estos casos, se nos concedió el honor de ponerle el nombre oficial al bebé (el nombre tradicional se lo pondrían sus padres). Dado que el bebé que nació en el coche se llamó Sheria, como el conductor, pensamos que el bebé de la cesárea de urgencia debería llamarse Hervé, como el médico sin quirófano que le había salvado la vida. Sin embargo, al final lo pensamos de nuevo entre todos y decidimos llamarle Bahati, que en swahili quiere decir “suerte”. No es el primer niño nacido en uno de nuestros proyectos que se llama así…

Ahora que lo veo todo en la distancia, creo no hay nombre mejor en el mundo para este niño. No estoy ni contenta ni triste por haber vuelto, tampoco indiferente, pero sí estoy completamente convencida de que después de haber pasado seis meses en Congo, y de haber comenzado a balancearme entre las dificultades y las maravillas de este país, algún día regresaré. Hay demasiadas necesidades a la vuelta de la esquina como para darles la espalda, como para olvidar, como para hacerlas invisibles… y también hay demasiadas cosas bellas como para no echarlas de menos.

Termino este post, pero mi compañera Stella Evangelidou, técnico de salud mental, va a tomar el relevo en unos días para seguir contándoos de Kalonge y de los muchos desafíos a que nos enfrentamos en la República Democrática del Congo.

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Foto 1: Centro de salud en la periferia (Kalonge, RDCongo).

Foto 2: El atasco de los todoterrenos de MSF en las embarradas carreteras de Kalonge es habitual.

Foto 3: Madre y su bebé, centro de salud de MSF en Kalonge.

Todas: © Rocío Raya.