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“Los suministros médicos están cubiertos con la sangre de los que arriesgaron sus vidas para llegar hasta aquí”

A., médico sirio y director de uno de los ocho hospitales de campaña apoyados por MSF al norte de Homs

En el norte de Homs, MSF da apoyo a todos los centros médicos de la zona; un total de 8 hospitales de campaña y 3 consultas médicas.

En esta zona, cerca de 350.000 personas han vivido sitiadas durante más de un año. Los barriles bomba y los enfrentamientos son su realidad cotidiana, su día a día.

Además, existe una importante escasez de agua, de electricidad y de suministro de alimentos básicos. MSF es la única organización internacional que apoya a las redes de médicos sirios en el norte de Homs, proporcionando aproximadamente el 50 % de las medicinas y de los suministros que estas redes e instalaciones necesitan.

Hoy en día, debido a las enormes necesidades existentes y a que apenas reciben ningún otro tipo de apoyo, MSF está tratando de ampliar su asistencia para llegar a cubrir el 80% de las necesidades que algunos de estos hospitales tendrán en los próximos meses.

El doctor A. es el director de un hospital de campaña con un alto valor estratégico y que está situado en Al Houleh, en el norte de Homs, un área con aproximadamente 90.000 personas que viven en estado de sitio.

Un paciente herido es atendido en un hospital de campaña improvisado en el norte de Homs. MSF

Un paciente herido es atendido en un hospital de campaña improvisado en el norte de Homs. MSF

Lo llamamos masacre en mayo de 2012, cuando un centenar de personas, la mayoría de ellos mujeres y niños, murieron en una sola tarde. Fue un día terrible, pero las cosas siguen empeorando en Al Houleh. En las noticias lo llaman “bombardeo intermitente”, pero la verdad es que los ataques apenas se detienen. Hay momentos en los que se trata de artillería pesada y otros en los que son armas ligeras, pero las detonaciones nunca cesan.

Hemos creado este hospital de campaña desde de cero. Proporcionamos atención de emergencia y también una serie de servicios que incluyen la atención primaria y la cirugía. Tenemos sólo unas pocas camas, y están siempre ocupadas.

En enero contabilizamos 50 ataques con barriles bombas en una sola semana. Los hospitales de campaña que están en la zona donde el conflicto está más activo luchan para hacer frente al elevado número de heridos. Teniendo en cuenta que los suministros son muy limitados y que apenas queda personal médico en la zona, en el fondo están haciendo mucho más de lo que pueden. En los pueblos todo el mundo se conoce, y aun así, debido al estado en el que quedan algunos cuerpos después de los ataques, muchas veces tenemos dificultades para saber quiénes son las víctimas. Realizamos muchas cirugías y demasiadas amputaciones.

Hoy en día, en todo Al Houleh sólo contamos con un cirujano general y un cirujano ortopédico. Entre ambos tienen que cubrir las necesidades médicas de una población de más de 90.000 personas.

Nuestra prioridad ahora mismo está en tratar de conseguir los medicamentos y el material que necesitamos para realizar cirugías y atender las emergencias. Luchamos cada día para obtener lo básico, como por ejemplo gasas, pero también ponemos todos nuestro esfuerzos en tratar de conseguir otros suministros mucho más difíciles de localizar; por ejemplo los anestésicos. Además, tenemos muchos pacientes que padecen enfermedades crónicas, niños con infecciones respiratorias y madres embarazadas que necesitan seguimiento médico. Nadie tiene dinero para ir al médico o para comprar medicamentos. Ahora mismo la gente de esta región se encuentra en un estado de pobreza verdaderamente crítico.

La ciudad de Al Houleh está rodeada. Los puestos de control no dejan que entre nada; a veces ni siquiera permiten la entrada de un pedazo de pan.

Llegar hasta el norte de Homs con suministros ya es de por sí muy difícil, pero entrar en Al Houleh es imposible. Geográficamente es un valle, pero estamos rodeados de montañas y de puestos de control; en realidad, esto es como una isla poblada por 90.000 personas que se encuentran viviendo bajo un asedio aún más intenso que el que hay en el norte de Homs. De hecho, han pasado tres años desde que esta región dejó de ser accesible en coche a través de carreteras regulares.

Tanto si se trata de un alimento, como si lo que intentas es transportar medicinas o combustibles, sólo podemos ir caminando a través de un camino lleno de barro al que sólo se puede acceder a pie, en burro, o utilizando pequeños botes para cruzar el lago Houleh.

Lo llamamos el camino de la muerte, porque hay francotiradores desperdigados por todas partes. Y vemos que todos los suministros (y personas) que nos llegan hasta aquí, están cubiertos de la sangre de cientos de personas anónimas que han arriesgado sus vidas para traerlos hasta aquí.

 Los suministros de MSF llegan a una zona sitiada del norte de Homs. MSF

Los suministros de MSF llegan a una zona sitiada del norte de Homs. MSF

Gracias al apoyo de MSF al menos recibimos algunos medicamentos que cubren más de la mitad de nuestras necesidades, pero todavía seguimos teniendo muchas rupturas de stock.

Es imposible que podamos almacenar las medicinas; estamos permanentemente consumiéndolas. Y en cualquier caso, es complicado almacenar medicamentos cuando sólo podemos permitirnos, para no exponernos aún más, transportar una sola caja cada vez que atravesamos el camino.

Mucha gente está bebiendo agua contaminada y llega al hospital con infecciones. Hace tiempo Al Houleh era conocida por sus cultivos y por la calidad de sus productos agrícolas. Ahora es demasiado peligroso salir al campo y cosechar la tierra. Los alimentos básicos que están disponibles en el mercado son demasiado caros para la mayoría. La gente viene al hospital enferma a causa de beber agua en malas condiciones y una baja nutrición.

Hay días en los que sólo tenemos 2 horas de electricidad, y semanas en las que estamos totalmente a oscuras. Por suerte, nuestro hospital funciona a través de generadores. Contamos con las dos únicas camas neonatales que están disponibles en toda la región, y a veces nos vemos obligados a poner a dos bebés en una única cama. Médicamente, esto es inaceptable, pero no tenemos otra opción.

El hospital en el que estoy trabajando ha sido bombardeado en tres ocasiones. La última vez fue hace siete meses. Los aviones de combate volaban bajo y sus ataques iban dirigidos claramente hacia el hospital. No había posibilidad alguna de que estuvieran equivocándose en lo que hacían. Sus disparos fueron certeros: golpearon la construcción que estaba justo al lado de la que yo me encontraba y dos personas murieron. Es por ese motivo que nuestros departamentos médicos están distribuidos en diferentes edificios; así evitamos perder todas nuestras instalaciones en un mismo bombardeo.

No paramos ni un instante; vemos pacientes día y noche. Los días son muy largos, y la idea de tener tiempo para otra cosa que no sea trabajar es un sueño lejano, pero cuando puedo, trato de pasar tiempo con amigos y familiares. Intento recordar que una vez, no hace tanto tiempo, vivimos buenos tiempos. Y quiero creer que eso volverá a suceder. Es lo único que puedo hacer para reunir fuerzas y poder continuar».

Cuando volvió a abrir los ojos, apenas podía creerlo:

«Las historias son muchas, y todas son desgarradoras. Nunca olvidaré a aquel hombre de 60 años cuyo corazón se había detenido. Utilizamos el material básico para reanimarlo, para ayudarle a respirar. Nuestros equipos son muy viejos. Estuvo en coma durante 2 días y medio y el equipo médico hizo turnos, también durante la noche, tratando de mantener su respiración a través de un sencillo dispositivo manual que consiste en apretar una bolsa con la que introducir aire en sus pulmones.

Cuando volvió a abrir los ojos y me preguntó por su esposa, apenas podía creerlo. No podía creer que estuviera despierto y que su cerebro funcionara. Hoy en día aquel paciente sigue vivo y reside en Al Houleh. Y estoy orgulloso de saber que eso fue posible gracias a nosotros. Yo, mientras la guerra sigue, trato de recordar historias como ésta. Estoy seguro de que cuando todo esto termine, algunos de nosotros dejaremos para siempre la medicina. Hemos visto tantas cosas tan difíciles de asimilar, que apenas nos quedan fuerzas ni ánimos para seguir adelante”.

 

Irak: «En el campo de Domeez, nuestros propios compañeros también son refugiados»

Sólo unas semanas después de abrir sus puertas por primera vez, el 4 de agosto, la unidad de maternidad en el campo de refugiados Domeez, en el norte del Kurdistán iraquí, ya está llena de mujeres sirias, muchas de ellas a punto de dar a luz. Todas quieren aprovechar la amplia gama de servicios de maternidad – desde controles prenatales a vacunas postnatales – proporcionados por el personal de Médicos Sin Fronteras. La particularidad de  estos trabajadores es que también ellos son refugiados.

Por Talia Bouchareb, periodista de MSF en Domeez.

Ayla Hamdo, nacido el 4 de agosto, fue el primer bebé de la nueva maternidad. Su peso al nacer fue de 3,2 kg y su estatura de 52 cm. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
Ayla Hamdo, nacido el 4 de agosto, fue el primer bebé de la nueva maternidad. Su peso al nacer fue de 3,2 kg y su estatura de 52 cm. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

 

El Campo de Domeez, que se encuentra a unos 10 km al sur de la ciudad de Dohuk, fue planeado inicialmente para una población de 30.000 personas. Tres años después, alberga el doble de esta cifra, por lo que es ya el mayor campo de refugiados en el Kurdistán iraquí. A medida que los meses van pasando, y con pocas esperanzas de que sus residentes puedan regresar a sus hogares, el campo se parece cada vez más a un animado pueblo sirio, con tuktuks (bici-taxis) llevando personas de un lado a otro y tiendas en las que venden desde shawarma, hasta ordenadores. También hay locales donde se hacen cortes de pelo o se venden vestidos de novia.

Como los matrimonios y los nacimientos se han multiplicado, y la población del campamento ha crecido, también lo ha hecho la necesidad de una unidad médica dedicada a la maternidad. Los estudios que manejamos nos desvelan que uno de cada cinco habitantes del campamento es una mujer en edad reproductiva, y que 2,100 bebés nacen en el campo cada año.

Como resultado de esta situación, hemos decidido ampliar los servicios de salud en el campamento. Llevan ya funcionando dos años, pero hemos creído conveniente dar un paso más en cuanto a la cantidad y a la calidad de los mismos.

Hasta hace poco, nuestra clínica había estado proporcionando servicios básicos de salud reproductiva, pero las mujeres tenían que hacer el largo camino hasta la ciudad para dar a luz en un hospital que está muy saturado. Sin embargo, con la nueva unidad de maternidad en marcha y funcionando, ahora sólo tenemos que referir los partos de alto riesgo a Dohuk, lo que libera mucha de la presión sobre el hospital.

El equipo de MSF felicita a la madre de Ayla. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
El equipo de MSF felicita a la madre de Ayla. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

Hoy he visitado a Golestan, una orgullosa madre de tres hijos, que está descansando en la cama. Su hijo recién nacido, bien envuelto, duerme junto a ella. «Yo di a luz en el hospital de Dohuk el año pasado, porque mi parto tenía complicaciones que no podían ser atendidas aquí», me dice. «Sin embargo, esta vez me han animado a permanecer en cama durante unas horas, las enfermeras revisan mi estado a cada rato… es como estar de vuelta en la Siria de hace unos años, sólo que aquí es gratis”, me explica emocionada.

«Ayudar a las mujeres durante el parto es sólo un aspecto de la atención que ofrecemos aquí, pero además de ayudar a las mujeres a dar a luz de forma segura, también nos aseguramos de darles un seguimiento adecuado – desde el comienzo del embarazo hasta el final del proceso, a través de consultas postnatales. Con este enfoque integral también podemos proporcionarles vacunas, ayudar con la lactancia materna y ofrecer consejos de planificación familiar, todos los cuales tienen un gran impacto en el bienestar de las madres y los niños», me explica Adrián Guadarrama, responsable médico de MSF en Domeez.

Antes de que la unidad de maternidad abriera, muchas mujeres sirias en Domeez optaban por dar a luz en sus tiendas de campaña en el campamento, en lugar de viajar al hospital de Dohuk. Zozan, otra mujer que ya hace siete meses que dio a luz y que hoy ha venido en busca de vacunas para su niño, es uno de los muchos ejemplos que nos hemos encontrado: «Llamé a una partera siria para que me ayudara a dar a luz en casa, y todo fue bien, pero hubiera sido mejor estar cerca de los médicos: en una tienda de campaña siempre hay un riesgo«. Como medida para evitar que las mujeres sigan dando a luz en sus casas, las autoridades locales han dejado de emitir certificados de nacimiento a los bebés que no nacen en los centros asistidos por personal sanitario.

Parteras rellenando el partograma para hacer el seguimiento del primer parto que tuvo lugar en la nueva maternidad de MSF en Domeez. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
Parteras rellenando el partograma para hacer el seguimiento del primer parto que tuvo lugar en la nueva maternidad de MSF en Domeez. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

«Nuestra unidad de maternidad se creó en un tiempo récord, con la ayuda de las autoridades locales de salud. Todo sucedió muy rápido. Presentamos nuestra propuesta, las autoridades la aprobaron de inmediato y luego proporcionaron los materiales de construcción y todo el equipo médico. Ahora la unidad es gestionada por parteras, y muchos de los nuevos empleados han tenido que adaptarse a una manera diferente de trabajar», me dice Adrián. «El principal reto ha sido encontrar y capacitar a las parteras porque muchas están acostumbradas a trabajar a la sombra de los médicos. Cuando les dijimos que llegaría un día en el que ellas estarían gestionando el lugar, casi no se lo podían creer, pero ahora aquellas promesas se han convertido en una realidad».

Margueritte, una de estas parteras, me dice que «el primer paso es siempre darse el tiempo para examinar a las pacientes y escucharlas. Hemos estado enseñando a todas las nuevas parteras un enfoque más completo de cómo atender los partos».

Lo bueno y novedoso al mismo tiempo es que aquí nuestro personal tiene una estrecha relación con los pacientes, ya que la mayoría de ellos también son refugiados de Siria. Actualmente contamos con un ginecólogo, nueve parteras y cuatro enfermeras, que son las que proporcionan la atención continua.

Un familiar se ocupa de Ayla mientras su madre recibe los cuidados post-parto. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
Un familiar se ocupa de Ayla mientras su madre recibe los cuidados post-parto. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

Nuestros promotores de salud han recorrido durante estas semanas el campamento para informar a las mujeres acerca de los nuevos servicios que se ofrecen, mientras que el boca a boca también ha sido fundamental para atraer a las mujeres a la nueva unidad. Su apertura también apareció en la primera página del periódico local del campamento (sí, sí, aquí ya han creado hasta un periódico local), así que ahora tenemos a mujeres que ni siquiera estaban en el campo y que vienen desde una cierta distancia para poder dar a luz aquí.

Ahlam, que se prepara para salir de la unidad con su bebé recién nacido, se ha registrado en el campo de refugiados Gowergosk, a unas dos horas en coche de Dohuk. «He oído por mi cuñada que había parteras sirias y una maternidad nueva», me dice, «así que me mudé aquí hace unas semanas, sólo para poder dar a luz. Una vez me que me sienta más fuerte voy a volver a Gowergosk «.

Y la verdad es que es un placer poder observar lo fácil que resulta el poder devolver un poquito de esperanza a toda esta gente que lo está pasando tan mal y que no saben si algún día podrán vovler a sus casas. Al menos, aquí han construido algo que cada vez se va pareciendo más a un hogar.

10.000 sirios a las puertas de Turquía

por Agus Morales y Anna Surinyach (Médicos Sin Fronteras, siguiendo la ruta del éxodo sirio)*

 

¿Vais a ir a Alepo? No vayáis a Alepo, es muy peligroso”.

La amonestación es de un hombre que sale de una mezquita en el norte sirio, cerca de la frontera con Turquía. Es el templo islámico de referencia para un campo de desplazados en el que hace unos meses tan solo había 4.000 personas, pero que ahora acoge a unas 10.000. La mayoría viven en tiendas de campaña, pero Husein Alwawi y su familia se alojan en la mezquita.

Vivíamos en un barrio de Alepo –relata Husein-. Un avión de combate atacó el vecindario. Muchas casas quedaron destrozadas, entre ellas la mía. Nosotros no estábamos pero dos familias fueron asesinadas. Nos quedamos en Alepo cinco días y vinimos aquí.”

Partido de fútbol en el campo de desplazados del norte de Siria (© Anna Surinyach)

Partido de fútbol en el campo de desplazados del norte de Siria (© Anna Surinyach)

La historia de Husein es similar a la de muchos de los habitantes del lugar, que buscan un lugar seguro para huir de los combates. En las antiguas aduanas se halla este terreno conocido como ‘campo de tránsito’, porque en principio muchas de las familias esperan para irse a Turquía; pero en realidad se trata de un campo de desplazados: muchos llevan meses viviendo aquí y la población sigue creciendo. MSF ha vacunado a más de 3.300 menores de 15 años y ha aplicado medidas de saneamiento del agua para ayudar a los desplazados.

En el campo hay peluquerías, escuelas y vendedores de comida. Niños y adultos organizan un partido de fútbol con una pelota de baloncesto. En plena agitación deportiva, una ambulancia pasa a toda velocidad por la carretera, probablemente transportando a un herido desde Siria a Turquía, pero los jugadores apenas prestan atención.

No muy lejos del improvisado campo de fútbol, unas mujeres denuncian las condiciones del campo. Las hileras de tiendas de campaña se repiten. Una señora kurda de 44 años, Saleha Mustafá, abre la cremallera de su tienda a los visitantes. Tiene una olla de sopa de lentejas que calienta con un hornillo.

Saleha Mustafá, calentando una sopa de lentejas dentro de su tienda en el campo de desplazados (© Anna Surinyach).

Saleha Mustafá, calentando una sopa de lentejas dentro de su tienda en el campo de desplazados (© Anna Surinyach).

Vinimos aquí por los bombardeos y los ataques con helicóptero. También porque soy viuda y no tengo nada. Me iré a Turquía si mis familiares quieren”, dice la viuda, que ahora depende de sus primos, instalados en tiendas vecinas.

También quiere refugiarse en el país vecino Mohamed, un sirio que prefiere que su auténtico nombre no sea revelado. “Quiero irme a Turquía con mi familia. Esto no es seguro, hay combates constantes”, explica mientras sorbe el café.

Mohamed vive desde hace tres meses en una tienda de campaña con su mujer y sus cinco hijos. Se fueron de Alepo porque los bombardeos y los ataques con misiles eran continuos y los niños tenían miedo. Tiene claro que el trauma que vive su país no es pasajero. “Lo que pasa ahora en Siria quedará grabado en la mente de los niños durante mucho tiempo”, vaticina.

 
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*Anna Surinyach (@surianna) y Agus Morales (@agusmoralespuga), periodistas de Médicos Sin Fronteras, han seguido una ruta desde Siria a Grecia para descubrir las historias de los refugiados sirios. Puedes ver su anterior post aquí: «Me siento mejor, pero no puedo caminar».

 

“Me siento mejor, pero no puedo caminar”

Por Agus Morales y Anna Surinyach (Médicos Sin Fronteras)*


Salwah Mekrsh, de 18 años, no puede caminar. Dos mujeres empujan la silla de ruedas en la que se desplaza. Son su madre y su hermana. Las tres se sientan a departir en un patio con un limonero. Están esperando a que Salwah entre en una consulta de salud mental con Médicos Sin Fronteras (MSF).

«Antes de la guerra lo teníamos todo, pero desde que empezó hemos sufrido mucho

Salwah se vio forzada a casarse antes de que se iniciaran las primeras protestas de marzo de 2011 que desembocaron en una guerra civil en Siria. Tenía 15 años. Poco después tuvo una hija, pero discutió con su marido, que intentó agredirla, y se separaron. “Se llevó a mi hija y no me deja verla. No tengo forma de contactarles. No he visto a mi hija desde hace un año”, lamenta la adolescente.

El conflicto se desató. Salwah y su familia vivían en el casco viejo de Alepo, la capital industrial y económica de Siria cuyo control se disputan aún hoy el Gobierno y la oposición armada. El 25 de noviembre de 2012, la joven volvía a casa con una vecina. Una de las calles estaba cerrada y decidieron tomar otra ruta. Cuando estaban a punto de cruzar una plaza, un francotirador disparó contra la espalda de Salwah.

La joven fue trasladada a un hospital de Alepo, donde le extrajeron las balas. Dada la gravedad de su situación, la familia intentó llevarla a Turquía, pero en la frontera no le permitieron pasar. Salwah encontró un hospital de MSF en el norte del país, que le hizo un parte médico y organizó con las autoridades turcas su traslado al país vecino, que esta vez se realizó sin problemas. La adolescente fue ingresada en el hospital de Kilis, ciudad turca fronteriza con Siria a la que está llegando un flujo cada vez mayor de refugiados. Luego fue trasladada a la cercana ciudad de Gaziantep. Pasó doce días en la UCI.

Salwah Mekrsh (© Anna Surinyach)

Salwah Mekrsh, en Kilis, Turquía (© Anna Surinyach).

 

Ahora estoy mejor, pero no puedo caminar”, lamenta. Salwah cuenta que una de las trabajadoras comunitarias de MSF, Lina, le ha ayudado mucho a intentar superar el trauma: “me contó la historia de alguien de su familia con un problema similar, no relacionado con la guerra. Lina le dio apoyo psicológico y ahora está bien. Saber esto me ha hecho sentir mejor”.

La psicóloga ya está lista. Salwah entra en la consulta. Su madre y su hermana la esperan fuera. Fuman a la sombra del limonero. Cuando caiga el sol, se irán al piso que tienen alquilado en la ciudad turca de Kilis. No oirán los bombardeos y los ataques. No temerán por sus vidas. Pese a ello, a toda la familia le gustaría volver a su casa en Siria. ¿Dónde será el próximo encuentro? “En Alepo, inshallah”, desea la madre.

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*Anna Surinyach (@surianna) y Agus Morales (@agusmoralespuga), periodistas de Médicos Sin Fronteras, están haciendo una ruta desde Siria a Grecia para descubrir las historias de los refugiados sirios. Sigue más historias como esta en Twitter con el hashtag #exodosirio o en la cuenta @MSF_Terreno

 

 

«Quiero volver a casa»

por Alsham, traductora de Médicos Sin Fronteras en Turquía*

Rezo todos los días por el alma de los que murieron y leo el Corán cada mañana. Pero algo en mi corazón no marcha bien”. La mujer que habla es madre de tres niños, y emigró con su familia hacia Estambul desde la ciudad costera de Latakia, donde vivían.

Aunque nosotros somos  de un pueblo de la zona montañosa kurda de Jabal Al-akrad. Mi casa fue bombardeada, como la mayoría de las casas de las montañas. Perdí  a muchos vecinos, entre los que había muchos jóvenes. Quiero mucho a mi pueblo porque nací allí y porque cada vez que voy allí vuelvo a los recuerdos de mi infancia. Me pregunto qué tipo de conversación podría tener ahora con las mujeres de mi pueblo si volviese allí. Muchas de ellas han perdido a algún ser querido. ¿Cómo podemos hablar de cosas normales ahora?

Emigraron a Estambul hace unos meses, y ha sido difícil para ella afrontar el hecho de estar en nuevo país y quizá una nueva vida.

Refugiados en Estambul. Turquía (© Susana Girón).

Refugiados en Estambul. Turquía (© Susana Girón).

Como de costumbre en las casas sirias, el canal Aljazeera acompaña a los sirios la mayor parte de la tarde.  Ella nos acaba de preparar un delicioso pastel de espinacas. Yo le digo que en Damasco solemos añadir granadas a ese pastel. Y empieza a hacer bromas sobre el exceso de granadas que solemos usar en todas las comidas en Damasco y de lo mal que cocinamos.

Nos contamos varios chistes sobre la cocina damascena, y comentamos en broma que la cocina casera de Damasco no está a la altura del paladar de la gente de la costa. Nos reímos con ganas y al final, ella concluye: “todos somos iguales en Siria, simplemente nos gusta hacer bromas sobre nosotros a la mínima oportunidad”.

Y aquí está lo que parece el primer hallazgo del levantamiento en Siria: que empezamos a conocernos los unos a los otros. Durante los últimos 40 años se han producido muchas fisuras dentro de la sociedad siria, causando una gran división.

Le pregunto si no le importa que me fume un cigarro y nos acercamos juntas a la ventana. Su familia vive en un quinto en el barrio de Findikzade y tiene una magnífica vista de la mezquita de Al-suelymaninh. Se me acerca y me dice: “mi hijo encontró este sitio porque había que encontrar algo rápido cuando llegamos aquí. No me gusta mucho. Mi hogar en Latakia es mucho mejor

Le pregunto si tienen planes de establecerse en Estambul. “No lo sé”, me dice. “Esperaremos a que termine la guerra. Quiero volver a casa, pero aquí, al menos, estamos a salvo”.

* Alsham es una joven investigadora siria de 26 años. Se encuentra realizando un master en Estambul. Colabora como traductora con el equipo de Médicos Sin Fronteras en Turquía para ayudar a la población migrante a acceder a los servicios de ayuda y de atención en salud mental. Ha impartido clases en la Universidad de Damasco.  Su pasión es la poesía y se inspira en las historias de la gente que la rodea. Vive de cerca la lucha de las familias de sus compatriotas que huyeron a Turquía a causa del conflicto.  Cuando termine sus estudios, Alsham desea regresar a Siria para ayudar a los suyos.

Miedo al cielo despejado en Siria

Por Adriana Ferracin Kleivan, enfermera de MSF en Siria

Atención a los heridos  del bombardeo de Azaz en el hospital de MSF, el 13 de enero (© MSF).

Atención a los heridos del bombardeo de Azaz en el hospital de MSF, el 13 de enero (© MSF).

 

Cada día tememos que amanezca un día despejado, azul. Significa que hay buena visibilidad, y por tanto más posibilidades de que haya ataques aéreos.

El pasado domingo, escuchamos el sonido más estruendoso que nunca de un avión surcando el cielo y, minutos más tarde, una explosión. En seguida, una de nuestras enfermeras nos informó de que había sido alcanzado un mercado en Azaz, y de que había muchos heridos y muertos.

Inmediatamente empezamos a preparar el hospital para tratar a los pacientes. Poco después de que llegara la primera ambulancia, el equipo logró mantener con vida a un chico que tenía una fractura de cráneo.

Los coches y ambulancias seguían llegando y los pacientes inundaron el hospital. En apenas una hora ya estábamos tratando a 20 heridos en una de las tiendas. Recibimos muchos pacientes con amputaciones, heridas en la cabeza, sangrado de ojos y oídos por culpa de las deflagraciones, y también traumas psicológicos. Me sorprendió que los niños no lloraran a pesar de que sus heridas parecían dolorosas. Todos tenían escrito el miedo en la mirada.

Cinco pacientes fallecieron al llegar al centro. Trabajamos sin descanso para tratar a los heridos, mientras escuchábamos los lamentos de quienes llegaban a ver a sus familiares fallecidos.

Eran evidentes en el rostro de nuestro personal sanitario la frustración y el dolor. Muchos de ellos han perdido a familiares y amigos en el conflicto, y cada vez que cae una bomba, sufren la incertidumbre de si, de nuevo, algún otro ser querido habrá muerto.

 

Atención a los heridos  del bombardeo de Azaz en el hospital de MSF, el 13 de enero (© MSF).

Atención a los heridos del bombardeo de Azaz en el hospital de MSF, el 13 de enero (© MSF).