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“Cuando volví a casa en Iraq me pareció el paraíso”

Chris Niles, consultor de comunicación en UNICEF Iraq

“Cuando volví a mi casa pensé que parecía el paraíso”, dice Tariq radiante de alegría al recordarlo. “Estaba muy feliz por volver”.

Este padre de diez hijos está en el patio delantero de su casa. La vivienda es espaciosa y está rodeada por un huerto. Lo normal sería que estuviera lleno de verduras, pero hoy las ovejas pastan en una hierba corta y escasa, y los pollos picotean un suelo desnudo.

La bomba de agua permanece inactiva. No hay electricidad o combustible para encenderla.

Tariq y su familia están entre los 1,3 millones de personas que desde 2014 se han visto desplazadas por la violencia en Iraq, y que han logrado volver a casa. Más de 3 millones permanecen desplazadas en todo el país.

Los niños echan carreras por el patio. Juegan, ríen y saltan en la rayuela que han pintado en el duro suelo. La mujer de Tariq y sus hijas hacen pan. Con actitud experta cogen discos de pasta, los amasan y los lanzan al aire hasta que son tan finos que casi son transparentes.

A pocos metros de la casa, bajando un camino sin asfaltar, hay un campo para desplazados. El sobrino de Tariq está ayudando allí a construir una escuela apoyada por UNICEF. Desde el tejado de la vivienda se ve el campo, así como los pozos de petróleo que el llamado Estado Islámico (ISIL, por sus siglas en inglés) quemó antes de retirarse en agosto. Llevan meses ardiendo y cubriendo todo de una capa negra, incluso las ovejas de Tariq.

“Cuando volví a casa en Iraq me pareció el paraíso”

Después de dos años, los hijos de Tariq pueden por fin volver a la escuela / © UNICEF Iraq/2016/Mackenzie

UNICEF proporciona agua potable para el campo, y ha enviado suministros para potabilizar el agua en la ciudad de Qayyarah durante tres meses. Además está preparando una inversión a largo plazo en las instalaciones de tratamiento del agua.

La familia de Tariq está agradecida por su relativa buena suerte, y hacen todo lo que pueden por los amigos que han tenido que huir del conflicto y no pueden volver a casa. “Dejamos a las familias del campo hacer pan en nuestro horno”, dice. “Queremos ayudar de la manera que podamos. Sabemos lo que significa estar desplazado. Hemos sentido lo mismo que ellos”.

Hace unos tres meses los combates obligaron a esta gran familia de 150 miembros a huir de sus casas. Buscaron la seguridad de un pueblo al otro lado del río Tigris. “Fue difícil”, recuerda Tariq. “Una vez estuvimos ocho días sin comida”.

Cuando pudieron volver les habían robado todo. “Teníamos 51 pavos”, cuenta. “Solo quedaban dos. Se llevaron nuestros muebles, nuestros coches, todo. El único coche que no se llevaron fue quemado y utilizado como plataforma para los francotiradores”.

Hoy los niños llevan uniforme y libros, y están nerviosos de poder volver a la escuela local tras dos años fuera de ella. “No les mandábamos cuando estaba el ISIL”, explica. “No nos gustaba el programa”.

La escuela es otro signo de que la vida de esta familia está volviendo a la normalidad, aunque como granjero, Tariq sabe que el camino a la prosperidad será muy largo.

No hay edad para ir al colegio

En Chad, el campo de refugiados de Daresalam hospeda a más de 5.000 refugiados provenientes de Nigeria y Níger. Todos han huido de las atrocidades y violencia que asolan sus países. El colegio del campo es el único sitio donde Yande Tchari, de 17 años y en primer curso, se siente segura. “Sólo en clase consigo quitarme las preocupaciones de la cabeza. El colegio me da la oportunidad de aprender cosas nuevas todos los días”, dice.

UNICEF Chad/2016/Bahaji . Yande y Alhadj juntas en el colegio.

UNICEF Chad/2016/Bahaji . Yande y Alhadj juntas en el colegio.

Yande llevaba a su bebé en brazos. Su bufanda blanca con cuadros morados cubría totalmente su cabeza, pero deja ver una cara muy bella marcada por las dificultades de su vida. Sentada en el suelo frente a su amiga Yekaka Mahamadu y su bebé Mariam, las dos compañeras de clase y madres parecían mucho mayores que las demás.

Durante el recreo, me acerqué a las jóvenes madres para conocerlas. Yande vivía en Lelewa, una isla del Lago Chad en territorio de Níger. En su pueblo consideraban que, al tener 15 años, ya estaba preparada para casarse. “Una noche vinieron mis padres a decirme que me iban a dar en matrimonio a un pescador llamado Kando. Nunca le había visto o conocido, pero por respeto a mis padres no dije nada”. Le pregunté si fue feliz el día de su boda y me contestó inmediatamente, “Mis padres estaban contentos, era lo importante”.

Yande se quedó embarazada después de la boda y su bebé Alhadj nació unos meses después. “Justo después de nacer, Kando fue detenido y asesinado por Boko Haram por negarse a dejar sus pertenencias, su bote, algo de dinero y todo por lo que había trabajado. Ahora mi hijo nunca conocerá a su padre” me contó con amargura.

“Unos pocos días después, unos soldados nos ordenaron dejar el pueblo porque Boko Haram llegaba para matarnos. Acababa de perder a mi marido y tenía a mi bebé en mis brazos. Éramos muchos. Los niños lloraban, algunas de las madres también. Afortunadamente algunos soldados nos vieron y nos llevaron hasta el campo de refugiados de Daresalam”.

En el campo Yande se reunió con Yekaka, su amiga de la infancia del pueblo. “Mi marido también fue asesinado por Boko Haram. Nuestro sufrimiento nos ha unido y ahora nos ayudamos la una a la otra”.

La curiosidad llevó a Yande a entrar en el colegio por primera vez. “Teniendo a mi bebé dudé si ir o no al colegio, pero el director me dijo que podría acudir con él a clase. La primera frase que aprendí en francés fue Comment tu t’appelles?” (¿Cómo te llamas?)”, cuenta contenta Yande.

El recreo terminó y los niños volvieron agitados a clase. Los profesores enfrentan muchos desafíos en estas condiciones: las clases están masificadas, faltan materiales educativos, y para la mayoría de estos niños, es la primera vez que tienen la oportunidad de ir a la escuela.

Después de clase, me encontré de nuevo con Yande y le pregunté sobre sus motivaciones para ir al colegio. “Creo que este colegio puede ayudar a las mujeres a ser autosuficientes. Si no hubiéramos ido al colegio, no estarías aquí haciéndonos preguntas ¿no? Si hubiera tenido la oportunidad de haber ido al colegio, no me habría casado tan joven. Habría ayudado a mi familia y mi madre habría estado orgullosa de mí. Hoy en día el colegio es lo que me ayuda a olvidar mis preocupaciones”.

Mientras tomaba mis notas, Yande cogió un pedazo de papel y un bolígrafo y escribió su nombre y apellido, y ayudó a Yekaka a hacer lo mismo. “Creo que el francés es un idioma muy bonito. Puedes aprender mucho divirtiéndote. Mi hijo Alhadj crecerá para ser un gran escritor. Le voy a enseñar a leer y escribir insh’Allah (si dios quiere)”.

Pude hablar mucho y de muchas cosas con las dos jóvenes: matrimonio, colegio y sus planes de futuro. Al terminar Yande me dijo “Algunas personas se ríen de mi cuando les digo que quiero seguir yendo al colegio, pero en mi opinión, no hay edad para ir al colegio; lo que importa es la voluntad”.

¿Refugiados, migrantes o personas?

Unni Krishnan, Director de Respuesta ante Desastres de Plan International

“We know where we´re going… We know where we´re from”, cantaba Bob Marley en un contexto y una era diferentes.

Este año 2015  miles de personas, muchas de ellas niños y niñas, han huido de sus hogares en un éxodo global. Son personas que saben de dónde son, algunas sabían su destino, pero no todas lo han logrado. Más de 3.580 personas han muerto o desaparecido en el mar Mediterráneo, y cientos de refugiados siguen atrapados entre los estrictos controles fronterizos.

Siria es el escenario de un conflicto cuya violencia y sufrimiento ha afectado y afecta a 13.5 millones de personas, de las cuales la mitad son niños y niñas. El mundo está siendo testigo del mayor desplazamiento de personas desde la Segunda Guerra Mundial.

Plan International trabaja para proteger a los niños y niñas refugiados sirios. Copyright Plan International

Bombardeos, balas y barcos

Selam es una niña de 10 años procedente de Damasco. Los continuos bombardeos llevaron a su familia a tomar la decisión de huir. Desde Turquía, cogieron una embarcación hacia las costas griegas pero tras dos horas de navegación el barco se hundió. Los guardacostas griegos les rescataron y les llevaron a la isla de Lesbos desde donde fueron traslados a la península en ferry. “Las bombas eran peores que el barco hundiéndose”, afirmaba Selam.

Su historia es solo un ejemplo del sufrimiento generalizado de todos los niños y niñas que han tenido que abandonar sus hogares, su cultura y su infancia . ¿Por qué la humanidad sigue sin abordar la crisis de los refugiados y migrantes? Las discusiones en torno a este tema se centran en la definición que se da a las personas que llegan a Europa, bien como refugiadas -persona obligada a dejar su país para escapar de la guerra, la persecución y la violación de los derechos humanos-, o bien como migrantes -persona que llega a otro país en busca de un trabajo y unas condiciones de vida mejores-.

¿Realmente importa esta diferenciación? Los términos deshumanizan a los miles de niños y niñas, así como a familias cuya crisis humanitaria ha llegado a nuestro continente. La guerra y la violencia han puesto fin a la vida de muchos niños y niñas que no podrán volver al colegio a corto plazo o que no volverán a ver a sus amigos o familiares.

Copyright Plan International

Necesitamos más

Entre 2014 y 2015, unas 900.000 personas han llegado a Europa cruzando océanos en peligrosas embarcaciones, atravesando campos desiertos y haciendo largas colas en los controles fronterizos. El 51% de las personas que han sobrevivido a la travesía provienen de Siria. El éxodo de nuestro tiempo se guía por la esperanza, el instinto de supervivencia y, normalmente, un teléfono móvil.

Esta situación  internacional precisa comprensión, respeto y el cumplimiento de las leyes internacionales que protegen los derechos de refugiados, migrantes y, en definitiva, de todas las personas. La Carta Humanitaria recuerda al mundo que los derechos, la ayuda, la dignidad y el respeto hacia las personas son inseparables. Las Leyes Humanitarias Internacionales dictan la protección de todos los civiles, especialmente de las mujeres y los niños y niñas.

Sin embargo, las dificultades legales y la semántica no deberían entorpecer las acciones políticas. La asistencia humanitaria y la protección son derechos que todo el mundo debería respetar. Según Antonio Guterres, Alto Comisario para los Refugiados de la ONU, “nos encontramos ante una batalla de valores: la compasión contra el miedo”.

La riqueza de la humanidad se centra en la compasión y la preocupación por otros seres humanos por lo que deberían priorizarse los valores que sirvieron para crear las reglas y leyes.

Avanzando

La coordinación, coherencia y humanidad para responder a la crisis de los refugiados ha fallado. La falta de acciones por parte de los gobiernos quedará en la memoria colectiva, pero también lo harán las respuestas que todavía se pueden tomar.

Las políticas del miedo tienen que dejar paso a la esperanza fundada en la educación sobre cómo recibir a los refugiados. La organización en defensa de los derechos de la infancia, Plan International, presta ayuda a los refugiados en Alemania y Egipto y tiene previsto desarrollar proyectos a largo plazo ya que esta crisis no va a desaparecer.

Plan International España trabaja desde 2013 en Egipto para ayudar a los niños y niñas sirios refugiados, así como a sus familias, en las provincias del Gran Cairo, Alejandría y Damieta. Según Concha López, directora de Plan International España, es necesario proteger y garantizar los derechos de todos los sirios, pero en particular de las niñas, que son las más vulnerables a sufrir violaciones de sus derechos como la falta de acceso a la educación, el maltrato y el matrimonio infantil.

Plan International trabaja en Egipto para proteger los derechos de los niños niñas refugiados sirios. Copyright Plan International v2

La ONU espera que las cifras de refugiados se mantengan en 2016 ya que “las causas que obligan a las personas a huir van a seguir existiendo”.

El mundo tiene que responder a esta crisis centrándose en la seguridad y protección de los más pequeños, ya que muchos de ellos viajan solos. Además, hay que saber responder a los traumas psicológicos que los bombardeos, la violencia y el miedo vivido en los botes han causado en los niños y niñas.

El año nuevo es una fecha en la que predomina el deseo de construir un mundo mejor. Hay muchas historias de individuos y personas que han mostrado compasión y han ayudado a los refugiados y migrantes que han llegado a Europa, un continente con una larga historia de  acogida de refugiados.

Ningún niño o niña nace con el título de refugiado o migrante. Ningún niño es ilegal. Los menores tienen el derecho de ser cuidados y protegidos. Los gobiernos tienen que centrarse en el cuidado de los que más lo necesitan y dejar a un lado las políticas y los problemas burocráticos. La policía fronteriza necesita mostrar humanidad ya que, después de todo, no somos definidos por cómo describimos a los otros, sino por cómo elegimos responderles.

 

Depósitos acribillados en Sudán del Sur: el agua como objetivo

Paul Jawor, asesor de agua y saneamiento de Médicos Sin Fronteras en Sudán del Sur.

Paul se enfrenta al reto de restaurar el abastecimiento de agua potable cuando el equipo de MSF regresa al campo de desplazados de Denthoma 1, en Melut, en el norte de Sudán del Sur.

Desplazadas hacen cola para obtener agua potable una vez reparado el sistema. Foto: Paul Jawor / MSF

Desplazadas hacen cola para obtener agua potable una vez reparado el sistema. Foto: Paul Jawor / MSF

Melut es uno de los puntos críticos en la actual escalada de violencia que vuelve a experimentar Sudán del Sur. Médicos Sin Fronteras cuenta con un hospital en el campo de desplazados de Denthoma 1 en el que 20.000 personas han buscado refugio huyendo de los enfrentamientos.

Cuando a mediados de mayo los combates estallaron en Melut, nos vimos obligados a suspender nuestras actividades médicas y a evacuar al equipo. La interrupción de los programas se tradujo en que la población dejó de tener acceso a los servicios de salud que tanto necesitan en un momento crítico como el que sufren.

Una semana más tarde, un primer equipo de MSF pudo regresar a Melut para realizar una visita relámpago de cuatro días y se encontró un paisaje desolador: el hospital y las farmacias cercanas habían sido saqueadas y destrozadas. Además, el único sistema de suministro de agua potable del campo había dejado de funcionar y algunos de los tanques de agua mostraban agujeros de bala.

Las instalaciones, el hospital y la farmacia de MSF fueron saqueados y así se encontraban el 28 de mayo 2015 después de  que la lucha llegara hasta el condado de Melut, en el estado del Alto Nilo, en Sudán del Sur. Algunos pacientes que reciben tratamiento para enfermedades como el VIH, la tuberculosis y el kala azar se vieron obligados a interrumpir su tratamiento, lo que podría dar lugar a resistencia a los medicamentos y ser fatal. Foto: Miroslav Ilic/MSF
Las instalaciones, el hospital y la farmacia de MSF fueron saqueados. Algunos pacientes de VIH,  tuberculosis y kala azar vieron interrumpido su tratamiento. Foto: Miroslav Ilic/MSF

Denthoma 1 está situado a orillas del Nilo. Mis compañeros comprobaron que ante la falta de alternativas, la población desplazada llevaba tres días bebiendo agua del río. Para responder a esta situación, MSF puso en marcha un procedimiento de emergencia y distribuyó purificadores de agua y pastillas de potabilización a 4.000 familias de forma que pudieran filtrar y tratar el agua del río Nilo que estaban utilizando.

Se trata de una solución de urgencia: resultaba urgente resolver el problema de agua potable y por eso me enviaron de inmediato. No había tiempo que perder. Cuando llegué, lo primero que me enseñaron fue que varios de los tanques de agua presentaban multitud de agujeros de bala. Afortunadamente, el problema saltaba a la vista y no fue complicado arreglarlos.

También probamos el sistema de agua y, aunque funcionó durante un tiempo, finalmente el agua dejó de correr. Comprobamos las válvulas y descubrimos que estaban bloqueadas así que decidimos desmontar todo el sistema. En el saqueo del hospital también habían desaparecido las herramientas del almacén y tras recorrer el campo de desplazados encontramos una llave inglesa gigante. Con ella y con algunos utensilios de la caja de herramientas del coche pudimos empezar a desarmar el sistema.

Abrimos cada una de las válvulas y cuando palpamos en su interior encontramos botellas de plástico trituradas tapando las bocas de las válvulas. Eso era lo que estaba bloqueando el flujo de agua. Cómo llegaron esas botellas allí es un misterio, pero nos llevó todo un día abrir cada válvula y retirar el plástico que las bloqueaba.

Abrimos cada una de las válvulas y cuando palpamos en su interior encontramos botellas de plástico trituradas tapando las bocas de las válvulas. Eso era lo que estaba bloqueando el flujo de agua. Foto: Paul Jawor/MSF
Botellas de plástico bloqueaban las válvulas del sistema de distribución de agua. Foto: Paul Jawor/MSF

Pusimos en marcha la bomba, todo parecía ir bien pero a medida que el agua fluía a través del sistema y mientras procedíamos a llenar los tanques vimos que diez de los depósitos principales perdían agua como si fueran una fuente; mostraban claros signos de haber sido tiroteados también.

Como medida temporal, taponamos algunos de los agujeros con bolsas de plástico mientras que, en otros casos, empleamos parches de goma para reparar las cubiertas de los tanques. Se trataba de una reparación de emergencia; una vez que aseguráramos el suministro de agua todos los depósitos serían reparados adecuadamente.

El objetivo estaba conseguido: restablecer el suministro de agua para 20.000 personas. Cada uno de los habitantes del campo podría comenzar a recibir 10 litros de agua al día de inmediato.

El sistema de purificación de agua abastece ya el campamento con unos de 120 metros cúbicos de agua potable al día.
Los desplazados de Denthoma 1 ya no tienen que beber agua del río sin tratar, una práctica que ponía sus vidas en riesgo dado que podía propiciar la aparición de enfermedades transmitidas por el agua como la diarrea y el cólera.

Desplazados en Yemen: en huida constante

Por Cecilie Nilsen, enfermera de Médicos Sin Fronteras en Yemen

Me encuentro al noroeste de Yemen, no lejos de la frontera con Arabia Saudí. La población civil vive una crítica; los ataques aéreos son continuos y miles de desplazados se mueven por el país en busca de refugio y seguridad. Aunque es difícil saber el número exacto de desplazados se estima en más de un millón el número de personas que han tenido que abandonar sus hogares desde que empezó el conflicto. Y cada día hay más.

Dos familias de 23 miembros que viven juntas en una pequeña tienda de campaña en Khamer, Yemen. Las dos familias huyeron de sus casas en Sada hace dos semanas. Los padres de las dos familias cuentan que sus condiciones empeoran cuando llueve.  Fotografía: Malak Shaher/MSF
Dos familias de 23 miembros que viven juntas en una pequeña tienda de campaña en Khamer, Yemen. Las dos familias huyeron de sus casas en Sada hace dos semanas. Los padres de las dos familias cuentan que sus condiciones empeoran cuando llueve. Fotografía: Malak Shaher/MSF

Algunos han huido a casas de familiares y conocidos, otros viven en tiendas de campaña, mientras que la mayoría, los más vulnerables, viven a cielo abierto. Los bombardeos son aleatorios y, cada día, varían las zonas donde se producen los ataques. Por eso, muchos desplazados se ven obligados a estar en continuo movimiento, en una huida constante.

Un día tratamos a un hombre y a dos de sus hijos. El padre tenía heridas leves, pero su hijo, de unos nueve años, sufría quemaduras en la cara y en la garganta. Cuando llegó estaba inconsciente. Su hermana, de seis años, padecía graves lesiones en la mano y el brazo, heridas que, probablemente, obligarían a amputárselo. Aunque el padre llegó en un estado de gran desconcierto y confusión fue capaz de contarnos que nueve de sus hijos habían muerto tras sufrir un bombardeo la ciudad en que vivían. Solo él y dos de sus niños habían sobrevivido.

Desde Médicos Sin Fronteras (MSF) nos aseguramos de que los desplazados que están en cuatro campos de refugiados tengan agua suficiente. También distribuimos kits de higiene, utensilios de cocina y colchones. Operamos una clínica de emergencia abierta las 24 horas del día y estamos realizando el seguimiento de la situación alimentaria y sanitaria. Contamos con una ambulancia que recoge a los heridos y los traslada hasta nuestro centro de salud donde son estabilizados en primera instancia y luego son transferidos a hospitales.

En la sala de urgencias asistimos entre 100 y 150 personas cada día. Atendemos todo tipo de pacientes, desde personas con lesiones muy graves a enfermos crónicos que no tienen acceso a medicamentos para tratar su patología. Es el caso de los pacientes con diabetes que no tienen acceso a algo tan básico y vital para ellos como la insulina.

 

Niños y personas del distrito de Khamer van a  buscar agua, ya que la escasez de combustible ha provocado que los camiones de agua no sean capaces de llevar de agua hasta la región.  Fotografía: Malak Shaher/MSF
Niños y personas del distrito de Khamer van a buscar agua, ya que la escasez de combustible ha provocado que los camiones de agua no sean capaces de llevar de agua hasta la región. Fotografía: Malak Shaher/MSF

Desde marzo, el acceso a la ayuda humanitaria y a bienes que resultan esenciales como combustible, agua y fármacos está siendo extremadamente limitado. Entrar en Yemen ya es muy complicado y la distribución de artículos de primera necesidad dentro del país resulta una carrera de obstáculos que hace imposible que éstos lleguen a todas las zonas donde se requieren.  Además estamos viendo un número creciente de personas traumatizadas, tanto niños como adultos. Tratamos de centrarnos en su salud mental, a pesar de que esto no es fácil en un contexto como el del conflicto yemení.

Me integro en un equipo médico de diez personas, cinco trabajadores de enfermería y cinco médicos. Todos mis colegas médicos son de Yemen. Junto a ellos trabajamos tanto en esta emergencia como en la atención a personas refugiadas con las que llevamos cabo actividades de promoción de la salud y en la detección de casos de desnutrición infantil. En esta zona podemos ver, por lo general, bastantes niños con desnutrición y creemos que la situación empeorará en el futuro.  Me impresiona trabajar con compañeros yemeníes. La mayoría proceden de la capital, Saná, ciudad que recibe el martilleo constante de las bombas y en la que se producen víctimas a diario. Mis colegas viven en un constante temor por sus seres queridos, y muchos de los miembros de su familia están viviendo como refugiados en su propio país. Sin embargo, siguen luchando día y noche para que la gente en esta parte del país tenga acceso a una atención médica esencial.

Los días en los que las temperaturas se mantienen por debajo de 38 o 40 grados nos alegramos. La situación es extrema y es inevitable pensar en los desplazados que viven en condiciones lamentables. En mi caso estaré trabajando en el país durante poco tiempo; sin embargo, estas personas saben que su futuro va a ser muy duro y lo va a ser durante mucho tiempo.

SUDÁN DEL SUR: atendiendo a los pacientes junto a la línea de fuego

Por Siobhan O’Malley, enfermera especializada en obstetricia de Médicos Sin Fronteras.

Poco más de un año después del comienzo del conflicto en Sudán del Sur, la situación humanitaria sigue siendo extremadamente complicada. La enfermera especializada en obstetricia Siobhan O’Malley proporcionó asistencia sanitaria tanto en Malakal como en Bentiu, las principales ciudades afectadas por los combates. A través de su relato, nos explica cómo se trabaja en primera línea del frente, prestando atención médica de manera neutral e imparcial a los más necesitados.

Siobhan O'Malley, enfermera especializada en obstetricia de MSF. Fotografía Anna Surinyach/MSF
Siobhan O’Malley, enfermera especializada en obstetricia de MSF. Fotografía Anna Surinyach/MSF

Situada en el Estado del Alto Nilo, Malakal es una de las mayores ciudades del Sudán del Sur. Cuando llegué en febrero de 2014, hace ahora un año, el conflicto ya había empezado y había advertencias de que la ciudad pronto sería invadida por las fuerzas de la oposición.

En cuanto dieron el aviso de que en breve se iban a producir combates, empezamos a ver riadas de gente corriendo hacia el recinto de Naciones Unidas (ONU) en busca de seguridad. Era espeluznante. Recuerdo ver a una mujer que huía sin llevar nada consigo, sólo a su bebé entre los brazos. Los días siguientes fueron tensos, escuchábamos disparos en la distancia y temíamos que ocurriera algo gordo.

Las fuerzas de la oposición atacaron en el medio de la noche. Unos días antes nos habíamos visto obligados a abandonar nuestra base en la ciudad y a entrar en el recinto de la ONU para protegernos. Recuerdo que estaba durmiendo en una tienda de campaña junto con otros miembros del equipo cuando el coordinador del proyecto nos despertó y nos dijo que nos preparáramos, que algo grave estaba pasando.

La ciudad de Sudán del Sur, Malakal, fue atacada el 18 de febrero de  2014. Los enfrentamientos entre el gobierno y las fuerzas opositoras obligaron a miles de personas a abandonar sus casas, hacia otros lugares o hacia los campos de refugiados de Naciones Unidas.  Alrededor de 21.000 personas llegaron a este campo. Fotografía Anna Surinyach/MSF
La ciudad de Sudán del Sur, Malakal, fue atacada el 18 de febrero de 2014. Los enfrentamientos entre el gobierno y las fuerzas opositoras obligaron a miles de personas a abandonar sus casas, hacia otros lugares o hacia los campos de refugiados de Naciones Unidas.
Alrededor de 21.000 personas llegaron a este campo. Fotografía Anna Surinyach/MSF

Las barreras internas situadas alrededor de nuestra base (situada también dentro del terreno que ocupa la ONU, pero fuera del recinto en el que se alojan ellos) estaban destrozadas, puesto que muchas de las personas que estaban huyendo habían tratado de acercarse lo máximo posible a nuestras instalaciones en busca de una mayor protección. Con los ojos muy abiertos, en tensión y en silencio, cientos de mujeres y niños estaban acurrucados en la oscuridad bajo los árboles y junto a nuestra tienda.

Entonces, la tierra empezó a temblar. Las bombas comenzaron a caer cerca del complejo. El ruido era ensordecedor. Corrimos hacia los búnkeres; en realidad seis contenedores de transporte reforzados con sacos de arena. Las mujeres y los niños corrían con nosotros. Nos metimos dentro. Estábamos hacinados y hacía muchísimo calor. Recuerdo que permanecimos sentados allí durante horas, tratando de escuchar lo que estaba pasando fuera.

Pasadas algunas horas, se nos informó del gran número de heridos que había y abandonamos el búnker para ir hacia el hospital. Nos hicimos paso como pudimos entre la multitud. El olor a quemado era insoportable, la ceniza caía desde el cielo y había torres de humo negro en el horizonte.

A través de la ventana del coche vi a una niña aterrorizada, de unos 12 años de edad. Tenía la mirada perdida y llena de rabia y balanceaba un machete para tratar de protegerse de cualquiera que se le acercara.

Esa noche en el hospital tratamos a centenares de heridos de bala y de machete y a multitud de personas con diversos tipos de traumatismos.

Con los suministros a punto de agotarse fui atendiendo paciente a paciente. Me pasé los meses restantes de mi misión centrada en tratar a heridos de guerra. Nada que ver con la idea que tenía cuando acepté lo que todos creíamos que sería un trabajo en una maternidad de Sudán del Sur. Y sin embargo, siento que ayudé a que miles de personas que no tenían más ayuda que la nuestra para que pudieran salir adelante. Lo que más rabia me da es que, cuando algo así ocurre, hay otras necesidades básicas, como por ejemplo la atención de partos complicados, que se quedan irremediablemente en un segundo plano. Y os aseguro que en Malakal la gente necesita de cualquier tipo de atención médica y humanitaria que podamos proporcionarles.

El Hospital de Malakal fue atacado por un grupo de hombres armados. Cuando el equipo de MSF volvió al hospital se encontró 11 cadáveres.  Algunos de sus pacientes fueron disparados en sus camas. Fotografía Anna Surinyach/MSF
El Hospital de Malakal fue atacado por un grupo de hombres armados. Cuando el equipo de MSF volvió al hospital se encontró 11 cadáveres. Algunos de sus pacientes fueron disparados en sus camas. Fotografía Anna Surinyach/MSF

Peregrinos en tiempos de guerra

Crónica de Omar Ahmed, coordinador de Médicos Sin Fronteras en Najaf, Irak.

Son las seis de la mañana, y a pesar de que en Najaf se superan los cincuenta grados en los meses de calor, en esta época del año las temperaturas son bastante frías. Ayer por la tarde recibimos una llamada de Khalid, un hombre desplazado por la guerra y originario del distrito de Telafar – norte de Iraq -, que trabaja de manera esporádica para nosotros desde la ciudad de Ein el Tamer. Situada en la frontera entre las regiones de Kerbala y Anbar, Ein el Tamer es uno de los puntos de recepción de los cientos de miles de desplazados que han huido de las zonas de combate durante los últimos meses. Lugar idílico lleno de palmeras, frente a un oasis de película, esta pequeña ciudad ha pasado de recibir un turismo local voluntario y con ganas de descansar, a uno forzado y con intenciones de sobrevivir.

Pero volvamos a Khalid. En aquella llamada de ayer, nuestro compañero nos informaba de que durante la última semana estaban llegando cientos de familias de la región de Anbar, concretamente desde las ciudades de Ramadi y Hit, donde actualmente se libran feroces enfrentamientos entre el ejército iraquí y las milicias del denominado Estado Islámico.

Desde hace casi dos meses, en el marco de nuestra intervención de emergencia para asistir a los desplazados de la actual guerra que se vive en Irak, estamos haciendo distribuciones de kits de higiene y de ropa de abrigo que les ayude a afrontar el invierno con mayores garantías. Tras efectuar los estrictos y habituales chequeos de seguridad, dado que no sólo nos dirigimos a una ciudad situada a apenas decenas de kilómetros del frente, sino que tenemos que atravesar un camino en que somos conscientes de que hay un riesgo considerable de sufrir atentados, salimos rumbo al norte con los camiones cargados hasta arriba.

MSF presta asistencia a las familias de desplazados internos en Diwaniya, Kerbala y Babil, en el sur de Irak, con la distribución de KIT sanitarios, atención a través de  clínicas móviles y promoción de la salud. Fotografía: MSF

MSF presta asistencia a las familias de desplazados internos en Diwaniya, Kerbala y Babil, en el sur de Irak, con la distribución de KIT sanitarios, atención a través de clínicas móviles y promoción de la salud. Fotografía: MSF

Para los lectores curiosos: los kits de higiene contienen toda una serie de productos básicos para la higiene diaria y están pensados para que duren alrededor de cuatro semanas (jabón, toallas, compresas, maquinillas de afeitar, champú, cortaúñas, detergente en polvo, y cremas varias). Los kits con ropa de abrigo contienen mantas para cada miembro de la familia, y gorros y calcetines para los niños menores de cinco años.

El camino no es largo, y la peculiar decoración de las casas situadas a ambos lados de la carretera en unas fechas tan señaladas para el Islam Chiíta, lo hace más bien ameno. Nos encontramos en medio del primer mes del calendario islámico – Muharram – en el que curiosamente está prohibido luchar. Y a lo largo de los caminos que llevan a las ciudades santas de Najaf y Kerbala, se preparan las posadas de acogida para los peregrinos – aunque ahora mismo, a quien acogen es los desplazados – y las llenan de banderas negras y verdes, así como de posters y telas con varias representaciones de Hussein, hijo de Ali – sobrino y yerno del profeta Muhammad -, y por tanto personaje venerado por los Chiítas.

Al llegar a Ein el Tamer, gracias a la colaboración del consejo local, equivalente al ayuntamiento de la ciudad, podemos organizar la distribución a cientos de familias. Para poder saber quiénes no han recibido aún estos kits, existe un registro que nos indica la fecha en la que llegaron, pero aún así, las quejas son de tipo y llegan de todos lados. En general, lo que nos dicen es que si bien estos productos les ayudarán a mantener un mínimo de higiene y a protegerse de las bajas temperaturas nocturnas del desierto, están muy lejos de garantizar el bienestar básico y digno que necesita todo ser humano. Y tienen toda la razón: las necesidades son mayores a nuestra capacidad de atenderles. Nos hemos cerciorado de que el hospital de la ciudad ofrecerá atención médica gratuita a estas familias desplazadas, pero probablemente haya que hacer nuevas distribuciones para quienes vayan llegando en las próximas semanas. Además, tenemos que seguir presionando para para que otras organizaciones se hagan cargo de otras áreas de trabajo y así podamos dar una asistencia más completa a todas estas personas.

Durante las siguientes semanas, las regiones de Najaf y Kerbala se llenarán de millones de peregrinos. Y con suerte, inmiscuidos en uno de los mayores espectáculos de solidaridad del mundo actual, los desplazados se beneficiarán de todos los servicios gratuitos que las autoridades religiosas disponen, especialmente durante las dos últimas semanas del Muharram. Lógicamente, lo que más nos preocupa es qué pasará a mediados de diciembre, cuando todo ese despliegue se despida hasta un nuevo año. El reto reside en garantizar la continuidad del acceso a los servicios básicos para los desplazados, en especial, al menos por nuestra parte, a los servicios sanitarios. Estos existen, pero hay varias barreras culturales que propician que no siempre sean accesibles para todo el mundo. Así que, más allá de las distribuciones puntuales de urgencia, esperamos contribuir a la construcción de ese puente necesario para cubrir la brecha entre servicios y necesidades.

Con esa intención, desde el proyecto de Médicos Sin Fronteras situado en Najaf, tras cuatro años de colaboración con el Hospital de maternidad de referencia en la región y habiendo contribuido considerablemente a la reducción de la mortalidad neonatal de los casi tres mil partos mensuales, hemos empezado recientemente una intervención de asistencia a los desplazados del conflicto, llegados del norte del país. Tanto en las regiones santas de Najaf y de Kerbala, como en las de Babil, Diwaniya y Wassit, comenzamos a efectuar clínicas móviles y vamos a ofrecer servicios de salud mental. Esperemos poder contar dentro de unos meses que estamos consiguiendo la necesaria integración de estas familias – en términos de acceso al sistema de salud -, para las cuales la vuelta a casa es incierta. No se sabe cuándo podrán volver, pero en cualquier caso no será muy pronto.

No nos engañemos, esto es una guerra

Por Gordon Finkbeiner, coordinador financiero de Médicos Sin Fronteras en República Centroafricana.

Campo de desplazados Mpoko, en el aeropuerto de Bangui, donde se hacinan más de 100.000 personas en condiciones infrahumanas. MSF es la única organización que les presta asistencia médica. (Copyright: Samuel Hanryon)

Campo de desplazados Mpoko, en el aeropuerto de Bangui, donde se hacinan más de 100.000 personas en condiciones infrahumanas. MSF es la única organización que les presta asistencia médica. (Copyright: Samuel Hanryon)

 

No hay manera de expresarlo de otra forma: esto es una situación de guerra. Guerra abierta, con artillería pesada y morteros que son disparados arbitrariamente en diferentes partes de la ciudad, con helicópteros sobrevolando la ciudad y con explosiones que te cortan la digestión. Tras la llegada de las tropas francesas a la ciudad, durante algunos días pareció haberse asentado en Bangui una aparente calma esperanzadora. Sin embargo, tras ese breve paréntesis, ahora se ha instalado un estado de confusión total en cuanto a quién combate a quién: los rebeldes exSéléka, los milicianos anti-Balaka, las tropas francesas, las fuerzas de mantenimiento de paz compuestas por congoleños y burundeses y sus a menudo temidos colegas del Chad (percibidos en muchas ocasiones como escasamente neutrales)… demasiados tipos armados.

La gente está desesperada, hacinándose por decenas de miles en misiones religiosas o en campos de desplazados improvisados, como el que hay en el aeropuerto y que a día de hoy ya alberga a más de 100.000 personas. Solamente en Bangui más de medio millón de ciudadanos han dejado sus casas, aunque el número se dispara cada día que pasa. Uno de nuestros compañeros pasó una semana en el interior de una iglesia con su familia, durmiendo en el suelo junto a seis mil personas más. Algunos miembros de nuestro equipo sabían que su vida correría un grave riesgo si regresaban a sus casas, por lo que fueron improvisando día tras día dónde dormir, ocultándose y durmiendo en los bosques. Algunos han perdido a varios de sus familiares.

La residencia del embajador de Camerún, a meros cien metros de donde nosotros nos alojamos, está desbordada con más de mil nacionales que pretenden salir del país después de que unos compatriotas suyos fueran asesinados en Bangui. Un grupo de civiles chadianos fue atacado cuando trataba de huir de la ciudad hacia el norte, seguramente en su pretensión de llegar de vuelta a su país. 47 de ellos fueron masacrados, mujeres y niños incluidos. Ahora tratamos de evacuar a otro compañero porque sabemos que aquí en el proyecto ya no estaría seguro. No cuento con volver a verlo por aquí.

Pacientes atendidos en el hospital Comunitario de Bangui, uno de los centros médicos en los que el personal de MSF lleva a cabo cirugías. (© Samuel Hanryon)

Pacientes atendidos en el hospital Comunitario de Bangui (© Samuel Hanryon).

El dinero y los suministros comienzan a ser un problema, pues los bancos y tiendas están cerrados. La Navidad no ha tenido lugar, no hace falta decirlo. Las escuelas, que antes del cinco de diciembre habían finalmente hallado cierta regularidad al permanecer no sólo abiertas, sino llenas de alumnos, han cerrado. En total, sólo han conseguido estar abiertas cuatro meses este año. Seguimos viendo familias enteras en las carreteras, empujando carros en los que acumulan aquellas pertenencias que han podido rescatar, y tratando de llegar a algún lugar seguro. Dejan su casa atrás, aún sabiendo que ésta será con toda probabilidad saqueada o destruida.

Las perspectivas actuales son nefastas, pero también impredecibles. Pasamos de ver cadáveres degollados amontonados por docenas en las calles, a una situación de casi normalidad. Y ahora, de nuevo, otra vez gente refugiándose de las balas… y todo esto en tan sólo dos semanas. Será difícil que la tensión existente actual amaine y que los sentimientos de odio y venganza den lugar a la reconciliación que todos deseamos.

Campo de desplazados Mpoko, en el aeropuerto de Bangui, donde los equipos de MSF pasan más de 500 consultas y ayudan a dar a luz a una media de 7 bebés al día (© Samuel Hanryon)

Campo de desplazados Mpoko, en el aeropuerto de Bangui. (© Samuel Hanryon)

En el lado positivo cabe destacar que tenemos un gran equipo y que en la actualidad, además de los muchos proyectos regulares con los que contamos en el país (hospitales que tienen una cobertura regional), también operamos y proveemos otros dos hospitales en Bangui en los que estamos dando asistencia de emergencia.

Por otro lado, hay varios equipos de MSF pasando consultas y ocupándose de las actividades de agua y saneamiento en varios de los campos de desplazados de la ciudad, donde también tratamos de luchar contra el cólera y el sarampión.

Todo ello con las dificultades obvias e impredecibles a las que nos enfrentamos a diario y bajo los riesgos e incluso amenazas que rodean a la misión. Si uno se para un minuto a analizar el caos en el que está sumido todo el país, al final no puede por menos que pensar que cada vida que logramos salvar, cada persona a la que conseguimos ayudar, resulta casi casi un pequeño milagro.

Para quitarse el sombrero

por Albert Caramès, responsable de Asuntos Humanitarios de Médicos Sin Fronteras en República Centroafricana.

Equipos de MSF dando respaldo en la atención de heridos al Hospital Comunitario de Bangui (© Samuel Hanryon/MSF).

Equipos de MSF dando respaldo en la atención de heridos al Hospital Comunitario de Bangui (© Samuel Hanryon/MSF).


El despertar del jueves 5 por la mañana fue distinto, más repentino y desagradable. El anuncio de enfrentamientos armados en algunas zonas de Bangui ya nos terminó de desvelar. Ciertos momentos de incertidumbre que rápidamente se esclarecieron tras las indicaciones de los máximos responsables de la misión: qué pasa y qué es lo que hay qué hacer.

Logistas y personal médico estaban llamados a tomar posiciones para apoyar el trabajo en el Hospital Comunal de Bangui. Allí se irían (comprometidos, pero con la serenidad de quien fuera a un tranquilo día de trabajo en la oficina) para atender a los múltiples heridos que irían llegando.

Desde entonces, una sucesión de días intensos, de aquellos que te hacen parecer que ayer hubiera sido la semana anterior: puntos informativos diarios, financieros y administrativos apoyando la logística durante el fin de semana, recogida de heridos, la administración flexible a todos los cambios que se presentaban, personal nacional (conductores, guardianes, personal médico) haciendo de la base/oficina su casa durante unos días, más pacientes que llegan, llamadas, comunicados de prensa y entrevistas, entre muchas otras cosas. Y siempre bajo esa sensación de que todavía hay tanto por hacer y no sabes cómo empezará el día siguiente.

Hospital Comunitario de Bangui (© Samuel Hanryon/MSF).

Hospital Comunitario de Bangui (© Samuel Hanryon/MSF).

Personalmente, siento la más profunda admiración hacia las personas que directamente salvan vidas. Sé que suena a tópico, pero la manera en cómo lo cuentan no dejan de asombrarme, hablando de heridas y traumatismos con tristeza pero muy profesionalmente.

Estos días, más allá de mi trabajo habitual he intentado hacer un poco de logista y acompañado algunos pacientes. Fue en este último viaje que me encontré en una carretera llena de gente que, a nuestro paso, nos aplaudía, agradecida de nuestra labor. Esa noche dormí mejor, pero sólo porque los que me aplaudían pensaba que yo también era personal médico o logista.Y es con ellos con quien yo me quito el sombrero.

Los pueblos sin gente de la República Centroafricana

Por Lali Cambra (Médicos Sin Fronteras)

No se ve gente en los pueblos, las aldeas están abandonadas, la gente sigue buscando refugio en los campos, lejos de los núcleos urbanos”. Así me describe la situación de la República Centroafricana (RCA) Liliana Palacios, coordinadora médica de los proyectos de Médicos sin Fronteras (MSF), que se encuentra de visita en el país.

Casi seis meses después de que los grupos armados de la coalición opositora Séléka avanzara desde el norte del país en marzo hasta tomar la capital, Bangui, y forzara al exilio al presidente François Bozizé, la emergencia humanitaria se recrudece en el país, con buena parte de su población desplazada. Liliana dice que lo importante ahora mismo es tratar de evitar que una situación que ya era crítica antes del golpe de Estado se agudice aún más, “pero para eso es necesaria la extensión de la ayuda humanitaria suficiente en el resto del país porque las necesidades son ingentes”.

Mujeres con sus niños esperando consulta con MSF (© Emilio Cuadrado).

Mujeres con sus niños esperando consulta con MSF en Bouca (© Emilio Cuadrado).

Mi anterior visita a la República Centroafricana fue en noviembre, meses antes del golpe de Estado -recuerda-, e impresiona ver cuán diferente es ahora: no se ve gente en los caminos, las aldeas siguen abandonadas y en la zona de Batangafo, en el norte del país, la población sigue viviendo desplazada en los campos. En el resto del país es similar”.

En Batangafo, el hospital de MSF mantiene las actividades regulares que lleva ofreciendo desde 2006. El número de consultas ha aumentado en 5.000 casos entre enero y julio con respecto al año pasado (de casi 33.000 a casi 38.000), un incremento que podría deberse a la no apertura de algunos puestos de salud en la zona después del golpe de Estado (que forzó al personal del ministerio de salud a buscar refugio, principalmente en la capital).

Y, como siempre, es la malaria la primordial causa de búsqueda de atención médica entre la población: 31.556 casos registrados entre enero y julio, entre los llegados al hospital y a los puestos de salud. “Por lo general son los menores de cinco años los que aparecen con malarias graves que requieren ingreso, es decir, que la malaria viene ya complicada con una anemia severa o con malnutrición”. El 83% de entre los más de 1.800 pacientes ingresados en el hospital por malaria grave son niños.

En la República Centroafricana, uno de los países más pobres del mundo, cuyos habitantes cuentan con una expectativa de vida de apenas 48 años, en el que el sistema de salud público es deficitario hasta casi la inexistencia y donde apenas hay campañas de vacunación establecidas, los niños son las primeras víctimas en sucumbir ante cualquier turbulencia que altere su frágil existencia. La malaria arremete cada año cobrándose centenares de miles de vidas y, cuando aparece combinada con el sarampión o con la desnutrición, provoca que las tasas de mortalidad entre la población infantil se disparen.

La tumba del nieto de un jefe de "quartier" (barrio) en RCA (© Juan Carlos Cano).

La tumba del nieto de un jefe de «quartier» (barrio) en la localidad de Amada Gaza en RCA, fotografiada durante la misión exploratoria de MSF (© Juan Carlos Cano).

Juan Carlos Cano finalizó una misión de exploración que llevó a un pequeño equipo de MSF a diferentes regiones del país, y cuenta que en el oeste, en Gadzi, en Sosso, en Boda, vieron el efecto del desplazamiento de la población, la falta de alimentación adecuada, la vulnerabilidad ante, por ejemplo, el sarampión. “Había tumbas pequeñas, excavadas recientemente al lado de las casas. Sepultan los cuerpos de los niños cerca de la residencia porque creen que ayuda a la madre a volver a quedarse embarazada. Nunca había visto algo igual, cada casa, cada dos casas, una tumbita, a veces dos”, me explica.

MSF ha ampliado recientemente sus proyectos en Bossangoa, Bria, Gadzi y Bouca, que se añaden a los siete regulares que la organización ya operaba en diferentes provincias del país. Buena parte de los proyectos de emergencia se centran en la población más vulnerable, los menores de 5 años. En Gadzi, se iniciará próximamente una vacunación masiva de 27.000 niños contra el sarampión (que combinado con desnutrición o malaria puede resultar letal). En Bouca, cuyos cien kilómetros de distancia con Batangafo se recorren en más de tres horas en coche, las clínicas móviles atienden eminentemente a niños, madres y casos graves.

 

«Impresionan las largas colas de mamás con sus bebés, el saber que durante mucho tiempo no han tenido atención médica, que recorren kilómetros para llegar a las clínicas móviles con sus niños”. La gran mayoría, de nuevo, son pacientes afectados por malaria (casi 700 de unos 1.200). Liliana me explica que, por el momento, ni en Bouca ni en Batangafo están detectando niveles alarmantes de desnutrición (28 casos de desnutrición severa en Bouca, donde se iniciaron las clínicas móviles a principios de agosto), “pero todo depende de lo que pase en los próximos meses, la gente está ahora sembrando, más tarde de lo debido, por los problemas de desplazamiento e inseguridad; eso quiere decir que la cosecha será también más tarde y menor de lo habitual. Si llegamos a ver niveles alarmantes en esta zona, será dentro de unos meses”.

MSF ha dado la voz de alarma sobre la emergencia humanitaria en repetidas ocasiones antes del reciente golpe de Estado, pero sobre todo, después de que la ofensiva y toma del poder de Séléka iniciara un período de mayor turbulencia y caos en el país y exacerbara antiguas rivalidades, más o menos soterradas, étnicas económicas y políticas, con miles de personas desplazadas. La situación en el país es todavía muy volátil.

Han sido muchas las voces a nivel internacional, de instituciones y organismos, que llaman a ampliar la ayuda a la población de RCA. Se observa una creciente presencia de ONG y de agencias de la UN, pero no son ni suficientes ni lo suficientemente rápidas. Las necesidades que la población todavía presenta, debido su falta de acceso a servicios básicos, son enormes, mucho mayores que la respuesta que ahora mismo se está proporcionando.

 

(También desde República Centroafricana: Bruno da Silva Machado, administrador de terreno de Médicos Sin Fronteras en Ndélé.)