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El error de la automedicación contra la hepatitis C en Camboya

Por Theresa Chan, Médicos Sin Fronteras, desde Camboya

Desesperada por una cura, en Camboya la gente gasta cantidades que no pueden permitirse en tratamientos contra la hepatitis C que no son efectivos. Theresa Chan, de Médicos Sin Fronteras, cuenta las historias de automedicación que encuentra en la clínica de Phnom Penh cada día.

Trabajamos a toda máquina en la clínica de hepatitis C de Phnom Penh. Desde que llegué aquí hace dos meses, he visto a 350 pacientes en distintas fases del tratamiento. Gasté una caja de recargas de bolígrafos en una semana en Camboya, mientras que en Estados Unidos un boli me duraba dos o tres semanas.

Toueng Sreymon, técnico de Farmacia de MSF, distribuye medicamentos contra la hepatitis C en el hospital de MSF en Phnom Penh, Camboya. © Todd Brown

Dado que nos estamos preparando para inscribir a 1.000 personas en el programa de antivirales de acción directa (DAA, por sus siglas en inglés), el tipo de visita médica que más recibo son revisiones generales. En estas consultas, obtengo un rápido historial médico, prestando especial atención a cualquier tratamiento previo de hepatitis C. Es importante, porque la gente que ha sido tratada anteriormente con DAA pero no ha finalizado el tratamiento o que ha sufrido más de una vez la enfermedad pese a haber recibido los medicamentos, necesita una evaluación especial y es posible que requiera un tratamiento más largo o complejo.

Cuando pregunto a nuestros pacientes si han sido tratados contra la hepatitis C con anterioridad, suelo obtener varias respuestas. Gran parte de ellos no puede permitirse económicamente los DAA, así que la respuesta mayoritaria es no. A veces dicen que sí, y tengo que ponerme el sombrero de detective y preguntar el nombre del medicamento (normalmente no lo saben), cuántas veces al día lo tomaba y de cuántas pastillas diarias constaba el tratamiento. Pregunto todo esto porque los DAA suelen tomarse una o dos veces al día, así que si un paciente me dice que tomaba 13 pastillas tres veces al día, sabré que se trataba probablemente de suplementos vitamínicos.

Algunos pacientes me cuentan que tomaron suplementos vitamínicos porque les dijeron que frenarían el avance de la hepatitis C. Esto me molesta, porque no hay pruebas de que nada influya en el avance natural de la hepatitis C más allá de los factores individuales, que no están bien definidos, la presencia o ausencia de infección por hepatitis B o VIH y el consumo de alcohol o drogas. Me preocupa que los pacientes con hepatitis C sean fácilmente objetivos de marketing manipulador de vitaminas y otras intervenciones cuyo beneficio no está probado. No creo que las vitaminas sean malas, pero los pacientes me dicen que pagan entre 20 y 50 dólares mensuales, y eso es mucho dinero en este país: los trabajadores no capacitados, como costureros o empleados de la construcción, ganan solo 5 o 6 dólares diarios.

Furgoneta de complementos vitamínicos frente a la clínica de MSF en Phnom Penh, Camboya © Theresa Chan

La gente puede ser incitada a hacer gastos más caros que no ayudarán a que se recuperen de la hepatitis C. Un hombre gastó cientos de dólares durante tres meses en un tratamiento de DAA de sofosbuvir y ribavirin, dos medicinas que usamos en nuestros tratamientos, pero lo hacemos conjuntamente otros medicamentos como daclatasvir o ledipasvir. El principio general para tratar la hepatitis C es que se deben usar combinaciones de fármacos que funcionan a través de diferentes mecanismos. De otro modo, se corre el riesgo de generar resistencia y es posible que el tratamiento no sirva.

Eso mismo le ocurrió a este paciente: tomó estas medicinas durante tres meses, pero las compró por su cuenta y los consumió sin supervisión médica. No podía saber que la combinación de esos medicamentos nunca eliminaría la hepatitis C. Ahora se ha sumado a nuestro programa, varios cientos de dólares más pobre y aún con el virus detectable en su sistema circulatorio.

“Quería curarme”, me dijo cuando le pregunté por qué había elegido ese tratamiento.

No le culpo por querer curarse. Yo también quiero que se cure. Quiero que esos cientos de pacientes que atendemos a diario se curen. Lo que no quiero es que esas personas gasten el dinero que no tienen en tratamientos que no son efectivos. Por desgracia, es común oír historias como esta en nuestra clínica cuando la gente habla de épocas en las que MSF aún no había llegado a Phnom Penh.

Las víctimas invisibles de la guerra en Siria

Por Scott Hamilton, Médicos Sin Fronteras, desde Irbid, en Jordania. 

Atención domiciliaria a pacientes con enfermedades no transmisibles en el norte de Jordania

Tanto Mohanned como Samir usan sandalias de goma. “El calzado fácil de poner y quitar es mucho más útil para los días en los que tienes que hacer varias visitas a domicilio”, dice Mohannad.

Al tiempo que conversan animadamente, ambos suben a una camioneta junto con Moataz, que será su chófer hoy. Los tres se comportan como viejos amigos, riendo y bromeando el uno con el otro. «Es importante que nos llevemos bien y que nos divirtamos», explica Samir; «a veces pasamos más tiempo con nuestros compañeros que con nuestras familias».

Mohanned y Samir hacen visitas domiciliarias a los pacientes que no pueden ir por sus propios medios hasta el hospital. El 60% de ellos son refugiados sirios. ©Scott Hamilton/MSF

Samir es enfermero y Mohannad, médico. Todas las semanas realizan visitas domiciliarias a refugiados sirios y ciudadanos jordanos que se encuentran en situación especialmente vulnerable en la Gobernación de Irbid, en el norte de Jordania. Todos sus pacientes sufren lo que se denomina enfermedades no transmisibles, cuyos principales exponentes son las enfermedades cardiovasculares (como los ataques cardiacos y los accidentes cerebrovasculares), el cáncer, las enfermedades respiratorias crónicas (como la enfermedad pulmonar obstructiva crónica y el asma) y la diabetes. Hoy visitarán a cuatro de estos y para ello tendrán que conducir más que de costumbre, ya que uno de los objetivos del programa es llegar hasta las personas con dificultades de movilidad que viven más alejados del centro de la ciudad de Irbid.

El programa de visitas domiciliarias de MSF comenzó en agosto de 2015. «Antes atendíamos a los pacientes en dos clínicas en la ciudad de Irbid. Todavía lo hacemos, pero las visitas domiciliarias también son necesarias. Muchos de nuestros pacientes no pueden venir a la ciudad, ya sea porque se encuentran demasiado débiles físicamente para hacer el viaje, o porque no pueden costeárselo», explica Samir.

La primera casa que visitan es el hogar de dos pacientes: un matrimonio formado por Aziz y Azam. Su hija y sus tres nietos les abren la puerta. La casa es de una planta y apenas está amueblada. El modo distendido y familiar con que los pacientes saludan a Samir y Mohannad es revelador. «Conozco a estos pacientes desde hace mucho tiempo», cuenta Samir. «Es un poco como tener parientes lejanos».

Aziz es un refugiado sirio. Hace poco sufrió un derrame cerebral y por el momento no puede salir de la cama. ©Scott Hamilton/MSF

En primer lugar, Samir y Mohannad le toman la presión arterial a Aziz y comprueban sus reflejos. Aziz sufrió un derrame cerebral, es diabético y, por el momento, no puede salir de la cama. A pesar de su frágil estado, se esfuerza en explicar su situación:

«Llevamos aquí cinco años. Nos fuimos de Siria porque tanto la salud de Azam como la mía estaban empeorando. Fue por culpa de los bombardeos. Yo cultivaba una granja; no era mía, pero nos permitía vivir bien. También tenía mi propia casa. Hace años, mi abuelo palestino cruzó a través de Jordania y se estableció en Siria. Ojalá se hubiera quedado aquí en Jordania; ojalá no hubiéramos visto nunca esta guerra. Nuestra hija todavía está en Siria y pensamos en ella constantemente. No nos resulta fácil vivir aquí, el alquiler es caro y somos ocho personas viviendo en una casa muy pequeña. Tenemos sólo un hijo trabajando; él tiene que pagarlo todo, incluso la electricidad y las facturas. Queremos volver a casa, pero sólo lo haremos cuando no haya más guerra ni más matanzas».

Azam se quedó ciega hace 15 años. Sufre glaucoma y tendría que ser operada. ©Scott Hamilton/MSF

Azam se quedó ciega hace 15 años. Sufre glaucoma y tendría que ser operada. También necesita colirio, pero cada frasco cuesta 23 dinares jordanos (algo más de 27 euros); un precio demasiado alto para ella. Afortunadamente nosotros podemos ofrecérselo gratuitamente.

«Vivir los bombardeos y la guerra fue extremadamente estresante, ciega o no. Pero estoy feliz de estar aquí. Aquí la comunidad nos recibió con agrado. Nuestros vecinos nos visitan y el propietario, que sabe de nuestra situación, nos hace un descuento en el alquiler«.

Azam por su parte tiene diabetes e hipertensión. Mientras Samir le hace un análisis de sangre y verifica su presión arterial, Mohannad coge en brazos a su nieto más pequeño, que ha empezado a arrojar juguetes. Tras breves momentos de bullicio, se sienta contento con Mohannad y se queda observando a través de la ventana a los pájaros que pasan volando.

El doctor Mohannad sostiene en brazos al más pequeño de los nietos de Aziz y Azam. ©Scott Hamilton/MSF

De camino a la segunda casa del día, Samir habla con cariño de una antigua paciente. «Un francotirador le disparó en la cadera. Las heridas fueron graves, pero logró sobrevivir. La tratábamos por hipertensión, y a pesar de su estado siempre insistía en ofrecernos un desayuno. Lamentablemente, murió hace poco de un ataque al corazón. Es la parte más dura de este trabajo; la gente que se nos va».

La tercera paciente que hoy visita el equipo se llama Khairiya. Sufre hipertensión y también es ciega. En su situación le resulta muy difícil acudir a una clínica de la ciudad para hacer revisiones médicas, así que está feliz de que recibirnos en su casa.

Khairiya sufre hipertensión y es ciega. En su situación le resulta muy difícil acudir a una clínica de la ciudad para hacer revisiones médicas. ©Scott Hamilton/MSF

«Llevamos aquí desde 2013. La violencia y la tensión hacían muy difícil nuestra vida en Siria, pero el viaje hasta aquí tampoco fue fácil. Incluso tuvimos que caminar parte del viaje. Cuando nos acercamos al puesto fronterizo, un guardia se percató de que yo era ciega. Me tomó de la mano y me condujo durante la última parte del camino. A pesar de que tuvimos algunas oportunidades de ir a vivir a Estados Unidos y Canadá, estoy feliz de que estemos en Jordania, ya que es un país que comparte tradiciones con el nuestro. Nuestra mayor preocupación ahora es el dinero. Somos cinco personas viviendo aquí y nuestro hijo apenas gana lo necesario para pagar el alquiler y los alimentos».

Mientras Mohannad comprueba la presión arterial de Khairiya, su hija prepara café y explica que también ella necesita ver a un médico. Mohannad le dice que la referirá a uno en el ministerio de salud. A medida que hablan, su hijo de dos años gatea hacia su abuela. Está completamente  fascinado por el dispositivo que emplean para medir la presión arterial.

La cuarta paciente del día es Saltiya. Se encuentra postrada, también tiene hipertensión y hace poco sufrió un derrame cerebral. Mientras su esposo, su hija y sus nietos dan la bienvenida a Mohannad y a Samir a su casa, ella se esfuerza por abrir los ojos.

En la casa de Saltiya viven doce miembros de una misma familia. Todos están especialmente preocupados por su salud, pues tiene hipertensión y hace poco sufrió un derrame cerebral. ©Scott Hamilton/MSF

En esta casa viven doce miembros de una misma familia y todos están especialmente preocupados por Saltiya. A pesar del precio de la electricidad, hay dos ventiladores encendidos en el cuarto para que ella no pase demasiado calor. Al hijo de Saltiya le resulta difícil mantener a su familia. En Siria era panadero y su padre era propietario de un supermercado. Cultivaban sus propias hortalizas y tenían un olivar, pero cuando empezó a ver cómo pasaban los misiles por encima de su casa decidió que tenían que salir de allí.

En el camino de regreso a la ciudad, Mohannad y Samir discuten sobre la pertinencia de este programa. Para unos profesionales que están acostumbrados a trabajar en proyectos destinados a responder a los efectos inmediatos de la guerra, a las epidemias, a catástrofes o a hambrunas, esta es una misión sin duda diferente. Sin embargo, al visitar los hogares de estos pacientes se les presenta una cruda realidad: se trata de personas con necesidades médicas reales y continuas que viven en situaciones muy precarias. Pueden haber escapado de la guerra, pero su futuro sigue siendo incierto.

Ninguno de los pacientes a los que visitaron hoy podía recibirles por sí solo. No tienen apenas dinero ni movilidad física, así que la pregunta más acuciante que Mohannad y Samir siempre se hacen es la misma: si MSF no tuviera un programa como este, ¿cómo iban a recibir tratamiento todas estas personas?

Petite Bebé. Cuál es el futuro de un bebé prematuro en República Democrática del Congo

Por Begoña Hermida Val, responsable médico del proyecto de Médicos Sin Fronteras en Shabunda.

acientes esperan su turno en el hospital de Matili. Juan Carlos Tomasi.

Pacientes esperan su turno en el hospital de Matili. Juan Carlos Tomasi.

¿Te imaginas cuál puede ser el porvenir de un bebé que nace en una pequeña aldea de la República Democrática del Congo? ¿Y si además ese bebé pesa 650 gramos al nacer y lo hace en un centro hospitalario donde solo una fuente de calor artificial puede ayudarle? Pero, ¿y si además su mamá, que es VIH positiva, le abandona para ir a una chambre de prière (o casas de oración, uno de los recursos habituales de la población local para curar problemas de salud) donde acuden a buscar la solución a su enfermedad de la mano de un curandero o charlatan que es como los llaman por aquí?

Como cada dos semanas, durante más de nueve meses de misión en el proyecto de Shabunda, me desplazo a Matili, donde apoyamos el centro hospitalario de la localidad. A mi llegada, la responsable de actividades  de las enfermeras, me dice que quiere presentarme el caso de una “Petite Bebé”, de dos días de vida y con un peso que no llega a los 700 gramos.

Su mamá, abatida por el VIH y la desnutrición, la ha abandonado. Ha decidido acudir ir a una chambre de prière para resolver sus problemas a través de la oración. Ahora, necesitamos alimentarla, mantener su temperatura corporal y protegerla del ambiente al que ha tenido que exponerse bruscamente ocho semanas antes de lo previsto.

Nuestra “Petite Bebé”, que todavía no tiene nombre, estaba ahora bajo el cuidado de su abuela, quien, al contrario que su hija, había decidido hacer todo lo posible para que sobreviviese. Las enfermeras de la recién reorganizada unidad de neonatología, acostumbradas a la llegada de casos tan difíciles como este y a ver morir unos seis neonatos por mes, no mostraban una gran esperanza.

Ponemos nuestro mayor empeño para motivarlas y hacerles ver que si juntos nos volcamos en los cuidados de la pequeña, esta tendrá un halo de esperanza. ¿Qué cuidados habremos de darle? Alimentación artificial, ante la imposibilidad de lactancia, conservación de una temperatura adecuada, los cuidados diarios del cordón umbilical y de la piel en general asegurando las normas de higiene para así evitar las infecciones y complicaciones, como el síndrome de insuficiencia respiratoria, que podrían llevarle a la muerte.

Otra técnica muy recomendada para el cuidado de los prematuros de menos de 2 kilogramos, es el llamado ‘método canguro’, que se caracteriza por la lactancia exclusiva y más frecuente, y el contacto piel-piel entre la mamá y el bebé para reforzar así el dúo madre-hijo. Desafortunadamente, ¿cómo poder beneficiarte de ello si tu mamá no está contigo?

Para sorpresa de todo el equipo, tras dos semanas hospitalizada, “Petite Bebé” y su minúsculo cuerpo seguían luchando día tras día por sobrevivir: su tórax se movía con fuerza y a gran velocidad para poder asegurar la entrada de aire en sus diminutos e inmaduros pulmones.

En la reunión médica matinal, el equipo de guardia informa cada día de la evolución de su peso, que poco a poco aumenta y está ya en 700 gramos. Todo el equipo se muestra feliz y su abuela llena de esperanza. Mamá sigue sin aparecer.

Dos pacientes descansan en el hospital de Matili. Juan Carlos Tomasi.

Dos pacientes descansan en el hospital de Matili. Juan Carlos Tomasi.

Al mismo tiempo, en mi cabeza ronda una gran cuestión: ¿qué será mejor para ella, sobrevivir o no hacerlo? Teniendo en cuenta que el bajo peso al nacer contribuye del 60% al 80% de las muertes neonatales y que en más del 20% de los supervivientes permanecen secuelas irrecuperables, no encuentro una respuesta a mi pregunta.

Pasan los días, me tengo que ir de Matili, y paso a visitarla una última vez. Al verla, con sus 710 gramos hoy y sus 17 días de vida, me viene a la mente la respuesta a la cuestión que me acechaba: Vivir sería maravilloso, si alguien le ayudase a hacerlo. Si su familia quisiese luchar por ella; si tuviesen acceso a la alimentación, a cuidados básicos de salud, a educación, a vivienda, a un empleo, en definitiva, a cualquiera de esos derechos básicos que apenas disfruta un muy pequeño extracto de la población mundial. También pensé, sería todavía más maravilloso si el Gobierno de su desestructurado país hiciese políticas para que ella, y para los otros 65 millones de habitantes, tuviese la oportunidad de una vida digna.

Contra todo pronóstico, gracias a sus ganas de vivir, a la atención que los equipos médicos de Médicos Sin Fronteras y del Ministerio de Salud brindan y con el único amor de su anciana abuela, Petite Bebé sigue luchando por salir adelante. Me despido con un sentimiento amargo, pero a su vez, con la esperanza de que su diminuto cuerpecito siga creciendo.

Bahati njema, dogo rafiki! (En swahili: buena suerte, amiguita)

Médicos Sin Fronteras trabaja en República Democrática del Congo desde 1981. En la actualidad, alrededor de 3.000 congoleses y 200 empleados internacionales trabajan conjuntamente para facilitar de servicios médicos a la población a través de 20 programas repartidos por todo el país.

“El 90% de nuestros pacientes son heridos de guerra a causa de bombardeos y ataques aéreos”

La doctora Mariela Carrara atendiendo a un paciente de urgencias en Saada (Yemen).

La doctora Mariela Carrara atendiendo a un paciente de urgencias en Saada (Yemen).

Por Mariela Carrara, doctora de urgencias Médicos Sin Fronteras (MSF) en Saada, Yemen.

Cuando llegué por primera vez a Saada en mayo, la ciudad era objeto de ataques aéreos todos los días. Los bombardeos, que caían muy cerca del hospital, nos obligaban a vivir en el sótano del centro hospitalario. Con cada estallido, se podía sentir cómo temblaban las ventanas y puertas. Dos meses más tarde, la ciudad había sido destruida casi por completo y apenas quedaban habitantes.

Ahora, los bombardeos aéreos tienen lugar a más de 20 kilómetros de distancia, hacia la frontera con Arabia Saudí. Nuestro equipo ya no vive en el sótano del hospital y se aloja en una vivienda cercana. La gente ha vuelto a la ciudad y habitan los edificios que aún quedan en pie. Algunas tiendas están abiertas y se puede comprar fruta y ropa en el mercado.

Pero más allá de la ciudad, en las zonas en las que muchas personas desplazadas buscan refugio, las condiciones son realmente precarias. Las familias que han tenido que abandonar sus hogares están viviendo en pequeñas tiendas de campaña y tienen muchas dificultades para conseguir agua y recibir atención sanitaria. Hace diez días distribuimos artículos de primera necesidad para algunos de los desplazados.

El hospital ha cambiado mucho desde que estoy aquí. Debido a las necesidades médicas urgentes de los pacientes, el número de camas ha aumentado de 30 a 94, y la unidad de cuidados intensivos se ha ampliado de 7 a 16 camas. Como médico de urgencias especializada en medicina interna, paso la mayor parte de mi tiempo entre la sala de urgencias y el departamento de pacientes ingresados.

On october 26th, the Haydan hospital we support in northern Yemen has been hit by several air strikes. The first bombing took place at 22:30 local time and last midnight. Miriam, project coordinator in Saada, went this morning Haydan, but could not enter the building because there were still bombs that had not exploded. The hospital is completely destroyed: the emergency room, OPD, IPD, the laboratory, motherhood and the block. But the bombing did not cause any casualties. Only one person was slightly injured. Staff and two hospitalized patients could leave the building after the first strike. This hospital was still functional only for the whole Haydan region which has a population of about 200,000 inhabitants. On average 150 patients had received emergency a week by personnel from the Department of Health that is supported with incentives. The Haydan region bordering Saudi Arabia is in Sa'ada governorate, which is controlled by the Houthis. It is bombarded every day by the coalition led by Saudi Arabia.

Hospital de Haydan, en el norte de Yemen, tras el bombardeo de la coalición liderada por Arabia Saudí el 26 de Octubre de 2015. Foto: MSF.

La mayoría de nuestros pacientes – más del 90 por ciento – presentan heridas de guerra causadas por los bombardeos y los ataques aéreos. El 21 de enero, un ataque aéreo en la ciudad de Dayan, a unos 22 km al noroeste de aquí, causó numerosos muertos y heridos. Cuando comenzó la operación de rescate y llegaron las ambulancias la zona fue bombardeada por segunda vez causando más víctimas. El conductor de una ambulancia de un hospital apoyado por MSF y cuatro de los cinco pacientes que transportaba el vehículo sanitario murieron en el ataque.

Recibimos a los primeros pacientes a las tres de la tarde. Los traían los propios vecinos en sus coches particulares. Nos dijeron que más heridos estaban en camino. Los seis heridos llegaron graves y algunos requirieron maniobras de reanimación.

Activamos inmediatamente nuestro plan para la atención a víctimas múltiples. Se incorporó más personal y se trajeron nuevos suministros médicos, instalamos tiendas de campaña fuera del hospital para el triaje de los pacientes y para los heridos que llegaran en un estado más estable, trasladamos a pacientes de la sala de hospitalización para liberar más camas y abrimos un tercer quirófano.

Cuando llegó el siguiente grupo de heridos minutos más tarde, todo estaba en su lugar. Fue un muy buen trabajo en equipo. Tenemos tanta experiencia en la atención a víctimas en masa a estas alturas que nuestro personal sabe perfectamente cuál es su papel.

Muchos de los pacientes requerían entrar en quirófano tal y como llegaban. Tenemos cuatro cirujanos – dos generales y dos ortopédicos – y son increíbles. Fue un trabajo duro. A las siete de la tarde habíamos recibido 41 heridos.

El conductor de la ambulancia fallecido en el ataque había trabajado en el hospital mucho tiempo y todo el mundo le conocía. Cuando llegaron noticias del ataque aéreo en Dayan fue el primero en salir para rescatar a los heridos. Así es como era, un hombre muy amable y comprometido que siempre estaba ayudando a la gente. Todo el mundo estaba muy triste por su muerte.

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Hospital de Shiara tras el bombardeo. Foto: MSF.

Tras los ataques a los hospitales de Haydan en octubre y al de Shiara en enero, el número de pacientes se redujo: la población tenía miedo y no se sentía segura en unos hospitales que estaban resultando objeto de ataques. Sin embargo, después de unas semanas, los pacientes han comenzado a regresar. Además de los heridos de guerra, estamos viendo, cada vez más, a yemeníes con enfermedades crónicas, atendemos más partos en la maternidad y más mujeres acuden para atención prenatal y planificación familiar por lo que hemos aumentado el número de matronas.

A pesar de que las condiciones no son fáciles, y el trabajo es, en muchas ocasiones, todo un reto, me alegro de estar trabajando aquí. Los yemeníes son extremadamente agradables y están muy agradecidos por la ayuda que reciben. A cambio, estamos tratando de hacer todo lo que podemos por ellos.

Mentes Ocupadas: La bala que acabó con el sueño de una familia

Texto y foto, Janaina, psiquiatra de Médicos Sin Fronteras en Cisjordania

Bassim murió por un disparo de un soldado israelí en mientras cruzaba un puesto de control en Cisjordania. Estas son sus pertenencias.

Bassim murió por un disparo de un soldado israelí mientras cruzaba un puesto de control en Cisjordania. Estas son sus pertenencias.

Bassim* y Ali eran dos hermanos muy unidos. A finales de septiembre de 2013, durante la fiesta del sacrificio (conocida como Eid al-Adha), Ali decidió posponer su boda planeada para noviembre de ese año.  La idea era encontrar una novia para Bassim para que los hermano se pudieran casar el mismo día de abril de 2014, la nueva fecha para un día especial e inolvidable. Este sueño era un reto para toda la familia,  pero el deseo era atractivo y factible. Bassim era una persona muy especial y un hermano muy querido, cualquier esfuerzo valdría la pena.

En ese momento , la familia no tenía ni la menor idea de que un mes más tarde, y en tan solo un segundo, una bala acabaría con ese sueño al atravesar el pecho de Bassim.

Bassim tenía 23 años y era el cuarto de una familia de ocho hermanos que vive en la ciudad de Hebrón, en Cisjordania. Los hermanos solían viajar semanalmente para encargarse de las tiendas que su familia tiene en algunas ciudades de Cisjordania. Para ello tienen que cruzar puestos de control israelíes de forma constante. Esto nunca había supuesto un problema para ellos pese al tiempo que perdían y a las constantes molestias que los soldados les ocasionaban cuando les inspeccionaban cada vez que Bassim y Ali cruzaban.

Bassim era un soñador y tenía un papel muy importante en su familia. Lleno de ideas creativas y aspiraciones, era quien manejaba el negocio familiar y el responsable de gestionar la economía de la familia. Además, era el más gracioso, el hijo más divertido. Siempre atento, suave y cariñoso, se llevaba de paseo a sus hermanos menores los fines de semana. Cuando uno estaba triste o preocupado, se ocupaba de animarle con bromas.

Pero un jueves de noviembre de 2013, la vida de este hombre lleno de esperanzas y sueños se interrumpió brutalmente. Como de costumbre, los dos hermanos volvían a casa después de pasar la semana trabajando en las tiendas que la familia tiene en Jericó y Yenín. Bassim estaba muy cansado; el motivo: a principios de semana un primo había fallecido inesperadamente de un problema de salud. Tres días antes le habían enterrado.  Esa semana había sido especialmente dolorosa y Bassim acumulaba falta de sueño y más viajes de lo normal por Cisjordania.

Bassim dormía tan profundamente en el asiento del pasajero con los pies sobre el salpicadero que ni siquiera oía su teléfono sonar mientras Ali conducía acompañado de los ronquidos de su hermano. Cuando el coche llegó al puesto de control, Bassim seguía dormido. Tras un bache, Bassim se despertó confundido. El coche paró y Bassim, aún adormilado, abrió la puerta del coche y salió a estirar las piernas. Este gesto, simple e inocente, fue suficiente para que un soldado disparara una bala que impactó en su pecho y para que su cuerpo, fuerte y joven, cayera inerte al suelo. Murió al instante.

Desde ese momento, y durante muchos meses, la familia luchaba para hacerse a la idea de la nueva situación pero la pesadilla no tenía fin.  Un par de meses después el padre sufrió un ataque de corazón y tuvo que ser operado. Todo esto provocó que su situación financiera cambiara de forma drástica en poco tiempo ya que ninguno de ellos era capaz de pensar en el negocio familiar.

Casi un año después, la familia empezó a salir de su crisis lentamente con el apoyo de amigos, parientes y de Médicos Sin Fronteras, que seguía su casos facilitándoles apoyo psicológico. Hace apenas un mes, durante la última fiesta del sacrificio, fueron capaces, por primera vez, de disfrutar del encuentro familiar.

Sin embargo, aún hay otro motivo de angustia al que hacer frente. Después de todo lo que han sufrido, también ha perdido el permiso para moverse de Cisjordania a territorio israelí. Ya no pueden cruzar el puesto de control como antes. Han visto como les separaban de una parte de su familia sin justificación. En dos semanas tienen la fiesta de boda de un pariente en Israel.  Sin embargo, por el momento, no saben si conseguirán llegar.

*Nombre es ficticio para preservar su privacidad.

Ébola: una carrera de fondo

Por Patricia Carrick. Enfermera de Médicos de Sin Fronteras en Sierra Leona.

Ponerse el traje de protección para acceder a la zona de riesgo, donde se encuentran los pacientes que han dado positivo por Ébola y donde realizamos la mayor parte de nuestro trabajo médico, lleva bastante tiempo. Algunas veces me recuerda a cuando vistes a los niños con el uniforme completo de hockey hielo. Incluso sucede que, al igual que los niños, una vez que te has vestido te entran ganas de ir al baño. Debo de reconocer, aunque a regañadientes, que esto de envejecer tiene algunas desventajas.

Una vez que te has puesto el mono de plástico que no es transpirable, los dos pares de guantes, la capucha, las gafas que no se empañan y las pesadas botas de plástico, bajo los más de 32 ºC que golpean la tarde, comienzas una carrera de fondo contra el tiempo.

Enfermeras preparan el reparto de comidas a los pacientes en la zona de alto riesgo. La comida se distribuye en envases desechables que son eleminados en el propio centro.

Enfermeras preparan el reparto de comidas a los pacientes en la zona de alto riesgo. La comida se distribuye en envases desechables que son eleminados en el propio centro. Fotografía: Fathema Murtaza/MSF

Tienes que moverte con cuidado para evitar cualquier contacto que pueda poner en peligro la integridad de tu equipo de protección o de tu compañero: no caerte, no realizar movimientos innecesarios, pero, aun así, tienes que hacerlo mientras llevas a cabo el mayor número de tareas posibles durante el tiempo que estás en la zona de riesgo. En esta ocasión estuvimos una hora dentro. Siendo nueva y recién llegada, salí agotada y temblando.

Esta vez, entramos para preparar el alta de una paciente. Se trata una mujer mayor, ciega y que no puede de andar pero que, asombrosamente, ha superado el virus.

Hasta el momento, y a pesar de que había vencido a la enfermedad, se mantenía reticente a abandonar el centro de tratamiento. Quizás temía encontrarse aislada a causa de su discapacidad o no tener para comer. Aquí en el centro de Kailahun había recibido tres comidas al día; recibía saludos y cariño.

Los promotores de salud, la versión en Médicos Sin Fronteras (MSF) de los trabajadores sociales, la llevaron en un vehículo de la organización hasta un punto de encuentro, donde un sobrino, les recibió y se comprometió a acompañar a su tía hasta su casa. Ha vuelto a su antigua vida, se ha recuperado de la terrible enfermedad, pero no sabemos qué futuro le espera.

“No podemos hacer nada por ella, Patricia”

Pasan los días y la gente se sigue muriendo: en ambulancias mientras vienen hacia nosotros, silenciosamente en las esquinas de nuestro centro, bajo las camas, o mientras se desplazan con grandes dificultades, víctimas de esta terrible enfermedad. Las últimas fases de esta enfermedad son, en muchos casos, agonizantes.

Esta es la verdad que los medios de comunicación y las estadísticas no pueden describir; es el día a día que vemos los que estamos aquí.

Ayer por la tarde fui a dar de alta a pacientes junto a Konneh, el responsable de uno de los cuatro equipos de enfermeros locales de  MSF del centro para pacientes de Ébola de Kailahun, Sierra Leona. En el área que llamamos “C2” (allí donde están los pacientes cuyos dos test resultaron positivos), encontramos el cuerpo de una mujer bajo la cama de otra paciente, una aterrorizada niña de unos 11 años.

El rostro de la mujer sobresalía de debajo de la cama y mostraba un gesto de tensión extrema, una expresión que, desgraciadamente, estoy aprendiendo a reconocer. Todavía respiraba, pero no pudo responder, siquiera gemir.

A pesar de la introducción que realizamos en Bruselas, de las formaciones en Freetown, Bo y Kailahun, de la acumulación cada vez mayor de historias y de mi propia experiencia, admito que me quedé atónita. Me di cuenta de que no había nada, absolutamente nada que hacer. Me volví estupefacta hacia Konneh y, bendito sea, desde las profundidades de su traje de protección personal, tuvo la compasión de decírmelo en pocas palabras: «No podemos hacer nada por ella, Patricia”. No pudimos moverla, levantarla; ni siquiera sacarla de debajo de la cama. No teníamos el equipo adecuado, el tiempo y la energía eran limitados, y habíamos entrado para cumplir otras tareas: dar de alta a los supervivientes. Fue un punto y aparte.

Un higienista guía el proceso de desvertirse y rocía con una solución de cloro cada uno de los elementos del traje de protección. Fotografía: Fathema Murtaza/MSF

Un higienista guía el proceso de desvertirse y rocía con una solución de cloro cada uno de los elementos del traje de protección. Fotografía: Fathema Murtaza/MSF

Movimos a la niña a la otra cama y tratamos de hacer que se sintiese cómoda. Volcamos la cama que cubría a la mujer para quitarla de la visión de la niña y para que nosotros pudiésemos verla mejor. Sí, respiraba, pero se estaba muriendo. La tapamos con su manta, en el suelo, porque el viento había ganado intensidad y la lluvia había comenzado a arreciar, haciendo que la temperatura bajase. Y se quedó ahí, la dejamos ahí.

Arresto domiciliario, una «tradición» en los Territorios Palestinos Ocupados

Copyright: Anna Surinyach/MSF
Copyright: Anna Surinyach/MSF

 

Por Lali Cambra, periodista de Médicos Sin Fronteras.

Hadi y su familia han vivido desplazados desde la guerra de 1948. Hadi tiene dieciocho años y lleva la vida típica de un adolescente en un campo de refugiados en Jerusalén Este: como muchos otros jóvenes en Palestina, Hadi dejó el colegio hace dos años para poder ayudar a su familia, de seis miembros. Su padre no trabaja porque sufre problemas de salud crónicos, así como problemas psicológicos. Hadi y su hermano mayor son los únicos que ganan algo de dinero para su familia. “Dejé la escuela porque la educación que recibimos es deficiente. A la vez, quería ganar dinero para ayudar a mi familia y para labrarme un futuro”.

Pero Hadi lleva detenido en su casa un año. Fue arrestado en el control policial que separa el campo de la ciudad de Jerusalén, durante unas confrontaciones entre palestinos y los soldados destacados en el control. Hadi y un amigo habían salido a ver lo que sucedía, cuando, de acuerdo con su testimonio, fueron sorprendidos por agentes de la fuerza secreta de inteligencia (musta’reben) que procedieron a una detención muy violenta. Los pegaron de tal manera, que lo único que Hadi recuerda es haberse despertado en el hospital, rodeado de guardas. Fue trasladado a un centro de detención para ser interrogado, una interrogación que duró cinco días y tras los que fue puesto en libertad previo pago de una fianza de 16.000 shekels (más de 3.300 euros) que sus padres tuvieron que pedir prestados a familiares y amigos. Hadi fue puesto bajo arresto domiciliario hasta que los juzgados dictaminen de qué cargos se le acusa y qué día será el juicio. Su madre es su responsable: “muchas veces pienso que estoy jugando un doble papel, de guardia de prisión y de madre y son dos papeles incompatibles; por un lado quiero protegerlo, que no rompa las condiciones de su internamiento, por otro lado me desgarra el corazón verlo, sin poder salir de casa y en constante estrés”.

Los psicólogos que trabajan con Hadi resumen su condición al inicio de su tratamiento: “estaba muy preocupado y tenía reacciones psicológicas al hecho de no ser capaz de controlar su destino, especialmente porque no sabe cuánto va a durar su arresto ni qué va a ser de él. Tenía momentos de tensión con miembros de la familia, se enfadaba porque el resto podía ir y venir cuando él estaba encerrado. Estaba en un estado de sospecha constante que podía llevar a estados obsesivos o de paranoia, pensaba que estaba siendo vigilado por los vecinos. Y el problema se agravaba porque la policía llamaba de vez en cuando a la casa, para que él supiera que lo controlaban. Hadi estaba en una estado constante de alerta, algo tremendamente exhausto”. Hadi dice: “muchas veces pienso en salir, en romper mi encierro y que así me lleven a prisión. Por lo menos en la cárcel tendré a gente en mi misma condición y puedo saber cuándo entro y cuándo salgo y puedo hacer planes para después. Ahora me siento muy desamparado, sin ninguna posibilidad de hacer nada y he perdido la confianza en todo y en todos”.

La intervención terapéutica con Hadi consiste en elaborar un plan de intervención con orientación psicosocial que permita a Hadi retomar el control de su destino y salir del estado de desamparo e impotencia que siente. El plan supone devolverle la motivación psicológica para cambiar su realidad. Para ello necesita ser consciente de la realidad psicológica en la que vive, algo que el consejero de MSF le ayuda a conseguir.

En la actualidad Hadi está todavía bajo detención domiciliaria y hay indicios de que será sentenciado pronto y su arresto oficializado. Pero ahora Hadi es capaz de decir: “te puedo asegurar que no dejaré que nadie me robe de mi humanidad. No conseguirán que me vuelva una persona violenta y desafiaré a la realidad porque ese no es mi destino, no importa las circunstancias en las que me encuentre”.

El arresto domiciliario se remonta en Palestina a los años del mandato británico, cuando fue usado contra los palestinos. Israel adoptó este método de castigo tras ocupar Gaza y Cisjordania en 1967. Desde entonces, se ha usado en diferentes épocas y con diferentes grupos. Sin embargo, el arresto domiciliario es un fenómeno creciente especialmente en Jerusalén Este (bajo ocupación directa Israelí) y que ahora es aplicado a menores palestinos.

Irak: «En el campo de Domeez, nuestros propios compañeros también son refugiados»

Sólo unas semanas después de abrir sus puertas por primera vez, el 4 de agosto, la unidad de maternidad en el campo de refugiados Domeez, en el norte del Kurdistán iraquí, ya está llena de mujeres sirias, muchas de ellas a punto de dar a luz. Todas quieren aprovechar la amplia gama de servicios de maternidad – desde controles prenatales a vacunas postnatales – proporcionados por el personal de Médicos Sin Fronteras. La particularidad de  estos trabajadores es que también ellos son refugiados.

Por Talia Bouchareb, periodista de MSF en Domeez.

Ayla Hamdo, nacido el 4 de agosto, fue el primer bebé de la nueva maternidad. Su peso al nacer fue de 3,2 kg y su estatura de 52 cm. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
Ayla Hamdo, nacido el 4 de agosto, fue el primer bebé de la nueva maternidad. Su peso al nacer fue de 3,2 kg y su estatura de 52 cm. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

 

El Campo de Domeez, que se encuentra a unos 10 km al sur de la ciudad de Dohuk, fue planeado inicialmente para una población de 30.000 personas. Tres años después, alberga el doble de esta cifra, por lo que es ya el mayor campo de refugiados en el Kurdistán iraquí. A medida que los meses van pasando, y con pocas esperanzas de que sus residentes puedan regresar a sus hogares, el campo se parece cada vez más a un animado pueblo sirio, con tuktuks (bici-taxis) llevando personas de un lado a otro y tiendas en las que venden desde shawarma, hasta ordenadores. También hay locales donde se hacen cortes de pelo o se venden vestidos de novia.

Como los matrimonios y los nacimientos se han multiplicado, y la población del campamento ha crecido, también lo ha hecho la necesidad de una unidad médica dedicada a la maternidad. Los estudios que manejamos nos desvelan que uno de cada cinco habitantes del campamento es una mujer en edad reproductiva, y que 2,100 bebés nacen en el campo cada año.

Como resultado de esta situación, hemos decidido ampliar los servicios de salud en el campamento. Llevan ya funcionando dos años, pero hemos creído conveniente dar un paso más en cuanto a la cantidad y a la calidad de los mismos.

Hasta hace poco, nuestra clínica había estado proporcionando servicios básicos de salud reproductiva, pero las mujeres tenían que hacer el largo camino hasta la ciudad para dar a luz en un hospital que está muy saturado. Sin embargo, con la nueva unidad de maternidad en marcha y funcionando, ahora sólo tenemos que referir los partos de alto riesgo a Dohuk, lo que libera mucha de la presión sobre el hospital.

El equipo de MSF felicita a la madre de Ayla. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
El equipo de MSF felicita a la madre de Ayla. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

Hoy he visitado a Golestan, una orgullosa madre de tres hijos, que está descansando en la cama. Su hijo recién nacido, bien envuelto, duerme junto a ella. «Yo di a luz en el hospital de Dohuk el año pasado, porque mi parto tenía complicaciones que no podían ser atendidas aquí», me dice. «Sin embargo, esta vez me han animado a permanecer en cama durante unas horas, las enfermeras revisan mi estado a cada rato… es como estar de vuelta en la Siria de hace unos años, sólo que aquí es gratis”, me explica emocionada.

«Ayudar a las mujeres durante el parto es sólo un aspecto de la atención que ofrecemos aquí, pero además de ayudar a las mujeres a dar a luz de forma segura, también nos aseguramos de darles un seguimiento adecuado – desde el comienzo del embarazo hasta el final del proceso, a través de consultas postnatales. Con este enfoque integral también podemos proporcionarles vacunas, ayudar con la lactancia materna y ofrecer consejos de planificación familiar, todos los cuales tienen un gran impacto en el bienestar de las madres y los niños», me explica Adrián Guadarrama, responsable médico de MSF en Domeez.

Antes de que la unidad de maternidad abriera, muchas mujeres sirias en Domeez optaban por dar a luz en sus tiendas de campaña en el campamento, en lugar de viajar al hospital de Dohuk. Zozan, otra mujer que ya hace siete meses que dio a luz y que hoy ha venido en busca de vacunas para su niño, es uno de los muchos ejemplos que nos hemos encontrado: «Llamé a una partera siria para que me ayudara a dar a luz en casa, y todo fue bien, pero hubiera sido mejor estar cerca de los médicos: en una tienda de campaña siempre hay un riesgo«. Como medida para evitar que las mujeres sigan dando a luz en sus casas, las autoridades locales han dejado de emitir certificados de nacimiento a los bebés que no nacen en los centros asistidos por personal sanitario.

Parteras rellenando el partograma para hacer el seguimiento del primer parto que tuvo lugar en la nueva maternidad de MSF en Domeez. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
Parteras rellenando el partograma para hacer el seguimiento del primer parto que tuvo lugar en la nueva maternidad de MSF en Domeez. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

«Nuestra unidad de maternidad se creó en un tiempo récord, con la ayuda de las autoridades locales de salud. Todo sucedió muy rápido. Presentamos nuestra propuesta, las autoridades la aprobaron de inmediato y luego proporcionaron los materiales de construcción y todo el equipo médico. Ahora la unidad es gestionada por parteras, y muchos de los nuevos empleados han tenido que adaptarse a una manera diferente de trabajar», me dice Adrián. «El principal reto ha sido encontrar y capacitar a las parteras porque muchas están acostumbradas a trabajar a la sombra de los médicos. Cuando les dijimos que llegaría un día en el que ellas estarían gestionando el lugar, casi no se lo podían creer, pero ahora aquellas promesas se han convertido en una realidad».

Margueritte, una de estas parteras, me dice que «el primer paso es siempre darse el tiempo para examinar a las pacientes y escucharlas. Hemos estado enseñando a todas las nuevas parteras un enfoque más completo de cómo atender los partos».

Lo bueno y novedoso al mismo tiempo es que aquí nuestro personal tiene una estrecha relación con los pacientes, ya que la mayoría de ellos también son refugiados de Siria. Actualmente contamos con un ginecólogo, nueve parteras y cuatro enfermeras, que son las que proporcionan la atención continua.

Un familiar se ocupa de Ayla mientras su madre recibe los cuidados post-parto. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
Un familiar se ocupa de Ayla mientras su madre recibe los cuidados post-parto. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

Nuestros promotores de salud han recorrido durante estas semanas el campamento para informar a las mujeres acerca de los nuevos servicios que se ofrecen, mientras que el boca a boca también ha sido fundamental para atraer a las mujeres a la nueva unidad. Su apertura también apareció en la primera página del periódico local del campamento (sí, sí, aquí ya han creado hasta un periódico local), así que ahora tenemos a mujeres que ni siquiera estaban en el campo y que vienen desde una cierta distancia para poder dar a luz aquí.

Ahlam, que se prepara para salir de la unidad con su bebé recién nacido, se ha registrado en el campo de refugiados Gowergosk, a unas dos horas en coche de Dohuk. «He oído por mi cuñada que había parteras sirias y una maternidad nueva», me dice, «así que me mudé aquí hace unas semanas, sólo para poder dar a luz. Una vez me que me sienta más fuerte voy a volver a Gowergosk «.

Y la verdad es que es un placer poder observar lo fácil que resulta el poder devolver un poquito de esperanza a toda esta gente que lo está pasando tan mal y que no saben si algún día podrán vovler a sus casas. Al menos, aquí han construido algo que cada vez se va pareciendo más a un hogar.

Laurentine, armada de esperanza

Por Omar Ahmed Abenza. Coordinador del proyecto de MSF en Ndele, República Centroafricana

Mercado Ndele. Arthur Roger/MSF

Mercado Ndele. Arthur Roger/MSF

Laurentine recorría a pie decenas de kilómetros una vez por semana para venir al mercado de Ndele. Aquí vendía las recolectas del cultivo para volver a su pueblo con el equivalente a unos seis euros  y una bolsita de plástico negra rellena de algunos productos que intercambiaba por sus mañocas y panochas. Pero hace apenas dos días, Laurentine vino en dirección al hospital y no al mercado. Llegó referida de Tiri, donde se encuentra uno de los cuatro centros de salud que gestionamos a lo largo del eje de Miamani; una carretera de unos 140km que une la ciudad de Ndele con Chad. Había discutido con su marido. Al parecer, con la rabia pasional aun corriendo por sus venas, éste le disparó por la espalda en el momento que ella salía de la casa para ir a trabajar al campo. La bala le alcanzó en la parte superior del trasero.

Laurentine. Arthur Roger/MSF
Laurentine. Arthur Roger/MSF

Según les contó Laurentine a las enfermeras en el momento de ingresar, las discusiones con su marido eran frecuentes, pero no llegaban más allá de la leve violencia física, algo que desgraciadamente es muy frecuente aquí.  Desde luego, ella no esperaba tal reacción por parte de él.

A día de hoy, lo que parecía iba a ser una inmovilidad temporal causada por el impacto de la bala, vemos que se está convirtiendo en algo más crónico. Laurentine acaba de perder esta noche la movilidad de cintura para abajo, y no parece que vaya a ser reversible. Joven, madre de un niño de un año y con planes de traer al mundo aún a unos cuantos críos, ella no termina de creérselo y conversa con vivacidad con sus familiares. El marido, quien pese a todo la acompaña, tampoco parece consciente de las consecuencias de su reacción. Es como si no fuera con ellos, no dramatizan. Quizás aún tengan las esperanzas puestas en la medicina tradicional.

Si en lugar de un arma para disparar a su señora, hubiera tenido al alcance de la mano una hoz para descargar su pasión contra las mañocas y las panochas, otro gallo hubiera cantado. Pero por desgracia, desde el recrudecimiento del conflicto en la República Centroafricana y la consecuente escalada de violencia, las armas de fuego han entrado a raudales al país, sufriendo una deflación escandalosa. Hoy, cualquiera puede hacerse con una AK-47 de segunda mano por apenas cuarenta euros, o aún peor, con una granada de fabricación china por unos míseros dos euros. Lo paradójico del caso es que esa arma la pagó Laurentine con dos meses de trabajo. Pero, dadas las circunstancias, parece que a ella le va a salir mucho más cara.

Mercado Ndele. Arthur Roger/MSF
Mercado de Ndele. Arthur Roger/MSF

Pese haber vivido situaciones de conflicto similares durante los últimos años, me siguen atacando las mismas reflexiones los días en que anochezco con energía para seguir pensando. El día en que la calma llegue a este país, me pregunto qué pasará con todas esas armas y con los jóvenes que han hecho de ellas su oficio. Como Laurentine, intento no dramatizar. Me quedo pues, con la inocente esperanza de una República Centroafricana armada con hoces y no con AK-47, donde los jóvenes del campo se dedican a cultivar y los de las ciudades a reconstruir sus instituciones, y donde los desplazados retornan a sus casas con lo necesario para seguir viviendo en paz, sin armas, como lo hacían hasta hace relativamente poco.

En Ndele, MSF gestiona desde 2010 un proyecto de asistencia sanitaria a las víctimas de la crisis crónica que sufre la RCA. Entre las actividades de la organización en esta localidad del norte de la RCA se encuentran los servicios de obstetricia, las consultas externas, el tratamiento del VIH/sida y el apoyo a cuatro centros de salud cercanos. Cada semana, los equipos de MSF realizan unas 1.600 consultas – una tercera parte de las cuales son a niños menores de 5 años -, y unos  40 pacientes son ingresados en el hospital. 

Mentes Ocupadas: La historia de Mariam

Por Cristina Falcone, coordinadora general de Médicos Sin Fronteras en Cisjordania.

Los equipos de MSF se centran en las personas con trastornos psicológicos (estrés agudo, trastornos de ansiedad, síndromes postraumáticos, depresión) causada por incidentes violentos. Fotografía: Juan Carlos Tomasi / MSF

Los equipos de MSF se centran en las personas con trastornos psicológicos causados por incidentes violentos. Fotografía: Juan Carlos Tomasi / MSF

En el campo de Hebrón, entre colinas áridas y rocosas, conocí la historia de Mariam, de casi 20 años. Vivía con su padre y el resto de su familia, 15 hermanos y las dos esposas del padre, tan solo un poco más mayores que ella, en una gruta al sur del distrito, en un ambiente hostil, húmedo y privado de cualquier servicio básico.

El padre de Mariam es pastor y nunca se aleja de su tierra por miedo a perderla. Su terreno no está muy lejos de un asentamiento y a menudo sus vecinos han intentado convencerle de que se marche.

La vida de Mariam ha sido una vida difícil. Al margen de la sociedad palestina, marcada por el conflicto pero también por limitaciones socioculturales y religiosas, Mariam no ha podido acceder a una educación básica, relegada tras un velo oscuro que sólo deja entrever unos ojos brillantes pero marcados por tanta injusticia.

Mariam nos acogió a mí y a la trabajadora social palestina como si fuera el cabeza de familia, nos invitó a sentarnos en uno de los colchones sobre el cual duermen y nos ofreció un vaso de te preparado en una hornacina humeante en la gruta. Rodeada de sus hermanos y de las otras mujeres, también ellas con la cara tapada, empezó a contar su historia. Nos habló de su sufrimiento cuando ella y su padre fueron golpeados por unos soldados. Los colonos, sus vecinos, llamaron a los soldados en cuanto vieron que estaban construyendo una cisterna de agua financiada por una organización internacional pero situada en una zona bajo control israelí y, por tanto, no autorizada.

Mariam habló del miedo y de la desesperación que sintió cuando su padre, el pilar de la familia, fue arrestado, y del sentimiento de impotencia y confusión que le causó no saber dónde se encontraba. Habló de su angustia al sentirse responsable de sus hermanos y hermanas sin tener ni los medios ni los conocimientos para ayudarles. Del miedo a que aquellos soldados regresasen y se la llevasen también a ella.

El sentimiento de impotencia no le impidió, sin embargo, intentar proteger a su padre en el momento del arresto. A pesar de la desesperación mientras nos contaba su historia, permanecía erguida y orgullosa entre tanta degradación y miseria. Antes de irnos, le propusimos una cita con una de nuestras psicólogas, que podría ayudarle a afrontar sus emociones. Mariam aceptó con una sonrisa en los ojos y, olvidando por un instante nuestros orígenes diversos y diferencias, nos despedimos con un fuerte abrazo de mujer a mujer.

Mariam inició la terapia con la psicóloga a las pocas semanas de nuestra visita y el resultado ha sido positivo. Ahora se ha trasladado a vivir a la ciudad de Yatta, a algunos kilómetros de distancia de su gruta, donde ha empezado un curso de alfabetización y se ha casado.