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Sudán del Sur: el incierto futuro de los niños con desnutrición

Por Mercy Kolok, oficial de comunicación de UNICEF Sudán del Sur

Estaba sentada en una sala, ensimismada en sus pensamientos. Los dos niños que sostenía en el regazo lloraban llamando su atención, pero ella no les oía. Miraba al infinito, ajena a lo que ocurría a su alrededor. Ni siquiera la presencia del médico y las enfermeras que fueron a atender a sus gemelas la devolvieron a la realidad. Un amable golpecito en la espalda le hizo volver. Parecía aterrada, y casi tiró a las niñas. Estaba claro que Mary Kaku llevaba el peso del mundo sobre sus hombros.

Era la tercera vez que sus gemelas, Elizabeth Jungbo y Madelina Pedi, eran ingresadas con desnutrición severa. Con 16 meses, pesaban 6,2 y 4,5 kilos respectivamente, cuando el peso medio de un bebé de esa edad es de 10 kilos. Las niñas se agarraban al pecho de su madre tratando de succionar, pero claramente no había leche suficiente para saciar su hambre.

Sudán del Sur: el incierto futuro de los niños con desnutrición

Mary Kaku, con sus gemelas en el hospital infantil de Juba / ©UNICEF South Sudan/2018/Campeanu

“Vine a Juba hace más de un año para que dieran tratamiento a mi marido enfermo. Pero murió, y me dejó con los niños aquí”, cuenta Mary. “No puedo volver a mi aldea, donde están mis otros hijos, porque no me lo puedo permitir. Tengo una deuda por el entierro de mi marido. No me puedo ir sin pagarla”.

A pesar del reciente acuerdo de paz, la economía de Sudán del Sur sigue hecha añicos debido a años de conflicto. Incluso en la capital, Juba, muchas madres como Mary no pueden poner comida en la mesa de manera regular.
“A veces pasamos hambre incluso dos días, sobrevivimos a base de agua, y por eso siempre estamos enfermas”.

Mary no tiene trabajo. Pasa la mayor parte del día en la calle con sus hijas enfermas, a temperaturas superiores a los 35º, pidiendo ayuda a los transeúntes. Vive con las niñas en la calle, con otras familias que están igual que ellas.
En el hospital, diagnosticaron a las pequeñas con marasmo, una forma de desnutrición causada por la falta de nutrientes esenciales debido a una alimentación pobre o la falta de alimento.

“A menos que consiga algo de dinero pidiendo, no me puedo permitir comprar leche o comida a las niñas. También es difícil encontrar trabajo en Juba, porque no tengo dónde dejar a las niñas”, explica.

La situación de Mary es como la de muchas familias en Sudán del Sur. Con la crisis económica, la inflación y el precio de los alimentos, mucha gente no puede garantizar que vaya a comer ni siquiera una vez al día.

“Cuando llevo a las niñas al hospital, mejoran porque les dan leche y comida, pero yo no puedo proporcionársela”, continúa Mary. “No sé si sobrevivirán, pero espero que lo hagan, que crezcan y que tengan éxito en su vida”.

Una semana después, las gemelas de Mary mejoran ligeramente y reciben el alta. Pero solo otra semana después vuelven a ingresar, porque la situación de Madelina ha empeorado de nuevo. Mary pasa dos semanas en el hospital. Elizabeth recupera la salud por completo, pero su hermana sigue neceistando tratamiento. Cuando Madelina entró en el hospital no podía comer ni sentarse ella sola. Ahora ha recuperado algo de fuerza y puede sostenerse sin ayuda.

Estoy contenta porque mis hijas están mejor, pero me preocupa su supervivencia. Sé que solo es cuestión de tiempo volver al hospital. Como cualquier padre, mi sueño es ver a mis hijos crecer y tener éxito en su vida, pero no tengo ninguna garantía”, concluye Mary.

Acción Humanitaria para la Infancia

UNICEF ha presentado su Acción Humanitaria para la Infancia, un llamamiento humanitario para atender a 41 millones de niños de 59 países durante el año 2019. El llamamiento para Sudán del Sur es de 179 millones de dólares. La situación de inseguridad alimentaria mejoró un poco gracias a las cosechas de 2018, pero un 43% de la población sigue en una situación grave y más de 1 millón de niños de Sudán del Sur sufren desnutrición aguda, incluidos 250.000 que están en riesgo de muerte si no reciben ayuda.

Petite Bebé. Cuál es el futuro de un bebé prematuro en República Democrática del Congo

Por Begoña Hermida Val, responsable médico del proyecto de Médicos Sin Fronteras en Shabunda.

acientes esperan su turno en el hospital de Matili. Juan Carlos Tomasi.

Pacientes esperan su turno en el hospital de Matili. Juan Carlos Tomasi.

¿Te imaginas cuál puede ser el porvenir de un bebé que nace en una pequeña aldea de la República Democrática del Congo? ¿Y si además ese bebé pesa 650 gramos al nacer y lo hace en un centro hospitalario donde solo una fuente de calor artificial puede ayudarle? Pero, ¿y si además su mamá, que es VIH positiva, le abandona para ir a una chambre de prière (o casas de oración, uno de los recursos habituales de la población local para curar problemas de salud) donde acuden a buscar la solución a su enfermedad de la mano de un curandero o charlatan que es como los llaman por aquí?

Como cada dos semanas, durante más de nueve meses de misión en el proyecto de Shabunda, me desplazo a Matili, donde apoyamos el centro hospitalario de la localidad. A mi llegada, la responsable de actividades  de las enfermeras, me dice que quiere presentarme el caso de una “Petite Bebé”, de dos días de vida y con un peso que no llega a los 700 gramos.

Su mamá, abatida por el VIH y la desnutrición, la ha abandonado. Ha decidido acudir ir a una chambre de prière para resolver sus problemas a través de la oración. Ahora, necesitamos alimentarla, mantener su temperatura corporal y protegerla del ambiente al que ha tenido que exponerse bruscamente ocho semanas antes de lo previsto.

Nuestra “Petite Bebé”, que todavía no tiene nombre, estaba ahora bajo el cuidado de su abuela, quien, al contrario que su hija, había decidido hacer todo lo posible para que sobreviviese. Las enfermeras de la recién reorganizada unidad de neonatología, acostumbradas a la llegada de casos tan difíciles como este y a ver morir unos seis neonatos por mes, no mostraban una gran esperanza.

Ponemos nuestro mayor empeño para motivarlas y hacerles ver que si juntos nos volcamos en los cuidados de la pequeña, esta tendrá un halo de esperanza. ¿Qué cuidados habremos de darle? Alimentación artificial, ante la imposibilidad de lactancia, conservación de una temperatura adecuada, los cuidados diarios del cordón umbilical y de la piel en general asegurando las normas de higiene para así evitar las infecciones y complicaciones, como el síndrome de insuficiencia respiratoria, que podrían llevarle a la muerte.

Otra técnica muy recomendada para el cuidado de los prematuros de menos de 2 kilogramos, es el llamado ‘método canguro’, que se caracteriza por la lactancia exclusiva y más frecuente, y el contacto piel-piel entre la mamá y el bebé para reforzar así el dúo madre-hijo. Desafortunadamente, ¿cómo poder beneficiarte de ello si tu mamá no está contigo?

Para sorpresa de todo el equipo, tras dos semanas hospitalizada, “Petite Bebé” y su minúsculo cuerpo seguían luchando día tras día por sobrevivir: su tórax se movía con fuerza y a gran velocidad para poder asegurar la entrada de aire en sus diminutos e inmaduros pulmones.

En la reunión médica matinal, el equipo de guardia informa cada día de la evolución de su peso, que poco a poco aumenta y está ya en 700 gramos. Todo el equipo se muestra feliz y su abuela llena de esperanza. Mamá sigue sin aparecer.

Dos pacientes descansan en el hospital de Matili. Juan Carlos Tomasi.

Dos pacientes descansan en el hospital de Matili. Juan Carlos Tomasi.

Al mismo tiempo, en mi cabeza ronda una gran cuestión: ¿qué será mejor para ella, sobrevivir o no hacerlo? Teniendo en cuenta que el bajo peso al nacer contribuye del 60% al 80% de las muertes neonatales y que en más del 20% de los supervivientes permanecen secuelas irrecuperables, no encuentro una respuesta a mi pregunta.

Pasan los días, me tengo que ir de Matili, y paso a visitarla una última vez. Al verla, con sus 710 gramos hoy y sus 17 días de vida, me viene a la mente la respuesta a la cuestión que me acechaba: Vivir sería maravilloso, si alguien le ayudase a hacerlo. Si su familia quisiese luchar por ella; si tuviesen acceso a la alimentación, a cuidados básicos de salud, a educación, a vivienda, a un empleo, en definitiva, a cualquiera de esos derechos básicos que apenas disfruta un muy pequeño extracto de la población mundial. También pensé, sería todavía más maravilloso si el Gobierno de su desestructurado país hiciese políticas para que ella, y para los otros 65 millones de habitantes, tuviese la oportunidad de una vida digna.

Contra todo pronóstico, gracias a sus ganas de vivir, a la atención que los equipos médicos de Médicos Sin Fronteras y del Ministerio de Salud brindan y con el único amor de su anciana abuela, Petite Bebé sigue luchando por salir adelante. Me despido con un sentimiento amargo, pero a su vez, con la esperanza de que su diminuto cuerpecito siga creciendo.

Bahati njema, dogo rafiki! (En swahili: buena suerte, amiguita)

Médicos Sin Fronteras trabaja en República Democrática del Congo desde 1981. En la actualidad, alrededor de 3.000 congoleses y 200 empleados internacionales trabajan conjuntamente para facilitar de servicios médicos a la población a través de 20 programas repartidos por todo el país.

A veces, los atascos de tráfico son buenos

Por Padma Priya, periodista de Médicos Sin Fronteras en India

Iba en un rickshaw, un triciclo motorizado, y estábamos en un atasco, así que empecé a hablar con el conductor, Bishnu. Me contó que estaba ayudando a sus hermanos para que pudieran estudiar en Patna, la capital de Bihar.

Le dije que había estado hace poco en Bihar y me pregunto que por qué. Le expliqué que trabajo para Médicos Sin Fronteras y que la organización está luchando contra la desnutrición y el kala azar en ese estado. Cuando pronuncié kala azar, su gesto cambió y me dijo que su madre había estado aquejada de esta enfermedad. Le pregunté dónde había sido tratada y me dijo que en Hajipur. “¿Trabajas para ese MSF?”, me preguntó.

Su madre había recibido tratamiento en el hospital de Sadar, donde trabajamos. “La pobreza debe ser erradicada en Bihar y el kala azar también. La educación es la única forma de conseguirlo”, dijo mientras detenía el vehículo frente a mi casa.

Paciente de kala azar en el distrito de Vaishali, estado de Bihar, India. Fotografía de Anna Surinyach.

Paciente de kala azar en el distrito de Vaishali, estado de Bihar, India. Fotografía de Anna Surinyach.

Le pagué y cuando ya me iba añadió: “Por favor, continúen tratando a nuestras familias en Bihar que sufren el kala azar. Muchos han muerto porque no había tratamiento”. En días como este, me siento afortunada de trabajar en una organización como Médicos Sin Fronteras.

Memorias del RUSK. Parte III: la cresta de los desplazados.

Por J. Mas Campos, coordinador de emergencias de MSF en Kivu Sur, República Democrática del Congo

 

Equipos de MSF prestan asistencia a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

Equipos de MSF prestan asistencia a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

 

Tras acabar la vacunación, en una clínica móvil del proyecto regular de Kalonge, me voy a supervisar la reanudación de actividades de un centro de salud para desplazados. Todo se desarrolla sin sobresaltos, una delicia. Salvo el hecho de darme cuenta durante las largas marchas a través de las montañas que definitivamente el tabaco y la cerveza me han dejado el cuerpo magullado, inservible y con un gran lastre de equipaje superfluo: a este paso, en vez de descender las lomas hiriéndome los tobillos y las rodillas, las bajaré rodando.

Febrero: lo pasamos trabajando el músculo del cerebro, el poco que tengo: discutimos y estudiamos estrategia de emergencias con una experta de la casa. Un maldito placer trabajar a su lado, además de un verdadero honor. Jamás me impregné tanto de conocimiento útil de emergencias como en febrero. Una Mutzig a tu salud, jefa.

Entretanto la acción no se remansa: ese mismo mes de febrero comienza nuestra ronda de intervenciones «aero-transportadas», misiones de exploración e intervención inmediata, concebidas para durar pocos días y tener un gran impacto en la salud de la población a la que quieres asistir.

En este caso, la alerta es de desnutrición, y la población, unos 15.000 desplazados de una etnia perseguida sanguinariamente por otra (con causa, en los Kivus nadie es inocente).

Los desplazados (combatientes, civiles y familiares), se han refugiado en la cresta de una cordillera a la que sólo se puede acceder, de forma segura, por helicóptero.

Lanzamos dos misiones “heliportadas” del RUSK para evaluar la auténtica gravedad de la alerta, transportar un par de toneladas de alimento terapéutico para los niños desnutridos que podamos encontrar entre la lluvia y el frío, y hacer el seguimiento del impacto de nuestra acción.

Marzo: me llaman de otro de los proyectos regulares del Kivu Sur, Shabunda. En esta ocasión se trata de comandar la misión de re-evaluación de la seguridad en el eje sur tras las últimas deflagraciones del conflicto Raïa Mutomboki – FARDC (Fuerzas Armadas de RDC).

Debemos atravesar las incorpóreas líneas del frente y re-aprovisionar los centros de salud del citado eje sur, cerrado a causa del comercio de ráfagas y tiros, y del tragicómico extravío de una granada en algún charco del camino, durante la época de lluvias, culpa de algún soldado borracho. Jamás se la encontró, a la granada. Del soldado, primo de Gila, tampoco se volvió a saber, quizá lo suicidaron.

No obstante, esta vez, comparada con la aventurita de la evacuación de heridos en enero, la misión no fue sino un lindo paseo por el parque.

(Continuará)

Si quieres leer otros posts de J. Mas Campos desde RDCongo, pincha aquí.

 

Arena roja y silencio

Por Tareck Daher (Médicos Sin Fronteras, Níger)

Durante horas, el viaje sigue tranquilamente. Paisajes idénticos desfilan ante nuestros ojos y no es un paisaje muy verde que digamos.

Matorrales por aquí y por allá, árboles por aquí y por allá a lo largo de la carreteras, seguramente cinamomos, y pequeñas colinas salpicando a lo lejos el paisaje saheliano de esta parte de Níger. Arena y siempre más arena, una tierra que parece árida y que los hombres trabajan con dificultad.

El vehículo sigue su ruta, sin incidentes; nos vamos acercando a Madaua, nuestra primera escala. Media hora de descanso y un tercer cambio de vehículo: esta vez es Bouza quien envía el coche que nos espera en nuestro destino final.

Entre Bouza y Madaua el paisaje es idéntico. Si por casualidad nos colocamos detrás de algún vehículo, nos envuelve una polvareda de color ocre que se nos mete en la garganta hasta que por fin podemos adelantarlo. El sol ya no quema tanto como al principio del día. Las mujeres en las carreteras vuelven a sus hogares, con su cargamento de leña o de agua encima de la cabeza. Por la tarde, todavía les queda por preparar la comida y bañar a los niños, y todo esto después de un duro día de trabajo en el campo. Por la noche, en los pueblos, los niños rendidos de cansancio cenan y se van a la cama.

Por fin llegamos a Bouza. Tras 10 horas de ruta, aparece tras una curva un pueblo donde hemos asumido la gestión de toda una estructura hospitalaria para poder atender a los niños desnutridos. Una última curva y aparece nuestro destino final; un toque de claxon, el portal se abre… y nos recibe la nada. Todo el mundo está en el hospital, así que nos atiende el jefe de proyecto que está solo, esperándonos.

Estoy impaciente; como los demás, quiero visitar la estructura y ver cómo se atiende a estos niños. Me han hablado mucho de esta emergencia y quiero ver cómo estamos respondiendo.

Nos entretenemos el tiempo justo para beber un vaso de agua y lavarnos la cara para asearnos un poco, y ya estamos de nuevo en el coche camino del hospital. Al llegar allí, casi no se oye sonido alguno dentro del recinto, todo un contraste con el exterior. Al fondo, pueden verse unas tiendas blancas teñidas de rojo por culpa de la famosa arena de Níger, y todo está envuelto por un silencio denso en el que no se filtra nada. El vehículo se detiene. Bajamos y nos dirigimos hacia la entrada de este centro nutricional levantado

Centro nutricional de Médicos Sin Fronteras en Bouza, Níger (© Tareck Daher)

Centro nutricional de Médicos Sin Fronteras en Bouza, Níger (© Tareck Daher)

para acoger a niños enfermos.

A nuestra izquierda, en el suelo mondo, vemos unas mujeres envueltas en sus paños de colores cálidos; a su lado, niños tumbados en un silencio casi total, descarnados; de sus cuerpos no sobresalen más que los huesos, tan delgados que no podemos determinar su edad.

Bienvenidos al centro nutricional de Bouza donde la muerte te recibe en frío. Bienvenidos al mundo de lo absurdo, bienvenidos a este mundo donde la dignidad humana se perdió para siempre jamás, donde los niños mueren en silencio. En este mundo de brutos, no hay sito para los débiles.

Hay tiendas montadas por todas partes y en el interior de cada una de ellas hay más niños, habitualmente con sus madres. Se ha establecido un circuito: los que están peor se encuentran en primera línea. Intentamos recuperarlos, reanimarlos, que sigan viviendo. Son los que están peor: tienen la mirada apagada, sin apenas ya señal de vida. Se diría que han entendido que su lucha es como una carrera de obstáculos. Y ya no luchan, parece que han aprendido a rendirse.

Y sin embargo, en este centro nutricional a veces aparece un rayo de esperanza: cuando se ha podido salvar a un niño, cuando se puede ver una sonrisa dibujarse en un rostro, cuando se ha gana el combate y el niño se salva. Entonces piensas que hay que seguir adelante porque merece la pena hacerlo.

A vosotros, pequeños que sobreviviréis, quiero deciros que espero que seáis personas justas.

 

En ruta hacia Bouza

Por Tareck Daher (Médicos Sin Fronteras, Níger)

El despertador suena a las 5 de la mañana. Dentro de nada salimos para los proyectos. El coche debería llegar a las seis y media, y tenemos por delante de 9 a 10 horas de trayecto. Me han dicho que en principio la ruta está asfaltada hasta Madaua (nuestra primera escala), para partir enseguida rumbo a Bouza (donde se encuentra el segundo proyecto).

El desayuno consiste principalmente en sandía y un poco de agua. Miro por última vez mi email. Nuestro chófer, Ousmane, llega puntualmente con el coche. Pero nos falta alguien: parece ser que uno de los expatriados se ha dormido. Quizá olvidó poner el despertador. Llamo a su puerta varias veces, y por fin abre la puerta con los ojos todavía medio cerrados: no ha oído el despertador.

Quince minutos después nos ponemos todos en marcha; viajamos en minibús con los bártulos detrás y hay espacio suficiente para todos. Unos duermen, otros tendidos en los asientos intentan pasar el tiempo y yo, sentado delante, miro a mi alrededor este paisaje saheliano.

Paisaje de camino a Bouza (© Tareck Daher)

Paisaje de camino a Bouza (© Tareck Daher)

Escruto todo lo que me rodea a lo largo del camino. Veo cómo aparecen y desaparecen poblados bordeados de chozas con tejados de paja, quemados por el sol durante todo el año. Las paredes de adobe dan la impresión de que todo está a punto de caerse, y sin embargo estas casitas sencillas y modestas siguen en pie. Estas casas cobijan a menudo familias enteras, todos viviendo en la misma habitación.

A la vuelta del camino, por aquí y por allá, se puede ver el ganado que cuidan unos niños que no levantan un palmo del suelo. Conducen el rebaño hacia los campos para que puedan pastar. Viendo estos rebaños de cebúes y cómo esos niños hacen frente a estos animales que les obedecen sin rechistar, pienso en las tremendas responsabilidades que tienen que asumir desde muy temprana edad estos chicos tan pequeños.

Estos animales me parecen inmensos en comparación con los seres frágiles que los llevan a punta de bastón; un simple gesto un poco brusco podría acabar en drama. Y sin embargo, a lo largo del camino, es lo que vemos: niños pequeños (niños en su mayoría, más que niñas) que conducen orgullosamente sus animales, con un aire de dignidad impreso en la mirada.

Cuánta simplicidad podemos contemplar a lo largo de este camino, como a menudo ocurre en África. Ves gente vestida con sencillez yendo a pie de un lugar a otro, y no ves esa obesidad que a menudo constatamos en los países occidentales. Aquí, las personas son esbeltas, con aspecto distinguido, los rostros bien dibujados, con los trazos angulosos, la cabeza erguida con un porte digno… Rara vez se puede ver gente en la carretera haciendo autostop para que pare un vehículo: simplemente caminan hasta llegar a su destino.

DÍA DE MERCADO

A mitad de camino a Madaoua, después de 3 horas y media de carretera, llegamos a la gran aldea de Doutchi, lugar donde nos espera el vehículo “kiss”: es otro vehículo que viene a recogernos del proyecto de destino y que nos llevará hasta allí, mientras el vehículo en el que hemos venido regresa a la base.

Doutchi es una aldea rica en color, con todos estos colores de los variopintos bubúes1, las mujeres gritando por aquí y por allá intentando vender sus productos a los clientes del día. Es día de mercado en Doutchi. Aquí se dan cita todos los pueblos de los alrededores, vendedores diversos por todas partes intentando vender sus productos. Desde vendedores de ganado hasta vendedores de clavos, pasando por un carburador de moto… se encuentra de todo aquí. Es la cueva de Alí Babá: todo se regatea, desde un neumático usado pero todavía en buen estado según las normas locales, hasta una flamante moto nueva.

Aquí en Doutchi, como en muchos pueblos, los días de mercado son también días en los que la gente se reencuentra después de muchos meses de no verse así que es un día de risas y de palmadas cariñosas en el hombro entre amigos, mientras que otros discuten con vehemencia las últimas noticias de un pueblo o de otro. Bienvenidos a esta África, acogedora y resplandeciente. Bienvenidos a esta África donde las risas, los gritos estallan por doquier y donde el buen humor es lo que se lleva.

Estamos todos sentados alrededor de una mesa. Converso con los que van en sentido contrario, hacia la capital. Alguien me interpela para preguntarme si quiero beber algo, asiento y sigo con mi discusión en este caos donde todo el mundo se reúne. Todavía quedan unos minutos antes de reanudar una ruta que nos llevará aún varias horas. Tengo mucha suerte: voy sentado delante, al lado del conductor, el sitio ideal. Cada uno se desentumece las piernas como puede antes de volver al coche. Tenemos que llegar a Bouza antes de las 6 de la tarde.

Nos ponemos en marcha. Este coche es un todoterreno y es menos cómodo para los que van sentados atrás. Rebaños de camellos recorren la región, ganado por aquí y por allá, como si la desnutrición en este país no pudiese existir. Y sin embargo, todos los indicadores en las zonas de intervención están en rojo, hay niños que se mueren de hambre, niños que están desnutridos.

Los niños fotografiados a medio camino (© Tareck Daher).

Los niños fotografiados a medio camino (© Tareck Daher).

Pasada una hora de carretera desde que salimos de Doutchi, tenemos que parar para hacer nuestras necesidades, así que buscamos un lugar discreto donde de paso podamos descansar unos minutos. Unos niños vienen a nuestro encuentro, un grupo de niñas y niños pequeños. El mayor no tendrá más de 10 años y lleva en brazo a un niñito que está a su cuidado.

Les pregunto si me permiten hacerles una foto, y me contestan que sí con una gran sonrisa. Es fantástico. Tomo las fotos y se las enseño: estallan en risas, hablan deprisa; creo que comentan la foto.

Volvemos a subirnos al vehículo, los niños agitan sus delgadas manos para desearnos un buen viaje. Maravillosa África.

(Continuará)

 

1. El bubú o ‘boubou’ es una prenda de vestir típica del África Occidental, que consiste en varias piezas: un pantalón, una camisa larga y una túnica ancha sin mangas. Es un traje típicamente masculino aunque también es usado por las mujeres en algunos países.

 

Luke en Bihar: burocracia

Por Luke Chapman (médico de Médicos Sin Fronteras en India)*

Mucho de lo que sigue puede parecer una falta de respeto o incluso una crítica contra los procedimientos administrativos. Pero por favor no me malinterpretéis. Si la burocracia es un monstruoso instrumento complicado y difícil de manejar es porque el material que debe moldear (nosotros… yo en particular) es muy complejo, contradictorio, frecuentemente egoísta y a veces francamente estúpido. Así que por favor no penséis que me estoy burlando. Lo que sí encuentro gracioso es la condición humana que, para empezar, hizo la burocracia necesaria, y si un chico no puede reírse de… bueno básicamente de sí mismo, entonces de qué demonios puede reírse.

Llego casi 15 años trabajando para la sanidad pública británica (el quinto empleador más grande del mundo, un poco por detrás de McDonald’s), así que estoy acostumbrado a la burocracia más engorrosa. Y Médicos Sin Fronteras no es cualquier tontería, así que no sé por qué me sorprendió encontrarme con un refinado ejemplo de burocracia nada más empezar mi misión.

Era una tarde de calor sofocante en Biraul (sabes que vas a tener problemas cuando hasta los de aquí te dicen «menuda ola de calor”), y los supervisores del equipo se habían juntado para su reunión semanal. Bajo mis varias capas de sudor, pude percatarme vagamente de que estábamos hablando de sillas. Uno de los supervisores sentía que a su equipo le vendría bien tener sillas nuevas en la oficina y deshacernos de los artilugios de aspecto medieval que tenemos.

– «¿Tenemos presupuesto?», preguntó uno.

– «¿Y que pasa con la salud y seguridad laboral?», consideró otro.

– «¿Y los costes de mantenimiento y reparación?», interpeló un tercero.

Cuando ya habíamos pasado algún tiempo discutiendo sobre este tema, una cuarta persona señaló que, si se cambiaban las sillas en un departamento, quizá habría que hacer lo mismo con los demás. ¡Para qué queríamos más: debate al canto! Con 20 minutos ya perdidos a nuestras espaldas, se reavivó la ronda de preguntas y contra-preguntas.

Puede parecer extraño que debatamos sobre el tema de las sillas de oficina. Yo mismo contribuyo con donaciones a MSF (sí, mi contable me odia) y hace tiempo tenía la idea, ingenua, de que cada céntimo se gasta en medicamentos o comida. Pues por lo que parece alguien en MSF mucho más listo que yo había pensado en esto y había llegado a dos conclusiones importantes. En primer lugar, si vas a proporcionar asistencia, esta debe ser la de mejor calidad posible; de no ser así estaríamos pecando de falta de ética y, lo que es peor, podríamos hacer mucho daño. En segundo lugar, para dispensar asistencia de calidad, no te gastas todo el dinero en antibióticos o alimentos terapéuticos, y distribuyéndolo al azar a cualquier persona que veas algo delgada.

Utilizar el dinero de los donantes de forma eficiente supone que tienes que invertir mucho en recursos humanos, logística, administración, equipamiento, equipos de apoyo, gestores, analistas, y un largo etcétera. Sin esta inversión, todo el sistema se derrumba y puede hacerse muy poco**. Para aquellos trabajadores de MSF que, por las tareas que tienen encomendadas, se pasan todo el día delante del ordenador, unas sillas cómodas son parte de esta eficacia. Y yo por mi parte estoy muy contento de que una parte de mi contribución económica, por pequeña que sea, se gaste en garantizar que nuestros traseros estén cómodos.

De todas formas y a pesar de todo ello, tras casi 40 minutos hablando de sillas (resultado: necesitamos algunas), me costaba reprimir la sonrisa. La semana que viene os hablaré del segundo punto del día: los mangos como amenazas para la seguridad.

* Luke Chapman es médico del proyecto de desnutrición infantil de MSF en Biraul, en el estado indio de Bihar.

** En 2011, un 4,8%  del coste de los proyectos  de MSF España en terreno se destinó a administración. Más detalles de la distribución del gasto en Memoria de actividades de MSF España 2011.

Luke en Bihar: Reena comía tierra

Por Luke Chapman (médico de Médicos Sin Fronteras en India)*

Reena** tiene cuatro años y medio y come tierra desde su más tierna infancia. Sus padres, desesperados, nos la han traído. Antes de su ingreso en el Centro de Estabilización de MSF llevaba enferma unas tres semanas. Decir que “no se encuentra muy bien” sería un eufemismo que incluso haría sentir incómodo al más inglés entre los ingleses: apenas si está consciente y prácticamente no puede ni mover un cuerpo en el que tiene más huesos que carne. Vómitos, fiebre y diarrea son los principales síntomas.

Su padre, que es carpintero, ha gastado grandes sumas de dinero en médicos locales (bueno, unos 50 euros al cambio, pero que suponen otras tantas semanas de salario para él). Le han recetado la mezcla habitual de placebos y antibióticos de amplio espectro, pero todo sin éxito alguno. Creen que podría tener fiebre tifoidea. Ahora los médicos se niegan a ver a Reena, aduciendo que no hay nada más que puedan hacer por ella, y que morirá. Aconsejan a sus padres que la lleven al hospital del distrito, a una hora y media de Biraul.

E aquí algunos antecedentes sobre este hospital. Está congestionado pues hace las veces de centro de referencia para lugares tan alejados como Nepal: 60 camas pediátricas para demasiados millones de personas. Así que el nivel de atención allí es variable. Y está muy lejos. Al final, el padre de Reena dice que de ninguna manera se plantea siquiera llevar a su hija allí.

La primera semana es dura para Reena. A pesar de sus lastimeros gemidos cada vez que la examinamos, su mirada desafiante sugiere que es una luchadora. La rehidratamos por vía intravenosa, para empezar. Cualquier cosa que intentamos introducirle en el estómago vía tubo nasogástrico vuelve a salir de nuevo por la boca, lo que dificulta el tratamiento. La atiborramos de antibióticos pero la fiebre no hace más que empeorar. Examinamos una y otra vez sus heces, que son normales. Al tercer o cuarto día, ya demasiado débil para moverse, empieza a llagársele el cuerpo de tanto estar inmóvil en cama, algo habitual en estas circunstancias pero en pacientes de al menos 60 años más que esta pobre criatura.

Durante el fin de semana, sangre y mucosidad empiezan a aparecer en su diarrea: disentería. No tenemos técnico de laboratorio el domingo, así que decido hacer yo mismo el examen al microscopio. No he tocado un microscopio desde que terminé mis estudios de medicina tropical hace tres años, y me siento bastante satisfecho conmigo mismo cuando encuentro el botón de encendido. Hago una pobre preparación con una muestra de heces e inmediatamente detecto un gran número de algo que me parecen huevos de lombriz.

Las siguientes 48 horas las pasamos discutiendo sobre qué son y repasando literatura médica para intentar identificarlos. Al principio, el técnico de laboratorio me dice que son partículas de alimentos, pero después de mostrarle unas cuantas de estas, le convenzo de que no es así. Además, desde que llegó, la pobre niña ha vomitado todo lo que le hemos dado, no ha retenido ni la leche, así que mucho menos comida.

Finalmente, decidimos que se trata de un huevo de lombriz trematoda, lo que se ajustaría a muchos de sus síntomas. Le damos una dosis de tratamiento desparasitante estándar, y por fin empezamos a ver salir en sus heces pequeños y gordos gusanos de medio centímetro. Pero estos gusanos en concreto no siempre responden bien a los tratamientos estándar y nuestro entregado logista se pasa la mañana en Darbhanga buscando en las farmacias un tratamiento algo más específico. Tan arduo trabajo se ve por fin recompensado cuando cientos, si no miles, de pequeños parásitos empiezan a aparecer en las heces de Reena durante los dos días siguientes. Nunca conseguimos un diagnóstico preciso para este gusano, aunque nos acercamos catalogándolo dentro del género de los Equinostomas. Sospecho que su enorme cantidad tenía que ver con la dieta rica en tierra de Reena.

Durante los días siguientes, las cosas van bien. La fiebre empieza a bajar, los vómitos desaparecen y casi una semana después de ver cómo se nos iba Reena, finalmente podemos darle algo de leche. Incluso la diarrea mejora. Del aletargamiento pasa a la irritabilidad, y todos intentamos recordarnos que esto es una buena señal.

Desearía más que nada en el mundo poder decir que la historia tuvo un final feliz. Pero la mejoría sólo fue pasajera. Después de algo más de dos semanas con nosotros, Reena se deteriora de nuevo. Vuelve la fiebre y otra vez vuelta a los antibióticos de amplio espectro, pero sin éxito. Veo desaparecer de su mirada aquel espíritu luchador, y es entonces cuando tengo el terrible presentimiento de lo que va a ocurrir. Al límite de los que podemos hacer por ella, la llevamos al hospital del distrito para hacerle algunas pruebas y ver a un especialista. Nos aconseja que la ingresemos, pero de nuevo sus padres se niegan. Por desgracia, los análisis son más o menos normales.

Al día siguiente por la noche, recibo la llamada telefónica que espero y temo a la vez. Reena, la pequeña luchadora que comía tierra, ha muerto. Pregunto por sus padres: ni una lágrima. Pienso que se habían resignado hacía ya semanas. Pregunto por el personal (todos nos habíamos encariñado con Reena durante el tiempo que pasó con nosotros). Todo el mundo está muy triste, pero de nuevo durante los últimos días todos habíamos tenido el presentimiento de que esto iba a ocurrir.

Fue la septicemia la que se llevó a Reena. ¿Habrían sido diferentes las cosas de no haber estado desnutrida? Nadie puede afirmarlo con seguridad, pero por lo menos hubiera tenido más posibilidades de sobrevivir. Y eso ocurre con muchas enfermedades. La malaria severa, la neumonía o la diarrea pueden suponer un grave problema incluso para el niño más saludable. Pero si el niño está además desnutrido, entonces llega al campo de juego con todas las de perder. Grandes o pequeños, nadie debería tener que hacer frente a esta lucha contracorriente sólo porque no está bien alimentado.

En lo que respecta al equipo, no hay palabras de consuelo. Todos somos profesionales y hacemos todo lo que podemos para separar el drama humano que acabamos de presenciar de las acciones que debemos emprender… recogiendo los pedazos, aprendiendo las lecciones que podemos aprender y tratando a las personas desnutridas con renovada determinación.

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 * Luke Chapman es médico del proyecto de desnutrición infantil de MSF en Biraul, en el estado indio de Bihar.

** Nombre cambiado para proteger el anonimato de la paciente.

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Foto: Exposición de dibujos sobre la desnutrición tras el concurso entre artistas locales organizado por MSF en el distrito de Darbhanga, en el estado indio de Bihar, en 2011 (© MSF).

Sólo he visto dos tractores

por Esperanza Santos (enfermera de Médicos Sin Fronteras en Níger)

No sé si os he contado que estamos en la época de lluvias, así que ha habido unos cuantos tormentones; sobre todo son de madrugada o a primera hora de la mañana. Es muy curioso ver toda esta zona, que ya la había visto en el 2010 pero en otros meses, en octubre y noviembre y ahora está completamente cambiada. Las fotos que tenía de la otra vez, en 2010 eran paisajes con mucha arena, pueblitos de barro, todas las casas de adobe con su granero de adobe también al lado y ahora nada que ver, ¡¡ahora todo está verde!! Bueno, no os vayáis a pensar que es el bosque tropical, pero ahora encima de la arena hay matorrales verdes y los cultivos están creciendo.

En octubre recogen el cultivo y secan el grano para hacer la harina. Por eso precisamente, esta es la peor época del año para la desnutrición; la colecta del año pasado ya se les ha acabado, les quedan unos meses para poder recoger la nueva y ahora tienen que comprar la harina en el mercado. Si a esto sumamos la subida de los precios del mercado gracias a nuestra estupenda crisis internacional y la especulación sobre los precios del cereal, volvemos siempre a lo mismo, siempre son los mismos los que se llevan la peor parte.

También debe ser la temporada de la colecta de las cebollas, ¡madre mía!, ¡qué cantidad! La verdad es que no se ve mucha más variedad de productos, pero eso sí, cebolla hay para parar un tren. Además ponen los puestos de venta a los lados de la carretera (es lo normal, para vender a los que pasan), así que hay veces que cuando voy con el coche a algún centro de salud, paso por un pueblo que huele todo a cebolla, no os lo podéis imaginar…

A un lado y a otro de la carretera sólo ves sacos y sacos preparados para que alguien los compre, si se pudiese subsistir a base de cebolla, seguro que no teníamos tanto desnutrido en el programa.

La verdad es que es muy bonito ver a la gente preparando su cosecha, labrando la tierra, recogiendo hierbas para alimentar al ganado pero te paras a pensar y te das cuenta de que esto tan bonito y bucólico tiene un trasfondo bastante menos poético y más real.

Supongo que una de las causas por las que Niger ocupa el puesto 172-173 en el ranking mundial (de un total d 176 países) tiene que ver con que desde que vine a Níger sólo he visto 2 tractores y fue en el camino de Niamey a Madaoua (9 horas de coche atravesando buena parte del país, una de las más fértiles por cierto) y porque la gente trabaja la tierra con un palo de madera con un trozo de metal atado con una cuerda en el extremo, secan el grano al sol y las mujeres lo muelen para hacer la harina machacando el grano en una especie de mortero grande de madera.

El problema del hambre y la desnutrición en este país es un problema estructural, no es una crisis puntual, es una emergencia crónica, continuada en el tiempo. Por eso, quizás, es más difícil de asumir y de afrontarlo (por lo menos para mí); porque cuando he visto niños desnutridos en otros contextos (en conflictos, campos de desplazados), creo que espontáneamente la mente hace una relación causa-efecto y te parece que es una cosa temporal, que si se resuelve el conflicto, también eso se resolverá. Aunque desgraciadamente no sea siempre así, pero aquí es complicado porque la causa es tan grande, hay que cambiar tantas cosas (tanto en el país, como en las leyes de comercio internacional, como en la especulación sobre materias primas…), que es más complicado ver la salida a esta situación eso es lo que agota a mi mente de vez en cuando. Pero no, hay que seguir luchando, cada pasito que se dé es importante

 

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Fotografía: Campos en la región Madaoua, dónde MSF gestiona un proyecto de nutrición para prevenir y tratar la desnutrición © Juan-Carlos Tomasi

Ya está aquí la malaria

por Esperanza Santos (enfermera de Médicos Sin Fronteras en Níger)

Ya estoy en Madaoua, que es donde está el proyecto de desnutrición y donde vamos a hacer la estrategia de respuesta a la malaria tal y como os contaba la semana pasada. La malaria también está aquí ya… bueno, está aquí durante todo el año, pero desde los meses de julio y agosto, y hasta octubre-noviembre, es la ‘temporada alta’.

Madaoua en particular, y Níger en general, son uno de esos sitios del mundo donde uno corrobora todas las estadísticas que ha oído y leído sobre el hambre y la pobreza en el mundo. Cuando escuchas eso de que “cada minuto mueren 10 niños de hambre en el mundo”, o eso otro de que “cada minuto muere un niño de malaria en el mundo”, no te haces una idea de lo que significa. Hasta que llegas a un sitio como Madaoua y lo ves con tus propios ojos.

Si en un sitio tan pequeño como el distrito de Madaoua (400.000 habitantes, de los cuales unos 90.000 niños menores de 5 años) se pueden morir unos cuantos cada día, y sabemos que desgraciadamente existen en el mundo muchos sitios como Madaoua, salen las cuentas… Es bastante duro de asumir, pero sí, no son sólo estadísticas.

Al llegar a Madaoua, me he encontrado con que la gente que está trabajando en el proyecto de desnutrición está haciendo ya frente al comienzo de la época de los picos de desnutrición y malaria. Como he dicho antes, no es que el resto del año no haya ni desnutrición ni malaria, pero durante este periodo se multiplican los casos. Es la época del año donde las reservas de grano de las cosechas del año anterior se están agotando y las nuevas cosechas aún no se han recogido: a este periodo se le conoce como “hunger gap” y dura hasta octubre-noviembre.

El año pasado, 20.000 niños menores de 5 años fueron admitidos en el programa nutricional de MSF en Madaoua. Casi todos ellos siguieron el tratamiento a nivel ambulatorio: van cada semana al centro de salud donde se controla el peso-talla de los niños, se les pasa consulta y recogen el alimento terapéutico para toda la semana. Este es un alimento que viene ya preparado para su consumo, no necesita agua y contiene todos los nutrientes de origen animal y vegetal que un niño desnutrido necesita para recuperarse. Es muy sencillo de administrar y por eso las madres o cuidadores de los niños pueden hacerlo en casa.

Cuando los niños están muy malitos y no toleran el alimento o tienen alguna otra enfermedad asociada, se les lleva al hospital y se les hace un tratamiento intensivo, que suele durar unas 2 semanas, y luego a seguir en casa el tratamiento en ambulatorio. En el hospital, también nos hacemos cargo de la parte de pediatría, en la que ingresan los niños que están malitos, pero no están desnutridos. Siempre que hablo de niños, me refiero a menores de 5 años. Es lo que tiene África, que una vez pasada esa barrera de edad se te considera casi casi adulto: ya tienes que encargarte de los más pequeños, ir a por agua, ayudar en casa…

Así que en este momento del año, como os digo, empiezan a multiplicarse las admisiones. Además de las salas habituales para los desnutridos y la pediatría, ya hay montadas cuatro tiendas de campaña grandes, y ya está todo lleno. La semana pasada, entre pediatría y desnutridos, había un total de 270 niños admitidos. Y siguen viniendo.

El día que llegué, dimos un paseo por el hospital. Es verdad que ya había estado aquí, y ya sé lo que hay, pero aún así, es duro verlo. Pero unos días más tarde pude pasar más tiempo, y aquello me ayudó bastante. Creo que el primer día, al dar sólo una pasada rápida, sólo me quedé con la imagen de los niños que estaban malitos malitos, niños que traían las madres a la admisión en muy malas condiciones, niños que estaban tan graves que algunos murieron en aquel mismo momento.

Pero la segunda vez ya pude pasar visita y leerme las historias y comprobar que muchos de los que habían llegado muy muy enfermos el día anterior o dos días ya habían recibido las primeras dosis de tratamiento y estaban mucho mejor. También vi a los niños que ya habían pasado unos días en el hospital y a los que se les podía dar el alta. Creo que para poder estar aquí luchando cada día con la muerte de niños, con la impotencia que transmite el hambre y la injusticia, es necesario también ver cada día cómo el trabajo que estamos haciendo está salvando la vida de muchos de ellos.

Por eso es tan necesaria también la estrategia de malaria. Porque es necesario que el diagnóstico y el tratamiento lleguen lo más lejos posible, a cuantos más pueblos mejor, para que los niños tomen el tratamiento rápido y no se pongan malitos malitos…

De momento estamos buscando personal local, luego pasamos al momento de la formación y de preparación de todos los medicamentos y el material, y a ver si en pocos días ya podemos distribuir el tratamiento a todos los centros y pueblos elegidos -al final me han salido 70 para cubrir toda el área- y comenzar a movernos cual electrones para que todo el mundo tenga todo, sepa todo y no haya ningún problema.

También he estado visitando algunos centros de salud y a las autoridades locales de los pueblos y de las áreas de salud, explicando lo que vamos a hacer para que se empiece a difundir el mensaje por las comunidades. Asimismo, estamos identificando a gente de los distintos pueblos, les estamos formando en prevención, signos y síntomas de malaria, para que hagan sensibilización en sus comunidades sobre el uso de la mosquitera y la importancia de llevar al niño al centro de salud cuando tiene fiebre.

Tenemos que ser rápidos, que la malaria ya está aquí. De momento os dejo, espero seguir contándoos cómo van las cosas por aquí.

 

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Foto 1: Centro de Nutrición de MSF en el Hospital de Madaoua, en Níger, en julio de 2012. En este centro son ingresados los niños desnutridos que además sufren complicaciones por otra enfermedad (© Silvia Fernández/MSF).

 Foto 2: Jornada de sensibilización sobre la desnutrición y la malaria en una aldea cercana al pueblo de Madaoua, en Níger, en julio de 2012 (© Silvia Fernández/MSF).