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Leona, Sonrisas de Bombay y Arquitectura sin Fronteras.

Archivo de la categoría ‘Colombia’

Una Unidad Móvil de Salud lo es todo, cuando no se tiene nada (en los confines de Colombia)

Por Sandra Ramírez Ortiz (@Cruzrojacol)

cruz1Nuestra travesía inició en el Puerto de Buenaventura, y aunque nos esperaba un viaje difícil y agotador, estábamos expectantes por conocer la población a la que una vez más la Cruz Roja Colombiana llegaba a intervenir en su misión humanitaria, con el apoyo de la Cruz Roja Noruega, la Cruz Roja Española y ECHO. Sobre las 9:00 a.m. embarcamos una lancha que nos llevaría por siete horas entre el mar y el Río Naya al corregimiento de San Francisco Adentro, el cual limita entre los departamentos del Valle del Cauca y Cauca.

Después de hora y media de trayecto en mar abierto por el Pacífico, el cielo se oscureció para anunciar un torrencial aguacero que se prolongó por más de una hora. A pesar de las condiciones climáticas y el fuerte oleaje decidimos continuar hasta que la visibilidad disminuyó por completo y fue imposible seguir el recorrido. Paramos en un lugar de pesca y ahí nos albergamos hasta que el cielo se despejó, bajó la marea y fue más fácil navegar.

Horas después de contemplar la Cordillera Oriental entre el Río Naya, finalmente llegamos al primer punto de nuestro largo viaje, el municipio de Puerto Merizalde, una población humilde pero con gran calor humano, quienes nos recibieron con un almuerzo con ese sabor costero que los caracteriza. Después nos dirigimos al municipio de Dos Quebradas, a dos horas de trayecto, allí tuvimos que cambiar de lancha por una más pequeña, ya que uno de los efectos de la temporada seca ha sido el bajo nivel de los ríos. Para llegar al corregimiento de San Francisco Adentro navegamos por dos horas más, donde nos esperaban los líderes comunitarios para darnos la bienvenida.

BIENVENIDOS A MAR ADENTRO

cruz2En la época de la esclavitud, las familias afrodescendientes empezaron a emigrar a estas regiones aisladas y de difícil acceso geográfico, con el fin de encontrar un lugar que les garantizara seguridad y supervivencia. Cuenta Eleuterio Garcés, oriundo de la región y máximo líder comunitario, que sus antepasados viajaban de manera permanente a Buenaventura para traer víveres, viajes que eran de 8 días en canoa arrastrada con un canalete, si las condiciones del mar lo permitían, pero cuando no, debían navegar por más de 15 días a causa de la fuerte marea.

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Una segunda oportunidad en medio de la violencia urbana

Camilo* es un joven de 30 años que vive en un barrio de la ciudad del pacífico colombiano de Buenaventura donde la violencia urbana existe hace mucho tiempo

Camilo participó en una banda urbana, ahora aprende a sobrevivir con una discapacidad. Fotografía: Erika Sánchez/MSF

Por Brillith Martínez Herrera, psicóloga de Médicos Sin Fronteras (MSF).

Camilo* es un joven de 30 años que vive en un barrio de la ciudad del pacífico colombiano de Buenaventura donde la violencia urbana pedura desde hace tiempo. Cuando hace dos meses llegó a la consulta psicológica que tiene MSF en esta ciudad portuaria por primera vez, su rostro reflejaba una profunda tristeza. Se presentó como una persona tranquila y de pocas palabras y así empezó a relatar su historia: “Hace 10 años mi vida era normal, me gustaba la pintura y la música. Pero el conflicto se hacía cada vez más intenso en el barrio y para muchos jóvenes como yo la única forma de seguir con vida y proteger a la familia era entrar a formar parte de un grupo armado ilegal. Pertenecí a uno de los más fuertes del barrio y llegué a convertirme en uno de los hombres más respetados. Hasta que en una pelea con miembros de otra banda recibí el golpe”. Camilo hace referencia a una pelea entre bandas que acabó con la vida de varios de sus amigos y por poco con la suya también, ya que recibió una grave herida en la cabeza con un arma blanca. Esta le ocasionó un trauma craneoencefálico y lo dejó inconsciente durante algunos días y produjo pérdida de la memoria durante meses. Este impacto le dejó graves secuelas en forma de parálisis en el lado derecho de su cuerpo y le obligó a vivir con una discapacidad.

“Me sentía triste, sin ánimo para pintar o escuchar música, permanecía solo, encerrado, y sin querer vivir. Fue entonces cuando conocí a MSF, los escuché en una actividad que hicieron en el barrio”, cuenta Camilo. En estos dos meses de terapia, Camilo ya ha recibido atención interdisciplinar del psicólogo, médico y trabajador social, donde ha encontrado un lugar para expresarse, reflexionar sobre su vida en medio del conflicto urbano, y manifestar cómo se siente actualmente. “Desde el golpe mi vida cambió. Ahora estoy aprendiendo a sobrevivir con una discapacidad”.

Camilo ha podido sobreponerse a situaciones dolorosas y siente que puede salir adelante a pesar de la adversidad. Está retomando la música y la pintura, se plantea un proyecto de vida a nivel personal y profesional. Su autoestima ha mejorado, además de estar fortaleciendo su capacidad física a través de terapias en casa asesoradas por una médico de MSF y sus relaciones familiares y sociales se están restableciendo paulatinamente. En estos dos meses ha dado un nuevo significado a la experiencia traumática: “Ahora siento que es una segunda oportunidad”. Camilo considera que su historia de vida y supervivencia puede ayudar a jóvenes discapacitados como él que atraviesan experiencias difíciles por causa del conflicto armado.

MSF trabaja en Colombia desde 1985. Actualmente tiene proyectos en los departamentos de Valle de Cauca, Cauca y Nariño. En Buenaventura, los equipos de MSF ofrecen atención médica integral a los sobrevivientes de violencia sexual y también servicios clínicos de Salud Mental a las víctimas de la violencia de manera presencial a través de un consultorio y de una línea telefónica gratuita que funciona las 24 horas del día.

*El nombre es ficticio para mantener la confidencialidad del paciente.

“Nos fuimos sin nada, regresamos sin nada”

Por Néstor Rubiano, referente de Médicos Sin Fronteras de salud mental en Colombia

Independientemente de la edad, del género y del estado civil, la situación se repite. Todos dejaron historias, bienes materiales y seres queridos. Como la Flaca, que le tocó venirse sola a Colombia porque no dejaron pasar a sus familiares que nacieron en Venezuela. “Allá están con su papá. Mire, yo trato de estar ocupada en este albergue, de hacer algo porque si no me enloquezco de tanto pensar en mis hijos”.

Miles de personas han llegado a las ciudades fronterizas. Unas 3.000 se han instalado en una veintena de refugios temporales. Foto MSF.

Miles de personas han llegado a las ciudades fronterizas. Unas 3.000 se han instalado en una veintena de refugios temporales. Foto MSF.

La Flaca se fue de Colombia en el año 2000 huyendo de la violencia cuando un grupo armado entró el municipio de la Gabarra, en el departamento del Norte de Santander. “Usted no se imagina cómo fue de horrible ese tiempo, la primera vez que esos manes [hombres] entraron a la Gabarra, los actos que hicieron fueron horribles. De ahí con mi mamá nos vinimos para Cúcuta (ciudad fronteriza con Venezuela) y de allí fuimos volteando por todos lados hasta que decidimos irnos para Venezuela. Y mire los que nos pasa, nos toca regresar sin nada, como nos fuimos”.

Conozco a la Flaca en una de las consultas que Médicos sin Fronteras (MSF) ha puesto en marcha en varios puntos de la ciudad de Cúcuta donde el comentario de la mayoría de las personas, incluso fuera de la consulta, se repite: “Nos fuimos sin nada y regresamos sin nada”.

Me llama la atención como algunas personas tienen la energía de pensar en un futuro, de volverse a levantar, de volver a construir, a pesar de la situación que viven y de lo que perdieron. Una paciente que conocimos en el albergue La Venezolana me comentaba: “Claro que será duro, allá teníamos nuestra vida, pero estoy segura que nos vamos a levantar. Mi marido, que es venezolano y se vino conmigo, y yo ya tenemos un plan. Queremos poner un negocio de comida. Lo primero es organizar sus documentos, que tenga una cédula colombiana porque así puede trabajar.”

Al escuchar a esta paciente durante la consulta me surge la pregunta: ¿Adecuados mecanismos de protección?, ¿resiliencia? ¿primera etapa de duelo?, o sea, ¿negación? O, simplemente, ¿el desarraigo y las perdidas han sido tantas en la vida, que el perder es parte de su vida y simplemente queda la resignación? Asumo que el tiempo definirá cómo esta persona resuelva psíquicamente está nueva perdida, pero también está claro que la resolución dependerá de las oportunidades que se le presenten aquí en Colombia.

Médicos Sin Fronteras (MSF) ofrece atención primaria y apoyo psicológico a los colombianos que han sido deportados o han regresado en las últimas semanas desde Venezuela. Foto MSF.

Médicos Sin Fronteras (MSF) ofrece atención primaria y apoyo psicológico a los colombianos que han sido deportados o han regresado en las últimas semanas desde Venezuela. Foto MSF.

Mientras ese tiempo llega, desde MSF estamos brindando atención primaria y salud mental al colectivo de personas deportadas o retornados desde Venezuela ubicados en diferentes puntos en Cúcuta y en Villa del Rosario desde el pasado 1 de septiembre. Hasta el momento, nuestros equipos han realizado 33 consultas médicas y 87 consultas de salud mental en los diferentes albergues temporales y hoteles donde son alojados. Además, llevamos a cabo múltiples de psicoeducación y acciones de formación dirigidas a las psicólogas del sistema local de salud.

Danzas al sol en el polideportivo

Por María José Blanco, responsable de actividades sanitarias de MSF en Puerto Saija, Colombia.

Buenaventura, la segunda ciudad más grande del departamento del Valle del Cauca y el principal puerto sobre el Pacífico de Colombia, alberga en uno de sus polideportivos a cientos de desplazados indígenas desde finales de noviembre, cuando se vieron obligados a huir de sus tierras por la violencia. La tristeza, el miedo y la incertidumbre les acompañan, según cuentan los líderes de la comunidad. Médicos Sin Fronteras (MSF) facilita apoyo psicosocial y promoción de la salud para prevenir enfermedades derivadas de las condiciones de vida.

Hace días leía un texto de Manolo Rivas sobre los muertos adoptados en Colombia, muertos en las aguas de los ríos que algún humano encuentra, se apiada, le pone nombre y lo entierra. Muchos de esos ríos vienen a traer sus aguas al Pacífico, en los departamentos de Chocó, Valle y Cauca, donde MSF trabaja.

Uno de esos ríos es el río San Juan. Aquí, las poblaciones indígenas y afrocolombianas son mucho más numerosas que en el resto del país, especialmente en la zona rural. Los indios Wounaan Nonam habitan estos ríos, sin necesidad de regirse por divisiones departamentales o intereses socioeconómicos que alteren sus actividades de subsistencia de pesca artesanal, caza y agricultura del pancoger (así se denominan aquellos cultivos que satisfacen parte de las necesidades alimenticias de una población determinada. En la zona cafetera son comunes que las familias cultiven maíz, frijol, yuca y plátano, para autoconsumo.

Panorámica de la ciudad de Buenaventura, Colombia. Fotografía de Anna Surinyach/MSF
Panorámica de la ciudad de Buenaventura, Colombia. Fotografía de Anna Surinyach/MSF

Este pueblo indígena se ha visto envuelto en un conflicto armado que perdura en Colombia desde hace más de cincuenta años. Un conflicto complejo con demasiados actores, intereses sociopolíticos y económicos, y donde las tierras son vitales como puntos estratégicos de paso, obtención de minerales y plantación de cultivos ilícitos.

Víctimas de los enfrentamientos entre las Fuerza de Seguridad del Estado y grupos armados ilegales, parte de las comunidades indígenas se vieron forzadas a abandonar las tierras que ocupan ancestralmente y a las que asignan un gran valor. Si bien, varios grupos iniciaron el desplazamiento ya en el mes de octubre, fue a partir de finales de noviembre cuando tuvo lugar un desplazamiento masivo desde las comunidades de Unión Balsalito y Agua Clara hacia la ciudad de Buenaventura donde encontraron refugio en un polideportivo.

Junto a los líderes de la comunidad, el equipo de MSF que trabaja en la Cauca Pacífico inició una valoración rápida y puso en marcha acciones para dar respuesta a las necesidades de las personas desplazadas.

Cruzamos el puente que separa la isla donde está la sede de MSF del continente a ritmo de salsa ‘choke’; es imposible escapar a la música en esta ciudad. Después de los trancones, como se conoce a los puestos de venta de mangos, llegamos al polideportivo de El Cristal, una masa de cemento que se levante en un barrio popular de Buenaventura.

Dos guardias de seguridad y la guardia indígena nos dan paso a la zona de las gradas desde donde puedo ver a cientos de personas que se encuentran en las pistas que ocupan la parte central del recinto. Colchonetas y enseres se acumulan en los laterales de la cancha y los niños juegan en el medio de las pistas. El último censo habla de 558 personas (más del 40% son niños).

Mayolo es uno de los líderes comunitarios de Agua Clara, Fermán lo es de Unión Balsalito. Desde el primer momento están atentos a responder nuestras preguntas, escuchar nuestras recomendaciones y a ayudarnos a conformar grupos de trabajo. Nos muestran las instalaciones: los baños no cuentan con condiciones de higiene. El sistema de agua es deficitario y no hay garantía de salubridad en la que consumen.

Son personas reservadas, pero conforman pasan los días se van mostrando próximos y no dudan en pedirnos que los acompañemos a visitar a un niño enfermo que está tratando el médico tradicional. Su compromiso con la comunidad les lleva a defenderla delante de las autoridades, donde reclaman sus derechos, un enfoque diferencial en el tratamiento que reciben y la protección que la ley ha de garantizarles. La respuesta por parte de las autoridades es parcial, pero ellos están dispuestos a resistir hasta que puedan garantizarles un retorno seguro a sus comunidades.

MSF, en coordinación con otras organizaciones, trabaja para garantizar las condiciones mínimas que les permitan permanecer en el pabellón deportivo. El equipo médico les asiste  con actividades de promoción y prevención, control de vectores para prevenir la aparición de enfermedades, atención médica previa a la intervención del sistema de salud, entrega de medicación cuando no acceden a ella a través del sistema de salud y derivación de pacientes y embarazadas hacia el sistema de salud.

Por su parte, el equipo de salud mental proporciona apoyo a través de actividades con niños, mayores y mayoras (así se autodenominan las personas ancianas), acompañamiento en casos particulares de duelo y respondiendo a las demandas de la comunidad. El equipo de logística trabaja para mejorar la calidad del agua del polideportivo después de que se hayan dado numerosos casos de enfermedades potencialmente relacionadas con el consumo de ésta.

En mi caso, me quedo con la impotencia de conocer de primera mano lo que supone la violación del Derecho Internacional humanitario que llena tantos papeles, la rabia por una falta de respuesta institucional eficaz, la duda de si podemos estar haciendo algo más y las ganas de seguir ahí. El pasado 24 de diciembre, Mayolo y Fermán prepararon con las comunidades las danzas al Sol, qué con carácter excepcional, tuvieron lugar este año en el polideportivo. Porque después de todo, como escuché hace poco a un compañero: “¿Qué es la cultura? Lo que queda cuando perdemos todo.”

 

Agua en Colombia: de realismo mucho, de mágico nada

Por Gabriel Díaz, cooperante de Global Humanitaria

Cuando llegué por primera vez a trabajar a Tumaco (Colombia), en el año 2000, hacía muy poco tiempo se había creado el barrio de invasión (asentamiento) llamado 11 de noviembre, día en el que Cartagena de Indias se declaró independiente de España en 1811. Pero aquel panorama nada tenía que ver con emancipación alguna, ni con el realismo mágico de Macondo. Mejor dicho: de realismo mucho, de mágico nada.

El 11 de noviembre se asentaba sobre un vertedero, uno de los mayores basurales de esa ciudad-puerto situada al sur del país, que tenía por entonces unos 150.000 habitantes. Encima de los desechos orgánicos e inorgánicos los recién llegados habían montado senderos con estrechos tablones, los mismos con que construyeron sus chabolas. Así se fueron amontonando decenas de familias.

Entre la consternación y la indignación, mis ojos de principiante vieron cómo la putrefacción de la comida y los excrementos humanos se mezclaban con el de las gallinas y los perros, fundidos a su vez con miles de bolsas de plástico y botellas de vidrio. Para las ratas, un banquete. Sobre ese mismo “terreno” correteaban los niños, que jugaban, reían y también tosían, roncamente, como una persona de 60 años. Recuerdo que una alborotada nube de moscas y mosquitos los perseguía.

Por aquel entonces, en Tumaco era poco recomendable hablar en público del conflicto armado colombiano. Hoy ya nadie calla, todos saben que allí se concentran, para colmo de males, grupos guerrilleros vinculados al narcotráfico y bandas criminales, enfrentados al ejército y la armada. Por ubicarse en un punto estratégico del océano Pacífico, esta ciudad es una de las más violentas de Colombia, pero a pesar de eso siguen llegando campesinos desplazados por la guerra.

Los asentamientos de Tumaco carecen de agua potable y saneamiento, porque la ciudad no tiene y probablemente no tendrá nunca la logística necesaria para la llegada de tantas familias (unas 11.000 hasta el momento). En el casco urbano y el cordón de asentamientos que lo rodea, el agua potable es un lujo al que no puede acceder más del 60% de la población. Y si echamos la vista atrás, comprobamos que siempre ha sido un lujo, porque se trata de un territorio habitado por descendientes de esclavos, los grandes marginados de la Colombia que progresa y ofrece seguridad a los inversores extranjeros.

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La imagen de nuestro fotógrafo Juan Díaz lo muestra todo. Es una burla a la inteligencia humana que las grandes multinacionales (salvo algunas excepciones) se enriquezcan con el mercado de agua envasada mientras sigan existiendo situaciones como las de Tumaco. Allí, con suerte, tras caminar con mucha paciencia o esperar al camión cisterna -que puede aparecer una vez por semana- los habitantes consiguen dar con esta fuente esencial para la vida.

¿Cómo es posible que un bien común como el agua se privatice si el acceso al mismo no está garantizado? ¿No se tendría que poner freno a la mercantilización del agua y exigir a los Estados que garanticen este derecho al que no acceden 770 millones de personas en el mundo?

Global Humanitaria se lo ha preguntado a la física, ecologista y activista india, Vandana Shiva, y aquí van algunas de sus respuestas: “El agua es la sangre misma de la vida. El 70% del planeta, el 70% de las plantas, el 70% de nuestro cuerpo es agua. Sin agua no hay vida. El agua circula a través de todas las especies y por el ciclo hidrológico, que nos conecta a todos en una comunidad. Es la comunidad del agua”.

“El agua no es una invención humana y no tiene fronteras. Es por naturaleza un bien común. No puede ser de propiedad como la propiedad privada y venderse como una mercancía. Nadie tiene el derecho de abusar, de malgastar, verter residuos o contaminar los sistemas de agua. El agua es intrínsecamente diferente de otros recursos y sus productores. No puede ser tratada como una mercancía”.

Con motivo del Día Mundial del Agua  el pasado 22 de marzo, podemos afirmar que, hoy por hoy, el acceso al agua potable es una cuestión de poder, que constituye parte de un codiciado mercado, un festín en el que la regulación por parte de los Estados es la gran ausente.

Os invitamos a leer la entrevista completa en nuestra revista Global 33.

Reflexiones

Por Carmen de Nova (Colombia, Médicos Sin Fronteras)*

 

¿Qué es en lo primero que pensamos cada uno de nosotros cuando hablamos de Acción Humanitaria? ¿Acaso no pensamos en buenas intenciones, ayuda al necesitado y, en definitiva, en todas aquellas mejores virtudes de la condición humana? ¿Acaso no pensamos en un arma de lucha contra la necesidad extrema? Durante toda mi vida creí firmemente en este discurso, sin pensar que la Acción Humanitaria pudiera tener ningún posible efecto contrario al deseado.

Sin embargo, después de todo un año de estudio de maestría sobre el tema, no me quedó más remedio que hacerme algunas preguntas. De repente no todo parecía tan claro: mi trabajo, que con algún que otro esfuerzo conseguí orientar hacia aquello en lo que yo más creía, se veía de repente cuestionado por un montón de economistas, antropólogos, sociólogos, abogados, y más cerebros respetables y respetados.

Que la Cooperación Internacional y la Acción Humanitaria pudieran llegar a ser planteadas por algunos estudiosos como una herramienta de freno a los procesos de desarrollo de un país es algo que queda lejos de la lógica más inmediata de muchos. Ahí van los argumentos y razones.

Hablando de la Acción Humanitaria, que es a lo que MSF se dedica (la destinada a preservar la vida, aliviar el sufrimiento y restablecer la dignidad de las personas en periodos en los que su supervivencia está amenazada), esta es básicamente la provisión de unos servicios que deben ser responsabilidad de los distintos Estados, podemos decir que, en esencia, se corre el peligro de que los agentes humanitarios sustituyan a estos en sus funciones.

Y esta sustitución en muchas partes del mundo puede provocar un efecto contrario a lo deseado, es decir, se exime a los Gobiernos de la obligación de crear un “Estado de Bienestar”… “Si Médicos Sin Fronteras ya está haciendo el trabajo allí, ¿por qué invertir yo en lo mismo?”. Y esto puede llevar a un debilitamiento de las instituciones y a otra serie de consecuencias para las poblaciones a las que atendemos y que, tarde o temprano, se quedarán sin nosotros.

Bien, muchos de los que sostienen fervientemente esta lógica argumentan que, para que la ayuda sea realmente eficaz, debería estar dirigida por una organización multilateral (es decir, compuesta muchos Estados donantes), internamente democrática, justa, sin intereses económicos en los países receptores, comprometida, etc.

Además aseguran que los aportes económicos deben ser donados a los Gobiernos locales, previas condiciones y mecanismos de rendición de cuentas establecidos, para que ellos diseñen sus propios procesos de desarrollo, y así fortalezcan las instituciones locales. Pero hay millones de personas en el mundo cuya salud, o cuya vida, están amenazadas ahora, y que no pueden esperar.

Es cierto que las causas más profundas de la pobreza en el mundo no las puede atacar la Acción Humanitaria. Es cierto que poco podemos hacer contra un sistema global injusto, unas instituciones pobres o inexistentes, unos mercados financieros que no atienden al llanto de los hambrientos, unas políticas exteriores dañinas, la ignorancia de muchos y la avaricia de pocos, la pésima distribución de la riqueza en el mundo, el consumo desenfrenado y las causas más globales de este mal mundo en el que vivimos. Todo eso es cierto, pero mientras, los que pagan son los mismos.

Muchos dicen que organizaciones como Médicos Sin Fronteras lo único que hacen es “poner tiritas”, y yo digo que alguien tendrá que ponerlas. Que las heridas duelen y sangran, y que duelen y sangran siempre a los mismos, que el dolor se trata, aunque no podamos curar la enfermedad de raíz, y también es importante tratarlo.

Hay otras formas de lucha, todas necesarias, y esta es una de ellas. La lucha por salvar vidas aquí y ahora, cuando nadie puede o quiere hacerlo, la lucha por alzar las millones de voces de los olvidados, de denunciar las consecuencias de todas esas causas profundas de las que hemos hablado, la lucha por cambiar las vidas de personas con nombre y apellidos.

Aquí, en Colombia, estamos en ello.

* Carmen de Nova es matrona en el proyecto de MSF en Cauca.

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Foto superior: Tras un extenuante parto, Daniela Mosquero dio a luz a una niña sana en el Hospital San Francisco de Asís de Quibdó (Chocó), en cuya maternidad trabaja MSF. Este hospital es la única estructura pública de salud con servicios de atención secundaria en maternidad en el departamento del Chocó. (© Mads Nissen, 2010).

Foto inferior: Atención primaria a víctimas de la violencia y la exclusión en Barbacoas, Nariño (© Juan Carlos Tomasi, 2007).

Imágenes de Colombia

Por Carmen de Nova (Colombia, Médicos Sin Fronteras)*

Llegué a Colombia con millones de imágenes en mi cabeza, de esas imágenes prefabricadas que compramos a menudo en los estantes de los periódicos, en las vitrinas de las noticias, que yo compré también en las líneas perfectamente narradas de “Cien años de soledad”, imaginando que iba hacia un Macondo mágico y lejano.

Muchas de esas imágenes se mezclaban entre cafetales, bananeros, acentos caribeños y pequeñas y grandes ciudades de un país que, hace mucho ya, dejó atrás un pasado colonial para crear su propia identidad y que, lejos de esas etapas que muchos siguen llamando “subdesarrollo”, se alza emergente desde el otro lado del charco.

Por eso, por muchas imágenes que se almacenaran en mi cabeza, no lograba crear aquella que sería mi escenario durante los siguientes meses, porque me iba, de nuevo, como parte del equipo de Médicos Sin Fronteras, a apoyar a poblaciones olvidadas, míseras, con necesidades que van mucho más allá de las mías, de las nuestras. No lograba encontrar esa imagen entre las muchas que se agolpaban en mi cabeza, la de la Colombia pobre y sin salud, la Colombia marginada, sin aliento, o al menos la de una Colombia semejante a los lugares comunes de MSF.

Pero desde que aterricé, mochila en mano, en las caóticas calles de Bogotá, con el mareo de las alturas que me acompañó durante mi estancia en la ciudad del museo de Botero, hasta que, poco después, dejé la mochila en un rincón escondido de la selva pacífica colombiana, cambiando el mareo por sudor y a Botero por bachata, se me han llenado los ojos y el corazón de lugares comunes.

Puerto Saija, en el departamento de Cauca, es un poblado que nace en la ribera del río Saija, uno de los cuatro grandes ríos que atraviesan la pantanosa y fácilmente inundable costa pacífica colombiana, un entresijo de ríos y afluentes que dibujan un auténtico laberinto de corrientes. Un laberinto salpicado de miles de poblados que aparecen tímidamente de entre los árboles, donde poblaciones indígenas y afrocolombianas viven a espaldas del mundo, como si la gran cordillera montañosa que separa esta zona del resto del país realmente evitara que el mundo los viese, los oyese, como si el eco de estas montañas se tragase sus gargantas.

Otro lugar olvidado. Otro lugar oculto de la mirada internacional. Otro lugar donde los niños lucen pies descalzos y miradas limpias, donde las madres indígenas lavan la ropa en la orilla del río entre ocho o nueve chiquillos con hambre, donde los pobres son muy pobres y no hay ricos, donde la ignorancia es el sustento de unos pocos, y donde además, hay un conflicto que lleva alimentando los miedos durante cincuenta años. Sí, un conflicto que ya se ha cobrado lo impagable.

Desde que llegué a la selva pacífica colombiana, el conflicto ha estado en boca de todos. La gente lo habla, se oye, se sabe, pero al principio no se palpa. Un conflicto que anda sutilmente bajo la conciencia de todos, todos los días y a todas horas, y que, también sutilmente le va dando la cara a uno, poco a poco, cuando ya te has habituado a que sea solo un concepto abstracto, sin forma.

Me esperan todavía algunos meses aquí, en este poblado que parece solo y perdido. Entre esta gente que esconde las pequeñas alegrías y los grandes dramas de una población que vive otra de esas realidades que no se entienden. Quizás una realidad impregnada del realismo mágico de García Márquez, quizás una realidad absurda como tantas otras. Vamos a descubrirla.

* Carmen de Nova es matrona en el proyecto de MSF en Cauca.

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Foto superior: Vista aérea del río Saija. © Carmen de Nova.

Foto inferior: Puerto Saija. © Carmen de Nova.

Un agua que se lleva las esperanzas

Roxana Pintado, Ayuda en Acción Bolivia

Como cada año, la época de lluvias en Bolivia debió comenzar en noviembre y debía extenderse hasta  abril de este año; pero ya nadie cree en ese calendario que rige la vida productiva y social del país. Lo que hasta hace unos 10 años atrás era una certeza ahora se ha convertido en una utopía.  Las lluvias se retrasaron hasta enero y el servicio nacional de meteorología ha avisado que sólo habrá lluvias hasta marzo.

La vida campesina del país, tan llena de actividades  ligadas a la cultura y las creencias, gira en torno a las lluvias. Las comunidades indígenas rinden culto a la Pachamama (la Madre Tierra) en agosto y le piden siempre que bendiga sus escasas tierras con las lluvias necesarias para regar los cultivos y tener una cosecha abundante. Nunca le han pedido que mande más agua de la necesaria y el último tiempo, sus dioses no han sido equitativos. En unos lugares las lluvias intensas han inundado los campos, y se han llevado los terrenos cultivados en las márgenes de los ríos; en otros no llovió en los últimos dos años y las familias han padecido sequías tremendas que les han quitado el agua para sembrar, para dar al ganado y para beber ellos mismos. Los pobres siguen pagando el precio más alto por la crisis ambiental.

 Desborde del Río Chico. Foto: Correo del Sur

*Desborde del Río Chico (Correo del Sur)

El calendario escolar del país, que inicia clases en febrero y las termina en noviembre, toma en cuenta las lluvias. A veces se hace imposible llegar hasta la escuela durante la temporada de lluvias: atravesando ríos crecidos, o viviendo en comunidades que se han inundado y donde, de pronto, la preocupación principal es cómo salvar las pocas pertenencias familiares, los alimentos y algunos animales  vitales para la subsistencia. Cuando se es pobre, la naturaleza nos pone a prueba con cambios mínimos; ni hablar  ya del impacto que tiene en la vida de las personas los grandes cambios climáticos que están ocurriendo en los últimos años.

Desde hace dos semanas, nuestra oficina central en Bolivia se ha convertido en un centro de llamados de emergencia. En Tarvita (Chuquisaca) una riada arrastró un bus y un camión llenos de personas; el turbión de piedras, agua y lodo llegó de pronto, mientras las movilidades intentaban cruzar el río. Murieron 34 personas y sólo 19 pudieron salvarse.

 Río Quime se lleva varias casas. Foto: Diario La Razón

*Río Quime se lleva varias casas (Diario La Razón)

El pasado viernes 225 familias de la localidad de Río Chico, en Sucre, vieron como el agua del río se llevaba más de 400 metros lineales de gaviones (protectores de riberas) y sus terrenos quedaban a merced de la corriente. Con esos terrenos se fueron también las garantías de seguridad alimentaria de las familias que tenían sus cultivos sembrados allí: papas, hortalizas, maíz, entre otros. En algunos terrenos, el agua alcanzó 1 metro de altura.

Ese mismo día, en la localidad de Quime, aledaña a nuestro proyecto de Licoma, en La Paz, 139 personas fueron afectadas cuando el río del mismo nombre arrasó los gaviones protectores y con ellos las casas de esas familias. Y con las casas perdieron sus pertenencias y las herramientas con las que se ganan el pan diario.

Al día siguiente nos reportaban que 80 familias de Betanzos, en Potosí, habían sufrido el embate del río y habían perdido 400 hectáreas de cultivos.

Se teme que estas inundaciones desencadenen brotes de mosquitos aedes aegiptys, causantes del dengue, en las zonas endémicas de la enfermedad, y que esto derive en otra emergencia, esta vez, sanitaria.

En todos estos lugares se ha movilizado la cooperación de Ayuda en Acción para, al mismo tiempo que se hace la evaluación de los daños, se elaboren planes de atención a la emergencia en conjunto con los gobiernos municipales y las gobernaciones departamentales. Esto permite llevar ayuda efectiva y oportuna en la fase de emergencia; posteriormente se apoyarán las fases de rehabilitación social y productiva.

En el Chaco chuquisaqueño no llovió los dos últimos dos años y los pobladores padecieron una intensa sequía. En 2010 Ayuda en Acción, junto a la gobernación, puso en marcha un programa de atención a las familias que incluyó la construcción de reservorios de agua y sistemas de “cosecha de agua” de lluvia, para garantizar el suministro tanto a las personas como a los animales y los terrenos. También distribuyó alimentos secos y semillas de maíz. En los últimos meses, las semillas sembradas han comenzado a brotar y se espera una cosecha que al menos permita garantizar la seguridad alimentaria de las más de mil familias de la zona.

Y mientras en algunos sitios el agua se lleva las esperanzas de las familias, en otros, con el brote de los sembradíos, la esperanza vuelve a renacer.

Nutriéndonos de los frutos de nuestra tierra

Luz Amparo Atehortúa Correa, Ayuda en Acción Colombia

Leidi Yohana estudia en la escuela Cinco Días del municipio de Timbio en el Cauca, una de nuestra áreas de desarrollo y su proyecto “Trabajando y mejorando por nuestros hijos” apoyado por Ayuda en Acción.

 

Leidi nos cuenta cómo en el año han estado trabajando en la huerta escolar y asegura: “Nuestros padres nos ayudaron a limpiar un pedazo de tierra que nos asignaron en el colegio; ellos limpiaron y nos ayudaron a hacer las eras utilizando costalillas y guaduas, porque el terreno era inclinado y para que no se derrumbara. Nosotros los niños y niñas abonamos y sembramos las semillas que nos regaló Corpotunia, socio de Ayuda en Acción.  La profesora nos repartió las eras de tres en tres, a mí me tocó con Víctor y Camilo y sembramos alverja, otros niños sembraron zanahoria, cilantro, acelga, lechuga y espinaca. Sembramos las semillas y las vimos crecer».  

Los jueves, en el horario de ciencias naturales, Leidi  y sus compañeros/as de 4ºA van a trabajar en la huerta y la desyerban, aporcan, quitan las hojas secas y nos dice ella que su profesora les recuerda que a las plantas se les debe querer y cuidar mucho porque nos dan sus frutos. Cuando hace mucho sol riegan las plantas y cuando recogen los frutos lo hacen con mucho cuidado. Algunos de los productos que cosechan los venden y el dinero que reciben de estas ventas lo guardan para comprar semillas y volver a sembrar. La espinaca la llevaron al restaurante de la escuela y Leidi les dio cilantro a sus compañeros para que llevaran a sus casas. Con la espinaca y la acelga hicieron arroz verde, albóndigas de espinacas que las cosecharon de la era de otros compañeros.

 

Después de esta cosecha sembraron remolacha y rábano y dice Leidi, que todos/as se ponen contentos cuando van a trabajar en la huerta. En el proyecto de las huerta escolar todos/as los alumnos/as y los/as profesores/as aportan. En la clase de educación artística, hicieron los letreros, en las clase de español, hacen resúmenes sobre la huerta y,en las horas de ingles, están aprendiendo los nombres de las hortalizas en ingles y la profesora de preescolar escribió un letrero que dice “SEMILLAS DURMIENDO”.

Leidi nos comparte su alegría al ver la foto de su era de alverjas que ya está florecida y que están esperando cosecharla para hacer arroz con pollo en el restaurante escolar.

Gracias al testimonio de Leidi podemos ver resultados del trabajo que está realizando Ayuda en Acción en Cauca y su socio Corpotunia en las 35 comunidades donde se realiza el proyecto y la manera en que se han involucrado padres, madres, profesoras/es y niños/as. Les comparto otra frase de Leidi. “Nosotros somos niños campesinos por eso nos gusta el campo y en nuestras casas tenemos pequeñas huertas”.

Y por su testimonio podemos ver que estos niño/as si se están Nutriendo de los frutos de sus  tierra y de sus manos.

El páramo de Santurbán está en peligro

Amparo Atahortua, Ayuda en Acción Colombia

El Páramo de Santurbán es un sistema ecológico ubicado en los Departamentos de Santander y Norte de Santander (Colombia), de vital importancia por su capacidad para retener agua en el suelo y controlar su flujo a través de las cuencas hidrográficas. En él se encuentran 85 lagunas y los nacimientos de los ríos que abastecen de agua al Área Metropolitana de Bucaramanga y 20 municipios más: en total 3 millones de personas se abastecen de agua gracias a este ecosistema. El Proyecto de minería a cielo abierto que se pretende realizar en el Páramo de Santurban acabaría con él y con el agua para las personas.

En un proyecto minero, se utilizan toneladas de explosivos que generan deslizamientos de tierra; toneladas de cianuro que luego van a las fuentes de agua y generan lluvía ácida

SI LA EXPLOTACIÓN MINERA SE REALIZA, ASÍ QUEDARÍA EL PÁRAMO:

Uno de los objetivos del proyecto que desarrollamos con Ayuda en Acción es la defensa y protección del agua, por tal motivo, las asociaciones campesinas del AD Bucaramanga participan activamente en la campaña “Salvemos el Agua, Salvemos la vida”. En el marco de esta campaña se han realizado charlas sobre la importancia de proteger las fuentes de agua y los impactos negativos de la minería.

El 18 de septiembre, en el Festival del Oriente Colombiano, participamos con una carroza que recreaba el escenario del Páramo y la mina de explotación de oro a cielo abierto, para informar a todas las personas sobre el peligro y la necesidad de defender el Páramo.

Desde los municipios de Lebrija, Matanza y Rionegro, delegaciones de todas las asociaciones de mujeres y productores que mantienen un vínculo solidario con Corambiente y Ayuda en acción, llegaron a la cita para manifestar su preocupación por la defensa de las fuentes de agua que proveen a sus comunidades y exigir a las autoridades que no permitan la explotación minera.

La señora Emperatriz Román, líder de la Asociación de Mujeres Campesinas de Lebrija, expresa: “Somos productoras de alimento y si nos quitan el agua, nos arrancan el corazón”.

Niños y niñas habitantes del área metropolitana de Bucaramanga fueron protagonistas en la carroza, personificando el trabajo en la explotación minera y el trabajo en la producción de alimentos, para dar vida a los dos escenarios y evidenciar los cambios culturales y ambientales que se podrían sufrir de darse la explotación, contando con su alegría y espontaneidad se unieron en esta idea de defender el páramo como patrimonio para su generación y las futuras.

La Carroza Salvemos el agua, Salvemos la vida, es otro esfuerzo más que el Área de desarrollo, junto con Ayuda en Acción, realiza en el camino por la sostenibilidad de los procesos comunitarios: sin ecosistemas sanos es imposible tener agua apta para el consumo humano, sin agua es imposible producir alimentos para la población, sin alimento el tejido social se rompe; por esta razón es primordial el esfuerzo de cada amigo(a) solidario(a) y estas organizaciones por salvar el agua, salvar la vida.