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Irak: «En el campo de Domeez, nuestros propios compañeros también son refugiados»

Sólo unas semanas después de abrir sus puertas por primera vez, el 4 de agosto, la unidad de maternidad en el campo de refugiados Domeez, en el norte del Kurdistán iraquí, ya está llena de mujeres sirias, muchas de ellas a punto de dar a luz. Todas quieren aprovechar la amplia gama de servicios de maternidad – desde controles prenatales a vacunas postnatales – proporcionados por el personal de Médicos Sin Fronteras. La particularidad de  estos trabajadores es que también ellos son refugiados.

Por Talia Bouchareb, periodista de MSF en Domeez.

Ayla Hamdo, nacido el 4 de agosto, fue el primer bebé de la nueva maternidad. Su peso al nacer fue de 3,2 kg y su estatura de 52 cm. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
Ayla Hamdo, nacido el 4 de agosto, fue el primer bebé de la nueva maternidad. Su peso al nacer fue de 3,2 kg y su estatura de 52 cm. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

 

El Campo de Domeez, que se encuentra a unos 10 km al sur de la ciudad de Dohuk, fue planeado inicialmente para una población de 30.000 personas. Tres años después, alberga el doble de esta cifra, por lo que es ya el mayor campo de refugiados en el Kurdistán iraquí. A medida que los meses van pasando, y con pocas esperanzas de que sus residentes puedan regresar a sus hogares, el campo se parece cada vez más a un animado pueblo sirio, con tuktuks (bici-taxis) llevando personas de un lado a otro y tiendas en las que venden desde shawarma, hasta ordenadores. También hay locales donde se hacen cortes de pelo o se venden vestidos de novia.

Como los matrimonios y los nacimientos se han multiplicado, y la población del campamento ha crecido, también lo ha hecho la necesidad de una unidad médica dedicada a la maternidad. Los estudios que manejamos nos desvelan que uno de cada cinco habitantes del campamento es una mujer en edad reproductiva, y que 2,100 bebés nacen en el campo cada año.

Como resultado de esta situación, hemos decidido ampliar los servicios de salud en el campamento. Llevan ya funcionando dos años, pero hemos creído conveniente dar un paso más en cuanto a la cantidad y a la calidad de los mismos.

Hasta hace poco, nuestra clínica había estado proporcionando servicios básicos de salud reproductiva, pero las mujeres tenían que hacer el largo camino hasta la ciudad para dar a luz en un hospital que está muy saturado. Sin embargo, con la nueva unidad de maternidad en marcha y funcionando, ahora sólo tenemos que referir los partos de alto riesgo a Dohuk, lo que libera mucha de la presión sobre el hospital.

El equipo de MSF felicita a la madre de Ayla. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
El equipo de MSF felicita a la madre de Ayla. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

Hoy he visitado a Golestan, una orgullosa madre de tres hijos, que está descansando en la cama. Su hijo recién nacido, bien envuelto, duerme junto a ella. «Yo di a luz en el hospital de Dohuk el año pasado, porque mi parto tenía complicaciones que no podían ser atendidas aquí», me dice. «Sin embargo, esta vez me han animado a permanecer en cama durante unas horas, las enfermeras revisan mi estado a cada rato… es como estar de vuelta en la Siria de hace unos años, sólo que aquí es gratis”, me explica emocionada.

«Ayudar a las mujeres durante el parto es sólo un aspecto de la atención que ofrecemos aquí, pero además de ayudar a las mujeres a dar a luz de forma segura, también nos aseguramos de darles un seguimiento adecuado – desde el comienzo del embarazo hasta el final del proceso, a través de consultas postnatales. Con este enfoque integral también podemos proporcionarles vacunas, ayudar con la lactancia materna y ofrecer consejos de planificación familiar, todos los cuales tienen un gran impacto en el bienestar de las madres y los niños», me explica Adrián Guadarrama, responsable médico de MSF en Domeez.

Antes de que la unidad de maternidad abriera, muchas mujeres sirias en Domeez optaban por dar a luz en sus tiendas de campaña en el campamento, en lugar de viajar al hospital de Dohuk. Zozan, otra mujer que ya hace siete meses que dio a luz y que hoy ha venido en busca de vacunas para su niño, es uno de los muchos ejemplos que nos hemos encontrado: «Llamé a una partera siria para que me ayudara a dar a luz en casa, y todo fue bien, pero hubiera sido mejor estar cerca de los médicos: en una tienda de campaña siempre hay un riesgo«. Como medida para evitar que las mujeres sigan dando a luz en sus casas, las autoridades locales han dejado de emitir certificados de nacimiento a los bebés que no nacen en los centros asistidos por personal sanitario.

Parteras rellenando el partograma para hacer el seguimiento del primer parto que tuvo lugar en la nueva maternidad de MSF en Domeez. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
Parteras rellenando el partograma para hacer el seguimiento del primer parto que tuvo lugar en la nueva maternidad de MSF en Domeez. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

«Nuestra unidad de maternidad se creó en un tiempo récord, con la ayuda de las autoridades locales de salud. Todo sucedió muy rápido. Presentamos nuestra propuesta, las autoridades la aprobaron de inmediato y luego proporcionaron los materiales de construcción y todo el equipo médico. Ahora la unidad es gestionada por parteras, y muchos de los nuevos empleados han tenido que adaptarse a una manera diferente de trabajar», me dice Adrián. «El principal reto ha sido encontrar y capacitar a las parteras porque muchas están acostumbradas a trabajar a la sombra de los médicos. Cuando les dijimos que llegaría un día en el que ellas estarían gestionando el lugar, casi no se lo podían creer, pero ahora aquellas promesas se han convertido en una realidad».

Margueritte, una de estas parteras, me dice que «el primer paso es siempre darse el tiempo para examinar a las pacientes y escucharlas. Hemos estado enseñando a todas las nuevas parteras un enfoque más completo de cómo atender los partos».

Lo bueno y novedoso al mismo tiempo es que aquí nuestro personal tiene una estrecha relación con los pacientes, ya que la mayoría de ellos también son refugiados de Siria. Actualmente contamos con un ginecólogo, nueve parteras y cuatro enfermeras, que son las que proporcionan la atención continua.

Un familiar se ocupa de Ayla mientras su madre recibe los cuidados post-parto. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
Un familiar se ocupa de Ayla mientras su madre recibe los cuidados post-parto. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

Nuestros promotores de salud han recorrido durante estas semanas el campamento para informar a las mujeres acerca de los nuevos servicios que se ofrecen, mientras que el boca a boca también ha sido fundamental para atraer a las mujeres a la nueva unidad. Su apertura también apareció en la primera página del periódico local del campamento (sí, sí, aquí ya han creado hasta un periódico local), así que ahora tenemos a mujeres que ni siquiera estaban en el campo y que vienen desde una cierta distancia para poder dar a luz aquí.

Ahlam, que se prepara para salir de la unidad con su bebé recién nacido, se ha registrado en el campo de refugiados Gowergosk, a unas dos horas en coche de Dohuk. «He oído por mi cuñada que había parteras sirias y una maternidad nueva», me dice, «así que me mudé aquí hace unas semanas, sólo para poder dar a luz. Una vez me que me sienta más fuerte voy a volver a Gowergosk «.

Y la verdad es que es un placer poder observar lo fácil que resulta el poder devolver un poquito de esperanza a toda esta gente que lo está pasando tan mal y que no saben si algún día podrán vovler a sus casas. Al menos, aquí han construido algo que cada vez se va pareciendo más a un hogar.

La ‘musungu’ y los alucinantes niños de Kalonge

Por Jana Brandt, coordinadora de Médicos Sin Fronteras en Kalonge, República Democrática del Congo

Niños que salen de la nada en Kalonge, RDCongo (© Jana Brandt).

Niños que salen de la nada en Kalonge, RDCongo (© Jana Brandt).

 

«¡¡Musunguuuuuuuuuuuuuuuuuu!!!! ¡¡¡Musuuuuunguuuuuuuuuu!!!1» Me paro para ver desde dónde llegan los gritos. No veo a nadie. Otra vez: “¡¡musunguuuuuuuuuuuuuuuuuu!!” De repente, una cara sucia pero sonriente aparece de la nada. Desde las plataneras se escuchan risas sofocadas. Otra cara. Y otra. Un grupo de niños de diferentes edades surge entre los árboles y corre hacia mí. ¿Cómo es posible que los niños siempre le vean a uno primero antes de verlos a ellos? “Jambo2, musungu”, me saludan, rebozando de alegría. “¡Jambo sana!”, respondo yo, también sonriendo.

¡Musunguuu!!” es el grito que más nos acompaña aquí en Kalonge. Los seis expatriados de Médicos Sin Fronteras somos los únicos blancos en toda la zona, y como tales, llamamos muchísimo la atención. Los niños son todo un espectáculo. Nos ven desde lejos aunque nosotros no les veamos y, vayamos donde vayamos, los niños siempre aparecen por todos lados para saludarnos o para acompañarnos un trozo del camino. Tan pálidos que somos, debemos de parecerles extraterrestres.

Una de mis muchas responsabilidades como coordinadora de terreno de MSF es mantener el contacto con todos los actores de la zona. En más de una ocasión me he encontrado en reunión con un líder comunitario o las autoridades locales cuando de repente escucho detrás de mí susurros de voces infantiles o una mano que me toca la espalda o el cabello. Si me giro, puedo estar segura de encontrarme con un grupo de niños que se empujan entre ellos en disputa sobre la mejor vista a la blanca que está sentada en una casita construida de barro y paja. Su natural curiosidad infantil es infinita.

Como en todo el país, también en Kalonge la tasa de natalidad es muy alta (para la República Democrática del Congo: 40 por cada 1.000 habitantes). La zona de Kalonge tiene 142.779 habitantes, y 19,5% de ellos son niños. La media de niños por familia oscila fácilmente entre seis y ocho. Las mujeres se embarazan muy jóvenes y no es raro que a los 30 años ya tengan siete o más hijos.

Como consecuencia, en el hospital apoyado por MSF se atiende sobre todo a mujeres y niños. Con unos 200 partos por mes sólo en el hospital (sin contar los nacimientos en los ocho centros de salud donde MSF también trabaja), la salud maternal e infantil encabeza la lista de las actividades de MSF en la zona. A pesar del gran número de bebés que nacen en Kalonge, la llegada al mundo de cada niño es motivo de fiesta. Cuando la madre sale del hospital con su hijo en brazos y envuelto en paños de colores, la esperan amigas y familiares cantando y bailando para felicitarla y saludar al nuevo miembro de la comunidad. Cantando y bailando acompañan a la madre y al bebé hasta la casa.

Sin embargo, no todas las familias tienen los medios para alimentar a tantas bocas. En los casos aislados donde la madre muere durante o después del parto, muchas veces la única opción para que el bebé sobreviva es dejarlo bajo la custodia del hospital durante los primeros seis meses de vida para asegurar una alimentación apropiada.

Freddy, enfermero de MSF en Kalonge, dando el biberón a Rose (© Jana Brandt).

Freddy, enfermero de MSF en Kalonge, dando el biberón a Rose (© Jana Brandt).

 

Así sucedió con la pequeña Rose. Ella nació en el hospital en marzo. Cuando su madre murió durante el parto, su familia no tuvo otro remedio que dejarla allí durante los primeros meses de vida. Desde entonces, Rose vive de manera temporal en la neonatología, rodeada de mamás con sus recién nacidos -no pocas veces gemelos o trillizos-, y los enfermeros se ocupan de ella.

Contrariamente a lo que uno se podría imaginar de un bebé medio huérfano, Rose es de los bebés más felices que he visto en mi vida. Con su carácter alegre y su continua sonrisa desdentada, ha conquistado el corazón de muchos. Sobre todo a Bea, la supervisora MSF del equipo médico, la tiene hechizada: no pasa un día en que no se tome por lo menos cinco minutos para saludarla o llevarla de paseo por el recinto del hospital. Rose, encantada de la vida, mira todo con mucha atención con su grandes ojos negros, regalando sonrisas al mundo.

Jambo, musungu”, escucho de nuevo. Esta vez de una voz abatida que proviene de una de las camas de la unidad de nutrición terapéutica intensiva. Me saluda Christine, una niña desnutrida de 4 años. A pesar de su débil estado físico –parece mucho menor que su edad real–, le encanta hablar con todo el mundo. “¿Habari3, Christine?” “Musurii4”, me contesta con una leve sonrisa. Trago saliva. ¿Ya dije lo alucinantes que son los niños de Kalonge? Pues eso.

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(1) Musungu = “Europeo / Blanco” en Suahili.

(2) Jambo = “Hola” en Suahili

(3) Habari = “¿Cómo estás?” en Suahili

(4) Musuri = “Muy bien” en Suahili

 

 

Dar a luz en Sudán del Sur

Por Agus Morales y Anna Surinyach (Médicos Sin Fronteras, desde Sudán del Sur*)

«¿A qué problemas os enfrentáis durante el parto?”, pregunta Aisha Akello, matrona de Médicos Sin Fronteras.

“A veces vemos que sale un brazo y no sabemos qué hacer”, contesta una partera. “Si pasa algo así, lo mejor es no tocar a la embarazada y llevarla al hospital”.

Aisha está en permanente contacto con las parteras tradicionales de una zona rural de Sudán del Sur. Habla con ellas mientras en el suelo yace una muñeca de plástico que hace las veces de embarazada. Las parteras han acudido a un centro de atención primaria del estado de Ecuatoria Occidental para practicar con el modelo y discutir sobre los retos que suponen algunos partos, sobre todo los que se complican. Aquí el mundo tradicional de las parteras y el conocimiento obstétrico confluyen para evitar la muerte de más mujeres.

Madeleine James dio a luz a su primer hijo en casa con grandes dificultades. Ahora quiere parir en el hospital de MSF en Yambio (© Anna Surinyach)

Madeleine James dio a luz a su primer hijo en casa con grandes dificultades. Ahora quiere parir en el hospital de MSF en Yambio (© Anna Surinyach)

 “Si veis la cabeza y no hay tiempo, tenéis que llevar a cabo el parto”, dice la matrona, “pero si veis otras partes del cuerpo es mejor acudir a un centro médico”.

Sudán del Sur tiene la tasa de mortalidad materna más alta del mundo: 2.054 mujeres fallecen por cada 100.000 nacidos vivos, según la Organización Mundial de la Salud. La hemorragia es el motivo principal, a menudo debido al aislamiento de algunas de estas comunidades, que impide el acceso rápido a centros de salud en caso de complicaciones durante el parto.

Las duras condiciones de vida, la ausencia de planificación familiar, la coincidencia del embarazo con enfermedades como la malaria y la escasez de personal médico cualificado completan el cuadro de razones para la muerte de mujeres durante o después del parto.

En este contexto, la figura tradicional de las parteras es clave para salvar la vida de centenares de mujeres. Tienen consultas en las aldeas, van de casa en casa y conocen bien a la comunidad. Las embarazadas confían de forma casi ciega en las parteras; por eso la estrategia de MSF se centra en conectar con ellas.

“No podemos sentarnos y esperar en el hospital, tenemos que llegar a la comunidad, porque a menudo las embarazadas no vienen a nosotros. La costumbre es tener hijos en casa con la ayuda de parteras”, resume Michiko Kyokan, responsable médica del proyecto de MSF en Yambio.

MSF anima a las parteras, en primera instancia, a que lleven a las embarazadas a centros de atención primaria en caso de complicaciones durante el embarazo. El último nivel es el del hospital, preparado para efectuar cesáreas, pero donde también se reparten kits a las mujeres que tienen decidido parir en casa.

Parteras tradicionales junto a personal de MSF en Sudán del Sur (© Anna Surinyach)

Parteras tradicionales junto a personal de MSF en Sudán del Sur (© Anna Surinyach)

“A veces la cabeza del bebé ya está saliendo y es imposible llevar a la madre al hospital”, razona Teresina Simon, una partera que vive en el distrito de Gangura, en el sur del país. “Normalmente me muevo por la zona e informo a las mujeres de que pueden ir al hospital”, amplía.

Pero Teresina tiene claro que en muchas ocasiones esto no es posible y que las parteras tienen que estar preparadas para asistir a las embarazadas. “Lo que me hizo ser partera fue mi primera hija, que estaba a punto de dar a luz. Yo estaba cocinando y empezó a decirme que tenía dolores. Cuando me acerqué a ella, la cabeza del bebé ya estaba saliendo”.

 

* Médicos Sin Fronteras trabaja en el hospital de Yambio, en el estado de Ecuatoria Occidental, desde 2008. La organización apoya la maternidad del centro y tiene un programa de prevención de transmisión del virus del VIH de madre a hijo, además de desarrollar actividades pediátricas y quirúrgicas. La presencia de MSF en la maternidad y la conexión con las parteras hicieron posible que en el hospital hubiera un total de 1.951 partos en 2012 y 1.254 en los primeros seis meses de este año.

Lluvia, malaria y muchas preguntas

por Bruno da Silva Machado, administrador de terreno de MSF en Ndélé, República Centroafricana

Me desperté un poco antes de lo habitual; eran las 5 de la mañana y la lluvia caía sobre nuestro tejado de zinc. No era el único que se levantaba tan temprano: la mayoría de expatriados también se despiertan pronto. Ayer, todos trabajamos por lo menos 12 horas, y cuando el equipo médico regresó tras el toque de queda, lo hizo cabizbajo.

En República Centroafricana la lluvia significa poder tener agua. Normalmente el agua escasea en esta zona, así que naturalmente la lluvia es una bendición. Pero también significa charcos y aguas estancadas, perfectos campos de cultivo para los mosquitos. En otras palabras, la estación de lluvias tiene dos caras: trae agua y malaria a la vez. La tasa de mortalidad de la malaria ha aumentado drásticamente, especialmente entre los niños.

Mujeres con sus hijos ingresados en un hospital de MSF en RCA (© Corentin Fohlen).

Mujeres con sus hijos ingresados en un hospital de MSF en RCA (© Corentin Fohlen).

La noche anterior, tres niños habían muerto en el hospital. Llegaron tarde, en un estadio muy avanzado de la enfermedad. Y, tal como venía diciendo, la llegada del equipo médico remató aquel duro día. Juntos analizamos lo que podíamos cambiar y compartimos nuestras frustraciones sobre lo que no está a nuestro alcance: “Si hubiese más instalaciones médicas en la región, más cerca de las personas que las necesitan”… “Somos sólo 3 médicos aquí”… “Parece que hay un grupo armado en la carretera, la gente tiene miedo a desplazarse y cuando vienen es tarde, demasiado tarde”… Todos nos fuimos pronto a la cama.

La lluvia de la mañana amainó cuando salíamos a trabajar. La carretera que conduce hasta el hospital empezó entonces a despertar: los vendedores ambulantes montaron sus tenderetes, los niños salieron a jugar (la escuela pública lleva cerrada desde diciembre de 2012), la gente se puso a limpiar el barro de la noche anterior de las puertas de sus casas…

Era sábado. Los sábados por la mañana tenemos una reunión con todo el personal. Cerramos la semana compartiendo con los demás lo que hemos conseguido y lo que no. Digo ‘cerramos’ entre comillas, porque los días son, de hecho, todos iguales. El concepto de fin de semana cada vez me resulta menos claro. La gente enferma cada día, nace cada día, trabaja cada día…

En administración, el día de trabajo fluye como de costumbre: en una burbuja condensada de trabajo. Si intento describir cada tarea que he hecho hoy, parece como que he trabajado tres días seguidos. Sin embargo, la jornada pasa sin la sensación de que existan las horas. Los responsables de promoción de la salud están preparando una campaña para movilizar a las comunidades y encontrar donantes de sangre, una necesidad acuciante durante el pico de malaria (cuando ésta impacta de forma masiva).

También hemos estado muy ocupados preparándolo todo para recibir a más pacientes de lo normal: mosquiteras, camas, tiendas, más personal para atender a los enfermos, más gente para ocuparse de la higiene, comida para la cocina, más medicamentos. Sí, más medicamentos sin duda…

Pruebas rápidas de malaria durante una clínica móvil de MSF. El hombre de la imagen es diagnosticado y enviado a la farmacia del centro de salud (© MSF).

Pruebas rápidas de malaria durante una clínica móvil de MSF. El hombre de la imagen es diagnosticado y enviado a la farmacia del centro de salud (© MSF).

Todas las tareas se ven interrumpidas por cuestiones más apremiantes, muchas de las cuales están relacionadas con nuestro personal local. Las alegrías y las penas de las personas con las que trabajamos bastarían para llenar muchas páginas, pero supongo que lo mejor es no compartir sus historias particulares…

A la hora de la cena recibo la buena noticia de que dos mujeres han dado a luz esa tarde. A pesar de algunas complicaciones, el acceso al hospital les ha permitido dar a luz de forma segura a un niño y a una niña en perfecto estado de salud. La buena noticia cambia visiblemente el humor en la mesa.

Me pregunto cómo se llamarán. Me pregunto qué serán cuando crezcan. Me pregunto si sus hijos nacerán sus hijos en mejores condiciones. Me pregunto y vuelvo a preguntarme…

 

 

Nombres de Etiopía: Zuna

Por Eva Domínguez (enfermera y comadrona de Médicos Sin Fronteras en Aroressa, Etiopía)

Eva Domínguez con una de las pacientes embarazadas en el proyecto de MSF en Aroressa (© Faith Schwieker-Miyandazi/MSF).

Eva Domínguez (en el centro) con una de las pacientes embarazadas en el proyecto de MSF en Aroressa (© Faith Schwieker-Miyandazi/MSF).

 

El otro día os dije que quería hablaros de Zuna. Fue el primer parto que atendí en Sidama, y uno de los inolvidables.

Antes os hablaré de Ana. Es mi sufrida compañera de habitación, y digo sufrida por las veces que sonaba mi teléfono por las noches, entre emergencia y emergencia. Ana es médica internista con vocación de partera, y alguna noche me acompañaba en mis excursiones nocturnas.

Volviendo al parto de Zuna… Allí nos tenías a la una de la madrugada, las dos medio muertas de sueño, claro, de camino a nuestra casa de espera para embarazadas. Seguíamos al guarda, única persona entrenada para andar a oscuras en el barro, y precedía el cortejo una manada de burros. Muertas de sueño y muertas de risa.

Al llegar a la casa, todas estaban despiertas y señalaban a la parturienta. Estas mujeres ni se quejan, así que si las ves hacer el más mínimo gesto, estamos hablando de una dilatación de 8 centímetros por lo menos (hay que llegar hasta 10 para parir). Así que nos llevamos a Zuna al centro de salud.

Las futuras mamás, en la casa de espera de MSF en Aroressa (© Faith Schwieker-Miyandazi/MSF).

Las futuras mamás, en la casa de espera de MSF en Aroressa (© Faith Schwieker-Miyandazi/MSF).

No sé si os he contado ya que aquí no hay luz eléctrica. Zuna, mi mami, iba andando más rápido que nosotras por el barro. De repente, me metí en el fango hasta el tobillo. No podía moverme, empecé a patinar y teníais que verme intentando equilibrarme, resignándome poco a poco a sumergirme en el barro más y más. Entonces, mi Zuna se dio la vuelta y, cual gacela, me cogió en volandas y me levantó. ¡Ella, la parturienta, a mí, la matrona! Como podéis imaginar, nos hemos reído mucho de esto.

El parto de Zuna es inolvidable, como os decía, por haber sido mi primer parto en Etiopía. Pero también por el ‘show’ que nos montaron las dos acompañantes (que yo tengo la teoría de que eran parteras): cantos, rezos y un implacable deseo de cubrir a Zuna, que, entre contracción y contracción, también rezaba y cantaba a Jesusa y Magano (equivalentes a Jesús y Dios del mundo cristiano). ¿Que por qué cubrían a la parturienta? Pues es porque con el frío, los bebés en Sidama no salen, y a las dos de la madrugada, a 2.400 metros, os aseguro que hace mucho frío. ¡Yo tampoco saldría!

Las acompañantes también cubrieron de mantequilla el cabello de la mami, para darle la fuerza necesaria para empujar, y para alzar las manos al aire y pedirle a sus dioses que la ayuden en este trance. Como ni Ana ni yo hablábamos Sidama, pues gráficamente le explicamos que empujase “largo”, poniendo una cara importante de esfuerzo; así que ahí nos tenías a todas “empujando” para animarla.

Luego el nacimiento y las bendiciones. Escupen al niño para ahuyentar los malos espíritus, y cantan un grito agudo y algo así como un “lililili” (tres para chicas y cuatro para los chicos) para celebrar la llegada del bebé al mundo.

Y contentas, y llenas de abrazos y besos, nos volvimos a la cama. Como os decía, ¡un parto inolvidable!

¡Hasta la próxima misión!

 

Si quieres leer otras entradas con historias del proyecto de MSF en Aroressa contadas por expatriados de la organización, pincha aquí.

 

 

Nombres de Etiopía: las dos Evas

Por Eva Domínguez (enfermera y comadrona de Médicos Sin Fronteras en Aroressa, Etiopía)

Regresé hace poco de Aroressa, en Etiopía, de esas montañas verdes y preciosas cascadas que os describía mi compañero Kevin en el blog hace nos cuantos posts. Por cierto, ¡la matrona de la que os hablaba Kevin soy yo!

¿Cuántos partos atendemos? Uf, no sabría por dónde empezar a contar. Somos la comidilla del pueblo y la maternidad se está haciendo famosa. ¡Hubo un día que tuvimos hasta 12 partos! Y otro día, yo misma atendí uno debajo de un árbol. Lo mejor de la historia fue que la mujer decía que no estaba de parto, que quería pasear. Era de noche y menudo espectáculo, porque en Aroressa no hay alumbrado público.

Eva Domínguez ausculta a una paciente en el centro de salud de MSF (© Faith Schwieker-Miyandazi / MSF)

Eva Domínguez ausculta a una paciente en el centro de salud de MSF (© Faith Schwieker-Miyandazi / MSF)

Para que hagáis una idea, mi trabajo era de supervisión. Yo era, digamos, el último escalón: cuando me llamaban era porque la cosa esta difícil. ¡Menudos casos he visto! Para los no entendidos, os diré que hay cosas que hasta ahora solo había visto en los libros

Trabajamos en dos centros de salud. No tenemos quirófano ni muchos medios y algunas veces he tenido que tomar decisiones que no me gustaban, de las que dependían las vidas de nuestros pacientes. Por ejemplo, por la noche no podemos mover los coches: las carreteras (por llamarlas algo) son peligrosas, y hay que poner en un plato de la balanza las vidas que se ponen en peligro al organizar una referencia al hospital en tales condiciones (las vidas del conductor, del paciente, del familiar que le acompaña, del enfermero que le atiende…), y en el otro, los riesgos que corres al esperar a que salga el sol. Me quedaba con el segundo, y me iba a la cama con el runrún en la cabeza de si ese bebe llegará al amanecer…

Pero todo no son tristezas. El proyecto de MSF se sitúa en un área geográfica complicada. Las mujeres deben recorrer kilómetros por caminos de montaña (Aroressa está a unos 2.400 metros de altitud). Tenemos dos “casas de espera”, un lugar donde las acogemos hasta que llega el momento del parto. Estas casas están muy cerca del centro de salud. Están llenas de cariño y de la energía positiva de estas mamás y sus bebés.

De ahí han salido las historias más bonitas de este proyecto, y también el acontecimiento más importante del pueblo.¡Y es que hay una Eva más en Etiopía! Una de las mamás de la casa de espera le puso mi nombre a su hija. ¡Sí! ¡Qué ilusión! Y que emoción. Era o “Eva” o “Mulugueta”, como mi supervisor, y como aquí no hay ecografías, no sabíamos si iba a ser niño o niña. Intriga hasta el final. Todo el mundo de la casa pendiente y, tras el parto, celebraciones: ceremonia del café con palomitas dulces y las mamis de la casa coreando “Aneke Eva”.

“Aneke” es una de las palabras más bonitas que he aprendido y viene a ser “que todo lo malo que te venga me venga a mí”. Imaginaros que la madre de la pequeña Eva me daba las gracias por “dejarle” mi nombre, ¡cuando lo cierto es que el honor ha sido mío!

En breve os contaré sobre algunas otras personas que conocí en Aroressa, personas como Zuna. El suyo fue el primer parto que atendí al llegar aquí.

(Continuará).

De cómo Happy me manchó el chaleco de MSF: relato de un logista

por Kevin P. Kavanaugh (logista de Médicos Sin Fronteras en Aroressa, Etiopía).

Paisaje con típicas viviendas locales en Aroressa (© Faith Schwieker-Miyandazi).

Paisaje con típicas viviendas locales en Aroressa (© Faith Schwieker-Miyandazi).

Soy un humilde logista en Etiopía, del equipo de Médicos Sin Fronteras en Aroressa. Estamos ubicados en las tierras altas de la región de Sidama, en el sur del país. Nuestra misión tiene dos áreas de proyecto, en las ciudades de Mejo y Chire. La conexión entre ambas localidades es una carretera de montaña de 64 kilómetros que atraviesa verdes valles y montañas envueltas en nubes con precipicios verticales de más de 300 metros.

La carretera serpentea desde Mejo a través de los valles y del ascenso a la montaña en su camino hasta el proyecto hermano en Chire. Los valles son verdes, con ríos, arroyos, cascadas e imágenes propias de postal, con caballos pastando junto a las casas con forma de hongo. A veces, cuando los atravieso, me imagino ver a Frodo Bolsón y Gandalf el Gris saludándonos desde una de las pequeñas aldeas.

La carretera de montaña es una experiencia de infarto y constituye una historia en sí misma con pistas estrechas que ascienden desde 1.800 metros a 2.800, y que desciende de nuevo hacia unos puentes estilo Indiana Jones para mantener el interés.

Dicho esto, la mayoría de mis días están llenos de las tareas habituales de construcción, procedimientos de compras, actividades de agua y saneamiento y cualquiera de las emergencias que se presente ese día. A un cierto punto y debido a la cantidad de obligaciones diarias, a veces uno pierde la perspectiva de por qué estamos aquí. Pero también hay de días especiales cuando, en un abrir y cerrar de ojos, los astros se alinean y se abre una puerta y se presenta una oportunidad para marcar una diferencia. Si estás preparado.

Equipos de MSF en carreteras escarpadas de Aroressa (© Kevin Patrick Cavanaugh)

Equipos de MSF en carreteras escarpadas de Aroressa (© Kevin P. Kavanaugh)

Uno de esos días, estábamos haciendo un viaje desde Melo a Chire llevando suministros en la vaca del coche y una furgoneta. Teníamos dos expatriados en el traslado de las 6 de la mañana, nuestra matrona y yo mismo. Tiramos una moneda al aire para sortear quien iba en la camioneta, más lenta y un poco más incómoda: perdió la matrona. Nos subimos y empezamos el viaje hacia Chire.

Tal y como atravesamos las montañas nos encontramos, en una zona de bosque tupido, con lo que parecía una procesión fúnebre de 30 a 40 hombres, mujeres y niños llevando un cuerpo en un camilla hecha de bambú. Nuestro conductor, un amante de la música disco, acribillaba a Donna Summer y su Love to Love You Baby. Tras conseguir que bajara la radio, uno de los que hombres que llevaba lo que parecía un cuerpo envuelto en un tela blanca se acercó al coche.

La furgoneta que llevábamos detrás redujo la velocidad y se detuvo para comprobar la situación de seguridad. El hombre estaba desesperado, sudaba y a duras penas coherente nos dijo que la mujer que iba en la camilla era su esposa y que estaba viva, embarazada y que tenía problemas con el parto. Un silencio cayó sobre la multitud cuando nuestra matrona se arrodilló y, con un pinar, escuchó al bebé y notificó a todos los presentes que el bebé estaba vivo. Un grito de jubiló surgió de la multitud y subimos a la mujer embarazada, a su marido y a la matrona al vehículo.

Llamamos a la base para hacerles saber que nos dirigíamos hacia allá con una mujer embarazada a punto de dar a luz. Estábamos a mitad de camino del centro de salud de Chire cuando la mujer embarazada gritó de dolor y nuestra partera nos dijo que detuviéramos el coche. Su marido, el conductor y yo mismo pensamos: “por favor, aquí no, ahora no”. Corrí a la parte de atrás pensando ‘tengo mi Leatherman (una herramienta multiusos) todo va a ir bien’.

Recién nacido en Aroressa (©F. Schwieker-Miyandazi).

Recién nacido en Aroressa (©F. Schwieker-Miyandazi).

La matrona exploró a la mujer y dijo que había dilatado 6 centímetros y teníamos que actuar con rapidez. Afortunadamente, el resto del trayecto fue bien y sentimos una sensación de alivio y orgullo cuando vimos al equipo de la maternidad de MSF esperándonos en la entrada del centro de salud. Esperamos en el centro de salud y 20 minutos más tarde un bebé sano nacía para la feliz pareja. Tan feliz que le han llamado Happy. El conductor y yo felicitamos al padre y nos fuimos a las tareas más mundanas de nuestras actividades logísticas diarias.

Dos días más tarde volvimos a la carretera de vuelta a Mejo y llevamos a la nueva familia para dejarla en su aldea. Para ayudar a su esposa a subir al coche, el padre me pidió que sujetara al bebé.  Sonreí al pequeño Happy y, en ese momento, un arco dorado de pis decoró mi chaleco de MSF para diversión de su familia y de otros espectadores que asistían a la escena. Lo consideré un presagio de buena suerte y decidí que el crío tenía todas las características propias de un futuro logista de MSF. Les llevamos a casa y todos los que íbamos en el coche sentimos una sensación de logro, de que ese día todo funcionaba y funcionaba bien para todos.

Durante el regreso de vuelta a la base, pensaba en la madre a la que acabábamos de ayudar y lo afortunada que había sido: ¡Qué coincidencia salvavidas que se encontrara con un vehículo de MSF y que hubiera una enfermera matrona en el coche! Me acordé entonces de esas otras mujeres, aquellas aspirantes a madre que no tienen tanta suerte y que deben ser llevadas en camilla de bambú durante largas distancias y a veces llegan al puesto de salud más cercano y tienen la suerte de conseguir ayuda, y otras no.

Llevamos a cabo dos programas materno-infantiles en Chire y Mejo para ayudar a salvar vidas de mujeres y niños. Habiendo entendido la complejidad geográfica de la zona y la grave escasez de los centros de salud y el personal sanitario, MSF está ampliando el alcance de sus actividades para hacer correr la voz entre las comunidades de dónde estamos y cómo podemos ayudarles.

Una madre feliz y su hijo, atendido por personal de MSF en Aroressa (© (F. Schwieker-Miyandazi)

Una madre feliz y su hijo, atendido por personal de MSF en Aroressa (© (F. Schwieker-Miyandazi)

Hemos establecido dos casas de madres en dos ubicaciones, donde las madres con complicaciones pueden alojarse antes del parto para recibir seguimiento y, llegado el momento del parto, son atendidas por un profesional médico. Los pensamientos que nos acechan son de aquellas madres que no tienen la suerte de encontrarnos en la carretera. Tenemos la esperanza de que el próximo año estas historias de partos adecuados sean la norma y no la excepción.

 

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Si quieres leer otras historias de Aroressa, no te pierdas el testimonio de la enfermera de MSF Rocío Raya en «Etiopía, año 2004» y «Barro y burro en ‘Las Vegas'».

La remota Bibwe

 Por Angeline Wee (médico de MSF en Kitchanga, República Democrática del Congo)

Una de las áreas en las que trabajamos cuando estamos en la montaña congoleña es una aldea llamada Bibwe. Es remota. Apenas hay vehículos que lleguen hasta allí y hay una densa vegetación a ambos lados de la carretera. Somos la única ONG que trabaja en la zona. Otra organización no gubernamental ha rehabilitado la carretera justo hasta Bibwe. Es fascinante ver donde termina la carretera y comienza el bosque.

Durante el último año, nuestro equipo había estado haciendo semanalmente clínicas móviles en Bibwe. En marzo, después de intensos trabajos de reparación y construcción, finalmente se estableció un centro de salud permanente que ofrecía un paquete básico de atención primaria de salud, atendida por enfermeras del Ministerio de Salud.

Poco después, comenzaron los enfrentamientos entre los diferentes grupos armados. Cientos de familias abandonaron Bibwe para  ir a aldeas más seguras y el pueblo fue saqueado. Nuestro personal también se vio obligado a evacuar por seguridad. El centro de salud fue saqueado dos veces… medicamentos y muebles robados… el sistema de agua y saneamiento destrozado… Los asaltantes rompieron el hormigón que cubre los depósitos de desechos pensando había dinero escondido, destrozaron el depósito de agua con machetes, rompieron las letrinas, robaron los techados de plástico…

Al final pudimos volver a Bibwe en mayo. Fue un comienzo muy lento ya que nuestros viajes se vieron interrumpidos a menudo por razones de seguridad y el centro de salud sólo podía funcionar como un puesto con los servicios más básicos. Fue una época frustrante para todos.

La asistencia en los partos es una parte integral del proyecto.  Sin embargo, no fuimos capaces de proporcionar este servicio durante varias semanas, ya que no contábamos con materiales adecuados. Se les pidió a las mujeres que fueran a parir a Mpati, donde hay un centro de salud al que también apoyamos. Pero para llegar hay a Mpati desde Bibwe, hay que caminar más de 2 horas. Esto y la inseguridad hizo que las mujeres prefirieran dar a luz en su casa.

Pasear por Bibwe era muy triste. Lo que antes era un pueblo animado había quedado reducido a una colección de casas quemadas. Un día, charlé con algunas mujeres que volvían de sus campos de cultivo. Se dirigían a Mpati. Les pregunté si el viaje era seguro. Se encogieron de hombros, sonriendo. «Depende de la suerte que tengamos. A veces nadie nos detiene. A veces nos detienen hombres armados y nos pueden robar todo o nos dejan algo. No son violentos siempre y cuando hagamos lo que ellos digan. Ya nos han robado todo el maíz, pero al menos nos quedan otros cultivos «.

Algunas semanas después, por fin conseguimos recuperar los tanques de agua, muebles y otros materiales. Hemos empezado a nuestros servicios de maternidad y volvemos a ser un centro de salud.

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Fotografía: Mujeres a la espera de ser atendidas en Kivu Norte, República Democrática del Congo (© Peter Casaer).

 

Septicemia: jueves

Por Veronica Ades (ginecóloga de Médicos Sin Fronteras, Sudán del Sur)*

Jueves. A lo largo del día compruebo repetidamente el estado de la paciente, que cada vez parece estar peor. Su frecuencia cardíaca se dispara por encima de 150 y su respiración es extremadamente rápida: da bocanadas con cada breve aliento, a pesar de que la saturación con el oxígeno suplementario es buena.

Me doy cuenta de que, probablemente, va a morir. Comienzo a preparar a la familia para que se hagan a la idea. Les digo, con la ayuda de un enfermero que habla dinka, que vamos a hacer todo lo posible, pero que probablemente se va a morir. Lo entienden. Su padre dice: “ahora está en manos de Dios”.

Los padres se sientan en la cama, sosteniendo cada uno una de sus manos. La observan con atención. Desde que la ingresamos, han estado pendientes de ella en todo momento. Cuando les pedimos que cuidaran la jeringa para la sonda nasogástrica, la envolvieron con cuidado y la guardaron en un rincón, bajo una manta, para que no se perdiera. Nos ayudaron a comprobar la orina, o la saturación de oxígeno, y a ajustar los tubos. Su ternura es estoica.

Hasta este momento no he procesado lo injusto de la situación. Esta paciente tiene 18 años. Iba a tener su primer hijo. Y eso la ha matado.

Es difícil mirarla. Aunque está inconsciente, parece tan incómoda… su respiración es tan laboriosa, tan torturada. Vuelve a subirle la fiebre y le cambio los antibióticos. Ahora que tiene los pulmones secos, le administro un poco de suero de rehidratación por vía intravenosa. Es lo único que tengo.

Cada vez que me acerco a la cama, compruebo sus constantes vitales y su saturación de oxígeno, y me alejo. No sé qué más hacer. Finalmente, dejo de comprobarle las constantes y simplemente la miro desde el cabecero de la cama. Se está muriendo y no hay nada que podamos hacer.

Esa noche estoy en quirófano hasta tarde: las dos de la madrugada. Luego, me paso a verla. Sigue viva, sigue luchando por respirar. Su familia ni siquiera parece dormir. Están sentados en la cama, sujetándole las manos, viéndola morir dolorosamente.

A la mañana siguiente, viernes, me comunican que falleció a las cuatro de la madrugada. Ni ella ni su familia se encuentran ya en la planta.

En Sudán del Sur, las mujeres tienen muchos hijos y poco acceso a atención sanitaria. La mayoría da a luz en sus casas y, cuando las cosas se tuercen, el centro de salud más próximo queda muy lejos. Un estudio reciente de una zona remota próxima encontró que el centro de salud más cercano para esa población estaba a seis horas de camino. Así que, cuando el bebé no sale, las mujeres no pueden más que esperar y sufrir. Esperan durante días, porque levantarse y salir en busca de ayuda es un martirio y aún así, no es probable que sirviese de gran cosa.

Y así es como pueden llegar a transcurrir cuatro días y un bebé muere dentro de una vagina. Para cuando logran llegar hasta alguien que sí puede ayudarlas, están tan enfermas a veces ya no hay nada que hacer. Lo intentamos de todos modos y a menudo se produce el milagro y se salvan: son las mujeres que morirían si no estuviésemos aquí. Luego están las que siguen muriendo, demasiadas.

* Veronica Ades, de Nueva York, es ginecóloga. Esta es su primera misión con Médicos Sin Fronteras.

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Foto: Hospital Civil de Aweil, en el que MSF trabaja junto con el Ministerio de Salud para reducir la mortalidad materno-infantil. Mayo de 2012, Sudán del Sur (© Takuro Matsumoto /MSF).

 

Septicemia: miércoles

Por Veronica Ades (ginecóloga de Médicos Sin Fronteras, Sudán del Sur)*

Miércoles. Estamos tratando la infección y suministrándole a la paciente líquidos por vía intravenosa, pero su saturación de oxígeno en sangre es del 91% (debería ser del 95% o superior). Esto, junto a la hipotensión y la taquicardia (frecuencia cardíaca elevada), me hace sospechar que se está descompensando. Le ponemos un flujo continuo de oxígeno suplementario.

Pido la opinión de la anestesista, que me da una ampolla de dopamina, junto a una bolsa de suero corriente, y me explica cómo administrarla. Vamos a aumentar artificialmente la tensión de la paciente para mantener la función de los órganos hasta que mejore su estado. La enfermera cuenta diligentemente el número de gotas por minuto, para controlar escrupulosamente la dosis de dopamina. Al poco, su tensión mejora. Después de comer reevaluaremos la situación y quizá reduciremos paulatinamente la dosis.

Esa misma tarde su aspecto ha empeorado. Tiene el abdomen hinchado y se queja de dolor abdominal. Tiene la respiración acelerada y parece incómoda. Su saturación de oxígeno empeora. Es muy probable que la septicemia esté causando una disfunción pulmonar llamada ‘síndrome de distrés respiratorio agudo’ o SDRA. Mientras está con la dopamina, su tensión se mantiene bien, pero cae rápidamente en cuanto disminuimos la dosis.

Cuando la estoy examinando, se pasa por allí la anestesista. Convenimos que, a raíz de la infección, los intestinos seguramente no le estén funcionando bien: va a necesitar una sonda nasogástrica. Esta sonda se inserta por la nariz y desciende por el esófago hasta llegar al estómago. Nos permite descomprimir el estómago y los intestinos desde arriba, ya que por abajo no se están vaciando. La enfermera va corriendo a buscar una sonda y, a la segunda, logramos insertarla correctamente. Conseguimos sacar un poco de fluido. Me preocupa su estado y quiero tener alguna otra opinión, así que llamo al director médico del hospital, que acude inmediatamente.

Encontramos una jeringa grande con la que logramos aspirar de la sonda una gran cantidad de líquido muy feo. El estómago de la paciente se descomprime visiblemente, pero ni su respiración ni su frecuencia cardíaca ni su tensión mejoran. Llegado este punto, se ha acabado la dopamina y debemos decidir si administrarle más. Me preocupa que pase la noche sola con la dopamina, sin supervisión del personal de enfermería. El director médico, la anestesista y yo debatimos el tema.

El director señala que administrarle la dopamina no es sostenible porque no tenemos unidad de cuidados intensivos, y se trata de un medicamento potente y peligroso que, si bien a veces salva vidas, no parece una buena alternativa terapéutica en este caso. Va muy bien en situaciones agudas, como una reanimación intraoperatoria, pero hace más de 24 horas que intervinimos a nuestra paciente y no estamos en disposición de proporcionar los cuidados intensivos que este tratamiento requiere. Finalmente, convenimos en que necesita un régimen agresivo de hidratación intravenosa, además de oxígeno y monitorización.

Por la noche, vuelvo al hospital para realizar otra intervención y me paso a ver a la paciente. Se ha descompensado y está inconsciente. Sus constantes vitales siguen siendo malas. Su saturación de oxígeno ha caído al 83%. Por algún motivo, han apagado la máquina del oxígeno. La enciendo de nuevo, y la saturación mejora hasta el 90%. No está claro quién apagó la máquina, ni por qué. La enfermera a cargo del caso está muy frustrada: al parecer algún otro miembro del equipo la ha apagado sin preguntar. Hablamos con todos para hacerles saber que debe apagarse.

La paciente no tiene fiebre, pero ahora está padeciendo los efectos de la septicemia. Probablemente tenga fallo multiorgánico, pero no disponemos de las pruebas de laboratorio necesarias para confirmarlo. Le borbotean los pulmones. Su tensión arterial ha mejorado con la hidratación, pero la septicemia debe de haber permitido que el fluido del torrente sanguíneo escape a “terceros espacios” del cuerpo, en su caso, los pulmones.

Empiezo a administrarle furosemida, un diurético. La cambiamos también de posición, incorporándola para que el líquido no le encharque completamente los pulmones. Tras múltiples dosis de furosemida, orina una buena cantidad y su saturación de oxígeno mejora notablemente. Algunas horas más tarde, tiene los pulmones más secos, aunque la saturación sigue sin ser perfecta: sigue con SDRA.

No consigo despertarla.

Sigue inconsciente incluso después de mejorar su saturación de oxígeno, administrarle glucosa concentrada y aspirar la sonda. La cosa pinta mal. Su tensión arterial fluctúa mucho. En cuestión de minutos, pasa de muy baja a normal y a límites máximos. No se me ocurre qué más puedo hacer. Consulto a la anestesista y con el director, pero tampoco pueden sugerir nada más. En estas situaciones no se puede hacer más.

(Continúa mañana)

* Veronica Ades, de Nueva York, es ginecóloga. Esta es su primera misión con Médicos Sin Fronteras.

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Foto: Hospital Civil de Aweil, en el que MSF trabaja junto con el Ministerio de Salud para reducir la mortalidad materno-infantil. Mayo de 2012, Sudán del Sur (© Takuro Matsumoto /MSF).